Juicio y gracia para la mujer
Peter H. Holtvlüwer
Fuente: The Outlook
Traductor: Valentín Alpuche
Texto de meditación: Génesis 3:16, 20
Lectura sugerida: Efesios 5:22-23
Después de hablar y maldecir a la serpiente poseída por el diablo, el Señor se dirige a la mujer para hablar sobre su pecado. Posteriormente tratará con el hombre, siguiendo el orden en que los responsables de la rebelión actuaron; así que el Señor pronuncia su juicio sobre cada uno de ellos por turno, y en el versículo 6, se dirige a la mujer. Esperaríamos que el Señor tratara con el hombre y la mujer como una unidad ya que los había unido como esposo y esposa, y declaró que los dos eran una sola carne (Gn 2:24). Sin embargo, se dirige a cada uno por separado, lo que significa que cada persona es responsable delante del Señor como Pablo escribe posteriormente: «Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo» (Ro 14:10). En el día del juicio nadie podrá esconderse detrás de su cónyuge o de nadie más, sino que «cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro 14:12). Una pregunta que todos necesitamos considerar es: ¿Estoy preparado para comparecer delante de Dios como Juez?
El dolor multiplicado
El mensaje del Señor a la mujer no es muy largo, pero sí es dolorosamente poderoso. Es una palabra tanto para Eva como para todas las mujeres. «Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos» (Gn 3:16). En 1 Timoteo 2:8-15, Pablo conecta a esta primera mujer con todas las mujeres al hablar del rol de la mujer en la vida de la iglesia, citando los eventos de Génesis 3:1-7 y después también 3:16. Concluye diciendo: «Pero se (singular) salvará engendrando hijos, si permanecieren (plural) en fe, amor y santificación, con modestia» (v. 15). Todas las mujeres participan tanto en el primer pecado de la mujer como en el castigo que resultó de ello, y cualquier mujer que ha dado a luz puede dar testimonio personal de que el juicio de Dios todavía está vigente. Incluso a pesar de todos los avances médicos de hoy, dar a luz sigue siendo difícil y doloroso.
La primera consecuencia del pecado de la mujer que el Señor menciona es la multiplicación del dolor en las preñeces. Al parecer, antes de la caída existía algún nivel de dolor, pero ahora se multiplicará en gran manera. Sin duda, esto se refiere a un aumento en la angustia física del cuerpo, pero también incluye el dolor emocional del corazón, ya que la palabra hebrea para «dolor» también se puede traducir como «pesar». El pesar de la mujer será multiplicado, no solamente durante el embarazo y parto, porque la palabra para «preñez» connota todo el proceso desde la concepción hasta el parto y mucho más. De comienzo a fin, la mujer experimentará dolor y pesar al dar a luz hijos. Todo el proceso de tener hijos está cargado de pena, pesar y dolor, desde el primer calambre menstrual hasta los mareos matutinos y el parto, y hasta el último sofoco de la menopausia.
Y eso si la vida sigue su curso normal, ya que algunas experimentan el pesar adicional de no tener hijos o tener menos de lo que esperaban. Muchos matrimonios cristianos conocen el pesar de la infertilidad. ¿Cuántas lágrimas no se han derramado por lo que probablemente nunca sucederá? Es precisamente en Génesis que vemos a mujeres (y hombres) luchando con este pesar. Sara, quien fue estéril por mucho tiempo, o Rebeca por quien Isaac tuvo que orar de manera especial. Raquel estaba tan llena de pesar que dijo con angustia a Jacob: «Dame hijos, o si no, me muero» (Gn 30:1). El juicio cae sobre la mujer por su pecado y es algo miserable.
Fricción
La siguiente consecuencia es igual de grave: «tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti» (Gn 3:16b). Ha habido mucha discusión sobre lo que esto significa: ¿Se refiere al deseo sexual de la mujer hacia su marido? Como si dijera que, aunque la mujer tendrá mucho dolor en sus embarazos, sin embargo, todavía va a desear tener relaciones sexuales con su esposo (y, así, la posibilidad de llegar a embarazarse es inevitable). Pero si así fuera es difícil ver cómo eso es una forma de castigo ya sea para la mujer o para el hombre. ¿Acaso no fueron creados para eso en el principio, y no los unió Dios para que llegaran a ser «una sola carne» (Gn 2:24)? ¿Considera alguien que el deseo sexual de una mujer sea algo malo? Y ¿cómo la frase siguiente «y él se enseñoreará de ti» se conecta con su deseo de relaciones sexuales?
Una mejor interpretación es ver esto no como su deseo de tener intimidad sexual, sino más bien como su deseo de controlar a su marido, básicamente para gobernarlo. Esto tiene sentido en el contexto más amplio como también encaja bien con la siguiente frase. En esta oración, la palabra hebrea «y» se puede traducir legítimamente como «pero» para resaltar el contraste: «tu deseo será para tu marido, pero él se enseñoreará de ti».[1] Contrario a la manera en que fue creada, la mujer querrá dominar a su marido, pero, en vez de ello, su marido la dominará.
Los dos verbos que se usan en la segunda parte del versículo 16, Moisés los usa en el capítulo 4 donde su sentido se hace más claro. En Génesis 4:7 el Señor dice a Caín: «Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y[2] tú te enseñorearás de él». Su deseo es para ti, es decir, para controlarte, para enseñorearte de ti; pero tú (Caín) estás llamado, en lugar de eso, a dominar tu deseo y controlarlo, lo cual requiere una batalla de la voluntad. De la misma manera, la esposa deseará gobernar a su marido, pero no tendrá éxito; después de una batalla de sus dos voluntades, él terminará gobernándola a ella, lo cual es una distorsión de la relación creacional entre el esposo y la esposa. Eva ya había usurpado una vez el rol de Adán como cabeza (y él pasivamente permitió que sucediera), y ahora su castigo es que ella continuará queriendo tener esa posición otra vez, pero, al final de la lucha, su esposo se enseñoreará de ella.
«Enseñorearse» es una palabra fuerte que en la Escritura por sí misma puede referirse ya sea a un gobierno benéfico o dominante. Aquí tiende a lo último debido a la fricción entre el deseo de la esposa por ejercer autoridad y la autoridad que Dios ha dado al esposo en el matrimonio. Ya la mujer no sigue voluntariamente el liderazgo amoroso de su esposo; en vez de ello, está el juicio de que, por mucho que se esfuerce en establecer la dirección para su marido, él impondrá su voluntad sobre ella. El compañerismo glorioso y armonioso del esposo y su ayuda idónea creada por Dios ha sido pervertido por nuestro pecado, y todo lo que queda es una tensión hirviente entre el esposo y la esposa que socava su unidad de ser una sola carne.
Adversidad y esperanza
Todo esto es duro para la mujer, ¿verdad? Dentro de ella se libra una batalla. Creada para seguir la dirección de su marido, ahora tiene una resistencia innata a ella. Creada para enfocarse en ayudar a su esposo, ahora una mujer frecuentemente adopta su propia agenda, y estallan los problemas entre ellos. Además, el esposo ya no tiene el instinto de amar a su esposa abnegadamente y de guiarla amablemente, y a menudo se encuentra que actúa áspera o autoritariamente. No tarda mucho para que estas distorsiones aparezcan en la Escritura. Pronto nos topamos con Lamec que abusa la unicidad del lazo matrimonial al tomar dos esposas y con arrogancia ostenta su fortaleza delante de ellas (Gn 4:19-24). En vez de sacrificarse para proteger a su esposa, Abram miente sobre Sarai y la pone en grave peligro (Gn 12:10-20). Acto seguido, Sarai presiona a Abram para que embarace a Agar, pero después lo culpa por el problema que resultó de ello (Gn 16:1-5). Raquel se enoja irracionalmente de que Jacob no le haya dado hijos y posteriormente tras sus espaldas roba los ídolos de Labán (Gn 30:1; 31:19). Mical desprecia erróneamente a su esposo David y muere sin tener hijos (2 Sam 6:16, 23). Gomer, la esposa de Oseas, redimida de la vida de prostitución, desafía a su esposo y regresa a su antiguo estilo de vida (Os 3:1-3). El juicio justo de Dios sobre la mujer ha hecho su vida difícil.
Y, sin embargo, ¡ella vive! Y, más que eso, ¡ella produce vida! Un rayo de esperanza brilla en el versículo 20: «Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes». Esto muestra que Adán estaba escuchando al Señor y entendió la gracia que se les había conferido a ellos dos. Por sus acciones, Adán y Eva habían traído sobre ellos la muerte, pero el Señor intervino prometiéndoles vida. Adán no tenía derecho a engendrar un hijo y Eva no tenía derecho a concebir y dar a luz; sin embargo, juntos y bajo la bendición de Dios producirían una nueva vida. Eva tendría dolor y pesar en el proceso del embarazo, ¡pero tendría hijos! La humanidad no iba a terminar ahí y en ese momento. Una generación tras otra provendría de Eva hasta que, al fin, la Simiente prometida de la mujer naciera para hacer su obra de herir la cabeza de la serpiente.
La sanidad empieza
Al llegar la Simiente de la mujer, no solamente destruiría a Satanás, sino que también produciría perdón y sanidad para la mujer y el hombre, y para todos los que pertenecen a Él. En su nacimiento, Dios le asignó un nombre especial: «llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1:21). ¡Jesucristo rescata a las mujeres y hombres de la culpa y consecuencias del pecado porque Él cargó nuestra maldición por nosotros en la cruz! Todas las mujeres que confían en Jesús empezarán a experimentar la eliminación de su culpa y dolores en sus matrimonios, en sus embarazos y en toda la vida porque la maldición del pecado ha sido destruida y la renovación está por empezar. Las mujeres y hombres cristianos han sido llenados con el Espíritu de Cristo, y Cristo los lleva de regreso a las relaciones armoniosas del paraíso.
De eso escribe Pablo en Efesios 5:22: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor». Esto es precisamente lo contrario de «tu deseo será para tu marido» para gobernarlo. Y nota que esto es un mandamiento para la mujer casada, no para el esposo. El esposo tiene el mandamiento de amarla como Cristo ama a la iglesia, y eso lo mantendrá muy ocupado. Su tarea es hacer que la sumisión de ella sea fácil al ponerla antes de él y dirigir sacrificándose por ella, no para obligarla a someterse. A la esposa se le manda seguir voluntariamente el liderazgo de su esposo que imita el liderazgo de Cristo, ¡y ahora ella puede hacerlo! Y lo hará porque ella está siendo guiada por el Espíritu de Cristo para seguir la voluntad del Padre tal y como diseñó que fuera el matrimonio desde el principio.
La sumisión tiene sus límites; ningún esposo debe guiar a su esposa a pecar y, si lo hace, ella no sólo debe sino tiene que resistirse e incluso desobedecer como enseñan los apóstoles (Hch 5:29). Pero la esposa cristiana conocerá la felicidad y el gozo al aceptar la libertad que Cristo le da, y ama a su Señor al amar a su esposo de acuerdo con el diseño del Creador: sirviendo a su esposo como su gloriosa ayuda y siguiéndolo como la gloriosa cabeza de ella.
[1] La Biblia Christian Standard traduce: «sin embargo, él se enseñoreará de ti».
[2] Aquí la Biblia ESV en inglés traduce la misma conjunción hebrea como «pero», no «y». Es una decisión del traductor, dependiendo de cómo se entiende la oración en el contexto.