Evaluando el premilenialismo 2
CORNELIS P. VENEMA
La hermenéutica del literalismo
Uno de los rasgos característicos del dispensacionalismo es su insistencia en una lectura «literal» de la Biblia. A lo largo de su historia, muchos de sus defensores han alegado que los puntos de vista milenaristas alternativos reflejan un bajo concepto de la autoridad de las Escrituras porque no siguen esta hermenéutica.[1] Especialmente cuando se trata de las profecías de la Biblia que se refieren a Israel, el pueblo terrenal de Dios, los dispensacionalistas insisten en que se lean literalmente. A menudo se argumenta que las lecturas alternativas de estas profecías y sus promesas, socavan la autoridad de la Biblia al espiritualizarlas ilegítimamente.
Este énfasis en una hermenéutica literal está estrechamente vinculado a la distinción dispensacionalista entre el pueblo terrenal de Dios, Israel, y su pueblo celestial, la iglesia. Se argumenta que las profecías y promesas de la Biblia que se refieren a Israel deben corresponder a Israel como pueblo distinto. Dado que Israel es una entidad nacional y étnica con una identidad y una historia literales y concretas, cualesquiera que sean las promesas bíblicas que se refieran a ella deben ser igualmente literales y concretas.[2] Por tanto, si las Escrituras han de interpretarse correctamente, deben tomarse siempre en su sentido literal, a menos que esto resulte imposible.
I. ¿Qué es «literal»?
Para evaluar la hermenéutica dispensacional del literalismo, es necesario definir con mayor precisión qué se entiende por lectura literal de la Biblia. Las opiniones varían entre los propios dispensacionalistas en cuanto a lo que es.
Es interesante observar que incluso en el caso de Scofield y la forma clásica del dispensacionalismo, el énfasis en una hermenéutica literal era algo matizado. Según él, los libros históricos de la Biblia no solo son literalmente verdaderos, sino que a menudo también tienen un significado alegórico o espiritual. Un acontecimiento histórico, como la relación entre Isaac e Ismael, es literalmente cierto, pero también puede tener otro sentido y significado (véase Gal 4:23-31). Sin embargo, en el caso de los libros proféticos de la Biblia, Scofield insistió en que:
Llegamos al terreno de la literalidad absoluta. A menudo se encuentran figuras en las profecías, pero la figura tiene invariablemente un cumplimiento literal. No existe ni un solo caso de cumplimiento «espiritual» o figurado de la profecía… Jerusalén es siempre Jerusalén, Israel siempre Israel, Sion siempre Sion… Las profecías nunca pueden espiritualizarse, sino que siempre son literales.[3]
Esta afirmación es contundente. Declara que todas las profecías de la Escritura tienen un cumplimiento literal, de modo que cuando no se interpretan literalmente, sino en sentido figurado, su significado queda necesariamente distorsionado. Sin embargo, la declaración también admite, al menos con respecto a los pasajes históricos, que los acontecimientos registrados pueden interpretarse también en términos de su significado espiritual.
Entre los autores dispensacionalistas posteriores, se han hecho otros intentos de definir lo que se entiende por una hermenéutica literal. Dos definiciones representativas han sido dadas por Charles C. Ryrie en su Dispensationalism Today[4] y Paul Lee Tan en su The Interpretation of Prophecy.[5]
Ryrie da la siguiente explicación de la posición dispensacionalista: «Los dispensacionalistas afirman que su principio hermenéutico es el de la interpretación literal. Esto significa interpretación que da a cada palabra el mismo significado que tendría en el uso normal, ya sea empleado al escribir, hablar o pensar.[6] En su exposición de esta afirmación, Ryrie continúa argumentando que el «uso normal» es realmente el equivalente de una interpretación gramatical e histórica del texto. Toma las palabras en su sentido normal, llano u ordinario. La definición de Tan de esta hermenéutica es bastante similar: «Interpretar» significa explicar el sentido original de un orador o escritor. Interpretar «literalmente» significa explicar el sentido original del orador o escritor según el uso normal, habitual y apropiado de las palabras y el lenguaje. La interpretación literal de la Biblia significa simplemente explicar el sentido original de la Biblia según el uso normal y habitual de su lenguaje.[7]
Al igual que Ryrie, Tan sostiene que una lectura literal de los textos bíblicos equivale a una lectura gramatical-histórica, una lectura que simplemente toma las palabras y el lenguaje del texto en su sentido ordinario, común y llano.
A pesar de estas variaciones, la afirmación principal del dispensacionalismo es que los textos bíblicos deben leerse en su sentido llano, ordinario o literal, especialmente cuando estos textos hablan y cuando hacen promesas con respecto del pueblo terrenal de Dios, Israel. Aunque no se niega por completo la presencia de lenguaje no literal y figurado, ―Scofield incluso reconoció la posibilidad de espiritualizar las interpretaciones de los acontecimientos históricos― la primera regla para cualquier lectura de un texto bíblico es que se lea de la manera más literal posible.
II. Evaluación de la hermenéutica del literalismo
Indudablemente, los autores dispensacionalistas difieren considerablemente sobre el tema de la lectura literal de la Biblia. Son evidentes las variaciones entre las formas más antiguas y clásicas del dispensacionalismo y las formas revisionistas y progresistas más recientes. Sin embargo, tomaremos las dos definiciones citadas como una representación justa del punto de vista predominante entre los dispensacionalistas.
Al considerar estas definiciones típicas de lo que constituye una hermenéutica literal, dos problemas saltan inmediatamente a la vista.
Literal y tal vez espiritual
El primer problema es el reconocimiento tácito de que una lectura literal del texto no tiene por qué excluir un significado espiritual o un lenguaje figurado y simbólico. En la posición original del propio Scofield, se hace una distinción un tanto arbitraria entre los textos históricos y proféticos de la Biblia. Esta distinción se hace para permitir la posibilidad de que los textos históricos puedan tener un significado tanto literal como espiritual. Aunque Scofield sostiene que esto nunca es posible en el caso de los textos proféticos, no parece haber ninguna razón por la que no pueda ser así. ¿Por qué los textos históricos que hablan de Jerusalén pueden tener un significado espiritual, mientras que los textos proféticos que hablan de Jerusalén deben tener invariablemente un significado literal? Además, la posibilidad de que haya elementos no literales indica que es un tanto simplista y engañoso insistir en que los textos se lean siempre literalmente.
Literal pero no realmente literal
Un segundo problema, aún más fundamental, de estas definiciones es el intento de identificar lo «literal» con una lectura gramatical-histórica del texto, que a su vez se identifica con tomar las palabras en su sentido normal o llano. El problema de este planteamiento es que plantea la cuestión de qué significan estrictamente «literal», «normal» o «llano». Esto puede ilustrarse considerando el significado de la palabra «literal».
El «sentido literal» es una traducción del latín sensus literalis, que significa «el sentido de, según la letra». Es decir, los textos deben leerse como lengua y literatura según las reglas que ordinaria y apropiadamente se aplican a su uso y formas. Esto significa que, si el texto es poesía, debe leerse, según la letra, como poesía. Si el texto es una narración histórica, que relata hechos ocurridos en un tiempo y lugar determinados, debe leerse como narración histórica. Si el texto utiliza figuras literarias ―símbolos, figuras, metáfora, símil, comparación, hipérbole, etc.― debe leerse según la letra, tratando tales figuras de la manera apropiada. La idea básica es que cuando los textos bíblicos se leen en términos de su significado literal, deben leerse de acuerdo con todas las reglas y normas apropiadas.
Que el dispensacionalismo parta de un compromiso con la «lectura literal, llana o normal de un texto» plantea totalmente la cuestión de cuál es ese sentido. Decir que el sentido literal de las profecías y promesas bíblicas debe ser siempre el sentido más llano, concreto y obvio, es prejuzgar el sentido de estos textos antes de leerlos realmente «según la letra», es decir, según las normas que rigen para el tipo de lenguaje utilizado.
Desde la época de la Reforma protestante, es frecuente hablar de una lectura gramatical-histórica de los textos bíblicos. Se trata de una lectura que toma en serio las palabras, las frases, la sintaxis y el contexto de los textos bíblicos ―de ahí lo de gramatical― y que también tiene muy en cuenta el contexto histórico y el momento en que se producen los textos ―de ahí lo de histórico.
Este enfoque se contraponía al enfoque medieval común de los textos bíblicos, que distinguía, además del sentido literal o histórico de un texto, otros tres niveles de significado: el sentido tropológico (moral), el alegórico y el anagógico (último o escatológico).[8] Frente a este cuádruple sentido medieval de los textos bíblicos, los reformadores hablaron del sensus literalis, el sentido literal del texto. Esto significa que un texto debe leerse según las reglas lingüísticas y gramaticales, y las circunstancias históricas pertinentes, para descubrir su significado literal (y único).[9]
Esto demuestra en principio la ilegitimidad de la interpretación del dispensacionalismo de lo que implica una hermenéutica literal. Pero como se trata de una cuestión tan importante, la ilustraremos más concretamente mediante tres áreas problemáticas: en primer lugar, la relación entre la profecía o promesa del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Nuevo Testamento; en segundo lugar, el tema de la tipología bíblica y, en tercer lugar, la afirmación tantas veces repetida de que los no dispensacionalistas espiritualizan ilegítimamente las promesas bíblicas relativas a la tierra nueva. Cada una de estas áreas problemáticas muestra lo inviable y poco útil que es decir que una lectura literal busca el sentido llano o normal de los textos bíblicos.
III. Profecía y cumplimiento
El primer problema es el tratamiento que el dispensacionalismo da a las profecías del Antiguo Testamento y a su cumplimiento. Aquí la insistencia en una lectura literal de los textos bíblicos, especialmente de las profecías, enmascara en realidad la afirmación más básica de que solo pueden hacerse promesas terrenales o no espirituales a un pueblo terrenal. Dado que las promesas a Israel son siempre y necesariamente terrenales y literales, no pueden aplicarse directamente a la iglesia. El dispensacionalismo se derrumbaría, como método de lectura de las profecías bíblicas, si se demostrara que las promesas hechas a Israel en el antiguo pacto encuentran su verdadero y definitivo cumplimiento en la iglesia del nuevo pacto.
El problema aquí es que el Nuevo Testamento se refiere repetidamente a las profecías y promesas del Antiguo Testamento hechas a Israel, a la iglesia. Cualesquiera que hayan sido los cumplimientos anteriores de las profecías del Antiguo Testamento, alcanzan su cumplimiento definitivo en Cristo, en quien todas las promesas de Dios tienen su «sí» y su «amén» (2Co 1:20). Esto puede ilustrarse con varios ejemplos.
Entre las promesas más básicas de todas las Escrituras está la promesa hecha por el Señor a Abraham, de que «serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn 12:3). Esta promesa se repite en Génesis 15, donde se promete a Abraham una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (v. 5), y luego en Génesis 17, donde se promete a Abraham una descendencia y se dice que será padre de una multitud de naciones (v. 4). En el relato neotestamentario del cumplimiento de esta promesa, especialmente en el tratamiento que de ella hace el apóstol Pablo en Gálatas 3 y 4, se afirma expresamente que esta promesa se ha cumplido en Cristo. No solo Cristo es la simiente de la promesa, Aquel en quien se cumplen las promesas anteriores a Abraham, sino que todos los que pertenecen a Cristo, sean judíos o gentiles, son también simiente de Abraham. Al reunir, por medio del Evangelio, a creyentes de toda tribu y lengua y pueblo y nación, la promesa del Señor a Abraham se cumple literalmente. Sin embargo, el punto de vista dispensacionalista es que esto puede ser, en el mejor de los casos, solo una aplicación secundaria, no el cumplimiento literal, de la promesa al Israel terrenal. Este punto de vista contradice la enseñanza del apóstol Pablo de que todos los creyentes judíos y gentiles son la simiente de Abraham y coherederos de la promesa.[10]
Del mismo modo, las promesas hechas durante el antiguo pacto al rey David encuentran su cumplimiento en la venida y la realeza de Jesucristo, el Hijo de David y su Señor. En el anuncio del nacimiento de Jesús por medio del ángel a la virgen María, consta que el ángel le dijo: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1:31-33). Este pasaje, leído literalmente, dice que el niño que va a nacer es el cumplimiento de la promesa del Señor en 2 Samuel 7:13-16 (cf. Sal 89:26,27), la promesa de que el Hijo de David se sentaría para siempre en el trono de su padre David. Sin embargo, el dispensacionalismo en su forma clásica enseña que este reino davídico es un reino exclusivamente terrenal, un reino reservado al período milenial (mil años) y para el pueblo terrenal de Dios, Israel. Esta interpretación no solo no pasa la prueba de ser una lectura literal de las descripciones bíblicas de la promesa de un reino davídico (mil años no es para siempre), sino que también parece una lectura mucho menos clara del texto que la adoptada habitualmente por los intérpretes no dispensacionalistas: que la venida de Cristo es el comienzo del cumplimiento de la promesa hecha anteriormente a David.
Otra promesa bíblica que ilustra el problema del tratamiento dispensacionalista de la profecía bíblica es la promesa de un templo restaurado. Ezequiel 40-48 describe ampliamente la futura reconstrucción del templo tras la restauración de Israel de su cautiverio. Esta descripción habla en detalle de las dimensiones de este templo reconstruido, así como de la variedad de sacrificios que se ofrecerán en él, incluidas las ofrendas por el pecado. En la lectura dispensacionalista de esta profecía, esto se refiere a la reconstrucción literal del templo de Jerusalén durante el reino milenario. Sin embargo, esto crea un problema de cómo interpretar el lenguaje que describe la reinstauración del sistema de sacrificios, en un momento posterior a la venida de Cristo y el logro de la redención a través de su sacrificio único en la cruz. En la New Scofield Reference Bible, se admite que este lenguaje no tiene por qué tomarse literalmente: «La referencia a los sacrificios no debe tomarse literalmente, en vista de la supresión de tales ofrendas, sino que debe considerarse más bien como una presentación del culto del Israel redimido, en su propia tierra y en el templo milenario, utilizando los términos con los que los judíos estaban familiarizados en tiempos de Ezequiel».[11]
La admisión de que algunos elementos de la profecía de Ezequiel relativos al templo reconstruido no tienen por qué tomarse literalmente es fatal, sin embargo, para las pretensiones del dispensacionalismo de hacer una lectura literal de la profecía. La misma razón que lleva al dispensacionalista a leer el lenguaje sobre los sacrificios en este pasaje de forma no literal ―porque entraría en conflicto con otras partes de la Escritura― podría aplicarse igualmente a otros aspectos de la profecía. De hecho, la Palabra de Dios indica el cumplimiento de esta profecía, pero no en el sentido literal de un templo reconstruido en Jerusalén durante el período del milenio.[12]
Estos son solo algunos ejemplos de la forma en que el dispensacionalismo no reconoce el cumplimiento de muchas de las profecías del Antiguo Testamento a Israel en la venida de Cristo y la reunión de su iglesia durante esta era presente. En lugar de permitir que la interpretación del Nuevo Testamento sobre el cumplimiento de las profecías determine su punto de vista, el dispensacionalismo parte del prejuicio de que ninguna promesa a Israel podría, en el sentido estricto del término, cumplirse literalmente en relación con la iglesia. Pero este es un prejuicio basado en una dicotomía no bíblica entre Israel y la iglesia.
IV. ¿Es la tipología bíblica un talón de Aquiles?
La interpretación de los tipos y sombras bíblicos, es una segunda área problemática relacionada, en cierto modo el talón de Aquiles de la hermenéutica literal de los dispensacionalistas.[13] Los tipos bíblicos pueden definirse vagamente como aquellos eventos, personas o instituciones del Antiguo Testamento que prefiguran o prefiguran sus realidades en el Nuevo Testamento.[14] En los casos de tales tipos bíblicos, el tipo del Antiguo Testamento se cumple en su significado típico y simbólico por la realidad del Nuevo Testamento. Por lo tanto, si se puede demostrar que muchos de los acontecimientos históricos, personas e instituciones que fueron parte integral de la administración del Señor del pacto de gracia en el Antiguo Testamento, prefiguraron acontecimientos, personas e instituciones en su realidad y cumplimiento del nuevo pacto, el dispensacionalismo, como método de interpretación bíblica, parecería estar seriamente en peligro.
Aunque podrían citarse muchos ejemplos de tipos bíblicos, existen tres que son especialmente problemáticos para el dispensacionalismo: el templo, Jerusalén y los sacrificios.
Comenzamos con la tipología del templo porque con ella concluimos la sección anterior sobre la profecía. En la enseñanza de las Escrituras, el templo del Señor (antes, el tabernáculo) es el lugar de su morada peculiar en medio de su pueblo. El templo era el punto central del culto de Israel, el lugar donde el pueblo del Señor podía acercarse a Dios mientras sus pecados eran expiados por medio de los sacrificios instituidos en la ley. Hablando del significado del tabernáculo en el Antiguo Testamento, Geerhardus Vos, en su Biblical Theology, señala:
El tabernáculo ofrece un claro ejemplo de la coexistencia de lo simbólico y lo típico en una de las principales instituciones de la religión del Antiguo Testamento. Encarna la idea eminentemente religiosa de la morada de Dios con su pueblo. Esto lo expresa simbólicamente en lo que se refiere al estado religioso del Antiguo Testamento, y típicamente en lo que se refiere a la encarnación final de la salvación en el estado cristiano… Que su propósito principal es realizar la morada de Jehová se afirma en tantas palabras [Ex 25:8; 29:44-45].[15]
En su significado típico, el templo era una sombra o tipo de la realidad de la morada del Señor con su pueblo. Según el Nuevo Testamento, esta realidad se encuentra ahora en Cristo mismo (Jn 1:14; 2:19-22; Col 2:9) y en la iglesia como lugar de la morada de Dios por el Espíritu (Ef 2:21-22; 1Ti 3:15; Heb 3:6; 10:21; 1P 2:5). Cristo y la iglesia son el cumplimiento del significado simbólico y típico del templo. Además, en el estado final de consumación, cuando el Señor habite para siempre en presencia de su pueblo en los nuevos cielos y la nueva tierra, se enseña expresamente que ya no habrá templo alguno, pues el Señor morará en medio de ellos (Ap 21:22).
La insistencia dispensacionalista en que el templo es una institución que pertenece, en su forma literal, peculiarmente a Israel, no aprecia su significado típico en la revelación bíblica. La idea de que el templo sería reconstruido literalmente y serviría como punto focal para el culto de Israel durante el período del milenio representa, desde el punto de vista del progreso y desarrollo de la revelación bíblica, una reversión a los tipos y sombras del Antiguo Testamento. Desde este punto de vista, el dispensacionalismo hace retroceder el reloj de la historia redentora.
Un malentendido similar de la tipología bíblica también caracteriza el tratamiento dispensacionalista de «Jerusalén» o «Sion». En el Antiguo Testamento, Jerusalén, o Sion, es la ciudad de David, el rey teocrático, y simboliza el gobierno del Señor en medio de su pueblo. Jerusalén es la ciudad del ungido del Señor, el lugar de su trono y de su gobierno misericordioso en medio de su pueblo. Es la «ciudad de Dios» (Sal 46), el lugar donde se conciben y nacen los hijos del Señor (Sal 87). Es la ciudad a la que vendrán las naciones que el Señor ha prometido entregar al Hijo de David como su legítima herencia (Sal 2).
Sin embargo, en el Nuevo Testamento se nos enseña que Jerusalén es ahora la «Jerusalén celestial». Por esta razón, el escritor a los Hebreos puede decir a los creyentes del nuevo pacto: «sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos» (12:22-23). Esta es también la razón por la que el apóstol Juan puede relatar la siguiente visión de la Jerusalén celestial tal como será al final de la historia de la redención: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Ap 21:1-3).
Este tipo de pasajes nos describen el cumplimiento de todo lo que la Jerusalén del antiguo pacto tipificaba y prefiguraba. Confirman el modelo de la tipología bíblica: la Jerusalén literal del antiguo pacto es típica de la ciudad de Dios del nuevo pacto, la iglesia. La morada del Señor en medio de su pueblo, la presencia del santuario del templo, el trono de David, todo ello encuentra su cumplimiento y realidad en la bendición y consumación del nuevo pacto de la que fue testigo el apóstol Juan en su visión en la isla de Patmos.
Otro ejemplo de tipología bíblica estrechamente relacionado es el de los sacrificios estipulados en la ley de Moisés, especialmente en el libro del Levítico. Estos sacrificios eran símbolos y tipos de la persona y la obra de Jesucristo, el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, que cumple y perfecciona todo lo que ellos prefiguraban. Este es el argumento principal del libro de Hebreos, que compara y contrasta el tabernáculo, el sacerdocio y los sacrificios del antiguo pacto con su cumplimiento y perfección en Cristo. Los tipos y sombras del antiguo pacto han sido abolidos, o mejor, encuentran su realidad y perfección en las realidades del nuevo pacto:
Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también este tenga también algo que ofrecer. Así que, si sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aun sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales… Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas… Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer (Heb 8:1-6,13).
El punto resumido en este pasaje y expuesto en los ejemplos anteriores de tipos bíblicos constituye lo que se ha dado en llamar el talón de Aquiles de la pretensión dispensacionalista de una hermenéutica literal. Esta pretensión no solo no hace justicia a la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, sino que también va en contra de la pretensión de los autores inspirados del Nuevo Testamento sobre el significado tipológico del santuario, el sacerdocio y los sacrificios del Antiguo Testamento: la realidad del nuevo pacto hace que la sombra sea obsoleta y superflua. Además, el mismo principio se aplica a todos los tipos y sombras de la administración del antiguo pacto. Una vez admitido este principio, la insistencia del dispensacionalismo en una restauración literal de los tipos y sombras del antiguo pacto parece estar en serio conflicto con la enseñanza de la tipología bíblica.
V. ¿Qué pasa con la espiritualización?
La tercera área problemática que queda por considerar es la afirmación dispensacionalista de que un cumplimiento no literal de las profecías y promesas bíblicas a Israel traiciona una espiritualización que no puede hacer justicia a los textos bíblicos. Según el dispensacionalismo, muchas promesas a Israel no pueden explicarse a menos que se entienda que se cumplirán literal y concretamente durante el período del milenio venidero.
Entre tales profecías, los dispensacionalistas suelen citar pasajes como Isaías 11:6-10 y 65:17-25. Ambas profecías se tratan en la Scofield Reference Bible como predicciones del milenio, el período de mil años del reinado literal de Cristo sobre la tierra desde Jerusalén. Este reinado milenario representa la reanudación de los tratos peculiares de Dios con su pueblo terrenal, Israel, después de que los tiempos de los gentiles, el período de paréntesis de la iglesia, haya concluido con el rapto y la siguiente tribulación de siete años. Según el dispensacionalismo, estas profecías son una prueba contundente de que las profecías del Señor a Israel solo pueden tener un cumplimiento literal y concreto. El lenguaje utilizado en ambos pasajes, según el dispensacionalista, solo puede entenderse como referido a un milenio literal o reino davídico en la tierra.
Sin embargo, una inspección más detenida de estas dos profecías no apoya esta afirmación. En Isaías 11:6-10, el profeta describe un hermoso cuadro del reinado del retoño de Jesé. Este reino se caracterizará por la paz y la tranquilidad universales. En este reino, el Señor declara que «morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará… No harán mal ni dañaran en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (versículos 6, 9).
No es evidente que esto describa el milenio de la expectativa dispensacionalista. No se menciona que se trate de un período limitado en el tiempo, tal vez de mil años de duración. Más importante aún, este pasaje habla de un reinado caracterizado por una paz universal y el conocimiento del Señor. El milenio de la expectativa dispensacionalista, por el contrario, incluye la presencia de algunas personas que no reconocen al Señor, e incluso una rebelión sustancial a su término por parte de muchos en contra de Él; el «pequeño tiempo» de Satanás. Por consiguiente, la descripción de Isaías 11:6-10 podría referirse mejor al estado final de los «cielos y tierra nuevos» que al milenio. Aunque este lenguaje se toma legítimamente para describir la circunstancia sobre la tierra ―y no para ser espiritualizado en un sentido no terrenal― describe mejor la paz universal y el conocimiento del Señor que caracterizarán el estado final en la consumación que el reino terrenal y davídico de la expectativa dispensacional.
La segunda de estas profecías, Isaías 65:17-25, es algo más difícil de interpretar. En la New Scofield Reference Bible, el primer versículo, que habla de los nuevos cielos y una nueva tierra, se toma como una descripción del estado final, pero los versículos restantes (vv. 18-25) se toman como una descripción del milenio.[16] Así, este pasaje se toma como una descripción tanto del estado final como del milenio que lo precederá. Esta lectura tiene cierta verosimilitud, porque el versículo 20 describe un tiempo en el que los niños no morirán después de haber vivido solo unos días, y en el que los ancianos no morirán prematuramente. Este versículo afirma expresamente que «el niño morirá de cien años y el pecador de cien años será maldito». Dado que en estos versículos se menciona la muerte, los dispensacionalistas argumentan que no puede referirse al estado final.
Aunque se trata de un pasaje difícil, es muy posible que, en esta descripción profética de los cielos nuevos y la tierra nueva, se esté utilizando este lenguaje para describir el estado final. Si se utiliza literalmente, puede parecer que entra en conflicto con la enseñanza bíblica de que la muerte ya no existirá en los cielos nuevos y la tierra nueva. Pero tal vez el lenguaje utilizado sea simplemente una forma de afirmar figurativa o poéticamente las vidas incalculablemente largas que vivirán los habitantes de la nueva tierra.[17] Hay que observar que estos versículos también hablan de que las vidas de los habitantes serán «como los días de los árboles» (v. 22), lo que sugiere una longevidad extraordinaria de la vida. Y lo que quizá sea más significativo, estos versículos dicen que la «voz de lloro ni voz de clamor» ya no se oirán en Jerusalén, el mismo lenguaje utilizado en Apocalipsis 21:4 para designar el estado final. Por lo tanto, la lectura más probable de estos versículos es que, desde el versículo 17 hasta el 25, describen en el lenguaje de la experiencia presente, algo de la alegría, la bienaventuranza y la vida eterna que serán las circunstancias del pueblo de Dios en los cielos nuevos y la tierra nueva.[18]
En otras palabras, estos textos y otros similares tienen un lugar apropiado dentro de una lectura no dispensacionalista de la Biblia. Sencillamente, no es cierto que todos los no dispensacionalistas espiritualicen estas profecías y no se tomen en serio su descripción de la vida renovada en la tierra nueva. No es necesario ser dispensacionalista para hacer justicia al lenguaje concreto y terrenal utilizado en estas profecías de los nuevos cielos y la nueva tierra. Siempre que se entienda que el estado final requiere unos cielos nuevos y una tierra nueva, se podrá apreciar la riqueza y la concreción de las imágenes de estos pasajes bíblicos. De hecho, desde cierto punto de vista, podría incluso afirmarse que, en la medida en que el milenio dispensacionalista se queda corto respecto a la bienaventuranza de la vida en la tierra nueva descrita en estos pasajes, se hace más culpable de espiritualizar su lenguaje y su significado. Mientras los no dispensacionalistas insistan debidamente en la restauración de la tierra en el estado final, no necesitan admitir en lo más mínimo la acusación de que han espiritualizado ilegítimamente las profecías de las Escrituras relativas al estado final.
Conclusión
La afirmación dispensacionalista respecto a una interpretación literal de las Escrituras es realmente el producto de su insistencia en una separación radical entre Israel, el pueblo terrenal de Dios, y la iglesia, el pueblo espiritual de Dios. Sin este supuesto subyacente ―que Dios tiene estos dos pueblos distintos― no hay razón para negar el cumplimiento de las promesas del antiguo pacto en las realidades del nuevo pacto. Tampoco existe ya razón para evitar las implicaciones de la tipología bíblica para el sistema dispensacionalista.
Quizá la prueba más contundente contra la hermenéutica dispensacionalista se encuentre en el libro de Hebreos. El mensaje del libro de Hebreos es, si se me permite hablar anacrónicamente, una refutación convincente del dispensacionalismo. Mientras que el libro de Hebreos es un argumento sostenido a favor de la finalidad, riqueza y culminación de todas las palabras y obras del pacto del Señor en el nuevo pacto que es en Cristo, el dispensacionalismo quiere preservar intactos los antiguos acuerdos para Israel, acuerdos que serán reinstituidos en el período del reino milenario. Sin embargo, esto equivaldría a volver a lo que ha sido superado en el nuevo pacto en Cristo, volviendo a disposiciones que han quedado obsoletas y superfluas porque su realidad se ha realizado en las disposiciones del nuevo pacto. El Mediador de este nuevo pacto, Cristo, es el cumplimiento de todas las promesas del Señor a su pueblo. Por tanto, para el escritor a los Hebreos, cualquier vuelta a los tipos y ceremonias del antiguo pacto sería un alejamiento inaceptable de las realidades del nuevo pacto en favor de las sombras del antiguo.
Aunque a algunos les pueda parecer demasiado severo, no se nos permite otro juicio respecto al sistema de interpretación bíblica conocido como dispensacionalismo: representa un apego continuado a las sombras y ceremonias de la dispensación del antiguo pacto y también una incapacidad para apreciar adecuadamente la finalidad del nuevo pacto. Su doctrina de una hermenéutica literal resulta no ser literal en el sentido propio del término. En lugar de leer el Nuevo Testamento «según la letra», el dispensacionalismo lee el Nuevo Testamento a través de la lente de su insistencia en una separación radical entre Israel y la iglesia.
[1] Aquí y en toda esta sección utilizo el término «hermenéutica» en el sentido básico de un método o enfoque de la lectura de la Biblia. El dispensacionalismo se caracteriza por una hermenéutica particular, o forma (siguiendo ciertas reglas o principios) de leer los textos bíblicos, que hace especial hincapié en el principio de una lectura literal.
[2] Véase, por ejemplo, Ryrie, Dispensationalism Today, pp. 86-109, 132-55.
[3] Cyrus I. Scofield, The Scofield Bible Correspondence School, Course of Study (7ª ed., 3 vols.; no se indica lugar ni editorial), pp. 45-46 (citado por Vern S. Poythress, Understanding Dispensationalists [Grand Rapids: Zondervan, 1987], p. 24).
[4] Chicago: Moody, 1965.
[5] Winona Lake, Indiana: BMH Books, 1974.
[6] Dispensationalism Today, p. 86.
[7] The Interpretación of Prophecy, p. 29.
[8] Sobre la base de este cuádruple sentido de los textos bíblicos, una referencia al agua podría significar literalmente, un líquido incoloro; moralmente, la necesidad de pureza; alegóricamente, el bautismo por el agua; y anagógicamente, la vida eterna en la Jerusalén celestial. O, para usar otro ejemplo común, Jerusalén podría significar literalmente, la ciudad en Palestina; moralmente, la necesidad de mentalidad celestial; alegóricamente, la ciudadanía en el cielo; y anagógicamente, la Jerusalén de los nuevos cielos y la nueva tierra.
[9] En contra de esta enseñanza medieval de un cuádruple sentido, la Confesión de Fe de Westminster, capítulo 1.9, afirma que «el verdadero y pleno sentido de cualquier Escritura… no es múltiple, sino uno».
[10] En la sección anterior sobre la relación entre Israel y la iglesia, el argumento ofrecido para rechazar cualquier separación tajante entre ellos está estrechamente relacionado con esta interpretación bíblica del cumplimiento de las promesas a Israel en el nuevo pacto.
[11] The New Scofield Reference Bible, nota sobre Ezequiel 43:19. Esta nota representa un cambio de la original Scofield Reference Bible, que dice: ‘Sin duda estas ofrendas serán conmemorativas, mirando hacia atrás, hacia la cruz, como las ofrendas bajo el antiguo pacto eran anticipatorias, mirando hacia adelante, hacia la cruz. En ninguno de los dos casos los sacrificios de animales tienen poder para quitar el pecado (Heb 10:4, Ro 3:25)’ (nota sobre Ez 43:19).
[12] La afirmación dispensacionalista de que el templo será reconstruido en Jerusalén durante el milenio presenta una serie de problemas: en primer lugar, incluso si no se reinstauraran los sacrificios o tal vez solo se ofrecieran sacrificios conmemorativos, como han sugerido algunos dispensacionalistas, Cristo no podría ministrar en este templo porque no es sacerdote «según el orden de Leví» (cf. Heb 7:14); segundo, Ezequiel no dice nada sobre la reconstrucción del templo durante el periodo conocido como el milenio; y tercero, la profecía de la reconstrucción del templo es una profecía de la morada del Señor en medio de su pueblo que se describe en Apocalipsis 22. El dispensacionalismo interpreta erróneamente esta profecía porque tiene una visión inadecuada de los tipos y sombras bíblicos en relación con su cumplimiento, tema al que me referiré más adelante.
[13] Para una evaluación crítica del tratamiento de la tipología bíblica por parte del dispensacionalismo, véase Poythress, Understanding Dispensationalists, p. 111-17.
[14] T. Norton Street, How to Understand Your Bible, rev. ed. (Downers Grove, Illinois: InterVarsity, 1974), p. 107, da la siguiente definición útil de un tipo bíblico: «Un tipo puede definirse como una prefiguración del Antiguo Testamento de una realidad espiritual del Nuevo Testamento con propósito divino».
[15] Grand Rapids: Eerdmans, 1948 (y edición británica, Edimburgo: Banner of Truth, 1975), p. 148.
[16] A estos versículos se les da el título, «Condiciones milenarias en la tierra renovada con la maldición eliminada» (New Scofield Reference Bible).
[17] Este lenguaje y esta sugerencia son los de Anthony Hoekema, The Bible and the Future, 1979), p. 202.
[18] Algunos postmilenialistas considerarían que la descripción de estos versículos se refiere al milenio, la edad de oro que precederá al regreso de Cristo y al estado final. Véase, por ejemplo, Davis, Christ’s Victorious Kingdom, pp. 37-8. Aunque este punto de vista no incluye la interpretación dispensacionalista de un reino reservado al pueblo terrenal de Dios, Israel, sí considera que este pasaje describe un período cuyas bendiciones no alcanzan la perfección del estado final.
Autor
El Dr. Cornelis P. Venema es Decano de la Facultad y Profesor de Estudios Doctrinales en el Mid-America Reformed Seminary, en Dyer, Indiana. Es coeditor del Mid-America Journal of Theology y editor colaborador de una columna sobre doctrina para la publicación mensual The Outlook. Entre sus escritos figuran dos estudios sobre credos y confesiones: But for the Grace of God: an Exposition of the Canons of Dort y What We Believe: An Exposition of the Apostle’s Creed. Se doctoró en el Princeton Theological Seminary por un trabajo sobre la teología de Juan Calvino y ha sido pastor de la Christian Reformed Church en Ontario, California, y en South Holland, Illiniois. Él y su esposa Nancy tienen cuatro hijos.
Esta serie de artículos, «Evaluando el premilenialismo» ha sido extraída de un nuevo libro, The Promise of the Future, de Cornelis P. Venema y publicado por The Banner of Truth Trust, 3 Murrayfield Road, Edimburgo, EH12 6EL, Reino Unido.