Juan Calvino sobre la creación
James Olthuis
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Aunque Calvino confiesa seguir el Credo de los Apóstoles en la organización de la Institución (II,16,18), otro orden parece más evidente.
Libro I: orden original de la creación
Libro II, 1-5: alteración del orden en la caída
Libro II, 6 – Libro IV: restauración del orden por la Palabra (II,6-17),
por el Espíritu (III), por medios externos (IV).
Calvino tiene dos planos por los cuales la humanidad puede llegar al conocimiento de Dios. Existe la historia especial de los propósitos pactuales de Dios y la historia general de los propósitos de Dios para con el mundo entero. Aunque estos niveles son distintos, Calvino no los separa. El genio de su teología es su esfuerzo por relacionar e interrelacionar correctamente estos dos niveles. En el nivel de la historia especial, Dios se revela plenamente sólo en el Hijo encarnado, pero también a través del Mediador, incluso antes de la encarnación. En el nivel de la historia general, Dios todavía se revela solamente a través del Mediador, pero es la ordenación sustentadora en vez de la ordenación reconciliadora del Mediador. La historia redentora presupone e implica la correcta ordenación de la creación por el Dios Creador. Del mismo modo, la historia del mundo depende e implica la correcta dirección de la creación hacia su fin redentor por Dios Redentor. Además, puesto que el conocimiento de la revelación de Dios en la historia general sólo es salvífico a la luz de la historia especial del pacto, conocer al Redentor es conocer a Dios no sólo como Padre sino también como Padre Todopoderoso, como creador. Calvino busca la unidad plena afirmando que todas las revelaciones divinas son llamadas correctamente la Palabra de Dios (I,13,7).
Calvino tiene un doble conocimiento: la fe recibida de la Palabra y la experiencia. Esto corresponde al dualismo alma/cuerpo de Calvino. Aunque Calvino no niega que el cuerpo humano despliega la gloria de Dios (de hecho, lo afirma), está convencido de que «la sede y el lugar principal de la imagen de Dios se haya colocado en el espíritu y el corazón, en el alma y sus potencias» (I,15,3).
Aunque subraya que «el conocimiento de Dios ha quedado de manifiesto en la obra del mundo y en todas sus criaturas», insiste en que está «aún más abierta y familiarmente en la Palabra de Dios» (I,10,1), que es la «escuela del Espíritu Santo» (III,21,3) y la «escuela de los hijos de Dios» (1,6,4). La humanidad ha sido colocada en «tan excelente teatro» (I,14,20) del mundo para ser espectador de las obras de Dios, pero el deber especial de la humanidad, uno de los más provechosos, es escuchar la Palabra (1,6,2). En consecuencia, «la fe no puede surgir de una experiencia desnuda de las cosas, sino que debe tener su origen en la Palabra de Dios» (Comentario a Jn 20:29).
Para Calvino, fe y experiencia no son sólo opuestos, sino que pueden complementarse. La verdad de la Escritura se confirma, en su opinión, por la experiencia. Calvino está seguro de que «Dios se hace sentir por la experiencia tal como se manifiesta en su Palabra» (I,10,2; cf. también I,7,5).
Para Calvino existe una tensión al honrar su doble conocimiento. Desea afirmar el conocimiento general de Dios en la creación y en la Escritura, sin embargo, encuentra necesario decir que «hablando con propiedad, no podemos decir que Dios es conocido cuando no hay ninguna religión ni piedad alguna» (I,2,1). Señala que «además de la propia doctrina de la fe y del arrepentimiento, la cual propone a Cristo como Mediador, la Escritura tiene muy en cuenta engrandecer con ciertas notas y señales al verdadero y único Dios, que creó el mundo y lo gobierna» (I,6,3). Es el uso de la palabra «propia» lo que señala la ambigüedad del pensamiento de Calvino. Evidentemente, lo propio y especial para Calvino no es un añadido: es lo auténtico. Al mismo tiempo, está extasiado en su reconocimiento del valor y la belleza de la naturaleza.
La ambigüedad también queda patente cuando comparamos diversos comentarios sobre la situación anterior a la Caída. Existe aquel «primero y simple conocimiento a que el perfecto concierto de la naturaleza nos guiaría si Adán hubiera perseverado en su integridad» (I,2,1). Cuando la humanidad en su integridad original «gozaba de esta integridad tenía libre albedrío, con el cual, si quería, podía alcanzar la vida eterna» (I,15,8). «El orden natural de la naturaleza era que la obra del mundo nos sirviese de escuela para aprender la piedad, y de este modo encontrar el camino hacia la vida eterna y la perfecta felicidad» (II,6,1). El mundo como un espejo refleja a Dios y es el corazón humano pecador que no es capaz de recibirlo.
Por otra parte, Calvino señala que «siendo, pues, notorio que Dios, cada vez que ha querido enseñar a los hombres con algún fruto, ha usado del medio de su Palabra, porque veía que su imagen, que había impreso en la hermosura de esta obra del mundo, no era bastante eficaz ni suficiente» (I,6,3). Esto es lo que más tarde se llamará revelación especial pre-redentora. Aquí no se trata simplemente de la naturaleza humana caída, sino que la propia creación en su perfección primordial es insuficiente. «Aunque el hombre hubiera perseverado en la integridad y perfección en que Dios lo había creado, no obstante, su condición y estado eran excesivamente bajos para llegar a Dios sin Mediador» (II,12,1).
Creación y Palabra
Calvino afirma la creación ex nihilo (I,14,20). La providencia es una creatio continua en términos de la ordinatio Dei u ordo naturae. «Todo el orden de la naturaleza depende únicamente del mandato (imperio) o decreto de Dios… El poder oculto de Dios sostiene de tal modo todas las cosas, que para permanecer en su estado deben obedecer a su palabra (verbum o mandatum)» (Comentario, Salmo 119:91).
El uso que Calvino hace de verbum en este lugar parece significativo. Al comentar el Salmo 33:4, Calvino señala que el «término palabra (verbum) no debe entenderse como doctrina, sino como el método por el que se rige el mundo». Palabra no se usa en este caso, dice Calvino, como vehículo de revelación, sino como designación de ordenaciones, decretos, mandatos, órdenes por los que el mundo fue creado y es gobernado continuamente, palabras que proceden del Verbo eterno y esencial del Padre. «En lo cual vemos que la Palabra o Verbo significa la voluntad y el mandato del Hijo, el cual es eterno y esencial Verbo de Dios» (I,13,7).
El ordo naturae depende de la ordinatio Dei que procede del Verbo esencial o Hijo generado por el Padre.
Calvino utiliza el término «Palabra de Dios» en varios sentidos. Puede significar Hijo eterno de Dios (normalmente sermo). También puede significar el decreto por el que se rige el mundo (normalmente verbum). La mayoría de las veces se refiere al mensaje de Dios, ya sea la Ley o el Evangelio. La predicación de la Iglesia también se identifica con la Palabra.
La preferencia de Calvino por Palabra como la enseñanza registrada en las escrituras tiende a opacar los otros usos. Quizás Calvino prefiere limitar «palabra» más a menudo a las Escrituras porque el orden natural como palabra sólo conduce a la obediencia externa (II,2,24).
Resumiendo, parece que para Calvino Cristo como Hijo Eterno mediaba la ordenación divina del universo desde su mismo comienzo: mediación como sustento. Cristo como mediador de la reconciliación parece ser una forma e instancia especial del ordenamiento más comprensivo de la creación según la voluntad de Dios. La redención es la restauración y reforma de lo creatural hacia el orden propio de Dios.