¿Qué es el Evangelio?
James Haldane
(1768-1851)
El Evangelio es la buena nueva del perdón a los culpables; y no hace cálculos respecto a los diferentes grados de culpabilidad de aquellos a quienes se dirige. Revela una expiación suficiente para todos; y a cada pecador de la raza humana se le ordena recibirlo como un dicho fiel, y digno de toda aceptación, que Jesucristo vino al mundo para salvar al primero de los pecadores. El Evangelio no nos enseña cómo poner un fundamento para nosotros mismos, sino que nos informa del fundamento seguro que Dios ha puesto en Sión, al cual todos están igualmente invitados y sobre el cual se les ordena construir sus esperanzas, sin ningún temor de ser reprendidos por su conducta pasada por su Creador misericordioso.
El Evangelio es generalmente mal entendido por aquellos que profesan creer. Lo ven como un plan para compensar sus deficiencias mediante los méritos de Cristo; pero éste es «otro evangelio». El Evangelio de Cristo está dirigido a aquellos que están lejos de la justicia; que son pobres, ciegos, y desnudos; que no tienen dinero para comprar la salvación, ningún mérito que los recomiende al favor de Dios. Cristo no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Si no somos pecadores, no tenemos nada que ver con el Evangelio; y si somos pecadores, no rechacemos el consejo de Dios contra nosotros mismos, suponiendo vanamente que algo en nosotros nos da un derecho peculiar a su favor, o imaginando que nuestros pecados son demasiado grandes para ser perdonados. La justicia de Dios es totalmente independiente de nuestra obediencia. El ladrón en la cruz fue salvado por la fe en Jesús, y nadie entrará en el cielo de otra manera.
No supongamos, pues, que tenemos u obtendremos en el futuro algo que nos dé derecho al favor de Dios. «En tiempo aceptable te he oído; y en día de salvación te he socorrido». Acudamos, pues, a Dios con la oración del publicano: «Dios, sé propicio a mí, pecador»; y busquemos esta misericordia por medio de la expiación de Cristo.
Aunque las Escrituras son tan claras y expresas sobre este tema, es un tropiezo y una necedad para la gran mayoría de los que escuchan el Evangelio. Ofende su orgullo al ponerlos al nivel de los marginados de la sociedad; seguramente, piensan, que se hará alguna diferencia; pero yerran, porque no conocen las Escrituras, no comprenden la malignidad del pecado ni la gracia de Dios. Lo ven como una especie de trato que Dios se propone hacer con sus criaturas, que bajo ciertas condiciones las aceptará, mientras que en realidad es el mensaje de reconciliación, igualmente dirigido a toda la humanidad, declarando que se ha hecho una expiación completa por el pecado en la cruz, e invitando a cada pecador de la raza de Adán a acercarse instantáneamente a Dios como su Amigo y Padre por medio de Cristo.
Cuando Moisés levantó la serpiente en el desierto, era un remedio igualmente adaptado para todos los que habían sido mordidos. Tanto si la mordedura acababa de recibirse como si el veneno había infectado la sangre, al mirar a la serpiente, el paciente quedaba curado; y en referencia a este emblema, Cristo, dirigiéndose indistintamente a toda la humanidad, dice: «… Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque yo soy Dios, y no hay más, Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí» (Is 45:21-22).
Al anunciar la publicación del Evangelio, el Señor declaró por medio de su profeta: «La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y Jehová solo será exaltado en aquel día» (Is 2:11).
Aunque el Evangelio es un anuncio de perdón dirigido a los pecadores sin excepción y una invitación ilimitada a los culpables a refugiarse en la sangre de la expiación, es poder de Dios para salvación únicamente para los que creen. Pero es vano hablar de ser justificados por la justicia de Cristo, a menos que nuestros corazones sean purificados por la fe.
Podemos profesar la fe en Cristo mientras somos esclavos del pecado; podemos engañarnos a nosotros mismos y afirmar que confiamos en su justicia mientras vivimos según la carne; pero todo sarmiento de la vid que no da fruto será echado al fuego. No podemos imponernos a Dios; y si con las Escrituras en nuestras manos, nos imponemos a nosotros mismos, somos inexcusables.
Si creemos el Evangelio de Cristo, obrará eficazmente en nuestros corazones (1 Ts 2:13), y nos enseñará que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, debemos vivir sobria, justa y piadosamente en este mundo presente; y si lo que creemos no produce este efecto, no es la verdadera gracia de Dios en la que estamos. Toda doctrina cuya creencia no produce este efecto es un engaño, y el consuelo que obtenemos de ella es meramente divertirnos «con nuestros propios engaños». Los que son de Cristo han crucificado la carne, con sus afectos y concupiscencias.