El evangelio individual
Bernard Zylstra
Primera parte
Para el propósito de este artículo, «el evangelio individual» se describe lo suficiente como la perspectiva (a) que sostiene que el hombre es primordialmente un ser individual cuya humanidad consiste en una identidad separada de los otros hombres; y (b) que considera el Evangelio de Cristo principalmente como un poder para la salvación de las almas de individuos.
¿Será mejor el evangelio social?
Al someter el evangelio individual a una crítica, debe quedar claro desde el principio que mi alternativa no consiste en el evangelio social, el cual (a) sostiene que el hombre es primero que nada un ser social cuya humanidad consiste en sus relaciones con sus semejantes; y (b) que considera el evangelio como la fuente de inspiración para mejorar y reestructurar estas relaciones. El error del evangelio social no es que ve al hombre interactuar constantemente con sus semejantes en la ejecución de sus tareas en la cultura y la sociedad. Nosotros también debemos reconocer eso, porque la misma noción de humanidad como una comunidad nos lleva a esa conclusión. Sin embargo, lo singular de la revelación bíblica sobre esta situación consiste en esto: que esta comunidad está fundada en el vínculo pactual de la humanidad con el Creador. Por esta razón, el gran mandamiento de la religión cristiana es: «Amarás al Señor tu Dios con tu corazón». La implicación de esto es que el hombre no es, primero que nada, un ser social, él es un ser religioso cuya vida es el servicio a Dios. Este servicio incluye obediencia al segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo, como a ti mismo». Amar a Dios exige amar al prójimo. Pero la motivación para amar al prójimo no consiste en primer lugar en nuestro prójimo mismo, sino en Dios que revela que nuestro prójimo es una criatura semejante a quien debemos respetar y honrar en su carácter de creatura. El amor interpersonal exige un punto de referencia y norma suprapersonal. Esto, admito, es lo que debemos aprender de la primera carta del apóstol Juan, resumido en estas palabras: «Amados, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1Jn 4:11). Por esta razón, la preocupación humanitaria por nuestro prójimo no debe igualarse con el amor a Dios. Ese es el error del evangelio social. La acción social basada en la Biblia no es idéntica con la filantropía social. El impacto duradero de cualquier esfuerzo social cristiano consiste en la implementación de la concepción bíblica de una sociedad genuinamente abierta cuyos miembros son imágenes de Dios y cuyo punto de referencia final reside más allá de las relaciones sociales y horizontales, hallándose en Cristo Jesús, a quien pertenece todo poder. Una concepción de la sociedad cuyo punto de referencia final es, ya sea el hombre individual autónomo o la humanidad autónoma, no puede proporcionar un fundamento duradero para una sociedad abierta: su horizonte está demasiado limitado. Y la absolutización de los horizontes limitados es idolatría: es servir a las criaturas en vez de al Creador (Ro 1:23-25).
¿Es necesaria la conversión?
Sí, la conversión es necesaria. La dificultad con el evangelio individual no consiste en su énfasis en el arrepentimiento personal del pecado, en la conversión y regeneración y compromiso con el Señor en el gozo de la fe. Las Escrituras dejan muy claro cómo los hombres, quebrantados por el pecado y la idolatría, pueden llegar a ser otra vez miembros de la comunidad espiritual que es el cuerpo de Cristo. Ellos deben orar en acto de rendición con David: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio… no quites de mi tu santo Espíritu» (Sal 51:10-11).
Pero ¿por qué es tan importante la conversión personal? Porque el reino de Cristo solamente puede entrar a la vida humana y a la sociedad por medio de corazones comprometidos y radicalmente cambiados. El corazón es el motor desde el cual manan los asuntos de la vida. Debe de ser regenerado, llenado con la nueva vida del Espíritu Santo, antes de que una persona pueda reconocer a Cristo como Salvador y Señor. A Nicodemo, un importante representante de la pureza doctrinal y rectitud moral de la iglesia, Cristo le tuvo que decir: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn 3:3). Pablo dice muy explícitamente: «y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1Co 12:3).
Esto enfoca con más claridad el verdadero problema del evangelio individual y los objetivos y estrategias de sus adherentes. Porque estos últimos no han entendido lo suficiente que la conversión de una vida de pecado debe conducir a una nueva de vida de servicio al reino. No han visto con plenitud el contexto del arrepentimiento debido a que tienden a cortar el vínculo entre el renacimiento individual y la totalidad del plan del reino de Dios para la totalidad de la creación, la cultura y la sociedad, donde el Padre quiere establecer su gobierno de gracia, soberano y amoroso. Ellos descuidan tomar nota, al menos en parte, de que el motivo para el renacimiento es la venida del reino, como Cristo declaró tan claramente a través de todo su ministerio: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mt 4:17; cf. Mc 1:14).
Segunda parte
Causas y consecuencias
En contra del motivo bíblico de la regeneración y conversión como un primer paso en la vida de la santificación, es decir, una vida de discipulado integral y servicio para la gloria de Dios, el evangelio individual propone el motivo de la salvación de almas individuales. En las Escrituras, el alma es la vida del cuerpo en todas sus actividades terrenales. ¿Cómo debemos entender la pérdida de la visión del reino de Dios y el tema de la Reforma de soli deo gloria, sólo a Dios la gloria? ¿Cuándo esta visión y este tema bíblico fueron reducidos a la salvación del alma del hombre?
John Locke y el individualismo
Para responder a esta pregunta, tendremos que analizar algunas de las concepciones de un gran filósofo británico llamado John Locke (1632-1704). Solamente podemos resaltar algunos puntos básicos.
Locke desarrolló una concepción de la sociedad que suministró ambos elementos del evangelio individual como se describió anteriormente. Para empezar, mantuvo que la sociedad es una colección de seres individuales cuya humanidad consiste en una identidad separada de los otros hombres. Al defender esta posición, Locke en efecto se opuso a la revelación escritural de que Dios creó la humanidad como una comunidad espiritual que es restaurada a través de la obra reconciliadora de Cristo, la Cabeza del cuerpo de creyentes. El fundamento de la sociedad en Locke ya no es Jesucristo, sino la voluntad del individuo.
La voluntad del hombre individual es la clave para la concepción de la sociedad de Locke debido a que solamente a través de su expresión se pueden satisfacer las necesidades e intereses humanos. Hay toda clase de intereses y necesidades humanas, pero caen en dos categorías básicas. El hombre tiene necesidades terrenales, ya que el hombre tiene un cuerpo. Tiene necesidades celestiales, ya que él también tiene un alma.
La adquisición de la salvación del alma
Las necesidades celestiales del hombre tienen que ver con la salvación del alma individual. Las almas deben ir al cielo. La religión y la iglesia deben satisfacer este interés humano en la salvación. El alma de un hombre puede salvarse solamente mediante la expresión propia de la voluntad individual de un hombre. En la famosa Carta de Locke concerniente a la Toleración (1689), escribe: «El cuidado… de cada alma del hombre pertenece a sí mismo, y debe dejarse al cuidado de sí mismo… Sí, Dios mismo no salvará al hombre en contra de su voluntad». Una persona no llega a ser miembro de la iglesia de Jesucristo por la operación del Espíritu Santo, sino por la expresión voluntaria de su voluntad humana. Debe ser capaz de escoger cualquier secta que se le acomode mejor debido a que hay «varias sendas que están en el mismo camino» al cielo. La religión en Locke ha sido reducida en gran medida a la búsqueda de la salvación centrada en el hombre. Queda muy poco de la concepción escritural de que la religión es el amoroso servicio del hombre hacia Cristo, Salvador y Señor.
La adquisición de la propiedad privada
El hombre no solo tiene un alma. También tiene un cuerpo. Ese cuerpo también debe recibir cuidado. ¿Cómo uno puede satisfacer de la mejor manera las necesidades e intereses del cuerpo? Es altamente significativo notar que la respuesta que Locke da a esta pregunta corre paralela a la respuesta concerniente a la salvación del alma. En ambos casos, la respuesta consiste en una expresión de la voluntad individual. La persona individual, al intentar satisfacer las necesidades del cuerpo, debe aprender a volcarse hacia sí mismo adquiriendo una propiedad privada. Si posees algo que puedes llamar tuyo, puedes empezar a encargarte de tus necesidades terrenales.
La Biblia enseña ciertos principios básicos acerca de la «propiedad», algunos de los cuales son: (1) el hombre pertenece al Señor que lo creó; (2) la tierra pertenece al Señor; y (3) el uso que el hombre hace de la tierra es un asunto de mayordomía sobre una posesión heredada del Padre celestial misericordioso. El uso que el hombre hace de la tierra en la agricultura, en la industria y el comercio, está colocado en el contexto del pacto entre Dios y el hombre que provee las condiciones de responsabilidad dentro de las cuales el hombre puede utilizar los recursos de la creación para el bienestar de aquellos que tienen necesidad: el huérfano, la viuda, el extranjero y el pobre. En este escenario pactual la noción de una propiedad privada absoluta está ausente.
Locke rechaza este escenario normativo bíblico. En el capítulo sobre la propiedad en el Segundo Tratado sobre el Gobierno enseña (1) que el hombre tiene una propiedad en su propia persona; (2) que tiene una propiedad en el trabajo de sus manos; y (3) que el fruto de la tierra solo puede satisfacer las necesidades de uno si le pertenece, es decir, debe ser «una parte de él y que otro ya no tiene ningún derecho a ella».
Al leer estos pasajes no sorprende que varios eruditos modernos han llamado la atención a la relación entre la religión y el surgimiento del capitalismo. De hecho, para muchos los fundadores del protestantismo (Lutero y especialmente Calvino) son supuestamente los verdaderos originadores de la sociedad consumista de hoy. Creo que esto es un grave error. Las raíces de la sociedad moderna, pienso, no pueden entenderse correctamente a menos que uno haga una clara distinción entre los primeros reformadores del siglo XVI y los desarrollos posteriores del siglo XVII en que el espíritu de un individualismo no bíblico tergiversó el pensamiento y acción cristianos en una dirección foránea al Evangelio mismo. El Evangelio no sabe de un individuo sin restricciones que puede confiar en la voluntad y razón humanas para volcarse sobre sí mismo en la adquisición de la salvación del alma (neopelagianismo y arminianismo tradicional) y en la adquisición de una propiedad privada absoluta (liberalismo capitalista). John Locke no era calvinista. Sus amigos en Inglaterra y Holanda no eran teólogos de las iglesias presbiterianas y reformadas. Sus amigos eran los racionalistas entre los arminianos, los predecesores de los posteriores deístas ilustrados y los liberales modernos (en teología y política).
La separación de la religión y la política
Hay otro asunto sobre el que Locke ejerció una inmensa influencia. Es la relación entre la religión y la política. Después de haber dividido hábilmente los intereses humanos entre celestiales y terrenales debido a la «separación» entre el cuerpo y el alma, Locke encontró una manera de mantener a la religión fuera de la política. «La iglesia misma es una cosa absolutamente separada y distinta de la comunidad. Los límites en ambos lados están fijos e inamovibles». De esta manera, Locke pudo encontrar un fundamento para el estado secular del liberalismo clásico que existe para preservar la propiedad privada. Locke es el fundador de la religión de la propiedad privada absoluta. Él es el padre de las doctrinas políticas de no intervención no tanto en el sentido de mantener a la política fuera de las cuestiones de propiedad (el estado existe para proteger las relaciones de propiedad), sino en el sentido de mantener a Dios y la Biblia fuera de las relaciones de propiedad.
Tolerancia intolerante
Después de haber limitado de esta manera la religión a asuntos de la salvación del alma, después de haber sacado al cuerpo de la religión bíblica, Locke puede fácilmente proponer tolerancia entre las varias sectas de la cristiandad: las opiniones religiosas privadas de ninguna manera deben afectar los asuntos de la sociedad. La sociedad podría establecerse sobre la base del acuerdo racional entre individuos que persiguen el mismo fin: la propiedad. Debido a que la mayoría de los hombres están dotados de una chispa de razón, la tolerancia y el consenso se puede adquirir fácilmente. A las personas que no están muy iluminadas racionalmente se les permite encontrar una base para la moralidad social en la religión privada. Esa clase de base es mejor que ninguna base en lo absoluto. En otras palabras, además de servir como vía de la salvación del alma, el cristianismo también podría funcionar como una religión civil, como el apoyo de un orden político particular después que ese orden haya sido secularizado, cortado de la fuente de la vida en Cristo Jesús.
Sin embargo, Locke dejó bien claro que el orden político tenía que determinar el rango de influencia de la religión cristiana, porque solamente de esa manera se podía mantener la tolerancia. Aquí tolerancia llega a ser intolerancia: si la religión cristiana llegara a entrar en conflicto con el sistema político, la religión cristiana tendría que rendirse. De esta manera, Locke formuló los ingredientes esenciales de la relación entre el orden sociopolítico y la fe cristiana que encontramos hoy en Canadá y los Estados Unidos: «el magistrado no debe tolerar opiniones contrarias a la sociedad humana o a aquellas reglas morales que son necesarias para la preservación de la sociedad civil».
El evangelio individual como una religión civil
Los resultados de la concepción rápidamente bosquejada aquí son estos:
- El totalitarismo educado del racionalismo liberal redujo las demandas católicas del evangelio de Cristo a asuntos literalmente fuera de este mundo. La dulce racionalidad de este totalitarismo determina el proceso de toma de decisiones en la educación, los sindicatos, los partidos políticos y la mayoría de las organizaciones profesionales.
- Los cristianos canadienses y estadounidenses, también aquellos en el contexto de las iglesias ortodoxas, han llegado a acostumbrarse cada vez más a esta reducción del señorío de Cristo sobre la vida. El muro de separación entre la religión y el estado, establecido por los deístas ilustrados del siglo XVIII (Voltaire, George Washington, Thomas Jefferson, etc.) ahora ha llegado a ser un bastión de la ortodoxia histórica misma. Detrás de ese bastión, a las iglesias y «sectas» se les permitió llevar adelante sus programas. Pero el avance de estos logros en avivamientos, en misiones, en evangelismo, en las escuelas dominicales, fue limitado en gran medida a la salvación de almas individuales y al bienestar de las denominaciones aisladas y fragmentadas.
- El evangelio individual, implícita o explícitamente procede sobre el supuesto de que la persona individual o al menos el alma individual puede ser, de alguna manera, sacada del contexto de la creación de Dios. Luego, ese contexto es dejado a sí mismo, neutralizado o evitado como el dominio del diablo. Pero ¿qué vemos en décadas recientes? Los proponentes del evangelio individual llegan a ser los proponentes de un orden social individualista también. Y su metodología de la «acción social» es una metodología de «testimonio y acción individual». Esto no es sorprendente debido a que la vida humana es, en efecto, de una pieza. Una concepción básica defendida en un área de la vida pronto influenciará el pensamiento de uno en áreas restantes. Comentadores cuidadosos, en efecto, han concluido con razón que es precisamente la religión de la salvación del alma individual que ahora está llegando a ser la religión civil de los Estados Unidos. Billy Graham y Richard Nixon son buenos amigos.
La religión cristiana, sin los amplios horizontes del reinado redentor de Cristo sobre los hombres y naciones, reducido a la salvación del alma centrada en el hombre, ha llegado a ser para muchos la justificación moral del nacionalismo, el «estilo de vida americano», y todo lo que eso representa en el mundo hoy.
Es precisamente aquí donde debemos escuchar a Cristo mismo: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18:36). O al apóstol Juan: «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1Jn 5:21).