EL NACIMIENTO DE ISAAC
Introducción
Amados hermanos, muchas cosas han pasado en la vida de Abraham y Sara, cosas buenas y malas. Pero en el último episodio de sus vidas en Génesis 20 aprendimos que, de no ser porque Dios intervino milagrosa y poderosamente, la promesa de que Abraham y Sara tendrían un hijo no se hubiera cumplido nunca. Gracias a Dios que el cumplimiento de sus promesas depende de su fidelidad y compromiso, y no de nosotros. Al llegar a Génesis 21 ya han pasado al menos 25 años desde que Abraham y Sara salieron de Ur de los Caldeos. Dios ha establecido su pacto con Abraham y su descendencia, y particularmente le ha prometido que él y su esposa tendrían un hijo, un hijo prometido, el hijo de la promesa. En Génesis 15:4 el Señor le promete que su heredero no será su mayordomo Eliezer de Damasco, “sino un hijo tuyo será el que te heredará”. Y luego en Génesis 17:19 leemos que Dios nuevamente le promete que le dará un hijo: “Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac…” Nuevamente Dios le promete que le dará un hijo en Génesis 18:10: “De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo”. Pues, como dijimos, ya habían pasado 25 años, y la promesa no se cumplía. Pero se cumplió precisamente después de que Abraham y Sara pusieron en riesgo la promesa de Dios de que tendrían un hijo.
Jehová visitó a Sara (21:1-2)
De ahí la importancia que tiene que Génesis 21 empiece diciendo que el Señor “visitó a Sara”. De no haber sido por la misericordiosa intervención de Dios, Isaac nunca hubiera nacido. Pero observen cómo lo dice Moisés: “Jehová visitó a Sara”. Esta expresión significa que Dios tuvo que intervenir para hacer lo que Abraham y Sara no podían hacer. También significa que el Señor intervino para bendecir a Abraham y Sara, ya que sin la ayuda poderosa y la bendición de Dios, ellos no podrían haber hecho nada para que naciera Isaac. Noten también que dice que el Señor visitó a Sara; no dice que visitó a Abraham. Esto es importante a la luz de las promesas que Dios le había dado a Abraham de tener un hijo, ya que ese hijo prometido nacería de Sara, y no de otra mujer. No de Agar, ni de ninguna otra mujer, sino de Sara. Pero Sara ya tenía 90 años, ¿cómo podría embarazarse y dar a luz a un hijo? Pues la única respuesta es que era completamente necesaria la poderosa intervención y la bendición de Dios. Asimismo, hermanos, Dios constantemente interviene en la vida de su pueblo, en la vida de cada uno de nosotros, de nuestras familias, en la vida de nuestra iglesia. Es por su “visitación”, por su intervención que somos lo que somos, que hacemos lo que hacemos, y lo hace incluso, como cuando Abraham y Sara pecaron, lo hace incluso cuando nosotros pecamos y no merecemos su “visitación”. Esto una vez más nos recuerda que el cumplimiento de las promesas de Dios no depende de nosotros, sino de la fidelidad y el compromiso de Dios hacia su palabra dada en pacto a su pueblo.
Y esto nos lleva a la otra idea importante del v. 1: todo lo que Dios promete lo cumple, y no deja que sus palabras sean echadas a tierra. Por esto Moisés después de decir que el Señor visitó a Sara, dice “como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado”. Las dos expresiones “como había dicho” y “como había hablado” es una forma de decir “como había prometido”. Sí, el Señor a pesar de la edad avanzada de Abraham y Sara, y a pesar de sus pecados, cumplió la promesa que les había entregado. Nuestro Dios es un Dios de promesas, y mejor aún es un Dios que cumple sus promesas. Todas sus promesas se cumplen, ya que él las ha dado. Esto nos recuerda que podemos confiar en la palabra de Dios. No hay nadie que cumpla sus promesas como Dios lo hace. Todo lo que dice lo cumple. Abraham y Sara no siempre recordaron que Dios es fiel a sus promesas, y por eso diseñaban planes humanos y carnales para asegurar que la promesa de Dios se cumpliera; pero sus planes en lugar de asegurar el cumplimiento de las promesas de Dios, las ponían en riesgo. Dios quería de ellos que esperaran en su fidelidad y compromiso, y que recordaran que lo que él prometió lo cumpliría. Pero Abraham y Sara nos representan muy bien a nosotros también, ya que somos impacientes y esa impaciencia nos lleva a ser infieles a Dios y usar nuestra sabiduría humana y carnal para asegurar que Dios cumpla sus promesas. Y una vez más aprendemos que las promesas de Dios se cumplen porque Dios es fiel y está comprometido con su palabra dada a su iglesia.
El siguiente versículo, el v. 2, nuevamente confirma y agrega un nuevo elemento del compromiso de Dios para cumplir sus promesas. Y la misma idea la encontramos en el v. 5. Nos dice que Sara quedó embarazada y dio a Abraham un hijo “en su vejez” y que también Abraham de cien años tuvo un hijo, es decir, a pesar de la edad avanzada de ellos, el Dios todopoderoso, para quien no hay cosa difícil, hizo que este viejito y viejita tuvieran un hijo. Estas palabras nos recuerdan la incredulidad de Sara cuando se enteró de que ella iba a tener un hijo. Génesis 18:11-15 nos recuerda varias cosas: que Abraham y Sara ya eran viejos, que a Sara ya le había cesado la costumbre de las mujeres, y que ella misma estaba consciente de que ya no se podía embarazar, y por esa razón Sara se rio, se rio porque no creyó que pudiera pasar eso. Pero el Señor le dijo a Abraham que para él no hay nada difícil, es decir, que todo es posible para él. Humanamente hablando, la edad se constituye en un obstáculo para hacer muchas cosas que nos gustaría hacer. Pero para Dios, ¿la edad es un obstáculo? No, hermanos, no hay nada que imposibilite a Dios para cumplir sus promesas. Para Dios nunca es tarde para hacer su voluntad en nuestras vidas. Ya seamos jóvenes o viejos, eso no es un impedimento para Dios. Así pues, debemos confiar en el poder de Dios, y no en nuestro poder.
Finalmente noten que el v. 3, al final, dice así: “en el tiempo que Dios le había dicho”. Es decir, Dios para cumplir sus promesas tiene todo perfectamente planeado, y tiene un tiempo específico en que lo hará. Si él lo prometido, lo hará sin importar nuestra salud, nuestra capacidad, nuestra edad o cualquier otra cosa. Para Dios no hay demasiado temprano o demasiado tarde para cumplir sus promesas. Su tiempo es perfecto, nunca se adelante y nunca se retrasa. Pero nuestra tentación es ponerle un calendario a Dios, y decirle: “en este tiempo lo tienes que hacer Señor”. Confiamos más en nuestro propio tiempo y en nuestra propia manera. Gracias a Dios que él no puede ser manipulado ni obligado por nosotros, sino que cumple siempre sus promesas en el tiempo que él mismo, en su sabiduría eterna, ha determinado; y ese es el mejor tiempo. ¿Realmente creemos esto?
La obediencia de Abraham
Con esto en mente, pasamos a la segunda sección importante de este pasaje: el v. 4 que dice: “Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac de ocho días, como Dios le había mandado”. Este versículo es importante por dos razones. Empecemos por la primera que aparece al final del versículo: Dios había mandado, es decir, había dado una orden, un mandamiento a Abraham para que circuncidara a sus hijos que nacieran en su casa a la edad de ocho días de nacidos. Esto lo encontramos en Génesis 17:12: “Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extraño, que no fuere de tu linaje”. La orden era clara y lo que Dios manda debe hacerse. Una parte fundamental de vivir en pacto con Dios es saber que no podemos vivir como se nos antoje, sino que Dios es quien ordena y manda cómo debemos vivir. Abraham no siempre vivió acatando los mandamientos de Dios, ¿y qué fue lo que sucedió? Pues siempre ponía en riesgo el cumplimiento de las promesas de Dios. Así pues, en el pacto que Dios establece con Abraham, el soberano no es Abraham sino Dios; Dios es quien manda, quien entrega mandamientos, y si queremos vivir en pacto con él, debemos conocer y seguir sus mandamientos.
La segunda razón de la importancia de este versículo radica en el hecho de que Abraham “obedeció” la orden de Dios, por eso dice: “Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac de ocho días”. Abraham, aunque nunca fue perfecto, pero él era el hombre de fe, aunque también debemos agregar rápidamente que era el hombre obediente. Abraham hacía las obras de Dios. Si ponemos en contexto la circuncisión de Isaac, podremos entender mejor la obediencia de Abraham en este punto de su vida. Una vez más recuerden que Abraham y Sara ya eran viejos: él tenía cien años y Sara noventa. Segundo, la circuncisión era dolorosa, ya que en ese tiempo no existía anestesia como ahora ni había todos los cuidados médicos en caso de una complicación; tercero, muchos niños en la antigüedad morían en la infancia, y una razón de la mortalidad infantil eran las enfermedades y las infecciones, que muchas de ellas eran incurables. ¿Pondría Abraham en riesgo la vida de Isaac? Abraham decidió mejor confiar y obedecer a Dios. ¡Qué gran ejemplo tenemos en Abraham! Un ejemplo de obediencia, aunque todas las circunstancias externas no estaban a su favor. ¿Obedeceremos nosotros también o cederemos ante la opinión de la gente a nuestro alrededor? Dios quiera que pongamos primero a él, y no la opinión de los demás.
Y así llegamos a la tercera sección de nuestro pasaje.
Risa en la vejez
Finalmente leemos en los vv. 6-7 que Sara dijo que Dios le había hecho reír. La primera vez que se menciona a Sara en la Biblia la encontramos en Génesis 11:29 donde rápidamente se nos dice que ella era estéril, que no podía tener hijos. Luego consideremos la edad de ella otra vez, que para este tiempo ya tenía noventa años; también recordemos las veces en que Sara fue puesta en peligro de ser tomada para siempre como esposa de un rey egipcio primero, y luego de un rey filisteo. Asimismo, piense en ella en el contexto de la vida de Abraham: Sara sufrió todo lo que su esposo sufrió; lo siguió sin rebelarse a todos los lugares que él fue; experimentó enfermedades y tristezas; pero especialmente tuvieron que pasar al menos 25 años para que Dios cumpliera su promesa. Sara, para rematar, al escuchar que tendría un hijo en su vez se rio de incredulidad, simplemente no lo podía creer. Pensó que era imposible. Es en vista de todos estos datos sobre ella que sus palabras en el v. 6 resultan muy significativas. “Dios me ha hecho reír” dijo. Es decir, aunque ya vieja y sin muchas expectativas, el Señor trajo risa a su vida, trajo gozo y alegría. No importa las circunstancias en que nos encontremos, Dios las puede revertir al grado de que, de la falta de esperanza, nos dé esperanza, de la tristeza nos dé alegría, del llanto nos dé risa. Dios puede hacer lo que nosotros no podemos hacer. Ella experimentó lo que dice el Salmo 126:2-3: “Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con estos; grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres”. Dios cambió la tristeza de Sara en baile de alegría y la ciñó de alegría (Salmo 30:11). Experimentó lo que también dice el Salmo 113:9: “Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya”.
Pero la risa de Sara, al parecer, es contagiosa, ya que los demás que oyeren del nacimiento de su bebé, se reirían con ella también. El gozo del Señor que da a su pueblo contagia a los demás. Si vivimos confiando siempre en Dios, en efecto tendremos muchos motivos de alegría, y otros podrán ver que nuestra risa, nuestra felicidad está en que somos hijos de Dios, y querrán saber más de nuestro Dios.
Aplicación
Recapitulando las ideas centrales que hemos encontrado en nuestro pasaje, podemos concluir con lo siguiente:
La “visitación” de Dios, es decir, su intervención en la vida de su iglesia es indispensable para que sus promesas se cumplan, incluso a pesar de nuestra infidelidad. Ahora bien, en el Nuevo Testamento aprendemos del canto de Zacarías que “Dios ha visitado nuevamente a su pueblo” (Lucas 1:78), y nos ha visitado nada más y nada menos que con la venida de su Hijo Jesucristo para darnos salvación. No merecíamos su visitación al igual que Abraham y Sara, pero en su misericordia nos visitó para salvarnos. Asimismo, la visitación de Dios nos enseña que tuvo que suceder un milagro para que Isaac naciera, lo cual es una figura de cómo nosotros nacemos espiritualmente: se requiere un milagro divino, se requiere la intervención de Dios para que podamos nacer de nuevo.
Segundo, lo que Dios prometió a Abraham y Sara lo cumplió y lo cumplió en su tiempo determinado. Ni antes ni después. ¿Podemos nosotros tener esa misma seguridad? Claro que sí. El apóstol le recordó a los corintios que Dios siempre cumple sus promesas en Cristo, al decirles en 2 Corintios 1:20: “Porque todas las promesas de Dios son él (Cristo) Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Nunca dudemos de que Dios cumplirá sus promesas. Asimismo, aprendemos de Gálatas 4:4 que Dios cumplió su mayor promesa, de la que la promesa de Isaac era una figura, al decir: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”.
Tercero, Dios usó el nacimiento de Isaac para dar risa y alegría a Abraham y Sara, pero Dios ha usado el nacimiento del Isaac mayor y más excelente, el Señor Jesucristo, para dar risa y alegría y gozo a toda la tierra. Así lo dijo el ángel a los pastores en Lucas 2:10-11: “Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”.
Cuarto y último, Abraham y Sara aprendieron por experiencia propia que no hay nada difícil para Dios. Dios hizo un gran milagro para que naciera Isaac de su madre anciana que ya no tenía, humanamente hablando, ninguna posibilidad de embarazarse y dar a luz a hijos. Pero Dios hizo un milagro mucho mayor, el milagro de milagros en una jovencita desconocida que vivía en un pueblo llamado Nazaret. María también preguntó al ángel que le anunció que iba a tener un hijo: “Cómo será esto? Pues no conozco varón”. Y parte de la respuesta del ángel fue: “porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:34, 37). Y con el gran milagro de la concepción de María, Dios nos ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea, no se pierda mas tenga vida eterna. Amén.