Cordero inmaculado de Dios:
LA DOCTRINA DE LA IMPECABILIDAD DE CRISTO
[Extiendo mi gratitud al Pastor Valentín Alpuche, el hermano Francisco Campos, y todos quienes participaron en el labor titánico de traducir este documento y ponerlo en un formato viable – RZ]Introducción
¿Era Jesucristo capaz de pecar? Plantear esta pregunta no es lo mismo que preguntar si Jesús pecó o no.[1] El testimonio de las Escrituras sobre la verdadera ausencia de pecado en el Señor Jesús es abundante.
Tenemos sus propias afirmaciones, como se informa en los Evangelios. Hablando de su Padre, Jesús pudo decir: “no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).[2] Continuó desafiando a una multitud cada vez más hostil con la demanda: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). Su meta consciente era “cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Poco antes de la crucifixión afirmó: “he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10).
Además, también está el testimonio de sus discípulos más cercanos. Juan puede decir: “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5); Pedro afirma que Él “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22).
Además, Lucas muestra particularmente la inocencia justa del Señor como la ven los que están alrededor de Él. Pilato no pudo encontrar culpa en Él (Lucas 23:4, 14, 22), y dijo que tampoco Herodes (Lucas 23:15). Uno de los ladrones crucificados reconoció que Jesús no tenía maldad (Lucas 23:41). El centurión que presidía la crucifixión confesó la inocencia de Jesús (Lucas 23:47).
Otro testimonio importante aparece en Hebreos. Al contrastar el sacerdocio de Jesucristo según el orden de Melquisedec con el sacerdocio aarónico, el autor concluye: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26). Esto establece una cuádruple ausencia de pecado en Cristo. John Owen explicó los dos primeros términos (santo e inocente) señalando que “[e]l primero incluye toda santidad positiva; el otro, un rechazo de toda impureza”. El tercer término (sin mancha) significaba que no “contrajo” ningún mal de nadie ni de nada. Finalmente, apartado de los pecadores indicaba que “Él estaba en todos los sentidos, en la perfecta santidad de su naturaleza y de su vida, distinguido de todos los pecadores; no sólo de los más grandes, sino de aquellos que alguna vez tuvieron la menor mancha de pecado…”[3]
Ya sea que los detalles de las distinciones de Owen parezcan convincentes o no, el apilamiento de términos relacionados con la pureza moral establece la realidad que Cristo nunca pecó sobre un terreno inquebrantablemente sólido.
Hay testimonios bíblicos adicionales que indican que Jesús está completamente libre de pecado, algunos de los cuales se mencionarán a continuación. Lo que se ha citado es suficiente para mostrar por qué, escribiendo a principios de la década de 1970, J.A.T. Robinson podía decir que el juicio de Jesús como uno que no tuvo pecado “nunca fue seriamente cuestionado hasta hace cien años”.[4] Así también Donald Macleod escribe sobre la pureza inmaculada de Jesús: “Hasta el siglo XIX esta era la confesión prácticamente unánime de la iglesia”.[5]
Donde la Escritura fue tomada más o menos en serio, la afirmación de que Cristo pecó era en gran medida impensable. Incluso después de que el testimonio de las Escrituras fue ampliamente cuestionado, muchos se aferraron a este punto. Por ejemplo, Wolfhart Pannenberg, aunque descartó gran parte del testimonio de las Escrituras, se sintió capaz de afirmar la inocencia completa de Cristo sobre la base de la resurrección.[6]
I. Argumentos a favor de la impecabilidad de Cristo
Hay múltiples maneras de argumentar a favor de la impecabilidad de Cristo. Thomas Oden divide los argumentos a favor de la impecabilidad de Jesús en dos puntos de vista: el deductivo e inductivo. Como sus argumentos inductivos se relacionan principalmente con los testimonios de las Escrituras sobre la actual ausencia del pecado en la vida de Jesús, son los argumentos deductivos los que son más relevantes para mi propósito aquí.[8] En lo que sigue sostengo que la obra del Dios Trino con respecto a la encarnación de Cristo y nuestra redención a través de Él excluyó toda posibilidad de pecado para el Señor Jesús.
- La voluntad de Dios el Padre fue que Cristo no pecara
No estaba en el decreto de Dios que Jesucristo pecara y, por lo tanto, en última instancia, no podía pecar. La fuerza de este argumento depende de reconocer que el decreto general de Dios genuinamente dirige todas las cosas. En el lenguaje del Catecismo Mayor de Westminster, Dios “ha preordenado inmutablemente, para su propia gloria, todo lo que sucede en el tiempo, especialmente en lo que respecta a los ángeles y los hombres”.[9]
Herman Hoeksema argumentó a favor de la impecabilidad de Cristo de esta manera. Si Cristo hubiera podido caer en pecado, eso habría negado “el decreto inmutable de Dios de que Cristo debía ser perfeccionado como el capitán de nuestra salvación”.[10] Debido a que Dios decretó proporcionar la salvación a través de la obra de un redentor sin pecado, Cristo era hipotéticamente impecable (es decir, no podía pecar en vista del decreto divino).[11]
Para ampliar el punto de Hoeksema, hay dos maneras de demostrar el decreto de Dios de que Cristo no debía pecar. La primera es simplemente a partir de los acontecimientos. El testimonio de la Escritura de que Cristo estaba libre de pecado es bastante claro. Además de los textos citados anteriormente, se podría pensar en la esposa de Pilato al reconocerlo como un “hombre justo” (Mateo 27:19) y la declaración contundente de Pablo de que Él “no conoció pecado” (2 Corintios 5:21). Puesto que “en relación con la presciencia y el decreto de Dios (la Primera Causa) todas las cosas suceden inmutable e infaliblemente” (Confesión de Fe de Westminster 5.2), el evento revela suficientemente el decreto de Dios al respecto. Debido a que Cristo no pecó, sabemos que Dios decretó que no lo haría.
Una segunda manera de demostrar que el decreto de Dios incluía la ausencia de pecado en Cristo es resaltar las declaraciones bíblicas acerca de las cualificaciones necesarias de Cristo para el éxito en su obra. En otras palabras, debido a que se profetizó que Cristo tendría éxito en la obra de redención, y debido a que esa obra de redención requería perfección sin pecado, se hace evidente que el decreto de Dios incluía la perfección impecable de Cristo.
Para que Cristo tuviera éxito en la obra de redención, necesitaba ser inmaculadamente perfecto.[12] Su santidad no era una pequeña parte de lo que le convenía para ser nuestro sumo sacerdote (Hebreos 7:26). Si no hubiera habido el intercambio de “los justos por los injustos”, él no podría habernos llevado a Dios (1 Pedro 3:18).[13]
Ahora bien, la Escritura predice y proclama el logro exitoso de la obra redentora de Cristo.[14] Siglos antes de su advenimiento, Isaías ya había anunciado el éxito infalible de la obra justificadora del Siervo Sufriente. “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho… y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte…” (Isaías 53:11–12). Después del hecho, Pablo lo declaró sucintamente: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13).
Las líneas principales del argumento deben ser suficientemente claras. Hay un testimonio directo de la ausencia de pecado en Cristo. La redención exigía un Redentor sin pecado, y de hecho se ha logrado: he allí otra línea de evidencia de la impecabilidad de Cristo. Estas evidencias dan testimonio de que esta ausencia de pecado era parte del decreto de Dios. Esta conclusión tal vez se ve con máxima claridad en conjunción con las predicciones del logro de la redención.[15]
Este argumento necesita ser cuidadosamente cualificado, para que no parezca afirmar demasiado. Estrictamente hablando, no es un argumento para la impecabilidad intrínseca de nuestro Señor. El decreto de Dios aseguró el evento, pero sin eliminar “la libertad o contingencia de segundas causas” (Confesión de Fe de Westminster 5.1).[16] Por sí mismo, el decreto de ninguna manera restringió la “libertad” de Cristo al pecado. Muestra que Cristo nunca habría sido contaminado por el pecado, pero por sí mismo no especifica la(s) causa(s) próxima(s) de su impecabilidad.[17] En otras palabras, mientras que el decreto de Dios significaba que en última instancia Cristo no podría haber pecado, no nos dice por qué medios la impecabilidad fue asegurada. Por lo tanto, es necesario decir algo más.
2. Dios el Hijo estaba de tal manera unido a una naturaleza humana que la hizo incapaz de pecar
Este argumento es quizás el más pertinente, contundente y popular de las razones dadas para la impecabilidad de Cristo. De hecho, según Dabney, “La vieja doctrina de las iglesias reformadas afirmaba no sólo la actual ausencia total del pecado (que nadie impugna sino los infieles violentos), sino la impecabilidad de nuestro Redentor”.[18]
La unión hipostática de la segunda persona de la Trinidad con una naturaleza humana significaba que Cristo era impecable. Este es un argumento bastante estándar en la cristología reformada. Así Bavinck,[19] Berkhof,[20] Cairns,[21] Dabney,[22] Jones,[23] Macleod,[24] Shedd,[25] y Tipton[26] derivan la impecabilidad de Cristo de su identidad. Después de una discusión característicamente tortuosa, Berkouwer también llega al punto de afirmar una “incapacidad mesiánica de pecar” a la luz de la unión personal de las dos naturalezas de Cristo, y su intención redentora.[27]
La impecabilidad de Cristo como resultado de la constitución de su persona no es una idea exclusivamente reformada, sino que abarca el pensamiento protestante más ampliamente. Por ejemplo, el metodista William Burt Pope afirmó que Cristo era “sin pecado, al nacer en la carne por una generación milagrosa, impecable porque Él era el Hijo de Dios”.[28] Más recientemente, desde una perspectiva dispensacionalista, Ryrie atribuye la pecabilidad a la naturaleza humana y agrega: “Pero la persona del Dios-hombre era impecable”.[29] Una vez más, el dogmático luterano Francis Pieper lo expresó sucintamente cuando escribió: “Suponer que el hombre Cristo podía pecar es asumir que el Hijo de Dios, con quien el hombre Cristo constituye una Persona, podía pecar. Los que asumen la pecabilidad del hombre Cristo renuncian así, lo sepan o no, a la encarnación del Hijo de Dios, a la unio personalis de Dios y el hombre, y la sustituyen por una unio mystica.“[30]
De hecho, esta afirmación va más allá del protestantismo. El erudito jesuita Gerald O’Collins también fundamenta la impecabilidad de Cristo en la constitución de su persona. En su opinión, Jesús “era incapaz de pecar porque no sólo era humano sino también divino”.[31]
La impecabilidad de Cristo a la luz de la unión hipostática tiene profundas raíces en la historia de la iglesia.[32] Antes de 1159, Pedro Lombardo afirmaba que “si estamos hablando de la persona, es manifiesto que no podía pecar, ni tampoco era capaz de no ser Dios”. El punto de la frase final es que Pedro ya había declarado “si podía pecar, entonces podría ser condenado; si pudiera ser condenado, no podría ser Dios…”[33]
La frase de Pedro insinúa un elemento aclaratorio vital en la doctrina de la impecabilidad de Cristo. Es decir, es una afirmación de la impecabilidad de la persona de Cristo, no de la naturaleza humana considerada en abstracción. Para explicar esto, es necesario considerar brevemente la encarnación del Hijo de Dios.
El Catecismo Mayor de Westminster explica bien este punto:
P.36. ¿Quién es el Mediador del pacto de gracia?
R. El único Mediador del pacto de la gracia es Cristo el Señor, quien, siendo el Hijo eterno de Dios, de una sustancia e igual al Padre, en la plenitud de los tiempos se hizo hombre, y así fue y continúa siendo Dios y hombre, en dos naturalezas completamente distintas, y una persona, para siempre.
P.37. ¿Cómo se hizo hombre Cristo, siendo el Hijo de Dios?
R. Cristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre, al tomar para sí un cuerpo verdadero y un alma razonable, siendo concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de su sustancia, y nacido de ella, pero sin pecado.
Los puntos vitales para esta discusión es que el Hijo de Dios preexistente (de hecho, eterno) se hizo hombre a través de la asunción de toda una naturaleza humana. Esto no resultó en dos personas, sino en una persona con dos naturalezas. Esto podría funcionar porque no fue asumida una persona humana, sino una naturaleza humana anhipostática. T.F. Torrance explica: “Esta única persona significa que su naturaleza humana no tenía subsistencia o hipóstasis independiente, ningún centro independiente de ser personal”.[34] A este punto debe añadirse inmediatamente también la enhipóstasis,[35] a saber: “la naturaleza humana desde el primer momento de su existencia tuvo su hipóstasis o subsistencia personal en la subsistencia personal de Dios el Hijo”.[36]
La razón de la impecabilidad de Cristo, entonces, no era una cualidad inusual de la naturaleza humana que fue asumida.[37] En sí misma, esa naturaleza humana genuina y completa era tan pecable como la de Adán.[38] La naturaleza humana es pecable hasta la glorificación. Considerada abstractamente, la humanidad de Jesús era, por lo tanto, capaz de pecar, pero sólo considerada abstractamente.
Y la abstracción de la naturaleza humana de Jesús de su persona es meramente hipotética. De hecho, la naturaleza humana de nuestro Señor nunca existió por un momento aparte de Él. Dios el Hijo, una hipóstasis divina concreta que subsiste desde la eternidad, asumió la naturaleza humana de tal manera que la individualización de esa naturaleza humana tuvo lugar en virtud del acto de asumir. La naturaleza humana anhipostática fue enhipostatizada por su asunción en unión con Dios el Hijo.
Debido a que la naturaleza asumida era anhipostática, la unidad de la persona de Cristo se mantiene. No asumió un hombre, una naturaleza humana ya “particularizada” en una persona. Por el contrario, el Verbo (Juan 1:1) dio a esa naturaleza humana su propia personalidad.[39]
Es la unión hipostática la que hace que cualquier pensamiento de pecabilidad en Cristo sea tan inconcebible. El pecado es el acto de una persona. Jesucristo es Dios el Hijo y, por lo tanto, atribuirle pecabilidad es atribuir pecabilidad a una persona divina.[40] Este es, por lo tanto, el argumento más fuerte y claro para la impecabilidad en el sentido más estricto del término, basado en la singular constitución de la persona del Dios-hombre.
Otro argumento surge de la unción de Cristo para la obra de redención.
3. Dios el Espíritu Santo llenó tanto a Cristo que cualquier falta de justicia es inconcebible.
Jesucristo era el hombre lleno del Espíritu por excelencia.[41] La afirmación en este argumento es que Cristo estaba tan lleno del Espíritu Santo que le era imposible pecar. La obra del Espíritu Santo en la vida de Cristo se enfatiza con frecuencia en las Escrituras. Las predicciones de Isaías 11:1-5, 42:1-3 y 61:1-3 (cf. Lucas 4:17-21) son bien conocidas. Pedro relata “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret” (Hechos 10:38). La declaración de que Dios no le da el Espíritu por medida significa que recibió el Espíritu sin medida (Juan 3:34). Todas sus obras fueron llevadas a cabo por el poder del Espíritu.[42]
La relevancia de todo esto para la cuestión de la impecabilidad es evidente particularmente en las narraciones de las tentaciones en los evangelios sinópticos. Fue el Espíritu quien guió o condujo a Cristo al desierto para ser tentado (Mateo 4:1; Marcos 1:12–13). Él enfrentó la tentación no con su propia fuerza o debido a cualquier deambulación de su corazón, sino como alguien recién ungido y completamente bajo la dirección del Espíritu Santo (Lucas 4:1). Por lo tanto, estaba completamente equipado para conquistar, y completamente seguro de vencer. En este punto, el énfasis de la Confesión de Westminster es intrigante (VIII: 3):
El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los tesoros de sabiduría y del conocimiento: en quien agradó al Padre que habitara toda plenitud; con el propósito de que, siendo santo, inocente, sin mancha y lleno de gracia y verdad, fuese completamente equipado para ejecutar el oficio de mediador y fiador. (Énfasis agregado)
Parecería que, como parte del equipamiento total de Cristo para la obra de redención, un propósito de la santificación y unción del Espíritu era que Cristo fuera santo, inocente y sin mancha.[43] Puesto que el Espíritu no podía fallar, esto efectivamente hizo que Cristo fuera incapaz de pecar.
Jonathan Edwards relaciona específicamente la obra del Espíritu con la impecabilidad de Cristo:
I. Era imposible que los hechos de la voluntad del alma humana de Cristo, en cualquier caso, grado o circunstancia, no fuesen sino santos y agradables a la naturaleza y la voluntad de Dios. Las siguientes cosas lo hacen evidente.
1. Dios había prometido preservarlo y sostenerlo de una manera tan eficaz por su Espíritu, bajo todas sus tentaciones, que no podía fallar para el fin por el cual vino al mundo; pero hubiera fracasado, si hubiera caído en pecado.[44]
En lo que sigue, Edwards expone una serie de textos que destacan cómo el Espíritu Santo sostuvo tanto a Cristo como para preservarlo completamente del pecado.[45]
Debido a que el Espíritu Santo santifica, donde está presente en plenitud sin medida, la santidad debe ser tan absoluta como para estar por encima de cualquier posibilidad de contaminación. Así, Cristo fue oficialmente impecable, en vista de su equipamiento para la obra de redención. Un flujo similar de pensamiento aparece en el Catecismo de Craig:
P. ¿Por qué fue concebido por el Espíritu Santo? (Mateo 1:20)
R. Para que esté sin pecado y así santificarnos.
P. ¿Y si Él hubiera sido un pecador?
R. Entonces no podría habernos liberado.
P. ¿Sólo fue liberado del pecado? (Juan 3:34)
R. No, sino que también fue llenado con el Espíritu Santo sin medida.[46]
Además de los argumentos del decreto de Dios, de la manera en que el Hijo asumió la naturaleza humana, y de la obra del Espíritu en nuestro Señor, hay un argumento más, a partir del corazón de Cristo mismo.
4. Jesucristo estaba tan plenamente consagrado a Dios que era indefectiblemente santo.
No es posible cuestionar la profundidad y el vigor del compromiso de Cristo con su Padre. Toda su vida y muerte son testigos de este hecho. Por lo tanto, incluso cuando era niño, estaba obligado a estar en la casa de su Padre (Lucas 2:49). El celo por esa casa lo consumió, como los discípulos observaron (Juan 2:17; cf. Salmo 69:9). Incluso cuando se enfrentó a la hora más terrible de todas, el compromiso de Cristo con la voluntad de su Padre lo llevó a buscar la gloria de Dios a cualquier costo (Juan 12:27-28 y Mateo 26:39, 42). Esta profundidad de compromiso constituía una especie de impecabilidad funcional. Es inconcebible que alguien tan celoso y comprometido con Dios se aparte del camino de la justicia.
El argumento se puede expresar de manera más compacta. Cristo es el hombre por excelencia en cuyo corazón está la ley de Dios. Esta fue su propia confesión (Salmos 40:8 y Hebreos 10:5-9). “La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán” (Salmo 37:31). La ley de Dios estaba perfectamente, enteramente, constantemente en el corazón de Cristo; por lo tanto, no era posible que ninguno de sus pasos se deslizara. La palabra en el corazón preserva del pecado (Salmo 119:11), y Cristo meditó en la ley del Señor día y noche (Salmo 1:2).
Un argumento en esta línea para la impecabilidad de Cristo aparece bastante temprano en la historia de la iglesia. Orígenes sostuvo que “debemos creer que existió en Cristo un alma humana y racional y, sin embargo, no suponer que tuviera ninguna susceptibilidad o posibilidad de pecado.” Vale la pena repetir su explicación de cómo se podrían mantener ambos elementos en su totalidad:
No se puede dudar de que la naturaleza de su alma era la misma que la de todas las almas; de lo contrario, no podría llamarse alma, si no fuera verdaderamente una. Pero como la capacidad de elegir el bien o el mal está al alcance inmediato de todos, esta alma que pertenece a Cristo eligió amar la justicia como para aferrarse a ella inmutable e inseparablemente de acuerdo con la inmensidad de su amor; el resultado es que, por firmeza de propósito, inmensidad de afecto y una calidez inextinguible de amor toda susceptibilidad al cambio o la alteración fueron destruidos, y lo que antes dependía de la voluntad era por la influencia de la larga costumbre cambiada en naturaleza.[47]
Por supuesto, hay elementos en la concepción de Orígenes que uno no puede adoptar. Parece pensar que el alma humana de Cristo es preexistente a la encarnación y que se ha establecido en el hábito de la obediencia antes de ese evento.[48] Sin embargo, la flama santa del celo en el alma de Cristo no era un asunto insignificante. Si no se puede decir nada más, al menos está claro a partir de las narraciones de las tentaciones (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1–13) que el compromiso inquebrantable con la palabra de Dios fue el instrumento que Cristo usó para vencer al diablo.[49]
A pesar de esta evidencia extensa de la impecabilidad de Cristo, no todos han sido persuadidos. Por lo tanto, también es necesario considerar algunos argumentos en contra.
II. Respondiendo a las objeciones contra la impecabilidad de Cristo.
La confesión de la impecabilidad de Cristo no es unánime. Philip Schaff fue una de las voces disidentes. En una nota editorial a su edición en inglés del comentario de J.P. Lange, Schaff escribió:
La libertad del pecado que tuvo Jesús no debe confundirse con la libertad del pecado que tiene Dios: es la libertad del pecado del hombre Jesús, lo que implicó, durante su vida terrenal, la pecabilidad (la posibilidad de pecar, posse-peccare), la tentabilidad y la tentación real, mientras que la impecabilidad de Dios es un atributo eterno más allá del alcance del conflicto. Si vemos a Cristo simplemente en su naturaleza humana, podemos decir que su libertad del pecado fue al principio relativa (impeccabilitas minor, posse non peccare) y, como la inocencia de Adán en el paraíso, susceptible de caer (aunque tal caída fue hecha imposible por la inhabitación del Logos divino); sin embargo, estaba completo en cada etapa de su vida de acuerdo con el carácter de cada etapa, es decir, Él era sin pecado y perfecto como un infante, perfecto como un niño, perfecto como un joven y perfecto como un hombre; habiendo diferentes grados de perfección. La santidad sin pecado creció con Él, y, al vencer con éxito la tentación en todas sus formas, se convirtió en absoluta impecabilidad o imposibilidad de pecar (impeccabilitas major, non posse peccare). Por lo tanto, se dice que Él aprendió obediencia, Hebreos 5:8. El hecho histórico de la libertad del pecado de Jesús derroca la noción panteísta de la necesidad del pecado para el desarrollo moral del hombre.[50]
La imponente figura de Charles Hodge también registró una objeción a la doctrina estricta de la impecabilidad de Cristo.
Es imposible que un Salvador pecaminoso nos salve del pecado. No podía tener acceso a Dios. Él no podía ser un sacrificio por los pecados, y no podía ser la fuente de santidad y vida eterna para su pueblo. Esta libertad del pecado de nuestro Señor, sin embargo, no equivale a una impecabilidad absoluta. No era un non potest peccare.[51] Si Él era un hombre verdadero, debió haber sido capaz de pecar. Se nos presenta como ejemplo de uno que no pecó bajo la mayor provocación; que cuando era maldecido, bendecía; cuando sufría, no amenazaba; que era mudo, como una oveja ante sus esquiladores. La tentación implica la posibilidad del pecado. Si por la constitución de su persona era imposible que Cristo pecara, entonces su tentación era irreal y sin efecto, y no puede simpatizar con su pueblo.[52]
Debido a la importancia de Hodge dentro de la tradición reformada y el lenguaje claro que emplea, esta declaración proporcionará el modelo para las tres objeciones que se considerarán a continuación.[53] Si la impecabilidad no cae ante cualquiera de estas importantes pruebas, el argumento en contra es bastante exiguo.
1. ¿La impecabilidad hace que Cristo sea menos que verdaderamente humano?
La objeción de Hodge dice: “Si Él era un hombre verdadero, debió haber sido capaz de pecar.” La fuerza de esto es que sólo los herejes extremos niegan que el Señor Jesús fuera un verdadero hombre. Su debilidad es tomar la pecabilidad como intrínseca a la verdadera humanidad.
En respuesta a esto, O’Collins invierte la objeción: “…el pecado nos hace menos que plena y perfectamente humanos. Por lo tanto, permitir la posibilidad de que Cristo peque equivaldría a permitir la posibilidad de que Él sea menos que plena y perfectamente humano.”[54] La pecabilidad es una cualidad humana prácticamente universal, pero no es esencial para el carácter de la humanidad. Por lo tanto, los bienaventurados, y superlativamente Cristo mismo, son de hecho más plenamente humanos debido a su impecabilidad.
También hay un punto subsidiario, pero que no carece de importancia en lo absoluto. La brillante constelación de defensores de la impecabilidad de Cristo no incluye a nadie que niegue su verdadera humanidad. Entonces, ya sea que esté claro para Hodge y otros o no, muchos teólogos capaces no encontraron inconsistencia entre afirmar tanto la verdadera humanidad como la impecabilidad genuina.
Pero si Cristo puede ser impecable y verdaderamente humano, ¿puede también ser genuinamente tentado? Esta es la segunda objeción.
2. ¿La impecabilidad hace que las tentaciones de Cristo sean insignificantes o fáciles?
Aquí de nuevo Hodge expresa el punto con lúcida brevedad. “La tentación implica la posibilidad del pecado. Si por la constitución de su persona era imposible que Cristo pecara, entonces su tentación era irreal y sin efecto…”
Esta es probablemente la más contundente de las objeciones. La tensión de ser incitado al pecado podría parecer ser eliminada si pecar es simplemente imposible. Dada la resistencia inevitable, ¿cómo podría alguien realmente sentir el atractivo de la tentación?
Sin embargo, según Berkouwer, el argumento es precisamente al revés. Debido a que la tentación de Cristo estaba relacionada no solo con la ley de Dios, sino con su misión de sufrimiento, “nunca podemos decir que la realidad de la tentación es anulada por su incapacidad mesiánica de pecar.”[55] Las tentaciones particulares de Cristo que se registran para nosotros no fueron simplemente violar la ley, sino desviarse del camino marcado para él, un camino de gloria a través del sufrimiento. En su santa condición no debía ser atraído por algún impulso rebelde. Como Jesús mismo afirmó en Juan 14:30–31, “…porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí… y como el Padre me mandó, así hago…”
Además, la presuposición detrás de esta objeción es innecesaria. Parece sostener que la inevitabilidad del éxito implica facilidad de conflicto.[56] Pero ¿por qué debería darse el caso de que la impecabilidad haga que la tentación carezca de sentido? El camino de la obediencia plena siempre iba a ser un camino de dificultad (Hebreos 5:7-8). Y la perseverancia en la dificultad por amor de la obediencia (Juan 18:11), la promesa (Hebreos 12:2) y de otras personas (Gálatas 2:20) no se vuelve menos noble o valiosa al no haber duda de si la persona perseverará o no.
Se presentó a Cristo una alternativa aparentemente legítima al camino marcado de gloria para él a través del sufrimiento. Su camino designado conducía a un destino del que todos los impulsos humanos intachables retrocedían (Mateo 27:36-46). La perseverancia en el cumplimiento de toda justicia requería el ejercicio del discernimiento, aferrarse a la Palabra de Dios y el autocontrol de sumisión completa a la voluntad de Dios. El hecho de que el Hijo de Dios escogió inevitable e invenciblemente hacer esto de ninguna manera disminuyó el esfuerzo o el costo de esa decisión.
Finalmente, la objeción de la tentación sólo sería válida si el deseo de pecar perteneciera a la esencia de la tentación. La verdadera ausencia de pecado sería un problema desde ese punto de vista, incluso sin una impecabilidad absoluta. Que nuestro sumo sacerdote “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15), no significa que Jesús fue tentado a cometer todo pecado posible como nosotros podríamos ser. Después de todo, en ningún momento estuvo tentado durante los dolores de abstinencia a volver a una adicción a la heroína. Significa que fue completamente puesto a prueba, y emergió con su pureza intachable confirmada y manifestada a todos. Y esto lleva a la última objeción.
3. ¿La impecabilidad socava la identificación con y compasión de Cristo por su pueblo?
La última parte del párrafo de Hodge contiene la objeción final. Si era imposible que Cristo pecara, “entonces no puede simpatizar con o compadecerse de su pueblo.”
Ahora bien, la compasión de Cristo es un punto innegociable. Es demasiado esencial para el consuelo cristiano, y demasiado claramente afirmado en las Escrituras (Hebreos 2:16-18; 4:14-16), para ser cuestionado.[57] Las hermosas palabras de la Confesión Belga (art. 26) son acertadas: “Pero este Mediador… de ninguna manera debería espantarnos por su majestad, o hacernos buscar a otro de acuerdo con nuestra fantasía. Porque no hay criatura, ni en el cielo ni en la tierra, que nos ame más que Jesucristo”.[58] Ninguna disminución de esta verdad es tolerable.
La primera observación que hay que hacer en respuesta es que, si la Escritura enseña tanto la compasión como la impecabilidad de Cristo, entonces ambas deben mantenerse, incluso si no vemos cómo cohesionan. Nuestras limitaciones para sistematizar y armonizar las verdades divinas no son lo mismo que la existencia de contradicciones genuinas.
La segunda observación es que es una mera afirmación decir que un Cristo impecable no podría compadecerse verdaderamente. Que yo sepa, nadie niega que Cristo es actualmente impecable hoy, sin embargo, la Escritura es bastante clara en cuanto a que Cristo es compasivo en la actualidad (Hebreos 4:15). Por lo tanto, no hay una falta de armonía invencible entre la impecabilidad y la compasión hacia los pecadores.
En tercer lugar, este argumento no puede seguirse de manera coherente. Parece proceder basado en el principio de que una condición común en todos los aspectos es esencial para un sentimiento de compañerismo perfecto. Sin embargo, si se extendiera el principio de necesitar experiencia para simpatizar, negar la impecabilidad simplemente no aseguraría la compasión de Cristo por nosotros. No somos meramente pecables, en realidad hemos cometido pecado. Un Salvador pecable, pero en última instancia sin pecado todavía carece finalmente (desde este punto de vista) de los requisitos previos para una compasión genuina.
Esta objeción a la impecabilidad de Cristo colapsa bajo el peso de sus presuposiciones insostenibles, y por lo tanto ninguna de las principales objeciones a la impecabilidad es lo suficientemente sólida como para socavar el peso de la evidencia a su favor.
La intención de esta investigación ha sido aclarar el contenido y el hecho de la doctrina de la impecabilidad. Queda por indagar sobre su significado.
III. El valor de la impecabilidad de Cristo para el creyente y su estatus en la iglesia.
Tomando la doctrina como la establecen los argumentos a favor y las respuestas a las objeciones en contra, aún queda por indagar qué uso se puede hacer de esta doctrina. Además, también está la cuestión de si las confesiones reformadas han abordado este punto.
- ¿Qué valor tiene esta doctrina para los creyentes?
Parte del valor de esta doctrina es que resalta la santidad absoluta de la persona de Jesús. Sin una clara aprensión de su santidad personal, es difícil percibir la maravilla de que fue tratado como una persona impura, impía, condenada y maldita. Como dijo Mark Jones: “Nada es más impactante y glorioso. (…) el Santo de Dios fue declarado impío, para que los pecadores impíos pudieran permanecer inmaculados ante un Dios santo”.[59]
Además, la doctrina de la impecabilidad brinda consuelo al creyente. Saber que Jesucristo fue inmaculadamente santo es esencial para comprender que su justicia es verdaderamente suficiente para revestirme, y que estoy completo en él (Colosenses 2:10). Ciertamente, la resurrección revela el hecho de su justicia perfecta y satisfacción infinita, pero el decreto, la unión hipostática, la unción inconmensurable por el Espíritu y el celo consumado del alma de Cristo refuerzan nuestra fe en su pureza moral.
La doctrina de la impecabilidad también ofrece esperanza. Debido a que Jesús era un verdadero hombre y, sin embargo, no solo sin pecado sino incapaz de pecar, podemos creer que en unión con Él nosotros también seremos redimidos no de la humanidad genuina, sino de toda contaminación del pecado. La fe en Cristo no me aniquila, sino que me hace verdaderamente libre (Juan 8:32). Hay una abundancia de gracia y poder en Cristo para ayudarme en el día malo de la tentación.
- ¿Cuál es el estatus confesional de esta doctrina?
La definición de Calcedonia de 451 incorporó la expresión bíblica “sin pecado” en su confesión de Cristo.[60] Este ejemplo fue reiterado en la Confesión Belga, Artículo 18; la Confesión de Westminster VIII.2; y el Catecismo Mayor de Westminster 37.[61] No hay una referencia explícita a la impecabilidad propiamente dicha. Del mismo modo, el Catecismo de Heidelberg afirma la necesidad de un mediador verdaderamente justo y lo vincula a los requisitos de la redención (HC 15, 16),[62] pero no aborda la posibilidad teórica de que Cristo peque.
De la discusión histórica entablada anteriormente, parece evidente que la doctrina de la impecabilidad de Cristo, tal como se define estrictamente, está dentro de los límites de los documentos confesionales y la corriente principal del pensamiento reformado. En la medida en que afirman las doctrinas que apoyan la impecabilidad de Cristo, podría mantenerse con cierto grado de plausibilidad que esta doctrina está implícita o latente en las confesiones.
Sin embargo, probablemente sería ir demasiado lejos decir que es absolutamente requerido por los Estándares de Westminster o las Tres Formas de Unidad, y ciertamente algunas voces notables han disentido. Esta disidencia está lejos de ser convincente dado el alcance de la evidencia de la impecabilidad y la debilidad de las objeciones a ella. Sin embargo, se puede decir que la impecabilidad estricta no parece haber sido un punto importante de énfasis para los reformadores o sus sucesores en el período de ortodoxia reformada.
En conclusión, los cuatro argumentos recitados en este artículo podrían llamarse los argumentos decretales, constitucionales, espirituales y disposicionales para la impecabilidad de Cristo. Aunque de fuerza variable, cada uno de ellos establece que Cristo nunca habría pecado. En su conjunto sirven para mostrar cuán verdadera, completa y benditamente nuestro sumo sacerdote fue “separado de los pecadores” (Hebreos 7:26).
Notas:
[1] Le debo mucho a la clase de Cristología del Dr. Cornel Venema del Mid-America Reformed Seminary y a mi entonces compañero de clase, Jeremy Baker, por estimular la discusión y las sugerencias bibliográficas para este artículo.
[2] Las citas bíblicas están tomadas de la R/V1960
[3] John Owen, An Exposition of the Epistle to the Hebrews, Vol. 5. (Grand Rapids: Baker Book House, 1980), 554, 555, 558.
[4] John A. T. Robinson, The Human Face of God (Philadelphia: The Westminster Press, 1973), 88. Ya en 1863 Carl Ullmann dedicó considerable atención a defender la ausencia de pecado de Jesús contra aquellos que la negaban. Ver su The Sinlessness of Jesus: An Evidence for Christianity (Edinburgh: T. & T. Clark, 1870), 107–177.
[5] Donald Macleod, The Person of Christ(Downers Grove: InterVarsity Press, 1998), 222.
[6] Wolfhart Pannenberg, Jesus— God and Man (Philadelphia: The Westminster Press, 1968), 363–64.
[7] Se han utilizado argumentos adicionales, pero estos cuatro parecen más simples y mejores.
[8] Thomas C. Oden, The Word of Life: Systematic Theology, Vol 2. (San Francisco: Harper & Row, 1989), 254–260. Estos tres argumentos deductivos —de la imposibilidad de una contradicción en la voluntad de Dios, los requisitos de la salvación y la implicación de perdonar los pecados (Ibid., 254-55)— están subsumidos en mis dos primeros argumentos.
[9] Catecismo Mayor de Westminster, Pregunta 12. Las citas de la Confesión de Fe de Westminster y los Catecismos Mayor y Menor están tomadas de The Confession of Faith and Catechisms of the Orthodox Presbyterian Church: With Proof Texts(reimpresión corregida; Willow Grove, PA: The Committee on Christian Education, 2008).
[10] Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics, 2nd Edition, Vol. 1 (Grand Rapids: Reformed Free Publishing Association, 2004), 512. Bastante similar es el comentario de R.L. Dabney: “Debe haber habido entonces, al menos una necesidad decretada, de que todas sus acciones deberían ser infaliblemente santas”. (Lectures in Systematic Theology [Grand Rapids: Baker Book House, 1985], 471.)
[11] En una línea similar, Mark Jones escribe: “… aparte de la cuestión de la impecabilidad natural, era hipotéticamente imposible que Cristo pecara, ya que no estaba en el decreto de Dios”. A Christian’s Pocket Guide to Jesus Christ (Fearn, Rossshire: Christian Focus Publications, 2012), 29.
[12] Predicando sobre Hebreos 1:9 Thomas Manton consideró detalladamente la amplitud y la necesidad de la santidad de Cristo, tanto en lo que respecta a su persona como a su oficio mediador. Ver The Complete Works of Thomas Manton (Birmingham: Solid Ground Christian Books, 2008), 17:408–412.
[13] Este es el segundo de los argumentos deductivos de Oden para la ausencia de pecado. Ver The Word of Life, 254.
[14] Edwards desplegó un argumento similar para la impecabilidad de Cristo. Ver The Works of Jonathan Edwards, Vol. 1. (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974), 42–43: “La promesa absoluta de Dios hace que las cosas prometidas sean necesarias, y absolutamente imposible que no se lleven a cabo: y, de la misma manera, hace que sean necesarias aquellas cosas, de las que depende lo prometido, y sin las cuales no puede surtir efecto. Por lo tanto, parece que era completamente imposible que la santidad de Cristo fallara, a partir de promesas tan absolutas como estas…”
[15] Edwards amplía este punto: Works 1:43 “La posibilidad de que Cristo pecara, y así fracasara en la obra de nuestra redención, no concuerda con el propósito eterno y el decreto de Dios, revelado en las Escrituras, por el cual proveería salvación para el hombre caído en y por Jesucristo, y que la salvación debe ser ofrecida a los pecadores a través de la predicación del evangelio”.
[16] La cuidadosa discusión en Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 1992), I:319–322 (IV.Q4) es útil para ampliar el comentario lapidario de la Confesión de Westminster.
[17] Para tomar prestada terminología de Bavinck, la preordenación de Dios aseguró genuinamente la impecabilidad “empírica” o “fáctica, histórica” de Cristo, pero en principio y por sí misma deja abierta la cuestión de su impecabilidad innata “necesaria.” Véase Herman Bavinck, Reformed Dogmatics (Grand Rapids: Baker Academic, 2006), 3:314.
[18] Dabney Systematic Theology, 470.
[19] Reformed Dogmatics, 3:314: “Él es el Hijo de Dios… la posibilidad de que peque y caiga es impensable.”
[20] Louis Berkhof, Systematic Theology (Grand Rapids: Wm.B. Eerdmans Publishing Co., 1996), 318: “… era imposible que Él pecara (non potuit peccare) debido al vínculo esencial entre la naturaleza humana y la divina.”
[21] Alan Cairns, Dictionary of Theological Terms, (Greenville: Ambassador Emerald International, 2002), s.v. “Impeccability of Christ”: “… cuando se habla de la persona teantrópica es inconcebible y poco bíblico decir que el Dios-hombre podría haber pecado”.
[22] Dabney Systematic Theology, 471: “… es imposible que la persona constituida en unión con la Palabra eterna e inmutable pueda pecar”.
[23] Jones Christian’s Pocket-Guide to Jesus Christ, 28: “… debido a la identidad de la persona de Cristo, era imposible que Cristo pecara.”
[24] Macleod Person of Christ, 229: “Si pecó, Dios pecó. En este nivel, la impecabilidad de Cristo es absoluta.”
[25] W.G.T. Shedd, Dogmatic Theology, 3rd ed. (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2003), 661: “Un simple hombre puede ser vencido por la tentación, pero un-Dios-hombre no lo puede ser. Por lo tanto, cuando se pregunta si la persona llamada Jesucristo y constituida de dos naturalezas era pecable, la respuesta debe ser negativa.”
[26] Lane G. Tipton, “The Presence of Divine Persons: Extending the Incarnational Analogy to Impeccability and Inerrancy” en The Confessional Presbyterian 6 (2010), 201: “La razón de ser de la impecabilidad de Cristo… radica en una relación única sostenida entre la persona divina del Logos y la naturaleza humana asumida.”
[27] G.C. Berkouwer, The Person of Christ (Grand Rapids: Wm.B. Eerdmans Publishing Company, 1954), 262–64.
[28] William Burt Pope, A Compendium of Christian Theology: Being Analytical Outlines of a Course of Theological Study, Biblical, Dogmatic, Historical, Vol. 1. (London: Beveridge and Co., 1879), 328.
[29] Charles Caldwell Ryrie, Basic Theology: A Popular Systematic Guide to Understanding Biblical Truth (Chicago: Moody Press, 1999), 305.
[30] Francis Pieper, Christian Dogmatics, Vol. 2. (San Luis: Editorial Concordia, 1951), 76.
[31] Gerald O’Collins, S.J., Christology: A Biblical, Historical, and Theological Study (Oxford: Oxford University Press, 1995), 269.
[32] Tal vez seminalmente ya en Tertuliano, aunque gran parte del marco conceptual quedó por ser elaborado: “… el único hombre sin pecado es Cristo, ya que Cristo también es Dios.” “A Treatise on the Soul” XLI in Ante-Nicene Fathers, Vol. III: Latin Christianity: Its Founder, Tertullian” (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1989), 221.
[33] Pedro Lombardo, The Sentences, Vol. 3. (Toronto: Pontifical Institute of Medieval Studies, 2008), 48.
[34] Thomas F. Torrance, Incarnation: The Person and Life of Christ (Downers Grove: IVP Academic, 2008), 229, énfasis original.
[35] Turretin discute ambos puntos juntos: Institutes of Elenctic Theology, II:311–12 (XII.6.5).
[36] Torrance Incarnation, 229, énfasis original.
[37] Tipton dice: “La razón de la impecabilidad de Cristo, por lo tanto, no surge primero de su naturaleza humana sin pecado (ya que Adán también tenía una naturaleza humana sin pecado, pero pecable)…” “Presence of Divine Persons,” 201.
[38] Así también aparentemente Hoeksema, Reformed Dogmatics, 512.
[39] Richard Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms: Drawn Principally from Protestant Scholastic Theology (Grand Rapids: Baker Academic, 1985),s.v. “anhypostasis”: “la naturaleza humana de Cristo… no tiene subsistencia ni persona en sí misma, sino que subsiste en la persona del Verbo, por causa de la encarnación”.
[40] Este parecería ser el punto detrás de la declaración de W.E. Best, que incluso “la posibilidad de pecar descalificaría a Cristo como Salvador, porque un Cristo pecable significaría un dios pecable. (…) Decir que Él podría haber pecado es negar la santidad positiva.” The Impeccable Christ (Grand Rapids: Sovereign Grace Publishers, 1971), 8.
[41] Abraham Kuyper proporciona un tratamiento detallado de esto en The Work of the Holy Spirit (New York: Funk & Wagnalls Company, 1900), 79–111.
[42] Como nota Thomas Goodwin de Hechos 10:36 y Mateo 12:28: “El Espíritu Santo lo ungió con poder para hacer todos sus milagros y todo el bien que hizo…” (The Works of Thomas Goodwin [Eureka: Tanski Publicaciones, 1996], 6:12).
[43] No habría sido raro en el contexto de la Asamblea de Westminster hablar de la santificación de Cristo por parte del Espíritu en relación con su nacimiento virginal. Véase, por ejemplo, Thomas Goodwin, Works 5:60. James Ussher ya había enseñado que Cristo nació de una virgen “para que fuera santo y sin pecado.” (A Body of Divinity [Birmingham: Solid Ground Christian Books, 2007], pág. 144.)
[44] Edwards Works 1:42.
[45] Dabney también señala que la “naturaleza inferior … estaba imbuida de todas las influencias del Espíritu Santo” (Systematic Theology, 471).
[46] “Craig’s Catechism (1581)” en James T. Dennison Jr., ed., Reformed Confessions of the 16th and 17th Centuries in English Translation, Vol. 3. (Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2012), 557.
[47] G.W. Butterworth, trad., Origen on First Principles (Londons: Society for Promoting Christian Knowledge, 1936), 112–113 (De Principiis II.5).
[48] Comparar en este punto Pannenberg, Jesus— God and Man, 356.
[49] Como Berkouwer “En su vida hay una misteriosa incapacidad hacia el pecado derivada de su amor y misericordia” (Person of Christ, 261).
[50] John Peter Lange y Philip Schaff, A Commentary on the Holy Scriptures: John (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2008), 295 (énfasis original).
[51] Esto es todo lo contrario de, por ejemplo, Mark Jones: “Sólo de Él, durante su vida terrenal, se podría decir ‘non posse peccare’, ‘incapaz de pecar'” (Knowing Christ, 102).
[52] Charles Hodge, Systematic Theology, Vol. 2. (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1981), 457.
[53] La intención no es señalar a Hodge para darle un trato negativo, sino simplemente recurrir a su declaración maravillosamente concisa de las principales objeciones. Para un tratamiento extenso de Hodge sobre la impecabilidad, véase James J. Cassidy, “No ‘Absolute Impeccability’: Charles Hodge and Christology at Old and New Princeton” en The Confessional Presbyterian 9 (2013): 143–156.
[54] O’Collins, Christology, 270.
[55] Berkouwer, Person of Christ, 262.
[56] Por el contrario, Shedd observa que aquellos que sucumben a la tentación nunca sienten todo su peso. Dogmatic Theology, 665.
[57] Una obra clásica sobre este tema es Thomas Goodwin, The Heart of Christ in Heaven towards Sinners on Earth, encontrado en Works,4:93–150, así como reimpresiones recientes de Reformation Heritage Books y The Banner of Truth Trust.
[58] Las referencias al Catecismo de Heidelberg y a la Confesión Belga son de Christian Truths Summarized: The Creeds and Reformed Confessions (n.p.: United Reformed Churches in North America, 2014).
[59] Mark Jones, Knowing Christ (Carlisle: The Banner of Truth Trust, 2015), 107.
[60] Jaroslav Pelikan and Valerie Hotchkiss, eds., Creeds and Confessions of Faith in the Christian Tradition, Vol. 1. (New Haven: Yale University Press, 2003), 181.
[61] Sin embargo, como se ha visto anteriormente, la Confesión de Fe de Westminster puede incluir implícitamente la forma espiritual de impecabilidad en VIII.3.
[62] Para una consideración de este punto que refleja el lenguaje del Catecismo de Heidelberg, compare Herman Witsius, The Economy of the Covenants Between God and Man, Vol. 1. (Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2010), 195-196.
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Rubén Zartman ha sido pastor de la Iglesia Reformada “Ebenezer” en Shafter California desde 2017