El apóstol y el poeta: Pablo y Arato – Dr. R. Faber
Tomado con permiso de Clarion Vol. 42, No, 13 (1993)
El Dr. Riemer Faber es profesor de Clásicos en la Universidad de Waterloo, Ontario, Canadá
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Manuel Bento
Introducción
Corría el año 51 d.C. cuando el apóstol Pablo visitó la famosa ciudad griega de Atenas. Orgullosa de la gloria que una vez fue suya, esta ciudad podía presumir de haber producido algunos de los más grandes artistas, escritores y pensadores. Atenas fue la cuna de la democracia, centro de aprendizaje y líder indiscutible del mundo civilizado. No es sorprendente que Lucas, quien relata la visita de Pablo a la ciudad en Hechos 17, haga del discurso de Pablo a los atenienses uno de los puntos culminantes de su libro. En él leemos acerca del choque entre el cristianismo y el paganismo, cómo el evangelio de Jesucristo y la resurrección fueron recibidos por personas conocidas por su carácter religioso. Particularmente, Pablo presenta las buenas nuevas de salvación a los filósofos, que confiesan que él trae “cosas extrañas” a sus oídos y que desearían saber lo que quiere decir. La intención del apóstol es refutar la filosofía griega, tanto la formal como la popular, pero no lo hace ridiculizando a sus oyentes. Les advierte sobre el inminente juicio de Dios, y busca la conversión de su audiencia mediante un llamamiento razonado, pero urgente. A fin de convencer a sus oyentes, el apóstol debe conocer bien sus creencias y cómo llevarles a darse cuenta de que sus principios son falsos y deben cambiar. Pablo pone a prueba el espíritu de los atenienses y les muestra que no es el del Dios verdadero.
En este artículo consideraré la parte de su discurso en que Pablo cita a un poeta griego muy admirado en la antigüedad. En el versículo 28 de Hechos 17 Pablo cita la Phaenomena de Arato, no para demostrar su erudición, sino para hacer ver a los atenienses que su religión equivale a la idolatría. Pablo mejora su argumento al hacer referencia a una autoridad que incluso los atenienses respetaban. De esta forma muestra estar familiarizado con los escritos y creencias de los griegos, y que tiene la capacidad de emplear incluso a sus propias autoridades para probar que dichas creencias son falsas. Hasta cierto punto, Pablo utiliza las ideas y el lenguaje de los filósofos estoicos y epicúreos, que eran populares en la Atenas del siglo I. No obstante, lo hace con el fin de refutar la creencia común en aquel lugar de que los dioses deben ser adorados por medio de templos, estatuas y altares. Como parte de su mensaje acerca de que debían arrepentirse de la idolatría que caracterizaba sus vidas, Pablo emplea una línea del poema de Arato. Además, el apóstol argumenta que el panteísmo enseñado por los estoicos también era un concepto erróneo del verdadero Dios, tal y como se revela en su Palabra y a través de su Hijo. El discurso de Pablo culmina con las buenas nuevas de la vida eterna en el Cristo resucitado.
El apóstol del Areópago
El Areópago era una antigua colina cerca del ágora (mercado) de Atenas. Según la leyenda, esta «colina de Ares» fue el primer emplazamiento del tribunal de justicia establecido por la diosa patrona de la ciudad, Atenea. En la historia temprana de Atenas, el tribunal judicial se reunía aquí.
Debido a la democracia radical que reemplazó al sistema político conservador de Atenas en el siglo V, la corte perdió mucho poder; sin embargo, continuó siendo una institución prestigiosa y venerable. Es probable que en los días de Pablo la corte del Areópago todavía juzgara casos de homicidio e investigara asuntos de naturaleza moral y religiosa. Algunos eruditos piensan que en Hechos 17 Pablo en realidad se está defendiendo ante los consejeros de la ciudad en un juicio público sobre las enseñanzas del apóstol. (1) Cuando Lucas nos informa de que Pablo estaba «en medio del Areópago», probablemente no se refiere al lugar en el que estaba situado, sino a la institución comúnmente asociada con el lugar. Cualquiera que sea el caso, Pablo presenta su discurso en presencia de ciudadanos atenienses, incluyendo a filósofos estoicos y epicúreos, y a extranjeros pudieran estar presentes.
Al comenzar a hablar, Pablo capta la buena voluntad de sus oyentes con lo que parece ser un cumplido: «Percibo que en todos los sentidos sois muy religiosos» (22). Sin duda, mientras caminaba por el ágora hasta el Areópago, Pablo había observado los numerosos templos, imágenes y altares erigidos allí. Pero pronto resulta evidente que Pablo considera que el fervor religioso de los ciudadanos está mal dirigido. Aunque adoran a muchos dioses, los atenienses no adoran al Dios verdadero. Además, el apóstol utiliza la inscripción «al dios desconocido» que encuentra en un altar para presentar a los atenienses al Dios que él profesa. A quien los atenienses adoran como desconocido es el Dios que Pablo les da a conocer. Los «tiempos de ignorancia», como Pablo dice más tarde, han pasado; ahora los atenienses deben adorar al único Dios, y hacerlo de la forma correcta.
También ataca la práctica pagana de la idolatría en los atenienses. Puede que Pablo hablase extensamente sobre el segundo mandamiento de Dios, acerca de no adorarlo por medio de imágenes, y llama la atención que se centre en esta práctica religiosa de los atenienses, ya que esto toca el corazón de un tema importante en la vida religiosa griega del siglo I. Desde la época arcaica hasta la clásica, la adoración de los dioses del Olimpo había sido real y significativa, pero en los días de Pablo el escepticismo y la fe en el panteísmo habían socavado la religión griega tradicional y poniendo en tela de juicio la creencia de que los dioses eran antropomórficos y debían ser adorados como tales. Pablo emplea estas ideas novedosas, que habían sido avanzadas especialmente por filósofos estoicos y epicúreos, para llevar a los atenienses a tomar conciencia de que son un pueblo idólatra.
Los filósofos estoicos, mencionados en el versículo 18 como una de las facciones con las que Pablo habla, enseñaron que Zeus no es un dios en forma de un ser humano, sino una fuerza que impregna todas las cosas animadas e inanimadas. Este principio rector, que une a todos los seres vivos en un solo cosmos, fue llamado Razón (Logos). Zeus, creían los estoicos, no era un ser inmortal, sino un poder impersonal. En consecuencia, Pablo podría estar seguro de que estos filósofos estarían de acuerdo con su afirmación de que «Dios no vive en santuarios hechos por el hombre» (24). Les estaba diciendo a los atenienses que Dios no vive en una morada como lo hacen los humanos, y que no puede ser representado en la forma de un hombre. La terminología que emplea en este versículo es similar a la utilizada por los estoicos; sin embargo, no debemos concluir que Pablo está predicando una filosofía puramente estoica. (2) Solo tenemos que echar un vistazo a Isaías 42:5 y Éxodo 20:11 para ver que la representación que hace Pablo de Dios como Creador es completamente bíblica. Simplemente usa el mismo lenguaje que los estoicos emplean en su descripción de Zeus, quien creen que controla el universo. Los estoicos estaban en lo correcto al condenar los numerosos templos, altares y estatuas de Atenas. Para apoyar su posición, Pablo cita una autoridad que los pensadores atenienses deben haber conocido: el poeta helenístico Arato. (3) Pablo alude a este poeta a fin de convencer a su audiencia de que Dios no puede ser representado «escultura de arte y de imaginación de hombres» (17:29).
El poeta Arato y el Phaenomena
Aunque la antigüedad consideraba a Arato uno de los más grandes poetas helenísticos, hoy día ha sobrevivido muy poca información sobre él. Sabemos que vivió a finales del siglo IV y principios del III antes de Cristo, que probablemente nació en Soli, en la provincia natal de Pablo, Cilicia, y que estudió filosofía estoica en Atenas en la escuela fundada por Zenón (c. 340-265 a.C.). Arato evidentemente pasó mucho tiempo en el círculo de escritores y artistas que disfrutaron del patrocinio del rey macedonio Antígono Gonatas. Su producción literaria incluyó una edición de la Odisea de Homero, himnos, epigramas e incluso poemas didácticos sobre farmacología y astronomía. Desafortunadamente, la única obra que sobrevive en su totalidad es un poema titulado Phaenomena (literalmente, «apariencias naturales»). Afortunadamente para nuestro estudio del discurso de Pablo en el Areópago, es este poema el que el apóstol cita; es por eso que podemos leer por nosotros mismos el contexto de la media línea citada en Hechos 17:28: «Porque linaje suyo somos».
La Phaenomena es un poema peculiar: es un intento de poner en verso dos obras en prosa del siglo IV sobre las estrellas y el clima. Un astrónomo llamado Eudoxo escribió un tratado sobre constelaciones, mientras que otro escritor, un tal Teofrasto según los informes, había compuesto un manual sobre las señales o signos del clima. Después de una introducción de 18 líneas en la que afirma el propósito de su poema y elogia a Zeus por su amabilidad al entregar a la humanidad señales naturales para llevar a cabo sus ocupaciones, Arato dedica una sección (19-757) a una discusión poética de las constelaciones, y una segunda (758-1154) al uso de patrones climáticos. A primera vista, el poema parece ser poco más que un «almanaque agrícola», una guía que enseña la importancia de las estaciones cambiantes y los sistemas climáticos. La larga tradición de escribir poemas didácticos como este había comenzado con el poeta Hesíodo en el siglo VIII, quien también compuso una obra sobre las constelaciones llamada Astronomia. Vistos su tema y estilo, el autor de la Phaenomena se inspiró en las obras de Hesíodo y las de otro poeta épico de la antigüedad, Homero.
Al parecer, uno de los objetivos de Arato al escribir este poema era demostrar su habilidad para proporcionar información científica detallada por medio de un lenguaje poético no técnico. Al igual que otros poetas helenísticos, Arato quería infundir nueva vida a los géneros antiguos. Su contribución fue rejuvenecer el género de la poesía didáctica empleando los documentos científicos más modernos y avanzados. Logró adaptar una difícil obra de prosa técnica a la poesía. La popularidad que este poema disfrutó en la antigüedad atestigua su éxito. El poeta contemporáneo Calímaco elogió el poema como obra elegante y refinada, y parece que muchos lectores apreciaron el estilo pulido y preciso de Arato. El poema no solo les gustaba a los griegos, sino también a los escritores latinos educados. El famoso orador y estadista romano Cicerón lo tradujo al latín, mientras que Virgilio se inspiró en la Phaenomena cuando escribió las Geórgicas, que era también un poema ostensiblemente didáctico sobre la agricultura. Por lo tanto, podemos suponer que, en los días de Pablo, el Phaenomena fue leído ampliamente por las personas educadas.
Dado que Arato había sido educado en la filosofía estoica, no es sorprendente que esta doctrina aparezca en el Phaenomena. La filosofía y lenguaje estoicos abundan especialmente en la sección inicial del poema (líneas 1-18), en la que Arato escribe sobre el poder omnipotente y omnipresente de Zeus. La media línea «porque linaje suyo somos» se encuentra en esta sección del poema. Para ver la frase en su contexto, veamos la siguiente traducción de las líneas 1-5 del Phaenomena:
Comencemos con Zeus, a quien los mortales nunca dejamos sin habla.
Porque cada calle, cada mercado está lleno de Zeus.
Incluso el mar y el puerto están llenos de esta deidad.
En todas partes todo el mundo está en deuda con Zeus.
Porque, de hecho, somos su descendencia… (Phaenomena 1-5).
Cabe destacar que Arato comienza su poema con las palabras «comencemos con Zeus», porque a quienes los poetas griegos convencionalmente invocaban eran las Musas, las diosas de la inspiración poética. Los contemporáneos de Arato debieron sorprenderse por este cambio, por medio del cual el poeta brinda un tenor estoico religioso a la Phaenomena. Para los antiguos griegos, Zeus era el dios del cielo cuyo control sobre el sol y las nubes afectaba directamente a los seres humanos; por lo tanto, mencionarle al inicio de un trabajo sobre constelaciones y clima resultaba apropiado. Para los estoicos helenísticos, sin embargo, Zeus era solamente otro nombre para la fuerza que controlaba el universo y que habitaba en el hombre y la bestia. Lo que hace Arato en estas líneas de inicio es avanzar una especie de panteísmo: la Razón divina impregna todas las facetas del esfuerzo humano. Las calles de la ciudad y los mercados, los mares y los puertos se llenan de la presencia de esta deidad (líneas 2-3). Zeus debe ser elogiado al comienzo de su poema porque este «alma-mundo» controla el cosmos. Según esta creencia, la humanidad forma parte de ese entorno y, por lo tanto, «está en deuda con Zeus». La omnipotencia de Zeus se expresa en las palabras «porque de hecho somos su descendencia» [o como dice la RV60: Porque linaje suyo somos]. El poeta afirma literalmente que somos de la raza (genos) de Zeus. De este modo, el antiguo dios del clima, que una vez fue representado en términos antropomórficos, es reemplazado por los estoicos por una fuerza abstracta que impregna el mundo entero. Notando el contexto de la mitad del versículo «porque de hecho somos su descendencia», el lector concluirá que el apóstol Pablo no cita este pasaje en completo acuerdo con su significado e intención, sino para mostrar que, incluso para algunos pensadores y escritores griegos, la idea de un Zeus antropomórfico es falsa.
La cita en el contexto del discurso de Pablo
Los versículos 24-31 del capítulo 17 nos aclaran el uso que hace Pablo de la cita al declarar el evangelio del arrepentimiento a los atenienses. Cuando cita el dicho acerca de que el hombre es la descendencia de Dios, Pablo lo emplea a la luz de la autorevelación de Dios en el Antiguo Testamento. La humanidad fue creada a imagen y semejanza de Dios, como se revela en Génesis 1:26-27. El apóstol no da a la frase «porque de hecho somos su descendencia» el significado que le otorgan los estoicos tienen, sino que la usa para predicar que Dios aborrece la adoración idólatra. Pablo había declarado ya que Dios no «habita en templos hechos por manos humanas» (24). Después de citar a Arato, el apóstol dice que la Deidad no es «semejante a oro, o plata, o piedra» (29). Ciertamente, al decir esto Pablo tiene en mente el segundo mandamiento, tal como se afirma, por ejemplo, en Levítico 26: 1: «No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni podréis en vuestra tierra piedra pintada». Los estoicos habían razonado correctamente que si la humanidad es la descendencia de Dios, entonces el Dios vivo no puede representarse mediante un objeto inanimado. Pablo mismo escribe en otra parte que el eterno poder y deidad de Dios son visibles en la creación (Romanos 1:20). En otro contexto, el apóstol reafirma en términos generales lo que dice de manera específica a la población ateniense en Hechos 17: «¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos» (2Corintios 6:16). Así pues, en el Areópago, Pablo apuntó que los atenienses habían cambiado la gloria del Dios inmortal por imágenes que se asemejaban al hombre mortal.
Los versículos 24-31 también dejan claro que Pablo no adopta la teología estoica de un principio rector tal y como lo expresa Arato; el apóstol describe a Dios como el Creador, como una persona real. En el versículo 25 recuerda a sus oyentes que Dios es el creador del universo, que no tiene necesidad de adoración idólatra humana. Es posible que tenga en mente el Salmo 50:7-15, donde el Señor afirma que Él no requiere sacrificios de los mortales, porque el mundo y todo lo que hay en él es suyo en virtud de su obra de creación. Además, para subrayar la cualidad personal del Dios verdadero, Pablo afirma que Dios ha «pasado por alto» los tiempos de ignorancia (30), y que «ordena» a todos los hombres que se arrepientan (31), ya que Él ha prefijado un día en que Él «juzgará» (31) al mundo por Cristo a quien «ha designado» (31). Por tanto, el apóstol no se identifica con la teología estoica o epicúrea en modo alguno, sino que declara al Dios Creador y Juez.
A la luz de esta historia de redención, Pablo también proclama a Jesucristo y la resurrección. La salvación de los atenienses idólatras radica en la fe en Cristo resucitado. Pablo no solo muestra el error que existe tanto en la religión popular griega como en la filosofía formal, sino que también insta a la gente a que «busquen a Dios». En el versículo 30 afirma que, aunque la adoración de los atenienses a un dios desconocido fue pasada por alto en tiempos pasados, ahora que el verdadero Dios les ha sido proclamado, los ciudadanos deben arrepentirse. El juicio del mundo es inminente. Dios ha asegurado que sucederá al resucitar a Jesucristo de entre los muertos. De hecho, Jesús y la resurrección son los temas principales del discurso de Pablo. Con tristeza vemos que algunos se burlaron de este evangelio: el evangelio es locura para los gentiles. Sin embargo, el trabajo misionero en Atenas no fue del todo inútil, ya que algunos creyeron, incluidos Dionisio y Dámaris. En lo que respecta a los filósofos atenienses, ya no podían afirmar que el mensaje de salvación no les había sido proclamado.
Notas
(1) Para el debate sobre el juicio formal o el discurso no oficial, véase T.D. Barnes, «An Apostle on Trial», Journal of Theological Studies 20, 1969, 407-419; C.J. Hemer, «The Speeches of Acts», Tyndale Bulletin 40, 1989, págs. 239-259.
(2) M. Dibelius, «Paul on the Areopagus», en Studies in the Acts of the Apostles (Londres, 1956), pág. 63, argumenta que el discurso es «ajeno al Nuevo Testamento» y completamente estoico en sentimiento y lenguaje. Más atractiva es la interpretación de que el discurso es en parte una praeparatio evangelica destinada a guiar a los oyentes de Pablo desde la posición propia de aquellos a la posición «extraña» (20) de él.
(3) Cuando Pablo dice «como algunos de vuestros propios poetas también han dicho» (28) revela su erudición, ya que el sentimiento de que la humanidad es descendiente de Zeus también fue expresado por Cleanthes, otro poeta helenístico, en su Himno a Zeus, línea 4. La mitad de la línea citada, sin embargo, proviene del poema de Arato. Recientemente M.J. Edwards, «Citando a Aratus», Zeitschrift für die neutestamentliche Wissenschaft 83, 1992, 266-269, argumentó plausiblemente que la fuente directa de Pablo era Aristóbulo, un judío del siglo II a.C. que cita las líneas iniciales de Phaenomena.