Dios forma al hombre
Dios forma al hombre
Génesis 2:4-7
La forma especial en que Dios creó al hombre.
Introducción
Amados hermanos, hemos aprendido de Génesis 1 que Dios creó todas las cosas en su creación. Todo lo que existe en el mundo de Dios existe por su obra creadora, como también todo subsiste por su sustento y cuidado divinos. Aprendimos que Dios creó al hombre en el sexto día después que había creado todo lo demás, es decir, que todo lo demás que Dios creó lo puso al beneficio y servicio del hombre. No necesitaba nada el hombre cuando Dios lo puso en su hermosa y buena creación. Es más, aprendimos también que Dios estableció un modelo de trabajo y descanso para el hombre. Debemos trabajar duro e inteligentemente, pero también tenemos que descansar, y este modelo de trabajo y descanso se origina en Dios mismo. Anotamos que en esto se muestra el amor de Dios, ya que desde siempre Dios se ha preocupado por el bienestar de toda su creación, pero especialmente del hombre.
Pero al llegar a nuestro pasaje de hoy, Génesis 2:4-7, encontramos de una manera más palpable y vívida el amor, la bondad y la gracia de Dios derramada en la vida del ser humano. Nuestro pasaje es un relato de la creación que complementa y explica con más detalle cómo Dios creó al ser humano. No habla de una segunda creación, sino de la misma creación pero enfocándose en la tierra, que es la morada del hombre, y particularmente en la creación del hombre. Veamos cómo nuestro pasaje nos habla del amor de Dios al crear al hombre.
La forma especial en que Dios creó al hombre (4-7)
En Génesis 2:4 encontramos la primera pista de la bondad de Dios mejor expresada mediante un nuevo nombre de Dios que Moisés, el autor de Génesis, nos da. En Génesis 1 si ponen atención al nombre de Dios, encontrarán que siempre se le llama al Creador simplemente Dios. La palabra hebrea para Dios que Moisés usó es Elojim. Elojim creó todas las cosas en Génesis 1. Elojim se refiere a Dios como el Dios soberano y todopoderoso que con su gran potencia creó todas las cosas que existen. Es decir, el nombre Elojim denota el gran poder y soberanía de Dios al crear todo. El apóstol nos recuerda algo de esto en Romanos 1:20 cuando dice: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo…”. Así es, solo un Dios soberano y todopoderoso pudo haber creado todas las cosas. Esto era un gran aliento para el pueblo de Israel porque sabían que ese Dios todopoderoso y soberano, Elojim, era su Dios y podían estar seguros bajo su amparo y protección en contra de sus enemigos.
Pero Génesis 2:4 proporciona un nuevo nombre de Dios cuando dice: “el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos”. El nuevo nombre de Dios es Jehová. No solo Elojim, sino ahora Jehová Elojim, Jehová Dios. ¿Qué importancia tiene esto? Muchísima importancia, porque Jehová es el nombre que Dios le reveló a Moisés cuando se le apareció en el monte Sinaí y le mandó que fuera a rescatar al pueblo de Israel de Egipto. Usted puede leer esto en Éxodo 3. Jehová, pues, es el nombre de Dios que se relaciona con su obra liberadora, con su maravilloso rescate de los hijos de Israel de la mano dura de Faraón. El nombre de Jehová describe a Dios como el Dios de gracia y amor que rescata, que salva, que redime a su pueblo. Pero además de describir a Dios como el Dios rescatador y salvador, también lo describe como el Dios del pacto, del Dios fiel a todas sus promesas que le dio al pueblo de Israel al establecer su santo pacto de gracia con ellos. El Dios del pacto que es siempre fiel a todas sus promesas, y por esa fidelidad inquebrantable es que rescató a su pueblo Israel de la casa de esclavitud en Egipto.
Esto quiere decir que en la creación de todas las cosas, pero particularmente en la creación del ser humano, no solo intervino Elojim, el Dios soberano y todopoderoso, sino también Jehová, el Dios de gracia y bondad, de fidelidad, el Dios de la vida y de la redención. Los israelitas al oír esto se gozaban porque sabían que el Dios Creador era el mismo Dios de gracia que los rescató de Egipto, de la dura esclavitud. Así pues, en Jehová Elojim tenemos dos realidades fundamentales de la fe cristiana: tenemos al Dios Creador y al Dios Redentor. Ambas obras son indispensables; no podemos separar la obra de creación de la obra de redención. Ambas forman parte de la estructura y del tejido de la vida cristiana.
¿Acaso no es consolador y alentador saber que en Dios tenemos a nuestro Creador y Redentor? ¿Que en Dios tenemos al Todopoderoso pero también el amor y gracia que nos perdonan de todos nuestros pecados y nos otorgan la vida eterna? Pero este gran Dios, Jehová Elojim no puede ser nuestro Dios, sino únicamente a través de su eterno Hijo Jesucristo. A través de Jesús, el Hijo amado de Dios, nosotros llegamos a ser hijos e hijas de ese gran Dios, y podemos disfrutar de su hermosa creación y salvación.
Regresando a Génesis 2, en los versículos 4-6 encontramos otra señal del cuidado de Dios por su creación en la tierra. Moisés dice que antes que existiesen las plantas y hierbas del campo, antes que Jehová enviara la lluvia, y antes de que existiera el hombre para cultivar la tierra, antes de todo esto, Dios sustentaba y mantenía, le daba vida a su creación. ¿Cómo lo hacía? Dice el versículo 6 que “subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra”. Cuando nosotros vemos un lugar desolado en que no hay árboles, ni plantas ni hierbas, ni hay vida humana, ni hay nada de agua ni lluvia, solemos decir que es un lugar sin vida, un lugar muerto donde nada crece, donde no hay posibilidad de sobrevivir. Pero si nos detenemos y no nos apresuramos en nuestro juicio humano, empezamos a ver que aun en esos lugares desolados sí hay vida. Bueno, de una manera majestuosa, Moisés dice que cuando parecía que no podía haber vida en la tierra, Dios la sustentaba con vida. Y no necesitaba de los árboles, plantas, hierbas, ni de la lluvia ni del hombre, para que le diera vida a su creación, ya que él mismo la regaba con un rocío que subía de la tierra para regar toda la superficie de la misma. En otras palabras, Dios no necesita de nada ni de nadie para sustentar y darle vida a su creación. Él es el creador todopoderoso que tiene todos los recursos necesarios para sustentar a su hermosa y buena creación.
No necesita de la lluvia, ni de nosotros mismos. Nosotros no somos indispensables para Dios hermanos. Eso lo tenemos que aprender de una vez por todas. Dios generalmente actúa a través de medios que él mismo creó para llevar a cabo sus propósitos. Es decir, usa la lluvia para regar las plantas y de ese modo tener cosechas. Usa al hombre para cultivar la tierra y desarrollar muchas cosas en la tierra. Todo eso es verdad, pero déjenme decirles que aunque Dios usa esos medios no está esclavizado a esos medios, aunque Dios usa medios no está limitado a ellos, aunque usa medios no está restringido a ellos, sino que Dios, como Elojim, el todopoderoso, puede sustentar a toda su creación con eterno poder sin necesidad de nada ni de nadie.
El tema del agua, como veremos después, era una realidad totalmente necesaria e indispensable para los hijos de Israel, quienes (cuando Moisés escribió Génesis) se encontraban, ¿saben dónde? En el desierto, “ese desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua” como dice Deuteronomio 8:15. Pero allí donde no había agua, Dios hizo salir agua de la roca del pedernal, donde no había agua, los israelitas nunca murieron de sed. Donde no había lluvia que hiciera crecer las plantaciones, allí Dios siempre los “sustentó con maná”. Nunca les faltó nada. Así como Dios no necesitaba de la lluvia, ni del trabajo del hombre, para sustentar y mantener con vida a su creación al principio, también lo hizo con su pueblo. Los metió en ese desierto seco y árido donde la muerte es segura para todos ser humano, pero precisamente allí los puso a prueba y les demostró que si confiaban en él nunca perderían la vida y los haría prosperar incluso en medio de las condiciones más adversas que se puedan imaginar.
¿Y no lo ha hecho con nosotros también? ¿No lo ha hecho con el valle de San Joaquín donde no ha llovido por años? ¿Acaso han faltado las cosechas? ¿Acaso nos ha faltado trabajo? Dios nos pone a prueba, pero no nos abandona, sino que quiere que aprendamos a confiar completamente en él para nuestro sustento. Si Dios puede sustentar toda la máquina de la creación, ¿acaso no sustentará a su pueblo redimido, a su iglesia por la cual la sangre preciosa de su Hijo amado Jesucristo fue derramada?
Pero continuemos en nuestro estudio de Génesis 2. Ahora llegamos a la formación del ser humano en donde, como dijimos, de una manera especial se exhibe y despliega admirablemente el poder, amor y bondad de Dios hacia el hombre. Dice el versículo 7 que Jehová Dios formó al hombre. Paremos aquí. En Génesis 1 se usan dos verbos para la actividad creadora de Dios que son: crear y hacer. Pero aquí en 2:7 leemos de un nuevo verbo para la creación de Dios que es: formar. Aunque estos verbos, por supuesto, están interconectados e interrelacionados en Dios y en su creación, sin embargo comunican matices singulares que nos revelan la clase de Dios que tenemos hermanos. En el caso del verbo formar resalta el cuidado, el amor, como también la pericia de nuestro Creador. Formar para nosotros implica la idea de dar forma a algo informe, de moldear, de diseñar, de adornar como cuando a una masa informe de plastilina le damos forma para hacer alguna figura de nuestro gusto. ¿Y cierto o no que a veces hasta nos deleitamos en el resultado de nuestra manipulación y formación que le damos a la plastilina? Bueno, en la Biblia esta idea de formar, de moldear, de diseñar, de exhibir pericia, destreza, técnica y habilidad se transmite con el trabajo de un artesano o alfarero. ¿Y no dice la Biblia que Dios es el alfarero y nosotros somos el barro? Eso es exactamente lo que vemos aquí en Génesis 2:7 hermanos. El alfarero perfectísimo procede a formar, moldear, diseñar con maestría y destreza sinigual a la corona de su creación, es decir, al ser humano.
Jehová Dios no procedió a crear al hombre de una manera inmediata con tan solo la voz de su poderosa palabra como lo hizo con el resto de su creación, sino que se detiene, por decirlo así, hace una pausa, medita, se arremanga la camisa figuradamente hablando, y con tacto y cuidado esmerados procede a crear al hombre. Dice el texto: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra”. Esta idea la vemos expresada en Job 10:8-12 donde Job se lamenta de su condición pero a la misma vez expone la obra formadora de Dios cuando dice: “Tus manos me hicieron y me formaron; ¿y luego te vuelves y me deshaces? Acuérdate que como a barro me diste forma; ¿y en polvo me has de volver? ¿No me vaciaste como leche, y como queso me cuajaste? Me vestiste de piel y de carne, y me tejiste con huesos y nervios. Vida y misericordia me concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu”.
Hermanos este pasaje de Job ilustra dos aspectos o dimensiones de la creación del ser humano en Génesis 2:7. El primero ya lo tocamos al hablar de la maestría con la que Dios nos formó. Pero el segundo se refiere, por decirlo así, al material de donde fuimos formados que es el polvo de la tierra, el lodo, el barro. Por un lado, en el hombre contemplamos lo más sublime pero también lo más bajo: la mano maestra de Dios y el polvo de la tierra. ¿Ya se dieron cuenta? Creo que esto es una gran enseñanza para los hijos de Israel que oían la explicación de Moisés en el desierto, pero también lo es para nosotros. La enseñanza es esta: en el hombre vemos la mano divina que le da existencia a lo más bajo de toda su creación, el polvo de la tierra. En otras palabras, el hombre adquiere toda su existencia de la mano formadora de Dios, y sin la intervención divina el hombre no es más que polvo de la tierra. Para que no subamos hasta las nubes en nuestra arrogancia, Dios nos recuerda que solamente en unión con él nuestra vida tiene sentido y significado, pero lejos de él no somos más que polvo y barro que los hombres pisotean y desprecian.
Pero la bondad de Dios al crear al hombre no termina allí, sino que 2:7 sigue diciendo: “y sopló en su nariz aliento de vida”. Hermanos hemos resaltado mucho la pericia y destreza de las manos divinas, de las manos de Dios al formar al hombre. Este trabajo en que el Dios todopoderoso, por decirlo así, se ensució las manos para formar al hombre desborda ya de tanta condescendencia y amor de Dios. Pero si esta imagen de Dios dándole forma al hombre es impresionante, la siguiente despunta en la expresión de su amor. “Jehová Dios sopló en la nariz del hombre aliento de vida”. Este soplo de Dios sugiere un amoroso acercamiento al hombre. Y en el contexto de la formación del hombre comunica la idea de que después de formar, de darle forma y figura al barro, Dios lo tomó en sus brazos, lo acercó a él y, como si fuera con un beso, le dio vida, sopló en sus narices, y entonces lo inerte, el barro formado llegó a ser un ser viviente. Dios acercándose tanto al hombre, como cuando una madre tiene entre sus brazos a su infante a quien besa, le roza sus mejillas con sus labios, y lo estrecha entre sus brazos. El Dios todopoderoso, Elojim, es también Jehová, el Dios cercano, el Dios de la gracia que concede al hombre lo que el hombre no se merece.
A ninguna otra criatura Dios la creó de esta manera; sólo el hombre tiene el privilegio de haber sido moldeado y vivificado por el aliento mismo que salió de la boca de Dios para llegar a la existencia. Esto explica mejor la imagen y semejanza de Dios que se narra en Génesis 1:26-28. ¿Qué es el hombre para que Dios vertiera en él su pericia y habilidad como artífice? ¿Qué es el hombre para que Dios lo confeccionara de dicha manera? ¿Qué es el hombre para que Dios lo visitara de una forma tan íntima y especial? Sin Dios, el hombre solo es barro y lodo, pero por la gracia de Dios el hombre es la corona de la creación de Dios.
Pero hermanos, esta gloria primigenia del hombre quedó completamente dañada, casi al punto de ser aniquilada, por el pecado de nuestros primeros padres en el paraíso. Adán y Eva perdieron esa comunión tan cercana e íntima con Dios, y por el pecado y como resultado del pecado ahora el hombre al morir vuelve al polvo de donde fue tomado. Y sin Cristo esta hermosa creación de Dios no tiene ninguna esperanza de salvación. Pero la buena noticia es que Cristo mismo, el Hijo eterno de Dios, se hizo hombre, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciendo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:5-8). ¿Para qué? Para que por medio de él, por medio de su obra perfecta y eterna Dios soplara otra vez en nosotros el aliento de la vida, pero no de la vida terrenal, sino el aliento divino de la vida abundante, de la vida eterna, de la vida que nada ni nadie más nos puede dar en esta vida. Cristo tomó nuestros pecados sobre sí mismo y fue tratado como si fuera pecador, para que por medio de su muerte, nosotros tuviéramos vida eterna, y para que por medio de su riqueza, nosotros fuésemos enriquecidos. Es más, Cristo Jesús vino al mundo para que por medio de su muerte y resurrección nosotros otra vez seamos renovados en el espíritu de nuestra mente, y seamos vestidos del nuevo hombre, que es Cristo mismo, el segundo y perfecto Adán, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:23-24). En Cristo somos una nueva creación hermanos, en Cristo ya no somos simplemente lodo, barro y arcilla despreciada y condenada, sino que en Cristo recibimos otra vez el soplo del aliento de vida que viene solamente del Dios todopoderoso que nos dio a su Hijo para que todo aquel que en él cree, no se pierda sino tenga vida eterna. Amén.