La ética en la Escritura – TDB1
Tomando decisiones bíblicas
John Frame
Traductor: Martín Bobadilla
Lección uno
La ética en la Escritura
Contenido
INTRODUCCIÓN
DEFINICIÓN
Dios y las bendiciones
Naturaleza divina
Acciones divinas
Amplitud de Temas
Profundidad de Temas
TRIPLE CRITERIO
Motivo correcto
Fe
Amor
Norma adecuada
Mandamientos
Toda la Escritura
Revelación general
Objetivo Apropiado
TRIPLE PROCESO
Tendencias
Perspectivas
Situacionales
Normativas
Existencial
Interdependencia
CONCLUSIÓN
Introducción
Creo que todos los cristianos estarían de acuerdo en que la ética está en crisis en nuestros días, no sólo en el mundo entre los no creyentes, sino también en la iglesia. Los incrédulos van en un millón de direcciones tratando de averiguar la diferencia entre el bien y el mal. Incluso los cristianos bienintencionados están desorientados cuando se trata de una vida ética y moral. He conocido a algunos cristianos que parecen tener muy pocas convicciones morales, y he conocido a otros cristianos que parecen tener respuestas sencillas a todas las cuestiones éticas.
Supongo que cuanto más envejezco, más me convenzo de que una de nuestras mayores necesidades hoy en día es una manera de entender cómo las Escrituras se aplican a nuestras vidas, cómo debemos pensar, actuar y sentir —una manera de tomar decisiones bíblicas.
Esta serie sobre Tomando Decisiones Bíblicas es la primera de nuestro curso sobre ética cristiana. En esta serie nos centraremos en el proceso que la Biblia nos enseña a seguir cuando tomamos decisiones sobre todo tipo de cosas en nuestras vidas. Hemos llamado a esta primera lección «La ética en la Escritura», e introduciremos esta serie, en primer lugar, estableciendo una definición bíblica de la ética cristiana, luego examinando el triple criterio bíblico de las buenas obras, y finalmente sugiriendo los contornos básicos de un triple proceso bíblico para tomar decisiones éticas. Comencemos por definir el concepto de ética cristiana.
Definición
Casi todos los pueblos de todos los lugares tienen sistemas éticos. Las diferentes religiones, culturas, sociedades e individuos varían en la forma en que determinan lo que es ético, y a menudo llegan a conclusiones radicalmente diferentes en cuanto a qué comportamientos e ideas deben ser aprobados y cuáles deben ser censurados. El campo de estudio que investiga estos diferentes sistemas y sus conclusiones suele denominarse ética.
En términos generales, la ética es el estudio del bien y el mal morales, el estudio de lo que es bueno y lo que es malo. Esta definición bastará como orientación básica hacia la ética, pero en estas lecciones no estamos tan interesados en el estudio amplio de la ética como en la visión particularmente cristiana o bíblica de la ética. Por lo tanto, trabajaremos con una definición que es un poco más estrecha que el estudio del bien y el mal moral. Definiremos la ética cristiana como:
La teología, vista como un medio para determinar qué personas, actos y actitudes humanas reciben la bendición de Dios y cuáles no.
Para comprender el significado de nuestra visión de la ética cristiana, analizaremos tres aspectos de esta definición: En primer lugar, nos daremos cuenta de cómo llama la atención sobre Dios y sus bendiciones. En segundo lugar, veremos la amplitud de temas que se incluyen en la ética cristiana. Y tercero, observaremos cómo la ética cristiana va más allá de las meras acciones. Consideremos primero cómo nuestra definición se centra en la ética como un asunto de Dios y sus bendiciones.
Dios y las bendiciones
A diferencia de muchos otros sistemas éticos, nuestra definición se centra en Dios y su bendición más que en términos como bueno o malo, o correcto o incorrecto. Las cosas que reciben la bendición de Dios son buenas y correctas, mientras que las cosas que no reciben su bendición son malas y erróneas. Pero ¿cuáles son algunas de las implicaciones de centrarse en Dios y su bendición de esta manera?
Al centrarnos en Dios y su bendición de esta manera, queremos decir dos cosas: Primero, la naturaleza de Dios es la norma de la moralidad. Y segundo, las acciones de Dios demuestran la norma de la moralidad. Veamos estas dos ideas con un poco más de detalle.
Naturaleza divina
En primer lugar, afirmamos que Dios mismo es la norma última de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal. Al decir esto, negamos que la moralidad en última instancia sea una norma ajena a Dios, a la que incluso Él deba atenerse si quiere ser considerado bueno. Por el contrario, insistimos en que Dios no es responsable ante ninguna norma ajena a Él y que todo lo que concuerda con su carácter es bueno y correcto, mientras que todo lo que no concuerda es malo y erróneo.
Considera estas ideas a la luz de la enseñanza de Juan en 1 Juan 1:5-7:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1Jn 1:5-7).
Esta metáfora de Dios como luz es ante todo una evaluación moral. La oscuridad se equipara con el pecado y la mentira, y la luz con la verdad y la pureza del pecado. Es una imagen de Dios como perfectamente libre de pecado en su propia naturaleza. Y es una descripción del pecado como algo ajeno a la naturaleza de Dios.
A la luz de este pasaje y de otros similares, estamos obligados a ver la naturaleza de Dios como la norma y el modelo de bondad y rectitud. Y por las mismas razones, estamos obligados a condenar como pecaminoso, malo y erróneo lo que se opone a su naturaleza.
Acciones divinas
Lo segundo que queremos decir al centrarnos en Dios y su bendición es que las acciones de Dios demuestran la norma de la moralidad. Una de las principales formas en que Dios muestra su aprobación por lo que es correcto y bueno es otorgando bendiciones. Del mismo modo, muestra su odio por lo que está mal, negando bendiciones y derramando maldiciones. Vemos este principio en acción innumerables veces a lo largo de la Biblia.
Por ejemplo, al explicar los términos de su pacto a Israel en Levítico 26:3, Dios ofreció concederles grandes bendiciones con la condición de que «anduvieran en sus estatutos y guardaran sus mandamientos». Pero a partir del versículo 14 del mismo capítulo, les amenazó con horribles maldiciones si no obedecían cada una de sus palabras. Escucha la forma en que introduce estas maldiciones en Levítico 26:14-16:
Pero si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos, y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto, yo también haré con vosotros esto: enviaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura, que consuman los ojos y atormenten el alma; y sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán (Lv 26:14-16).
Las maldiciones de este capítulo se prolongan durante muchísimos versículos, cada uno más terrible que el anterior. Pero la cuestión es que Dios amenaza con estas maldiciones a quienes se niegan a obedecer sus mandamientos y desprecian su relación de alianza. En ninguna parte de este pasaje proclama Dios que desobedecerle sea malo o incorrecto. Sin embargo, ésta es la única conclusión que podemos sacar basándonos en los terribles juicios con los que amenaza a los que se vuelven contra Él.
Al buscar en las Escrituras las formas en que Dios ha revelado las normas del bien y del mal, encontramos que muchas veces la Biblia comunica el bien y el mal registrando las reacciones de Dios en lugar de etiquetar explícitamente las cosas como buenas o malas. Cuando prestamos atención a las bendiciones y maldiciones de Dios, descubrimos que el aspecto ético de muchos textos resulta más claro.
Además de centrarnos en Dios y sus bendiciones, nuestra definición de ética cristiana pone de relieve la amplitud del tema de la ética. Tal como utilizamos el término «ética», no se trata sólo de una rama de la teología, es un aspecto esencial de toda teología y de toda vida cristiana.
Amplitud de temas
En el pasado, la ética se consideraba una subsección de la teología que se ocupaba de cuestiones morales prácticas. La ética cristiana se enseñaba normalmente como si fuera sólo una de las muchas disciplinas teológicas. En este modelo antiguo, gran parte de la teología podía hacerse con poca o ninguna preocupación por la ética. Como resultado, los profesores de ética a menudo sólo se ocupaban de partes muy pequeñas de la teología y de la vida.
Por el contrario, nuestra definición subraya que la ética cristiana afecta a todas las dimensiones de la vida cristiana. La ética es: La teología vista como un medio para determinar lo que es bueno y malo.
De un modo u otro, toda disciplina y materia teológica trata de las bendiciones de Dios sobre el bien y las maldiciones contra el mal. Cada disciplina de la teología nos obliga a creer ciertos hechos, a hacer ciertas cosas y a sentir ciertas emociones. Y como está bien creer, hacer y sentir estas cosas, y está mal no hacerlo, toda la teología implica el estudio del bien y del mal. Toda teología implica ética.
Más allá de esto, la ética cristiana afecta a todos los ámbitos de la vida. La propia teología no se limita a un pequeño ámbito de la vida. En el tercer capítulo de mi libro La Doctrina del Conocimiento de Dios, defino «teología» como «la aplicación de la Palabra de Dios a toda la vida». En otras palabras, la teología no es sólo reflexión sobre Dios y su Palabra. Más bien, es una reflexión que lleva hasta la aplicación. Nada queda fuera de las normas morales de Dios. Considera este enfoque de la ética y la teología a la luz de 2 Timoteo 3:16-17:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2Ti 3:16-17).
Enseñar, reprender, corregir y entrenar, resumen las formas en que aplicamos las Escrituras a nuestras vidas. Podríamos parafrasear este versículo diciendo: Toda la Escritura es útil para la teología, que prepara al hombre de Dios para hacer lo que es moralmente correcto en cada parte de su vida. En pocas palabras, la ética cristiana afecta a todos los ámbitos de la vida.
Profundidad de temas
Además de centrarse en la amplitud del tema de la ética, nuestra definición aborda no sólo el comportamiento, como es común en muchos sistemas éticos, sino también las actitudes y la naturaleza de las personas individuales. Nuestra definición de ética cristiana destaca qué personas, actos y actitudes humanas reciben la bendición de Dios y cuáles no. Las normas morales de Dios nos hacen responsables de nuestros actos, de los pensamientos e inclinaciones de nuestro corazón y de nuestra propia naturaleza.
Ahora bien, podemos decir con certeza que la Biblia hace hincapié en el buen comportamiento. Y, en general, es obvio para la mayoría de las personas que las acciones pueden considerarse adecuadamente correctas o incorrectas, por lo que no dedicaremos mucho tiempo a explicar la razón de incluir el comportamiento en esta definición. Pero también debemos recordar que las Escrituras consideran las actitudes como moralmente correctas o incorrectas. Muchos creyentes bien intencionados piensan que nuestras actitudes y emociones son amorales, es decir, que no son ni buenas ni malas. Pero las Escrituras demuestran una y otra vez que nuestros sentimientos pueden ser confirmados como moralmente correctos o denunciados como moralmente incorrectos.
Dado que la Biblia enseña a los cristianos a conformar todos los aspectos de su vida y su ser a las normas morales de Dios, la ética cristiana debe abordar no sólo el comportamiento, sino también las emociones, orientaciones, predilecciones, inclinaciones, preferencias, pensamientos, imaginaciones, creencias y nuestra propia naturaleza. Por ejemplo, en Mateo 5:22 Jesús enseñó que:
Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio (Mt 5:22).
Y en Mateo 5:28 añadió que:
Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mt 5:28).
En ambos ejemplos, Jesús condenó como pecaminosas las emociones y actitudes del corazón, tanto si motivaban a la persona a actuar como si no. De hecho, enseñó que estas actitudes violan los mismos mandamientos que prohíben las acciones pecaminosas. Y considera su descripción del corazón humano en Marcos 7:21-23:
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen (Mc 7:21-23).
Las malas actitudes no sólo son moralmente malas en sí mismas, sino que también son la raíz de las malas acciones.
Siguiendo las Escrituras, hablaremos también de personas moralmente buenas y malas. Un comportamiento malo fluye de un corazón malo, un corazón malo fluye de una naturaleza mala. Por eso, si queremos agradar a Dios, no basta con que nuestras acciones y actitudes sean moralmente buenas. También debemos ser personas intrínsecamente buenas, debemos tener una naturaleza buena. La Escritura aborda este aspecto de nuestro ser en Romanos 8:5-9 donde Pablo escribió:
Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu… los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros (Ro 8:5-9).
En resumen, todos los incrédulos «existen según la carne». Sus naturalezas son malas y, por lo tanto, sus acciones y actitudes también son malas. Pablo identificó la naturaleza caída como la fuente de una mente que es hostil a Dios y que no se somete ni puede someterse a la ley de Dios.
A diferencia de los incrédulos, los creyentes están inhabitados por el Espíritu Santo. Y cuando escribió de los que viven según el Espíritu, se refería a las nuevas naturalezas que tienen los creyentes porque el Espíritu Santo mora en ellos. Esto significa que los creyentes tienen un antídoto para la naturaleza caída y poseen la capacidad de ajustarse a la norma ética de Dios.
Así, cuando hablamos de la ética cristiana como «Teología, vista como un medio para determinar qué personas, actos y actitudes humanas reciben la bendición de Dios y cuáles no», queremos decir al menos tres cosas: En primer lugar, Dios mismo es la norma de la ética, sólo Él es la regla por la que se miden el bien y el mal. En segundo lugar, toda la teología, incluso toda la vida, tiene dimensiones éticas. En tercer lugar, las normas morales de Dios nos hacen responsables de nuestras acciones, de los pensamientos e inclinaciones de nuestro corazón y de nuestra propia naturaleza.
Ahora que hemos definido lo que queremos decir cuando hablamos de ética cristiana, debemos centrar nuestra atención en el triple criterio bíblico de lo que es éticamente bueno.
Triple criterio
Una forma muy útil de examinar la enseñanza bíblica sobre este complejo tema es observar la forma en que la Confesión de Fe de Westminster define las buenas obras de los incrédulos. Escuche el capítulo 16, párrafo 7, donde la Confesión de Fe de Westminster hace algunas distinciones importantes con respecto a las buenas obras realizadas por los incrédulos:
Las obras hechas por hombres no regenerados… pueden ser cosas que Dios manda, y de buen uso tanto para ellos mismos como para otros; sin embargo, debido a que no proceden de un corazón purificado por la fe; ni son hechas de una manera correcta, de acuerdo con la Palabra; ni para un fin correcto, la gloria de Dios; son por lo tanto pecaminosas, y no pueden agradar a Dios, ni hacer a un hombre apto para recibir la gracia de Dios.
Desde el principio vemos aquí que la Confesión de Westminster admite correctamente que hay un sentido en el que los incrédulos hacen cosas que Dios ordena. Más que esto, también reconoce que las acciones de los incrédulos pueden producir resultados buenos y beneficiosos para ellos mismos y para los demás. En otras palabras, en un sentido, los incrédulos pueden hacer cosas que se asemejan a nuestra definición de vida ética: acciones que producen la bendición de Dios. Las Escrituras coinciden en este punto. Por ejemplo, en Mateo 7:9-11 el Señor pronunció estas palabras:
¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt 7:9-11).
Es muy común que la gente en general haga algunas cosas que son buenas externamente, como amar y proveer para sus hijos. De hecho, sería extremadamente difícil señalar a una persona que ni una sola vez haya hecho algo que exteriormente se parezca a las obras que Dios aprueba, o que ni una sola vez haya tenido una actitud parecida a las que inspiran las bendiciones de Dios. Por lo tanto, hay un sentido superficial en el que incluso los incrédulos pueden hacer cosas que Dios manda y beneficiarse de ellas.
Sin embargo, la Confesión de Fe de Westminster, acertadamente, no deja el asunto en este punto. Por el contrario, señala que las acciones aparentemente virtuosas que realizan los incrédulos no son lo que parecen ser. Fíjate en lo que dice la Confesión: Estas acciones son pecaminosas; no pueden agradar a Dios ni hacer a alguien digno de la gracia de Dios.
Aunque podemos aplaudir a los incrédulos cuando se ajustan exteriormente a los mandamientos de Dios, tenemos que recordar que no son verdaderamente virtuosos. No son lo suficientemente buenos para agradar a Dios o para ganar la bendición de la salvación. Pero ¿por qué es esto? ¿Cómo pueden ser pecaminosas las acciones que externamente se ajustan a los mandamientos de Dios?
Como veremos, la obediencia a los mandamientos de Dios debe hacerse con el motivo apropiado. Segundo, debe hacerse de acuerdo con la norma apropiada, de acuerdo con la manera prescrita en las Escrituras. Y tercero, debe hacerse con la meta apropiada en mente, es decir, glorificar a Dios. En resumen, a menos que una obra se haga con el motivo correcto, de conformidad con la norma correcta y para el objetivo correcto, no es una obra que Dios recompensará con bendiciones. En primer lugar, veamos más de cerca el motivo adecuado.
Motivo correcto
A menos que una obra sea hecha con el motivo correcto, no es una obra que Dios recompensará con bendiciones. Primero, debe proceder de un corazón purificado por la fe. Segundo, las acciones deben fluir del amor cristiano.
La fe
En palabras de la Confesión de Fe de Westminster, «Las obras [que]… no proceden de un corazón purificado por la fe… [son] pecaminosas, y no pueden agradar a Dios». Este criterio del motivo correcto está estrechamente relacionado con la forma en que nuestra definición de la ética cristiana se centra en las personas buenas con naturalezas buenas. Como ya hemos dicho, sólo los creyentes que están inhabitados por el Espíritu Santo pueden hacer obras que Dios recompensa con bendiciones.
Una de las razones es que sólo los creyentes tienen corazones purificados por la fe. Aquí la Confesión está hablando de la fe salvadora dada por Dios, que permanece y crece dentro de los creyentes. Es el medio de purificación por el que los creyentes reciben una naturaleza nueva y buena. Y motiva adecuadamente a los creyentes a hacer buenas obras. Como Santiago escribió en 2:14-20
¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?… la fe, si no tiene obras, es muerta… ¿Más quieres saber… que la fe sin obras es muerta? (Stg 2:14 20).
El tipo de fe que purifica el corazón, el tipo de fe que salva, es el tipo de fe que motiva las buenas obras. Esta es la fe que poseen los creyentes y sólo los creyentes. Escucha cómo el autor de Hebreos expone este punto en Hebreos 11:6:
Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Heb 11:6).
A menos que nuestros intentos de buscar las bendiciones de Dios estén fundados en la fe, no podremos agradar a Dios y, por lo tanto, no podremos ser recompensados por Él. En otras palabras, sin la fe como uno de nuestros motivos, no podemos hacer buenas obras.
La declaración de Pablo sobre esta doctrina es quizá la más clara y sucinta de toda la Escritura. En Romanos 14:23 escribió:
Todo lo que no proviene de fe es pecado (Ro 14:23).
Las acciones deben brotar de la fe salvadora para que Dios se complazca en ellas como buenas obras. Además de la necesidad de la fe salvadora, la Escritura también subraya el tema del motivo apropiado cuando se centra tanto en el amor cristiano.
Amor
Considera que en 1 Corintios 13 Pablo enseñó que nuestras obras son inútiles si no están motivadas por el amor. En los versículos 1-3 escribió:
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve (1Co 13:1-3).
Las obras e incluso los dones espirituales que producen resultados beneficiosos no merecen recompensa alguna si no están motivados por el amor. Y como ya hemos visto, las cosas que no merecen recompensa no son buenas a los ojos de Dios. Vemos esta preocupación también en la forma en que Jesús resumió la revelación de Dios en las Escrituras en Mateo 22:37-40:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas (Mt 22:37-40).
Rechazar la ley de Dios es rechazarlo a Él tal como se ofrece a nosotros en relación de alianza. Y desobedecer su ley es pecar. Aquí Jesús nos enseña que la propia Ley, y también el resto del Antiguo Testamento, exigen por encima de todo que amemos al Señor y a nuestro prójimo.
El amor es un aspecto de cada ley que Dios exige que obedezcamos, de modo que, si no actuamos con amor, ninguna obra que hagamos podrá ajustarse a su norma. Y lo que hace que la norma de Dios sea aún más difícil de cumplir es que nuestro amor debe ser tanto para Dios como para el prójimo. Los incrédulos no aman a Dios, le son hostiles. Y como resultado, nunca pueden estar motivados por el amor a Dios. En otras palabras, nunca pueden tener el motivo correcto. Y debido a esto, nunca podrán hacer nada que Dios considere, en un sentido último, como bueno.
Norma adecuada
Además de señalar que las buenas obras deben fluir de los motivos correctos, la Confesión de Fe de Westminster también afirma que las buenas obras deben conformarse a la norma correcta. Escucha de nuevo las palabras del capítulo 16, párrafo 7:
Las obras hechas por hombres no regenerados… pueden ser cosas que Dios manda, y de buen uso tanto para ellos mismos como para otros; sin embargo, porque ellas… [no] son hechas de una manera correcta, de acuerdo con la Palabra… son por lo tanto pecaminosas.
Aquí la Confesión enfatiza que para que las obras sean buenas, deben hacerse según la norma de la Palabra de Dios, es decir, la revelación de Dios.
Para introducir nuestra aproximación a la norma correcta, tocaremos tres asuntos: primero, los mandamientos de la Escritura; segundo, toda la Escritura; y tercero, la revelación general, la creación misma.
Mandamientos
En primer lugar, todos los mandamientos de la Escritura tienen por objeto guiarnos. Escucha cómo Juan resumió esta idea en 1 Juan 3:4:
Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley (1Jn 3:4).
Observa lo que Juan no dijo. No enseñó simplemente que todo el que comete infracción comete pecado, como si la infracción fuera sólo uno de los muchos tipos de pecado. En cambio, dijo que todo el que peca es culpable de infracción, lo que significa que todo pecado implica infracción. Todo pecado viola la Ley de Dios.
Las palabras de Juan aquí son categóricas y ponen la importancia de la norma apropiada en los términos más fuertes posibles. Pero hoy debemos darnos cuenta de que incluso muchos cristianos piensan que es posible que algunas violaciones de la ley de Dios no sean pecaminosas. Ciertos mandamientos de Dios pueden ser ignorados. Pues bien, el apóstol Santiago abordó esta cuestión en 2:9-10 de su carta:
Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos (Stg 2:9-10).
Está claro que algunas violaciones de la Ley son pecaminosas, como mostrar favoritismo, que Santiago mencionó. Pero Santiago continuó diciendo que violar cualquier estipulación particular de la Ley era violar todas las estipulaciones de la Ley. Como la Ley es un todo unificado que refleja el carácter y la naturaleza de Dios, transgredir cualquier parte de ella es, en cierto sentido, transgredir todas las partes, y pecar contra Dios mismo. Por lo tanto, si cualquier violación de la Ley es pecado, todas las violaciones de la Ley son pecado.
Ahora, veremos este asunto más profundamente en lecciones futuras, pero desde el principio debemos hacer una firme distinción aquí entre la ley de Dios y su aplicación. Desde una perspectiva bíblica, toda ley sigue siendo vinculante para los seguidores de Cristo. Pero el proceso de aplicación es complejo, tan complejo que la obediencia en una situación puede parecer muy diferente de la obediencia en otra situación.
Ahora, debemos enfatizar que no estamos abogando por el relativismo. No es cierto que la Biblia signifique cosas diferentes para personas diferentes y que todos estos significados sean igualmente válidos. Al contrario, la Biblia significa lo que Dios dice que significa —lo que sus autores originales quisieron que significara. La Palabra de Dios es nuestra norma vinculante, y no podemos apartarnos de ella. Por lo tanto, estamos justificados al decir que todas las buenas obras deben ajustarse a la norma de la ley bíblica.
Toda la Escritura
En segundo lugar, la norma adecuada requiere la sumisión a toda la Biblia. La Confesión de Fe de Westminster no sólo dice que la Ley de Dios es un criterio de todas las buenas obras, sino que la Palabra de Dios en su totalidad es un criterio de las buenas obras. Es decir, las buenas obras deben hacerse de acuerdo con la enseñanza de toda la revelación, especialmente la Escritura, incluso de acuerdo con aquellas porciones que no son formalmente parte de la ley. Consideremos, por ejemplo, que incluso la propia Ley apela a otras porciones de la Escritura como base de sus mandamientos. Por ejemplo, en los Diez Mandamientos, el mandamiento del Sabbat apela al relato de la creación como base de su autoridad. En Éxodo 20:9-11 leemos:
Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios… Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó (Ex 20:9-11).
En este punto, los propios Diez Mandamientos establecen su autoridad moral vinculante sobre las implicaciones morales del relato de la creación.
Jesús hizo algo parecido cuando defendió la supuesta infracción del Sabbat por parte de los discípulos basándose en el comportamiento de David. Escucha la forma en que respondió a los fariseos en Mateo 12:3-4:
¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban…? (Mt 12:3-4).
Jesús aprobó las acciones de David y extrajo de ellas una aplicación moral. Y lo hizo a pesar de que el relato de este suceso no formaba parte del código legal. Así pues, vemos que en la Biblia no sólo se trata a la Ley como norma para las buenas obras, sino también las demás partes. Pero esto no debe parecernos extraño. Después de todo, anteriormente en esta lección leímos 2 Timoteo 3:16-17.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2Ti 3:16-17).
Pablo no limitó los aspectos morales de las Escrituras a las partes que contienen mandamientos y códigos legales. Más bien insistió en que toda la Escritura era útil para la formación ética, que toda la Escritura nos plantea exigencias morales. Por tanto, nuestras acciones deben ajustarse a las normas de todas las Escrituras si queremos que sean moralmente buenas.
Revelación general
Pero también hemos insinuado que la Palabra de Dios es aún más amplia que la Escritura. En un sentido muy importante, la revelación de Dios en la creación misma es parte de su Palabra, de modo que la revelación de Dios dada a través de la creación, que comúnmente se llama «revelación general», también es parte de la norma para las buenas obras. Uno de los lugares más claros donde encontramos esta idea en las Escrituras es Romanos 1:20. Allí Pablo escribió:
Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Ro 1:20).
Pablo continúa argumentando que, a pesar de lo que los hombres saben sobre las normas morales de Dios a través de la revelación general, prefieren pecar.
Pero la cuestión es ésta: Las acciones de los hombres son condenadas porque violan las normas reveladas por la revelación general de Dios. O para decirlo en los términos que hemos estado usando, la revelación general es parte de la Palabra de Dios, y parte del criterio al que deben ajustarse las buenas obras. Así que, para recapitular lo que hemos dicho, la Escritura enseña que las buenas obras deben ajustarse a la Palabra de Dios tal como se revela en la Ley, en toda la Escritura y en la creación.
Objetivo apropiado
Además de necesitar ser motivadas apropiadamente y conformarse a la norma de la Palabra de Dios, todas las buenas obras deben tener el fin o meta correcta. Ahora, las buenas obras pueden tener cualquier número de metas inmediatas. Por ejemplo, cuando los padres ganan dinero para pagar la comida, la vivienda, la ropa, su meta inmediata es mantenerse a sí mismos y a sus familias. Es un objetivo bueno y admirable. Pero en nuestro estudio de la ética, estamos más interesados en el objetivo último de las obras que la gente hace.
Si nuestras obras son para agradar a Dios, los objetivos inmediatos como cuidar de nuestras familias, obedecer a nuestros padres, guardar el Sabbath y similares, deben ser parte de un panorama más amplio. Debemos hacer estas cosas porque en el fondo queremos glorificar a Dios viviendo de una manera que le agrade.
La Escritura nos enseña de muchas maneras diferentes que la gloria de Dios debe ser un objetivo central y fundamental en nuestras vidas. Lo hace tanto con ejemplos concretos como con principios generales. Uno de estos ejemplos aparece en las instrucciones de Pablo sobre el consumo de carne vendida en el mercado. Pablo admitía que tanto comer como abstenerse podían ser cosas buenas siempre que se respetara la gloria de Dios. Escribió estas palabras en 1 Corintios 10:31
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1Co 10:31).
Pablo entendía que algunos objetivos inmediatos podían hacer que fuera bueno comer, mientras que otros objetivos inmediatos podían hacer que fuera bueno abstenerse de comer. Lo que quería decir era que debía haber otro principio por encima de esos objetivos inmediatos, a saber, la preocupación por la gloria de Dios, y que, a menos que se tuviera a la vista ese objetivo último, ni comer ni abstenerse podía considerarse bueno.
Pedro hizo una observación similar cuando instruyó a sus lectores sobre el uso de los dones espirituales. Escucha sus palabras en 1 Pedro 4:11:
Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado (1P 4:11).
El punto directo de Pedro era que todos los dones y ministerios en la iglesia deben hacerse para el objetivo final de la gloria de Dios. Pero el principio fundamental que Pedro estaba aplicando era que todo en la vida cristiana debe hacerse de manera que honre a Dios y le traiga gloria.
Otros pasajes de la Escritura explicitan más este principio general. En Romanos 11:36, Pablo escribió estas palabras sobre Dios:
Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén (Ro 11:36).
Aquí Pablo expresa una gran alegría por el hecho de que todo es «para Él», lo que significa, entre otras cosas, que todo ha de hacerse por amor a Dios, teniendo como fin último su gloria y honor. Pablo enfatizó este punto exclamando: «¡Gloria a él por siempre!».
De hecho, este versículo sugiere que Dios es glorificado en última instancia en todo lo que existe, ya sea creándolo, sosteniéndolo, gobernándolo, dándole poder o recibiéndolo como servicio en su honor. No debe sorprendernos, pues, que apruebe las obras destinadas a darle gloria y que condene las obras que desprecian o se oponen a su gloria. Dios recompensa y aprueba sólo las obras que tienen como fin último su gloria.
Ahora que hemos establecido una definición bíblica de la ética cristiana y examinado los tres criterios bíblicos para las buenas obras, debemos aplicar estas ideas exponiendo el triple proceso por el que los cristianos deben tomar decisiones éticas.
Triple proceso
A lo largo de estas lecciones examinaremos una y otra vez los pasos prácticos que debemos dar al tomar decisiones éticas. En este punto, sin embargo, estamos en condiciones de esbozar los contornos básicos del planteamiento que explicaremos con más detalle en lecciones posteriores.
Para introducir nuestro enfoque tocaremos tres asuntos: primero, tres tendencias de diferentes grupos cristianos; segundo, tres perspectivas sobre la toma de decisiones éticas; y tercero, la interdependencia de estas perspectivas. Consideremos primero las tendencias que tienen los distintos grupos cristianos a la hora de tomar decisiones éticas.
Tendencias
Hay muchas maneras diferentes en que los creyentes tratan de tomar decisiones éticas en la vida, pero tienden a caer en tres categorías principales. Algunos hacen hincapié en nuestra conciencia cristiana y en la guía del Espíritu Santo, insistiendo en que las acciones son buenas si concuerdan con estos indicadores internos. Otros hacen hincapié en las Escrituras, insistiendo en que las acciones son buenas si obedecen los dictados de las Escrituras, pero malas si no lo hacen. Otros hacen énfasis en el resultado de las acciones, insistiendo en que las acciones son buenas si producen buenas consecuencias, pero malas si producen malas consecuencias.
Como hemos visto, la Biblia define las buenas obras como aquellas que se hacen con el motivo correcto, según la norma correcta y con el objetivo correcto. Y, de hecho, estos tres criterios para las buenas obras corresponden a los énfasis que acabamos de mencionar.
Aquellos que enfatizan la conciencia y la guía del Espíritu Santo se preocupan principalmente por el motivo correcto. Podríamos decir que se fijan en primer lugar en el hecho de que las buenas obras sólo pueden ser realizadas por personas buenas. Cuando se trata de juicios éticos, tienden a plantearse preguntas como: ¿Cuál es mi actitud? ¿Tengo la madurez necesaria para tomar la decisión correcta? ¿Tengo la capacidad espiritual para aplicar la Palabra de Dios a la situación?
Luego están los que toman decisiones éticas centrándose en la norma correcta. Estas personas hacen énfasis en los dictados de las Escrituras. Cuando se enfrentan a una cuestión ética, su primera pregunta tiende a ser: ¿Qué dice la Palabra de Dios?
Por último, los que piensan principalmente en las consecuencias de sus actos se interesan sobre todo por el objetivo correcto. Se centran en la situación en sí, haciéndose preguntas como: ¿Cuál es el problema? ¿De qué se trata? ¿Qué consecuencias tendrán las posibles soluciones a este problema?
Con estas tres direcciones generales que los cristianos hacen al tomar sus decisiones, nos ayudará darnos cuenta de que estas direcciones en realidad representan tres perspectivas esenciales para toda toma de decisiones éticas.
Perspectivas
A lo largo de estas lecciones hablaremos de los juicios o decisiones éticas de esta manera:
El juicio ético implica la aplicación de la Palabra de Dios a una situación por parte de una persona.
Esta definición une muchas cosas que ya hemos dicho: Mencionamos «la Palabra de Dios» porque la revelación divina es el estándar o norma por la que debemos medir todos los juicios. El término «situación» nos recuerda el problema, el objetivo y las consecuencias de las soluciones que debemos considerar. Y mencionamos a «una persona» para subrayar la importancia de la naturaleza, los motivos y la conciencia de una persona a la hora de determinar la forma correcta de actuar. Así que, en efecto, estamos sugiriendo que las decisiones morales sólo pueden tomarse correctamente cuando se toman las tres direcciones en cualquier cuestión.
A muchos creyentes les parece contraintuitivo que demos la misma importancia a estos tres factores. Después de todo, en la mayoría de los círculos cristianos conservadores, apreciamos las Escrituras como nuestra única regla infalible de fe y práctica. En este sentido, valoramos la enseñanza de las Escrituras por encima de cualquier otra consideración que podamos hacer. Sin embargo, ayuda ver que, si somos bíblicos en nuestro acercamiento a la ética, si seguimos las Escrituras como nuestra única regla infalible, entonces veremos que la Biblia misma nos enseña a considerar no sólo la Palabra de Dios, sino también la situación y la persona cuando vemos todo el proceso de indagación ética.
La ética debe abordarse al menos de tres maneras diferentes o desde tres perspectivas distintas. La ética debe hacerse desde la perspectiva de la Palabra de Dios, desde la perspectiva de la situación y desde la perspectiva de la persona. Y bíblicamente, las percepciones de todas estas perspectivas son valiosas. Por lo tanto, el mejor enfoque es hacer ética desde las tres perspectivas y dejar que las percepciones de cada perspectiva informen e influencien las percepciones de las otras.
Hablaremos de tres perspectivas o enfoques para cada juicio ético: la perspectiva situacional, la perspectiva normativa y la perspectiva existencial. Volveremos sobre estas perspectivas muchas veces en estas lecciones, pero en este momento deberíamos ver la idea básica de cada perspectiva.
Situacional
Cuando nuestras indagaciones éticas se dirigen a los problemas en sí, o a las consecuencias de las acciones, o a los objetivos, estamos haciendo ética desde la perspectiva situacional. Este enfoque puede denominarse «teleológico» porque se centra en el fin o el resultado de las acciones. Abordar la ética desde la perspectiva situacional implica observar las relaciones de los medios con los fines en la economía de Dios, planteando preguntas como ¿cuáles son los mejores medios para alcanzar los propósitos de Dios? También incluye apelaciones al comportamiento moral basadas en el ejemplo previo de Dios, Jesús y otros personajes moralmente buenos en las Escrituras.
La propia Escritura adopta con frecuencia esta perspectiva y nos anima a hacer lo mismo cuando nos instruye sobre temas éticos apelando al control soberano y providencial de Dios sobre su creación. Esto es particularmente evidente cuando lo hace refiriéndose a los acontecimientos de la redención o señalando a Dios, a Jesús y a otros como modelos de nuestro comportamiento. Por ejemplo, en Romanos 6:2-4, Pablo argumenta que nuestra muerte al pecado y nuestra sepultura con Cristo tuvieron lugar para que se cumpliera un fin específico, a saber, que pudiéramos vivir moralmente apartados del pecado:
Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?… Porque somos sepultados juntamente con él [Cristo]… a fin de que como Cristo resucitó de los muertos… así también nosotros andemos en vida nueva (Ro 6:2-4).
Al hacerlo, no se centró en los mandamientos de Dios ni en la influencia del Espíritu Santo en nuestras vidas y conciencias, sino en los hechos de la situación, incluidos los acontecimientos de la redención y los fines para los que fuimos salvados.
Pablo también cerró el capítulo 6 de Romanos con una perspectiva situacional de la ética. Escribió estas palabras en Romanos 6:20-22
Cuando erais esclavos del pecado… ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna (Ro 6:20 22).
Pablo animaba a sus lectores a llevar una vida santa y moral y a abstenerse de los pecados que antes cometían. Pablo argumentaba que viviendo santamente obtendrían la vida eterna. Aquí, también argumentó sobre la base de las consecuencias, pero esta vez se centró en la recompensa que se daría en respuesta a una vida piadosa.
Pedro también presentó argumentos situacionales para el comportamiento moral. Escucha la forma en que argumentó en 1 Pedro 2:21:
Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas (1P 2:21).
Aquí Pedro anima a los creyentes a estar dispuestos a sufrir por causa de la justicia, y no lo hace citando las Escrituras o hablando de la guía interior del Espíritu Santo, sino apelando a los hechos de la historia redentora y específicamente al ejemplo del sufrimiento de Jesús en la cruz.
Normativa
Quizá la perspectiva más intuitiva para los cristianos sea la que llamamos perspectiva normativa. Normativa se refiere al hecho de que la Palabra de Dios es la norma, o estándar, para la ética. Hacemos ética desde la perspectiva normativa cuando miramos a la Biblia para que nos diga qué hacer.
Por ejemplo, al restaurar el culto apropiado en Israel, el rey Josías ordenó a su pueblo que celebrara la Pascua. En 2 Reyes 23:21 les ordenó:
Haced la pascua a Jehová vuestro Dios, conforme a lo que está escrito en el libro de este pacto (2R 23:21).
Su argumento no era que la historia redentora o los hechos de su situación les obligaran a ello, o que Dios les ordenara interiormente celebrar la Pascua, sino que la propia Escritura les ordenaba celebrar este memorial. Su apelación era a las palabras de la Ley que Dios había entregado a su pueblo por medio de Moisés.
El apóstol Juan también adoptó la perspectiva normativa cuando apeló al mandamiento de Dios como base para la creencia y el comportamiento en 1 Juan 3:23:
Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros (1Jn 3:23).
De nuevo, la Palabra de Dios era la base del comportamiento. Dios ordenaba que las personas se comportaran y creyeran de una determinada manera, y sólo su autoridad obligaba a todas las personas a ajustarse a esta norma moral.
Habiendo visto ahora las perspectivas situacional y normativa, echemos un vistazo a la ética vista desde la perspectiva de la persona, que llamaremos la perspectiva existencial.
Existencial
Cuando abordamos la ética planteando preguntas específicas a las personas implicadas, estamos haciendo ética desde una perspectiva existencial. Por «existencial» no queremos asociar esta perspectiva con la filosofía particular de los existencialistas. Más bien queremos decir que esta perspectiva ve la ética a través de la lente de la experiencia de la persona individual. La perspectiva existencial se centra en el yo en confrontación e interacción con Dios. Cuando abordamos la ética desde esta perspectiva, no degradamos la autoridad de Dios ni exaltamos nuestra propia sensibilidad como norma última de lo que está bien y lo que está mal. Más bien, nos planteamos preguntas como: ¿Cómo debo cambiar para ser santo? Y prestamos atención a influencias como la guía interior del Espíritu Santo y la conciencia personal santificada.
Vemos, pues, que las Escrituras afirman que nuestra conciencia y la guía del Espíritu Santo son medios válidos para determinar lo que está bien y lo que está mal. Junto con las perspectivas situacional y normativa, la perspectiva existencial es una herramienta necesaria para nosotros cuando tratamos de hacer juicios éticos.
La Escritura contiene muchos ejemplos de este enfoque de la ética, como en 1 Juan 3:21, donde el apóstol escribió:
Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios (1Jn 3:21).
Su argumento era que, como personas redimidas, nuestros corazones están en sintonía con el carácter de Dios, y si el amor de Dios habita en nosotros, seremos capaces de intuir lo que está bien y lo que está mal. Dios se mueve dentro de su pueblo para llevarle a la convicción interna de lo que está bien y lo que está mal. Y cuando reconocemos este aspecto al hacer ética, estamos utilizando la perspectiva existencial.
Encontramos el mismo tipo de pensamiento en los escritos de Pablo. Por ejemplo, en Gálatas 5 Pablo asoció la carne con nuestra naturaleza pecaminosa y enumeró muchas acciones inmorales que la carne nos motiva a cometer. También explicó que el Espíritu Santo obra en nosotros para producir cosas moralmente buenas, como el amor, la alegría y la paz. En este contexto, explicó que los creyentes pueden realizar buenas acciones obedeciendo la guía interior del Espíritu Santo.
Escucha su enseñanza en Gálatas 5:16:
Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne (Gal 5:16).
Una forma legítima de que los creyentes emitan juicios éticos es hacer caso a la inspiración interior del Espíritu. Y cuando hacemos esto, estamos viendo el bien y el mal desde la perspectiva existencial.
En Romanos 14:5, 14, 23 Pablo puso tanto énfasis en la perspectiva existencial que insistió en que violar nuestras conciencias era pecado, aunque nuestras conciencias no sean perfectas.
Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente…. Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es…. el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe (Ro 14:5, 14, 23).
Pablo se refería a los alimentos sacrificados a los ídolos y explicaba que era bueno que los cristianos comieran estos alimentos siempre que en su mente no pensaran que se trataba de un acto de culto pagano. Pero si sus conciencias no les permitían comer de esta manera, sería pecado para ellos comer esta comida.
Curiosamente, en el contexto de este capítulo, Pablo argumentó que, si el asunto se viera simplemente desde las perspectivas normativa y situacional, la mayoría de los creyentes se inclinarían a comer este alimento. Pero insistió en que los creyentes también consideraran las ideas desde la perspectiva existencial y que no comieran a menos que pudieran llegar a las mismas conclusiones desde las tres perspectivas.
Ahora que hemos introducido las perspectivas situacional, normativa y existencial en la ética, deberíamos dedicar algún tiempo a analizar el modo en que estas tres perspectivas interactúan y dependen unas de otras. Las tres perspectivas diferentes desde las que podemos abordar la ética no son partes constituyentes separadas, sino que cada perspectiva es el todo de la ética, visto desde un ángulo u otro.
Tengo que admitir que, al principio, esto puede resultar un poco confuso. Después de todo, parecería que algunos de los ejemplos que ya hemos dado en esta lección sólo emplean una perspectiva a la vez. Pero, en realidad, todos nuestros ejemplos incluyen las tres perspectivas. Simplemente hemos elegido ejemplos en los que una de las perspectivas aparece de forma más prominente para resaltar las diferencias entre las tres. Lo cierto es que ninguna perspectiva debe funcionar aislada de las demás.
Interdependencia
En primer lugar, consideremos lo que implica la perspectiva situacional. La situación implica todos los hechos relevantes de las cuestiones éticas que estamos considerando, incluidas las personas implicadas en el asunto y la Palabra de Dios, que es la norma por la que se ha de evaluar el asunto. Si no fuera por las personas, no habría nadie para hacer una investigación ética, y si no fuera por la revelación de Dios, nada se sabría sobre los hechos en primer lugar. En otras palabras, incluso cuando evaluamos las cuestiones éticas desde la perspectiva situacional, nuestras investigaciones deben incluir siempre consideraciones personales y normativas. Es seguro decir que a menos que veamos la situación a la luz de la Palabra de Dios, y a menos que reconozcamos cómo la situación nos afecta como personas, no hemos entendido correctamente la situación.
Lo mismo ocurre cuando hablamos de la perspectiva normativa. Si no podemos aplicar las palabras de la Escritura a nuestras situaciones y a nosotros mismos, realmente no hemos entendido la Escritura. Consideremos al hombre que dice, «Sé lo que significa ‘No robarás’, pero no sé cómo se aplica a mí o a la malversación de fondos de mi empleador». Esta persona ciertamente no tiene un concepto adecuado de las palabras «No robarás». Afirma entender los requisitos normativos, pero su incapacidad para comprender un contexto situacional al que éstos se aplican demuestra que, en realidad, tiene poca idea de lo que exige la Biblia.
Y, por supuesto, lo mismo puede decirse de la perspectiva existencial. No podemos entender correctamente el yo a menos que lo veamos en el contexto de su situación y lo interpretemos correctamente por la Palabra de Dios. Nuestras conciencias deben estar informadas por la Escritura si queremos intuir correctamente. Y también debemos conocer los hechos de una situación antes de que nuestra conciencia pueda señalar correctamente nuestras responsabilidades.
Así pues, cada perspectiva requiere la consideración de las demás. Si aplicamos perfectamente cualquier perspectiva, nos mostrará todas las mismas intuiciones que podemos obtener de las otras dos. El problema es que no somos seres humanos perfectos con una visión perfecta. Por eso, no solemos ver con claridad las cuestiones existenciales y situacionales cuando abordamos los asuntos desde un punto de vista exclusivamente normativo. Y normalmente no entendemos bien las cuestiones normativas y existenciales si sólo adoptamos la perspectiva situacional. Y, por supuesto, también es cierto que, si sólo nos fijamos en los aspectos existenciales de las cuestiones éticas, rara vez llegamos a conclusiones correctas sobre las cuestiones normativas y situacionales.
Si pudiéramos pensar la ética a la perfección, las tres perspectivas arrojarían siempre exactamente las mismas conclusiones y percepciones. Pero como no somos perfectos, debemos aprovechar las tres perspectivas para tener toda la información posible sobre los problemas éticos. Al utilizar las tres perspectivas, podemos proporcionarnos a nosotros mismos controles y equilibrios a las percepciones de cualquier perspectiva individual.
Conclusión
En esta lección hemos introducido el tema de la ética cristiana definiéndolo como el conjunto de la teología vista desde sus aspectos éticos. También hemos explicado los tres criterios bíblicos para las buenas obras. Finalmente, hemos sugerido un modelo bíblico para tomar decisiones éticas que tiene en cuenta los beneficios de enfatizar y equilibrar las perspectivas normativa, situacional y existencial.
Tomar decisiones bíblicas en el mundo moderno puede ser extremadamente difícil. Constantemente nos sentimos arrastrados por diversas influencias, muchas de las cuales no reconocen la autoridad de Dios ni se preocupan por su bondad. Pero como cristianos debemos afirmar la bondad de Dios, y debemos perseguirla en nuestras decisiones éticas. Y una forma muy útil de hacerlo es mediante el uso de las perspectivas normativa, situacional y existencial de la ética. Al incorporar estas perspectivas a nuestro pensamiento, nos preparamos para evaluar problemas éticos complejos y para tomar decisiones sabias y bíblicas.
Excelente artículo. Un modelo a seguir.