El bautismo de niños y el cruce del Mar Rojo
J. V. Fesko
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Una de las afirmaciones habituales que escucho de mis amigos bautistas es: «El bautismo infantil no aparece en las páginas de la Biblia». Creo que la afirmación es común, dado que muchos cristianos se basan en el Nuevo Testamento para dar forma a su comprensión del bautismo. Después de todo, Juan bautizó a Jesús en el río Jordán, y Jesús encargó a la Iglesia que bautizara a las naciones (Mt 28:18-19). Pero ¿se sostiene este enfoque exclusivamente neotestamentario para entender el bautismo? Siempre que enseño alguna doctrina, animo a mis alumnos a que observen el desarrollo de la historia de la redención y sigan la línea doctrinal desde Génesis hasta Apocalipsis para asegurarse de que obtengan una idea completa. En este caso, el comentario inerrante e infalible del apóstol Pablo sobre el Antiguo Testamento nos muestra que las Escrituras revelan efectivamente el bautismo de niños. La explicación de Pablo sobre el cruce del Mar Rojo nos da una imagen tipológica del bautismo, incluso del bautismo de niños. Pero este retrato tipológico no apunta hacia el sacramento del bautismo. Más bien, tanto el cruce del Mar Rojo como el sacramento del bautismo apuntan al bautismo del Espíritu que Cristo realizó cuando ascendió a la diestra del Padre. Así pues, una visión clara del bautismo del Mar Rojo nos prepara mejor para apreciar el bautismo de la Iglesia por parte de Cristo y su significado, especialmente el significado del bautismo infantil.
Pablo sobre el bautismo en el Mar Rojo
Dios liberó milagrosamente a Israel al dividir las aguas del Mar Rojo. Cuando todo el pueblo logró cruzarlo, Dios hizo caer los muros de agua sobre el Faraón y su ejército en señal de juicio (Ex 14). Milagro de milagros, Dios salvó a Israel a través de las aguas del Mar Rojo, pero la primera pista de que algo más ocurrió viene de la Cántico de Moisés: «Soplaste tu Espíritu; el mar los cubrió» (Ex 15:10, la traducción es del autor). Dios sopló su ruaj, o su pneuma en la traducción griega del Antiguo Testamento. La presencia del Espíritu es algo que observó el padre de la Iglesia Ambrosio de Milán (hacia 339-397), quien concluyó que «el santo bautismo estaba prefigurado en aquel pasaje de los hebreos, en el que el egipcio pereció, pero el hebreo escapó» (De Mysteriis, III, NPNF 2/10:318). Ambrosio llega a una conclusión sólida apoyada tanto por el profeta Isaías como por el apóstol Pablo. El profeta Isaías contempló la travesía del Mar Rojo y preguntó a sus contemporáneos: «¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso en medio de él su santo espíritu?» (Is 63:11). ¿Cómo explica Pablo la travesía del Mar Rojo?
Pablo escribe: «Nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar, y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar» (1 Co 10:1b-2). Cuando Pablo escribe que «todos fueron bautizados», recuerda al lector que toda la nación pasó por las aguas, incluidos los adultos y los «niños» (Éx 10:24; cf., por ejemplo, Nm 14:3,31). Toda la nación fue bautizada «en Moisés», lo que significa que fueron «bautizados en el discipulado de Moisés» y «en la participación de los privilegios que conllevaba la economía mosaica» (Murray, Romanos, 214). Que Israel fuera «bautizado en Moisés» podría sugerir que este bautismo era temporal más que espiritual, ya que Moisés no salvó a Israel para la vida eterna del mismo modo que el «bautismo en Cristo Jesús» proclama sacramentalmente la unión salvadora con Cristo (Rm 6:1-4; Confesión de Fe de Westminster 28:1). Sin embargo, Pablo explica que Dios bautizó a Israel en Moisés «en la nube y en el mar». La mención del mar por parte de Pablo tiene sentido, ya que sabemos que las aguas del Mar Rojo estaban presentes, por muy irónico que fuera este bautismo: Israel permaneció seco mientras que el faraón y su ejército se mojaron. Pero ¿qué quiere decir Pablo cuando afirma que Dios bautizó a Israel en la nube?
La nube de día y la columna de fuego de noche eran signos visibles que indicaban la presencia del Espíritu Santo (Ex 13:21-22; 14:19). El Antiguo Testamento asocia la nube con la presencia misma de Dios (Éx 14:24; Nm 12:5; 14:14; Dt 31:15; Ne 9:12; Sal 99:7), pero Moisés, Isaías y Pablo relacionan la nube del Mar Rojo específicamente con la presencia del Espíritu. Así, Dios bautizó a Israel, incluidos sus «niños» en «Moisés en la nube y en el mar» (1 Co 10:2). Dios bautizó a los infantes en el Espíritu cuando Israel cruzó el Mar Rojo, y como Pablo continúa explicando: «Estas cosas les sucedieron como un tipo (τύποι), pero fueron escritas para nuestra instrucción, sobre quienes ha llegado el fin de las edades» (1 Co 10:11, la traducción es del autor). El hecho de que Pablo designe el cruce del Mar Rojo, entre otros acontecimientos, como un tipo, o prefiguración, significa que este acontecimiento anticipa un cumplimiento aún mayor al final de los tiempos.
El bautismo de Cristo que realizó por el Espíritu
Existe un conjunto de acontecimientos a los que apunta el cruce del Mar Rojo. En primer lugar, debemos dar un paso atrás y observar el retrato a gran escala que Dios pintó en el cruce milagroso. Israel era el hijo primogénito de Dios que atravesó las aguas y recibió el Espíritu (Ex 4:22; 15:10; Is 63:11; 1 Co 10:1-2). Encontramos un equivalente antitípico de este acontecimiento cuando el Hijo unigénito de Dios descendió a las aguas del Jordán, emergió y entonces el Padre derramó sobre Él el Espíritu Santo (Mt 3:13-17; Mc 1:9-11; Lc 3:21-22). El Padre ungió a su Hijo para dotarlo para llevar a cabo su ministerio evangélico (Is 11:1-5; 42:1; 61:1-3; Lc 4:19-21). Cuando Jesús habló de su inminente crucifixión, se dirigió a una montaña donde se transfiguró mientras hablaba no meramente de su «partida», sino literalmente de su «éxodo» con Moisés y Elías (Lc 9:28-36, especialmente el v. 31). El hecho de que Lucas invoque el término éxodo para caracterizar el ministerio de Cristo nos remite al conjunto de acontecimientos milagrosos del Antiguo Testamento en torno a la redención de Israel y, especialmente, al cruzar el Mar Rojo.
Justo después de su éxodo –su crucifixión, resurrección y ascensión–, Cristo bautizó a la Iglesia en Pentecostés con el Espíritu Santo. Recuerde que Juan dijo que solamente bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con el «Espíritu Santo y fuego» (Mt 3:11; Lc 3:16). Este bautismo ocurrió en Pentecostés como explica el apóstol Pedro: «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros mismos veis y oís» (Hch 2:33). Al igual que el viento que hizo retroceder las aguas, la presencia del Espíritu en la nube al cruzar el Mar Rojo y la columna de fuego que guiaba a Israel por la noche, en Pentecostés «vino del cielo un estruendo como de un viento recio… y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hch 2:2.3). Cristo bautizó a la Iglesia en Pentecostés, y así exclamó Pedro: «Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2:38). Cabe destacar que la declaración de Pedro no se limitaba a los adultos que podían hacer profesión de fe. Pies diminutos fueron llevados por los padres, y niños pequeños también caminaron sobre el lecho seco del Mar Rojo mientras eran bautizados en la nube. Así, Pedro proclamó: «Porque para vosotros es la promesa y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hch 2:39). Dios liberó a familias enteras mediante el bautismo del Mar Rojo, y así sigue salvando a familias enteras en el Nuevo Testamento (Éx 12:3; Hch 10:2; 11:14; 16:15,31, 34; 18:8; 1 Co 1:16). Además, cuando José fue a enterrar a su padre, toda su casa fue con él junto con las casas de su padre y hermanos, sin embargo, «Solamente dejaron en la tierra de Gosén a sus niños» (Gn 50:8). Aquí Moisés pone entre paréntesis a los niños cuando menciona la participación de la familia en el entierro del padre de José, Jacob, sin embargo, no se producen tales exclusiones en los bautismos de la familia del Nuevo Testamento. En resumen, el bautismo de infantes en el cruce del Mar Rojo muestra a la iglesia que debemos bautizar a los infantes miembros de los hogares cristianos.
El significado del bautismo
Cuando miramos el bautismo a través de la lente de la explicación de Pablo sobre el cruce del Mar Rojo, vemos que los niños deben recibir el sacramento del bautismo. Dado que son hijos de padres que profesan ser cristianos, tienen derecho a la señal del pacto. Tienen derecho al sacramento del bautismo, que proclama mediante la Palabra predicada y visible que Cristo ha venido y ha bautizado a toda la comunidad del pacto en el Espíritu Santo mientras nos conduce en nuestro éxodo final. En nuestro contexto actual, los cristianos caracterizan el bautismo como un rito individual de admisión a la salvación, mientras que las iglesias reformadas y presbiterianas han definido históricamente el bautismo como la admisión de individuos y hogares en la comunidad visible del pacto, la iglesia. En palabras de la Confesión de Westminster: «La iglesia visible… se compone de todos los que en todo el mundo profesan la religión verdadera; y de sus hijos: y es el reino del Señor Jesucristo, la casa y familia de Dios, fuera de la cual no existe posibilidad ordinaria de salvación» (25:2). Pero hay dos puntos importantes que debemos observar en relación con el bautismo: Es un testimonio de la soberanía de Dios y de la necesidad de la fe en Cristo.
En primer lugar, existen muchos cristianos que definen el bautismo como el testimonio de su fe salvadora y su compromiso con Cristo. Hay algo de verdad en esto, ya que incluso la Confesión de Westminster afirma que el bautismo es una señal de que el creyente «se entrega a Dios, por medio de Jesucristo, para caminar en novedad de vida» (CFW 28:1). Sin embargo, el bautismo es más que un signo de nuestra entrega y dedicación a Cristo. Como sacramento, una señal sagrada y sello de las promesas del pacto de Dios en Cristo, el bautismo es una palabra visible que anuncia el Evangelio a nuestros sentidos de la vista y el tacto. Lo que la Palabra predicada es para el oído, los sacramentos lo son para los demás sentidos. Palabra y sacramento actúan conjuntamente para anunciar el Evangelio. Cuando pensamos en los sacramentos, debemos hacernos dos preguntas: (1) ¿qué estoy diciendo con el sacramento? Y (2), lo que es más importante, ¿qué está diciendo Dios a través del sacramento? La segunda pregunta invita a la reflexión y la meditación.
En este caso, el sacramento del bautismo proclama que Cristo ha vivido, padecido, muerto, resucitado y ascendido a la diestra del Padre y ha bautizado a la Iglesia en el Espíritu (Hch 2:33). Pero vemos dos poderosas verdades entre muchas otras en el bautismo. Dios salva a los adultos mediante una profesión de fe. El bautismo también proclama, sin embargo, que Dios nos alcanza cuando somos incapaces de ir hacia Él, y nos marca como suyos al colocar su señal de pacto del bautismo sobre los hijos de los creyentes. El cruce del Mar Rojo ilustra poderosamente este punto. Dios salvó a toda la nación de Israel a través del bautismo del Mar Rojo, pero ¿quiénes alcanzaron finalmente la Tierra Prometida y entraron en ella? Los infantes y niños de Israel, no los adultos. Los adultos oyeron y recibieron el mensaje del Evangelio, pero no creyeron, por lo que Dios les impidió entrar en la Tierra Prometida (Hb 4:6). Dio la Tierra Prometida a los niños y bebés que fueron bautizados en el Mar Rojo. El bautismo infantil, por tanto, nos enseña poderosamente la soberanía de Dios en la salvación. Él nos elige; nosotros no lo elegimos a Él.
En segundo lugar, no debemos pensar que el bautismo de infantes es la única forma del sacramento que practicamos. Las iglesias presbiterianas y reformadas también practican el bautismo de creyentes. Es decir, cuando un adulto convertido hace una profesión de fe, una iglesia lo admite como miembro de la iglesia visible. Que los adultos requieran una profesión de fe para el bautismo significa sacramentalmente que sólo la fe en Jesucristo salva a una persona. Juntos, el bautismo de niños y el bautismo de creyentes nos recuerdan tanto la soberanía de Dios en la salvación como la necesidad de la salvación solamente por la gracia a través de la fe únicamente en Cristo. Las aguas del bautismo por sí solas no salvan. Más bien, cuando la iglesia administra el bautismo de un infante, lo hace con la esperanza y anticipación de que el infante crezca en el seno de la iglesia, reciba instrucción, sea discipulado y eventualmente haga una profesión de fe en Cristo. Así como Israel ratificó el pacto en el Sinaí y los ancianos subieron al monte y comieron sin que murieran en la presencia de Dios (Ex 24:9-10), sólo los que profesan la fe en Cristo pueden acudir a la Cena del Señor para ratificar el pacto y comer sin que mueran en la presencia sacramental de Cristo. Solamente la persona que puede «examinarse a sí misma» y discernir el cuerpo de Cristo en el sacramento puede consumir el pan y beber la copa del nuevo pacto en la sangre de Cristo (1 Co 11:27-32). Como tal, la Cena del Señor es una anticipación del juicio final donde únicamente aquellos que han recibido el don de la fe a través del bautismo de Cristo del Espíritu escaparán de la ira de Dios.
Cuando leamos sobre el cruce del Mar Rojo, recordemos que es un tipo o prefiguración del bautismo con que Cristo bautiza a la iglesia. Así como el adulto y el infante fueron bautizados en la nube, ahora Cristo ha bautizado a la iglesia para salvar a hogares enteros, y así bautizamos a infantes y niños para proclamar esta gloriosa verdad.