La historia sobre un pastor y una pandemia
Fuente: Clarion, Vol. 70, No. 1, enero del 2021
Traductor: Juan Flavio de Sousa
La ciudad llevaba meses convulsionada. La duquesa estaba fuera de sí por los reproches que recibía del intrépido pastor. Estaba a punto de ser despedido. Y entonces llegó la pandemia…. ¿Qué ocurrió?
Neuchâtel, ciudad reformada
Corría el año 1539 y la ciudad era Neuchâtel, una ciudad suiza al norte de Ginebra. Unos nueve años antes, en 1530, había optado por seguir el camino de la Reforma bajo el liderazgo de Guillermo Farel. Pronto, el ayuntamiento había establecido cuatro ministros al servicio de la población. Podría pensarse que en 1539 Neuchâtel había llegado a ser bastante reformada, pero el verdadero cambio lleva su tiempo, y la moral de la gente dejaba mucho que desear. Además, su reformador Farel había ido a Ginebra para asegurarla también para la Reforma. Había trabajado en Ginebra desde 1533 hasta abril de 1538, cuando él, Courault y Calvino fueron despedidos, no por ninguna falta suya, sino porque se negaron a administrar la Cena del Señor con la ciudad llena de tumultos y la gente negándose a jurar su confesión de fe. Los tres predicadores habían sido desterrados de Ginebra, por lo que Farel había regresado a Neuchâtel para retomar allí el ministerio.
Enfrentamiento con la nobleza
Pero ahora, después de sólo un año, Farel corría el riesgo de ser destituido también de Neuchâtel. La esposa del gobernador, la rica duquesa Jehanne de Rives, se quejaba de sus reprimendas y había escrito a los cuatro ministros pidiendo que Farel fuera sustituido. ¿Por qué? La segunda hija de la duquesa se había casado con un noble, había tenido dos hijos con él y luego lo había abandonado. Al parecer, vivía en casa de sus padres (se desconocen más detalles). Farel lo consideró inaceptable y comenzó a reprenderla en privado. Al cabo de unos meses, comenzó a predicar sobre la fidelidad en el matrimonio, sin mencionar nombres. En defensa de su hija, la duquesa incitó a una muchedumbre a reunirse frente al edificio de la iglesia después de uno de los sermones de Farel, gritando que era hora de que Farel se fuera.
Consejos de amigos
Farel pidió consejo a sus amigos. Calvino y Viret le aconsejaron que se mantuviera firme, mencionando a modo de comparación que la hija de Herodías había inducido perversamente a Herodes a decapitar a Juan el Bautista. También se refirieron al gobernador como un Judas, que estaba traicionando la causa del Señor. Pero había un jugador más en este juego: la poderosa ciudad de Berna. Técnicamente Farel era su misionero, y le aconsejaron que se fuera a otro lugar; Farel se negó. El biógrafo más detallado de Calvino escribe: «Berna no podía sino sentir cierto respeto por Farel, por este audaz misionero que había conquistado para la Reforma… casi toda la Romandía Suiza (una región de Suiza que hablaba francés), siempre en medio de grandes luchas, a menudo en peligro de su vida. Pero Berna estaba animada por un espíritu muy autoritario…».
Farel y sus amigos hicieron un llamado a todas las iglesias circundantes de la Romandía Suiza y recibieron apoyo. Las iglesias reconocieron que era importante que Farel estableciera algún tipo de disciplina, que la elevada moral y el buen orden eran esenciales para la Reforma, no fuera que la acusación católica romana de que la Reforma engendraba el desorden y la inmoralidad demostrara ser cierta.
¿Aceptar un llamado?
Las dificultades continuaron durante dos años, durante los cuales Farel no cesó de predicar ni de ejercer su labor pastoral. Las iglesias reformadas de la zona apoyaron a Farel, al igual que sus colegas. El 30 de agosto de 1541, la iglesia de Ginebra pidió a Farel que ayudara a Calvino en su regreso a Ginebra. Los oponentes de Farel en Neuchâtel aprovecharon la oportunidad para inducir a Farel a aceptar el llamado a Ginebra. Farel se negó en redondo a considerarlo, convencido de que los problemas de Neuchâtel eran un indicio de lo mucho que la ciudad necesitaba su predicación, ya fuera a un gran costo personal o no. Marcharse deshonraría el llamado que había recibido y la misma Palabra que había predicado. Representaría el triunfo de los papistas y la ruina de su ministerio. Sin embargo, ni siquiera este maravilloso compromiso de Farel acallaría a sus enemigos.
La pandemia golpea
Entonces llegó la pandemia. La plaga, la peste bubónica, en su segunda ola, mucho más mortal que el COVID-19. Una tasa de mortalidad del sesenta al noventa por ciento. A finales de octubre de 1541, esta plaga mortal entró en Neuchâtel. El mejor consejo era huir de la ciudad lo más rápido posible, esperar a que pasara y regresar lentamente. ¿Y los pastores? El consejo de la ciudad de Ginebra prohibió entonces a Calvino que visitara su hospital, con el fin de salvarle la vida. Esto no le sentó bien a su conciencia. Tres años antes, Farel había visitado a su propio sobrino, que estaba a uno o dos días de morir por la enfermedad; unos seis meses antes, dos buenos amigos de Farel habían muerto de peste. Estos hombres sabían lo mortal que era dicha plaga, pero también sentían que Dios los llamaba a consolar a los enfermos y moribundos.
Pastor fiel y amoroso
¿Qué hacer en Neuchâtel? ¿Qué haría un buen pastor que sigue a Cristo? Farel visitaba sin miedo a los enfermos y los consolaba. No excluyó en modo alguno a los que se le habían opuesto; quería que todos los que murieran lo hicieran en la fe, bien con Dios, en paz. El amor de Farel se hizo notar; unos meses más tarde, sus colegas reflexionarían: «Hasta ahora, por la gracia de Dios, la gente acudía con más fervor y en mayor número a escuchar la Palabra, no solamente por el sermón, sino porque este pastor visitaba tan atentamente a los enfermos todos los días y los consolaba de acuerdo con todo su deber y todo su amor. Es más, según el precepto de Cristo, si alguno había sido violento en su enemistad contra él, lo buscaba con grandísimo afecto, y se esforzaba en prestarle más de su servicio».
Consejos para visitar a los enfermos
Tales acciones de Farel estaban en consonancia con sus propios consejos para sus colegas pastores, contenidos en algunas instrucciones que dio para visitar a los enfermos. Éstas se añadieron a una colección de formularios litúrgicos, escritos a mano por primera vez en 1528 y publicados en 1533. Allí Farel escribió:
El que lleva la palabra de nuestro Señor… debe enseñar también de casa en casa y en todas partes, como hicieron Jesús y sus apóstoles, consolando a los afligidos y sobre todo a los enfermos. A ellos debe anunciarles la grandísima bondad y misericordia de Dios, demostrando que de Aquel que es la fuente de todo bien no puede venir sino el bien, y que Aquel que es todopoderoso es nuestro Padre siempre misericordioso. Debe mostrar que nuestro Padre está más atento a nosotros que cualquier padre o madre a su hijo, recordándoles que, aunque una madre olvide a su hijo ― ¡y eso que una madre alimenta al que mama, al que llevó en su seno! ― sin embargo, nuestro Padre no se olvidará de nosotros, convirtiéndolo todo en nuestro beneficio, enviándolo todo para nuestro provecho…
Por eso debemos someterle nuestro espíritu y creer firmemente que nos ama, y amándonos, nos castiga… que estamos tanto más en su gracia, mirando no a los que prosperan en este mundo con sus comodidades, sino a Jesús…
El verdadero evangelista debe trabajar fielmente en esto para atraer y llevar al pobre enfermo a nuestro Señor, exhortando a los siervos que están cerca del enfermo a consolarlo y exhortarlo en nuestro Señor. Y si el ministro tiene algo con que pueda ofrecer consuelo ―también corporal―, como pan, vino, frutas o cualquier otra cosa, no escatimará nada, mostrando a todos un verdadero ejemplo de amor. Visitará con frecuencia al enfermo para consolarlo y fortalecerlo tanto como sea posible con la palabra de nuestro Señor y, siempre que sea posible, ayudar también al pobre cuerpo afligido.
El pastor Farel confirmado en su cargo
El amor de Farel por su rebaño, incluso por sus adversarios, no pasó desapercibido. El 26 de noviembre de 1541, el Concilio de Neuchâtel decidió que «el dicho Farel debe permanecer y continuar siempre en su ministerio y oficio, tanto más cuanto que no podemos desconfiar de él ni quitar nada de su vida y doctrina, considerando también que él es el primero que nos trajo la verdad del Evangelio y, por medio de él, el Señor Dios nos mostró gran gracia y misericordia».[1]
No hace falta decir que hay que mostrar el amor de Cristo a todos los enfermos, especialmente en tiempos de crisis. El Señor puede utilizar estas situaciones para aumentar el hambre del Evangelio. Él nos dará más oportunidades para compartir el mensaje del Evangelio. Tomemos aliento del hecho de que la iglesia ha enfrentado pandemias mucho peores que la que enfrentamos hoy, y nuestro amoroso Padre celestial sostuvo a su pueblo y a sus pastores con las buenas nuevas de Jesucristo.
[1] Para consultar las fuentes de este artículo, véase Émile Doumergue, Jean Calvin: les hommes et les choses de son temp (Lausana: Bridel, 1902), 2:735–9; Comité Farel, Guillaume Farel: 1489– 1565, Biographie Nouvelle (Neuchâtel: Delachaux & Niestlé, 1930), 47–54; Jason Zuidema y Theodore G. Van Raalte, Early French Reform: Guillaume Farel’s Theology and Spirituality (Surrey, Inglaterra: Ashgate, 2011), 220–22.