La fe bajo fuego
Catecismo de Heidelberg
Día del Señor 52
Parte 1
La fe bajo fuego
127. ¿Qué significa la sexta petición?
“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” significa que por nosotros mismos somos demasiado débiles para sostenernos ni siquiera por un momento. Y nuestros enemigos declarados –el diablo, el mundo y la carne– nunca dejan de atacarnos. Por eso, Señor, sostennos y fortalécenos con el poder de tu Espíritu Santo, para que no seamos derrotados en esta guerra espiritual, sino que resistamos firmemente a nuestros enemigos hasta que finalmente ganemos la victoria completa.
¿Qué pedimos?
En la sexta petición de la Oración del Señor pedimos a nuestro Padre celestial que no nos meta en tentación. Eso parece implicar que podría hacerlo: Dios podría “meternos en tentación”, pero oramos para que no lo haga.
Sin embargo, no creemos que Dios nos conduzca al pecado. Nunca lo hace y nunca lo hará; sugerir que Dios nos hace pecar es pecado en sí mismo.
Decir que Dios nos lleva a la tentación sin tentarnos parecer ser una forma engañosa de hablar para muchos intérpretes. Harry EmersonFosdick (que tuvo contacto con miles de personas a través de su programa nacional) dijo: “Ningún versículo en la Biblia desconcierta a más personas que la petición de la Oración del Señor “no nos metas en tentación”. ‘¿No es una idea escandalosa’, dicen muchos, ‘que Dios meta a los hombres en la tentación y debemos rogarle que deje de hacerlo?’”
La tentación
No creo que debamos alterar el sentido del texto para simplificar más el asunto, como algunos intérpretes lo han intentado hacer. Pero debemos hacer algunas distinciones: en lenguaje bíblico es posible que un humano tiente a Dios, que Dios nos tiente y que Satanás tiente a los seres humanos, pero estas son tres clases diferentes de tentaciones.
Cuando la gente tienta o pone a prueba a Dios, se atreven a decirle que demuestre su poder; lo provocan para que interfiera. Eso es lo que hicieron los israelitas en el desierto (Ex 17:2), es lo que haríamos si pecáremos voluntariamente (1 Cor 10:9), y es lo que Jesús se negó a hacer cuando Satanás le sugirió que se tirara del pináculo del templo. Satanás dijo que los ángeles lo tendrían que sujetar de todos modos (Mat 4:5-7).
Dios pone a la gente a prueba
La lealtad de la gente a Dios debe mostrarse en situaciones en que ellos enfrentan la posibilidad de desobedecer. Adán y Eva enfrentaron las posibilidades de obedecer o desobedecer el mandamiento original en el huerto (Gn 2:16-17). Su obediencia fue puesta a prueba.
Preferimos no usar la palabra tentación para esta actividad de Dios, pero decimos que Dios “nos pone a prueba” para ver si le amamos por encima de todo lo demás (Gn 22:2). Y Abraham pasó esa prueba. Moisés dijo que Dios puso a prueba a Israel durante el viaje del desierto. Dios los condujo a través del desierto por cuarenta años “para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Dt 8:2). Y Jesús, que nos enseñó a decir “no nos metas en tentación”, Él mismo “fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mt 4:1).
Dios “nos pone a prueba” o “nos disciplina” como un padre disciplina a sus hijos (Dt 8:5). Y aunque ninguna disciplina o prueba (en la escuela o en la academia de la vida) “al presente parece ser causa de gozo” después “da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Heb 12:11).
Las distinciones que hace Santiago
Santiago usa las palabras tentar y tentación seis veces en el primer capítulo de su carta. La palabra es la misma que en la frase “no nos metas en tentación” que se usa en la Oración del Señor. Sin embargo, nuestras traducciones usan pruebas para las tentaciones que son buenas para nosotros (v. 2: “tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”; cf. Stg 1:12).
Muchas pruebas son necesarias para entrenarnos en el servicio de Dios, pero nadie puede decir que Dios nos tienta. “Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (v. 13). Tentar a alguien para hacer que sea infiel es la obra de Satanás. El mismo pensamiento de que Dios quiera que pequemos debe ser rechazado.
¿Por qué orar así?
Entonces, por un lado, las diversas tribulaciones y pruebas de esta vida son una parte necesaria de nuestro entrenamiento terrenal y si, por otro lado, Dios mismo pone a sus hijos (Abraham, el pueblo de Israel, Jesús y a todos los que Dios ama) en una posición donde Satanás puede atacarlos, ¿por qué incluso debemos pedir que no seamos metidos en tentación?
Porque solo los tontos se apresurarían a entrar donde incluso Jesús tuvo temor de meterse. A veces el comandante tiene que enviar sus tropas a la batalla. Cuando lo hace, los soldados saben que no hay otro camino para la paz que a través de esta guerra. Pero solo aquellos que no conocen los peligros de la guerra desean la batalla.
“No nos metas en tentación, Padre, porque somos débiles”, oramos. Solo los inmaduros toman a la ligera las tentaciones. Esta oración, como dice el catecismo correctamente, es propiciada por el conocimiento de nuestras debilidades y la fuerza del oponente. Sabemos que sin el Espíritu “seres derrotados en esta lucha espiritual”.
Jesús bajo fuego
El llamado de Jesús era vencer al malo por su obediencia perfecta. Dios lo llevó a enfrentarse con el diablo durante las tentaciones en el desierto. Ahí resistió las sugerencias del diablo de tomar una ruta corta para llegar a la gloria. Persistió en el camino de su Padre, a pesar de que era un camino de sufrimiento, y durante la última batalla violenta en Getsemaní, enfrentó la misma tentación nuevamente.
Pidió a Dios si por favor quitara esa copa (de sufrimiento), le pidió que lo sacara de la tentación. Dijo que la batalla era muy fiera y la carne débil, pero en su lucha que absorbía todo su ser, tuvo tiempo todavía de pensar en sus seguidores dormilones. Les advirtió “Levantaos, y orad para que no entréis en tentación” (Lc 22:246). Vigilen, oren y eviten la tentación porque ustedes son débiles nos dijo Jesús.
Líbranos del mal
La oración tiene dos partes que van juntas: primero, Padre nuestro, no nos metas en la batalla, y, segundo, protégenos del poder del malo.
Es imposible decidir si el texto dice líbranos del malo o del mal. La historia tiene eminentes defensores de ambos lados. Juan Calvino dice que discutir este punto es inútil porque el significado permanece el mismo, en cualquier caso. Sin embargo, me parece que los que usan “el malo” están más cerca del mundo de pensamiento de Jesús y de Mateo. Detrás de todos los males que enfrentamos en esta vida acecha el malo. Y en esta petición los discípulos de Jesús invocan al Padre de Jesús para pedirle que cuando se encuentren con el tentador (cf. Mt 4:1) en la hora de su tentación (cf. Mt 26:41; Lc 22:31-32), puedan ser rescatados por un poder más fuerte que el de ellos.
Después de orar por el perdón de nuestros pecados (“perdónanos nuestras deudas”), ahora pedimos que seamos guardados del pecado (“líbranos del malo”).
Vigilancia cristiana
La sinceridad de nuestras oraciones siempre es evidente en nuestro estilo de vida. Eso se aplica cuando oramos por la gloria del nombre de Dios, la venida de su reino, o el hacer su voluntad. Orar por el pan sin sembrar es algo insincero, y pedir perdón sin ser generosos no tiene sentido. Tampoco tiene sentido orar para que seamos guardados de las tentaciones mientras coqueteamos con el diablo.
Los hijos juegan con fuego, y los infantes no tienen temor al peligro, simplemente porque no saben lo suficiente como para tener miedo. La gente madura conoce su humanidad, es decir, su debilidad y “huyen” de las tentaciones. Nunca intentar saber qué tanto se pueden acercar al fuego para sentir que se queman, y se alejan lo más pronto posible.
Huir del mal
Los miembros de la iglesia de Corinto tendían a ser súper espirituales (1 Cor 4:8), pero merecían ser advertidos: “Huyan de la inmoralidad sexual” (6:18), “huyan de la idolatría”. Y el apóstol añade: “Les hablo como a gente sensata” (10:14-15).
Es completamente sensato evitar leer pornografía y ver películas sucias, y es sabio ser muy cuidadosos con el alcohol y el dinero, ya que sabemos que mucha gente ha perecido por estos medios. Sabemos que estar de ociosos por mucho tiempo “sin hacer nada” es una invitación abierta para que nos visite el tentador.
Por otro lado, cualquier interés saludable y digno nos ayuda a vencer la tentación del pecado. Cuando la gente que siempre está ocupada te dice: “Estar ocupado me aleja del peligro”, saben de lo que hablan.
Comunal
También debemos recordar que decimos esta oración como una comunidad. Así como le pedimos a nuestro Padre que nos dé nuestro pan, igualmente le pedimos a nuestro Padre que no nos meta en tentación. Nuestra conducta nunca deber ser causa de la caída de uno de los pequeñitos de Cristo porque eso sería castigado con la terrible ira de Dios (Mt 18:6).
Cristo no solo nos dijo: “Oren para que no caigan en tentación” (Lc 22:40), sino que con más frecuencia leemos que dijo: “Vigilen y oren” (Mc 13:33; Lc 21:36; Ef 6:18, etc.). Esta vigilancia o alerta se le requiere a la comunidad cristiana. Tenemos que estar alertas ante los peligros presentes como también ante el retorno repentino del Amo. Solo así podemos orar con una buena consciencia: “no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”.
Enemigos
El catecismo nombra tres fuerzas en nuestro ambiente hostil que deben ser etiquetados como “nuestros peores enemigos”: el diablo, el mundo y nuestra carne.
El diablo es nuestro gran oponente: él es poderoso, aunque no todopoderosos y está equipado con muchos trucos, artimañas o asechanzas (Ef 6:11). Su objetivo es matarnos a veces en una batalla violenta, a veces sutil, pero siempre mediante una batalla incesante. Su acercamiento principal es convencernos de que no hay Dios. También difama a Dios, o nos da una mala imagen de Dios y una imagen engañosa de la vida sin Dios. Es un mentiroso consumado.
El mundo como nuestro enemigo no es el “mundo” de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo…” Nosotros también debemos amar ese mundo, pero el “mundo” es el saeculum (de donde obtenemos la palabra secular), o la edad/era a la que no pertenecemos, pero que todavía no ha pasado. Es la masa total de gente, ideas, actitudes, expresiones (reflejadas en la cultura contemporánea) a la cual no debemos conformarnos (Rom 12:2).
El diablo es un oponente que intenta asesinarnos. El mundo es el ambiente hostil en que vivimos. Y nuestra carne es el enemigo interno, lo cual hace a la tentación muy peligrosa.
La palabra carne hace que la mayoría de la gente piense en los pecados carnales, especialmente pecados sexuales. Y estos pecados ciertamente pertenecen a lo que es “de la carne”, pero la carne no significa lo material como opuesto a las cosas que uno no puede tocar. En la Biblia, carecer de unidad, tener un espíritu partidista y ser celoso son también llamados pecados “carnales” o “mundanos” (1 Cor 3:1-4). Nuestra carne está aliada con el diablo y el mundo, y solo puede ser vencida por el Espíritu, el Santo Espíritu de Dios, quien viene a habitar en nosotros cuando creemos en Cristo (ver Gal 5:16-26). El Espíritu es nuestro amigo, pero nuestra carne es un nido para nuestro enemigo.
“Y así, Señor, sostennos y fortalécenos con la fuerza de tu Espíritu Santo, para que no seamos derrotados en esta lucha espiritual…”
Entrenados para la batalla
Si oramos, “no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”, debemos tener la sabiduría de huir de las tentaciones, como hemos dicho. También debemos conocer a nuestros enemigos y sus trucos, pero tenemos nuestra mejor probabilidad de sobrevivir si hacemos los que el apóstol dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios”. Entonces resistiremos y no caeremos en el día malo (Ef 6:10-18).
Es bueno advertir a una comunidad cristiana en contra de los enemigos de la fe cristiana, especialmente contra los tres declarados enemigos que siempre están cerca: “el diablo, el mundo y nuestra carne”. Es necesario conocer al enemigo, pero es mejor vivir cerca de nuestro Señor y estar llenos de su Espíritu, quien nos fortalecerá para “resistir firmemente a nuestros enemigos hasta que finalmente ganemos la victoria completa”.
Debido a que somos débiles, oramos “no nos metas en tentación”. Debido a que conocemos las artimañas de nuestros enemigos, evitamos sus poderes seductores y vivimos vidas disciplinadas. Y si le place a Dios guiarnos a la batalla, entraremos en la pelea como lo hizo Jesús: armados con la Palabra y el Espíritu (Mt 4:1-11).
La verdadera prueba
Los cristianos tienden a tener un punto de vista estrecho de la tentación. Oímos la voz del tentador cuando recibimos una invitación o una oportunidad de robar, mentir o hacer algo más que es indecente. Y, sin duda, en estas ocasiones Dios pone a prueba nuestra lealtad, pero si volvemos a echar una mirada a las así llamadas tentaciones de Jesús, notamos que en sus pruebas el riesgo era mayor y el asunto era diferente. Durante las tentaciones en el desierto como también en el huerto de Getsemaní, el gran asunto era la disposición de Jesús de obedecer a su Padre a cualquier costo. ¿Sería o no obediente hasta la muerte? ¿Haría la voluntad de su Padre a costa del dolor, vergüenza y sangre?
La verdadera prueba de la iglesia de Cristo en la era presente es si está dispuesta a pagar el alto precio de la obediencia.
La tentación de ser indecente es más obvia que la tentación de amar menos de lo que debemos.
Vivimos bajo una enorme presión para no ser completamente obedientes. Es más probable que nuestra iglesia e incluso nuestros propios padres se han establecido en una clase de cristianismo a medias. En vez de perseguir un discipulado consistente y escuchar de nuevo las Escrituras, la mayoría de los cristianos se alinean a una tradición en la que la voz de Dios es tanto repetida como silenciada. Esta es una tentación típicamente “cristiana”: incluso nuestras expresiones de piedad llegan a ser agradables a la carne, pero no es tan claro de que sean agradables a Dios.
Si aprendiéramos una vez más a orar la oración que Jesús nos enseñó a una corta distancia de donde Él se retorció en agonía bajo los árboles de olivo, sabríamos con más intensidad lo que significa obedecer y qué cuesta ser obediente.