De la oración a la alabanza
Catecismo de Heidelberg
Día del Señor 52
Parte 2
Andrew Kuyvenhoven
De la oración a la alabanza
128. ¿Qué significa la conclusión de esta oración?
“Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos” significa: Te hemos pedido todo esto porque, como Rey todopoderoso, no sólo quieres, sino que puedes darnos todo lo que es bueno; y porque tu santo nombre, y no nosotros, debe recibir toda la alabanza para siempre.
No está en el texto
La doxología («Porque tuyo es el Reino…») con la que concluye el Padrenuestro en algunas traducciones de la Biblia no figuraba en el texto griego original de Mateo. Esta es la conclusión de la mayoría de los eruditos, incluyendo a Benjamín B. Warfield y William Hendriksen.
Si alguna vez la Iglesia tiene la oportunidad (o el valor o la libertad) de reformular el catecismo, deberíamos tratar de forma diferente la doxología al final del Padrenuestro. Tal como está, el Catecismo de Heidelberg considera estas líneas como parte integrante de la oración. Y el catecismo pone demasiado énfasis en la palabra porque. El catecismo trata la doxología como si fuera el fundamento de nuestra súplica, la razón por la que nos atrevemos a pedir.
La doxología, tal como la tenemos en la versión Reina Valera, no aparece en los textos griegos del Evangelio hasta el siglo VI. Pero lo notable es que alguna forma de declaración doxológica (alabanza) aparece al final del Padrenuestro en las traducciones desde el siglo II. La Didajé (Enseñanza de los Apóstoles), uno de los escritos cristianos más antiguos (después del Nuevo Testamento), incluye «para tuyo es el poder y la gloria para siempre» al final del Padrenuestro.
Esto significa que en las liturgias de la Iglesia cristiana se solía decir una doxología al final de la oración. Y el culto judío anterior a la era cristiana no era diferente. Las palabras de la doxología, tal como las hemos aprendido en el Padrenuestro, son una versión abreviada de las palabras de alabanza de David en 1 Crónicas 29:11. En ellas se lee:
«Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder
la gloria, la victoria y el honor…
Tuyo, oh Jehová, es el reino;
Y Tú eres excelso sobre todo»
La Doxología
Aunque Jesús no recitó estas últimas palabras como parte del Padrenuestro, es posible que Él mismo utilizara estas palabras u otras similares para alabar a su Padre. Y, ciertamente, la Iglesia ha utilizado desde el principio doxologías para concluir sus oraciones, (Doxología es el nombre de cualquier forma litúrgica de alabanza a Dios).
Deberíamos seguir utilizando palabras de alabanza no sólo al concluir el «Padrenuestro», sino al final de todas nuestras oraciones. Todas las oraciones deben terminar con alabanzas.
Cuando por fin hayamos olvidado nuestras peticiones porque Dios ha satisfecho todas nuestras necesidades, seguiremos cantando la doxología.
La alabanza crea unidad
Los cristianos están íntimamente unidos por oraciones comunes. Estas oraciones pueden ser pronunciadas conjuntamente, o pueden ser las llamadas oraciones escritas, en las que los cristianos se turnan para expresar las necesidades del grupo. Cuando no están juntos, los cristianos se reúnen ante el trono de Dios en oraciones de intercesión. La oración refuerza así nuestra unidad; pero la alabanza nos une aún más.
En nuestras oraciones seguimos buscando el cumplimiento de necesidades personales. En la alabanza adoramos a nuestro común Señor y Salvador. La adoración es olvidarse de uno mismo; juntos no salimos a buscar nuestra parte, sino al encuentro de Dios. Cada uno aporta su parte de acción de gracias como una flor en un enorme ramo. Al descubrir la grandeza y la bondad de Dios, olvidamos nuestras necesidades y encontramos nuestra unidad.
La alabanza supera a la oración
En última instancia, lo que buscamos en nuestras oraciones, no es solamente el don, sino al Dador. Sí, por supuesto, dependemos de Dios para que nos dé cada pequeña cosa y por eso, la mayoría de las veces nos presentamos ante Él como niños mendigos. Sin embargo, la oración debe ser algo más que pedir cosas; es también buscar la comunión. Al final de nuestra búsqueda, no esperamos la respuesta a todas nuestras preguntas, esperamos encontrarle a Él, a Dios mismo.
Al final de nuestras oraciones ―o al final de nuestra vida terrena― no podremos decir que obtuvimos todo lo que pedimos, pero llegaremos a Dios y no desearemos más.
Una esposa que no ama a su marido le pedirá cosas constantemente y un esposo que no ama a su mujer la utilizará para conseguir lo que quiere. Pero una pareja de enamorados se quiere mutuamente.
Los incrédulos pueden entender nuestra necesidad de pedir. Pero la doxología no podemos explicársela a los cínicos; únicamente a los que aman al Señor.
Atribuirle la gloria.
La doxología que tradicionalmente acompaña al Padre Nuestro dice: «Tuyo es el reino, el poder y la gloria para siempre». En esta frase, reino equivale a realeza o dominio, como ocurre muy a menudo en la Biblia. Reconocemos que nuestro Padre, a quien hemos dirigido esta oración, reina sobre todo y sobre todos. También expresamos nuestra fe en que puede establecer y establecerá su nuevo mundo y nos guardará poderosamente como hijos Suyos.
El Padrenuestro es solamente un modelo para nuestra vida de oración y para la vida de oración de toda la Iglesia, como hemos afirmado repetidamente. Esto vale para sus seis peticiones y para su doxología. Debemos exaltar a nuestro Dios, debemos atribuirle gloria, pero el Señor no nos dio una fórmula para repetir eternamente. Debemos dar forma a nuestra adoración personal y corporativamente.
Expresiones de alabanza
Bajo la influencia, especialmente del movimiento carismático de finales del siglo XX, casi todas las Iglesias se han vuelto más libres a la hora de expresar alabanzas a Dios. En algunas reuniones se sigue alentando un hallel desordenado y descoordinado. Pero, por lo general, las comunidades cristianas acaban por ponerse de acuerdo sobre las formas adecuadas de alabanza. (Hasta que las reglas se vuelven demasiado opresivas. Entonces la siguiente generación vuelve a encontrar su propio camino; la alabanza siempre es libertad).
La alabanza puede leerse y decirse conjuntamente, pero lo más habitual es que se cante.
El canto congregacional es lo más deseable. La creación musical y el canto por parte de individuos y grupos dotados puede ser inspirador. La música de uno puede elevar a todos.
Sin embargo, el profesionalismo y la «teatralidad» ponen en peligro a la santa congregación ya que Dios ama la belleza, como sabemos, pero a Sus ojos y oídos no hay belleza sin autenticidad. Cuando la alabanza es auténtica, Dios se complace. Así que Dios tolera a los profesionales en su iglesia únicamente mientras utilicen sus habilidades para aumentar la fe, el conocimiento y la alabanza de todos.
La Iglesia que canta
Gran parte de la fuerza, la alegría y la salud de la Iglesia reside en su canto, porque en nuestro canto de alabanza nos acercamos más a nuestra razón de ser. La mayoría de nosotros somos mejores cuando cantamos que cuando discutimos. Según un proverbio alemán, la gente mala no tiene canciones.
Sin embargo, los cantantes cristianos también son propensos al mal. En la Iglesia no sólo hay ácidos debates sobre lo que se debe cantar y lo que no, sino que, históricamente, los coros, los directores de coro, los órganos y los organistas constituyen campos de batalla. Probablemente Satanás ataca tanto los esfuerzos musicales de la Iglesia porque sabe que nuestros cantos son nuestra fortaleza.
Mientras nos gobiernen el egoísmo y la preocupación por nosotros mismos, no podremos alabar. Pero el egoísmo se vence cuando estamos absortos en algo o alguien que es demasiado grande para las palabras; y si los cantantes conocen a Dios, dejan ir el pecado, el ego y la mezquindad y hacen música para los oídos del Señor Dios todopoderoso.
129. ¿Qué expresa esa pequeña palabra «Amén»?
Amén significa: ¡Esto es seguro! Es aún más seguro que Dios escuche mi oración, que el que yo desee realmente aquello por lo que oro.
El significado
Amén es una palabra hebrea que ha pasado al griego, al latín y a todas las lenguas modernas. Probablemente no hay otra palabra tan universalmente usada como «esa pequeña palabra ‘Amén’».
La palabra original indica algo fiable, firme, verdadero y seguro.
Personalmente entiendo mejor la palabra por algo que la gente solía decir cuando yo era niño: ciertas personas hablaban de una «taza de café immes» Immes es una palabra yiddish que proviene de Amén. Y una «taza de café immes» era auténtica, ¡la verdadera y original!
Desgraciadamente, en una gran parte de la Iglesia, Amén no es más que una palabra de despedida en el culto y la liturgia. Cambiar estos hábitos eclesiásticos es extremadamente difícil.
Uso: afirmación
La Biblia muestra diferentes maneras de utilizar Amén con sentido. Un uso importante de la palabra es como afirmación de una declaración.
Por ejemplo, en Deuteronomio 27, Moisés describe cómo los levitas deben leer la ley y cómo debe responder el pueblo:
«Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición… Y todo el pueblo responderá: Amén»
«Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino. Y dirá todo el pueblo: Amén»
Y así sucesivamente. Se pronuncia la Palabra de Dios y el pueblo afirma su asentimiento y obediencia con su «Amén».
Los israelitas dan el mismo tipo de respuesta a la lectura de la ley por parte de Esdras: «y todo el pueblo respondió: ¡Amén, amén! alzando sus manos» (Neh. 8:6).
«Amén» no es sólo la respuesta creyente y obediente del pueblo a la ley. Es también y sobre todo su respuesta creyente y afirmativa a las oraciones y alabanzas.
En 1 Corintios 14 el apóstol Pablo enfatiza la importancia del «Amén» cuando escribe que el entusiasmo en la adoración no es suficiente. La mente, dice, también debe estar funcionando activamente cuando uno ora. Los demás adoradores deben entender lo que se dice. Porque «¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? Pues no sabe lo que has dicho» (v.16).
La escena de alabanza más impresionante registrada en la Biblia, los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, concluye con el «Amén» de la creación y con la adoración de la Iglesia: «Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos» (Ap. 5:14).
Dios dice «Amén»
Cuando Jesús hacía una declaración solemne, a menudo la introducía con «Amén, Amén», traducido como «De cierto, de cierto» o (en la NVI) «Te aseguro que…» (véase Juan 3:3,5; etc.).
En tales frases, Amén sirve casi como un juramento para asegurar al oyente y afirmar la verdad.
Todas las promesas de Dios son absolutamente fiables, y en Jesucristo nos ha «dicho sí» de un modo que no puede ponerse en duda. En 2 Corintios 1:20 tenemos una hermosa interacción entre la afirmación de Dios y la afirmación de fe de su pueblo: «Porque todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén, por medio de nosotros para la gloria de Dios».
Jesús mismo es llamado «el Amén» en Apocalipsis 3:14. Porque Él es la verdad, es fiable; es «el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios».
La alabanza afirmante
Y, por último, Amén se utiliza con mucha frecuencia como colofón y cierre de una declaración de alabanza (Ro. 11:36; Gá. 1:5, y otros) o al final de una bendición (Ro. 15:33, 16:27, etc.).
Este uso es el que más se aproxima a la forma un tanto estereotipada en que usamos Amén. Con frecuencia, estos dichos doxológicos terminan con «…por los siglos de los siglos; Amén» (Heb. 13:21; 1 Pe. 4:11; 5:11; 2 Pe. 3:18; Judas 25; Ap. 1:6, 7:12).
Una respuesta de fe
El catecismo considera acertadamente el Amén como una expresión de fe en la fiabilidad del Dios que promete. Terminar con «la pequeña palabra Amén», dice el catecismo, significa que no enviamos nuestras oraciones con un «tal vez» o un «esperemos que sí», sino que las decimos con una certeza que supera nuestros deseos.
Sí, debemos orar con fe, o insultamos al Dios cuyas promesas se hacen «Sí» en Jesús.
¿Quién dice «Amén»?
En la Biblia y en la historia de la Iglesia primitiva, los creyentes decían «Amén» a la proclamación de la voluntad revelada de Dios y a las oraciones ofrecidas por los miembros de la congregación. No tiene sentido que un ministro diga «Amén» a su propio sermón. Tampoco es conveniente que el que dirige la oración sea el único que diga «Amén».
Sin embargo, es difícil tener a la vez orden y entusiasmo en el culto. En algunas iglesias este «decir Amén» se volvió confuso y desconcertante; como un coro de vítores religiosos. En otras iglesias la congregación se hizo muda; olvidaron cómo decir «Amén» «para la gloria de Dios» (2 Cor. 1:20).
Como expresión de su fe en las certezas de Dios, la congregación debe decir «Amén» a la proclamación de la Palabra.
Si el ministro o quien dirija la oración termina diciendo «Amén», la congregación debe unirse a él. Cada miembro de la congregación debe hacer suya la oración y la alabanza. Lo hacemos con un «Amén» personal, expresando nuestra confianza en Cristo. Esta debería ser o convertirse en nuestra costumbre en casa, en las reuniones de la Iglesia o cuando oramos en grupo.
Al expresar nuestra confianza en Aquel que pronunció su palabra fiable en Jesucristo, nuestros «Amenes» edificarán a la gente y agradarán a Dios.