El eslabón perdido de la liturgia reformada
Autor: Dr. K. Deddens
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Lo que sigue ha sido tomado con permiso, de Clarion Vol. 37, No. 15 16, 17, 18, y 19 (1988)
Cuna
Hace cuatro siglos y medio, Juan Calvino tuvo que dejar Ginebra e irse a Estrasburgo.
Lo que Calvino hizo en esa ciudad europea con respecto a la liturgia es muy importante. Sin duda el Dr. T. Brienen tenía razón cuando decía recientemente que Calvino ya en la primera edición de su Institución había esbozado un cierto orden para la adoración pública, especialmente para el servicio de la Palabra y de los sacramentos. Sin duda también es cierto que Calvino se mantuvo fiel a este primer borrador durante toda su vida. No obstante, por mi parte quisiera sostener que la cuna de la liturgia reformada no es ni Basilea (donde Calvino escribió su Institución), ni Ginebra (donde el reformador vivió largo tiempo), sino Estrasburgo, donde estuvo exiliado durante tres años. Allí Calvino cristalizó en gran medida un orden detallado que ya venía utilizando desde hacía varios años, con especial atención a lo que precede a la lectura y la predicación de la Palabra de Dios. Allí Calvino encontró también las condiciones para iniciar el Salterio en una versión metrificada, que fue culminado más tarde en Ginebra. Esto pareció ser de gran importancia para el culto reformado.
Predicación
En cuanto a la predicación, Calvino siguió la costumbre que se originó a principios del siglo XVI. En 1503, Johann Ulrich Surgant, de Basilea, escribió un manual para la predicación en el que abogaba por perfeccionar los cultos. Esta mejora debía comenzar por la predicación. Se dirigía especialmente a los jóvenes predicadores, los «principiantes». También describió la predicación tal como existía en sus días en algunas iglesias parroquiales en Basilea y en algunos pueblos de Alsacia. Esta predicación se hacía completamente en lengua alemana, en contraste con la parte en latín de la adoración en la misa.
También es importante que los Diez Mandamientos tuvieran un lugar en este servicio. No es que Surgant marcara el comienzo de la Reforma, ya que teológicamente no se desviaba de la doctrina romana de la Iglesia. Pero el libro de Surgant resultó ciertamente útil a la Reforma cuando esta intentó por primera vez crear un culto renovado. Leo Judae y Ulrico Zwinglio, por ejemplo, utilizaron el libro de Surgant en Zúrich. Lo mismo puede decirse de Estrasburgo y los cambios introducidos por Martin Bucero con respecto a la liturgia. Pero preeminente es el nombre de Theobald Schwartz, quien el 16 de febrero de 1524 (¡incluso antes que Martín Lutero!) leyó la misa en alemán en Estrasburgo. Algunos consideran esta la fecha del primer culto protestante. No solo el latín de la iglesia tuvo que dejar paso a la lengua del pueblo, sino que además la «comunión» debía distribuirse a los creyentes en ambos elementos, pan y vino.
Martin Bucero
Ese mismo año se publicó un libro escrito por Martin Bucero en el que daba cuenta de los cambios litúrgicos (él mismo los llamaba «renovaciones») que habían tenido lugar en Estrasburgo.
En el segundo capítulo, Bucero describe el culto público tal como se celebraba en Estrasburgo:
«Cuando la congregación se reúne el domingo, el ministro exhorta a la gente a confesar sus pecados y a orar pidiendo perdón; y en nombre de toda la congregación hace confesión a Dios, ora pidiendo perdón y pronuncia la absolución a los creyentes. A continuación, toda la congregación canta algunos salmos o himnos breves. Entonces, el ministro reza una breve oración, lee a la congregación un pasaje de los escritos de los apóstoles y, lo más brevemente posible, lo expone. A continuación, la congregación canta de nuevo, esta vez los Diez Mandamientos, o algo más. A continuación, el ministro lee el Evangelio y predica el sermón propiamente dicho. Terminado el sermón, la congregación canta los Artículos de nuestra Fe (es decir, el Credo de los Apóstoles metrificado); y el ministro ora por los Magistrados y por todos los hombres, y especialmente por la congregación allí presente, suplicando un aumento de fe, amor y gracia para mantener en reverencia el recuerdo de la muerte de Cristo. Luego exhorta a los que deseen celebrar la Cena del Señor con él a que lo hagan en memoria de Cristo, que mueran a sus pecados y lleven su cruz de buen grado, y que se fortalezcan en la fe para lo que ha de acontecer cuando contemplemos con corazones creyentes la gracia y bondad sin medida que Cristo nos ha mostrado, al ofrecer por nosotros a su Padre su vida y su sangre en la cruz». Después de esta exhortación, lee el Evangelio relativo a la Cena del Señor, tal como lo han descrito los tres Evangelistas y Pablo en 1Corintios 11. A continuación, el ministro distribuye entre ellos el pan y el cáliz (copa) del Señor, habiendo participado él también. Entonces la congregación canta de nuevo un himno de alabanza; y después el ministro cierra la Cena con una breve oración, bendice al pueblo y los deja ir en la paz del Señor. Esta es la manera y costumbre con la que ahora celebramos la Cena del Señor solo los domingos.
Apertura del culto
Ahora me referiré especialmente a la apertura del culto público del domingo por la mañana, tal como Calvino la conoció en Estrasburgo en 1538. Tenemos la siguiente descripción.
Cuando la congregación está reunida, entra el Pastor (Pfarrer), y se dirige a la Sagrada Mesa (Altartisch) tomando una posición tal que esté de frente a la gente, y para que todos puedan escuchar cada palabra, se mantiene erguido, y comienza la Adoración Común, usando aproximadamente las siguientes palabras; pues puede alargarlas o acortarlas según la oportunidad o el tiempo lo permitan.
1. El Confiteor – La Confesión
Confesad a Dios, el Señor, y que cada uno reconozca conmigo sus pecados y su iniquidad:
Dios todopoderoso, Padre eterno, reconocemos y te confesamos que fuimos concebidos en maldad y en toda nuestra vida estamos llenos de pecado y transgresión, ya que no hemos creído con agrado tu Palabra ni seguido tus santos mandamientos. Por tu bondad y por tu Nombre, ten piedad de nosotros, te suplicamos, y perdona nuestra iniquidad, que es muy grande.
2. La absolución o palabra consoladora: 1Timoteo 1
Esta es palabra fiel y digna de ser recibida por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
Que cada uno haga confesión en su corazón como San Pablo en verdad y crea en Cristo. Así, pues, en su Nombre, os perdono todos vuestros pecados y os declaro libres de ellos en la tierra, para que también lo seáis en el cielo y por toda la eternidad. Amén.
A veces toma otras Palabras que nos consuelan en el perdón de los pecados y en el rescate de nuestros pecados por Cristo, como San Juan 3:16, o 3:35-6, o Hechos 10:43, o Juan 2:1-2.
3. A continuación, la Iglesia comienza a cantar un salmo o himno en lugar del Introito; y a veces siguen el «Kyrie eleison(Señor, ten misericordia)» y el «Gloria in excelsis (Gloria en las alturas)».
4. Una vez hecho esto, el ministro (Diener) hace una breve plegaria pidiendo gracia y rectitud de espíritu, para que la Palabra de Dios y el Sermón que vienen a continuación puedan ser escuchados con provecho. El contenido de esta oración se basa en los deseos que debe tener un cristiano, y normalmente se extrae del Sermón que le sigue. Tomaré ahora una oración del tipo al que me refiero, que anteriormente he permitido que sea emitida.
El Señor esté con vosotros.
Oremos.
Padre todopoderoso y siempre misericordioso, puesto que toda nuestra salvación depende de que hayamos entendido verdaderamente tu santa Palabra, concédenos que nuestros corazones se liberen de las cosas mundanas, para que con toda diligencia y fe escuchemos y aprehendamos tu santa Palabra, a fin de que comprendamos rectamente tu misericordiosa voluntad y vivamos sinceramente de acuerdo con ella, para alabanza y gloria tuyas; por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
5. Entonces la Iglesia canta un Salmo o algún versículo, y el ministro (Diener) va al frente del presbiterio, y da lectura a uno de los Evangelios (Evangelisten), leyéndolo en orden, y seleccionando todo lo que quiere exponer en el Sermón.
Calvino en la congregación francesa
En la congregación francesa de refugiados de Estrasburgo, Calvino siguió el orden que Bucero empleó en la congregación alemana de Estrasburgo. Pero hay que decir que no imitó al pie de la letra lo que se había aceptado como costumbre en Estrasburgo.
El orden de la apertura de la adoración pública de la congregación de Calvino en Estrasburgo puede resumirse de la siguiente manera:
1. Frase de la Escritura con las palabras del Salmo 121:2.
2. Confesión de pecados.
3. Palabras bíblicas de perdón para confortar las conciencias, con la «absolución», las palabras de exculpación y perdón.
4. Canto por la congregación de la Constitución del Pacto de Dios (la alocución de Dios y la primera tabla de la Ley de Dios en una versión metrificada de Éxodo 20, cantada con «Kyrie eleison» después de cada mandamiento).
5. Breve oración.
6. Canto por la congregación de la segunda tabla de la Ley de Dios de la misma manera que se menciona en el punto 4.
7. Oración del ministro (ahora desde el púlpito), terminando con el Padrenuestro, como oración para la apertura de la Palabra de Dios.
Tras esta oración pidiendo la iluminación del Espíritu Santo, sigue la lectura de las Escrituras y la predicación de la Palabra de Dios.
Es notable que la confesión de los pecados (y la subsiguiente absolución) tenga lugar al comienzo mismo del culto. Calvino utilizó las siguientes palabras:
Dios y Padre todopoderoso y eterno, confesamos y reconocemos que, desgraciadamente, fuimos concebidos y nacimos en pecado, y que por eso somos propensos a todo mal y lentos para todo bien; que transgredimos sin cesar tus santos mandamientos y nos corrompemos cada vez más. Pero estamos arrepentidos de lo mismo, e imploramos tu gracia y ayuda. Por tanto, ten piedad de nosotros, Dios y Padre clementísimo y misericordioso, por tu Hijo nuestro Señor Jesucristo. Concédenos y acrecienta en nosotros tu Santo Espíritu, para que reconozcamos nuestro pecado e injusticia desde el fondo de nuestros corazones, alcancemos verdadero arrepentimiento y aflicción por ellos, muramos a ellos enteramente, y te complazcamos enteramente por una nueva vida piadosa. Amén.
Las palabras de absolución que siguen a las palabras bíblicas de perdón son las siguientes: «Confiese cada uno de ustedes que es realmente un pecador que debe humillarse ante Dios. Debe creer que el Padre celestial tendrá misericordia de él en Jesucristo. A todos los que se arrepienten y buscan a Jesucristo para su salvación, les pronuncio el perdón en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».
En realidad, solo hay unas pocas diferencias entre el orden litúrgico de Martin Bucero en la congregación alemana de Estrasburgo y el que Calvino empleó en la congregación francesa de la misma ciudad.
La principal diferencia se encuentra al principio del servicio.
Bucero empezaba enseguida con una confesión de los pecados, mientras que Calvino la precedía con las palabras del Salmo 124 (algunos dicen que era el Salmo 121:2). Otra diferencia se refiere a la Constitución del Pacto de Dios, que Calvino hacía cantar a la congregación en lugar de un salmo o un himno a veces relacionado por Bucero con el «Kyrie eleison», y siempre utilizado por Calvino después de cada mandamiento).
Común
Calvino opinaba que este orden de la adoración pública era muy importante. En su Institución (III,4,11) muestra la razón de esta confesión de pecados tan común al principio del servicio:
Puesto que en toda asamblea sagrada estamos a la vista de Dios y de los ángeles, ¿de qué otra manera debe comenzar nuestro culto sino reconociendo nuestra propia indignidad? Pero diréis que esto se hace en todas las oraciones, puesto que todas las veces que pedimos perdón, confesamos nuestros pecados. Lo admito. Pero si consideras cuán grande es nuestro descuido, pereza o apatía, me concederás que sería una ordenanza saludable si el pueblo cristiano se ejercitara en la humillación mediante algún método formal de confesión. Porque, aunque la ceremonia que el Señor ordenó a los israelitas pertenecía a la tutela de la Ley, la cuestión en sí nos pertenece en cierto sentido también a nosotros. Y, de hecho, en todas las iglesias bien ordenadas, en cumplimiento de una práctica útil, el ministro, cada día del Señor, prepara una fórmula de confesión en su propio nombre y en el del pueblo, en la que hace una confesión común de iniquidad, y suplica el perdón del Señor. En resumen, con esta llave se abre una puerta de oración privada para cada uno y pública para todos.
A este respecto, Calvino también señala el ejemplo de la Sagrada Escritura. No solo personalmente, sino también en conjunto, en comunión, ha de hacerse la confesión de la culpa y del pecado:
De esta última descripción tenemos un ejemplo en la solemne confesión que todo el pueblo hizo bajo la autoridad y guía de Esdras y Nehemías (Nehemías 1:6-7). Puesto que su largo cautiverio, la destrucción del templo y la supresión de su religión habían sido el castigo común de su deserción, no podían reconocer la bendición de la liberación sin una confesión previa de su culpa. Y no importa que en una asamblea ocurra a veces que unos pocos sean inocentes, puesto que los miembros de un cuerpo lánguido y enfermizo no pueden presumir de solidez. Es más, es apenas posible que estos pocos no hayan contraído alguna mancha, y por lo tanto tengan parte de la culpa.
En este sentido, Calvino se consideraba en la línea de los padres de la Iglesia. Por ejemplo, Crisóstomo había afirmado en un sermón sobre el evangelio de Mateo en el año 390 d.C. que las primeras oraciones en el culto público debían pedir siempre el perdón de los pecados y apelar a la misericordia de Dios.
Calvino opinaba que también el perdón común de los pecados era muy importante (Institución, IV, 1, 20 ss.):
Nuestra primera admisión en la Iglesia y en el reino de Dios es por el perdón de los pecados, sin el cual no tenemos pacto ni unión con Dios. Porque así habla por el Profeta: «En aquel tiempo haré para ti pacto con las bestias del campo, con las aves del cielo y con las serpientes de la tierra; y quitaré de la tierra arco y espada y guerra, y te haré dormir segura. Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia» (Oseas 2:18-19). Vemos de qué manera el Señor nos reconcilia consigo mismo por su misericordia. Así en otro pasaje, donde predice que el pueblo que había dispersado con ira volverá a reunirse, «Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí» (Jeremías 33:8). Por lo tanto, nuestra iniciación en la comunión de la Iglesia es por el símbolo de la ablución, para enseñarnos que no tenemos admisión en la familia de Dios, a menos que por Su bondad nuestras impurezas sean previamente lavadas.
No solo por la remisión de los pecados nos elige y admite el Señor una vez para siempre en la Iglesia, sino que por el mismo medio nos conserva y defiende en ella. Porque ¿de qué nos serviría recibir un perdón del que después no tuviéramos utilidad? De que la misericordia del Señor sería vana y engañosa si solo se concediera una vez, pueden dar testimonio todos los piadosos; porque no hay nadie que no sea consciente, durante toda su vida, de muchas enfermedades que necesitan de la misericordia divina. Y, en verdad, no es gratuito que el Señor prometa este don especialmente a los suyos, ni en vano ordena que se les comunique diariamente el mismo mensaje de reconciliación. Por tanto, como durante toda nuestra vida llevamos con nosotros los restos del pecado, no podríamos continuar en la Iglesia ni un solo momento si no nos sostuviera la gracia ininterrumpida de Dios en el perdón de nuestros pecados».
¡De vuelta a la Iglesia primitiva!
¿Se vinculó Calvino a las costumbres litúrgicas de la Baja Edad Media y a la situación de Estrasburgo por conveniencia o porque él mismo no era muy ingenioso?
Ni lo uno ni lo otro. Ya hemos visto que Calvino quería basarse conscientemente en la Sagrada Escritura. Además, también insistió mucho en la relación con la Iglesia antigua (L’église ancienne). Especialmente cuando se trataba de cuestiones litúrgicas, se remitía a las costumbres de la Iglesia del Nuevo Testamento y del primer período después de Pentecostés. Con frecuencia citaba a los padres apostólicos y a los padres de la Iglesia para enfatizar sus argumentos.
También debe decirse que Calvino no pretendía en absoluto una multitud de formas en la adoración. Pero había que retomar lo que se había revelado significativo en épocas anteriores, especialmente en la Iglesia naciente.
En cuanto a la primera parte del culto, que ahora nos ocupa, quiero investigar por qué Calvino subrayó la importancia de:
1. La confesión de pecados.
2. Perdón de pecados.
3. Las palabras del pacto de Dios.
4. El «Kyrie-eleison» (Señor, ten misericordia).
La confesión de pecados
Ya hemos descubierto que Calvino subrayaba la importancia de la culpa común, énfasis que basaba en la Biblia.
Evidentemente, también había que confesar la culpa personal, pero no se trata de una confesión auricular sacramental ante el sacerdote. Calvino citó aquí Santiago 5:16, de cuyo texto aprendemos que tenemos que confesar nuestros pecados unos a otros y que tenemos que orar pidiendo perdón de los pecados.
En el Nuevo Testamento encontramos más de una vez indicios de la necesidad de la confesión de los pecados y de la petición de su perdón. Pero también está claro que la Iglesia cristiana se dio cuenta de ello desde el principio.
En la primera carta de Clemente a la iglesia de Corinto (fechada antes de finales del siglo I) encontramos esta oración: «Oh misericordioso y compasivo, perdona nuestras iniquidades, injusticias, transgresiones y faltas. No tengas en cuenta todos los pecados de tus siervos y siervas, sino límpianos con la purificación de tu verdad, y guía nuestros pasos…» Estamos de acuerdo con los comentarios de A.B. Macdonald, quien señala que la referencia a hombres y mujeres («siervos y siervas») es uno de los indicios más claros de que la oración de Clemente tuvo su origen en el culto público de la comunidad.
Extraigo un segundo ejemplo de la Didaché («Enseñanza de los Doce Apóstoles»), probablemente escrita también a finales del siglo I, o bien no mucho después.
Leemos en ese libro dos afirmaciones que son importantes: «En la iglesia, confiesa tus transgresiones, y no vayas a la oración con mala conciencia. Este es el camino de la Vida» (IV, 14), y: «Cuando os reunáis cada día del Señor, partid el pan y dad gracias. Pero antes confesad vuestras transgresiones para que vuestro sacrificio sea puro» (XIV,1).
Más tarde, esta confesión de los pecados se limitó al sacerdote personalmente en el Confiteor: «Te suplicamos, Señor, que alejes de nosotros nuestros pecados, para que seamos dignos de entrar en el lugar santísimo con la conciencia pura».
Se trataba de los preparativos personales del sacerdote antes de celebrar la misa. «El sacerdote no debía comenzar su trabajo antes de haber confesado personalmente su indignidad y pecaminosidad…» (Van Rongen). Pero eso debía hacerse justo antes de la misa.
Bucero dijo en Estrasburgo: No, antes que nada, debe haber confesión de los pecados; y Calvino estuvo de acuerdo. Además, ambos opinaban que se trataba de un asunto que concernía a toda la congregación. Antes de que se administrara la Palabra de Dios, y antes de que el ministro subiera al púlpito, se confesaban los pecados en nombre de toda la congregación.
El perdón de los pecados
La confesión y el perdón de los pecados están estrechamente relacionados. Por ello, el perdón de los pecados es un elemento de la liturgia que Calvino colocaba inmediatamente después de la confesión de los mismos. Precedía a las palabras de absolución con una palabra de consuelo extraída de la Sagrada Escritura. En la congregación de Bucero, el servicio comenzaba con la confesión de los pecados, tras la cual se citaba la palabra de absolución de 1Timoteo 1:15, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
También podía citarse otra palabra de consuelo del Nuevo Testamento, por ejemplo, Juan 3:16, Juan 3:35-36, Hechos 10:43, o 1Juan 2:1-2.
Evidentemente, la absolución no tenía nada que ver con la absolución sacramental de Roma, ni mucho menos con la mediación de los santos o cualquier forma de indulgencia. Era una palabra de consuelo por el hecho de que Dios es un Dios bueno y perdonador, que tras la confesión de los pecados no toma en cuenta la transgresión.
Las Palabras del Pacto de Dios
Tras la palabra de consuelo procedente de las Sagradas Escrituras y el perdón de los pecados, Calvino prosiguió con el canto del Decálogo por parte de la congregación. Este canto de la Ley de Dios se hacía «para que la congregación tomara conciencia de que era su deber caminar en santidad ante Dios, agradecidos por el perdón de los pecados» (Kruijf).
Esta versión en rima del Decálogo procede del propio Calvino. Las palabras iniciales del Decálogo eran, en opinión de Calvino, no solo una especie de introducción, sino la promesa de Jehová Dios en la alianza con su pueblo: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre».
H. Hasper escribe correctamente: «Éxodo 20:2 no es una ‘introducción’ en el sentido de las estrofas introductorias de las versiones rimadas. Éxodo 20:2 es el punto principal: La obra de amor de Dios, la acción de Dios. Después debe seguir la obra de amor del hombre, su reacción».
A la luz del perdón y la absolución de los pecados y también a la luz de la promesa de Dios de que sacará a su pueblo en Cristo de la casa de servidumbre de los pecados, su pueblo tiene que vivir conforme con las obligaciones del pacto de Dios. En relación con esto, lo que también es destacable es la última estrofa de Calvino, que no se deriva directamente de Éxodo 20:
Dieu, qui de toute sainctete,
contiens seul la vertu en toy,
a la Justice de to Loy,
vueilles noz meurs conformer.
(Oh Dios, único en quien está el poder de toda santidad,
haz que nuestro comportamiento sea conforme a la justicia de tu ley).
Calvino siguió aquí la versión de Lutero de “Dies sind die heilgen zehn Gebot” (N. del T. «Estos son los santos Diez Mandamientos»).
Sin embargo, Lutero añadió a su versión en rima una estrofa del Nuevo Testamento, en la que se invocaba la ayuda del mediador Jesucristo.
¿Inventaron los reformadores la práctica de recitar las Palabras del Pacto de Dios? No, en realidad esta costumbre es mucho más antigua.
Piensa en los sacerdotes sirviendo en el templo, que tenían que inculcar la ley de Dios al pueblo del pacto de Dios.
Piense en la lectura de toda la Torá en la sinagoga. Hay indicios de que la ley desempeñaba un papel en la liturgia de la Iglesia primitiva. A este respecto cito a E.F. Kruijf: «…cuando habían aparecido los gnósticos, que hablaban más de la confianza en Dios que del temor ante Dios, algunos opinaban que la ley debía colocarse más en primer plano; e incluso antes de que se encuentren rastros de la lectura de la ley en los servicios, parece que algunos la habían sembrado en los corazones de jóvenes y ancianos». Kruijf se refiere entonces a las Constituciones Apostólicas del siglo IV, que en parte se remontan al siglo II.
También más tarde, a finales de la Edad Media, la lectura de la ley, o el canto de la misma, se utilizaba en algunas iglesias.
En el caso de Calvino, la lectura de la ley sustituyó más o menos al «Gran Gloria», que se utilizó durante muchos siglos después del «Introitus» y que derivaba del canto de los ángeles en Lucas 2: «Gloria a Dios…». Ese Gloria presentaba el carácter de agradecimiento a Dios, por haber enviado a su Hijo al mundo. De ahí que llame la atención que en el caso de Calvino el canto del Decálogo se situara en el marco del agradecimiento, tras el perdón de los pecados.
Más tarde se insistió mucho más en la Ley como fuente del conocimiento de la miseria, pero para Calvino su función en la adoración era otra. Algo de esto se conserva en la última parte de la estrofa 9 del himno 7 del «Libro de Alabanzas»:
Para que, liberados de todo mal
vivamos agradecidos a Ti.
El «Kyrie-eleison»
Como hemos visto, Calvino hizo cantar el «Kyrie-eleison» después de cada estrofa del Decálogo. Hacía una breve oración después del canto de la primera tabla de la Ley y doce veces el pueblo cantaba «Señor, ten misericordia».
Vemos que Calvino está de nuevo en sintonía con Lutero, que también relacionaba el «Kyrie» con el canto de la Ley.
El «Kyrie-eleison» era bien conocido como estribillo de un antiguo canto navideño, que también data del siglo de la Reforma. Este himno se remonta a una antigua canción alemana del siglo XI: «Nusis uns willekomen, herro Christ, du unser aller herro bist» (N. del T. «Bienvenido a nosotros, señor Cristo, eres el señor de todos nosotros»).
En el lenguaje popular, el «Kyrie-eleison» era bien conocida en tiempos de Lutero y Calvino. Pero su historia es mucho más antigua.
En los años 381-384 la monja Egeria vino del norte de España o del sur de Francia y se quedó en Jerusalén. Allí asistió a muchos servicios religiosos cuando Cirilo era obispo de Jerusalén. En el relato de sus viajes habla de estos cultos. En el servicio diario de las cuatro de la tarde, el obispo se levantaba y uno de los diáconos oraba. Entonces, «muchos niños pequeños que estaban alrededor respondían siempre: Kyrie eleison, que significa: ‘Señor, ten misericordia’». Egeria cuenta que este canto se repetía a menudo en la liturgia de Jerusalén.
Desde Oriente, este «Kyrie–eleison» fue llevado a Occidente, y las palabras griegas se mantuvieron durante mucho tiempo.
A menudo el «Kyrie-eleis» se turnaba con el «Christe-eleis».
No es imposible que el estadista Plinio en su conocida carta al emperador Trajano a principios del siglo II aludiera a este «Christe-eleis» y «Kyrie-eleis» cuando escribió que los cristianos en la oración invocaban a Cristo como un Dios. Definitivamente, este mismo «Kyrie-eleison» lo encontramos en Egipto coincidiendo con la oración de la mañana, mientras los rostros de la gente se volvían hacia Oriente, hacia el sol naciente.
También hay que tener en cuenta que el «Kyrie-eleison» se utiliza más de una vez en el Nuevo Testamento (cf. ej. Mateo 15:22-25; 20:30-31), pero también en la traducción griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta (cf. ej. Salmo 6:3; 9:14; 31:10; 41:5 y 11; 56:2; 86:3, e Isaías 33:2). En las Constituciones Apostólicas se dice que este «Kyrie» debía ser la respuesta en la oración de los diáconos. Ya en los primeros tiempos tanto el «Kyrie» como el «Gloria» eran himnos que recibían su lugar al comienzo del culto. Es propio de Calvino no abolir estos himnos, sino colocarlos en su liturgia. El canto de la Ley de Dios como norma de agradecimiento ocupó el lugar del «Gloria», mientras que su estribillo se convirtió en el «Kyrie». También hay que mencionar que este no tenía el carácter de una confesión de pecados (eso ya se había hecho), sino el carácter de una petición de ayuda, para vivir de acuerdo con las obligaciones del pacto de Dios.
Continuación del servicio
La primera parte del servicio del domingo por la mañana en Estrasburgo se cerraba con el «Kyrie eleison» final tras la última estrofa de la versión rimada de Calvino de la Ley de Dios. Hasta ese momento, Calvino permanecía de pie todo el tiempo en la mesa frente al púlpito. Esta primera parte del servicio se situaba en el marco de la humildad y el agradecimiento. Una vez concluida esta primera parte, lo siguiente era abrir la Palabra de Dios. Para ello, el ministro subía al púlpito. Antes de que tuviera lugar la lectura (o lecturas) de la Sagrada Escritura, se hacía primero la oración por la apertura de la Palabra de Dios y también la oración pidiendo la iluminación del Espíritu Santo. Inmediatamente después de la lectura, seguía la predicación. Los otros elementos del servicio (también el servicio de los sacramentos) tenían su lugar después del sermón.
A estos otros elementos pertenecían el canto de los salmos, las intercesiones, la colecta y, finalmente, la bendición. En el caso de que hubiera la administración del Santo Bautismo y/o la celebración de la Cena del Señor, también se colocaban después del sermón.
Obviamente, respetando las tradiciones de la Iglesia, sin caer en el formalismo, Calvino tenía un orden cuidadosamente considerado respecto a la primera parte del servicio.
Calvino declaró que no estaba en contra de las formas, pero enfatizó que era necesario captar la esencia de las mismas. ¡Hay que estar muy conscientes de lo que está sucediendo en el culto!
De regreso a Ginebra
Calvino fue llamado a regresar a Ginebra y finalmente accedió a la urgente petición. Pero nunca pudo lograr completamente en Ginebra lo que se había propuesto y parecía haber logrado en Estrasburgo.
Cuando Calvino regresó a Ginebra en el año 1541, se encontró con la liturgia de Farel, que ya estaba en uso cuando él había abandonado la ciudad tres años antes.
Se trataba de una liturgia sin cantos congregacionales y con una celebración poco frecuente de la Cena del Señor. Había similitudes entre esta liturgia y la de Zwinglio, pero no tanto con la de Bucero y Calvino en Estrasburgo. Calvino hizo todo lo posible por cambiar esta liturgia y en parte lo consiguió. Un punto muy importante para él era el canto por parte de la congregación. De hecho, todo el Salterio fue terminado en 1562, dos años antes de la muerte de Calvino. Pero no consiguió que se celebrara más frecuentemente la Cena del Señor, lo que apenó a Calvino. El reformador estaba preocupado por el hecho de que ni siquiera parecía posible una celebración mensual. Una vez escribió sobre ese hecho: «Mencioné en los anuncios públicos que nuestra costumbre es anormal para que nuestra descendencia se sintiera más libre de mejorarla». Pero esa descendencia no la cambió mucho.
Al año siguiente del regreso de Calvino a Ginebra, se publicó un importante libro de Calvino sobre liturgia; en él ya mencionaba en el título que le gustaría volver a la costumbre de la Iglesia primitiva. Pretendía continuar lo que ya había escrito antes en su Institución, y en lo que había trabajado en Estrasburgo. Pero en algunos puntos tuvo que ceder, también en lo referente a la primera parte del servicio del domingo por la mañana. (Calvino no dio un orden específico para el culto del domingo por la tarde.) En consecuencia, había cinco formas en las que se diferenciaba del orden de Estrasburgo:
1. La omisión de las palabras de consuelo extraídas de la Sagrada Escritura después de la confesión de pecados.
2. La omisión de las palabras de «absolución».
3. El cambio de la versión en rima de la Ley a la lectura de esta.
4. La omisión del canto del «Kyrie-eleison» después de las estrofas individuales de la versión rimada de la ley.
5. El cambio de la posición de pie detrás de la mesa en la primera parte del servicio: desde el principio el servicio se dirigía desde el púlpito.
Algunos consideraban estas cosas como «novedades». Pero no todos y cada uno de los puntos tenían el mismo peso para Calvino. Por ejemplo, la omisión de las palabras de consuelo extraídas de la Escritura después de la confesión de los pecados, y también la «absolución» que realmente quiso introducir en Ginebra, y de hecho, más tarde aconsejó su introducción también en otras partes. Más tarde, Calvino respondió a una pregunta sobre la liturgia de la siguiente manera: «Añadir a la confesión pública de los pecados una promesa, que exhorte a los pecadores a la esperanza del perdón y de la reconciliación. No habrá nadie que no reconozca que esto sería muy útil. Quise introducir este uso desde el principio; pero como algunos temían su novedad, estuve dispuesto a suprimirlo. Por lo tanto, este asunto se omite. No sería oportuno cambiar las cosas ahora.
Porque muchos están ocupados levantándose (de la oración de rodillas, K.D.) antes de que otros hayan llegado al final de la confesión de los pecados. Pero mayor aún es nuestro deseo de acostumbrar a la gente a estas dos cosas, porque todavía no están obligados a nada».
Sí se mantuvo la confesión de pecados, pero no las palabras de consuelo posteriores. Calvino introdujo la confesión de pecados en Ginebra con estas palabras: «Hermanos, que cada uno de nosotros se ponga ante el Señor con confesión de sus pecados y deudas y diga conmigo estas palabras en su corazón».
Las congregaciones de refugiados
¿Era este el fin de los elementos que se habían omitido desde el inicio del culto dominical matutino? Volvamos por un momento a Londres, Inglaterra, donde Martin Micron había huido en 1549, siete años después de la publicación del libro litúrgico de Calvino en Ginebra. En 1554, solo un año después de que tuviera que abandonar Londres de nuevo, escribió su «Christlicke Ordinancien» («Ordenanzas cristianas»), del que aprendemos el orden del culto de la congregación de los refugiados en Londres. La primera parte de este servicio era solo una exhortación a la oración que terminaba con el Padre Nuestro y el canto de un salmo.
Después del sermón seguía la lectura de la Ley, la exhortación a la confesión de los pecados, una oración en la que se expresaba esta confesión y la proclamación del «desatar y atar los pecados».
Varias cosas son dignas de mención. En primer lugar, casi toda la primera parte del servicio se situaba en una fase más avanzada del servicio, es decir, después del sermón. Además, la confesión de los pecados se colocaba después de la lectura de la Ley, y esta se consideraba, al parecer, como la fuente del conocimiento de la miseria. La exhortación a la confesión de pecados estaba redactada de esta manera: «Vemos en esta Ley divina, como en un espejo, cuánto y de cuántas maneras hemos indignado a Dios con nuestras transgresiones; por tanto, deseemos ahora de todo corazón que Él las perdone, diciendo: …». (sigue una oración con confesión de los pecados).
Lo nuevo es la «atadura de los pecados», la llamada fórmula de retención, dirigida a quienes no se arrepienten de sus pecados:
«…Les proclamo por la Palabra de Dios que todos sus pecados están atados en el cielo y no son desatados hasta que se arrepientan».
Así que el perdón de los pecados volvió, pero en un lugar totalmente diferente que en la liturgia empleada en Estrasburgo por Calvino. Aquí también debe mencionarse el nombre de Vallérand Poullain, que sirvió a la congregación de refugiados franceses en Estrasburgo después de Calvino y que partió a Inglaterra en 1547, donde en 1551 recibió la función de superintendente de la congregación de refugiados de habla francesa en Glastonbury.
En ese año se publicó su «Liturgia Sacra». En este libro encontramos la «Liturgia diei dominici» (el orden del domingo), que contiene (en lo que se refiere a la primera parte):
1. Canto: primera parte del canto de los Diez Mandamientos.
2. Confessio peccatorum (confesión de pecados).
3. Absolutio (fórmula del perdón).
4. Canto: segunda parte del canto de los Diez Mandamientos.
5. Breve oración.
6. Canto: última estrofa del canto de los Diez Mandamientos.
Luego seguía la lectura de las Escrituras y la predicación.
Cuando «María la Sanguinaria» inició su reinado, Poullain, Micron y muchos otros tuvieron que huir al continente. Poullain continuó su labor en Fráncfort y estableció la vida eclesiástica del mismo modo que en Inglaterra.
Otros países
Al mismo tiempo, John Knox era ministro de la congregación de refugiados ingleses de Frankfurt. Un año más tarde se convirtió en ministro de la congregación de refugiados ingleses en Ginebra y conoció a Calvino. Al año siguiente publicó en Ginebra su libro litúrgico «The Forme of Prayers and Administration of the Sacraments» («La Forma de las oraciones y administración de los sacramentos»), etc., utilizado en la Congregación Inglesa de Ginebra y aprobado por el famoso y piadoso erudito Juan Calvino.
Knox inició el servicio de la siguiente manera:
1. Confesión de pecados.
2. Oración por el perdón.
3. Canto de un salmo rimado.
Luego seguía la oración por la iluminación, la lectura de las Escrituras y la predicación. De nuevo se aprecia la influencia de Calvino: el servicio comenzaba con la humillación, seguida de la oración por el perdón y el canto de un salmo que tiene que ver con el perdón. Solo después del sermón seguían las intercesiones, el Credo de los Apóstoles y la celebración de la Cena del Señor.
Esta liturgia se mantuvo en Escocia.
En cuanto a las iglesias reformadas húngaras, nos permitimos señalar que se mantuvo la tradición de que, durante el canto de los salmos de humillación, confesión de los pecados y perdón de los pecados (¡con las melodías ginebrinas!), el ministro se sentaba debajo del púlpito. Después de esa primera parte del servicio, subía al púlpito, tal como también lo hacía Calvino en su congregación francesa de Estrasburgo.
Es de destacar que no siempre fueron los mismos elementos y en el mismo orden los que entraron en las liturgias reformadas de diversos países, pero está claro que la liturgia de Calvino ejerció una gran influencia. También está claro que no solo en Estrasburgo, sino también en varios otros lugares, se logró lo que Calvino no pudo realizar en Ginebra.
Dateno en Frankenthal y en los Países Bajos
Un vínculo claro con Calvino lo encontramos en Frankenthal, en la congregación de refugiados holandeses del Palatinado.
En 1562, Pedro Dateno se convirtió en ministro de esta congregación. Había estado en Londres, pero en 1553 también había huido. En 1555 se había convertido en ministro de la congregación flamenca de Frankfurt, donde había conocido a Calvino.
En Frankenthal hizo primero una traducción del Catecismo de Heidelberg, y después una versión de los Salmos rimados de Marot y Beza. En 1566 se publicó el Libro de alabanzas de Dateno. Dateno era en su último año ministro de la congregación de refugiados de Frankenthal. El inicio del servicio de alabanza de Dateno puede reconstruirse de la siguiente manera: Dateno comenzaba con una oración, y tras el canto (o lectura) de la Ley se hacía una exhortación a la penitencia y a la fe en las promesas de Dios. Luego seguían palabras de exhortación y consuelo, retención y declaración de gracia. Después del sermón seguía la confesión de los pecados y las intercesiones. Cabe destacar que aquí se encuentran varios elementos del inicio del servicio de Calvino. Pero desaparece el elemento de Gloria (la Ley como regla de agradecimiento), y se añade una confesión de los pecados después del sermón.
En el primer sínodo de los Países Bajos, en Dordrecht en el año de 1574, se abandonó el tema de la confesión de los pecados, las palabras de consuelo extraídas de las Escrituras, la absolución y la fórmula de retención.
Gaspar van der Heyden fue quien presidió y recibió el encargo de redactar una oración más breve para después del sermón. Van der Heyden también diseñó una nueva liturgia en 1580, en la que la retención y la declaración de gracia faltaban por completo.
En el Sínodo de Dordrecht de 1578 presidió Pedro Dateno, pero su colega Gaspar van der Heyden volvió a ocupar la presidencia en el Sínodo de Middelburg de 1581.
Este sínodo tomó una importante decisión sobre la retención y la declaración de la gracia. Los delegados de Gelderland habían puesto sobre la mesa la cuestión de si sería bueno o no, después del sermón, proclamar a los convertidos el perdón de los pecados y a los incrédulos la atadura de los pecados.
Pero el sínodo opinó que, dado que el atar y desatar los pecados se proclamaba suficientemente en la predicación de la Palabra de Dios, no era necesario introducir una forma separada. De hecho, la primera parte del servicio sería ahora así: Lectura de la Escritura, Canto de un Salmo, Voto y Oración antes del sermón.
Algunos han dicho que el Sínodo de 1574, y especialmente el Sínodo de 1581 (ambos presididos por Gaspar van der Heyden) estropearon el hermoso comienzo de la liturgia de Calvino.
No después del sermón
Al parecer, a algunos les impresionó el argumento del Sínodo de Middelburg de 1581 de que la atadura y desatadura de los pecados se hace suficientemente en la predicación de la Palabra de Dios. Esto fue apoyado por el Día del Señor 31 del Catecismo de Heidelberg, que confiesa que la llave de la predicación de la Palabra de Dios abre y cierra el Reino de Dios. Una fórmula especial después de la predicación de la Palabra de Dios parecía superflua: una especie de pequeño sermón después del sermón.
Sin duda, hay algo de verdad en ello. Pero hay que tener en cuenta una pregunta que se puso sobre la mesa del Sínodo de 1581. Los delegados de Gelderland preguntaron por una fórmula después del sermón. Se trataría de una especie de apéndice que nunca antes había tenido una función en la adoración. Lo que Calvino hizo en Estrasburgo fue diferente. Mantuvo el Confiteor, la Absolución, el «Gloria» y el «Kyrie», pero en el sentido bíblico y como un hermoso conjunto: ese humilde inicio del culto con la confesión de los pecados, el consuelo de la Escritura, la absolución de Dios, sus palabras del pacto en promesa y obligación, y la petición de vivir según la voluntad de Dios.
A continuación, se oraba por la apertura de la Palabra de Dios y luego seguía la lectura de las Escrituras y la predicación. Mucho más tarde se intentó de nuevo insertar la «absolución» en la primera parte del culto del domingo por la mañana.
Los delegados, nombrados por el Sínodo de Leeuwarden de 1920 para estudiar el orden de la liturgia, pusieron sobre la mesa del Sínodo de 1923 un informe en el que abogaban por la reintroducción de la declaración del perdón de los pecados. Esta comenzaría entonces con las palabras: «El ministro habla a todos los que se arrepienten sinceramente de sus pecados y se refugian en el único Salvador Jesucristo, declarando el perdón de los pecados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén». Pero esta propuesta no fue adoptada por el Sínodo de Utrecht.
Diez años más tarde, cuando el Sínodo de Midelburgo (¡!) volvió a tratar todo el asunto de la liturgia, se mantuvo el status quo tal como se había desarrollado a lo largo del tiempo en las iglesias.
Tras la liberación de los Países Bajos en 1944, el Sínodo de Kampen de 1975 volvió a ocuparse del orden del culto.
Este sínodo retomó gran parte del orden de la liturgia de Calvino para el domingo por la mañana. Desgraciadamente, no se retomó toda la liturgia de Estrasburgo.
El Sínodo de las Iglesias Reformadas Canadienses en Cloverdale en el año 1983 siguió a las iglesias hermanas de los Países Bajos recomendando a las iglesias este segundo orden de liturgia. Pero junto con A. Kuyper, G. van Dooren, G. van Rongen y otros yo quisiera abogar por la reintroducción del hermoso comienzo de la liturgia de Calvino en Estrasburgo, que ahora es un eslabón perdido en la liturgia reformada. Estoy de acuerdo con la reciente observación de C. Trimp de que hay espacio para un tercer orden de liturgia. Podría hacerse a la manera de la congregación de Blue Bell, donde se mantiene especialmente la confesión de los pecados y la absolución.
¿Repetición?
¿Es cierto que una palabra de consuelo a partir de las Escrituras después de la confesión de los pecados, junto con una palabra de absolución y perdón sería una repetición innecesaria porque ya se hace en el sermón? La respuesta es no. En primer lugar, hay otros elementos en la liturgia que tienen lugar más de una vez. Me refiero al servicio de alabanza. El canto de la congregación no se limita a una sola selección, sino que se repite (¡afortunadamente!) varias veces en la liturgia.
Tampoco la oración se limita a una sola oración.
En segundo lugar: en el Formulario para la celebración de la Cena del Señor tenemos la invitación tradicional y la abstención. Lo mismo ocurre en el Formulario abreviado para la celebración de la Cena del Señor. Allí la fórmula de invitación es: «Todos los que por la gracia de Dios se arrepienten de sus pecados, deseando luchar contra su incredulidad y vivir según los mandamientos de Dios, serán ciertamente recibidos por Dios en la mesa de su Hijo Jesucristo. Pueden estar plenamente seguros de que ningún pecado o debilidad que aún permanezca en ellos contra su voluntad impedirá a Dios aceptarlos en gracia y concederles este alimento y bebida celestiales».
Luego sigue la fórmula de abstención (en el Formulario llamado «la admonición»): «Pero a todos los que no se duelen verdaderamente de sus pecados y no se arrepienten de ellos, les declaramos que no tienen parte en el reino de Dios. Les amonestamos a que se abstengan de la santa cena; de lo contrario, su juicio será más severo».
Calvino estimaba mucho esta fórmula de abstención y la colocaba al principio del servicio.
Se argumenta que la invitación y la abstención son válidas aquí en el contexto del autoexamen con vistas a la celebración o a la abstinencia de la Santa Cena. Pero yo pregunto: ¿se limita a eso todo el asunto del autoexamen? ¿No es algo que debemos realizar continuamente, incluso a diario?
A este respecto, quisiera señalar que no está bien que en algunas Iglesias el Formulario para la celebración de la Cena del Señor esté dividido en dos partes. La primera parte se lee el llamado domingo de preparación, es decir, la parte relativa al autoexamen, mientras que el resto del formulario se lee el domingo de la celebración propiamente dicha. Pero aparte de la cuestión de si es o no deseable tener un domingo de celebración separado, litúrgicamente no es correcto dividir un Formulario en dos domingos. Cuando las palabras de consuelo sobre el perdón de los pecados y la abstención vuelvan a aparecer en el servicio del domingo por la mañana, el asunto de esa obligación continua de autoexamen resultará ser una verdadera bendición.
Conclusiones
En resumen, llego a las siguientes conclusiones:
1. Fue un principio importante y loable de Calvino que litúrgicamente buscara la conexión con:
a. lo que encontraba en la Sagrada Escritura;
b. la costumbre de la Iglesia primitiva; y
c. las buenas costumbres que se habían desarrollado en el curso de la historia.
2. La primera parte del orden litúrgico de Calvino (la que precede a la oración de apertura de la Palabra de Dios) forma un todo orgánico según la tríada: miseria, redención y agradecimiento.
3. Calvino enfatizó muy fuertemente, y con razón, el elemento de la humildad al comienzo mismo del culto.
4. Esta humildad se expresa en la confesión de pecados, a la que debe seguir directamente una palabra de consuelo de la Escritura y la declaración del perdón de los pecados para los creyentes.
5. El argumento de que la absolución ya se da en la predicación y que, por tanto, es superfluo hacerlo de otra manera es un argumento insuficiente:
a. habría un elemento de verdad en esto si la absolución se colocara después del sermón;
b. hay más elementos en la liturgia que tienen lugar más de una vez, por ejemplo, los himnos y las oraciones;
c. del mismo modo, aparte de la predicación de la Palabra de Dios, tiene lugar una especie de absolución (y abstención) en los Formularios para la celebración de la Cena del Señor.
6. Al reintroducir la palabra de consuelo de la Sagrada Escritura y la fórmula de absolución, hay que estar en guardia para no ser uniformes: La Sagrada Escritura ofrece abundante material para ello.
7. Rara vez se advierte que (el canto de) Ley de Calvino fue concebido como expresión de agradecimiento y sustitución del «Gran Gloria».
8. Hay que subrayar que el comienzo de la Ley contiene la promesa de Dios, que forma una unidad completa con las Diez Palabras; esto debe llamarse la Constitución del Pacto de Dios.
9. A causa de esta unidad de promesa y obligación del pacto de Dios, una repetición de la ley en el «resumen» es superflua:
a. en realidad, este resumen ya había sido dado por Moisés en Dt 6:5 y Lv 19:18;
b. cuando Cristo da este «resumen» lo hizo en un contexto diferente;
c. una repetición de la Ley en un resumen debilita el carácter de la promesa de la alianza de Dios en el marco del culto;
10. Calvino tenía una razón especial para que la congregación cantara el «Kyrie eleison», a saber, la repetida petición de ayuda al Señor para que la congregación practicara el servicio de amor agradecido.
11. Calvino tenía una razón especial para reservar el púlpito para la lectura y predicación de la Palabra de Dios, mientras que el comienzo del culto y la administración de los sacramentos tenían lugar delante del púlpito.
12. Con vistas al carácter especial del segundo servicio de adoración, a saber, el énfasis en la confesión de la congregación y la instrucción al respecto, la primera parte del servicio matutino dominical de Calvino se restringía únicamente al servicio matutino y no se intercambiaba con el servicio vespertino.