La liturgia como servicio del pacto – Dr. K. Deddens
Autor: Dr. K. Deddens
Fuente: Clarion Vol.37, No. 12 (1988)
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Manuel Bento
Servicio pactual
Quien dice servicio de adoración también dice servicio pactual. No es que ambos sean completamente idénticos; pero en el servicio de adoración, el pacto de Dios con su pueblo siempre está presente. Cuando el Señor establece un pacto con su pueblo, quiere vivir con ese pueblo. Proclama su Palabra a ese pueblo. Provoca una respuesta de su pueblo. Por esa razón se construyó una casa para Él en el desierto, y por eso el tabernáculo fue llamado la «tienda de reunión». Debido a que Israel puede participar de la comunión misericordiosa con el Señor, el poeta canta en el Salmo 84 que anhela los atrios de Dios.
Además del lugar de reunión, Dios también estableció tiempos fijos de reunión. En el séptimo día había una santa convocación. Esta reunión era convocada por los sacerdotes tocando trompetas de plata, y se consideraba una reunión festiva, como a menudo se enfatiza en los Salmos.
El sacrificio de expiación era fundamental en la adoración del templo del Antiguo Testamento. En el día que el Señor había determinado para esta santa reunión, la ofrenda se duplicaba. Se le mostraba claramente a la congregación reunida que la comunión con el Señor se basaba en la sangre expiatoria. Sin el derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (Hebreos 9:22). El servicio de adoración del Antiguo Testamento muestra esto: las dos partes en el pacto se encuentran. Ejercen la comunión en base a la sangre de la expiación. Dios llama a su pueblo en el día santificado para ese propósito, el día de reunión.
En el Antiguo Testamento, Dios se acercaba a su pueblo con las buenas nuevas de la expiación. Él puso su Nombre sobre Israel y bendijo al pueblo. En el templo se mostraba la gracia de Dios al pueblo mediante el ministerio de los sacerdotes, y ellos podían también oír hablar de Dios por medio de la instrucción de los sacerdotes.
Pero la segunda parte del pacto estaba activa también. Se acercaban a Dios con el incienso de sus oraciones y venían a Él con sus himnos exultantes.
Liturgia
En el Nuevo Testamento, la palabra leitourgia hace su aparición. Se trata de una palabra griega que en realidad significa un servicio para el bienestar de la gente. Este servicio no hace referencia a ocasiones privadas o individuales, sino a la comunidad. Es algo que concierne a las personas en su conjunto, en su totalidad. Hemos de verlas como una comunidad, organizada en forma de «polis», una ciudad-estado.
Nuestra palabra «liturgia» deriva de esta palabra, que también usamos para nuestros servicios de adoración.
Pero, en primer lugar, dicha palabra tipifica la posición oficial y la obra de Cristo, en la que, y a través de la cual, Él ha cumplido el culto del Antiguo Testamento en el sentido de que realizó el sacrificio real, y ahora cumple su obra como sumo sacerdote en el verdadero santuario celestial.
Después de que Cristo fundase el nuevo pacto, la palabra (liturgia) se convierte en una indicación del servicio de adoración, tal y como este tiene lugar en las asambleas de la congregación. El altar y el sacrificio han desaparecido. La expiación se ha cumplido. Las sombras también. Ahora se denomina reunión, una asamblea de la iglesia, un encuentro de la congregación.
La idea central del servicio de adoración del Nuevo Testamento es que Dios y su pueblo se encuentran en la asamblea del Cristo, que es exaltado con su propio pueblo en el día de la exaltación de Cristo, el primer día de la semana. Ahora, cada vez que dos o tres –la pluralidad más pequeña posible– se reúnan en su Nombre, allí estará Él en medio de ellos. En el servicio de adoración las dos partes del pacto están unidas. Dios es el Primero. La iniciativa viene de Él. Él convoca a la reunión. Pero las dos partes se encuentran en intercambio mutuo de amor. La congregación también está activa: puede orar y cantar. Pero su respuesta es motivada, instigada por Dios, quien, siendo el Primero, viene al encuentro de su pueblo.
No prescrito
«Muy bien», dirá alguno, «pero ¿existe en alguna parte algo que se parezca a una liturgia prescrita?» ¿No es cierto que todo el asunto de la liturgia es en realidad una cuestión de tradición? El que la tradición juega un papel tan importante en los asuntos litúrgicos se demuestra por el hecho de que todos y cada uno de los cambios a menudo son considerados por muchos como un ataque a su vida espiritual.
De acuerdo con nuestra Confesión Belga, Artículo 7, confesamos que «no podemos considerar ningún escrito de hombres, por muy santos que hayan sido estos hombres, de igual valor a las Escrituras divinas; tampoco debemos considerar la costumbre, o la gran multitud, o la antigüedad, o la sucesión de tiempos y personas, o concilios, decretos o estatutos, como de igual valor que la verdad de Dios». Contrario a lo que hacen los católicos romanos con su tradición, nuestros padres declararon esto de forma muy clara y lo mantuvieron con consistencia. La tradición no tiene el mismo valor, ni está en el mismo nivel que la Palabra de Dios, ni mucho menos tiene la última palabra. Una y otra vez tenemos que poner a prueba los distintos asuntos de la iglesia, y también los asuntos litúrgicos, por medio de la Palabra de Dios misma. También es prudente que el artículo 50 del Orden de la Iglesia diga en la última oración: «En puntos menores del Orden de la Iglesia y la práctica eclesiástica, las Iglesias en el extranjero no serán rechazadas». En la antigüedad, se entendían especialmente en este sentido los asuntos litúrgicos.
Creo que se tiene razón al decir que en ninguna parte de la Biblia se prescribe una liturgia completa, y que una gran parte se basa en la costumbre. Sin embargo, debemos añadir dos cosas. En primer lugar: aunque no todo está prescrito en la Biblia con respecto a la liturgia de la iglesia, se nos da un cierto patrón básico, del cual se deriva toda la liturgia. En segundo lugar: no todas las costumbres están equivocadas. También existe una buena tradición, que no debería abandonarse sin un motivo de peso.
Patrón básico
El patrón básico de «liturgia» para la iglesia de la Nueva Dispensación se da en el mismo capítulo en el que se menciona el derramamiento del Espíritu Santo, a saber, Hechos 2. Después de mencionar Lucas el inmenso crecimiento de la iglesia en Pentecostés, en el versículo 42 añade: «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones». Ciertamente, son cuatro elementos que podríamos llamar decisivos para la dispensación de la iglesia del Nuevo Testamento. La doctrina de los apóstoles significa la enseñanza los apóstoles. Podríamos interpretar esto como: la lectura y predicación de la Palabra de Dios. En la RSV no está del todo claro que la «comunión» fuera un elemento nuevo. La palabra griega habla de la comunión de los santos de una manera concreta, es decir, en lo que más tarde se llamó la «ofrenda», o la «colecta» en el servicio de adoración. Al principio, los creyentes traían sus ofrendas en forma de dones materiales. De esa manera los pobres eran provistos por los ricos. El tercer elemento es el partimiento del pan, que es la celebración de la Cena del Señor. En la iglesia de Corinto iba precedida por los llamados «agapai», las comidas de amor. Finalmente, Lucas menciona en Hechos 2 las oraciones. Parece que las oraciones formaban una parte esencial del servicio de adoración ya desde el comienzo de la iglesia del Nuevo Testamento.
Cuando repasamos estos cuatro elementos, notamos que en ellos existe un orden: doctrina – comunión – sacramento – oración. Es el orden de Palabra y respuesta en el pacto de Dios. Primero viene la doctrina, la lectura y explicación de la Palabra de Dios, en la que el SEÑOR mismo habla. A continuación, viene la respuesta de la congregación en la comunión de los santos: el cuidado mutuo. De nuevo, el Señor se acerca con sus promesas en el sacramento, el partimiento del pan, y le sigue la respuesta en las oraciones del pueblo de Dios, que son al mismo tiempo ofrendas de acción de gracias. A veces la respuesta también llega por medio del canto de la congregación.
Cuando comparamos estos elementos del servicio de adoración posterior a Pentecostés junto a la explicación del Cuarto Mandamiento de la ley del pacto de Dios en el Catecismo de Heidelberg, notamos que existe un acuerdo. El Día del Señor 38, refiriéndose a Hechos 2:42, menciona que el ministerio del evangelio debe mantenerse, y continúa diciendo que, especialmente en el día de descanso hemos de asistir diligentemente a la iglesia de Dios, con el fin de hacer especialmente cuatro cosas:
1. escuchar la Palabra de Dios;
2. usar los sacramentos;
3. invocar públicamente al Señor;
4. dar ofrendas cristianas a los pobres.
Algunos ven en estos cuatro elementos un cierto orden de adoración. La lectura y la predicación de la Palabra de Dios es la parte más importante y, por lo tanto, lo primero. Luego siguen los sacramentos, que subrayan y afirman la Palabra de Dios. Además, se mencionan las oraciones, incluyendo la intercesión, y finalmente la respuesta de la congregación recibe su lugar en la caridad cristiana. Hay un claro paralelismo aquí con lo que se menciona en Hechos 2, mediante el cual las dos partes y los dos integrantes del pacto de Dios se muestran muy claramente.
¿Elaboración arbitraria?
Según prestemos atención a los otros elementos a los que se ha dado lugar en el servicio de adoración, quedará claro que están agrupados en torno a los cuatro elementos principales mencionados en Hechos 2 y en el Día del Señor 38. Por supuesto, en esto se ha dado forma a una cierta tradición, pero eso no significa que exista una extensión arbitraria. Tomaremos nuestro punto de partida en el segundo orden de adoración según lo recomendado por el Sínodo de Cloverdale 1983 (Órdenes de Adoración B, Libro de Alabanza, p. 582 y ss.), ya que estas órdenes se remontan a Calvino, quien siempre apuntó a la iglesia primitiva. Seguiremos los 16 elementos para el servicio de la mañana.
1. Votum (Voto). Encontramos aquí una cita del último versículo del Salmo 124, uno de los Cantos de Subida o graduales (Salmos 120-134). Estos Salmos se cantaban en procesiones, cuando los peregrinos israelitas ascendían al Monte Sión con motivo de las tres grandes fiestas del templo del año judío. En esas ocasiones el pueblo de Israel acudía a presentarse ante el SEÑOR, el Dios del pacto, para adorarlo, para invocar su Nombre, ya que su única ayuda estaba en el Nombre del SEÑOR, el Dios Todopoderoso, que creó el cielo y la tierra. Israel dependía de la presencia activa del Señor. Lo mismo puede decirse del pueblo de Dios hoy, que comienza todos y cada uno de los servicios públicos de adoración en dependencia al Dios del pacto, quien creó todas las cosas.
2. Saludo/Salutación. Cuando, al principio de sus cartas, el apóstol Pablo da su saludo apostólico a la congregación, señala la rica promesa del pacto de Dios, en el que el Señor se encuentra con su pueblo con su gracia y paz. El apóstol Juan hace lo mismo en el último libro de la Biblia. Del mismo modo, el saludo en el Nombre de Dios a la congregación sigue al votum/voto. Aunque la boca del ministro pronuncia palabras como 1Corintios 1:3, 1Timoteo 1:2 o Apocalipsis 1:4 y 5a, en realidad, es la Palabra de Dios mismo; es el mismo SEÑOR Dios saludando a su pueblo del pacto con las promesas de éste.
3. Canto congregacional. Esta Palabra de promesa expresada en el saludo va seguida de una respuesta del pueblo del pacto de Dios. Claramente, el canto tiene el carácter de una respuesta. No es algo simplemente arbitrario, sino una respuesta a la Palabra de promesa de Dios. Me gustaría hacer la observación de que cada Salmo en la Biblia debe tomarse en su totalidad. Por lo tanto, es aconsejable, en la medida de lo posible, no cantar sólo una o dos estrofas, sino todo el Salmo, tal como lo hizo Israel. Por supuesto, muchos Salmos son demasiado largos, y tomaría mucho tiempo cantarlos al completo, pero es importante enfatizar que el ideal no es una única estrofa, sino todo el Salmo.
4. Las Diez Palabras del Pacto. Se pueden tomar de Éxodo 20:1-17 o Deuteronomio 5:6-21. Ya en el Antiguo Testamento, la lectura de la ley del Señor era un elemento importante del servicio de adoración, y lo mismo se puede decir de la sinagoga. Antes de la Reforma del siglo XVI, también en algunos lugares dispersos se leía la ley del Señor en el servicio de adoración. Sin embargo, Calvino restauró como parte regular del servicio de adoración el uso de la ley. En realidad, el nombre ley no es completamente correcto, ya que en Éxodo 20 (y también en Deuteronomio 5) existe una clara correlación entre las promesas y obligaciones del pacto de Dios.
Primero están las palabras iniciales de la ley, en las que el SEÑOR Dios se anuncia a sí mismo. Me refiero a la frase escrita al principio de Éxodo 20 (la escuchamos todos los domingos por la mañana, en la adoración pública): «Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud». Debemos tener en cuenta lo que significa esta frase. No es una simple introducción, con poco o nada que ver con el contenido de la ley de Dios, sino que estas palabras iniciales son la PROMESA de Dios, que acompaña a todos los Diez Mandamientos. En esta promesa, el SEÑOR Dios se anuncia como el Dios de su alianza, alto y exaltado, quien, al mismo tiempo, se inclina en profunda misericordia hacia su pueblo, y quiere mostrarse como Padre de sus hijos.
Por tanto, en estas palabras iniciales hallamos, desde el principio, una doble idea que hemos de recordar en todos los mandamientos de Dios: que en esta promesa el SEÑOR se anuncia a sí mismo como el Todopoderoso, que es exaltado muy por encima de todas las criaturas, a la vez que también se anuncia como el Dios de su pacto, que se magnifica a sí mismo por sus grandes obras en la historia, el Dios de la comunión, la comunión en su pacto.
Luego siguen las Diez Palabras, expresando las obligaciones del pacto. Estas Diez Palabras deben leerse siempre a la luz de las palabras iniciales, la promesa de Dios. Es por eso que prefiero hablar de la constitución del pacto de Dios, que consta de dos partes: la promesa y la obligación del pacto del Señor.
Por esta razón, no debemos reemplazar dicha constitución del pacto de Dios por partes de amonestación de las cartas del Nuevo Testamento. Hay algunos que prefieren esto y dicen: «leamos algunas partes de las cartas del Nuevo Testamento en lugar de la ley de Éxodo 20 o Deuteronomio 5». Sin embargo, ¡el pacto de Dios ha de involucrase por completo, con sus dos partes! Tampoco me gusta leer el resumen que se encuentra en el Nuevo Testamento, en las palabras de Cristo en Mateo 22, tras haber leído la constitución de Éxodo 20 o Deuteronomio 5. En primer lugar, Cristo dio ese resumen en un contexto muy especial, cuando discutía con los fariseos. En segundo lugar, Moisés había resumido las Diez Palabras de Dios de la misma manera. Sin embargo, el motivo principal es que en este resumen no se menciona el primer elemento constitutivo del pacto de Dios, es decir, su promesa.
5. Canto congregacional. Después de esta Palabra del pacto de Dios, de nuevo el pueblo de Dios responde cantando un Salmo. Dicho Salmo debe estar relacionado con esa idea constitutiva del pacto de Dios. Puede ser un Salmo en el que confesamos nuestros pecados, ya que no guardamos los mandamientos de Dios como deberíamos hacerlo. También puede ser un Salmo de alabanza, dada la fidelidad de Dios en Su pacto. Si es posible, es preferible un Salmo que esté de acuerdo con el primero que se cantó, o (cuando no se haya cantado todo el Salmo) otra parte de ese primer Salmo.
6. Oración. (En este orden de adoración es la oración la que contiene, entre otras, una confesión pública de los pecados, así como una oración por el perdón, por la renovación espiritual y por la iluminación por el Espíritu Santo). Tenemos que ser conscientes de este buen orden. En primer lugar, la ley del Señor se lee al pueblo, junto con la promesa del pacto de Dios.
La vida de los hijos de Dios no responde a la obligación del pacto, pero su pueblo puede orar por el perdón, la renovación del corazón y la iluminación por medio del Espíritu Santo, que promete obrar empleando la Palabra de Dios. Por eso esta oración es también una introducción a la lectura y predicación de la Palabra de Dios.
7. Después sigue la lectura de la Biblia. Se ha dicho que pueden leerse uno o más pasajes relacionados con el sermón, y que esto puede ir seguido por el canto. Sin embargo, de acuerdo con la costumbre de la iglesia primitiva, la lectura de la Biblia y la predicación de la Palabra de Dios van juntas. Nuestro Señor Jesús mismo siguió esta costumbre, leyendo un pasaje de Isaías, y predicando sobre esta Palabra de Dios, inmediatamente después (cp. Lucas 4).
8. Después de leer uno o más pasajes de las Santas Escrituras, se continúa con la lectura del texto, y luego viene el:
9. Ministerio de la Palabra. Este ministerio consiste en la proclamación de la Palabra de Dios que, al mismo tiempo, es una explicación de las Santas Escrituras, la administración de la reconciliación apropiada y aplicada hoy al pueblo de Dios en sus circunstancias especiales. Esta enseñanza y predicación es el primer elemento que se menciona en Hechos 2 y el Día del Señor 38. También recibió su posición de honor en toda la liturgia (reformada) del pacto de Dios. Es y debe seguir siendo la parte principal del servicio público de adoración, y no puede reemplazarse por una breve meditación o una palabra corta y oportuna, o «tema del día». No, debe ser la proclamación viva de la Palabra de Dios misma. Mediante ella el Espíritu Santo obrará en los corazones del pueblo de Dios. Es por eso que no podemos reducir esta predicación, sino que tenemos que darle el lugar que le corresponde. Después de la predicación de la Palabra de Dios sigue:
10. El canto responsivo de la congregación: el pueblo del pacto responde la Palabra de Dios. Este canto no debe ser un Salmo o Himno arbitrario, sino expresar la idea de que la Palabra de Dios escuchada debe afirmarse por medio de una vida que se ajuste al pacto de Dios.
11. Es en este punto que la administración del Santo Bautismo puede tener lugar. El orden es más correcto de esta forma: el primer medio de gracia con el que el Señor se acerca a su pueblo en su Palabra es la administración de la misma, seguido del segundo medio, el sacramento.
12. Después tendrá lugar la oración, que consiste en la acción de gracias por la Palabra de Dios, así como la oración por todas las necesidades de la cristiandad y las intercesiones, como respuesta también a la Palabra de Dios y su predicación.
13. Luego la congregación trae sus ofrendas, de acuerdo con lo que se dice en el Día del Señor 38, «para dar ofrendas cristianas a los pobres», y Hechos 2:42. Por lo tanto, la colecta tiene un lugar apropiado en el servicio público de adoración según las Escrituras. Ofrecer algo por los pobres forma parte integral de la adoración a Dios.
14. La administración de la Cena del Señor también puede ir tras el sermón, una vez más como segundo medio de la gracia de Dios en su pacto. No es correcto hablar de un servicio de la Cena del Señor. La Fórmula para la Cena del Señor no es un sermón, sino solamente una explicación para el pueblo del pacto. Cuando celebramos la Cena del Señor, primero debemos escuchar la predicación de la Palabra de Dios, que, en el pacto de Dios, es su primer medio de gracia.
15. En el canto final, el pueblo puede volver a dar respuesta a la gracia de Dios y alabar al Señor con su canto.
16. Detrás va la bendición. Así como el pueblo de la Antigua Dispensación recibió la bendición aarónica según Números 6, y así como el apóstol escribió su despedida a la iglesia del Nuevo Testamento, como sucede, por ejemplo, en 2Corintios 13, la congregación recibe, y se lleva a casa en fe, la bendición de Dios.
En el servicio de la tarde, el Credo de los Apóstoles no ocupa el mismo lugar que la Constitución del Pacto de Dios en el servicio de la mañana. Nuevamente nos referimos al orden B, según aconseja el Sínodo de Cloverdale 1983. También la confesión de fe encaja en el marco de la comunión del pacto: Dios habla y el pueblo de Dios responde. Primero, en el servicio de la mañana, encontramos la Ley, o más bien, la constitución del pacto de Dios. Es Dios hablando su Palabra. Luego, en el servicio de la tarde, en la confesión de fe, tenemos la respuesta en fe del pueblo de Dios. Por eso es bueno que la congregación participe activamente en este acto de confesión, cantando, por ejemplo, el Credo de los Apóstoles.
Variedad
Al principio de este artículo dijimos que existe un orden muy hermoso en nuestro servicio público de adoración, especialmente tal como se presenta en la sección B (p. 582ss del Libro de Alabanza), y que éste se deriva del orden de Juan Calvino. Sabemos que Calvino estaba a favor regresar a la iglesia primitiva, y que enfatizó que la iglesia de la Reforma debía honrar las buenas costumbres de la iglesia del Nuevo Testamento en tiempos de los apóstoles y los de poco después. En este orden, la Palabra y la respuesta del pueblo de Dios se alternan constantemente.
Además del orden B, tenemos el orden de adoración A, que es una variante en este sentido (p. 581ss del Libro de Alabanza). Este es llamado «viejo orden». En realidad, no es tan antiguo, y se remonta al sínodo holandés de Middelburg de 1933. No quiero decir que este orden A pase por alto la característica bíblica y pactual de expresar un encuentro de Dios y su pueblo en el que Dios habla su Palabra y el pueblo responde con fe, pero sí enfatizar que la mejor tradición reformada se da en el orden B.
«Por costumbre o superstición»
Nuestra conclusión es, en primer lugar, que, en cuanto a la liturgia, no podemos hacer nada por costumbre o superstición. Todos conocemos estas palabras, derivadas de las preguntas que se formulan en la fuente bautismal. En contra del peligro de actuar «por costumbre o superstición», se afirma que hemos de usar el sacramento del bautismo con el propósito de que se selle el pacto de Dios para nosotros y nuestros hijos.
Actuar «por costumbre» con respecto a la liturgia del pacto de Dios también es incorrecto, ¡pero hacerlo de acuerdo con la costumbre no! En el pasaje de las Escrituras en el que se menciona la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, leemos que el Señor «fue a la sinagoga, como era su costumbre, en el día de reposo» (Lucas 4:16). ¡Esta era una buena costumbre! Por tanto, continuemos con esta buena costumbre como tradición bíblica que es: «asistir diligentemente a la iglesia de Dios», «especialmente en el día de reposo». En este sentido podemos hablar incluso de una «tradición apostólica». Esto no tiene nada que ver con la igualdad entre Escritura y la tradición que propugna Roma, ni con la «sucesión apostólica» romana, sino con continuar lo que ya en la era apostólica se veía como liturgia del pacto de Dios.
Esto no significa que en la liturgia del pacto de Dios ya no se pueda mejorar nada. Por el contrario, las discusiones sobre el servicio de adoración y las costumbres y tradiciones incluidas en él siempre son necesarias. No es necesario aspirar a una multitud de formas litúrgicas, pero debemos tener por meta permanecer fieles al pacto de Dios en nuestra liturgia. Que nuestra liturgia no se convierta en un servicio muerto. Nuestro objetivo no debe ser la extensión, sino la intensidad. También podría decirse que debemos apuntar a la profundidad en lugar de a la amplitud en nuestra liturgia. K. Schilder dijo una vez: «No a las formas litúrgicas solo por tradición». Y también: «La Palabra de vida exige palabras vivas». Las formas muertas pueden llevar a una situación en la que se predique a una congregación hasta la muerte. O, como mínimo, hasta que se agote. No obstante ¡el Señor quiere una congregación viva, el pueblo vivo de su pacto, un pueblo que es enseñado por la proclamación viviente de Su Palabra!