La apremiante necesidad de una ética reformada
Keith Mathison
Recientemente vi un video corto de una conferencia de mi mentor y ex pastor, el Dr. R.C. Sproul. En él, explicaba que su ministerio desde principios de los años 70 hasta principios de los 90 se había centrado en abordar las cuestiones católicas/universales del cristianismo: la doctrina de Dios, la doctrina de la Persona y la obra de Cristo, la doctrina de las Escrituras, etc. Durante esos primeros veinte años, él quería ministrar a un evangelicalismo amplio, y estas eran las doctrinas fundamentales bajo ataque en todas partes. Pero después de haber abordado todos esos temas en el transcurso de veinte años, el Dr. Sproul dice en su conferencia que quiere comenzar a enfocarse en los distintivos de la teología reformada. Él creía que la iglesia evangélica en general nunca podría ser verdaderamente saludable hasta que fuera reformada. Insistió en que “el cristianismo no reformado ha fracasado”.
Una de las cosas que dijo en esta conferencia me llamó especialmente la atención. Dijo que la iglesia evangélica en general ha sido “generalmente antinómica”. He estado pensando mucho en este comentario desde que vi el video, y creo que dice algo importante que debemos considerar seriamente, a saber, el hecho de que hay una diferencia radical entre la ética ampliamente evangélica y la ética distintivamente reformada. Hay una diferencia en la forma en que cada uno aborda las cuestiones éticas, y hay una diferencia en las fuentes utilizadas para responder a esas preguntas.
Una de las cuestiones doctrinales que separa la teología ampliamente evangélica de la teología confesional reformada es la teología del pacto. La mayoría de los evangélicos rechazan la teología reformada pactual, a menudo debido a sus implicaciones para nuestra comprensión de los sacramentos. Entre los evangélicos que son dispensacionalistas, las diferencias son aún mayores. ¿Por qué esto es importante? Porque el rechazo de la teología reformada pactual resulta en un enfoque hermenéutico muy diferente de la Biblia. El impacto de esas diferencias pactuales y hermenéuticas es evidente cuando se trata de cómo cada uno maneja el Antiguo Testamento en general y la ley bíblica en particular. Y la forma en que nos acercamos a la ley bíblica es enormemente importante para nuestro enfoque de la ética cristiana. Aquí es donde surge la acusación del Dr. Sproul de “antinomianismo generalizado”.
Históricamente, la teología reformada tiene una manera de abordar las cuestiones éticas. Este enfoque incluye un examen cuidadoso de la ley de Dios tal como se revela en las Escrituras. Incluye el examen de la literatura sapiencial bíblica. Incluye la consideración de la ley natural. Incluye examinar cómo otros pastores y teólogos reformados del pasado trataron temas similares. En otras palabras, mira las Escrituras tal como se entienden dentro de nuestra herencia teológica y confesional reformada. Por ejemplo, si surge una cuestión ética no abordada explícitamente por las Escrituras, el reformado iría primero a la ley bíblica y a la literatura sapiencial para encontrar principios bíblicos aplicables. Se tomarían en consideración las cuestiones de la ley natural. Luego veríamos cómo nuestras confesiones abordan este tema. Las preguntas y respuestas sobre los Diez Mandamientos en el Catecismo Mayor de Westminster, por ejemplo, son un rico recurso sobre cuestiones éticas.
Aquellos dentro del mundo ampliamente evangélico cuya teología del pacto descarta efectivamente la relevancia de la ley del Antiguo Testamento no tienen estos recursos. Cuando surge una cuestión ética que no se aborda explícitamente en el Nuevo Testamento, a menudo se ven obligados a buscar orientación ética en otra parte. Lamentablemente, muchos miran a la cultura en busca de orientación sobre cuestiones éticas. Hace un siglo, el liberalismo cristiano hizo lo mismo. Recurrió a la cultura para sus categorías, sus definiciones, sus normas. El liberalismo hizo esto porque conscientemente rechazó la autoridad bíblica. El evangelicalismo antinómico está haciendo esto inadvertidamente porque sus principios hermenéuticos hacen que cuatro quintas partes de la Biblia sean éticamente irrelevantes.
Cuando hacemos esto, terminamos reemplazando sola scriptura por sola cultura. Dado que nuestros principios hermenéuticos hacen que la mayor parte de la Biblia sea éticamente irrelevante, no nos dirigimos primero a las Escrituras. En cambio, vamos a la cultura. Observamos las líneas que la cultura ha trazado, los lados que la cultura ha creado, las definiciones que la cultura ha hecho, las agendas que la cultura ha respaldado, y luego nos enganchamos a uno.
Esta es una gran parte de la razón por la que el cristianismo no reformado ha fracasado, como dijo el Dr. Sproul. Esta forma de hacer ética es generalmente antinómica, y ciertamente no es reformada. Como uno que es reformado sin remordimientos y observando la forma en que se han tratado los problemas éticos en las últimas décadas, a menudo me siento como Bárbol (Treebeard). En las películas de El Señor de los Anillos, hay una escena en la que Pippin, uno de los hobbits, le pregunta a Bárbol: “¿Y de qué lado estás?”. Bárbol responde: “¿De qué lado? No estoy del lado de nadie, porque nadie está de mi lado”. La tradición confesional reformada no permite que la cultura defina los “lados”. Jesucristo define los lados y lo hace a través de Sus mandamientos en las Escrituras.