La Promesa del Padre
La Promesa del Padre
Rev. Valentín Alpuche
Y estando juntos les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días (Hechos 1:4-5).
Estando con Jesús
Nuestro Señor Jesucristo, al inicio del libro de Hechos, está a punto de irse el cielo para sentarse a la derecha de su Padre, un lugar que significa la más alta posición y honor. Pero antes de que se fuera, leemos una frase muy pequeña aunque llena de mucho significado y fuerza. Dice Hechos 1:4: “Y estando juntos”. Jesús y sus discípulos estaban juntos. ¡Qué descripción tan más hermosa! No hay nada más deseable para el verdadero pueblo de Dios que estar juntos con su Señor y Salvador; pero no se refiere a un simple estar junto con otros, sino a una comunión íntima con el Hijo de Dios resucitado y exaltado. La más íntima, dulce y profunda relación.
Pero creo que lo que más resalta esta bella realidad de la presencia de Jesús resucitado en medio de su pueblo es que no fueron ellos quienes buscaron a Jesús, sino que fue Jesús mismo quien los buscó cuando ya no tenían ninguna esperanza y cuando pensaban que Jesús simplemente había dejado de existir. Fue en medio de sus dudas, desesperanzas y desilusión que el Hijo de Dios victorioso y glorioso fue en busca de ellos para reconfortarlos y estar con ellos
Así sucede actualmente con cada ser humano. Todos hemos abandonado al Hijo de Dios resucitado y exaltado por nuestro pecado, pero es él quien viene a nosotros, nos rescata de la condenación, nos perdona todos nuestros pecados, y entra en la más bella de comunión de todas con sus hijos e hijas.
Además, viviendo en un tiempo muy individualista y egoísta, este versículo nos recuerda que es en la reunión del pueblo de Dios, con nuestros hermanos y hermanas en Cristo en la iglesia, donde experimentamos de la forma más bella la presencia de Jesús. Él se apareció a sus discípulos, a sus seguidores, estando con ellos, teniendo comunión con ellos como el pueblo de Dios.
El mandato de Jesús: ¡esperar!
Antes que Jesús se fuera al cielo, él les mandó algo a sus discípulos. Noten que el Cristo resucitado y victorioso, quien tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra, tiene autoridad y poder sobre su pueblo. Jesús es siempre el Señor con autoridad que manda a su pueblo. No olvidemos eso.
¿Qué les mandó hacer? “Que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí”. Los discípulos tenían que quedarse en Jerusalén y esperar. Jesús subió al cielo 40 días después de su resurrección. El derramamiento del Espíritu sucedió en Pentecostés, 50 días después de la pascua. Esto quiere decir que los discípulos de Jesús estuvieron esperando durante 10 días la promesa del Padre.
Sabemos que la promesa del Padre era que él iba a enviar al otro Consolador, la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Y por el sermón del apóstol Pedro en Hechos 2 queda confirmado que Dios envió su Espíritu Santo. Lo importante del tiempo de espera es que los discípulos tenían que aprender a esperar, y al mismo tiempo, esperar significaba para ellos confiar en que su espera no sería en vano. Antes de lanzarse a la evangelización del mundo, ellos tenían que esperar la promesa del Padre.
En nuestro tiempo cuando todas las cosas queremos hacerlas a prisa, este versículo nos recuerda que a veces lo más importante es esperar. No nos apresuremos a actuar, sino aprendamos a esperar el tiempo de Dios, el tiempo en que Dios actuará.
Pero la espera de los discípulos no fue una espera ociosa o pérdida de tiempo; no, para nada. Del sermón de Pedro, aprendemos que ellos se pusieron a estudiar la Palabra de Dios. Recuerden que en ese tiempo sólo tenían el Antiguo Testamento. Así que los discípulos de Jesús se pusieron a leer, meditar y estudiar los pasajes del Antiguo Testamento donde se hablara del Espíritu Santo.
Esperar no es falta de actividad para el cristiano, no es ocio, no es pasatiempo o matatiempo, es un esperar consciente y activo en el que debemos leer la Palabra, nutrirnos de ella para conocer mejor la voluntad de Dios. Mientras esperas a que se realice algún proyecto, mientras esperas el resultado de un examen médico, mientras esperas que llueva, mientras esperas que crezcan tus hijos, mientras esperas que se recupere tu esposo o tu esposa, sumérgete en el estudio de la Palabra de Dios.
El amor del Padre
No debemos perder de vista en Hechos la actuación de las tres personas de la Trinidad a favor de la salvación del pueblo de Dios. Jesús estaba con ellos instruyéndolos. Ahora leemos que el Padre les había prometido enviarles su Espíritu Santo. Que el Padre hubiese prometido al Espíritu Santo, el otro Consolador, deja ver su amor paternal divino por su iglesia.
Muchas veces los cristianos, por una lectura y comprensión incorrectas de la Escritura, piensan que su salvación se efectuó únicamente por Jesús, y así creen en un Jesús sin Padre y sin Espíritu Santo. Pero eso es incorrecto. Aquí aprendemos el gran amor del Padre, quien no iba a dejar solos y abandonados a sus hijos e hijas, sino que les iba a enviar su Santo Espíritu. Por eso Jesús le llama aquí “la promesa del Padre”. El Padre de Jesús es nuestro Padre a través de Jesús. Así como él ama a Jesús, también ama a su iglesia. Agradezcamos siempre al Padre quien envió a su Hijo unigénito para ser nuestro Salvador, y a su Espíritu Santo para estar y habitar en nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
El bautismo de Juan
Dice Jesús en Hechos 1:5: “Porque Juan ciertamente bautizó con agua”. Juan el bautista fue el más grande de todos los profetas (Lucas 7:28). Fue él quien directamente anunció la llegada del Mesías, el Salvador del mundo. Las palabras de Jesús de ninguna manera disminuyen el lugar y la función de Juan; todo lo contrario, sus palabras ponen a Juan en el pedestal profético más alto porque fue el último profeta que vino a preparar el camino para la llegada del gran Rey. Juan no era el Mesías, y por lo tanto, no podía bautizar con el Espíritu Santo. Pero anunció al pueblo de Israel públicamente (Mateo 3:11) que venía uno tras él que sí los iba a bautizar con el Espíritu Santo.
Aquí es importante que entendamos que el bautismo de Jesús con el Espíritu Santo del que se habla aquí no iba a hacer cristianos a sus discípulos. Ellos ya eran cristianos, ya eran hijos e hijas de Dios. Así que el bautismo con el Espíritu Santo se refería al cumplimiento de la promesa de Joel como dice Hechos 2:16. Se refería al derramamiento del Espíritu Santo en su iglesia que iba a capacitar a todos los primeros discípulos de Jesús para llevar a cabo su misión de evangelización e instrucción de la Palabra de Dios.
Además debemos entender que el bautismo con el Espíritu Santo es algo dado a cada uno de los discípulos de Jesús, sin excepción. Esto es lo que dice Hechos 2:4: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. El bautismo con el Espíritu Santo no fue un privilegio de un grupo selecto dentro de la iglesia, sino que fue dado a todos los discípulos: viejos y jóvenes, hombres y mujeres, ricos y pobres.
En este hecho de dar a todos el Espíritu Santo resalta todavía más el amor del Padre celestial. Él no envió su Espíritu Santo solamente a los más importantes, como si él discriminara entre sus hijos; de ninguna manera. Él dio su Espíritu a todos. El Padre ama por igual a todos sus hijos e hijas a través de Jesucristo. ¡Qué hermoso es saber esto! Especialmente es consolador saber esto en una época dentro de la iglesia en que un grupo de gente se quiere adueñar del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios mismo, nadie lo puede poseer como su propiedad. El Espíritu vino para morar en cada uno de los cristianos, por eso dice Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Y después en 8:16: “¡El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios!” Y en 1 Corintios 6:19: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”
Conclusión
De este bello pasaje de Hechos 1 aprendemos tres bellas lecciones: primero, que lo más bello del mundo es tener comunión íntima y personal con nuestro Señor Jesucristo. Pero dijimos dos cosas importantes: es Jesús quien busca a los perdidos para tener comunión con ellos, y la presencia bella de Jesús la experimentamos más plenamente en esta tierra cuando nos congregamos en la iglesia, con el pueblo de Dios, como lo hicieron los primeros cristianos.
Segundo, que todo cristiano, hombre y mujer, debe aprender a esperar la voluntad de Dios, y mientras la espera debe dedicarse al estudio de la Palabra de Dios. Leamos y estudiemos la Biblia, memoricémosla, meditemos en ella en todo tiempo.
Y tercero, aprendimos del gran amor del Padre que envió a su Espíritu Santo para capacitar a su iglesia y llevar a cabo su obra. Sin el Espíritu Santo no podemos vivir la vida cristiana. Y este Espíritu Santo nos guía por medio del estudio de la Palabra de Dios. ¿Quieres que el Espíritu Santo te guíe? Satúrate de la Palabra de Dios como la tenemos en la Biblia, tanto Antiguo como Nuevo Testamento. Amén