El Bautismo con el Espíritu Santo
Jorge De Sousa
Introducción
Un patrón que se repite a lo largo de la historia de la iglesia es que las definiciones doctrinales bíblicas y ortodoxas suelen venir después de que alguien propone el error. Después de que se cuestionó la deidad de Cristo, los padres de Nicea definieron la fe trinitaria como no se había hecho antes. Después de que la iglesia medieval tergiversó el camino de la salvación, los padres reformadores definieron el evangelio de la libre gracia de Dios como nunca antes se había hecho.
Algo similar podría suceder en el caso de la doctrina del bautismo con el Espíritu Santo. Antes del siglo XX, este aspecto de la obra del Espíritu había recibido comparativamente muy poca atención.[1] Es posible pasar páginas y páginas de obras monumentales como la Pneumatologia de John Owen u otras dogmáticas del pasado sin encontrar un apartado dedicado específicamente a este tema. Y han sido precisamente los desafíos planteados por la doctrina pentecostal a principios del siglo pasado los que han causado que debamos enfocarnos más en definir qué es lo que la Biblia realmente enseña al respecto.[2] Para el pentecostalismo, el bautismo en el Espíritu Santo es el nombre de una obra subsecuente de la gracia, posterior al nuevo nacimiento y desvinculada de él de tal manera que, aunque está disponible para todo creyente, no es finalmente disfrutada por todos. Esta experiencia tiene la «señal inicial» de hablar en nuevas lenguas.[3] Pero ¿es esto lo que realmente enseña la Escritura? ¿Acaso debemos simplemente descartar el tema para evitar los excesos carismáticos?
Hay muchas cosas por abordar al respecto que escaparían a los límites de un escrito como este. Por eso, nuestro propósito aquí se centrará en tratar de definir una interpretación bíblicamente consistente y sólidamente reformada de la enseñanza escritural tocante al bautismo con el Espíritu Santo. Tras esto, propondré una breve serie de implicaciones que surgen del correcto entendimiento de esta doctrina para la práctica pastoral reformada y la piedad personal.
Que, a fin de cuentas, Dios sea quien reciba la gloria por la obra maravillosa del Espíritu divino.
El bautismo con el Espíritu Santo en la Biblia
Las alusiones específicas al «bautismo con el Espíritu Santo» son relativamente escasas en el Nuevo Testamento. Por un lado, tenemos las menciones que Juan el Bautista hace al inicio de los evangelios. En Mateo 3:11 leemos:
Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.[4]
La siguiente mención explícita se encuentra en Hechos 1:5. Allí leemos que, antes de ascender, el Señor resucitado promete a Sus discípulos que «dentro de no muchos días» serían bautizados con el Espíritu Santo. Y luego las palabras vuelven a aparecer en 1Corintios 12:13, donde Pablo sustenta su argumento de la unidad de la iglesia afirmando que «por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu».
Sin embargo, cometeremos un grave error si limitamos nuestro estudio a las veces en que esta obra es llamada «bautismo». Esto se debe a que la Escritura, particularmente Lucas en Hechos, hace uso de términos sinónimos para hablar del mismo suceso. Por ejemplo, mientras que Cristo prometió en el mencionado pasaje de Hechos 1:5 que los discípulos serían «bautizados» con el Espíritu, más adelante se refiere al mismo evento diciendo que el Espíritu «vendría sobre ellos» (v. 8). Y cuando esto se cumple, Lucas afirma que «fueron todos llenos del Espíritu Santo» (2:4). Lo que esto parece indicar es que, en el lenguaje neotestamentario, el bautismo (βαπτίζω) en el Espíritu, el venir sobre (ἐπέρχομαι) del Espíritu y el ser lleno (πλήθω) del Espíritu son formas intercambiables de referirse a una única obra de la tercera persona de la Trinidad.[5]
Todo esto significa que, para un estudio completo de lo que es y lo que no es el bautismo en el Espíritu Santo, es necesario examinar toda la teología de Lucas, además de las menciones en la obra de Pablo y en los demás evangelios. Evidentemente, eso trasciende los límites de una redacción como esta. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es considerar los pasajes explícitos antes mencionados teniendo en cuenta su relación con los textos donde implícitamente y con otras figuras de lenguaje se habla de la misma obra. Así podremos esclarecer los fundamentos de una doctrina reformada del bautismo con el Espíritu Santo.
Interpretando el bautismo con el Espíritu Santo
En orden canónico, la primera mención formal de esta doctrina se encuentra en el ya mencionado pasaje de Mateo 3:11. Sin embargo, antes de considerar este texto y sus paralelos, es necesario dirigir nuestra atención a la contundente afirmación de Pablo en 1Corintios 12:13. El apóstol está argumentando a favor de la unidad del cuerpo de Cristo y del propósito verdadero de los dones espirituales. Frente a la iglesia corintia, tan orgullosa de sus manifestaciones carismáticas, él encuentra necesario recordarles que hay muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y una de las razones que aduce para confirmar esto es que «por un mismo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo». A todos se les había dado a beber de un mismo Espíritu.
Este argumento de Pablo echa por tierra la idea de que, aunque todo cristiano está unido a Cristo, no todo el que nace de nuevo es por ello bautizado en el Espíritu. Lo que el apóstol describe no es una obra subsecuente, sino aquella obra del Espíritu por la que somos hechos miembros del cuerpo de Cristo. Por supuesto, la referencia no es simplemente a la señal externa del bautismo, sino también a la realidad interna a la que apunta el bautismo: la regeneración (cf. Tito 3:5). Charles Hodge comenta que «Pablo no dice que seamos un solo cuerpo por el bautismo, sino por el bautismo del Espíritu Santo, es decir, por la regeneración espiritual».[6] Lo que Pablo está afirmando es que todo cristiano, todo aquel que ha nacido de nuevo, ha sido bautizado en un solo cuerpo por el Espíritu Santo.
¿Pero qué hay de las referencias en los evangelios, como la de Mateo 3? En el contexto de este pasaje y de todos sus paralelos en los evangelios, Juan el Bautista está anunciando la persona y obra del Mesías que es más grande que él. Y parte de lo que lo hace más grande es que, mientras Juan bautiza solamente en agua para arrepentimiento, el Cristo bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Lo primero que aprendemos aquí es que es Cristo quien bautiza con o en el Espíritu Santo. Es parte de Su obra como el Mediador de Su pueblo. Bavinck señala acertadamente que «en virtud de Su perfecta obediencia, Cristo recibió la plena y libre disposición del Espíritu Santo y de todos Sus dones y poderes. Ahora puede distribuirlo como y cuando quiera».[7] Él tiene el poder para bautizar «con el fuego purificador y consumidor del Espíritu Santo».[8] Leon Morris apunta al contraste de Juan afirmando que «el bautismo en agua tenía una connotación negativa: ser purificado de algo. Pero el bautismo en el Espíritu tiene connotaciones positivas. «Se trata del ofrecimiento de una nueva vida en Dios».[9]
Así que, a la luz de 1Corintios y de los evangelios, esta expresión tiene que ver con la compra y envío de la obra regeneradora del Espíritu al pueblo de Dios. En ese sentido, el bautismo en el Espíritu Santo es otro nombre para el nuevo nacimiento, la impartición soberana de vida espiritual adquirida y mediada por Jesucristo. Pero la idea de «bautismo» transmite más que eso. El teólogo escocés George Smeaton captura esta realidad cuando afirma:
El bautismo con el Espíritu y con fuego, que Juan contrasta con su propio bautismo, implica que el Espíritu debía ser dispensado por la mano del Mesías […] Pero también da a entender una comunicación abundante de los dones extraordinarios y santificadores del Espíritu.[10]
El Dr. Hodge también señala el mismo punto:
Cualquier comunicación del Espíritu Santo es llamada bautismo, porque se dice que el Espíritu es derramado, y de aquellos sobre quienes es derramado, ya sea en Sus influencias regeneradoras, santificadoras o inspiradoras, se dice que son bautizados.[11]
Esa observación final de Smeaton, confirmada por Hodge, resulta crucial al analizar los siguientes pasajes que hablan acerca del bautismo en el Espíritu Santo sin tener que abrazar la interpretación pentecostal de la obra subsecuente. Para comprenderlo, es necesario pasar al siguiente texto: Hechos 1:5.
El Señor resucitado está dando instrucciones y enseñanzas a Sus discípulos, que todavía no comprenden cabalmente la naturaleza del reino y de la tarea que tienen por delante. En medio de eso, les recuerda la promesa haciendo alusión a Juan nuevamente. Al presentarlo así, Lucas interpreta lo que está a punto de suceder a los discípulos como un cumplimiento del anuncio que Juan el Bautista había hecho. Él, ciertamente, había bautizado con agua, pero ellos serían bautizados con el Espíritu Santo en pocos días. Esto, como hemos dicho, se cumplió en Pentecostés.
Ahí es donde resalta la importancia de la distinción de Smeaton y Hodge. Los discípulos ya habían sido regenerados antes de ese momento. De hecho, ya el Señor Jesús les había hecho recibir el Espíritu Santo (Jn 20:22).[12] Si interpretamos el bautismo en el Espíritu Santo como una referencia exclusiva a la regeneración, nos meteríamos en serios problemas. ¿Cómo podría Cristo decir que gente regenerada sería regenerada en no pocos días? En efecto, es esto lo que lleva a los pentecostales a afirmar que el bautismo en el Espíritu no es la regeneración, sino algo separado y subsecuente a ella. Después de todo, ¿no recibieron los discípulos este bautismo tiempo después de haber sido regenerados?
Creo que ambos extremos son un error. Por un lado, la interpretación pentecostal es equívoca porque Pablo afirma categóricamente que todo el que está unido a Cristo ha recibido el bautismo en el Espíritu Santo: la regeneración. Pero, por otro lado, no podemos escapar a la realidad de que Cristo está prometiendo a personas regeneradas que pronto serían bautizadas con el Espíritu Santo. Debemos navegar entre Escila y Caribdis para no caer en una simplificación excesiva ni en un malentendido respecto a este aspecto de la obra del Espíritu. Lo que iba a suceder podía ser llamado «bautismo» porque se trataba de un derramamiento del Espíritu. En Pentecostés, Cristo iba a bautizar a Su iglesia con Su Espíritu de una manera sin precedentes, pero
Cristo no solo bautizó entonces con el Espíritu Santo, cuando lo envió bajo la forma de lenguas ardientes; pues antes había bautizado a Sus apóstoles; y de este modo bautiza diariamente a todos los elegidos.[13]
Los apóstoles ya habían sido regenerados. Ya habían recibido, en el soplo de Cristo, el Espíritu Santo y la autoridad de las llaves del reino para llevar a cabo su misión. Pero en Hechos 1:5 Cristo aplica el anuncio de Juan a su cumplimiento en Pentecostés porque, entonces, el derramamiento del Espíritu sería mucho mayor en extensión, en poder y en dones. Cubriría a toda la iglesia permanentemente. Daría poder a los discípulos para testificar de Cristo a todo el mundo (1:8). En cuanto a magnitud, este evento de la historia de la redención sería irrepetible.[14] Pero en cuanto a su naturaleza esencial como derramamiento, como bautismo, esta bendición de la gracia sería repetida incluso dentro del libro de Hechos en Samaria, en casa de Cornelio, etc. Y, como afirma Calvino, estos «bautismos», estas «llenuras» del Espíritu son efectuadas por Cristo sobre Sus elegidos día tras día.
En ese orden de ideas, Pentecostés no fue simplemente un bautismo en el Espíritu. Fue el bautismo de toda la iglesia. Pedro interpreta esos eventos como el cumplimiento de la profecía de Joel 2: ahora, en el Nuevo Pacto, Dios no estaba derramando Su Espíritu sobre un selecto grupo de profetas, sino sobre todo el pueblo del Señor (Hch 2:17-21). Este hito en la historia de la redención marcaría el inicio de una nueva etapa donde los cristianos podrían experimentar la llenura y el poder santificador y capacitador del Espíritu Santo de una manera que no había sido gustada bajo la antigua dispensación.
¿Dónde nos deja esto?
Todas estas consideraciones, vistas como un caso acumulativo, nos permiten atisbar los primeros trazos de una interpretación bíblica y reformada del bautismo en el Espíritu Santo. Pablo y Juan el Bautista nos enseñan que, en un sentido, la regeneración es el bautismo en el Espíritu. Esto significa que todo cristiano es bautizado en el Espíritu Santo y que no hay una «élite» espiritual marcada por esta obra y evidenciada por la glosolalia.
Pero, por otro lado, los evangelios y Hechos nos enseñan a no limitar el concepto del bautismo en el Espíritu Santo al principio de la nueva vida. Al contrario, es una llenura característica del Nuevo Pacto que cayó sobre la iglesia de Cristo en Pentecostés y que permanece sobre ella en la aplicación de todos los beneficios de la redención obrada por el Espíritu.[15] Por eso la Escritura puede expresarse en términos de que una persona regenerada es posteriormente bautizada en el Espíritu. No es que no tuviera ese bautismo antes. No es que la regeneración no sea un derramamiento profuso del Espíritu. Con esto simplemente se enfatiza la realidad de que Cristo sigue bautizando a Sus elegidos en Su Espíritu. Que parte de su santificación consiste en que sean «llenos del Espíritu Santo» (Ef. 5:19). Que no debemos esperar un segundo Pentecostés, como el que los carismáticos pensaron encontrar en Azusa, pero sí podemos descansar en la morada y actividad del Espíritu Santo en la iglesia en estos postreros días.
En resumen, el bautismo con el Espíritu es la regeneración, empieza en ella, cuando se nos da a beber a todos de un mismo Espíritu. Pero es más que la regeneración y continúa después de ese preciso momento en el tiempo. Cristo nos sigue gobernando por Su Espíritu y Su Palabra.[16] Y al hacerlo, Él tiene la plena potestad de dar Su Espíritu Santo, de volver a llenarnos de Él y de avivarnos por medio de Él en Su camino (Sal. 119:37).
Implicaciones para la práctica pastoral reformada
En función de lo que hemos visto, ¿cuáles son las implicaciones que esta doctrina tiene para el pastoreo de la grey de Dios desde la perspectiva reformada? ¿Deberíamos simplemente dejar la expresión de lado para evitar confusión, cederla ante el pentecostalismo y limitarnos a hablar de la regeneración?
Pienso que, si el deber de todo ministro reformado es proclamar todo el consejo de Dios, haríamos mal en descuidar cualquier aspecto de la enseñanza de la Escritura. El relativo silencio que las dogmáticas del pasado guardaron acerca de esta doctrina no nos justifica para continuar la tradición y callar por una generación más. Y una de las razones fundamentales para evitar callar es el contexto en el que nos desenvolvemos.
Gran parte de la gente que visita nuestros servicios dominicales y quiere la membresía de nuestras iglesias viene de un trasfondo pentecostal. Yo mismo salí de ahí. Y a menos que tengamos respuestas convincentes para las dudas y argumentos que los carismáticos siembran en sus filas, la fe reformada se verá en una clara desventaja en el campo de la pneumatología. ¡Y no porque en realidad exista esa desventaja! Como se ha visto en un escrito tan pequeño como este, gigantes de nuestra tradición como Calvino, Bavinck y Hodge tienen mucho que aportar para la sistematización de una doctrina bíblica del bautismo en el Espíritu. La buena providencia de Dios nos ha dado las herramientas para enarbolar una pneumatología sólida en todos sus aspectos. Sería una necedad ceder el terreno de este elemento de la obra del Espíritu a aquellos que lo ofenden con teorías equivocadas. Nuestro deber es proclamar la soberana obra del Espíritu en la regeneración, la bondadosa obra de Cristo al enviar constantes influencias de Su Espíritu para vivificar a Su iglesia y el deber cristiano de ser llenos del Espíritu practicando la piedad.
Pero esta no es la única aplicación práctica y pastoral de esta doctrina. Para mí, la mayor de todas radica en el consuelo del pueblo de Dios. La muy difundida doctrina pentecostal sobre el bautismo del Espíritu ha causado que muchos cristianos verdaderos vivan tristes y abatidos, pensando día tras día por qué Su Dios no ha querido darles esa bendición de Su gracia. Oran, ayunan, esperan. Sienten la presión del grupo. Se les impide, en ocasiones, servir en cualquier área hasta que «hablen en lenguas» y, con eso, demuestren que tienen la plenitud del Espíritu. En respuesta al profundo daño que esta idea causa, la iglesia reformada puede alzar la bandera de una pneumatología sana y proclamar a voces que todo cristiano nacido de nuevo tiene el bautismo en el Espíritu Santo y está completo. Todos hemos bebido de ese Espíritu como un solo cuerpo. Esto nos lleva a una predicación que se cuida de no discriminar, como otros, entre los cristianos normales y los que sí son verdaderamente espirituales y consagrados.
Pero al mismo tiempo, la realidad de que Cristo sigue derramando continuamente Su Espíritu sobre la iglesia nos mueve a una piedad intencional. Nos mueve a desear la ayuda del Espíritu para luchar contra el pecado y, a quienes predicamos, a depender no de nuestra sabiduría sino de la manifestación del poder del Espíritu (1Co. 2:4). Así como no tenemos que ceder el término al pentecostalismo, tampoco tenemos que vivir como si ellos fuesen los dueños de la identidad correctamente pentecostal. Nosotros somos la iglesia de Pentecostés, aquella sobre la que cayó el Espíritu sobre toda carne, la lluvia anunciada por Joel. Y eso se expresa no en tumultos desordenados ni en balbuceos incomprensibles, sino en la tarea que se nos ha sido encomendada y el don que nos capacita para esa tarea. Debemos ser testigos de Cristo a todo el mundo, y para ello, necesitamos al Espíritu Santo (Hch. 1:8).
Regocijémonos en haber sido bautizados todos en un mismo Espíritu cuando se nos dio un nuevo corazón. Y a la par, anhelemos ser llenos cada vez más de ese Espíritu por el cual tenemos comunión con Cristo y comunión unos con otros.
Conclusión
En resumidas cuentas, podemos afirmar que el bautismo en el Espíritu Santo es un término que engloba una serie de aspectos de la obra por la que Cristo el Mediador dispensa al Espíritu. Abarca el inicio de nuestra nueva vida espiritual, cuando somos regenerados y el Espíritu viene a morar en nosotros. Pero abarca también la afluencia constante de los dones espirituales que Cristo ha comprado y que nos comunica por medio de Su Espíritu. Todo cristiano ya está bautizado en el Espíritu y por tanto está completo en todo lo necesario para ser un discípulo de Su Maestro y un miembro activo del cuerpo de Cristo. Pero al mismo tiempo, vemos en la Escritura que hay personas ya regeneradas siendo nuevamente bautizadas, el Espíritu viene sobre ellos y los capacita de una mejor manera para la extensión del reino. Esto sucedió de una forma sin precedentes e irrepetible en Pentecostés, pero de forma ordinaria Dios sigue llenando a Su iglesia de Su Espíritu. Esto ya no tiene el acompañante de los dones extraordinarios de los derramamientos tempranos en Jerusalén, Samaria y Cesarea, pero sí cuenta con la operación sobrenatural del Espíritu convenciendo al mundo de pecado, justicia y juicio y capacitando a los ministros para proclamar el evangelio de la reconciliación.
Huelga decir que hay mucho más que podría escribirse sobre el bautismo en el Espíritu. El Dr. Macleod ha escrito una importante y sana contribución al respecto que ya ha sido citada. Pero más allá de eso, el tratamiento de este tema sigue siendo uno de los más descuidados por la pneumatología reformada hoy por hoy. Oremos para que el futuro corrija esto y podamos estudiar de una forma más cabal y comprehensiva la persona y la obra del Santo Consolador, para el aliento de la iglesia y la edificación de los santos.
[1] El Dr. Donald Macleod nota precisamente esto y, aunque piensa que ese poco énfasis puede encontrar cierta justificación en las pocas menciones al «bautismo con el Espíritu» en el Nuevo Testamento, no la aprueba. Él señala acertadamente que «la importancia de una doctrina no puede medirse por la frecuencia en que una frase precisa ocurre en la Biblia» (El bautismo con el Espíritu Santo: Una perspectiva bíblica y reformada [San José, Costa Rica: CLIR; 2019], 17).
[2] Ibid., 18.
[3] Véase una afirmación clásica de esta doctrina en la Declaración de verdades fundamentales de las Asambleas de Dios, Verdades 7-8 (disponible en línea en https://ag.org/es-ES/Creencias/Declaración-de-verdades-fundamentales-#7; consultado en marzo de 2023). Para la perspectiva de un calvinista continuista acerca del bautismo en el Espíritu Santo, véase R. T. Kendall, Fuego santo: Una mirada equilibrada y bíblica a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas (Lake Mary, FL: Casa Creación; 2014), 141-52. Como Kendall mismo reconoce, debe mucho de su criterio a Martyn Lloyd-Jones. Pienso que Kendall va más allá de lo que la evidencia bíblica justifica al tratar de ver el bautismo en el Espíritu Santo como una obra subsecuente de la gracia. Su argumentación en este punto no difiere demasiado de la de otros carismáticos, aunque tiene sus matices distintivos propios de sus convicciones reformadas en otros aspectos.
[4] Cursivas añadidas. Lo mismo se repite esencialmente en los pasajes paralelos con pequeñas diferencias. Marcos 1:8 omite las palabras «y fuego». Juan también las excluye, con el distintivo de relacionar el descenso del Espíritu sobre Cristo en Su bautismo con el hecho de que Él sea quien bautiza «con el Espíritu Santo» (1:33). Algo que aprendemos de estos paralelos es que el bautismo en el Espíritu o con el Espíritu son dos formas de referirse a lo mismo.
[5] Esto se ve confirmado por los pequeños «pentecostés» que Lucas registra en el resto del libro de los Hechos. Como señala el Dr. Macleod, el caso de Cornelio se entiende «como un paralelo exacto a Pentecostés (Hch. 11:15) […] Sin embargo, al describir este evento él no usa las frases llenura o bautismo. Él dice que el Espíritu cayó sobre ellos (Hch. 10:44)» (ibid., 19).
[6] Charles Hodge, An Exposition of the First Epistle to the Corinthians (Nueva York: Robert Carter & Brothers; 1897. Edición eBook disponible en línea en https://www.monergism.com/thethreshold/sdg/hodge/OneCorinthiansCharlesHodge.pdf), 297. Cursivas añadidas. Juan Calvino coincide con esta interpretación: «Él habla del bautismo de los creyentes, que es eficaz por la gracia del Espíritu […]. Para que nadie piense que esto sucede por el símbolo externo, añade que es obra del Espíritu Santo» (Commentary on Corinthians, 12:8-13 [Christian Classics Ethereal Library, disponible en línea en https://ccel.org/ccel/calvin/calcom39/calcom39.xix.ii.html]). Matthew Henry coincide en que la referencia es a la «renovación del Espíritu» (Commentary on the Whole Bible. Vol. 6: Acts to Revelation [Christian Classics Ethereal Library, disponible en línea en https://ccel.org/ccel/henry/mhc6/mhc6.iCor.xiii.html]). Cf. A. T. Robertson, Word Pictures in the New Testament, sobre 1 Corintios 12:13.
[7] Herman Bavinck, Magnalia Dei (Monergism, disponible en línea en https://www.monergism.com/thethreshold/sdg/bavinck/Magnalia%20Dei%20-%20Herman%20Bavinck.pdf), 443.
[8] Ibid., 445. Aquí, Bavinck encuentra una alusión a las dos caras de la moneda de la obra del Espíritu en la iglesia: llenar a los creyentes al morar en ellos y, al hacerlo, convencer al mundo de pecado y juicio.
[9] Leon Morris, El Evangelio según Juan, Vol. 1 (Barcelona, España: CLIE; 2005), 189. Cursivas añadidas.
[10] George Smeaton, The Doctrine of the Holy Spirit (Monergism, disponible en línea en https://www.monergism.com/doctrine-holy-spirit-ebook), 46. Cursivas añadidas.
[11] Hodge, First Corinthians, 297. Cursivas añadidas.
[12] Hay distintas interpretaciones sobre la relación entre esta «recepción» del Espíritu y Pentecostés. Es imposible abordarlas todas aquí. Por el contexto, Hendriksen argumenta que es la comunicación de un don del Espíritu específicamente relacionado con la autoridad de los oficiales eclesiásticos (El Evangelio según San Juan,Comentario del Nuevo Testamento [Grand Rapids, MI: Libros Desafío; 1981], 737-38). A. T. Robertson lo describe como «una antesala del gran Pentecostés» (Word Pictures in the New Testament [Grand Rapids, MI: Christian Classics Ethereal Library], 778). Calvino presenta una opinión intermedia y, a mi parecer, más completa. Por un lado, destaca que el contexto apunta a los pastores del rebaño de Cristo. Por otro lado, afirma que «el Espíritu fue dado a los apóstoles en esta ocasión de tal forma que solo fueron rociados por Su gracia, mas no llenos con pleno poder», lo que tendría lugar en Pentecostés (Commentary on John – Vol. 2 [Grand Rapids, MI: Christian Classics Ethereal Library], 233-34).
[13] Juan Calvino, Commentary on Acts. Vol. 1 (Grand Rapids, MI: Christian Classics Ethereal Library), 25. Disponible en línea en https://ccel.org/ccel/c/calvin/calcom36/cache/calcom36.pdf
[14] Aunque reconoce la existencia de derramamientos posteriores, Bavinck señala que «este envío del Espíritu Santo que tuvo lugar el día de Pentecostés es un acontecimiento único en la historia de la Iglesia de Cristo; al igual que la creación y la encarnación, tuvo lugar una sola vez; […] y nunca podrá repetirse» (Magnalia Dei, 441-42).
[15] Cf. Catecismo Mayor de Westminster, P. 58; Catecismo de Heidelberg, D. S. 20, P. 53.
[16] Cf. Catecismo de Heidelberg, D. S. 48, P. 123.