ABRAHAM DIO TODO A ISAAC
Introducción
Pueblo del Señor, con Génesis 25 llegamos al final de la larga e interesante vida del patriarca Abraham. Hemos andado con él desde Ur de los Caldeos hasta la tierra de Canaán, y con él también hemos ido a Egipto; hemos ido a la guerra con él para pelear contra ejércitos enemigos y rescatar a su sobrino Lot; hemos visto cómo intercedió ante Dios para que no destruyera a las ciudades de Sodoma y Gomorra y las otras ciudades de la llanura del Jordán, y muchos episodios más muy interesantes que hemos vivido con él.
Abraham es un personaje muy importante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Se le llama «el amigo de Dios» ya que anduvo en unión y comunión íntima con Él (2Crónicas 20:7; Isaías 41:8; Santiago 2:23); también se le llama el padre de la nación hebrea ya que Dios en su gracia lo escogió para ser el padre de los judíos (Génesis 12:1-3; Juan 8:39); se le llama el padre de la fe (Romanos 4:18; Gálatas 3:7) y a nosotros hijos de Abraham (Gálatas 3:7). Es más, el evangelista Mateo llama a Jesús, «hijo de Abraham» (Mateo 1:1). En el Nuevo Testamento es el personaje más citado tan solo por debajo de Moisés. Pero todo lo que Abraham era, lo era solamente por la gracia de Dios (1Corintios 15:10; Juan 15:5). Pero tan grande como era, llegó el fin de su vida terrenal, y a esto nos dirigimos hoy siguiendo nuestro pasaje: Génesis 25:1-11. Para esto desarrollaremos 4 puntos:
- El segundo matrimonio de Abraham
- Abraham se asegura que las promesas del pacto pasen a Isaac
- La muerte de Abraham
- Dios bendijo a Isaac
El segundo matrimonio de Abraham
Génesis 24:1 nos dice que «Abraham era ya muy viejo, y bien avanzado en años», y tal vez pensaba que pronto moriría por lo cual tuvo que hacer planes para casar a Isaac, quien ya tenía 40 años. De hecho, el apóstol Pablo dice en Romanos 4:19 que, al nacer Isaac, Abraham era casi de cien años y su cuerpo estaba ya como muerto. De modo que, si al nacer Isaac tenía 100 años, y cuando Isaac se casó ya tenía 40, entonces en nuestro pasaje Abraham ya tenía alrededor de 140 años. Por eso es sorprendente que Génesis 25:1 diga: «Abraham tomó otra mujer». Sí, a los 140 años, Abraham se casó otra vez. ¿Quién pensará casarse a esa edad? Ahora bien, algunos suponen que Abraham se casó con Cetura antes de que Sara muriera. Otros dicen que se casó con Cetura después de la muerte de Sara. Yo me inclino a pensar que, efectivamente, Abraham se casó con Cetura después de la muerte de Sara.
Pero no debemos sorprendernos solamente de que, a la edad de 140 años, Abraham se casó por segunda vez, sino que debemos pensar cómo su segundo matrimonio se relaciona con el pacto que Dios hizo con él. Primero, leemos en Génesis 15:5-6 que Dios le prometió que sería el padre de muchedumbre de gentes, que lo multiplicaría en gran manera y haría naciones de él, y reyes saldrían de él. Es decir, Dios le había prometido que no solo sería el padre de la nación hebrea, sino de muchas naciones más. Así pues, al tomar a Cetura por mujer era la forma en que Dios estaba cumpliendo su promesa de hacerlo el padre de muchas naciones.
Se nos dice en Génesis 25:2 que con Cetura, Abraham tuvo 6 hijos. Si a estos 6 añadimos a Ismael e Isaac, entonces llegamos a la conclusión de que Abraham, en realidad, tuvo 8 hijos. Así pues, Abraham es el padre de la nación hebrea por medio de Isaac. Por medio de Ismael, llegó a ser el padre de los árabes, y aunque no podemos identificar la identidad de todos los hijos que tuvo con Cetura, al menos podemos identificar a Madián, quien fue el padre de los madianitas, una nación conocida en el Antiguo Testamento. De los demás hijos que tuvo con Cetura, la mayoría de los comentaristas los identifican con tribus o naciones que habitaron en la península de Arabia, de modo que, en efecto, Dios hizo a Abraham el padre de muchas naciones. Dios cumplió su promesa.
Respecto a su segundo matrimonio con Cetura, también debemos notar lo siguiente: la fortaleza para casarse a la edad de 140 años y poder engendrar 6 hijos más, fue definitivamente un acto milagroso y poderoso de Dios en la vida de Abraham. Humanamente hablando, Abraham ya era muy viejo y sin fuerzas; es más, ya vimos que Pablo dice en Romanos 4:19 que, a los 100 años, su cuerpo estaba ya como muerto. ¡Ahora imagínense a los 140 años! O sea que definitivamente Abraham en sí mismo y por sí mismo no podía hacer nada para que Dios cumpliera su promesa de hacerlo padre de otras naciones aparte de Israel. Dios mismo tenía que intervenir, como siempre lo hace, para cumplir su promesa; y lo hizo precisamente cuando Abraham no tenía ninguna posibilidad de aportar nada. Toda la gloria es para Dios. Así lo aprendemos de Pablo también en 2Corintios 12:9 cuando el Señor Jesús le dijo: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Y eso fue lo pasó con Abraham: Dios manifestó su poder en la debilidad de Abraham. Asimismo, aprendemos que con la ayuda de Dios, con el poder de Dios actuando en nosotros podemos hacer más cosas de lo que pensamos. Por eso Pablo también dice en Efesios 3:20 que Dios es «poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros».
Abraham se asegura que las promesas del pacto de Dios pasen a Isaac
A continuación, leemos en Génesis 25:5: «Y Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac». Sí, Abraham tuvo 8 hijos, pero Isaac era el hijo prometido, el hijo de la promesa, es decir, el hijo a través del cual el pacto de Dios y sus promesas serían transmitidos a todos los descendientes del patriarca, de generación en generación, hasta que naciera el último y verdadero Hijo de Abraham, el Señor Jesucristo. Por esta razón, Abraham amaba a Isaac (Génesis 22:2) de una manera especial, a pesar de que también amaba a sus demás hijos. Dios le había dicho que Sara, su primera y amada esposa, tendría un hijo de él con quien Dios establecería su pacto (Génesis 17:21). Así pues, el segundo matrimonio de Abraham con Cetura no comprometió para nada la posición de Isaac en el pacto. Dios le había dicho que Isaac era el hijo del pacto y sus demás hijos no iban a comprometer esa posición que Dios le había dado a Isaac. Por eso es significativo que Moisés diga que Abraham «dio todo cuanto tenía a Isaac». Él era el hijo a través del cual se formaría la nación de Israel, y sus descendientes conquistarían la tierra de Canaán en tiempos de Josué, y a través de quien un día nacería el Señor Jesús. Ni Ismael ni los hijos de Cetura eran los hijos del pacto, sino solamente Isaac. Sólo había una simiente santa y esa simiente o descendiente era Isaac. Por eso Pablo puede decir en Gálatas 3:16: «Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: a las simientes, como si hablase de muchos, sino de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo». Estas palabras de Pablo muestran adicionalmente por qué Abraham dio todo a Isaac: porque Isaac en realidad apuntaba a Cristo. Isaac era una figura, un tipo de Cristo.
Ahora bien, ¿amaba Abraham a sus demás hijos? Claro que sí. Abraham es un ejemplo de un padre amoroso, bueno y generoso con sus hijos. Dice Génesis 25:6: «Pero a los hijos de sus concubinas (Agar y Cetura) dio Abraham dones». Sí, Abraham era muy rico y poderoso para este tiempo. Tenía oro, plata, animales y muchos siervos. Y muestra su amor hacia sus otros hijos dándoles dones, regalos y riquezas para que pudieran vivir tranquilamente. Aquí debemos notar lo siguiente porque creo que es muy importante en un tiempo en que el racismo predomina en nuestra cultura: el hogar de Abraham era multirracial, es decir, Isaac era israelita, Ismael era árabe-egipcio ya que su madre Agar era egipcia (Génesis 16:1), lo cual significa que muy probablemente Agar era de color oscuro e Ismael también hasta cierto punto. De Cetura no sabemos su nacionalidad, pero si ella también era egipcia, entonces sus hijos también eran de color oscuro. Pero Abraham no discriminaba entre sus hijos, sino que los amaba a todos y aseguró su futuro. Esto es muy importante, como dije, al vivir en una época en que despreciamos a los que no son de nuestro color o raza. Abraham es un ejemplo de no discriminar entre nuestros hijos, pero también de no discriminar a otras personas por ser de otro color o raza. Nuestro Dios es un Dios que no hace acepción de personas (Hechos 10:34; Romanos 2:11; Gálatas 2:6; Efesios 6:9; Santiago 2:9). Pero a pesar de ello, y debido al pacto que Dios estableció con Abraham, Isaac ocupaba un lugar especial en la vida de Abraham, en su corazón.
Ahora bien, si Abraham dio también dones, regalos y posesiones a sus demás hijos, ¿qué significa que Abraham «dio todo cuanto tenía a Isaac» (25:7)? Me parece que «todo» significa el santo pacto que Dios estableció con él y sus promesas y bendiciones. Sí, para Abraham lo más importante era que Isaac fuese el recipiente del pacto y sus promesas. Eso era todo para Abraham; eso era lo que él deseaba para Isaac. La realidad y la doctrina del pacto son muy apreciadas en la iglesia reformada; aunque otras iglesias cristianas creen en alguna versión del pacto de Dios, es la iglesia reformada la que ha estudiado, profundizado y entendido mejor esta preciosísima doctrina. Veamos aquí un aspecto crucial del pacto de Dios. El pacto de Dios fue hecho con Abraham y toda su familia; pero no solo eso, sino que también el pacto incluía los descendientes de Abraham, sus hijos, sus nietos, bisnietos, tataranietos y hasta mil generaciones, de modo que hasta nosotros el día de hoy si creemos en Cristo, somos hijos espirituales de Abraham. Así pues, la doctrina bíblica del pacto es una doctrina en la que aprendemos que Dios entra en pacto no solo con individuos, sino con familias enteras y con todos nuestros descendientes. Por eso es que en nuestras iglesias reformadas enseñamos que la fe cristiana no debemos individualizarla o personalizarla al grado de que olvidemos el elemento familiar y generacional del pacto de Dios. Esto es particularmente importante al vivir en una época en donde la gente vive un cristianismo individualista e independiente de la comunidad cristiana. Les gusta el lema: «la fe cristiana es una relación entre Jesús y yo solamente». Esa es una verdad a medias, y si nos quedamos con esa versión de la verdad, terminamos creyendo una mentira. Cierto, la fe cristiana es personal, pero es más que eso, abarca a mi matrimonio, a mis hijos, a mis nietos y todos mis descendientes. ¡Qué bendición que Dios en su pacto no deja fuera a nuestros matrimonios ni familias ni a nuestros descendientes!
La muerte de Abraham
Leemos en Génesis 25:7-11 que Abraham murió. Pero su muerte es introducida así: «Y estos fueron los días que vivió Abraham: 175 años. Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo». Cuando Abraham salió de Ur de los Caldeos tenía 75 años, y cuando nació Isaac ya tenía 100. O sea, había vivido 25 años en Canaán. Ahora bien, si a los 100 le agregamos 75 nos da 175 años. Esto quiere decir, hermanos, que Abraham anduvo como un peregrino en la tierra de Canaán: 100 años. Sí, 100 años. Eran tan viejo que, si cuando Isaac se casó, él tenía 140, vivió 35 años más. Por esta razón, muchos comentaristas de la Biblia creen (y con verdad) que Abraham vio a sus ocho hijos crecer, pero también vio a sus nietos; los nietos al menos de Ismael e Isaac, es decir, pudo conocer a Esaú y a Jacob. En efecto, Dios le dio una larga vida al patriarca. Pero ¿solo se trata de una larga vida? La larga vida de Abraham fue, en primer lugar, un regalo de Dios. La vida en sí misma es un regalo de Dios para todos, pero particularmente cuando uno puede vivir una larga vida. Podemos decir que, en verdad, Dios nos ha dado muchos años de vida. Pero, en segundo lugar, la larga vida de Abraham que Moisés se aseguró de registrar aquí repitiéndola en dos versículos es una bendición del pacto de Dios; particularmente es cumplimiento de una promesa pactual de Dios, ya que leemos en Génesis 15:15 que Dios le dijo: «Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez». Y esto es lo que vemos en nuestro pasaje que ocurrió a Abraham: murió en paz y en buena vejez. Todo esto, entonces, era cumplimiento de las promesas del pacto. Toda la vida de Abraham giraba en torno al pacto de Dios.
Pero, por otro lado, a pesar de la larga vida que Dios le dio a Abraham, llegó el día en que murió. Abraham, por muy importante que haya sido, era un ser humano temporal y finito; no era eterno. Nació y murió. Noten cómo Moisés en tres partes describe la mortalidad de Abraham en Génesis 25:8: «Y exhaló el espíritu, y murió…y fue unido a su pueblo». Son las mismas palabras que describen la muerte de Ismael, su hijo, en Génesis 25:17: «…y exhaló el espíritu Ismael, y murió, y fue unido a su pueblo».Si, hermanos, Abraham era mortal. Y esto nos enseña que nadie es indispensable en el programa divino del pacto y del plan de salvación. Todos somos instrumentos, pero nadie es indispensable. El programa de redención y salvación de Dios, su santo pacto, tiene que continuar, y así como usó a Abraham, usará a Isaac, a Jacob, a Moisés, a Josué, a Samuel, a David, etc., hasta la llegada de aquel a quien todos los demás en la línea del pacto apuntaban: el Señor Jesucristo. Él es el único indispensable, nosotros no. No podemos ser salvos por creer en Abraham (cf. Juan 8:33); ni en ningún otro personaje bíblico, sino solo en Cristo. Pero de esto también aprendemos que, así como Dios usó a Abraham y a todos sus descendientes, también nos puede usar a nosotros. Pertenecemos al mismo Dios de Abraham que puede usar el barro para hacer grandes cosas. No confiemos en el hombre, sino confiemos solamente en el Señor (cf. Jeremías 17:5,7). No olvidemos que, así como nos ha usado para formar nuestra pequeña congregación, Dios también puede usar a nuestros hijos para que cuando nosotros no estemos aquí, nuestros hijos sigan portando la estafeta del evangelio, y después de ellos nuestros nietos, bisnietos y tataranietos.
Por otro lado, la forma triple en que Moisés describe la muerte de Abraham comunica la idea de que con la muerte no cesa la existencia total del hombre, sino que deja de existir en este mundo, pero sigue existiendo en un sentido diferente por así decirlo. Moisés dice que Abraham «fue unido a su pueblo». Esta expresión parece apuntar a que pasamos a estar en el reino de la muerte donde todos los que han muerto están, pero también parece transmitir que la existencia continúa de alguna manera. Y claro, nosotros sabemos por la revelación posterior de la Palabra de Dios que, cuando el hombre muere, su alma pasa a estar en la presencia de Jesucristo o en el lugar de tormento.
Dios bendijo a Isaac
Pues el gran patriarca Abraham finalmente ha muerto, y sucede que cuando muere alguna figura tan cimera como Abraham; en casi cualquier ámbito de la vida, la gente queda en la penumbra, en la incertidumbre, en la duda de saber qué pasara ahora que dicha persona ya no está con nosotros. Y pienso que las grandes figuras deben ser apreciadas, honradas y celebradas, pero nunca debemos poner nuestra fe y esperanza en ellas. Es como si Dios estuviese atado de manos sin saber qué hacer porque cierta persona ha muerto. Como ya citamos de Jeremías: «Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová», más «Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová» (Jeremías 17:5,7). ¿Qué hará ahora Isaac? Su padre se ha ido, ¿podrá él guiar a su familia en el camino del pacto de Dios? ¿Podrá permanecer fiel al Dios del pacto y confiar en sus promesas?
Seguramente que Isaac se sentía apesadumbrado, triste y con dolor en su corazón por la muerte de su padre. Seguramente sentía en su corazón que él en sí y por sí mismo no podría ser el guía y líder de su familia, que en ese tiempo constituía la iglesia, el pueblo de Dios. ¡Qué gran responsabilidad tenía ante él! Y esa es la responsabilidad que todo padre y madre debe sentir y tener; saber que Dios, por gracia, nos ha introducido a su pacto y debemos vivir de acuerdo con sus términos y confiar en las promesas divinas. ¿Dirigiremos a nuestra familia en el camino del Señor? ¿Dependeremos de la gracia para llevar a cabo nuestra tarea y responsabilidad pactual?
Pero veamos cómo Génesis 25:11 nos ayuda a entender la actuación de Dios en relación con Isaac después de la muerte de su padre. Dice: «Y sucedió, después de muerto Abraham». Esta es una frase que se repite acerca de la muerte de Moisés en Josué 1:1: «Aconteció que después de la muerte de Moisés, siervo de Jehová». Ahí la tienen, es la misma frase; y significa el fin de una era en la historia de la redención, en la historia del pacto de Dios con su pueblo. Pero además, significa que cuando termina una época, empieza otra porque el desarrollo del plan salvífico de Dios no depende de personas, sino de su fidelidad y compromiso al pacto y sus promesas.
Génesis 25:11 continúa diciendo, después de la muerte de Abraham, «que Dios bendijo a Isaac». Sí, Dios bendijo a Isaac; y eso era todo lo que necesitaba: la bendición de Dios. Sin la bendición del Señor del pacto, sin sus beneficios, sin su provisión, compromiso y fidelidad a su pacto, simplemente no podemos hacer nada. El bello Salmo 127:1 lo expresa de esta manera insuperable: «Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia». Así es, cada creyente debe saber y aceptar esta realidad enseñada en la Palabra de Dios: no podemos hacer nada sin la bendición de Dios. Por eso lo que más debemos desear en la tierra es la bendición de Dios. La debemos desear porque dice Proverbios 10:22: «La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella». Nuestro deseo debe ser también el del salmista: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre».
Por otro lado, vemos el compromiso de Dios con Abraham e Isaac, ya que cumple su promesa de darle una larga vida a Abraham, y ahora se compromete con su hijo. Y es que esta es la verdad: permanecemos en el pacto de Dios, caminamos en sus caminos y perseveramos porque Dios está comprometido con su pacto y sus promesas. Él ha prometido meternos al pacto, preservarnos, equiparnos y guiarnos hasta que nos llame a su presencia. El Dios del pacto es fiel a su pacto. Es el Dios que cumple sus promesas.
Pero me llama la atención que Moisés dice que Dios bendijo a Isaac. Recordemos que, en esta época de los tratos de Dios con su pueblo, el Señor en momentos importantes, se manifestaba de una manera visible a ellos. Lo hizo con Abraham, y es muy posible que también aquí, después de la muerte de Abraham, después de la conclusión de una época pactual y el arranque de otra, Dios se haya aparecido a Isaac para confirmarle su presencia, su bendición y su compromiso. Claro que Dios lo bendijo de muchas maneras también, pero es posible que Isaac necesitase una manifestación y bendición especial de Dios. Así como Dios se comprometió con Abraham, se comprometerá también con su hijo Isaac.
Y aquí una vez más vemos ese aspecto generacional del pacto de Dios con su pueblo: el pacto de Dios con su pueblo no empieza ni termina con un individuo, sino que abarca a toda su familia y se transmite por la gracia de Dios de una generación a otra. Así, nosotros no somos cristianos ni asistimos a la iglesia por causa de nosotros mismos como si yo o mi familia y nuestro tiempo fuesen la meta del pacto, sino que somos miembros del pacto recordando que Dios desde siempre ha estado comprometido con su iglesia y lo seguirá estando en las generaciones futuras.
Por último, hermanos, Dios bendice a Isaac no porque Isaac no lo mereciera ni porque Isaac fuera un fin en sí mismo. Dios bendice a Isaac porque así mantiene y avanza su promesa pactual de que un día de la descendencia de Isaac nacería el Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Podemos decir, en conclusión, que Dios se comprometió con Abraham y con Isaac y con todo su pueblo en el Antiguo Testamento y está comprometido con nosotros hoy por causa de su Hijo Jesucristo, ya que en Él todas las promesas de Dios son siempre sí, y amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios (2Corintios 1:20).
Aplicación
Amados hermanos, el Dios todopoderoso fortaleció a Abraham para que a la edad de 140 años pudiera casarse otra vez y engendrar 6 hijos más. Si confiamos en Él, también podremos experimentar su poder en nosotros en medio de nuestra debilidad. Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Filipenses 4:13). Asimismo, hemos aprendido cómo Abraham se aseguró que el pacto y las promesas del pacto se transmitieran a su hijo Isaac. Para él la posesión más valiosa era el pacto que Dios estableció con él y con su hijo. Nosotros también debemos valorar como lo más valioso el pacto de Dios y asegurarnos que nuestros descendientes vivan en el pacto de Dios. No debemos olvidar que nadie es indispensable en el Reino de Dios; todos tenemos un lugar y función por la gracia de Dios, pero nadie es indispensable. El único indispensable es nuestro Señor Jesucristo. Y finalmente, sin la bendición de Dios no podemos ir a ningún lado. Nuestro deseo debe ser el de Moisés: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éxodo 33:15). Amén.