La elección y reprobación divinas, 12-15
Clarence Bouwman
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Comentario a los Cánones de Dort #5
Artículo 12
La seguridad de la elección
En los artículos precedentes hemos confesado que la Escritura enseña que Dios ha elegido a ciertas personas para la vida y ha dejado de lado a otras. Esta confesión no puede permanecer teórica. La pregunta obvia que se desprende de esta confesión es la siguiente: ¿dónde encajo yo? ¿Soy elegido? ¿Puedo saber si soy elegido? Los arminianos respondieron negativamente a estas preguntas. Según los arminianos, no hay certeza de elección. Enseñan que «En esta vida no hay fruto, conciencia o certeza de la … elección para la gloria…». Se puede hablar de elección, decían los arminianos, pero no se puede tener la certeza de ser elegido.
Nuestros padres escudriñaron las Escrituras sobre este punto y aprendieron que el creyente puede estar seguro de su elección. Por ejemplo, en su carta a los Efesios, Pablo escribió: «según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, en amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad» (Efesios 1:4,5). ¿A quién se refiere Pablo cuando habla de «nosotros» y «nos»? El apóstol no pensaba en una multitud indefinida, sino en sí mismo y en sus destinatarios de Éfeso. Pablo está seguro, convencido: «Dios nos eligió». Pablo habla de forma parecida en Romanos 8:15-17, donde leemos: «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: “Abba, Padre”. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo…». Pablo mismo y los santos romanos con él llamaban a Dios «Padre», y eso es obra de Dios Espíritu Santo. Más aún, ese Espíritu obra en el corazón de Pablo y en el de los romanos, la convicción de que son hijos de Dios, herederos de la vida eterna. Pablo está seguro, muy seguro de que él y los santos romanos son hijos de Dios, herederos de Dios. Es decir: estaba seguro de que Dios lo había elegido a él mismo y a estos santos para la vida eterna. Si Pablo podía estar seguro de su elección, nosotros también podemos estarlo.
Pero ¿cómo puedo estar seguro de mi elección? Algunos dicen que en el transcurso de la vida uno tiene un sueño que confirma su elección, o un mensaje en el corazón, o un texto bíblico determinado puede hablar con fuerza, y así es como uno sabe si es elegido o no. Pero debemos ser conscientes de que esta certeza se basa en la experiencia. Sin embargo, el problema con la experiencia es que yo soy una persona pecadora y todas mis experiencias tienen que venir a través de mi ser pecador. Por tanto, no puedo construir nada a partir de esas experiencias. ¿Cómo puedo saber entonces si pertenezco a Dios?
En Mateo 12 leemos cómo los fariseos acusan a Jesús de estar aliado con los demonios. En reacción a esto, Jesús les advierte de las consecuencias de pecar contra el Espíritu Santo, y luego añade las palabras de los versículos 33-35: «O haced el árbol bueno y su fruto bueno, o haced el árbol malo y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis, hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas». Un árbol se conoce por sus frutos. Los fariseos decían ser el pueblo de Dios, y sin embargo acusaban al Hijo de Dios de estar aliado con Belcebú, el príncipe de los demonios (versículo 24). Qué decir de ellos mismos, pues la boca dice lo que hay en el corazón. Si el corazón es puro, de la boca saldrán palabras puras. Por el contrario, si el corazón es vil, la boca pronunciará palabras viles. El corazón regenerado no produce las obras de un corazón no regenerado. Una persona que ha nacido de nuevo no hace las obras del diablo. ¿Cómo puedo saber, entonces, si soy elegido? Para contestar esta pregunta necesito ver qué clase de frutos produzco.
El apóstol Pedro lleva esta noción un paso más allá. En 2Pedro 1:4 escribe «por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia». Aquí Pedro describe nuestra elección como el haber sido hechos partícipes de Dios por medio de las promesas que Él nos dio. Sin embargo, el apóstol no lo deja así, sino que continúa en los versículos 5-8, «Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo». Aquí Pedro anima a sus lectores a ser diligentes en la búsqueda de estas cosas porque producirán frutos de fe, que en sí mismos proporcionan a uno la evidencia de que uno pertenece al Señor. Si uno hace estas cosas será fructífero y, en consecuencia, estará seguro de su elección. «Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas no caeréis jamás» (versículo 10). Asegurar la elección de uno significa precisarla, atarla firmemente, estar extra seguro. ¿Cómo puede uno hacer esto? Por lo que uno observa en su vida: crecimiento en la fe en el Señor.
El artículo 12 se hace eco de este material: «Los elegidos, a su debido tiempo… adquieren la certeza de su elección eterna e inmutable para la salvación. Obtienen esta certeza… observando en sí mismos, con gozo espiritual y santa complacencia, los frutos infalibles de la elección señalados en la Palabra de Dios, tales como una verdadera fe en Cristo, un temor infantil de Dios, un piadoso dolor por sus pecados y un hambre y sed de justicia».
¿Cómo sabe un joven si ama a una chica en particular? Seguramente que lo que hace con una carta que recibe de ella dice algo. ¿La tira a la papelera sin leerla? Hacer eso dice mucho de lo que siente por ella. Del mismo modo, abrirla y leerla inmediatamente también es muy revelador. Porque lo que hay en el corazón no se puede ocultar.
Del mismo modo, si amo al Señor me ocupo de Su Palabra. Amo lo que Él hizo por mí en Jesucristo, a quien envió a la tierra para morir en pago por mis pecados. ¿Qué veo, entonces, en mí mismo? ¿Me deleito en el pecado? ¿O me resisto a Él? ¿Me molestan mis pecados, o no podría importarme menos haber ofendido a Dios? Son los frutos que doy los que demuestran si hay fe en mi corazón o no. Y Dios no obra la fe en el corazón de los réprobos.
¿Cómo puedo saber si soy elegido? Conozco mi vida y, por tanto, debo preguntarme primero: «¿Qué clase de árbol soy? ¿Qué me motiva? ¿Qué me hace ‘vibrar’? ¿Amo a Dios? Si peco, ¿me molesta? ¿Estoy ocupado con la Palabra de Dios?». Mi elección me resulta evidente por los frutos de la elección.
Esto no quiere decir que todo el mundo pueda estar igual de seguro, en la misma medida. En la primera frase del artículo 12 leemos que los elegidos están seguros de su elección «en diversas etapas y en distinta medida». Una persona no es la otra. Cada persona difiere en carácter, capacidad y también en crecimiento en el Señor. Una persona puede ser madura a la edad de dieciocho años, mientras que otra persona puede tener todavía mucho que crecer a la edad de treinta años. Lo mismo se aplica cuando se trata de la fe; una persona puede ser más madura en la fe a los treinta años que otra a los cincuenta. Diferentes personas, todas con diferentes circunstancias, están seguras de su elección en diferentes grados. Sin embargo, el principio sigue siendo el mismo. El árbol se conoce por sus frutos. Yo debo mirar los frutos que yo produzco. ¿Doy frutos piadosos, o no? No, no debo compararme con los demás y luego, basándome en la observación de que otros dan más o mejores frutos que yo, concluir que no soy elegido. Debo mirarme a mí mismo, fijándome en lo que Dios ha hecho en mi corazón. Por tanto, debo examinarme a mí mismo para ver qué frutos produzco. ¿Encuentro fe o incredulidad? ¿Las cosas que digo y hago reflejan un corazón regenerado o no regenerado? ¿Doy la clase de fruto que debería dar; «doy manzanas o naranjas»?
Sin embargo, debemos ser conscientes de dos cosas. En primer lugar, Dios no ha hecho a su pueblo perfecto en esta vida y, por tanto, no debemos esperar de nosotros mismos un fruto perfecto. Si buscáramos frutos perfectos, nunca podríamos estar seguros de nuestra elección. El fruto que demos reflejará siempre nuestra pecaminosidad, porque seguimos siendo pecadores. La fruta que producimos puede estar atrofiada y dañada, pero aun así se puede saber si es una manzana o una naranja, una fruta del cielo o del infierno. A pesar de seguir pecando, el principio se mantiene: se conoce un árbol por su fruto. En segundo lugar, el artículo 12 confiesa que los elegidos «están seguros». El hombre es pasivo y Dios activo. El fruto que damos es obra de Dios, y Él también obra la certeza. Dios hace que, en distintas medidas, saquemos nuestras conclusiones de los frutos de la elección que Él obra en nuestras vidas.
Artículo 13
El valor de esta certeza
Mientras que el artículo 12 explica cómo puedo saber si soy elegido, el artículo 13 describe por qué debo saberlo. ¿Qué voy a hacer con el conocimiento y la seguridad de que soy elegido? Los arminianos razonaban de que la seguridad de la elección elimina de la vida del creyente el catalizador de una vida cuidadosa y, por tanto, fomenta la actitud: «Si de todos modos soy elegido, ¡debo disfrutar de la vida!». Sin embargo, basándose en lo que leían en las Escrituras, nuestros padres rechazaron tal razonamiento. Jesús dijo que un árbol se conoce por sus frutos. Si el corazón de una persona ha cambiado porque Dios la ha elegido, entonces esa persona ya no producirá frutos malos, sino frutos buenos. Por eso nuestros padres escribieron en el artículo 13: «La conciencia y la certeza de esta elección proporcionan a los hijos de Dios una razón mayor para humillarse diariamente ante Dios, para adorar la profundidad de sus misericordias, para purificarse y para amar fervientemente a su vez a Aquel que tanto los amó primero».
La conciencia y la certeza de la elección no dejan lugar a la arrogancia, al orgullo o a mirar a los demás con desprecio, sino que dan al creyente todas las razones para humillarse ante Dios. Hace que el creyente se pregunte a sí mismo con espíritu de humildad: «¿por qué Dios ha de hacer esto por mí?». El hecho de que Dios haya realizado este hecho extraordinario de elegirme me incita a adorarlo, a alabarlo por haberme salvado. Me incita también a limpiarme del mal y de todas las obras de la carne. Respondo, no «disfrutando de la vida», sino amando al Señor. En 1Juan 4:19 la Escritura dice que amar a Dios es fruto de que Él nos amó primero. «Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero». La elección es que Dios me amó primero, y yo respondo a esto amando a Dios a cambio. Las obras del creyente siempre siguen a las del Padre, como también leemos en 1Juan 3:3: «Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro».
No, el valor de esta seguridad no radica en darme licencia para descuidarme. Si estoy seguro de mi elección, la valoro y la atesoro, y así me esfuerzo con mayor ahínco y entusiasmo por producir frutos de agradecimiento a Dios y por vivir diligentemente para mi Señor y Salvador. Este es el mismo material que leemos en el Día del Señor 24, P/R 64. Allí leemos: «¿Esta enseñanza (la justicia por la gracia de Dios y no por mis buenas obras) no hace a la gente descuidada y malvada? No. Es imposible que los injertados en Cristo por la fe verdadera no produzcan frutos de agradecimiento». La seguridad de la elección y la producción de frutos de fe son consecuencias inevitables en la vida de los elegidos por Dios. Por eso leemos en el artículo 13: «Por tanto, no es cierto en absoluto que esta doctrina de la elección y la reflexión sobre ella haga (a los elegidos) laxos en la observancia de los mandamientos de Dios o falsamente seguros».
Falsa seguridad
En la Iglesia de Cristo también hay hipócritas (véase el artículo 29 de la Confesión Belga). Estas personas pueden estar muy seguras de su elección, e incluso basarse mucho en el hecho de que han asistido a la iglesia durante tantos años, han servido como oficiales durante tantos años, han sido felicitados por tantas personas a lo largo de los años, etc. Sin embargo, estas no son evidencias de la elección. Los frutos de la elección mencionados en el artículo 12 son decisivos. Donde no hay «una fe verdadera en Cristo, un temor infantil de Dios, una tristeza piadosa por… los pecados, y un hambre y sed de justicia», uno no tiene derecho a asumir la elección, no importa cuánto tiempo y con qué distinción haya servido en la iglesia.
También la Escritura advierte a los que están relajados, contentos, falsamente seguros, en un pasaje como Lucas 6:24-26. Allí el Salvador habla al pueblo de Israel, pueblo del pacto, posiblemente líderes altamente estimados y bien hablados entre el pueblo. Sin embargo, Jesús se lamenta de ellos diciendo: «Mas ¡Ay de vosotros ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros los que ahora están saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros los que ahora reís!, porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque lo mismo hicieron sus padres con los falsos profetas».
La cuestión es ésta: cada uno de nosotros debe mirar los frutos que da. ¡Me compete mirarme a mí mismo! La seguridad de mi elección no está en lo que los demás digan de mí o se refieran a mí, porque eso no prueba mi elección. ¿Qué frutos doy? ¿Me contento con pensar que «estoy bien», o me dejo llevar por la actitud contraria de gratitud y humildad, amando sinceramente a Dios, temiéndole y entristeciéndome por mis pecados? ¿Me maravillo de lo que Dios ha hecho por mí y le alabo por ello?
Artículo 14
¿Cómo debe enseñarse la elección?
A veces tenemos la tentación de pasar por alto la doctrina de la elección o de relegarla al «archivo de los temas difíciles». Uno puede empezar a sentirse incómodo al hablar de la seguridad de la elección, la falsa seguridad, los frutos de la elección, porque nos lleva a preguntarnos: «¿Dónde encajo yo? ¿Estoy donde me gustaría estar?». Nos sentimos fácilmente tentados a darle vuelta a la página y hablar de algo más «cómodo», como el amor de Dios. Por eso, al redactar el artículo 14, nuestros padres se ocuparon primero de la cuestión de si debíamos hablar de la elección. Se mantuvieron firmes en que la respuesta es sí, sobre la base de que Dios mismo habla de ello en Su Palabra. Por eso escribieron: «Esta doctrina de la elección divina, según el sapientísimo consejo de Dios, fue predicada por los profetas, por el mismo Cristo y por los apóstoles, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y luego fue puesta por escrito en las Sagradas Escrituras».
Si Dios ha revelado la doctrina de la elección, no me corresponde a mí decir que es demasiado difícil y por tanto ignorarla, o decir también que no es importante. Habiendo establecido que es solo por una fe verdadera que uno puede ser salvado, el Día del Señor 7, P/R 22 continúa, «¿Qué, entonces, debe creer un cristiano? Todo lo que se nos promete en el Evangelio, que los artículos de nuestra católica e indudable fe cristiana nos enseñan resumidamente». Por lo tanto, mi actitud debería ser, si Dios ha revelado la doctrina de la elección en Su evangelio, y puesto que un cristiano debe creer todo lo que Dios ha revelado, entonces debo ocuparme de todo ello. Lo que Dios ha prometido en el Evangelio se ha resumido en los artículos de la fe cristiana. Sin embargo, aunque el Credo de los Apóstoles no incluya ningún artículo relativo a la doctrina de los ángeles, el pacto o la elección, eso no me excusa de creer en esas doctrinas y estudiarlas, por difíciles que sean. Todas estas son partes de la revelación de Dios, y por lo tanto ninguna puede pasarse por alto. «Por lo tanto, también hoy esta doctrina debe ser enseñada en la Iglesia de Dios, para la cual fue particularmente destinada, en su debido tiempo y lugar». Es deber de todos los ministros de la Palabra predicar la elección y es deber de todos los hijos del Señor creer lo que Dios ha revelado al respecto y ocuparse de ello.
¿Cómo, entonces, ha de enseñarse la doctrina de la elección? ¿Cómo, en este caso, he de ocuparme yo de esta doctrina? «Por tanto… esta doctrina debe enseñarse… con espíritu de discreción, de manera reverente y santa, sin inquirir inquisitivamente en los caminos del Altísimo, para gloria del santísimo Nombre de Dios y para consuelo vivo de su pueblo». Gran parte de la doctrina de la elección permanece más allá de la comprensión humana. ¿No dice Dios en Su Palabra que Sus caminos son más altos que nuestros caminos, (Isaías 55:9) y que las cosas secretas le pertenecen a Él? (Deuteronomio 29:29). No me corresponde a mí confinar a Dios y Su revelación a un paquete ordenado de conocimientos que yo pueda comprender totalmente. Por eso nuestro artículo también advierte contra «inquirir inquisitivamente en los caminos del Altísimo». Hay cosas que simplemente debo creer con un corazón de fe, aunque no las entienda. Por lo tanto, es necesario un espíritu de humildad cuando ocupamos nuestras mentes y discusiones con el tema de la elección de Dios. Al mismo tiempo, se necesita discreción para que los hermanos y hermanas más débiles no duden de su elección. La elección no debe enseñarse con altivez o insensibilidad, juzgando a otros como réprobos en ausencia de evidencia de frutos de fe en sus vidas. También debe enseñarse «en su debido tiempo y lugar», es decir, teniendo en cuenta la madurez de la fe de la persona a la que se enseña.
Nuestro primer motivo para enseñar y estudiar la doctrina de la elección debe ser «la gloria del santísimo nombre de Dios». La elección nos impulsa a alabar a Dios, porque Él realmente escogió a pecadores para ser Sus hijos, sí, incluso a mí. La elección señala la gracia infinita de Dios sobre el totalmente indigno. Por tanto, la elección centra nuestra atención en lo que Dios hace. De ahí que nuestro segundo motivo para enseñar y estudiar la doctrina de la elección sea «para el consuelo vivo de su pueblo». Donde Dios obra, hay consuelo para Sus hijos.
Artículo 15
Descripción de la reprobación
La misma palabra «reprobación» en el encabezamiento de nuestro artículo nos induce a pensar que vamos a comenzar un nuevo tema. Sin embargo, no es así. Nuestro artículo, en su frase inicial, llama nuestra atención sobre la mayor maravilla de la gracia de Dios al elegir a algunos recordando el hecho de que algunos no han sido elegidos. «La Sagrada Escritura nos ilustra y recomienda esta gracia eterna e inmerecida de nuestra elección, especialmente cuando declara además que no todos los hombres son elegidos, sino que algunos no han sido elegidos…». Que Dios elija a algunos, que Dios me haya elegido a mí, es aún más emocionante cuando nos damos cuenta de que otros han sido dejados con satanás: la reprobación. Yo no soy mejor que nadie; sin embargo, Dios me ha elegido. ¡Qué milagro y qué maravilla! La reprobación acentúa lo maravilloso que es que se me permita ser elegido.
El tema de la reprobación ha llevado a muchos, a lo largo de los años, a pensar que Dios es insensible, duro y cruel. Se preguntan cómo es posible que Dios tome a unos pobres inocentes y los deje caer en el infierno. Sin embargo, hablar así es erróneo y no es más que una caricatura de lo que dice la Biblia sobre la elección y la reprobación. Porque la suposición en esta caricatura es que todas las personas son neutrales, inocentes ante Dios. Si todos los hombres fueran realmente inocentes ante Dios, entonces sí, la doctrina de la reprobación no halaga en absoluto la reputación de Dios. Pero la Biblia no presenta a las personas como estando ante Dios en terreno neutral, y luego Dios en su beneplácito enviando a algunos al Cielo y a otros al infierno. Por el contrario, la Biblia dice que todos caímos en pecado. La Biblia habla de que todos estamos condenados. Todos estamos bajo la ira de Dios, todos estamos muertos en el pecado y, en consecuencia, todos merecemos la justicia de Dios. Nosotros, toda la raza humana, nos pusimos en el campo de Satanás. Véase la figura 2.
La elección consiste en que Dios elige a algunos que han abandonado deliberadamente a Dios en el Paraíso en favor de Satanás, y los devuelve a su lado. Los réprobos, por el contrario, no son enviados al infierno, sino que se les deja en la miseria en la que ellos mismos se hundieron. «Por su muy libre, muy justo, intachable e inmutable beneplácito, Dios ha decretado dejarlos en la miseria común en la que se han hundido por su propia culpa y no darles la fe salvadora y la gracia de la conversión». Dios, en su beneplácito, los pasó por alto. Eso es reprobación. En Apocalipsis 13:8 leemos: «Y le adoraron todos los moradores en la tierra (es decir, la bestia, vs. 1), cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero…». Aquellos que adorarán a la bestia (la bestia simboliza al diablo) son aquellos que han sido pasados por alto, cuyos nombres no han sido escritos en el libro del Señor, en el libro de la vida. No es que sus nombres hayan sido escritos en algún libro de los condenados; más bien han sido pasados de largo, dejados donde ellos mismos se colocaron.
Tanto el hecho de que algunos fueran pasados por alto, como qué personas serían pasadas por alto, también formaba parte del decreto eterno de Dios. En 1Pedro 2:8 leemos: «Porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes, a lo cual fueron también destinados». Los que son pasados por alto pueden oír el Evangelio. De hecho, aquellos sobre los que escribe Pedro lo han oído. Pero, añade Pedro, «tropiezan con Cristo». No creen, les ofende el Evangelio. El hecho de que rechacen el Evangelio no coge a Dios por sorpresa (o decepción), porque Él había determinado desde hace mucho tiempo que no creerían. (Vea también el material del artículo 6, acerca de la soberanía de Dios.) Dios los pasó por alto en Su decreto eterno de escoger para salvación. Del mismo modo, Romanos 9:22-23 habla de dos clases de vasos al referirse a los elegidos frente a los réprobos. El contexto del capítulo exige que entendamos que los «vasos de ira preparados para destrucción» se refieren a las personas que Dios ha pasado por alto, los réprobos, y los «vasos de misericordia que Él preparó de antemano para gloria» se refieren a los elegidos. Dios ha determinado de antemano quiénes se salvarían, los elegidos, y quiénes no se salvarían, los réprobos.
Los arminianos decían que Dios ha escogido para la salvación a aquellos que Dios vio de antemano que creerían (la llamada «fe prevista»), y pasó por alto a aquellos que vio de antemano que no creerían («incredulidad prevista»). Basándose en las Escrituras, nuestros padres refutaron esto como incorrecto. Dios no ha escogido a una persona porque vio de antemano que creería. Tampoco Dios ha pasado por alto a una persona, dejándola en el infierno, porque vio de antemano la incredulidad prevista. Si la elección o reprobación dependiera de si una persona creería o no creería, el decreto de Dios concerniente a la elección y reprobación habría dependido del hombre. Es decir: Dios dependería de la decisión del hombre. No, Dios eligió para la salvación, e igualmente pasó por alto a una persona (=la dejó donde se puso), por Su beneplácito. Que algunos se salven se puede atribuir sólo a Dios; fue el beneplácito de Dios. Que Dios pase por alto a otros es igualmente el beneplácito de Dios. Todos fueron al lado de Satanás. Que una persona termine en el cielo es la gracia de Dios. Que los réprobos terminen en el infierno es la justa sentencia de Dios sobre sus fechorías, tanto su caída original en el pecado como sus pecados diarios. «Habiendo sido éstos (los réprobos) dejados en sus propios caminos y bajo Su justo juicio, Dios ha decretado finalmente condenar y castigar eternamente no sólo a causa de su incredulidad sino también a causa de todos sus otros pecados, para la declaración de Su justicia. Este es el decreto de la reprobación, que de ninguna manera convierte a Dios en el autor del pecado (¡el solo pensamiento es blasfemo!), sino que más bien lo declara juez y vengador imponente, irreprochable y justo». Los réprobos (como toda la humanidad) cayeron y se hundieron en la incredulidad; por eso Dios dice que tienen lo que se merecen.
Aquellos que ven en sí mismos los frutos de la elección no pueden menospreciar a una persona que no cree. No soy mejor que Judas Iscariote. Que se me permita ir al cielo es estrictamente obra de Dios. La Escritura habla de la elección y de la reprobación no para que nos sintamos bien con nosotros mismos, sino para que alabemos más a Dios. Porque ¡qué Dios es éste, que eligió a algunos para ser salvados de su miseria elegida por ellos mismos! Más aún: ¡qué Dios tengo yo, que me eligió a mí en vez de al prójimo! La comprensión de lo que Dios ha hecho por mí sólo puede conducir a una profunda gratitud y a la alabanza eterna de este gran Dios.