JESÚS Y EL SEXTO MANDAMIENTO
Introducción
En cada cultura se transmiten conocimientos muy importantes que nos ayudan a navegar por la vida. Pero también se transmiten conocimientos que no son exactos y que han hecho mucho daño a la gente. Una vez conocí a un pastor cuando estaba en el seminario en la ciudad de México, quien nos relató que a la tribu que él pertenecía tenía la costumbre de fajar fuertemente durante todo el embarazo a las mujeres embarazadas. Pensaban que, de alguna manera, el bebé se mantenía saludable de esa manera, aunque las madres sufrían un martirio durante nueve meses. La verdad es que ese tipo de tradición o conocimiento no lo queremos perpetuar. Antes y durante el tiempo de Jesús la gente también creía muchas cosas que hacían mucho daño, y las habían creído durante generaciones, durante cientos de años. Pero con la venida del Señor Jesucristo llegó también la verdadera libertad, y de eso queremos hablar el día de hoy. Estamos predicando sobre el evangelio de Mateo, y ya hemos iniciado la sección que se conoce como el Sermón del Monte. Justo antes de nuestro pasaje hoy, el Señor Jesucristo nos ha enseñado en Mateo 5:17-20 que él no vino para destruir la ley de Dios, sino para cumplirla. Para cumplirla y darle su más profundo y verdadero significado por medio de su vida, sus acciones, su enseñanza, su ejemplo, su muerte y su resurrección. Nos enseña que no debemos despreciar la ley, sino amarla y obedecerla porque ella es la regla de la verdadera libertad de los hijos del reino. Y en nuestro pasaje de hoy, el Señor Jesús nos va a enseñar el verdadero y profundo significado del sexto mandamiento que la tradición oral de los judíos había enterrado entre un montón de tradiciones y mandamientos humanos que habían causado mucho daño al pueblo de Dios. Nuestro pasaje es Mateo 5:21-26.
La mala interpretación de la ley
Jesús empieza diciendo en Mateo 5:21-22 así: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y a cualquiera que matare será culpable de juicio”. El Señor Jesús con esta sección del Sermón del Monte empieza a corregir y cumplir la ley de Dios que había sido malentendida y mal aplicada por los líderes religiosos de Israel. Noten bien que él dice: “Oísteis que fue dicho a los antiguos”. No dice: “La Escritura dice”. Esto significa, hermanos, que él no va a ir en contra de la santa ley de Dios, sino en contra de una opinión incorrecta de la ley que se les había enseñado a sus antepasados judíos que vivieron en generaciones anteriores. En Israel había una tradición oral que se iba pasando de boca en boca y era considerada como la palabra de Dios, aunque en realidad no lo era.
Este hecho de las tradiciones hay que tomarlo con mucha cautela, ya que muchas tradiciones u opiniones no están apoyadas en la Palabra de Dios, sino que son la invención de los hombres. Hay buenas tradiciones, pero también hay malas tradiciones; y la única manera de saber que las tradiciones son buenas y sanas es que estén de acuerdo con la Palabra de Dios y no la contradigan.
Específicamente, los lideres religiosos de Israel habían enseñado que el sexto mandamiento [“No matarás”] solamente se refería a lo externo y visible, es decir, al hecho material de asesinar a una persona. Los escribas y fariseos enseñaban que solamente violabas el sexto mandamiento cuando de hecho matabas físicamente a alguien. Así que si, físicamente no habías matado a nadie, estabas obedeciendo perfectamente el mandamiento. De este modo, enseñaban incorrectamente que la ley de Dios solo gobernaba la conducta externa y visible de una persona. Entonces, ¿cuándo eras culpable de juicio? Solo cuando matabas físicamente a una persona; de otra manera, eras inocente y además podías decir que estabas obedeciendo el sexto mandamiento. En la práctica habían limitado la ley a gobernar solamente las acciones externas, pero no el corazón, no el interior de la vida.
Por esta interpretación y aplicación incorrectas de la ley de Dios, muchos escribas y fariseos se consideraban como superiores a los demás y pensaban que prácticamente se ganaban la salvación mediante obedecer la ley de Dios externamente. Asimismo, se creó un estilo de vida legalista en el que unos solamente se la pasaban mirando a los demás y juzgándolos porque no hacían todas las cosas externas que la ley requería. Pero no crean que el Antiguo Testamento enseñaba esto. No, para nada. El Antiguo Testamento en muchas partes nos enseña que Dios gobernaba también la vida interna de la gente, el corazón del creyente.
La autoridad de Jesús
Pues bien, ¿cómo reaccionó Jesús ante esta tergiversación del sexto mandamiento? Su respuesta la tenemos en Mateo 5:22 que dice: “Pero yo os digo”. Esta primera frase es muy impactante. Es muy impactante por la forma en que Jesús la expresa. Parece que está contrastando su propia persona con la de los maestros judíos que a través de los siglos habían inventado mandamientos tras mandamientos y tradiciones tras tradiciones para ocultar el verdadero significado de la ley. Por eso dice: “Pero yo os digo”. Y esta forma de expresión revela la autoridad de Jesús. Él no se apoya en la tradición judía, no se apoya en los grandes maestros judíos, sino que se apoya en sí mismo, en su propia persona, ya que él es el Hijo eterno y natural de Dios, el que tiene toda autoridad en los cielos y en la tierra. Se apoya en sí mismo porque él es Dios, es divino, y no meramente un hombre. La fuerza de su enseñanza con respecto a la ley de Dios le viene de sí mismo. Esto, creo yo, es muy importante para cada uno de nosotros que decimos ser seguidores de Cristo. Eso significa que somos discípulos de uno que tiene autoridad en sí mismo, y que nos manda cómo debemos vivir; significa que no debemos poner en duda sus mandamientos, que debemos creer con todo el corazón que solo su evangelio trae perdón de pecados y vida eterna.
Lo segundo que aprendemos es que Jesús deshace ese principio incorrecto del judaísmo de su tiempo de que la ley solo gobierna los aspectos externos de la vida del hombre. Él dice: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio”. En efecto, el enojo sale del corazón, de adentro, de la vida interior. El enojo es algo que no se ve y que sí se ve. Pero cuando empieza en el interior no se ve, pero aun eso está gobernado por la ley de Dios. Entonces, la ley de Dios no solo es externa, sino interna, no solo material, sino espiritual; no solo gobierna lo visible, sino lo invisible también. Los ciudadanos del reino de Dios deben caracterizarse por alejar el odio asesino de sus corazones; no debemos dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo (Efesios 4:26-27), ya que cuando hacemos eso “damos lugar al diablo”. Los judíos enemigos de Jesús pensaban que Jesús había venido a destruir la ley, pero vemos lo contrario: Jesús engrandece, magnifica la ley.
De ahí nuestro Señor pasa a enseñarnos que Dios no solo condena el odio asesino del corazón, sino también su manifestación externa en forma de palabras llenas de odio. Dice que el que diga llame necio y fatuo a su hermano será culpable de juicio, y no solo del juicio de tribunales humanos, sino del tribunal de Dios. Por eso dice que el ofende a su hermano de esa manera, quedará expuesto al infierno de fuego. Es decir, se refiere a dos palabras que expresan odio y desprecio por hombres que han sido creados a la imagen de Dios. Es acusarlos de ser indignos de la gracia de Dios; es acusarlos de que no merecen ni siquiera ser tratados con dignidad, ya que necio y fatuo son dos palabras que se refieren a algo así como retrasados mentales, como incapaces de distinguir entre una cosa y otra; como faltos de criterio, de discernimiento, como si fueran bestias. Tratar así a alguien, y todavía permanecer firme en esa actitud de desprecio constante por el prójimo acarrea para uno el mismísimo juicio de Dios. Es como maldecir al prójimo, como decir que está fuera del alcance de la gracia de Dios por ser necio y fatuo, seres inmorales y malvados, carentes de razón y juicio. Si seguimos en esa actitud de desprecio y no nos arrepentimos, estamos quedamos condenados bajo las leyes humanas y divinas.
Así pues, los creyentes que pertenecemos al reino de Dios no debemos de hacer tres cosas con respecto al sexto mandamiento [“No matarás”] si queremos realmente obedecerlo:
- No matar a nadie física o externamente.
- No concebir odio en nuestro corazón hacia el prójimo.
- No ofender con palabras asesinas y desprecio a nuestro prójimo.
Pero la ley de Dios no solo tiene un lado negativo, no solo prohíbe, sino que también tiene un lado positivo, nos manda a hacer algo. Y también podemos nombrar tres cosas que debemos hacer al prójimo respecto al sexto mandamiento:
- Debemos cuidar de la vida del prójimo, buscar su bienestar.
- Debemos amar al prójimo.
- Debemos hablar cosas buenas del prójimo, especialmente hablarle sobre la verdad del evangelio.
La vida en el reino de Dios no es código de leyes en que lo característico es solo lo que no hacemos. El cristianismo centrado en Cristo no es solo “no hacer”. Muchos judíos vivían así: no hago esto, no hago lo otro. Su vida era “no hacer”, y pensaban que hasta ahí llegaba el requerimiento de la ley de Dios. Pero la ley de Dios tiene implícitamente un lado positivo: si no debo hacer lo que la ley prohíbe, entonces sí debo hacer lo que manda. Y así el verdadero discípulo de Jesús que cumple la ley será uno que no hace lo que la ley prohíbe, pero sí hace lo que la ley manda. La ley nos manda buscar el bien del prójimo, ayudarlo, apoyarlo, y, en fin, imitar al Señor Jesucristo que siempre se caracterizó por hacer bien a todos (Hechos 10:38). Está muy bien que no hagamos lo que Dios prohíbe, pero es mejor que busquemos hacer lo que Dios manda. Hagamos una cosa sin dejar de hacer la otra. No olvidemos dejar de hacer lo más importante de la ley: “la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23).
La reconciliación
A continuación, el Señor Jesús pasa a ilustrar cómo el sexto mandamiento debe aplicarse en dos contextos particulares: en el contexto de la adoración y en el contexto de los pleitos legales. Debemos decir, sin embargo, que el Señor no da una serie de pasos universales para evitar pleitos legales, sino su intención es que los cristianos vivamos reconciliados con nuestros prójimos hasta donde sea posible. Así pues, estos dos ejemplos enfatizan la importancia de la necesidad de la reconciliación y de la urgencia de la reconciliación. Veamos cómo lo hace.
Primero, nos habla de un judío que va a presentar su ofrenda en el altar del templo en Jerusalén. Y en ese momento recuerda que su hermano tiene algo contra él. Noten bien que el oferente no ha ofendido a su hermano, sino que el hermano ha ofendido al que presenta la ofrenda. Y Jesús dice que el oferente (aunque no es él el ofensor), pero debe buscar reconciliarse con su hermano, para que así pueda presentar su ofrenda y, por ende, Dios la aceptará. El principio es que no podemos adorar a Dios si estamos enemistados con nuestro hermano. Dios no acepta nuestra adoración si hay odio o rencor entre yo y mi hermano. La obra de Cristo es una obra de reconciliación, por lo que los seguidores de Jesús siempre deben buscar la reconciliación hasta donde sea posible.
Esto último es importante de aclarar, ya que no hay garantía de que el otro hermano quiera reconciliarse con uno. Pero lo importante es que uno busque vivir en paz con todos los hermanos. Este principio es un principio fundamental para la adoración del pueblo de Dios, ya que presupone que los cristianos son pecadores que llegan a enemistarse entre sí, se enojan unos con otros y, de esa manera, quebrantan el sexto mandamiento. Nuevamente, en la mentalidad del judaísmo religioso del tiempo de Jesús, muchos de los líderes pensaban que no había ningún problema con estar enemistado, ya que no habías matado físicamente a tu prójimo. Y pensaban que seguían obedeciendo el sexto mandamiento. Jesús dice que eso es inaceptable porque la ley de Dios gobierna nuestros sentimientos, los cuales, si son de odio o desprecio, nos condenan delante de Dios.
El siguiente ejemplo es de dos judíos que tienen un pleito legal. El principio es el mismo, solo que en este caso la reconciliación no solo es necesaria, sino que incluso es urgente. Mientras los dos judíos iban de camino a ver al juez y resolver su caso jurídico, el Señor aconseja que es mejor reconciliarnos lo más pronto posible con el prójimo, ya que, de no ser así, no solo estarían violando el sexto mandamiento, sino que las consecuencias de no reconciliarse antes de llegar a la corte judicial, podrían ser muy severas, al grado de que hasta uno podría terminar en la cárcel. ¿Qué debemos hacer, siempre y cuando esté dentro de nuestra posibilidad? Buscar la reconciliación urgentemente. Si es posible, hasta debemos humillarnos si hemos cometido el delito, pedir perdón y ponernos de acuerdo para que pare ahí el proceso legal. Así podremos vivir en paz con nuestro prójimo y estaríamos guardando el sexto mandamiento.
Aplicación
- Cuidado con las tradiciones y opiniones que no tienen apoyo bíblico. Falsos maestros vendrán, y debemos ser cautelosos para no caer en enseñanzas falsas sobre la Palabra de Dios.
- La interpretación correcta de la ley es la que Jesús con toda su autoridad nos da. Él es el único que tiene la autoridad divina para darnos el significado profundo y correcto de la ley.
- La ley de Dios gobierna tanto la vida externa como la interna.
- La ley de Dios tiene dos lados: uno negativo y uno positivo. No solo debemos de no hacer cosas contrarias a la ley de Dios, sino debemos hacer lo que manda.
- La reconciliación entre los hijos del reino es urgente y necesaria. Debemos vivir en la relación correcta con los demás.
Cuando echamos un vistazo a todos estos puntos extraídos de nuestro pasaje, si somos cristianos sinceros, nos percatamos de nuestra completa incapacidad de cumplir perfectamente el sexto mandamiento. Nuestra primera inclinación es ofendernos ante la menor ofensa y guardar rencor. Nos gusta resguardar sentimientos de odio y enojo contra nuestros hermanos y prójimos. ¿Quién no se ha enojado por motivos incorrectos? ¿Cuántas veces no hemos deseado no solo algún mal sobre el prójimo, sino incluso la muerte? ¿Quién no ha despreciado a su prójimo y le ha llamado necio, imbécil, idiota, y seguimos pensando que se lo merecen y que no estamos haciendo nada malo?
¿Quién puede cumplir el sexto mandamiento? Nadie, excepto nuestro Señor Jesucristo. Esto quiere decir que necesitamos a Cristo porque en nosotros mismos estamos condenados por la ley, la ley nos maldice, ese es nuestro destino. Y no hay absolutamente nada que podamos hacer para auto liberarnos y salvarnos. Necesitamos la santidad perfecta de Cristo, su obediencia perfecta y su justicia perfecta. ÉL es el único que nunca odió a su prójimo, que no maldecía cuando era maldecido, que siempre hablaba con la verdad, y Él es el único que vino a morir por gente que odia, que desprecia, que guarda rencor y que mata física y espiritualmente. Todos somos asesinos delante de Dios, ¿quién podrá librarnos de la maldición? Solo “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13), que fue tratado como un asesino, aunque nunca mató ni maldijo a nadie. Solo Jesús quien tomó sobre sí nuestro odio y palabras asesinas y fue tratado como un delincuente en nuestro lugar para que fuésemos librados de la maldición de la ley. Gloria a Dios por nuestro Señor Jesucristo. Amén.