Los antecedentes teológicos de los Cánones de Dort
Clarence Bouwman
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Comentario a los Cánones de Dort #2
El Sínodo de Dort, 1618-1619, se celebró en vista de la creciente influencia del arminianismo en la Iglesia Reformada. Sin embargo, la herejía que conocemos como «arminianismo» no era nueva en lo absoluto.
La naturaleza humana: ¿es buena, enferma o totalmente corrupta?
En el año 354 d.C. nacieron dos hombres que tendrían un enorme impacto en la Iglesia de Jesucristo. Sus nombres eran Pelagio y Agustín. Sus caminos se cruzaron en los últimos años de sus vidas, debido a sus puntos de vista ampliamente opuestos sobre las siguientes tres cuestiones doctrinales:
1. La naturaleza humana
2. La necesidad que el hombre tiene de la gracia
3. La soberanía de Dios
La diferencia fundamental entre los sistemas de pensamiento opuestos de estos dos hombres residía en sus puntos de vista radicalmente opuestos sobre la naturaleza humana. La pregunta crucial era: «¿Es bueno o no el hombre?» La respuesta a esta pregunta determina lo que se cree sobre la necesidad que el hombre tiene de la gracia y lo que se confiesa acerca de la soberanía de Dios. ¿Hasta qué punto es necesaria la gracia de Dios? En el momento en que se discute la total depravación del hombre y, por consiguiente, su total dependencia de la gracia de Dios, se discute simultáneamente la soberanía de Dios. Si el hombre, por su libre albedrío, es capaz de tomar la iniciativa de su propia salvación, decidiendo por sí mismo si se salva o no, la soberanía de Dios queda restringida, pues entonces el papel de Dios en la salvación del hombre queda limitado por las decisiones y acciones del hombre.
Pelagio
Pelagio creía lo siguiente:
Dios no creó a Adán ni bueno ni malo, sino «neutral». Adán estaba en condiciones de elegir por sí mismo si haría el bien o el mal. Adán tenía libre albedrío; Adán tenía la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Pelagio enseñó que Dios hizo de Adán un ser mortal; la «muerte» era simplemente una parte de ser una criatura. En otras palabras, Pelagio creía que la muerte no era la paga del pecado. Adán eligió pecar, hacer el mal. La consecuencia de esta elección no fue que Adán se convirtiera en pecador, depravado o muerto en el pecado, sino que Adán se convirtió en pecador. Sin embargo, después de la caída en el pecado, Adán conservó su libre albedrío y, por lo tanto, aún era capaz de dejar de hacer el mal y hacer el bien (aunque, una vez que probó el fruto prohibido del pecado, le resultó más difícil abstenerse de hacerlo). Contrariamente a lo que afirma la Escritura en Génesis 6:5, a saber, «que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos (es decir, todo pensamiento y toda imaginación detrás de todos los pensamientos) era de continuo solamente el mal», Pelagio enseñó que Adán no se depravó en su corazón, sino que podía cometer actos pecaminosos aislados si así lo deseaba. Cuando Adán eligió pecar, solo se perjudicó a sí mismo, y no a sus descendientes. La caída de Adán fue solo de Adán; sus descendientes no cayeron con él. Por lo tanto, ningún otro ser humano es culpable del pecado original, ni nadie se volvió depravado. Los hijos de Adán permanecieron como Adán fue creado: neutrales. En cuanto a por qué la gente peca, Pelagio razonó que los niños pecan porque siguen un mal ejemplo, y pecar puede convertirse en algo habitual. En consecuencia, la gente peca. Sin embargo, Pelagio creía que era posible que los niños, nacidos inocentes, sin pecado, con mentes y corazones neutros, crecieran sin conocer el pecado si nunca estaban expuestos a un mal ejemplo. En cuanto a la necesidad del hombre de la gracia de Dios, Pelagio creía que el hombre no necesitaba la gracia de Dios para salvarse, sino que el hombre podía elegir por sí mismo si se salvaba o no.
Agustín
Agustín creía que la Biblia enseñaba lo siguiente: Dios creó a Adán bueno. Adán no era neutral, (es decir, ni bueno ni malo), ni estaba en condiciones de elegir entre ser bueno o malo, sino que era bueno y capaz de hacer el bien. En cuanto al libre albedrío de Adán, éste, creado bueno, podía hacer el bien o el mal; es decir, Adán podía pecar. Al colocar el árbol del conocimiento del bien y del mal en el huerto del Edén, Dios puso a Adán ante una prueba. Adán no fue creado mortal; no moriría a menos que pecara. La muerte, en otras palabras, es la paga del pecado. Cuando Adán cayó en el pecado, pasó de ser bueno a ser malo. No sólo se convirtió en pecador, sino en pecador muerto en el pecado, depravado. Habiéndose hecho a sí mismo depravado, Adán no tenía los medios para volver a ser bueno. Habiéndose puesto del lado de Satanás, Adán permanecería perdido para siempre a menos que Dios lo alejara de Satanás y lo llevara de vuelta a Él. Para volver a Dios, Adán dependía totalmente de la gracia de Dios. Con la caída de Adán en el pecado, todos sus descendientes cayeron también. Toda la raza humana estaba presente en Adán cuando cayó en pecado y, por tanto, todos están afectados por la contaminación original, es decir, todos han perdido su bondad y se han convertido en depravados, muertos en el pecado. Además, todos son responsables de su propia caída en el pecado, de modo que cada uno es culpable del pecado original. Para salvarse, pues, Adán y todos los hombres necesitan la gracia de Dios. Todos dependemos totalmente de Dios para todas las cosas. Yo no puedo aportar absolutamente nada a mi salvación. El reconocimiento de la total dependencia de Dios para la salvación implica el reconocimiento de la soberanía de Dios. Sólo aquellos predestinados por Dios para ser salvos recibirán la salvación. Mi dependencia de Dios es tal que no hay salvación para mí a menos que Dios decida salvarme y a menos que Dios actúe sobre mí.
Acuerdo mutuo Pelagianismo Agustinianismo Demasiado positivo Demasiado negativo acerca del hombre, sin acerca del hombre, necesidad de totalmente dependiente de Dios Dios Semipelagianismo Una posición a mitad de camino entre ambas Figura 1 |
El Semipelagianismo
Pelagio propuso sus enseñanzas en Roma y a causa de ellas se encontró con la oposición de Agustín en el año 409 d.C. En el 431 d.C. el Sínodo de Éfeso condenó oficialmente las enseñanzas de Pelagio como heréticas, y sostuvo la posición de Agustín como bíblicamente correcta. De este modo, la Iglesia del Señor fue puesta de nuevo en el camino correcto. Sin embargo, Satanás no se contentó con dejar las cosas así. Aunque la gente estaba de acuerdo en que las enseñanzas de Pelagio no eran correctas, las enseñanzas de Agustín eran percibidas como demasiado extremas. Mientras que Pelagio fue condenado por ser demasiado positivo en sus opiniones sobre la naturaleza humana, se decía que Agustín era demasiado negativo. De ahí que se buscara una posición conciliatoria, dando lugar a lo que se conoce como «semipelagianismo».
En los tres puntos antes mencionados, el semipelagianismo se conformó con las siguientes posturas:
―La naturaleza humana no es ni buena ni mala, sino enferma. Del mismo modo que un enfermo no puede hacer todo lo que le gustaría, con la caída en el pecado las capacidades del hombre se vieron limitadas. Su libre albedrío permanece, pero debilitado por la caída. El hombre, por tanto, todavía puede decidir pedir y recibir ayuda.
―La necesidad del hombre de la gracia: Aunque el semipelagianismo cree en la necesidad del hombre de la gracia de Dios (porque el hombre está demasiado enfermo para ayudarse a sí mismo), el hombre por su libre albedrío es capaz de decidir si quiere la gracia de Dios. Mientras que Pelagio enseñaba que la salvación es totalmente obra del hombre, y Agustín enseñaba que la salvación es totalmente de Dios, el semipelagianismo enseña que la salvación es una combinación de los esfuerzos tanto del hombre como de Dios. Según el semipelagianismo, la salvación = la gracia de Dios + la aceptación de la gracia por parte del hombre. El hombre sólo puede salvarse si decide cooperar con Dios y acepta la gracia que Dios le ofrece.
―La soberanía de Dios: El semipelagianismo restringe la soberanía de Dios en el sentido de que está limitada por la decisión del hombre de cooperar o no con Dios. La oferta de salvación de Dios puede ser rechazada por el hombre y así volver a Dios vacía. Aunque Dios desee salvar a alguien, sólo puede hacerlo si esa persona está interesada en aceptar su oferta.
Con el paso del tiempo, la doctrina semipelagiana se convirtió en la teología oficial de la Iglesia católica romana, y sigue siéndolo incluso hoy en día.
La respuesta de la Reforma al semipelagianismo
Dios en Su gracia envió reformadores a Su Iglesia en personas tales como Martín Lutero y Juan Calvino. Estos hombres leyeron las Escrituras de Dios, estudiaron los escritos de los padres de la Iglesia y llegaron a la conclusión de que la doctrina oficial de la Iglesia católica romana sobre la naturaleza humana, la gracia de Dios y la soberanía de Dios eran incorrectas. En sus disputas con la posición de la Iglesia católica romana sobre cuestiones de doctrina, los reformadores se oponían esencialmente al semipelagianismo. Al hacerlo, volvieron al agustinismo.
La posición de los reformadores sobre estos puntos de desacuerdo se plasmó en las Confesiones. Posiblemente la manera más fácil de exponer el pensamiento de los reformadores sobre estos puntos sea llamando la atención sobre el Catecismo de Heidelberg.
―La naturaleza humana: El Catecismo de Heidelberg (publicado en 1563) resume bien la posición reformada sobre lo que la Biblia enseña acerca de la naturaleza humana. En la pregunta 6 del tercer día del Señor se lee: «Dios creó al hombre bueno…», es decir, no neutral, como enseñaba Pelagio, sino bueno (agustiniano). Además, en la pregunta 7 se lee: «¿De dónde, pues, procede la naturaleza depravada del hombre?». La pregunta admite la depravación general, admite que las personas en su conjunto no son buenas. La respuesta es la siguiente: «De la caída y desobediencia de nuestros primeros padres Adán y Eva en el Paraíso, pues allí nuestra naturaleza se corrompió de tal manera que todos somos concebidos y nacidos en pecado». De nuevo, esto es claramente agustinismo en oposición al pelagianismo. Según Pelagio sólo Adán cayó en pecado, pero el agustinismo y la teología de la Reforma enseñan que todos pecamos en Adán con la consecuencia de que nuestra naturaleza se corrompió. La pregunta 8 profundiza en el alcance de nuestra corrupción. «¿Pero estamos tan corrompidos que somos totalmente incapaces de hacer nada bueno e inclinados a todo lo malo?». Pelagio habría respondido negativamente; el hombre es básicamente bueno, y por medio de su libre albedrío puede elegir hacer el bien. Los semipelagianos responderían: «el hombre es corrupto, pero no tanto como para ser incapaz de hacer el bien. El hombre está enfermo». El Catecismo, sin embargo, de acuerdo con lo que enseñó Agustín, responde: «Sí», el hombre es totalmente incapaz de hacer ningún bien e inclinado a todo mal porque la naturaleza humana es totalmente depravada. De hecho, dice el Catecismo de Heidelberg, el hombre está tan corrompido que no puede hacer el bien a menos que Dios actúe en él por medio de su Espíritu Santo.
―La necesidad del hombre de la gracia: En el día del Señor 23, pregunta y respuesta 60 el Catecismo pregunta «¿Cómo eres justificado ante Dios?». Pelagio habría respondido: «Por mi libre albedrío puedo decidir hacer el bien, y así ser justificado». Junto con Agustín, los Reformadores respondieron: «Solo por la verdadera fe en Jesucristo». Los semipelagianos no discutirían que la justificación del hombre se alcanza por la fe verdadera, pero el hombre debe decidir primero si quiere esta fe. En otras palabras, no es sólo por la fe verdadera, sino también por el libre albedrío del hombre (es decir, salvación = gracia de Dios + aceptación de la gracia por el hombre). El lenguaje agustiniano adoptado aquí por los reformadores no es un lenguaje de enfermedad sino de muerte. El hombre ha «pecado gravemente contra todos los mandamientos de Dios» y está «todavía inclinado a todo mal». Puesto que una persona muerta no puede hacer nada, y mucho menos querer algo, la fe no puede ser una elección del hombre. De ahí que la respuesta 60 continúe: «… sin embargo, Dios, sin ningún mérito mío, por mera gracia, me imputa la perfecta satisfacción, la justicia y la santidad de Cristo». Sin que yo lo pidiera, Dios me imputó lo que era de Cristo. Dios tomó lo que era de Cristo y me lo atribuyó; Dios acreditó «mi cuenta» con la justicia de Cristo. Contrariamente a lo que enseña el pelagianismo y el semipelagianismo, el Catecismo enseña que, puesto que estoy muerto por naturaleza, dependo totalmente de la gracia de Dios.
―La soberanía de Dios: El Día del Señor 23, pregunta y respuesta 60, confiesa también la soberanía de Dios en la salvación con estas palabras: «…Dios…por mera gracia, me imputa». Uno puede confesar esto solo si confiesa también que el hombre está totalmente depravado y, en consecuencia, depende totalmente de la gracia de Dios para la salvación. Dios es Dios y, por tanto, su obra de salvación no está limitada por la decisión del hombre de salvarse o no. «Dios me imputa la perfecta satisfacción, la justicia y la santidad de Cristo». Dios no me pregunta primero si deseo estos dones de gracia. Estas doctrinas han llegado a ser conocidas bajo el término calvinismo.
«…No hay nada nuevo bajo el sol…»: el socinianismo y el arminianismo = pelagianismo y semipelagianismo regresaron
La predicación de los reformadores sobre la naturaleza humana, la gracia de Dios y la soberanía de Dios en la obra de la salvación no fue apreciada por todos. A un hombre llamado Socino no le gustó el retorno al agustinismo. Creía que Adán fue creado neutral (ni bueno ni malo) y que cuando Adán pecó, él, y sólo él, se vio afectado por su pecado. Todos los descendientes de Adán nacen neutrales, afirmaba, y pueden elegir entre el bien y el mal. Esto era claramente una vuelta al pelagianismo rechazado por la iglesia unos mil años antes. Junto al calvinismo (=agustinismo) de los reformadores, Socino colocó su socinianismo (= pelagianismo).
Pero ahora de nuevo, como ocurrió siglos antes, el Socinianismo fue descartado por ser demasiado positivo sobre la naturaleza humana. Y el calvinismo fue visto como demasiado negativo, demasiado condenatorio y deprimente. El compromiso resultante fue en el fondo una vuelta al semipelagianismo. Jacobo Arminio, en particular, fue el responsable de resucitar el semipelagianismo en el seno de las iglesias reformadas.
¿Relevancia?
Se podría cuestionar la relevancia de ocuparnos en 1997 de las cuestiones relativas a un sínodo convocado hace unos 380 años. Sin embargo, el estudio de la historia de la Iglesia demuestra que las herejías no sólo surgen y mueren para dar paso a nuevas herejías, sino que las herejías afloran y resurgen. Un estudio de los Cánones de Dort y de cómo fueron compilados por el Sínodo de Dort para defender la teología reformada frente al arminianismo no es sólo un estudio de interés histórico; es más bien un estudio que nos ayuda concretamente en nuestro esfuerzo por vivir como cristianos hoy. El compromiso sobre la naturaleza humana conocido como semipelagianismo está ampliamente extendido en el mundo cristiano de hoy. La visión optimista que la sociedad tiene del hombre le lleva a rechazar el pensamiento agustiniano (= el calvinismo de nuestras confesiones). Innumerables cristianos de nuestro entorno han adoptado en consecuencia una posición semipelagiana sobre la naturaleza del hombre. Una encuesta reciente en Estados Unidos, por ejemplo, informa de que el 84% de los cristianos entrevistados (se autodenominan «evangélicos») estaban de acuerdo en que en cuestiones de salvación «Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos» y el 77% creía que los seres humanos son básicamente buenos. Ante tales presiones del mundo cristiano que nos rodea, sólo un estudio de los Cánones de Dort puede ayudarnos a discernir entre la teología arminiana (semipelagiana) y la reformada.