La creación
C. Van Dam
Extraído desde la revista Clarion (25 de noviembre de 1988 -31 de marzo de 1989)
Traductor: Juan Flavio de Sousa
INTRODUCCIÓN
EL PRIMER VERSÍCULO [1]
La Palabra de Dios comienza con estas impresionantes palabras en el capítulo 1 del Génesis: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». ¡Qué poderosas y profundas palabras de apertura de la revelación divina! No hay nada como esto en las llamadas historias de la creación de la imaginación del hombre. ¡Esto es revelación! Por eso este versículo inicial sigue hablando tan directamente al hombre de hoy.
En el principio
«En el principio…» El contexto indica que se trata del primer comienzo, el principio del mundo, cuando empezó el tiempo. Antes de este comienzo, antes de la creación, no había tiempo, sólo eternidad. Dios era. Él es eterno y aquí se presupone Su existencia. «Antes que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios» (Salmo 90:2). Dios no tiene principio ni fin. No podemos comprender la eternidad, porque somos seres finitos y creados. No podemos alcanzar con nuestra mente y comprender la situación antes de que comenzara el tiempo.
Cuando leemos «En el principio» en Génesis 1, también podemos pensar en Juan 1:1. «En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios». El Verbo es una designación de la segunda persona de lo que llamamos la Trinidad, a saber, el Hijo. Él estaba con Dios Padre en el principio. La designación «Dios» se refiere a menudo al Padre en el Antiguo Testamento y ese es el caso aquí. En Génesis 1:2 leemos sobre el Espíritu Santo. «Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». El Dios trino estaba allí en el principio, activo en la obra de la creación (cf., por ejemplo, Hebreos 1:10; Colosenses 1:16; Salmo 33:6; Isaías 40:12-14).
Dios creó
Cabe destacar que el sujeto de la palabra hebrea para «crear» es siempre Dios y nunca un ser humano o un falso dios. Dios es el Único que crea. El contexto deja claro que esta obra de la creación del cielo y de la tierra no consistió en hacer algo de lo que ya existía, sino que dio existencia a lo que no existía. (A este respecto es interesante, aunque no decisivo para esta interpretación, que el verbo «crear» nunca se utilice con una preposición o acusativo de la materia a partir de la cual Dios crea).
En otros lugares, la Escritura desarrolla esta obra creadora de Dios, que nuestra Confesión describe como creación «de la nada» (Confesión belga, art. 12).[2] Leemos en el Salmo 33:9 «Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió» (cf. v6). Del mismo modo, el Salmo 148, refiriéndose a los cielos, dice: «Porque Él mandó y fueron creados» (v. 5; cf. Isaías 48:13).
El cielo y la tierra
En hebreo, la palabra cielo está siempre en plural, por lo que también se puede traducir «los cielos y la tierra». Los cielos y la tierra son la totalidad de la creación. Esto es todo. Por tanto, «cielo(s)» debe entenderse aquí en un sentido lo más amplio posible. Incluso hoy, a pesar de nuestra perspectiva del siglo XX, nosotros, como criaturas que vivimos en la tierra, pensamos en el universo como «cielo y tierra».
Esta frase también apunta a la unidad de la creación. Se utiliza en toda la Escritura en lo que se hace referencia a la única obra creadora de Dios (por ejemplo, Génesis 2:4; Salmo 121:2; 2 Pedro 3:7,13). Aunque el cielo y la tierra se distinguen claramente, existe un estrecho vínculo entre ellos. Tanto si se piensa en primer lugar en la atmósfera terrestre, como en el espacio exterior o en el cielo como morada de Dios, es cierto que lo que ocurre en uno tiene importancia para el otro. Esto es especialmente cierto en el caso del cielo como morada de Jehová.
Aunque esto también forma parte de la obra de la creación de Dios y se incluye en Génesis 1:1, este capítulo no nos informa más sobre la creación de los ángeles ni da ningún detalle sobre el lugar donde Dios tiene su trono (cf. Salmo 14:2; 103:19). La preocupación de la revelación de Dios en Génesis es el mundo y lo que se ve desde él.
Génesis 1:1 y las falsas filosofías
El versículo inicial de la Escritura es fundamental para tantas cosas que es claramente un pasaje de gran significado cuya importancia no disminuye con el paso de los años. Cuando se presta atención al mensaje de este versículo, su relevancia se hace evidente también a la hora de desenmascarar las falsas filosofías e ideas por lo que son. Podemos mencionar algunas importantes.
Este versículo refuta el ateísmo, la creencia de que Dios no existe. Observe que la Palabra de Dios no comienza con argumentos a favor de la existencia de Dios. La Escritura simplemente lo afirma. «En el principio, Dios…». No necesitamos demostrar la existencia de Dios. Podemos partir desde ese hecho (cf. Romanos 1:18-21).
También el politeísmo, la opinión de que hay muchos dioses, se opone en este pasaje. Dios (y no los dioses) «creó los cielos y la tierra». Uno puede pensar aquí en Isaías 45:18 «Porque así dijo Jehová, que creó los cielos (¡Él es Dios!) que formó la tierra, el que la hizo…: `Yo soy Jehová y no hay otro’». Así dijo Dios en la segunda frase del Pacto «¡No tendrás dioses ajenos delante de mí!» (Éxodo 20:3).
Génesis 1:1 tampoco deja lugar para el materialismo. Esta creencia puede definirse como la que sostiene que «la materia física es la única o fundamental realidad y que todo ser y proceso y fenómeno puede explicarse como manifestaciones o resultados de la materia» (Webster). Por lo tanto, el materialismo consistente sostiene que la materia es eterna y que sólo lo que podemos ver, manejar y tocar es realmente importante. Tanto la existencia de Dios como la del alma del hombre son negadas. Sin embargo, el primer versículo de la Escritura muestra que sólo Dios es eterno y que Él dio origen a la materia.
También se refuta el panteísmo. Esta filosofía equipara a Dios con las leyes y fuerzas del universo. De hecho, todas las cosas se consideran partícipes de la única esencia divina. El pensamiento panteísta es a veces evidente en la forma en que se libran las batallas por un medio ambiente y una ecología mejores (cf. el carácter sagrado del medio ambiente, etc.) y es básico para el creciente movimiento de la Nueva Era.[3] Pero, Dios se distingue claramente de la creación en Génesis 1:1 y por lo tanto no puede identificarse con ella de ninguna manera. Él es el Creador y está por encima y más allá de la creación, que es obra suya.
Es obvio que Génesis 1:1 es un versículo muy importante y que su comprensión clara y correcta es crucial. Pero, ¿cómo se relaciona el versículo uno con el versículo dos? Esa pregunta queda para una próxima oportunidad.
¿EXISTE UN LAPSO DE TIEMPO ENTRE GÉNESIS 1:1 Y 1:2? [I]
Los dos primeros versículos (y frases) de la Escritura dicen: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo; y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». ¿Qué relación hay entre estas dos afirmaciones?
Tradicionalmente se ha explicado de esta manera. «El primer versículo sirve como una declaración amplia y comprensiva del hecho de la creación. El versículo dos describe la tierra tal como salió de las manos del Creador y tal como existía en el momento en que Dios ordenó que brillara la luz».[4] Dado que Éxodo 20:11 nos informa de que «…en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay», el versículo dos de Génesis 1 forma parte del primer día. También queda claro en el mismo pasaje que el comienzo de la obra creadora de Dios (a la que se refiere Génesis 1:1) fue también en ese primer día.
La teoría de la brecha
A principios del siglo XIX, la llamada teoría de la brecha surgió bajo la presión del auge de la ciencia moderna y la aparente necesidad de armonizar lo que parecía ser una verdad científica con el texto de las Escrituras. En esencia, esta teoría postula una gran brecha temporal entre los versículos 1 y 2 del primer capítulo del Génesis. Durante este lapso de tiempo, la creación perfecta del versículo 1 se arruinó, presumiblemente por la caída de Satanás. Esta tierra arruinada se describe en el versículo 2. Las condiciones allí descritas fueron causadas por el juicio de Dios en la forma de un diluvio, seguido por una edad de hielo global cuando la luz y el calor del sol fueron eliminados de alguna manera. Todos los fósiles, ya sean de plantas, animales o humanos, que se encuentran en la tierra hoy en día datan de ese período de tiempo destructivo. Estos fósiles no tienen ninguna relación genética con la vida tal y como se encuentra ahora en la Tierra. Los defensores de esta teoría «han apelado casi uniformemente a ella para armonizar las enormes cantidades de tiempo que exigen los científicos evolucionistas y la creación más bien reciente que parece presentar el Génesis».[5] Arruinado el primer mundo, era necesaria una restauración posterior. Esto lo encontramos registrado a partir de Génesis 1:3.
¿Cuáles son los argumentos a favor de este desfase temporal? Dado que se trata de una teoría bastante popular, consideremos los argumentos uno por uno y sopesemos la validez de cada uno de ellos.[6]
«Crear» y «hacer»
El primer argumento a favor de la teoría de la brecha que se puede mencionar es que, según los defensores de esta teoría, el verbo hebreo que significa «crear» debe estar rígidamente separado del verbo hebreo «hacer». «Crear» significa hacer de la nada y «hacer» nunca significa eso, sino que sólo se refiere a elaborar a partir de un material que ya está presente. (El verbo «formar» también se agrupa con «hacer» en este contexto.) Se argumenta entonces que en Génesis 1:1 leemos: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra», pero que en otra parte se dice: «En seis días hizo Jehová los cielos y la tierra» (Ex 20:11; véase también Gn 2:1-3); es decir, que Dios preparó entonces los cielos y la tierra a partir de material que estaba a mano. Según este argumento, Génesis 1:1 describe, por tanto, un acontecimiento completamente distinto del relatado en los versículos 3 y siguientes del mismo capítulo. Génesis 1:1 no habla de la obra de Dios descrita en Génesis 1:3-2:3, sino que se refiere a una obra anterior de Dios, un mundo que había sido creado antes de que el mundo actual se hiciera a partir del primer mundo en ruinas.
Por supuesto, se plantea la cuestión de si puede establecerse una distinción tan rígida entre «crear» y «hacer» (y «formar»). La respuesta es negativa. La prueba es la siguiente. Aunque es cierto, como hemos visto en el artículo anterior, que el verbo «crear» expresa mejor que cualquier otra palabra la idea de una creación absoluta, un hacer desde la nada, sin embargo, no debemos abrir una brecha o división artificial entre «crear» y «hacer». Al fin y al cabo, ambas se utilizan para referirse a la obra de Dios en relación con el origen del mundo. La Escritura debe compararse con la Escritura. Cuando se hace esto, la única conclusión a la que se puede llegar es que la afirmación «Dios creó los cielos y la tierra» (Gn 1:1) y la afirmación «Jehová hizo los cielos y la tierra» (Ex 20:11) se refieren al mismo acontecimiento y no a dos acontecimientos diferentes. La razón de esta conclusión es que los verbos «crear» y «hacer» se utilizan indistintamente al hablar de la obra creadora de Dios.
Esta intercambiabilidad puede demostrarse a partir de Génesis 1 y 2. Sobre la creación del hombre leemos: «Hagamos al hombre…» (Gn 1:26); «Y creó Dios al hombre…» (Gn 1:27) y compárese también «Jehová Dios formó al hombre…» (Gn 2:7). Aunque con la creación del hombre hay diferentes connotaciones de los verbos utilizados (cf. Gn 2:7), hay un uso intercambiable. Del mismo modo, leemos que «Y creó Dios los grandes monstruos marinos» (Gn 1:21) y que «Hizo Dios animales de la tierra» (Gn 1:25). También en este caso los términos son intercambiables. Cuando Dios llamó a la existencia a las criaturas marinas (Gn 1:20), las creó (Gn 1:21). Cuando llamó a las criaturas de la tierra (Gn 1:24), las hizo (Gn 1:25). Este uso sinónimo se encuentra también en Génesis 2:4. «Estas son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos». Así pues, sólo por Génesis 1 y 2 ya es evidente que «crear» y «hacer» se utilizan indistintamente. Esto también se puede demostrar en otras partes del Antiguo Testamento,[7]pero dejemos que esto sea suficiente.
Los demás pasajes del Antiguo Testamento que hablan de la creación deben interpretarse a la luz de Génesis 1 y 2, tal como acabamos de verlo. Cuando, por tanto, el cuarto mandamiento habla de que Dios hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, se refiere a lo que leemos en Génesis 1,1-2,25. Esa es la única obra de la creación que recoge la Escritura. Esa es la única obra de creación de la que habla la Escritura. Y cuando Esdras dijo «Tú solo eres Jehová, Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos» (Neh 9:6) entonces esto también se refiere a la misma obra de creación de Dios. No hay dos obras de la creación, a saber, Génesis 1:1 y luego por separado lo que sigue en Génesis 1 y 2.
¿Acción secuencial?
Un segundo argumento utilizado para abogar por una brecha temporal entre los dos primeros versículos del Génesis es que el versículo 2 comienza en hebreo con «y» y, por tanto, representa una acción secuencial. Primero ocurrió lo que se describe en el versículo 1 y después lo que leemos en el versículo 2. Primero Dios creó el cielo y la tierra y luego (según este argumento) el versículo 2 dice literalmente: «Y la tierra estaba desordenada y vacía». Esta interpretación indica que hay un espacio de tiempo entre estos versículos.
En respuesta a esto, hay que señalar que traducir «y» es malinterpretar el hebreo.[8] Según la gramática hebrea, algo que ocurrió posteriormente se expresaría con el siguiente orden: «y» + verbo + sujeto. Ese es el orden narrativo normal en una cláusula verbal. Aquí, en Génesis 1:2, sin embargo, el orden es «y» + sujeto + verbo. Este es el orden utilizado para las cláusulas circunstanciales. Este tipo de cláusula describe la condición o circunstancia. En este caso, el versículo 2 describe la tierra tal como Dios la creó originalmente. Estas eran las circunstancias y la condición cuando Dios había llamado a la tierra a la existencia y cuando creó la luz. El verso 2, por lo tanto, no describe cómo se convirtió la tierra en algún momento después de la creación de todo.
A la luz de lo anterior, es con buena razón que la Versión Estándar Revisada (RSV) en inglés omite «y» en su traducción de este versículo. De esta manera se puede evitar cualquier impresión errónea, como que algo sucedió después del versículo 1. En inglés, la Nueva Versión Internacional (NIV)t raduce: «Ahora la tierra estaba informe y vacía». De este modo se transmite el sentido disyuntivo y explicativo del «y» hebreo.
Conectado con este tratamiento de «y», está el deseo de los partidarios de la teoría de la brecha de traducir «estaba» en el versículo 2 («la tierra estaba desordenada y vacía») por «llegó a ser» o «había llegado a ser». «Y la tierra quedó (o `había quedado’) desordenada y vacía». De este modo se transmite la idea de secuencia en el tiempo. Sin embargo, esta traducción carece de fundamento. En las cláusulas circunstanciales, el verbo «ser» funciona como cópula y, por ello, a menudo se omite. Aquí se incluye para subrayar que así era al principio, en el momento de la obra creadora de Dios del primer día.
Se han presentado otros dos argumentos importantes a favor de la brecha temporal. Esperamos considerarlos, así como otros factores, para entender el versículo 2 en una próxima oportunidad.
¿EXISTE UN LAPSO DE TIEMPO ENTRE GÉNESIS 1:1 Y 1:2? [II]
En el artículo anterior empezamos a considerar la teoría de la brecha por la que se sugería que había existido un gran lapso de tiempo entre los dos primeros versículos de Génesis 1. Una forma en que se defendía esta idea consistía en imponer una separación rígida entre los verbos «crear» y «hacer». De esta manera se ha sugerido que la tierra fue creada una vez en el principio, pero posteriormente rehecha debido a la caída de la creación en el pecado. Las pruebas de este argumento son insuficientes. También vimos que el comienzo del texto hebreo del versículo 2 no permite la opinión de que el versículo 2 sigue al versículo 1 en el tiempo. Quedan por considerar otros dos argumentos importantes.
“…Desordenada y vacía”.
Se razona que «desordenada y vacía» tiene connotaciones negativas del juicio de Dios. Cuando el versículo 2 nos dice que «la tierra estaba desordenada y vacía», podemos llegar a la conclusión de que Dios ha juzgado a la tierra debido a una caída precedente en el pecado. Sin embargo, tal conclusión es injustificada. Los términos en cuestión no hablan necesariamente de la ira de Dios. El uso de estos términos en otros lugares lo deja claro. La primera palabra «desordenada» (hebreo tohu), aunque a veces también se traduce por «vanidad» o «cosas vanas» (por ejemplo, 1 Samuel 12:21), significa literalmente «vacío». Así, se usa para referirse a «un yermo sin sendero», que no forma un territorio hospitalario (Job 12:24; Salmo 107:40). Representa la soledad y desolación de un desierto estéril. Esto se desprende claramente del paralelismo de Job 26:7. La primera parte dice: «Él extiende el norte sobre vacío [tohu]»; la segunda corresponde a esto: «cuelga la tierra sobre nada». De lo anterior se puede concluir «que el significado de Génesis 1:2 es que la tierra estaba todavía desprovista de todas las innumerables criaturas vivientes que ahora la ocupan en toda su colorida multiplicidad. Seguía siendo una extensión de vacío».[9]
La segunda expresión del par «desordenada [tohu] y vacía [bohu]» sólo aparece con tohu en el Antiguo Testamento (Génesis 1:2; Isaías 34:11; Jeremías 4:23), por lo que es difícil evaluarla por separado. El uso del término bohu parece indicar que se utiliza para reforzar el significado de tohu. El sentido es que la tierra estaba tan desolada y vacía como podía estarlo. Por tanto, una buena traducción es «sin forma y vacía» (RSV) o «informe y vacía» (NIV).[10]
Al principio de la obra de creación de Jehová, la tierra no podía estar habitada. No se menciona una caída de la creación en el juicio de Dios ni se da a entender que la creación tuviera que rehacerse. Podemos pensar aquí en Isaías 45:18. «Porque esto dice Jehová: El que creó los cielos, él es Dios; el que formó e hizo la tierra, él la fundó; no la creó para que estuviera vacía [tohu], sino que la formó para que estuviera habitada – Él dice: Yo soy Jehová, y no hay otro» (NIV). El vacío, el «sin forma y vacío», no era más que una primera fase inicial de Su obra creadora. El resto del Génesis 1 mostrará cómo Dios transformó esta desolación vacía para convertirla en una tierra plenamente preparada para recibir al hombre.
Oscuridad sobre las profundidades
Un cuarto (y para nuestros propósitos último) argumento a favor de una brecha temporal entre Génesis 1:1 y el versículo 2 que puede señalarse tiene que ver con la referencia a las tinieblas en el versículo 2. Se dice que esto implica la presencia de tinieblas sobre las profundidades. Se dice que esto implica la presencia del mal y del juicio, ya que las tinieblas simbolizan el pecado y el juicio en las Escrituras. (Véase, por ejemplo, Juan 3:19. «Y este es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas»). Se supone, por tanto, que Dios creó originalmente el mundo en luz y que las tinieblas fueron el resultado de la caída en el pecado y el consiguiente juicio de Dios.
Sin embargo, el hecho de que las tinieblas puedan simbolizar el mal no convierte a las tinieblas en sí mismas en una manifestación del mal o inherentemente malas. La Palabra de Dios enseña lo contrario. La oscuridad forma parte del ciclo del día y la noche tal como Dios lo creó (Génesis 1:5; cf. Salmo 104:20-24). El hombre necesita la oscuridad para descansar. Es beneficiosa para él.
Conclusión
En conclusión, no hay base bíblica para la teoría de que Génesis 1:2 describe la tierra después de que cayera bajo el juicio de Dios a causa del pecado. Lo que el versículo 2 sí describe es la primera etapa en la preparación de la tierra para el hombre. «Es la primera imagen del mundo creado que ofrece la Biblia: …La tierra estaba desolada y baldía, pero todo estaba en manos de Dios y bajo su control; nada era contrario a su designio».[11]
Génesis 1:1 es una descripción general de la creación del cielo y la tierra. Los versículos 2 y 3 describen específicamente el primer día de la creación.
Génesis 1:2
En este versículo hay tres cláusulas circunstanciales que describen la condición de la tierra al principio después de ser creada. La tierra estaba «desordenada y vacía», «las tinieblas estaban sobre la faz del abismo» y «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Ya hemos considerado el significado de la primera cláusula («desordenada y vacía»). Veamos ahora brevemente las dos últimas.
«Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo». Esto muestra que no había luz. Todo estaba en tinieblas. La tierra estaba cubierta de agua. El Salmo 104:6 se refiere a esto. «Con el abismo, como con vestido, la cubriste [es decir, la tierra] sobre los montes estaban las aguas». Toda la tierra estaba cubierta. (Cf. Génesis 1:6s., 9s.). Sobre el hecho de que Dios pusiera límites a las aguas al tercer día, leemos en el Salmo 104:9 «Les pusiste término [es decir, las aguas], el cual no traspasarán, ni volverán a cubrir la tierra». El lugar dominante del agua en la tierra como fue establecido por primera vez también nos recuerda a 2 Pedro 3:5, «…fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste».
«El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». La tierra aún no era habitable; pero tampoco fue abandonada y dejada por lo que era. No. El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Literalmente dice que el Espíritu revoloteaba, como puede revolotear un pájaro, cuidando de lo que había debajo. Esto nos recuerda la imagen de Jehová revoloteando sobre Israel, como un águila que cuida de sus crías (Deuteronomio 32:11). El planear del Espíritu de Dios sobre las profundidades muestra que Él está estrechamente implicado en la obra de la creación.
La estrecha participación del Espíritu en la obra de la creación puede verse también en otros pasajes de la Escritura. Dos ejemplos pueden verse también en otros pasajes de la Escritura. Dos ejemplos pueden bastar. «Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Salmo 33:6). Nótese que «el aliento de su boca» (que es una forma literaria de hablar del Espíritu) es paralelo a «la palabra de Jehová». Existe una estrecha relación entre el Espíritu y la Palabra. La obra del Espíritu en la creación también se ve en Isaías 40:12-13. «¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra en una medida y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? ¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová o le aconsejó enseñándole?».
Génesis 1:2 y las demás Escrituras muestran que el Espíritu participó en la preparación de la creación para el hombre. Por tanto, puede decirse que el hecho de que el Espíritu se mantuviera sobre la faz de las aguas no fue un acto vacío, o una mera presencia del Espíritu. Aalders lo expresa de esta manera: «un poder activo sale del Espíritu de Dios hacia la sustancia terrestre que ya ha sido creada. Esta actividad tiene una relación directa con la obra creadora de Dios. Tal vez podamos decir que el Espíritu preserva este material creado y lo prepara para la ulterior actividad creadora de Dios, por la cual el mundo entonces desordenado se convertiría en un todo bien ordenado, tal como los ulteriores actos creadores se despliegan a nuestra vista en el resto de este capítulo».[12]
Antes de proseguir con el resto del relato de la creación, puede ser conveniente que en el próximo artículo hagamos una pausa para abordar una cuestión que siempre está presente en cualquier discusión sobre Génesis 1 y 2. ¿Qué relación existe entre el relato bíblico y el relato de la creación? ¿Cuál es la relación del relato bíblico con el estudio científico de los orígenes? ¿Qué papel debe desempeñar la ciencia (si es que debe desempeñar alguno) en la comprensión de estos capítulos?
BIBLIA Y CIENCIA: ALGUNOS FACTORES BÁSICOS
El presente tema ha dado lugar a numerosos libros y artículos. No es mi intención entrar en todos los aspectos que sin duda merecen atención, sino exponer las líneas generales de cómo debemos relacionar ambos y entender la relación que hace más justicia tanto a las Escrituras como a las ciencias naturales.[13]
Interpretación de las Escrituras
Hay cuatro verdades o principios básicos que conviene tener presentes.
En primer lugar, la Palabra de Dios es clara o perspicua. Esto significa que los creyentes que leen la Biblia no dependen de especialistas, ya sean en ciencia o en teología, para comprender el mensaje básico que allí les llega. Cuando el hijo de Dios lee y estudia la Escritura, sometiéndose humildemente a ella y pidiendo la guía del Espíritu Santo, entonces la Palabra es una luz en su camino, una lámpara delante de sus pies (Salmo 119:105). Los creyentes son capaces de juzgar y están llamados a juzgar cualquier interpretación de la Escritura que resulte sospechosa (cf.1 Corintios 2:15; 1 Juan 2:20). Esta claridad de la Escritura no implica que no haya dificultades de interpretación o pasajes desconcertantes. Por tanto, tampoco niega la necesidad del estudio erudito de la Escritura.[14]
En segundo lugar, la Palabra de Dios es autosuficiente y se autentifica por sí misma. No necesita nuestros razonamientos y pruebas para demostrar que es digna de confianza y verdadera. Como confesamos en el Artículo 5 de nuestra Confesión Belga: «Creemos sin ninguna duda todas las cosas contenidas en ellas [es decir, en las Sagradas Escrituras], no tanto porque la Iglesia las reciba y apruebe como tales, sino especialmente porque el Espíritu Santo da testimonio en nuestros corazones de que proceden de Dios, y también porque contienen la evidencia de ello en sí mismas; pues, incluso los ciegos son capaces de percibir que las cosas predichas en ellas se están cumpliendo».
En tercer lugar, la Palabra de Dios se explica a sí misma y es su propio intérprete. Detrás de los muchos libros de la Escritura está el único Autor, es decir, Dios. Esto significa que hay una unidad básica subyacente a toda la Escritura. Por tanto, una parte de la Biblia puede servir para explicar otra. Si hay dificultades para entender partes del Génesis, se puede y se debe utilizar la información pertinente que se encuentra en otras partes del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento.
Por último, la Palabra de Dios tiene la última palabra. Si existe una contradicción real entre lo que dicen los hombres y lo que dice Dios en Su Palabra, hay que mantener la Palabra de Dios y dejar de lado la palabra del hombre.
¿Es la Biblia un libro de texto científico?
A menudo se dice que la Biblia no es un libro de texto científico. Esto es cierto. Sería abusar de las Escrituras utilizarlas como si fueran, por ejemplo, un manual moderno de biología o física. La Biblia no habla de forma científica, sino que utiliza el lenguaje de la experiencia cotidiana. Esto significa, por ejemplo, que cuando se habla de fenómenos en el espacio, se utiliza el lenguaje geocéntrico, es decir, el lenguaje de nuestra orientación cotidiana como quienes viven en este mundo. Por ejemplo, decir que las palabras de Josué: «Sol detente en Gabaón…» (Josué 10:12) prueban que el sol giraba alrededor de la tierra es intentar demostrar demasiado. Se trata de un lenguaje cotidiano que no debe ser presionado. Nosotros, hoy en día, que imaginamos que el sol está inmóvil, seguimos hablando de la salida y la puesta del sol. No decimos, cuando hay una hermosa puesta de sol, «¡qué hermoso giro de la tierra!». Hablamos geocéntricamente, el lenguaje de nuestra experiencia cotidiana. Del mismo modo, no podemos demostrar que el mundo es redondo basándonos en Isaías 40:22, que dice: «Él está sentado sobre el círculo de la tierra…». El círculo se refiere probablemente al horizonte. La Escritura habla según nuestra orientación geocéntrica.
Sin embargo, negar que la Escritura sea un libro de texto científico no significa que no ofrezca hechos que deban ser considerados por los científicos. Desde luego que sí. Quien no tiene en cuenta el contenido de las Escrituras ignora los hechos. También los científicos deben tener en cuenta los datos bíblicos porque son ciertos y deben tenerse en cuenta en los esfuerzos científicos; hechos como la creación, la caída en el pecado y el diluvio universal. Siempre que la Biblia toca temas de interés científico es fiable. El hecho de que «toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16) significa que se puede confiar en todo lo que enseña. La Biblia nunca puede funcionar como una simple fuente de datos. No. Se destaca en una clase por sí misma. Es normativa, también para el quehacer científico.
«Leyes de la naturaleza»
Las Escrituras deben proporcionar el marco más amplio para el quehacer científico. Aunque la ciencia trabaja con ciertas «leyes de la naturaleza», estas leyes nunca deben absolutizarse. Sólo Dios es soberano. Él creó estas «leyes» y, por lo tanto, puede «romperlas» si así lo desea. Por ejemplo, en geología, un principio básico es que los procesos naturales continúan a un ritmo constante. Siempre han ido a un ritmo determinado y seguirán haciéndolo también en el futuro. Sin embargo, puesto que Dios creó y gobierna este mundo, nunca podemos absolutizar y hacer autónomos los procesos particulares que están en funcionamiento y la velocidad a la que operan. Pues estos procesos como tales no tienen la última palabra. En Deuteronomio 29 leemos, por ejemplo, que Dios recuerda a su pueblo que lo había guiado por el desierto durante cuarenta años. Ahora bien, de acuerdo con las leyes naturales de la naturaleza y los procesos con los que estamos familiarizados, eso habría significado que Israel habría pasado a través de muchas ropas y sandalias. El «desgaste» normal de la vida diaria se habría encargado de ello. Sin embargo, Dios dijo: «…vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie» (v. 5). Dios, que es el único soberano, anuló esas «leyes de la naturaleza». Él puede hacer esto siempre que le plazca.
Por eso, si tomamos como ejemplo la geología, no se puede dar por sentado que el presente es la clave del pasado estudiando los ritmos de erosión y formación de las rocas. Hay que recordar también que, en el principio, Dios creó todo con la inevitable apariencia de la edad. También hay que recordar la catástrofe del diluvio universal, que puede hacer que algunos datos parezcan más antiguos de lo que habrían sido si la erosión, la sedimentación, etc. hubieran sido más uniformes. Hay que trabajar con estos datos bíblicos. Ahora bien, a veces se dice que Dios habría actuado de manera engañosa al hacer que las cosas parecieran más antiguas de lo que son en realidad. Pero Dios no está engañando, por ejemplo, al crear al hombre y a los árboles (¡que dan frutos!) con apariencia de edad, ¡porque Dios nos ha dicho en Su palabra que así lo ha hecho!
Escritura y ciencia
La importancia de tener plenamente en cuenta lo que dice la Palabra de Dios a la hora de realizar trabajos científicos se pone de relieve cuando uno se da cuenta de que la ciencia no puede decir nada seguro sobre los orígenes. Por definición, la ciencia sólo puede estar segura de los datos y procesos que pueden reproducirse y probarse. Por tanto, la ciencia no puede decir nada sobre el acto de la creación como hecho científicamente verificable. Eso está más allá de la competencia de la ciencia.
La Escritura nunca entra en conflicto con los hechos. Dios no se contradice en su Libro de la Creación ni en su Libro de la Revelación Especial. Tenemos que recordar que si queremos entender correctamente tenemos que leer el Libro de la Creación a través de las gafas de las Escrituras. Un medio, el Libro de la Creación, no es comprensible sin el otro, el Libro de la Revelación Especial. Esto se debe a que nuestras mentes han sido oscurecidas por el pecado y no podemos comprender verdaderamente la creación sin la Biblia.
Aunque en realidad no puede haber conflicto entre los libros de la naturaleza y de la revelación, el conflicto surge cuando la teorización científica se ve influida por la negación de la Palabra de Dios. La teoría de la evolución, junto con todos los presupuestos que la sustentan, es un buen ejemplo de ello. El conflicto entre los libros de la creación y de la revelación especial también puede surgir si las Escrituras se entienden erróneamente. Si uno insiste en que las Escrituras no permiten creer que la Tierra gira alrededor del Sol en lugar de viceversa, entonces va más allá de las Escrituras (cf. las luchas del siglo XVII en torno a Galileo). Sin embargo, aunque se han producido errores en la comprensión de la Escritura y son posibles, no debemos relativizar ahora toda interpretación de la Escritura, sino que debemos tener cuidado de no ir más allá de lo que dice la Escritura. Los esfuerzos cristianos en la ciencia, realizados sobre la base de presupuestos bíblicos y dentro de una cosmovisión bíblica, nunca pueden entrar en conflicto con las Escrituras. La ciencia secularizada sí puede. «Pero entonces tenemos en esencia un conflicto, no entre la ciencia y la fe, sino entre la incredulidad y la fe».[15]
La comprensión de la Escritura nunca debe estar sujeta a la condición de que debe encajar con la teoría científica actual. La fe nunca debe oponerse al racionalismo como si fuera una especie de competición. ¡La Escritura tiene la primera y la última palabra! La aceptamos por fe y no necesitamos «pruebas» de la ciencia o de cualquier otra disciplina de que es cierta. Al fin y al cabo, la ciencia no es más que el hombre intentando comprender la creación de Dios. Por tanto, ocupa un lugar modesto y sus teorías son sólo eso y nada más.[16]
Este último punto puede subrayarse escuchando las palabras de algunos científicos conocidos.[17] El científico-filósofo Karl Popper señaló: «En la ciencia seguimos adquiriendo una visión cada vez más sofisticada de nuestra ignorancia». En una línea similar, se cita a F.A. Hayek: «Ya es hora de que nos tomemos más en serio nuestra ignorancia. De hecho, en muchos campos hemos aprendido lo suficiente para saber que no podemos saber todo lo que tendríamos que saber para una explicación completa de los fenómenos». Y, por último, R.A. Alberty, Decano de la Facultad de Ciencias del M.I.T., dijo: «Cuanto más sabemos del universo, en cierto modo más desconocemos… Cada vez que un científico hace un descubrimiento, se da cuenta de que hay diez cosas más que desconoce».
EL PRIMER DÍA
«Y dijo Dios»
«Y dijo Dios». Repetidamente a lo largo del Génesis 1 leemos esas palabras, «Dijo Dios», seguidas de un acto de creación. Dios habla y ahí está. Dios crea con su palabra. ¿Qué significa esto? Al buscar una respuesta, debemos regirnos por lo que nos dice la Escritura. Me vienen a la mente varios pasajes.
Uno puede pensar en el Salmo 33:6 y 9. «Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos, por el aliento de su boca: porque Él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió». (Compárese también Salmo 148:5b, «…Él mandó y fueron creados [es decir, sus obras creadas]»). Dios creó mediante Su palabra.
Lo que implica la creación por medio de la Palabra queda más claro a medida que nos adentramos en el Nuevo Testamento. Como el lector de las Escrituras sabe, «la Palabra o Verbo» es un nombre para el Hijo que participó en la obra de la creación. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios; todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho…. Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad; hemos contemplado su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (Juan 1:1-3,14; cf. 1 Juan 1:1-3; 5:1; Apocalipsis 19:13). La referencia al Verbo en la creación queda además iluminada por 1 Corintios 8:6. «para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él». También se puede pensar en Colosenses 1:16 y 17. «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten» (cf. Apocalipsis 3:14).
Si leemos las palabras «y dijo Dios» en Génesis 1, a la luz de las Escrituras, entonces lo que no es inmediatamente obvio en Génesis 1, se vuelve más claro en otros lugares. La creación de Dios por la palabra implicó al Hijo. La palabra que Dios pronunció no carecía de contenido. Era una palabra poderosa y viva. La palabra con la que creó las cosas de la nada era poderosa, porque fue pronunciada en el Hijo y por medio del Hijo.[18] Nuestra confesión puede resumir la verdad bíblica sobre este punto según el testimonio de las Escrituras (cf. más arriba) de la siguiente manera. «Creemos que el Padre, por su Verbo, es decir, por su Hijo, ha creado de la nada el cielo, la tierra y todas las criaturas» (Confesión Belga, art. 12).
«”Hágase la luz” y se hizo la luz».
Después de la creación del cielo y de la tierra, la primera obra de creación de Dios fue la luz. La luz, tal como la conocemos, forma parte de la creación. Fue creada. Dios habló y se hizo.
La importancia de la luz es evidente, no sólo por el lugar que ocupa en la obra creadora de Dios, sino también por nuestra propia experiencia. ¿Quién puede imaginar la posibilidad de la vida sin luz?
Es significativo que la luz fuera creada independientemente del sol, la luna y las estrellas, que fueron creados el cuarto día. Aunque volveremos sobre esto en un próximo artículo, baste por ahora señalar que «hubo un tiempo en que los hombres decían que esto era un error científico, pero ya no hablan así».[19] En lugar de ridiculizar este orden, deberíamos considerar detenidamente las implicaciones de esta secuencia en la que Dios creó primero la luz y después el sol, la luna y las estrellas. Este orden de la obra creadora de Dios muestra que la luz procede de Dios. Él la creó. La luz no procede en primer lugar del sol. La luz es un don de Dios, ¡no del sol! Qué tremendo evangelio es este para nuestra época naturalista, en la que se habla del sol como si sólo él hiciera posible la vida. Por esta razón, la gente puede incluso preocuparse por el futuro horror de un sol gastado. Para Israel, este orden de la actividad creadora de Dios fue también un gran consuelo frente a las religiones paganas que adoraban al sol. No hay que adorar al sol, que es parte de la creación, sino al Creador, que es el único que da luz.
«Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas» (Génesis 1:4). La obra de Dios era agradable a sus ojos. Era como Él quería que fuera para que la luz pudiera servir al propósito para el que fue hecha. Nótese que la frase «Dios vio que… [era] buena» no se utilizó con el versículo 2 donde leemos: «La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo». La creación de Dios no era todavía como Él la quería. La tierra todavía no era adecuada para el propósito para el que Dios la había llamado a la existencia.
El hecho de que la luz creada fuera agradable a Dios no significa el fin de las tinieblas. No. Dios hace una separación entre la luz y las tinieblas. Cada una tiene su lugar. Dios había creado ambas (cf. Salmo 104:20; Isaías 45:7). Ambas son necesarias. Piensa, por ejemplo, en cómo la oscuridad ayuda a dormir. El lugar de la luz y las tinieblas queda claro en el versículo 5.
«Y llamó Dios llamó a la luz Día y a las tinieblas llamó Noche» (Génesis 1:5a). De este versículo se desprende que la luz que Dios había hecho funcionaba de manera similar al sol; es decir, no siempre iba a ser de día. También la noche debía tener su lugar regular. Se ha sugerido que esto podría apuntar a una fuente de luz fuera y más allá del mundo con la tierra girando. En cualquier caso, el hecho de que Dios asignara nombres a los periodos de luz y oscuridad es significativo. Esto demuestra el poder y la soberanía de Dios. Pensemos en el Salmo 74:16a. «Tuyo es el día, tuya también es la noche». Dios hizo la separación entre la luz y las tinieblas y Dios dio a cada una su nombre.
«Y fue la tarde y la mañana un día” (Génesis 1:5b); es decir, la noche y el día formando un solo día. Por Éxodo 20:11 sabemos que Dios creó el cielo y la tierra en seis días. Por lo tanto, podemos suponer que el primer día comenzó en la oscuridad con la obra de creación de Dios en el principio (vv. 1-2). A estas tinieblas siguió la creación de la luz. El primer día terminó con la llegada de la tarde, que se contó con el día siguiente (Génesis 1:8; de forma similar con los demás días. Cf. vv. 13, 19, 23, 31). En vista de la forma en que se hizo el primer día, es comprensible que la Biblia cuente un día desde la tarde hasta la noche (p. ej. Levítico 23:32; Salmo 55:17; Lucas 23:54).[20]
¿En qué consistieron el primer día y los demás días de la semana de la creación? ¿Qué constituía el llamado «día de la creación»? Si Jehová quiere, hablaremos más de ello en la siguiente oportunidad.
¿EN QUÉ CONSISTIERON LOS DÍAS DE LA «SEMANA DE LA CREACIÓN»?
Nuestro punto de partida
¿En qué consistieron los días de la «semana de la creación»? ¿Eran días como los que contamos nosotros? ¿O eran largos períodos de tiempo, de modo que cada «día» duraba miles o incluso millones de años? Ha habido mucha controversia sobre este punto y antes de entrar en ella, una cosa debe quedar clara. Es decisivo lo que dicen las Escrituras al respecto. La Biblia es la Palabra de Dios y, por tanto, es normativa también para esta cuestión. A las Escrituras debemos someternos. Las consideraciones que surgen fuera de la Escritura son secundarias. Por ejemplo, lo que una figura importante en la historia de la Iglesia dijo sobre el tema, o lo que la ciencia enseña actualmente al respecto son todas consideraciones secundarias. Lo primero es lo que dice la Escritura. De hecho, ni siquiera sabríamos de la obra creadora de Dios en siete días si Dios no nos la hubiera revelado en Su Palabra. Es a esa misma Palabra a la que, por tanto, debemos acudir en busca de respuestas a nuestras preguntas.
El significado de «día»
¿Qué dice la Escritura? Si volvemos a Génesis 1 y 2 y leemos detenidamente estos capítulos, nos daremos cuenta de que el término «día» se utiliza de diferentes maneras en estos capítulos. El contexto lo deja claro. En Génesis 1:5, «día» se refiere al tiempo en que hay luz. «Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche». Sin embargo, en Génesis 2:4, «día» se refiere a un período de tiempo más largo, a saber, los seis días de la creación. «Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos». Así que vemos dos significados diferentes de «día».
Pero, ¿qué hay de cada día de la obra creadora de Dios? El primero, segundo, tercero, cuarto día, etc. ¿Qué se entiende entonces por «día»? La respuesta debe ser que no hay nada en la Escritura que sugiera que estos días eran otra cosa que días, como nosotros también contamos los días, días que incluyen el día y la noche.
Razones para esta posición
En primer lugar, seis veces leemos las palabras «y fue la tarde y la mañana», seguidas del número del día (Génesis 1:5,8,13,19,23,31). Esta formulación muestra que el autor quería que no hubiera dudas sobre la interpretación de estos días. Se trata de días que tenían una tarde y una mañana y eran, en este sentido, días normales. No se trata de establecer una diferencia entre los tres primeros días y los siguientes, es decir, los días sin luz solar y los días con luz solar. Sea cual fuere la fuente exacta de luz de los tres primeros días, Génesis 1 deja claro que todos los días deben considerarse iguales. Todos son días con una tarde y una mañana, días tal y como el hombre todavía los experimenta.
En segundo lugar, siempre que «día» se modifica por un número, (y eso ocurre más de cien veces sólo en los cinco primeros libros de la Biblia), se refiere siempre a un día literal. Desde un punto de vista puramente gramatical, es muy improbable que los días de la semana de la creación fueran algo distinto de lo que normalmente consideramos un día. En consecuencia, los diccionarios hebreos corrientes de nuestros días dan a «día», en los pasajes que nos ocupan, el significado de un día normal[21] y no de un largo período de tiempo indeterminado. Del mismo modo, los eruditos que comentan el texto, independientemente de si valoran o no el Génesis como Palabra de Dios, reconocen que no hay justificación para ver referidos eones de tiempo.[22]
En tercer lugar, el cuarto mandamiento dice «Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día…». No tendría mucho sentido entender el término «días» en una parte del mandamiento de forma literal (trabajar seis días y descansar el séptimo) y entenderlo de forma figurada en otra parte (porque en seis días [¿¡millones de años!!] creó Jehová). En este contexto, cabe destacar que en ninguna parte del Antiguo Testamento se utiliza «días» (en plural) en otro sentido que no sea el literal. Si los días del cuarto mandamiento (en seis días creó Jehová) son en realidad edades o algo parecido, entonces se trata de un uso único de la palabra y sin ninguna explicación o indicio de que sea simbólico de un largo período de tiempo.
En cuarto lugar, si Adán vivió en parte del sexto día y este día fue un largo período de tiempo, ¿qué edad alcanzó entonces Adán? Es evidente que no cabe considerar un largo período de tiempo. Con el tercer hijo del que nos informa específicamente la Escritura, Adán tenía 130 años (Génesis 5:3).
Conclusión
Los seis días en los que Dios creó el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos deben entenderse como días y no como largos períodos de tiempo. Sin duda, también fueron días especiales e inusuales. ¡Ciertamente! ¡Fueron los días en que Dios creó el mundo! Los tres primeros días también fueron especiales porque no tenían sol para dar la luz del día. ¡Únicos en la historia del mundo! Pero, sin embargo, también podían llamarse días con tarde y mañana. Y así eran días como los experimentamos nosotros, con anochecer y amanecer, luz y oscuridad.
Objeciones a observar los días como días normales
Los que rechazan la conclusión anterior han planteado objeciones. Consideremos los principales puntos de desacuerdo, ya que estas objeciones incluyen argumentos de las Escrituras.
G.C. Aalders ha escrito que «es obvio que el día de la creación estaba limitado por la mañana y la tarde, por el comienzo y el final del rayo de luz. Nuestro día de 24 horas incluye la noche y, como tal, es un concepto diferente en sí mismo»[23] Sin embargo, J.A. van Delden ha respondido correctamente[24] que, si se quiere hablar rígidamente en este sentido, es más consecuente decir que el «día» de Génesis 1 se refiere a la noche, ¡pues el texto menciona primero la tarde! («Y fue la tarde y la mañana un día»). Definitivamente, no es esta la dirección a seguir. Génesis 1 muestra claramente que el día se contaba desde la tarde hasta el día siguiente inclusive (resumido en la palabra «mañana»).[25]
A menudo se hace referencia a 2 Pedro 3:8 para argumentar que los días de Génesis 1 no eran realmente días, sino largos períodos de tiempo. Leemos en ese pasaje: «…No ignoréis esto, amados: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día». Pero, note que, en este pasaje, «día» es un día normal. Este pasaje no apoya una interpretación figurativa o no literal de «día» en Génesis 1. Indica que para Dios un día es como mil años, y mil años es como un día; pero, ¡no igual a un día! El punto es que Dios no está limitado como nosotros por el tiempo. Él es Dios. Y por eso, sugiere Pedro, la Iglesia no debe desesperar. ¡Dios puede hacer en un día lo que al hombre le llevaría mil años! Dios se apresura a venir. Ese es el contexto de 2 Pedro 3. Si se aplica este sentido al contexto de Génesis 1, entonces Dios puede hacer en un día lo que un evolucionista piensa que debería llevar miles de años o más. Un argumento similar puede aplicarse al Salmo 90:4. («Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó»).
Con frecuencia se oye el argumento de que cuando la Escritura dice que Dios creó todo en seis días, se trata sólo de una manera de hablar. Dios no lo dice literalmente. Sólo utiliza términos comprensibles para nosotros como humanos. Habla, por utilizar una palabra culta, antropomórficamente.[26] Ahora bien, es cierto que Dios en su autorrevelación condescendió al nivel del hombre y utilizó palabras, expresiones y también medios que el hombre podía comprender. Por ejemplo, aunque Dios no tiene espalda ni rostro literales, mostró a Moisés Su espalda y ocultó Su rostro (Éxodo 33:23). De este modo Dios, en Su autorrevelación, descendió hasta el hombre y se dio a conocer. Sin embargo, sabemos que Dios no es un hombre, pues las Escrituras nos informan de que Dios es espíritu (Juan 4:24). Por tanto, no hay ambigüedad sobre la identidad de Dios en Su autorrevelación, pues las Escrituras dejan claro cuál es el significado. Sin embargo, es una proposición totalmente diferente decir que la revelación de Dios en Su Palabra no puede tomarse por lo que dice, porque lo que está escrito en las Escrituras es sólo una forma humana de hablarnos. Tal postura exigiría que los teólogos o los científicos decidieran qué parte de la Escritura hay que reinterpretar o reformular para que sepamos lo que Dios quiso decir en realidad. ¿Podemos mejorar la forma en que Dios nos habla en Su Palabra? La Escritura dice que la Palabra está cerca de nosotros (Deuteronomio 30:14; cf. Romanos 10:8). Dios reveló exactamente lo que quería decir y lo que quería decir (cf. 2 Pedro 1:21; 2 Timoteo 3:16). Una vez que empezamos a insistir en «retraducir» las Escrituras para que sean «comprensibles» para nuestra época para mostrar lo que Dios «realmente quiso» decir, estamos perdidos. ¿Dónde nos detenemos? ¿Cuál es la idea de Dios y cuál la del hombre? Esta es la miseria de tanta teología moderna. Pero la Palabra de Dios es clara y perspicua. Es una lámpara ante nuestros pies. Su intención y su mensaje son claros.
Otra objeción a la comprensión literal de los días de la creación es la insistencia en que el séptimo día nunca terminó. Se dice que la prueba es el hecho de que el texto del relato de la creación no incluye con el séptimo día las palabras «y fue la tarde y la mañana el día séptimo». La razón de esta omisión se dice que es porque el séptimo día todavía continúa porque Dios todavía está descansando de Su trabajo de la creación. Ahora bien, si el séptimo día es de una duración tan prolongada, (según el razonamiento) ¿no sugiere esto lo mismo para los seis primeros días de la creación?[27] En respuesta, cabe señalar que el orden es diferente con el séptimo día. Las palabras «el séptimo día» aparecen ahora al principio y no al final de este día. Esto no es tan sorprendente, ya que Dios no creó en este día. En este sentido, este día era diferente de los días precedentes, para los que se podían mencionar diversos actos de creación. Pero nótese que sigue llamándose día, con un número, al igual que los seis días precedentes, y debe entenderse en consecuencia. No hay absolutamente nada en el texto que indique que este séptimo día nunca se detuvo.[28]
Otro argumento para ver que el séptimo día aún continúa se ha buscado en Juan 5:17. En ese capítulo, leemos que Jehová sanó a un hombre cojo siendo Sabbath. Cuando los judíos descubrieron esto, persiguieron a Jesús «porque hacía estas cosas en el día de reposo. Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo» (v. 16b-17). Sobre la base de este pasaje se ha concluido que «el razonamiento de Jesús sólo es sólido si el Padre actúa durante su Sabbath; sólo con esa condición tiene el Hijo derecho a actuar de forma similar en el día de reposo… El Sabbath de Dios, que marca el final de la creación, pero no ata las manos de Dios, es por tanto coextensivo con la historia. El propio Jehová no consideraba el séptimo día del Génesis como un día literal».[29] Sin embargo, ¡esta interpretación lee mucho más en el texto de lo que dice! El punto es que si el Padre también trabaja en Sabbath (en Su obra de preservación y redención), también puede hacerlo el Hijo. No hay nada en el texto que sugiera que el Sabbath en el que Dios está trabajando sea otro que el Sabbath que los judíos observan y en el que Jehová cura.
Conclusión
Basándonos en lo anterior, podemos concluir que los seis días en los que Dios creó el cielo y la tierra fueron precisamente eso, días con tarde y mañana. No hay nada en la Biblia que sugiera lo contrario. ¿Por qué entonces se ha discutido tanto y se han sembrado tantas dudas sobre este punto? Hay otros factores que influyen en el enfoque del texto bíblico. Esperamos examinarlos la próxima vez, D.V.
¿LA CIENCIA, LAS ESCRITURAS Y LA EDAD DE LA TIERRA?
En un artículo anterior, llegué a la conclusión de que no había nada en la Biblia que sugiriera que los seis días en los que Dios creó el cielo y la tierra fueran largos períodos de tiempo que se extendieran a miles o millones de años. Si la Biblia es tan clara en este punto, ¿por qué ha habido tanta controversia al respecto?
El auge de la ciencia
La respuesta es que muchos han tratado de armonizar lo que se percibía como una verdad científica con lo que está escrito en Génesis 1. Antes del siglo XIX, la edad de la Tierra se consideraba en general de unos seis mil años y no había ningún esfuerzo concertado para convertir los días de Génesis 1 en algo más que eso. Sin embargo, con el auge de las teorías científicas (sobre todo el estudio de la geología), todo cambió. La teoría de la brecha y la teoría del día-era (de las que se ocuparon artículos anteriores de esta serie) fueron los dos medios principales utilizados para intentar armonizar lo que la ciencia había concluido y lo que decían las Escrituras.
¿No debería uno preocuparse por lo que dice la ciencia? Ciertamente, hay un lugar legítimo para la ciencia; pero, cuando tratamos cuestiones como la creación o el origen del mundo, sobre las que la ciencia no puede decir nada en el sentido estricto de lo que la ciencia trata[30] , tenemos que basarnos en el relato de Dios sobre lo que ocurrió. Él estaba allí. Él creó el cielo y la tierra. Y Él nos ha informado en Su Palabra de lo que necesitamos saber sobre ese tema. Aceptar ese relato por lo que es, es decir, la Palabra de Dios, debe ser nuestro punto de partida. «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Hebreos 11:3; cf. Job 38:4; Isaías 40:25-26).
La última teoría de la ciencia sobre los orígenes no debe influir en la exégesis. Cuando se examina la gran mayoría de la literatura «conservadora» sobre el tema de Génesis 1, resulta obvio que sigue habiendo demasiada preocupación por armonizar la Escritura con las teorías científicas actuales sobre cómo empezó el mundo. Estas teorías van y vienen. Pero la Palabra permanece para siempre y es esa Palabra la que debe entenderse en primer lugar, no sobre la base de lo que hace la ciencia, sino sobre la base de lo que dice la propia Escritura sobre las cuestiones que se debaten.
Vivimos en una época en la que a menudo se espera más de la ciencia y de los grandes periodos de tiempo que de la capacidad de Dios para crear tal como se relata en Su Palabra. Por eso es interesante observar que en los primeros siglos de la exégesis cristiana Agustín sugirió que Dios creó todo en un solo momento. Los días expresaban así no el orden temporal, sino el causal, en el que las partes de la creación se relacionan entre sí.[31]Aunque esta exégesis debe rechazarse, revela algo de la mentalidad de alguien como Agustín. Tal interpretación presupone que Dios no necesitó seis días para hacer lo que seguramente podría haber hecho en un solo día o incluso en un instante. Este punto de vista supone que Dios es omnipotente y que puede hacer lo que quiera. Pero tal suposición apenas funciona en nuestra era científica. En su lugar, a menudo se ven formas artificiosas de dar cabida a grandes períodos de tiempo en los que podría haber tenido lugar el origen del mundo. Hoy en día, los eruditos bíblicos a menudo parecen avergonzados por la obra de la creación que tuvo lugar en seis días y buscan maneras de evitar tal conclusión. En el pensamiento evolucionista de esta era secularizada no hay lugar para Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Debemos tener mucho cuidado de que este espíritu no influya en nuestro enfoque del relato de la creación en el Génesis.
La edad de la tierra
Una pregunta que se plantea a menudo en este contexto es: ¿Qué edad tiene el mundo? Muy brevemente, conviene señalar los dos factores siguientes.
No es el propósito de la Escritura responder a tales preguntas de curiosidad. Sin embargo, lo que la Biblia nos dice es cierto y debe tenerse en cuenta también cuando se discuten cuestiones como la edad de la Tierra. Dos factores críticos saltan inmediatamente a la vista. En primer lugar, la duración de los días durante los cuales Dios creó todas las cosas. Hemos visto que no se trataba de largos periodos de tiempo, sino de días como los que nosotros también experimentamos, con la tarde y la mañana, la oscuridad y la luz. El segundo factor son las genealogías que se encuentran en Génesis 5 y 11.
¿Pueden utilizarse las genealogías para calcular con precisión el tiempo transcurrido desde la creación? La respuesta es no. La razón es que las genealogías registradas en las Escrituras frecuentemente omiten generaciones. Un ejemplo bien conocido es la genealogía que se encuentra en Mateo 1. En Mateo 1:8, faltan tres nombres que se encuentran en otras partes entre Joram y Uzías; a saber, Ocozías (2Reyes 8:25; 2Crónicas 22:1), Joás (2Reyes 11:1; 2Crónicas 24:1) y Amasías (2Reyes 14:1; 2Crónicas 25:1) y en el versículo 11 se omite a Joaquín después de Josías (2Reyes 23:34). De hecho, en el versículo 1 toda la genealogía se resume así: «Jesucristo, el hijo de David, el hijo de Abraham». También se pueden mencionar muchos ejemplos del Antiguo Testamento.[32] A menudo, las genealogías se reducían porque no era necesaria una enumeración completa para el propósito del autor. Esto debería hacernos cautos a la hora de evaluar el valor cronológico de las genealogías que se encuentran en Génesis 5 y 11. De hecho, sabemos, por ejemplo, que Génesis 11:12 se salta una generación. Dice que «cuando Arfaxad vivió treinta y cinco años, fue padre de Sala». Por Lucas 3:36 sabemos que el nombre de Cainán ha sido omitido, de modo que, si no hay otras omisiones, Génesis 11:12 en realidad nos dice que cuando Arfaxad había vivido treinta y cinco años, se convirtió en el abuelo de Sala al engendrar a Cainán, (pues según Lucas 3:36, Cainán es el padre de Sala). La cuestión es que términos como «se convirtió en el padre de» o «engendró» no indican necesariamente una relación directa entre padre e hijo. La expresión «se convirtió en el padre de» puede referirse a una relación de abuelo o bisabuelo con el pariente lejano que se nombra, en lugar de referirse a una descendencia inmediata. Como ha expresado correctamente un erudito «Así, en Génesis 5 y 11, `A engendró a B puede significar a menudo simplemente que A engendró (la línea que culmina en) B’».[33]
A la luz de lo anterior, es comprensible que la Biblia nunca deduzca una afirmación cronológica de estas genealogías. En ninguna parte se totalizan los números dados en estas genealogías. La Escritura no nos dice cuánto tiempo transcurrió desde la creación del mundo o desde el diluvio universal. (La Escritura sí da números de años para otros acontecimientos importantes. Cf. Éxodo 12:40 y 1 Reyes 6:1). Las genealogías de Génesis 5 y 11 no tienen como finalidad dar información cronológica y, por tanto, no debemos utilizarlas con ese fin.
Así pues, debemos rechazar el famoso cálculo de James Ussher (1581- 1656) por el que situó la creación en el año 4004 a.C., fecha que obtuvo en parte también utilizando las genealogías del Génesis como herramienta cronológica. Por otra parte, el Antiguo Testamento da todas las razones para creer que el mundo tiene miles y no millones o incluso miles de millones de años. Como la Biblia no nos dice cuántos años tiene el mundo, no se puede dar una respuesta precisa sobre esa base. Entre quienes aceptan que Dios creó todo en seis días, la edad de la Tierra que se menciona a menudo no supera los diez mil años. La evaluación de los datos científicos en los que se basa tal fecha escapa a mi competencia;[34] pero tal edad no parece imposible a la luz de las Escrituras.
[1] Este artículo es el primero de una serie seleccionada de conferencias impartidas a nivel popular. La mayor parte del material ha sido revisado para su publicación y, de acuerdo con la naturaleza de Clarion, se han reducido al mínimo las notas a pie de página
[2] Véase al respecto P.E. Hughes, A Commentary on the Epistle to the Hebrews (1977), 452 (sobre Hebreos 11:3).
[3] Véase, por ejemplo, D.R. Groothuis, Unmasking the New Age (1986), 20f., 48ff.
[4] E.J. Young, Studies in Genesis One (1964), 14.
[5] W.W. Fields, Unformed and Unfilled (1976), 8. Véase también p. 7.
[6] Para un tratamiento extenso de todos estos argumentos, ver ibid., 51-146. Lo que sigue en este y en el siguiente artículo está en parte en deuda con este trabajo.
[7] Ibid., 56-71.
[8] Para obtener información técnica más precisa sobre lo que sigue en terminología muy popular en este artículo, consulte la Gramática hebrea de Gesenius como ed. y ampliado por E. Kautzsch, 2a ed. rev. A. E. Cowley (1910, 1966), sec. 156a, 141 e, i; P. Jouan, Grammaire de l’hébreu biblique (1923, 1982), sec.154m.
[9] G.C. Aalders, Genesis, I (1981; orig. pub. in Dutch 1933), 54.
[10] N. del T. Para efectos comparativos se citan las versiones en inglés traducidas.
[11] E.J. Young, Studies in Genesis One (1964), 38.
[12] Aalders, Genesis, I, 56.
[13] Por lo que sigue, estoy especialmente en deuda con J. A. Van Delden, “Bijbel en wetenschap” en su Schepping en wetenschap (1977), 48-59. Véase también A. Keizer, Wetenschap in bijbels licht, págs. 23-26.
[14] Véase adicionalmente acerca de este tema, por ejemplo, H. Bavinck, Gereformeerde dogmatiek, I (1967; esta ed. primer pub. 1906), 445-451.
[15] Van Delden, op.cit., 57.
[16] Sobre lo anterior, ver J. Byl, “Science and Christian Knowledge”, Reformed Perspective, 2:6 (1983), 4-9
[17] Las siguientes citas han sido anotadas por L. de Koster en Christian Renewal, 5:14 (1987) 19.
[18] Cf. más adelante, H. Bavinck, Gereformeerde dogmatiek, II (1967; esta edición se publicó por primera vez en 1907) 385-389.
[19] E.J. Young, In the Beginning (1976) 40.
[20] Nuestra costumbre de comenzar el día a medianoche se deriva de los romanos. G. F. Hasel, “Day”, The International Standard Bible Encyclopedia, I (Edición revisada, 1979), p. 877.
[21] Véase, E. G. W. Baumgartner et al., Hebraisches und aramaisches Lexikon zum Alten Testament, libro en rústica, nuevo 2 (1974), 382.
[22] Véase, por ejemplo, J. Skinner, Genesis (International Critical Commentary; 1930), 21; W. H. Gispen, Genesis I, (1974), 50.
[23] G.C. Aalders, Genesis I, 58
[24] J.A. van Delden, Schepping en wetenschap, (1977), 80f.
[25] Cf. también el final del artículo anterior de esta serie, «El primer día».
[26] Una teoría estrechamente relacionada es la llamada interpretación literaria que «toma la forma de la semana atribuida a la obra de creación como un arreglo artístico, un modesto ejemplo de antropomorfismo que no debe tomarse literalmente» H. Blocher, In the Beginning, (1984), 50.
[27] Ver, e.g., H. Blocher, In the Beginning, 56.
[28] Ver, e.g., Young, Studies in Genesis One, 77f, n.73.
[29] Blocher, In the Beginning, 57
[30] Cf. mi artículo anterior, «Biblia y ciencia: Algunos factores básicos»
[31] Señalado por Bavinck, Gereformeerde dogmatiek II, 460.
[32] Por ejemplo, compare 1 Crónicas 6:3-14 con Esdras 7:1-5 y la imposibilidad de que la genealogía sea completa.
[33] K.A.Kitchen, Ancient Orient and Old Testament, 39.
[34] Véase, por ejemplo, P.D. Ackermann, It’s a Young Earth After All, (1986), 60; J.A. van Delden, Schepping en wetenschap, 182; W.W. Fields, Unformed and Unfilled, 198-199.