Catecismo de Heidelberg DS 4 – Kuyvenhoven
LA JUSTICIA DE DIOS
Andrew Kuyvenhoven
9. Pero ¿no comete Dios una injusticia al exigirnos en su ley lo que somos incapaces de hacer?
No, Dios creó a los seres humanos con la capacidad de cumplir la ley. Ellos, sin embargo, tentados por el diablo, en temeraria desobediencia, se privaron a sí mismos y a sus descendientes de estos dones.
Las protestas de nuestra carne
Este es el tercero y último Día del Señor en el que confesamos la verdad sobre la miseria de la humanidad. Quizás sea el más difícil. Ahora debemos admitir que Dios es justo en su veredicto, en su castigo y en su ira final.
Nuestra carne formula las preguntas del catecismo con un despliegue de lógica, con irritación y en defensa propia. En las respuestas, la Palabra de Dios viene a silenciar las protestas de nuestro corazón.
Lo que intentamos hacer en estas preguntas y respuestas debe suceder en la vida de todos. La Palabra de Dios debe llevarnos a la rendición. Debemos estar quietos y admitir que Dios es soberano y justo.
A continuación, se plantean estas tres preguntas:
a. ¿No es injusto que Dios nos pida lo que nosotros no podemos darle?
b. Aunque fuéramos culpables, ¿no debería Dios suspender la sentencia, viendo que «todo el mundo lo hace»?
c. Así pues, Dios es justo; pero también es misericordioso, ¿no?
Las tres preguntas son verdaderas para la vida. Las tres respuestas son fieles a la Biblia.
¿Es justo?
¿Es justo que Dios nos exija lo que no somos capaces de hacer? ¿Quién pediría un millón a un mendigo sin dinero?
Esta pregunta se la hacen innumerables personas en tonos que van desde la burla arrogante hasta la desesperación sincera. Quizá la pregunta surja tarde o temprano en el corazón de todo ser humano.
Es inútil discutir la cuestión apelando al sentido humano de la justicia y al sentido común del juego limpio. Primero deberíamos determinar quién tiene derecho a responder a la pregunta. Obviamente, no puede resolverse mediante una encuesta de opinión o un debate de expertos. La respuesta tendrá que venir de otra parte: de Dios.
A oídos de Dios es una pregunta tonta. Para Él sonamos como un conductor ebrio que le dice al oficial de policía: «No pude evitar conducir por el carril equivocado, porque estoy borracho».
Dios nos hace responsables de la «desobediencia imprudente» por la que nos impedimos de caminar en el camino de sus mandamientos. Incluso la tentación del diablo se menciona en la Biblia y en el catecismo no como excusa, sino como acusación: Me pertenecías, ¡pero le hiciste caso!
Aun así, nos enfurecemos en defensa propia: esa tentación les ocurrió a Adán y a Eva. Ocurrió hace milenios. ¿Por qué deberíamos estar condenados por lo que ninguno de nosotros recuerda?
De nuevo, es una cuestión de perspectiva. Protestamos como individualistas, pero la Biblia dice que el mero hecho de que seamos capaces de pensar en nosotros mismos como individuos desunidos y sin relación entre sí presenta pruebas de nuestra perspectiva pecaminosa. La revelación de Dios no ve a la raza humana como un montón de grava, sino como un árbol gigante. No somos guijarros tirados juntos, sino ramas y tallos de un árbol, todos unidos orgánicamente.
Formamos una unidad corporativa. En muchos aspectos tú y yo nunca lo hemos dudado. Las deudas nacionales, las astronómicas cantidades de dinero que nuestras naciones deben a los banqueros y a otros acreedores del mundo, son tus deudas y mías. Sin embargo, cuando se contrajeron las deudas, algunos de nosotros aún no habíamos nacido y a ninguno se nos preguntó nada. Del mismo modo, la deuda de la raza humana es tuya y mía.
Dios es justo
Nosotros nos hemos vuelto injustos. Hemos abandonado a Dios y negado la relación que teníamos con Él desde el principio. ¿Qué hace Dios ahora? ¿Corta con nosotros? ¿Actúa como si la relación nunca hubiera existido? No, Dios sigue siendo justo y juzgará a todas las personas con justicia (Sal 98:9).
Por la «justicia de Dios», la Biblia quiere decir que Dios no ha cambiado de posición, sino que ha permanecido fiel a sí mismo y a la relación que tiene con nosotros. La justicia es su inquebrantable fidelidad al pacto.
Dios nunca renuncia a su derecho sobre nosotros. Incluso cuando la gente se da por vencida, Dios no se da por vencido. A todos los persigue con su exigencia original de pacto: «Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos» (Pr 23:26).
Las personas pueden degenerar tanto que prefieren vivir como cerdos. Algunos han optado abiertamente por un «estilo de vida diferente», y no les importa admitir que se están echando a perder. Pero Dios sigue dirigiéndose a nosotros como las personas que creó: «Hijo mío, hija mía, dame tu corazón». Lo hace porque es justo. Dios es justo en su juicio cuando nos declara culpables. Y perdona porque es justo: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados» (1 Jn 1:9)
Cuanto más lo pensemos, más alabaremos a Dios por su justicia inquebrantable.
10. ¿Permitirá Dios que tal desobediencia y rebelión queden impunes?
Ciertamente que no. Está terriblemente enojado por el pecado con el que nacemos, así como por los pecados que cometemos personalmente. Como juez justo, los castiga ahora y en la eternidad. Él ha declarado: “Maldito todo el que no permaneciere en todas las cosas escritas en el Libro de la Ley.”
Crimen y castigo
Si la situación es tan desesperada que todos somos culpables ante Dios, ¿todos debemos ser castigados?
En nuestra sociedad es imposible mantener un código legal que sea transgredido por todos. No se puede enviar a todo el pueblo a la cárcel. Cuando un determinado comportamiento ilegal se ha convertido en un comportamiento comúnmente aceptado, la práctica ilegal se «despenaliza».
Sin embargo, si todo el pueblo infringe la ley de Dios, Dios castigará a todo el pueblo. Dios no sería Dios si pudiera cambiar su código. «Ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mt. 5:18).
Dios no siempre castiga inmediatamente. Vivimos en el tiempo de la paciencia de Dios. Este período comenzó justo después del diluvio, con el pacto de Noé. Después de haber barrido la maldad del mundo, Dios prometió que en adelante retendría su juicio «por causa del hombre, porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud» (Gn 8:21). Hoy vivimos bajo la amenaza del juicio de Dios y bajo el arco iris de su longanimidad. Que nadie desprecie la bondad de Dios, que debe llevarnos al arrepentimiento (Ro 2:4). Y no nos durmamos mientras dure la bondad: aunque Dios permita que la gente coma y beba y se case, que la Iglesia diga a la nación que se acerca el gran día de la ira; será la venida del Hijo del hombre (Mt 24:38-39).
Dios no nos impone su castigo como un tirano, arbitrariamente, sino que nos enseña la relación entre el pecado y el castigo. Como una madre dice al niño: «Cuando toques el fuego, te quemarás», así Dios dice: «el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn 2:17), y «La paga del pecado es muerte» (Ro 6:23).
Por tanto, la muerte bíblica no es tanto un castigo administrado por Dios como el fruto amargo de nuestras propias obras malvadas. La muerte es el pago de una vida mal empleada. La muerte es la separación de Dios causada por las cuchilladas del pecado. El amor cura. El amor es la semilla de la vida, que es comunión con Dios y con los seres humanos. Pero el pecado separa, y la muerte es separación; la muerte eterna es separación eterna. La ausencia total de amor y de vida es el infierno.
Sin embargo, el infierno no es sólo el clímax de nuestra maldad, la lúgubre oscuridad de nuestro hacer; es también la «pena suprema» (Respuesta 11) administrada por un Dios justo.
Este es un enigma profundo. La gente ha ideado teorías para escapar de la dura enseñanza del infierno. Algunos han dicho que tendremos una segunda oportunidad (pero consulta Hebreos 9:27), o que tendremos un perdón universal final (pero consulta Mateo 25:46), o que, al final, solamente los creyentes tendrán una existencia continua y consciente, mientras que los impíos serán aniquilados (pero consulta Juan 5:28-29).
El castigo eterno es una verdad oscura. Dios nos libre de discutirla con deleite. Para nosotros es imposible ver cómo un castigo eterno puede contribuir a la gloria de Dios, pero algún día, cuando las últimas cuestiones de la vida y la muerte se hayan aclarado, confesaremos que Dios es justo en todos sus caminos.
Existen dos cosas en Dios que están muy fuera del alcance de los seres humanos: el amor y la ira de Dios. Pero en el Gólgota nos acercamos a ambas cosas en el cuerpo de Uno.
11. ¿Pero Dios no es también misericordioso?
Dios es ciertamente misericordioso, pero también es justo. Su justicia exige que el pecado, cometido contra su suprema majestad, sea castigado con la pena suprema: el castigo eterno del cuerpo y del alma.
¿No es Dios misericordioso?
La última de las tres excusas intenta oponer la justicia de Dios a su misericordia. Los politeístas (paganos que creen en muchos dioses) hacen eso: invocan a un dios para protegerse de otro. Pero nuestro Dios es uno (Dt 6:4), y en el corazón de nuestro Padre-Juez no hay tales contradicciones.
«Dios es ciertamente misericordioso, pero también es justo». Dios es el único que mantiene la justicia hasta la eternidad. Nunca cambia de posición. Él nos reclama como su descendencia y nunca altera su reclamo. Tiene que existir un banquete de bodas entre el cielo y la tierra, aunque el Novio tenga que ser un cordero.
La revelación de la justicia
Todo lo que hemos intentado hacer hasta ahora en nuestro Catecismo de Heidelberg es una imitación de lo que hace el apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos. A lo largo de su introducción argumenta que los gentiles son pecadores y que los judíos no son mejores. Dice que Dios es justo y que nadie escapará a su merecido castigo en cuerpo y alma. Sostiene que la ley-palabra del Señor es inalterable y que, por su aplicación universal, «toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» (Ro 3:19).
Luego dice: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios» (Ro 3:21). Ahora ha salido al descubierto, en la escena de esta tierra a la luz del día. Dios es justo, y lo ha demostrado porque ahora ha castigado todo pecado en la muerte de Jesús. Ahora puedes ver la justicia de Dios: Derramó su ira sobre Jesús. Y por la misma justicia divina, Dios perdona a todo el que cree en Jesús.
¿Por qué escribió Pablo la primera parte de Romanos, y por qué confesamos los días del Señor 2, 3 y 4? No es porque él y nosotros disfrutemos diciéndole a la gente lo grandes pecadores que son. Eso sería fácil y desamoroso. Lo que Pablo estaba haciendo y lo que la iglesia cristiana está haciendo es esto: Queremos cerrar con clavos todas las puertas que no llevan a ninguna parte. Queremos sacar todas las excusas de nuestros corazones y quitar toda falsa confianza de nuestras almas. No queremos confiar en las buenas intenciones o en los sentimientos cálidos, en ir a la iglesia o en salpicar agua. No podemos pasar por esas puertas; no llevan a ninguna parte. Dios las ha cerrado y nadie las abrirá. Hacemos todo esto porque queremos que nosotros mismos y nuestros vecinos y el mundo salgan de todos los callejones sin salida y encuentren la puerta, la única puerta. Esta puerta Dios la ha abierto y nadie la cerrará. Aquí se ha revelado la justicia de Dios. Esta puerta es Jesús.
Tú y yo tenemos que ver con un Dios justo. Él siempre castiga el pecado, temporalmente, eternamente, en cuerpo y alma. Ahora, o nuestros pecados son castigados en Jesús ―y entonces todo ha terminado― o tenemos nuestro propio castigo.