Nuestro único Consuelo
Autor: George Van Popta
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Francisco Campos
Sermón del DS 1
Lecturas de las Escrituras: Isaías 40:1-11; 2 Corintios 1:1-11
Cantos: Sal. 23; Himno. 11; Sal. 57; Himno. 1A; Himno. 49
Amada congregación del Señor Jesucristo:
¿Hay consuelo? ¿Hay paz? Hay tanto odio y tanta lucha en el mundo. Incluso la iglesia tiene su cuota de malestar. ¿Hay paz y consuelo para el pueblo de Dios? Sí hay.
Les predico el evangelio de nuestro Señor Jesucristo bajo este tema:
Nuestro único consuelo en la vida y la muerte es que pertenecemos a Jesucristo.
En el Día del Señor 1:
1. Nos enfrentamos a una investigación de sondeo
2. Escuchamos una respuesta profunda
3. Se nos ofrece una agenda perfecta
Nos enfrentamos a una investigación de sondeo
La pregunta que se nos hace esta tarde es inquisitiva: “¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?”
El Catecismo de Heidelberg comienza de una manera hermosa. Pero si realmente abrimos nuestros oídos a la pregunta, entonces tenemos que admitir que el Catecismo también comienza de una manera que, tal vez, no es tan fácil. Porque hay una suposición detrás de la pregunta. La suposición es que necesitamos algo. Lo que necesitamos es consuelo.
No pregunta: ¿Necesitas consuelo? No pregunta: Si alguna vez necesita consuelo, ¿a dónde acudes? No. Se da por sentado que necesitamos consuelo. Hay algo que falta en nuestras vidas. Las cosas no son buenas como lo son naturalmente. Nos sentimos incómodos con nosotros mismos. Experimentamos desconsuelo. Necesitamos que alguien nos dé algo que nos brinde una sensación de consuelo.
¿Qué es el consuelo? El consuelo es algo bueno que se encarga de una mala situación. El consuelo es algo que nos animará y fortalecerá para que podamos soportar una mala situación.
Podrías decir en este punto: “Bueno, no estoy realmente seguro de que necesite esta cosa llamada ‘consuelo’ de la cual estás hablando. “Estoy bien por mi cuenta. Mi vida es buena. Estoy haciendo lo que quiero. No necesito ningún consuelo especial. “No necesito que nadie me dé nada especial”. Todas las cosas están bien. “Me siento …cómodo”.
Pero entonces quiere decir que no te das cuenta de lo que es el verdadero consuelo. El desconsuelo (lo opuesto al consuelo) no es, primero que todo, tener un brazo roto o alguna enfermedad. No es, en primer lugar, ser pobre o triste. Estas cosas pueden causar molestias. Nos hacen buscar consuelo. Pero no debemos pensar que si tenemos dos fuertes brazos que pueden funcionar, si estamos libres de enfermedad y dolencia, si tenemos mucho dinero y somos felices, que no necesitamos ningún consuelo. Todavía necesitamos consuelo. Porque la causa básica, la primera y verdadera causa, de toda falta de consuelo es el pecado. Podemos sentirnos tristes y miserables cuando estamos enfermos o si alguien a quien amamos muere. Pero lo que realmente nos hace personas patéticas es el pecado. Y las personas miserables necesitan consuelo.
Todos somos pecadores. Y por lo tanto todos somos, por naturaleza, personas miserables, que necesitan consuelo.
Si esto te es ajeno, si esto es algo nuevo para ti, si nunca se te ha ocurrido que tú, que cada uno de nosotros, necesita consuelo debido a lo miserable que el pecado ha hecho a toda la humanidad, entonces aún necesitas confrontarte a ti mismo con la verdad bíblica de que todas las personas nacen pecaminosas y pecadoras y en necesidad desesperada de consuelo. Si nunca sientes ninguna incomodidad en tu vida, sino que eres perfectamente feliz contigo mismo, entonces no has sido honesto ni con Dios ni contigo mismo. Entonces aún no has confesado tus pecados. Debes hacer eso hoy.
Porque la pregunta que se nos hace en esta tarde viene a cada uno de nosotros. No solo a unos cuantos de nosotros. El Catecismo de Heidelberg nos mira a cada uno de nosotros a los ojos y nos pregunta: “¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?”
No puedes evitar la pregunta. El Catecismo de Heidelberg nos agarra a cada uno de nosotros por la barbilla, nos mira a los ojos y pregunta: “¿Y qué hay de ti, ¿cuál es tu único consuelo en la vida y la muerte?” El catecismo hace esta misma pregunta a viejos y jóvenes, ricos y pobres. No hace distinción. No discrimina. Pregunta a todos. Es una pregunta de igualdad de oportunidades.
Esta no es solo una pregunta para el lecho de muerte. También es una pregunta para el hombre o la mujer joven en la cúspide de la vida. No es solo una pregunta para los viejos y desgastados. También preguntamos a aquellos que están llenos de la exuberancia y vitalidad de la juventud: Joven, joven, ¿cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?
El Catecismo de Heidelberg nos pregunta sobre nuestro único consuelo. La implicación es que solo hay un verdadero consuelo. Hay muchas personas, movimientos, filosofías, así como cosas materiales que dicen ofrecerte consuelo. Pero no te ofrecen el verdadero consuelo. El único consuelo.
Y este consuelo del Catecismo es bueno para la vida y para la muerte. Y eso es algo bueno. ¿De qué sirve algo que te da consuelo mientras vives, pero te deja solo cuando pasas por la puerta de la muerte? O ¿de qué sirve algo que solo te ayudará después de morir, pero no te ofrece nada mientras lidias con las dificultades de la vida todos los días de cada semana?
El consuelo que por que el Catecismo te interroga es un consuelo que te ayuda hoy que estás vivo y no te abandonará cuando mueras. Te consolará en la muerte. Te reconfortará en la vida. Es el único consuelo. Es tu consuelo. Dios te lo presenta.
¿Es tu consuelo? Una pregunta inquisitiva.
Escuchamos una respuesta profunda
Cuando se le preguntó a la Iglesia de todas las épocas: “¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?”, entonces respondió, y continúa respondiendo: “Que no soy dueño de mi vida, sino que pertenezco en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, a mi fiel Salvador Jesucristo”.
Es una respuesta profunda pero simple.
Cuando el Señor llegó con su promesa a los exiliados gimiendo en Babilonia (Isaías 40), sus primeras palabras fueron: ” Consolaos, consolaos, pueblo mío”. “Consolaos … tus pecados son perdonados”.
Leemos cómo el apóstol Pablo describió a Dios en 2Corintios 1: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación,el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. Y luego, en el versículo 5, Pablo dice: “… así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”.
Dios es el Dios de todo consuelo. Y a través de Cristo compartimos el consuelo que Dios ofrece. Cuando creemos en Cristo y somos injertados en Él por la fe, participamos abundantemente en el consuelo del Dios de toda consolación, es decir, el perdón de todos nuestros pecados.
¿Qué significa pertenecer a Jesucristo? Bueno, en primer lugar, significa que no me pertenezco a mí mismo, que no soy dueño de mi vida. Así es como comienza la respuesta: “Que no me pertenezco a mí mismo”. Me han liberado de mí mismo. Ya no estoy en esclavitud a mí mismo.
¿Ves cómo comienza la respuesta? No comienza por tratar expansivamente con la forma en que somos liberados de todo el poder del diablo. Esa es una parte muy importante de la respuesta. Y de eso hablaremos. Pero el Catecismo dice: “Espera un momento. Que pertenezcamos a Jesucristo significa, ante todo, que no ya nos pertenecemos a nosotros mismos”.
¿Te resulta difícil de aceptar? Queremos decir: “Soy dueño de mí mismo”. Yo soy el que dice qué es qué en mi vida. “Tengo el control de mi vida”. No estoy esclavizado a nadie”.
Pero luego viene el Catecismo de Heidelberg y estalla nuestros egos inflados. Dice: “No digas eso”. Una persona que ha sido redimida del pecado por Jesucristo ya no dirá: “Yo soy dueño de mi vida”. Dirá: “No me pertenezco a mí mismo; pertenezco al Señor Jesús porque Él me compró”.
La confesión: “Yo pertenezco a Jesús” no es idéntica a: “Yo pertenezco a la iglesia”. Mi único consuelo no es que tengo mi nombre y dirección en el registro de la iglesia. Mi único consuelo es que pertenezco a Jesucristo.
Ahora, no podemos hacer una falsa separación entre Jesucristo y la iglesia. Los dos van juntos. Y alguien que pertenece a Jesucristo se unirá a la iglesia local de Cristo y será un miembro vivo de la iglesia. Si Cristo es tu cabeza, entonces es natural que encuentres tu lugar dentro de su cuerpo, la iglesia. Sin embargo, es tristemente cierto que algunas veces hay personas que, de nombre, son miembros de la congregación (es decir, están en la lista de miembros) pero que no pertenecen a Jesucristo. Son como piedras en el riñón. Están en el cuerpo, pero no pertenecen al cuerpo.
Nuestra confesión no es: Mi único consuelo es que soy miembro de la iglesia, tan importante como la membresía de la iglesia lo es. Mi único consuelo es que pertenezco a Jesucristo.
En este punto podrías pensar: “Hmmm… Si pertenezco a Cristo, entonces no soy libre. Entonces estoy atado. Entonces soy un esclavo”. Bueno, aquí está uno de los maravillosos misterios, las maravillosas paradojas de la religión cristiana. Es solo cuando estás atado a Cristo que eres verdaderamente libre. Para ser libre, debes conviértete en esclavo de Cristo.
Piensa por un momento en un pez. Un pez está atado al agua y, sin embargo, es libre. Un pez sólo es libre cuando está en el agua. Cuando lo sacas del agua, morirá rápidamente. El agua es su elemento.
De manera similar, pertenecer a Cristo, estar atado a Él, tenerlo como nuestro Señor y maestro, es nuestro elemento. Entonces estamos haciendo aquello para lo que fuimos creados. El hombre fue creado originalmente para alabar a Dios en todo lo que hacía. Caímos de esa maravillosa altura. Pero cuando estamos atados a Cristo, entonces comenzamos de nuevo a llevar a cabo nuestra tarea original: alabar a Dios y vivir como su imagen. Yo soy, oh SEÑOR, tu siervo, atado pero libre, tu humilde esclavo, cuyos grilletes has roto. Te ofreceré mi sacrificio como muestra de agradecimiento, y te alabaré constantemente.
Así que nuestro único consuelo es que pertenecemos a Jesucristo. Bueno, entonces, ¿cómo llegamos a ser suyos? El segundo responde: “Él ha pagado completamente por todos mis pecados con Su preciosa sangre, y me ha liberado de todo el poder del diablo”.
El Señor Jesús ha hecho dos cosas para hacernos suyos: 1) ha pagado por nuestros pecados; 2) rompe el agarre que Satanás tiene en nuestras vidas.
Por su muerte en la cruz, por el derramamiento de su preciosa sangre, pagó por nuestros pecados. Se sometió al castigo de la ira de Dios que merecíamos. De esta manera deshizo aquello que hace que nuestra vida tan miserable, a saber, el pecado. “Con su muerte ha eliminado la causa de nuestra hambre eterna y miseria, que es el pecado” (cf. La forma de la Cena del Señor). Y luego también rompe el poder del diablo en nuestras vidas. Nos habíamos vendido al diablo. Éramos sus esclavos. Pero por su sacrificio, el Señor Jesús nos libera de este horrible amo. Él nos salva de un amo que solo quiere aplastar la alegría y la vida, que quiere cargarte con un yugo que te matará. El Señor Jesús nos salva y nos hace esclavos de sí mismo. Él nos llama a llevar su yugo, que es fácil, y su carga, que es ligera.
Jesús es un Salvador perfecto. No sólo nos salva de la culpa del pecado. Él también rompe el poder que el pecado y Satanás tenían sobre nosotros.
Y Él es un Salvador completo. Nos salva en cuerpo y alma. La religión cristiana no es sólo para el alma. Es también para el cuerpo. No es solo para el futuro; también lo es para hoy.
Eso es lo que confesamos en el tercer párrafo. El Señor Jesús nos preserva en nuestra salvación de tal manera que, sin la voluntad de nuestro Padre celestial, no puede caer ni un pelo de nuestras cabezas; de hecho, todas las cosas deben funcionar juntas por nuestra salvación.
El Señor no nos promete en este punto que nunca sufriremos, que nunca experimentaremos dolor. Pero sí nos promete que ningún sufrimiento o dolor entrará en nuestras vidas sin voluntad y la de nuestro Padre. A veces el Padre, en esta vida, puede guiarnos a través del valle de sombra de muerte. Pero estará allí con nosotros. Y nos sacará adelante.
Oh, tenemos nuestras preguntas. Y derramamos lágrimas. No entendemos cómo esto o aquello podría ser bueno. Al igual que un niño no siempre entiende las acciones de sus padres. Pero un niño confía en que su mamá y su papá saben más. Y así nosotros, de una manera infantil, confiamos en que el Padre celestial sabe más y que nos está guiando de buena manera. Cualquier cosa que Dios haga es, por definición, buena. Como el apóstol Pablo dicho en Romanos 8:28, todas las cosas deben funcionar juntas para el bien de los que aman a Dios. Eso es consuelo.
El Señor Jesús es el Salvador de nuestros cuerpos, pero también de nuestras almas. El último párrafo de la respuesta 1 hace resaltar eso. “Por Su Espíritu Santo, Él también me asegura la vida eterna y me dispone y prepara de corazón para vivir para Él de ahora en adelante”.
Le pertenecemos en la vida y en la muerte. Incluso cuando morimos, Él mantiene su control sobre nosotros. Él no nos deja ir. Podemos sentirnos muy reconfortados sabiendo que incluso cuando nos deslizamos más allá de la tumba, seguiremos perteneciendo a Cristo. Para siempre. Por toda la eternidad.
Esa vida eterna ya comienza hoy. “Ahora ya siento en mi corazón el comienzo de la alegría eterna”. Comenzamos en esta vida el sábado eterno. La vida eterna comienza en este lado de la tumba. Hoy estamos colocando las piedras fundacionales para la eternidad. La vida que estás viviendo hoy es el comienzo de la vida que vas a vivir más allá de la tumba. Y así, si no tienes interés en pertenecer a Jesús hoy y vivir para Él desde hoy, entonces no le pertenecerás después de la muerte. Si Jesús no es tu consuelo en la vida, entonces él no será tu consuelo en la muerte.
Pero si Él ya es tu consuelo ahora, entonces será tu consuelo el día que mueras, y cuando tu cuerpo esté en la tumba.
Como dijo el Señor Jesús en Juan 11: “El que cree en mí tiene vida eterna”. Él no dijo: “Recibirá vida eterna”; más bien, dijo, “tiene vida eterna”. Ahora, ya. La vida eterna es esa nueva forma de vivir. Es nacer de nuevo.
Y quien tiene esta nueva vida eterna se convierte en una nueva persona. Por el Espíritu, él/ella comienza a vivir para Jesús. Ya no vive para sí mismo, sino para Cristo.
Esa es la nueva vida. Y el Espíritu Santo nos lo asegura por la obra que hace en nuestras vidas. Al dar a nuestra vida una nueva dirección, nos hace querer vivir para Jesús. Él nos hace querer comenzar a vivir la nueva vida para Cristo desde hoy. Él nos hace dar fruto para el Señor. Y cuando nos vemos a nosotros mismos deseando con seriedad vivir para Cristo, entonces podemos ser grandemente consolados sabiendo que eso es sólo porque hemos nacido de nuevo y, por lo tanto, ya tenemos vida eterna.
¿Estás sinceramente dispuesto y listo de ahora en adelante para vivir para Cristo? Entonces ten la seguridad de que ya tienes la nueva vida eterna. No necesitas dudar más.
Sin embargo, si no puedes decir que estás dispuesto a vivir para Cristo, entonces es mejor que pases algún tiempo en oración esta tarde. Entonces necesitas comenzar por arrepentirte de tus pecados. Entonces necesitas recurrir a Jesucristo. Y si haces eso, recibirás la nueva vida. Y entonces puedes comenzar a vivir la nueva vida hoy.
Se nos ofrece una agenda perfecta
Porque ese es el punto, ¿no? No nos sentamos en el tesoro de la salvación. Sino que la ponemos en práctica. Vivimos de ella. Es por eso que la pregunta 2 pregunta: “¿Qué necesitas saber para vivir y morir alegremente en este consuelo?”
Aquí vemos que el Día del Señor 1 se convierte en mucho más que un simple trabajo de memorización. El consuelo que confesamos aquí es mucho más que algo intelectual. Es una nueva forma de vida. Es una agenda. Una perfecta agenda.
El consuelo que recibimos de Dios a través de Cristo nos llena de gozo. La pregunta es: “¿Qué necesitas saber para vivir y morir en el gozo de este consuelo?” Pertenecer a Cristo es algo feliz, alegre. ¡Disfruta de los beneficios de lo que Cristo ha hecho! Aprovéchalos y vive tu salvación. Llévala a cada aspecto de tu vida.
Cristo no ha venido a darnos un poco de consuelo y un poco de gozo. Él ha venido para llenarnos con su consuelo, para hacer que nuestra copa de alegría se desborde.
¿Cuáles son las tres cosas que necesitamos saber? Cuán grandes son nuestros pecados y miseria; cómo somos liberados de todos nuestros pecados y miseria; cómo debemos estar agradecidos a Dios por tal liberación.
Ahí tienes el “abc” de la vida cristiana alegre.
El Espíritu Santo, por medio de la Palabra de Dios, nos enseña estas tres cosas que necesitamos saber para vivir y morir felizmente en el consuelo de Cristo. Le gusta enseñarnos los domingos aquí mismo. Y le gusta enseñarnos esto desde que somos muy jóvenes hasta que somos muy viejos. Es por eso que debemos traer a los niños a la iglesia tan pronto como sea posible. Es para los niños y para los abuelos. Nunca se es demasiado joven para iniciar; nunca somos demasiado viejos para aprender un poco más. Nunca nos graduamos de la escuela del Espíritu Santo hasta que el Señor mismo nos lleve a la gloria.
Las tres cosas que necesitamos saber encajan perfectamente. Cuando el Espíritu Santo nos convence de nuestro pecado y nos damos cuenta de lo miserables que somos a causa de nuestros pecados, entonces acudimos a Cristo para la salvación. Y cuando hemos recibido la salvación misericordiosa y gratuita de Dios, entonces se convierte en nuestro deseo servir a Dios en agradecimiento por salvación. Si sé que he sido salvo de mis pecados, si puedo ver al Espíritu Santo obrando en mi vida, haciéndome vivir para Cristo, entonces soy consolado. Me consuela, entonces, el conocimiento y la experiencia de pertenecer a Jesucristo en cuerpo y alma, hoy y para siempre.
Abraza este consuelo, amado hermano. Hazlo tuyo por la fe en Jesucristo. No necesitas enfrentarte a la vida solo. Enfréntala con Cristo. No necesitas enfrentarte solo a la muerte. Enfréntala con Cristo. Apóyate en Él. Depende de Él. Él es quien te ha comprado con su preciosa sangre.
La guerra ha terminado. Tus pecados están cubiertos. La paz te espera. Hay consuelo para el pueblo de Dios.
AMÉN