LA DOCTRINA DE LA HUMANIDAD
Autor: Owen Strachan
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Francisco Campos
DEFINICIÓN
La doctrina cristiana de la humanidad ve a la persona humana como hecha a imagen de Dios, ya sea un hombre o una mujer por la creación de Dios, caída a través del pecado histórico de Adán, formada para la vocación a Dios, y redimible en y a través del Dios-hombre, Jesucristo.
RESUMEN
Este ensayo examina a la humanidad a través de un estudio teológico de las intenciones de Dios para la corona de su creación. Prestamos una atención especial y merecida a los primeros capítulos de Génesis, creyendo que estos capítulos revelan el diseño creacional de Dios y establecen el orden creacional de Dios. Este ensayo trata a Adán como una persona histórica que pecó contra Dios con un verdadero desenlace del jardín. A pesar de esta tragedia, podemos conocer la redención en Cristo, el verdadero ser humano, y por lo tanto podemos trabajar y descansar para la gloria de Dios, cumpliendo las intenciones de Dios en una forma cristocéntrica escalada.
“Nos has formado para ti mismo, y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentren descanso en Ti”.
(Agustín, Confesiones Libro 1)
La teología cristiana expresa en nuestro tiempo lo que Agustín escribió hace dieciséis siglos: Dios nos hizo para sí mismo, y así la persona humana no conocerá la paz hasta que descanse en lo divino. Este es un punto de partida notable. En un mundo lleno de personas que se encuentran en el escenario cósmico de Dios, pero que han perdido el guión divino, la antropología cristiana ofrece a nuestros semejantes el guión, con una resolución escalada en Cristo que nos deja sin aliento.
La imagen de Dios
El Señor, como dijo Agustín, nos formó para sí mismo. El hombre y la mujer son suyos a su “imagen” y a su “semejanza” (Gen 1:26-28, tselem y demuth). El hecho de que el hombre y la mujer estén hechos a imagen de Dios los prepara para cumplir el mandato de dominio llenando la tierra de hijos, gobernando sobre la creación y administrándola para la gloria de su creador. Adán en particular tiene un papel sacerdotal en el Edén; como G. K. Beale ha demostrado decisivamente, su comisión de “labrar y guardar” el jardín inalterado (pero no inalterable) es un lenguaje sacerdotal (Gen 2:15). Adán es un sacerdote de Dios en el Edén, una visión temprana de la verdad posterior de que los miembros del nuevo pacto son un reino de sacerdotes en Cristo (1 Pedro 2:9).
Los teólogos difieren sobre lo que significa precisamente que la humanidad es imago dei, para usar el término doctrinal latino. Algunos como Barth abogan por una visión relacional, enraizando la imagen en el matrimonio y la relación; algunos como Lutero luchan por una visión de justicia, interpretando la imagen como el don de la santidad; otros como Calvino presionan por una visión sustantiva, viendo la imagen como un rasgo o habilidad particular de la persona humana, con la razón y el conocimiento de Dios como una interpretación común de la “sustancia” de la imagen.
Cada punto de vista merece una cuidadosa consideración (y tiene elementos de resonancia con las Escrituras), pero yo defiendo lo que se llama el punto de vista ontológico (es decir, nuestro ser mismo). Partiendo de Génesis 5, 9, y especialmente 1Corintios 11:7 (“el hombre es la imagen y la gloria de Dios”), creo que la imagen no es algo que hacemos, sino algo que somos. La imagen no es un rasgo; somos nosotros. Somos el único ser vivo hecho a imagen de Dios; por lo tanto, lo que nos separa de los ángeles, por un lado, y de los animales, por el otro, es, ante todo, nuestra identidad definitiva por la creación de Dios.
Aunque podríamos identificar varios atributos de la persona humana como esenciales e incluso constituyentes de nuestro ser, el hombre y por extensión (sus atributos) son la imagen. En la práctica, ver a una persona humana, ya sea un bebé en el útero a través de un monitor, un adolescente con síndrome de Down en el parque o una persona mayor acostada en la cama de un hogar de ancianos, incapaz de cuidarse a sí misma por más tiempo, es ver a un portador de la imagen, es captar una visión desvanecida, pero real de la gloria de quien nos hizo.
La belleza de la masculinidad y la feminidad
La humanidad está hecha a imagen de Dios, formada por el Señor mismo: “varón y hembra los creó” (Gn 1:27). Aquí aprendemos un segundo elemento glorioso de nuestra humanidad: Dios nos hizo a todos con igual valor, pero no con la misma identidad corporal. Desde el principio, el Señor deseó que hubiera unidad en la diversidad en términos humanos. Sentimos cuán fuerte es este deseo por la creación más selecta de Dios en Génesis 2. Mucho está ocurriendo en este capítulo: Adán es hecho por la propia mano de Dios y por el aliento del Señor (Gen 2:7). Él recibe la dirección divina acerca de la función del Edén, escuchando de Dios que puede comer de cualquier árbol —imaginamos muchos árboles que llevan muchos tipos de frutos en el Edén— pero no del árbol del conocimiento del bien y del mal (2:16-17). En el Edén, sin restricciones por el pecado (y sin una naturaleza pecaminosa), Adán escucha a Dios. Él es libre, pero no libre de hacer lo que quiera. Sin embargo, hay una cosa que preocupa al paraíso: él está solo, y esto “no es bueno” (2:18).
Así que el Señor emprende una segunda obra estética y produce una obra maestra. El Señor forma a la esposa de Adán de la costilla de Adán (2:21–22). El Señor entonces la lleva a Adán para que le ponga nombre, y la llamó mujer (ishah). Adam le puso nombre no tanto técnicamente sino explosivamente. Él se regocija cuando la mujer es traída a él: “¡Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (2:23). Este matrimonio no es una anécdota creacional; es un arquetipo humano. Es el plan mismo de Dios para la existencia humana y, por extensión, para el florecimiento humano. Este diseño es totalmente encantador: un hombre y una mujer unidos en matrimonio de pacto; el hombre dejando a su padre y a su madre para “aferrarse/unirse” a una esposa (Génesis 2:24); los cónyuges, después de la caída, reflejan el paradigma Cristo-iglesia a través de la jefatura del marido y la sumisión de la esposa (Efesios 5:22-33).
Siguiendo a Génesis, la enseñanza de las Escrituras se resume con una sola voz: somos hechos hombres y mujeres por Dios para su gloria. Nuestra identidad no está separada de nuestro cuerpo; nuestro cuerpo da forma a nuestra identidad. Con mucha instrucción superpuesta, la masculinidad y la feminidad importan enormemente para el discipulado cristiano fiel, y el orden de la creación fundamenta la necesidad de un liderazgo varonil de la iglesia local (1Tim 2:12). Tan importante como es el matrimonio en las eras del antiguo y nuevo pacto de Dios, y por mucho valor tengan las relaciones familiares en la iglesia (los ancianos deben ser esposos de una esposa y padres piadosos, por ejemplo), no nos convertimos en un hombre o mujer bíblico el día de nuestra boda. Somos hechos hombre o mujer por Dios e –idealmente– crecemos en este llamado a medida que los padres y las madres discipulan a sus hijos e hijas de maneras bíblicamente sólidas. El matrimonio y la construcción de la familia es una empresa profundamente doxológica; también es cierto que la soltería dedicada a Dios no es un llamado menor porque permite un servicio serio al Señor (1Cor 7).
La caída del hombre
A partir de este feliz comienzo en el Edén, las cosas se desmoronan. Una cosa rastrera entra en el jardín, y Adán no presta atención al encargo dado anteriormente de tomar el dominio de todas las cosas, incluidas las cosas que se arrastran (ver Génesis 1:30). Él no “guarda” el Edén, y permanece pasivamente mientras la serpiente, que representa a Satanás, envuelve con sus palabras a Eva, tentándola a pecar contra Dios (Génesis 3:1-7). Satanás alienta a la mujer a dudar de Dios suavizando las palabras de Dios, acusando a Dios de dureza y, en última instancia, negando directamente la veracidad de la revelación divina. “No morirás” representa la culminación de esta instancia malvada de falsa enseñanza, la primera enseñanza falsa en el mundo que Dios ha hecho (3:4). Eva, entonces, permite que la revelación de la serpiente la haga desear el fruto prohibido; la fruta siempre fue hermosa, pero Eva ahora la está viendo en términos deformados. Ella toma, come, y Adán se une a ella para hacerlo (3:6). La raza humana, hecha para la gloria, hecha para la comunión con Dios, ahora es una raza caída.
Sin embargo, el Señor no está dormido. Estableciendo el tono bíblico, el Señor viene en su propio tiempo y trae juicio contra la depravación. Las capacidades y vocaciones creacionales están ahora malditas: la mujer tendrá hijos con dolor, así como el hombre trabajará la tierra en el sudor de su frente (3:16-19). Sin embargo, en el juicio hay una nota conmovedora de salvación: el Señor promete un libertador de la simiente de Dios, uno que aplasta la cabeza de la serpiente, pero se le hiere el talón al hacerlo (3:15). Una segunda nota redentora emerge de los escombros del pecado: el hombre y la mujer ahora ven sus cuerpos y su desnudez en vergüenza, vergüenza producida por la verdadera culpa judicial y espiritual, pero el Señor los viste con pieles de animales (3:21).
Esta es la verdadera base histórica de la doctrina bíblica del pecado. Esto es lo que los teólogos llaman “pecado original”, y el pecado original es el fundamento del verdadero estado etiquetado como “depravación total”. En Adán, toda persona humana cayó; en nuestra catastrófica perdición en el Edén, nos corrompimos completamente con el pecado. En nuestra naturaleza, ninguna persona humana hace el bien, ni siquiera una (Romanos 3:10-18). El pecado de la primera pareja es nuestro pecado; además: no confiamos y obedecemos la palabra de Dios, adorándolo a través de un seguimiento obediente, sino que confiamos y obedecemos a nosotros mismos, adorando obedientemente a Satanás mientras lo hacemos (Juan 8:44).
La importancia del trabajo, la vocación y el descanso
El Génesis tiene aún más que ofrecernos teológica y antropológicamente. La raza humana, aprendemos en este libro, está hecha para funcionar. Somos la imagen de Dios, y Dios es el Dios que se presenta a nosotros en Génesis 1 al trabajar. Él crea todas las cosas y lo hace por el poder de su palabra. Su naturaleza de trabajo y actuación se ve compensada por el séptimo día, un día de descanso sabático (Génesis 1:31). Todo lo que ha hecho es “muy bueno”, y así el Señor entra en un descanso de compleción.
El trabajo y el descanso a veces son tratados antisépticamente por los teólogos. Algunos parecen pensar que estos son asuntos “prácticos” que no merecen una profunda consideración doctrinal. Pero esto no servirá. El trabajo y el descanso son partes vitales de la actividad divina y del orden de la creación. Nuestro Dios es un Dios que trabaja y crea. Del desbordamiento de su magnífica libertad, el Señor decide exhibir su gloria en el cosmos. Aquí hay una base teocéntrica para la creatividad, la vocación (entendiendo el trabajo como un llamado/vocación, no como un empleo) y la estética. La creatividad no es propiedad de tecnólogos antiteístas; procede del Todopoderoso y muestra algo de su brillantez. La vocación no es la posesión de los arribistas/trepadores, que se empujan a sí mismos y a sus familias a la tierra debido a la adicción automotivada al trabajo; se origina (en una forma) en la creación divina. La estética no está protegida por derechos de autor por parte de los artistas epicúreos, que no reclaman ningún estándar de belleza para su oficio; la belleza se encuentra en Dios mismo, y Dios es el estándar de la belleza.
Limitaremos aquí nuestras observaciones a la vocación y al descanso. El hombre y la mujer están hechos para señorear la tierra, y el cumplimiento de este sublime mandato se lleva cabo a través de una inversión significativa y con propósito. Más adelante en la historia bíblica, hábiles artesanos y constructores hacen importantes contribuciones al templo (véase, por ejemplo, Éxodo 31). En el Nuevo Testamento aprendemos que Cristo es tan grande que cada detalle de la vida cae bajo su bandera y debe ser dedicada a Él como un acto de adoración. Comer y beber le dan gloria a través de la fiel obediencia cristiana; así también lo hace toda la vida, en lo grande y lo pequeño (1Corintios 10:31). Dios es el Dios de lo grande, y Dios es el Dios de lo pequeño.
A diferencia de una cultura naturalista, las Escrituras no fundamentan la vocación en el poder adquisitivo o la influencia política o el fanatismo de las celebridades. Las Escrituras exaltan el servicio, y Jesús viene como un siervo de Dios. El servicio al Padre es su “alimento” (Juan 4:34). Esta verdad cristocéntrica nos ayuda a desentrañar la naturaleza del trabajo, y nos abre los ojos para ver cómo el trabajo diario anónimo que nadie aplaude o comparte en línea puede, sin embargo, tener un gran significado en la economía de Dios. El hombre que trabaja para sobresalir en su trabajo de mantener a su familia, la madre que entrega sus fuerzo en sus hijos, el estudiante que ignora el hedonismo del campus para descubrir un llamado: estos y muchos otros honran a Dios mientras dan forma a una vocación para la gloria de Dios. Pero no sólo esto: glorificamos a Dios descansando en Él. Jesús es nuestro descanso sabático (Mateo 11:28–30; Heb 3–4). Tenemos pleno descanso ahora en Cristo (descanso que se derrama en toda la vida de manera física, emocional y psicológica) así como tendremos descanso final en los nuevos cielos y la nueva tierra.
El reencanto de la humanidad: Cristo
Nuestro material hasta ahora se ha esforzado casi hasta romperse para llegar a la resolución de nuestra humanidad: Jesucristo. No hay verdadera doctrina de la humanidad sin Jesús. En términos más generales, no hay un conocimiento definitivo de la persona humana en términos de nuestro telos y propósito sin Jesús. La humanidad es la raza hecha para Dios; la humanidad es la raza caída de Dios; la humanidad es la raza sanada por Dios en Cristo. En el plan de Dios, todo se inclina hacia Cristo.
Jesús viene como el cumplimiento de todas las promesas de Dios (2Corintios 1:20). Él es el antitipo; cada promesa es el tipo. Esto se obtiene en todos los ámbitos, pero tiene una referencia especial para nuestros propósitos a nuestra humanidad y estado caído. Pablo entiende a Cristo como el segundo o último Adán. Hemos traído la imagen del hombre terrenal, escribe, y nos hemos asido escatológicamente de la imagen del hombre celestial (1Corintios 15:49). Aquí la imagen de Dios vuelve a entrar en juego también. Jesús es identificado directamente como la imagen (2Corintios 4:4; Col 1:15). ¿Cómo le damos sentido a esta interacción dada a los textos anteriores? Nuestra humanidad adánica significa que somos plenamente portadores de la imagen, pero nuestra unión con Cristo significa que somos rehechos en Aquel que es verdaderamente la imagen de Dios. La cruz y la resurrección de Cristo son tan poderosas, tan salvadoras, que efectivamente conducen a un nuevo éxodo, y hacen lo que Pablo llama “un hombre nuevo”, una nueva raza humana, por la sangre expiatoria de Cristo (Efesios 2:11-22).
Jesús es el adán superior, el david superior, el Abraham superior (Mateo 1:1). Él es el Hijo obediente que vive en el poder del Espíritu y que ofrece al Padre la adoración obediente que se merece. Jesús nos muestra que pecar no es la verdadera humanidad, o verdadera libertad. Aunque los discípulos de Jesús deben luchar contra el pecado hasta el fin, a nosotros, que somos regenerados por la gracia divina, se nos da una nueva naturaleza, un nuevo nombre, y somos hechos una nueva creación en Cristo a través del arrepentimiento y la fe (Romanos 6; 2Corintios 5:17).
Como Stephen Wellum ha demostrado, la trayectoria en la cristología bíblica comienza con la divinidad de Cristo. Esto no es de ninguna manera para subestimar su humanidad, por supuesto (ver el importante trabajo de Bruce Ware aquí, y también la interesante visión de John Owen sobre la cristología neumatológica). Para hacer plena justicia a la humanidad de Jesús, debemos notar que el Hijo de Dios existe eternamente y luego se encarna en obediencia a la voluntad del Padre (Juan 6:38). Recordar esta verdad ayudará mucho al reflexionar en preguntas acerca del pecado a la luz del Hijo. Jesús estaba sin pecado (Heb 4:15). Él fue tentado en todas las cosas, pero, como el verdadero humano, no tenía una naturaleza pecaminosa como nosotros.
Algunos podrían preguntarse si esto compromete la autenticidad de su humanidad, pero podemos responder señalando que no es verdaderamente humano pecar, sino obedecer a Dios. Además, Adán tampoco tenía una naturaleza pecaminosa, y era completamente humano. Sin embargo, Jesús no sólo es como Adán; Jesús es la escalada y realización de Adán. Ni Él ni Adán tenían una naturaleza pecaminosa. Por lo tanto, Jesús no experimentó lo que llamamos “tentación interna”, pecado y deseo caído brotando dentro de Jesús según Santiago 1:13-15. Como hemos dicho, entonces, el énfasis en las Escrituras está en la justicia, la santidad y la perfección impecable de Cristo. Esto implica que los cristianos, un pueblo transformado por la fe en Cristo, no pueden abrazar o afirmar como parte de nuestra identidad muchas de las últimas formas de neopaganismo y naturalismo ahora populares en Occidente: transgenerismo, homosexualidad, transespecie, transhumano, posthumanismo entre ellas.
Cómo necesitamos al Hijo de Dios. Lo necesitamos desesperadamente, y lo necesitamos para entender a la humanidad. Recordamos la lección de la Palabra de Dios con respecto a la raza humana y los árboles, que desempeñan un papel descomunal en la economía de la redención. El primer Adán fue maldecido por un árbol, pero el segundo Adán deshace la maldición mientras cuelga de un árbol. La historia de la humanidad y los árboles no se detiene allí: Jesús incluso ahora nos está guiando a la nueva Jerusalén, donde seremos sanados por el árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones (Ap 22:2).
Este y ningún otro es el reencanto de nuestra humanidad.