Justificado ahora y para siempre
Autor: Richard B. Gaffin, Jr.
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Martín Bobadilla
Al afirmar que Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados, la Confesión de Fe de Westminster habla de que ellos están en “el estado de justificación”. Este estado es uno del cual “nunca pueden caer” (11.5). Este modo de expresión apunta al significado actual que la justificación tiene para los creyentes: su relevancia continua, incluso diaria, para nuestras vidas.
Este lenguaje también plantea una pregunta relacionada, la cual es tan importante como vitalmente práctica: ¿cómo es que los ya justificados se sostienen en ese estado y se evita que caigan de él? ¿Qué es lo que nos impide perder nuestra justificación y nos asegura que no lo haremos? Porque es evidente que, si nuestra justificación no resulta en un estado de ser permanente e irrevocablemente justificado, entonces nuestra salvación en el mejor de los casos sigue siendo incierta y acosada por la ansiedad.
En una línea similar, Calvino, en el curso de su largo tratamiento de la justificación en el libro 3 de sus Institutos de la Religión Cristiana, titula el capítulo 14, “El comienzo de la justificación y su progreso continuo”. Allí también escribe: “Por lo tanto, debemos tener esta bendición [justificación] no solo una vez, sino que debemos aferrarnos a ella durante toda la vida” (3.14.11).
Entonces, ¿cómo se relaciona la justificación con las circunstancias presentes y actuales de la vida del creyente? Una serie de pasajes en la Palabra de Dios abordan esta pregunta, particularmente como es impulsada por los materiales históricos y confesionales que acabamos de señalar. Uno de esos pasajes es Romanos 8:33-34. En el resto de este artículo, me centraré en este pasaje, porque la respuesta que da es tan alentadora como decisiva. (Se cita como texto de prueba en la versión de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa de la Confesión de Fe de Westminster en apoyo de la declaración sobre continuar en el estado de justificación. Los teólogos de Westminster no incluyeron este pasaje entre sus textos de prueba, pero ciertamente podrían haberlo hecho. Los textos de prueba no pretenden ser exhaustivos).
Romanos 8 alcanza su punto máximo en los versículos 38-39, respondiendo a las preguntas retóricas en el versículo 31 que comienzan la sección final del capítulo: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” En la segunda de estas preguntas, “por nosotros” y “contra nosotros” tienen connotaciones legales o forenses. Sugieren un procedimiento judicial, uno que se está llevando a cabo en el presente. Este escenario judicial es claro en las preguntas relacionadas al comienzo de los versículos 33 y 34: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?…¿Quién es el que condenará?” Claramente, las cuestiones que conciernen a la justificación están en juego aquí.
Estas preguntas reciben su respuesta en las últimas mitades de estos dos versículos, donde el versículo 34b se entiende mejor como que refuerza y explica el versículo 33b (un paralelismo sintético). Primero, se nos dice en el versículo 33b: “Dios es el que justifica”. Eso es decisivo, el resultado final; resuelve el problema.
El versículo 34b explica la actividad justificadora de Dios tal como está a la vista aquí. “Cristo”, dice Pablo, “es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Cristo y la obra de Dios a través de Él explican que Dios es el que justifica.
Note cómo, según el versículo 34, se dice que Cristo es crucial para la justificación y su preservación. Su muerte se menciona primero, y nuestra reacción puede ser: “Sí, por supuesto. Cristo murió por nuestros pecados, para que pudiéramos ser justificados”. Pablo ya lo ha dejado muy claro en Romanos, por ejemplo, en 3:24-26 y 5:9, 18-19. También hay una referencia inequívoca a esto en nuestro pasaje: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (8:32). La obediencia de Cristo, que culmina en su muerte propiciatoria por el pecado, es la justicia que fundamenta la justificación del creyente.
Pero aquí, hablando de la obra de Cristo en lo que se refiere a nuestra justificación, Pablo no se detiene con la muerte de Cristo. “Más aun…”, continúa (vs. 34). Algo más que su muerte, dice, está involucrada en nuestra justificación, e incluso es necesaria para ello. Pablo continúa hablando de la resurrección de Cristo, con sus consecuencias duraderas. Señala a sus lectores lo que es actualmente el caso y, al menos en este pasaje, enfatiza esa realidad actual: la continua presencia intercesora del Cristo resucitado a la diestra de Dios “por nosotros” (vs. 34). Relevante para nuestra justificación no es sólo lo que Cristo ha hecho en el pasado en la tierra, tan absolutamente crucial como eso es, sino también lo que está haciendo por ti y por mí ahora, hoy, en el cielo.
De acuerdo con este pasaje, entonces, la justificación está ligada a la presencia intercesora continua de Cristo. Nuestra permanencia en “el estado de justificación”, no ser separados del amor de Dios en Cristo, ni siquiera por la muerte o lo que sea que traiga el futuro (vss. 38-39), depende de esta intercesión continua e infalible. Cristo, exaltado a la diestra de Dios, permanece allí como la exhibición permanentemente eficaz de esa justicia terminada y perfecta que es nuestra, porque, como Pablo deja claro en otra parte, ya nos ha sido imputada de una vez por todas y, por lo tanto, sigue siendo considerada como nuestra.
La presencia de Cristo en ese lugar de juicio final y definitivo, como la justicia que “nos ha sido hecho por Dios” (1 Corintios 1:30), es la respuesta, siempre eficaz, a cualquier acusación presentada contra creyentes ya justificados. Con toda seguridad, como Pablo declara en Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Pero el Maligno, el tentador que es, y todos los que conspiran con él no se cansan de desafiar e incluso intentar, si pudieran, destruir esa realidad y su certeza determinada. Tal vez nosotros mismos podamos ceder a la tentación de dudar de ella. Pero, Pablo asegura a la iglesia, que Cristo que ahora está a la diestra de Dios “por nosotros”, refuta y anula permanentemente todo desafío contra, y por lo tanto todas las dudas sobre, nuestra justificación. Y esa “respuesta” la provee, en su infinito amor por nosotros, el mismo Dios Padre (Rom. 8:32).
Cristo es la encarnación viva y permanente de la justicia que ha sido irrevocablemente imputada a los creyentes. Como tal, continúa sosteniendo en su estado justificado a aquellos a quienes Dios ya ha predestinado y justificado (vss. 29-30). Y hace esa obra de sostenimiento con fidelidad inquebrantable, tal como lo ha hecho desde que cada uno de los elegidos se unió por primera vez a Él por la fe. Debido a su intercesión, no pueden ni caerán nunca del estado de justificación.
De interés son algunas de las citas de Romanos 8:33-34 en otras partes de nuestras normas. En el Catecismo Mayor 77, el pasaje apoya la afirmación de que la justificación “libera por igual a todos los creyentes de la ira vengativa de Dios, y lo hace perfectamente en esta vida, que nunca caen en condenación” (énfasis añadido). Y en el Catecismo Mayor 55, el pasaje establece la verdad de que la intercesión actual de Cristo por los creyentes es efectiva para “responder a todas las acusaciones contra ellos”.
Otro pasaje citado por la Confesión de Fe, 11.5, es Lucas 22:32. Allí, poco antes de ir a la cruz, Jesús le asegura a Pedro: “pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte”. Sabemos cuán efectiva fue esa oración. A pesar de su grave falta de fe cuando negó a Jesús, en última instancia, la fe de Pedro no falló.
Hebreos 7:25 nos dice que Jesús “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. A la luz de Romanos 8:33-34 y este pasaje en Hebreos, podemos estar seguros de que lo que Jesús hizo en la tierra al orar por Pedro lo está haciendo ahora al interceder por todos los creyentes. Nuestro triunfante Salvador-Rey sabe muy bien, mejor que nosotros, que “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Jesús sabe que ese “a quien” no es el mundo, al menos en primer lugar, sino la iglesia, aquellos para quienes el tentador-acusador es “vuestro adversario” (1 Pedro 5:8). Pero Jesús está intercediendo por nosotros, y por eso Satanás y sus huestes no nos devoran. Nuestra fe, nuestra fe justificadora, no falla.
Entonces, ¿por qué es que no perderás y, de hecho, no puedes dejar de ser justificado, que no puedes perder tu justificación, que “nunca puedes caer del estado de justificación”? ¿Por tu elección? Por supuesto que sí. Eso se indica en Romanos 8:29 y se enseña claramente en otras partes de las Escrituras. ¿Por la justicia perfecta de Cristo imputada a ti de una vez por todas solo por la fe? De nuevo, por supuesto. Nada podría ser más claro de la enseñanza de Pablo en Romanos y en otros lugares. Pero no puedes perder tu justificación también –y esto no es menos esencial– porque Cristo está actualmente a la diestra de Dios, continuando allí para interceder por ti. Nuestra justificación, nuestra continuación infalible en “el estado de justificación”, enseña Romanos 8:33-34, depende no solo de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, sino también de lo que está haciendo por nosotros ahora y hará por nosotros y por todos los creyentes hasta que venga de nuevo. Nuestra justificación es inquebrantablemente segura porque Jesucristo, como nuestro siempre fiel y, ahora nuestro sumo sacerdote intercesor, es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb 13:8).