El trasfondo histórico de los Cánones de Dort
Clarence Bouwman
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Comentario a los Cánones de Dort #1
Introduccion
Los Cánones de Dort son «declaraciones doctrinales adoptadas por el gran Sínodo Reformado de Dort en 1618-1619». (Libro de Alabanza, p. 531). Este sínodo, que tuvo lugar en la ciudad holandesa de Dort (Países Bajos), comenzó el 13 de noviembre de 1618 y duró casi un año. ¿Por qué en 1997, unos 380 años después, nosotros, los australianos, nos encontramos estudiando decisiones sinodales holandesas que datan de hace tantos años? ¿Qué hay en su contenido que nos sigue pareciendo relevante hoy en día? ¿No sería mucho más beneficioso para nosotros estudiar los temas de hoy, y buscar la respuesta de hoy para las preguntas de hoy? ¿Un estudio sobre los Cánones de Dort, centenarios y europeos, no es un empeño fuera de lugar en nuestra cultura posmoderna y tecnológica?
El Predicador en Eclesiastés 1:9-10 nos advirtió que «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, y nada hay nuevo debajo el sol. ¿Hay algo que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido». Las mismas cuestiones que exigen nuestra atención hoy, en el siglo XX, resultan ser tan similares a las cuestiones que mantuvieron ocupados a nuestros padres allá por el siglo XVII. De ahí que las respuestas a las que llegaron nuestros padres al abordar estas cuestiones puedan sin duda beneficiarnos a la hora de buscar respuestas hoy. Además, dado que las respuestas de los padres de antaño se basaban en las Escrituras, es conveniente trabajar hoy con sus respuestas de antaño.
La Confesión Belga se completó en 1561, en un contexto de dura persecución. Ser reformado en aquella época no era «barato», ni fácil. Optar por ser reformado significaba estar dispuesto a renunciar a la propia vida en aras de la propia fe. En 1567, el propio Guido de Bres fue ahorcado porque quería ser reformado y se negó a renunciar a su fe reformada.
Los reformados sufrieron mucho a manos de sus opresores católicos romanos y de los señores españoles. Sin embargo, no sólo los reformados resistieron a sus opresores católicos e intentaron derrocar a los españoles, sino que también lo hicieron los liberales (o libertinos). Estos últimos creían en la libertad, no necesariamente en un sentido político, sino específicamente en un sentido espiritual. Abrazaban un concepto del ser que considera al hombre como bueno. En cuanto al pecado, creían que el hombre no está muerto en pecado, aunque cometa pecados. Pecaminoso es la forma de describir algunas de las acciones del hombre, pero no la naturaleza del hombre. El hombre era bueno y tenía en sí mismo los medios para elegir el bien por sí mismo.
En 1572, los Países Bajos fueron liberados de la opresión española y, en consecuencia, de la persecución. Esto permitió el crecimiento de la vida de la Iglesia Reformada. Los creyentes, individual y colectivamente, podían salir de la clandestinidad; las iglesias podían establecerse abiertamente. A partir de este momento se observa un desarrollo del orden eclesiástico y la convocatoria de sínodos provinciales y nacionales. En general, los años siguientes fueron prósperos para la Iglesia Reformada. Sin embargo, suponer que todos los que abrazaron la fe reformada estaban de acuerdo en cuestiones de doctrina es una suposición falsa.
En realidad, en aquella época había dos tipos de reformados: los reformados calvinistas (los que se adherían al calvinismo) y los reformados arminianos (tal y como los entendemos hoy en día, ya que en aquella época Arminio, que no era más que un muchacho, aún no había influido en el pensamiento de la gente; el término se utiliza simplemente para «etiquetar» al grupo y darle cierto color en nuestras mentes). Para el segundo grupo, el término «reformado» no es una etiqueta adecuada, ya que en el fondo no eran en absoluto «reformados».
Los reformados calvinistas
Los calvinistas entendían que la Biblia era la Palabra inspirada de Dios. Por tanto, había que creer en la Biblia y considerarla la autoridad final en todos los aspectos de la vida. Por respeto a la Biblia como Palabra de Dios, ésta no debía ser cuestionada (decían los calvinistas), sino que debía ser aceptada y obedecida con humildad. Si podemos creer en la Biblia, también podemos hacernos eco de lo que la Biblia dice (confesiones). Como estas confesiones se basan en lo que dice la Biblia, uno también puede atenerse a la confesión. Así que estos reformados calvinistas exigieron que los oficiales de la iglesia firmaran un Formulario de Suscripción, por medio del cual prometían adherirse a las confesiones.
Los reformados arminianos
Por otro lado, los reformados arminianos no eran tan sumisos a la autoridad absoluta de las Escrituras. La razón de su negativa a conceder un lugar tan elevado a la Escritura (y por extensión a la confesión, ya que se hacía eco de la Escritura) era su percepción positiva del hombre. Entendían correctamente que la posición de los reformados calvinistas implicaba la noción de que el hombre está depravado y, por tanto, no puede conocer la verdad por sí mismo, ni puede descubrir por sí mismo lo que es correcto y bueno. Ver al yo como muerto en el pecado (en palabras de Efesios 2:1) era anatema para estos reformados arminianos. Tener que hacer tal confesión concerniente al yo era ofensivo para los reformados arminianos porque desafiaba su creencia de que la mente y el corazón del hombre no están muertos. Sacrosanta para estas personas es la noción de que el hombre no está depravado y, en consecuencia, es capaz de razonar las cosas por sí mismo y así llegar a la verdad. El hombre es capaz de decidir entre hacer el bien o el mal, creer o no. La Biblia puede ser de ayuda, y uno debe ocuparse de ella, pero lo que es esencial es que uno utilice su mente y así llegue a comprender la verdad. Es cierto que, si cada cual reflexiona por sí mismo, habrá muchas conclusiones diferentes sobre lo que constituye la verdad, y sólo la tolerancia podrá dar cabida a ello.
Aquí encontramos dos líneas de pensamiento radicalmente diferentes que, como es lógico, trajeron sus propias tensiones a la vida eclesiástica en Holanda. Porque con el pensamiento reformado arminiano, se había cortado el corazón mismo de la fe reformada. Lo que las iglesias juntas habían confesado en el Artículo 15 de la Confesión Belga fue negado por los reformados arminianos:
«Creemos que por la desobediencia de Adán el pecado original se ha extendido por toda la raza humana. Es una corrupción de toda la naturaleza del hombre y un mal hereditario que infecta incluso a los bebés en el vientre de su madre. Como raíz, produce en el hombre toda clase de pecados. Es, por tanto, tan vil y abominable a los ojos de Dios que basta para condenar al género humano. No se suprime ni se erradica ni siquiera por el bautismo, pues el pecado brota continuamente como agua que mana de esta fuente deplorable…».
Pero si las personas no estaban totalmente depravadas, la salvación tampoco tenía por qué depender enteramente de Dios. Así surgieron también fricciones sobre el artículo 16 de la Confesión Belga:
«Creemos que, cuando toda la descendencia de Adán se sumió en la perdición y la ruina por la transgresión del primer hombre, Dios se manifestó tal como es: misericordioso y justo. Misericordioso, al rescatar y salvar de esta perdición a aquellos que en su eterno e inmutable consejo eligió en Jesucristo nuestro Señor por su pura bondad, sin consideración alguna a sus obras. Justo, al dejar a los demás en la caída y perdición en que se han sumido».
De nuevo, si la salvación no dependía enteramente de Dios, si las personas no estaban tan muertas que no podían aportar nada por sí mismas, entonces también se atacaba el lugar de la obra de Cristo tal y como se confesaba en el Artículo 21:
«…Él se presentó en nuestro lugar ante Su Padre, aplacando la ira de Dios por Su plena satisfacción, ofreciéndose a Sí mismo en el madero de la cruz, donde derramó Su preciosa sangre para purgar nuestros pecados…. Fue contado con los transgresores…. Murió como el justo por los injustos…».
Para los que habían aprendido a amar la doctrina de la salvación por la sola gracia, dada gratuitamente por Dios a los indignos, las posiciones sostenidas por los reformados arminianos constituían un ataque al corazón mismo del evangelio. Y fue un ataque, un ataque satánico para destruir los logros de la gran Reforma. No es de extrañar que los dos bandos se enfrentaran.
Una lucha eclesiástico-política
Pero la lucha no sólo estaba relacionada con la cuestión de lo que se pensaba sobre la naturaleza del hombre y, por tanto, sobre si la salvación procedía plenamente de Dios o no. Los reformados arminianos abrazaron una noción de Iglesia que destruía la confesión del artículo 27 de la Confesión Belga. La Iglesia, dice esa confesión, se compone de «los verdaderos creyentes cristianos», es decir, los miembros. Por lo tanto, de entre los miembros se eligen los funcionarios que gobiernan la congregación en el nombre de Jesucristo.
Los reformados arminianos, por otro lado, sostenían que el gobierno del país debía controlar todos los asuntos del país, incluida la Iglesia. El gobierno debería controlar la Iglesia por medio de los ministros, que son sus sirvientes y que también son pagados por el gobierno. Con el gobierno en control se deduce que entonces hay poco espacio para ancianos y diáconos. Por lo tanto, durante este período de la historia de la Iglesia de Holanda, se podían encontrar muchas iglesias, pero pocos ancianos y diáconos, y los que había eran sólo lacayos en eso, para estar al servicio de los ministros que a su vez servían al gobierno. En consecuencia, tal construcción del gobierno eclesiástico no dejaba lugar para un sínodo, y no había lugar para una reunión congregacional. La Iglesia no eran los miembros, sino que efectivamente la Iglesia eran los ministros. Donde está el ministro, allí está la Iglesia.
¿Cómo se suplían entonces los púlpitos vacantes en las iglesias de la época? El gobierno tenía la última palabra sobre qué ministro debía ser nombrado para cubrir una vacante, a pesar de las preferencias de la congregación. Desde la década de 1590 hasta la de 1610, Holanda estuvo bajo el gobierno de un hombre llamado Oldenbarnevelt, un liberal. Él también abrazaba la idea de que las personas son esencialmente buenas, tienen libre albedrío y, por tanto, son capaces de decidir entre el bien y el mal. No es tan sorprendente entonces que un gobierno con tal tendencia trabajara junto con los reformados arminianos. Existía un parentesco entre los arminianos y el gobierno que juntos trataron de cerrar el paso a los reformados calvinistas. Esto culminó en una lucha política eclesiástica.
El gobierno de la época, junto con los reformados arminianos, se negó a dar permiso a las iglesias para convocar un sínodo con el fin de tratar las diferencias doctrinales en las iglesias, ya que, según ellos, el gobierno era la autoridad final en todos los asuntos eclesiásticos. De ahí que no hubiera sínodos entre 1586 y 1618. Los reformados calvinistas, sin embargo, creían que no era bíblico que el gobierno interfiriera en los asuntos de la Iglesia, por lo que siguieron solicitando permiso para celebrar un sínodo.
Por tanto, una vez convocado finalmente un sínodo, no sólo se ocupaba de cuestiones de doctrina, sino también de cuestiones de política eclesiástica, es decir, de gobierno de la Iglesia. El Sínodo de Dort llegó incluso a redactar un reglamento eclesiástico que todavía hoy utilizamos: el Orden Eclesiástico de Dort. En él se fija firmemente la responsabilidad de los asuntos eclesiásticos en las propias iglesias.
«A no haber estado Jehová por nosotros…»
El Salmo 124, utilizado en la época de la Liberación de 1944 para describir la mano del Señor en la liberación de las iglesias de la jerarquía, es también muy aplicable como descripción de lo que el Señor hizo por Su Iglesia en esta primera etapa de la historia de las Iglesias Reformadas. Allí leemos: «A no haber estado Jehová por nosotros, cuando se levantaron contra nosotros los hombres, vivos nos habrían tragado entonces… Bendito sea Jehová, que no nos dio por presa a los dientes de ellos. Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores; se rompió el lazo, y escapamos nosotros. Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra» (Salmos 124:2,3,6-10).
La Reforma había comenzado en Europa en 1517, cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. En el centro de la Reforma estaba la doctrina de que el hombre se salva sólo por gracia; la salvación es un don de Dios y no obra del hombre (Efesios 2). La Reforma tuvo una amplia influencia en Holanda, y el calvinismo fue ampliamente adoptado. Sin embargo, la doctrina de la salvación por la sola gracia no fue abrazada por todos, ni mucho menos por Satanás. Los acontecimientos que se desarrollaron en las dos últimas décadas del siglo XVI y las dos primeras del siglo XVII señalan claramente lo decidido que estaba Satanás a deshacer la obra que Dios había comenzado en los Países Bajos y en toda Europa. Los reformados arminianos, afectados por el pensamiento humanista, intentaron acabar con los logros de la Reforma en los Países Bajos. Y estuvieron a punto de conseguirlo. Humanamente hablando, no debería haber Iglesia en Holanda en vista de las circunstancias durante este período de 40 años. Realmente debe atribuirse a un milagro de la gracia de Dios que se produjera una ruptura de la opresión. Oldenbarnevelt gobernó Holanda prácticamente como un dictador. Se oponía tanto a la doctrina de la depravación total del hombre que incluso organizó la persecución de los que la abrazaban. En 1617, los reformados calvinistas fueron perseguidos de la misma manera que en los tiempos de Guido de Bres, con la única excepción de que no había pena de muerte. La fe podía costar el puesto de trabajo, la tierra y la comodidad. Ser verdaderamente reformado en 1617 no era barato. A través de las fuerzas combinadas de los reformados arminianos y el gobierno liberal de Oldenbarnevelt, Satanás tenía como estranguladas a las iglesias reformadas calvinistas, las iglesias de Jesucristo. La fe reformada ciertamente estuvo cerca de ser «tragada», apagada.
El ataque de Satanás a través de Oldenbarnevelt y la liberación de
Dios a través de Mauritz
Sin embargo, ¡notemos bien lo que hizo nuestro Dios! Su mano dispuso que un príncipe llamado Mauritz reinara en Holanda. Mauritz no era un hombre dado a los asuntos religiosos, sino un militar. Sin embargo, era nominalmente reformado e iba a la iglesia. La iglesia a la que asistía en La Haya estaba atendida por cuatro ministros, uno de los cuales era Utenbogaart. Utenbogaart era el «predicador de la corte» o, como diríamos nosotros, tenía a la familia real bajo su tutela. Enseñaba fielmente el pensamiento reformado arminiano, es decir, que el hombre no está muerto en pecado, sino que tiene la capacidad de elegir libremente aceptar la salvación que Dios le ofrece bondadosamente.
El Señor utilizó la pesada mano de Oldenbarnevelt para mover al príncipe Mauritz inicialmente a simpatizar con los reformados calvinistas, y más tarde a abrazar el pensamiento reformado calvinista. Mauritz consideró injusta la disposición de Oldenbarnevelt hacia los reformados calvinistas y, animado por ellos, acabó yendo a la Iglesia con los calvinistas. Había jurado que defendería la fe reformada, y ahora dejaba claro lo que entendía por la palabra «reformado». Cuando Oldenbarnevelt, a su vez, alentó la toma de armas y la contratación de soldados en un último intento desesperado por liberar a Holanda de todos los reformados calvinistas, Mauritz, reconociendo que Holanda estaba a punto de verse envuelta en una guerra civil, tomó cartas en el asunto. Se encargó de que Oldenbarnevelt y sus seguidores fueran encarcelados, y el propio Oldenbarnevelt fue ahorcado. De este modo, la fuerza política de los liberales y de los reformados arminianos se quebró, y los reformados calvinistas pudieron respirar aliviados. Su persecución llegó a un fin repentino, al romperse el dominio de Satanás sobre la Iglesia de Cristo. Esto no era otra cosa que el regalo de Dios para la preservación de su Iglesia frente al ataque de Satanás contra la Iglesia.
Mauritz se encargó además de que la Iglesia recibiera por fin el Sínodo que había solicitado durante tanto tiempo. Comenzó el 13 de noviembre de 1618. Debemos ver este Sínodo a la luz de la obra del Señor. Si Él no se hubiera «puesto en la brecha», hoy no habría Iglesia en Holanda. Y nosotros, herederos como somos de la obra de Dios en los Países Bajos, no seríamos reformados calvinistas. Hace ya 400 años que Dios quería que hoy yo fuera reformado, y así guio los acontecimientos para ese fin.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS:
1) Faber, J., Meijerink, H.J., Trimp, C. & Zomer, G. (1979).
2) The Bride’s Treasure. Launceston, Tasmania: Publication Organisation of the Free Reformed Churches of Australia.
3) Munneke, J.F. Het Historisch Fundament.