TRINIDAD Y ENCARNACIÓN: LOS DOS PILARES DE LA FE CRISTIANA
(Trinite et Incarnation: Les deux piliers de la foi chretienne)
Autor: Eric Kayayan
Traductor: Francisco Campos
Los dos artículos principales de la fe cristiana, sus dos pilares de los cuales fluye todo lo demás, son la fe en un Dios que existe desde toda la eternidad en tres personas distintas y perfectamente unidas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; luego, en una secuencia que sigue al artículo anterior, la fe en la Encarnación del eterno Hijo de Dios, es decir, su venida a la tierra como hombre en la historia de los hombres, en un momento histórico específico de ella. Él vino ordenado desde toda la eternidad por el Padre para lograr la salvación de una humanidad condenada a la separación eterna de su Creador.
Trinidad y Encarnación, dos doctrinas que nos anuncian que el Dios creador en el origen del mundo es también el Dios redentor que da vida a todas las cosas por su Espíritu Santo. Dos pilares cuyo rechazo equivale pura y simplemente al rechazo de la fe cristiana y, por consiguiente, de la salvación que proclama. No hay duda de que se trata de dos misterios, en el sentido de verdades espirituales comprendidas y aceptadas por la fe sobre la base de una revelación sobre sí mismo que Dios concede a los hombres en su Palabra. Ellas exceden y trascienden todo lo que el hombre puede imaginar acerca de Dios, que no se deja confinar dentro de los límites de nuestra razón. Pero al mismo tiempo iluminan y dan sentido a todo lo que el hombre busca captar sobre su origen y destino, sin poder liberarse de sus innumerables especulaciones.
La Encarnación se refiere al evento del nacimiento de Jesucristo conmemorado cada año en Navidad. ¿Qué podría ser más asombroso, más maravilloso, que este nacimiento del eterno Hijo de Dios en una carne como la nuestra en condiciones de total indigencia? Un pesebre, un establo, porque, nos dice el evangelista Lucas, no había lugar en la posada de Belén, la ciudad donde José y María habían ido debido a una orden de censo. Esto altera totalmente nuestras ideas preconcebidas acerca de cómo Dios debe actuar para un acto de tan largo alcance. La unión de la naturaleza divina del Hijo eterno con la naturaleza humana heredada de su madre María sigue siendo un primer misterio, pero sin esta unión, ¿cómo podría Cristo ser el mediador perfecto entre Dios y los hombres? Y entonces, si esta miseria nos parece indigna de la persona divina que vino a vivir en la tierra con nosotros, ¿cómo tomaría sobre sí nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestra indignidad sino asumiéndolas desde el comienzo de su existencia terrena?
Un viejo himno cristiano lo expresa con palabras sencillas: En el miserable establo, contemplemos al recién nacido; a la tierra, oh misterio, Dios mismo se ha entregado.