Perspectiva Normative – TDB2
Tomando Decisiones Bíblicas
John Frame
Traductor: Martín Bobadilla
Lección Dos
La Perspectiva Normativa: Dios y su Palabra
Contenido
INTRODUCCIÓN
DIOS COMO NORMA
Dios en sí mismo
Atributo personal
Norma última
Dios como juez
Implicaciones
LA PALABRA COMO NORMA
Tres categorías
Carácter normativo
Revelación general
Revelación especial
Revelación existencial
Unidad
CONCLUSIÓN
GLOSARIO
Introducción
Los niños pueden ser muy divertidos, sobre todo cuando intentan aprender y aplicar ideas nuevas. El otro día, la hija de cuatro años de mi amigo se le acercó justo antes de cenar con un caramelo en la mano y le dijo: «Papá, déjame comer este caramelo». Ahora bien, normalmente no se le permitía comer caramelos antes de una comida, así que su padre le preguntó: «¿Por qué debería dejarte comer ese caramelo justo antes de cenar?». Y ella respondió con gran valentía, «Porque lo digo yo».
Ahora, es obvio que esta niña había aprendido su respuesta de sus padres. Así que, naturalmente, esperaba que su padre obedeciera en cuanto oyera esas palabras mágicas: «Porque lo digo yo». Pero esta niña no entendía un hecho fundamental sobre la comunicación humana. La autoridad de las órdenes y directivas depende de la autoridad de la persona que las dice. Aunque la niña utilizaba las mismas palabras que sus padres, tenía que obedecer porque sus padres hablaban, pero sus padres no tenían que obedecer porque ella hablaba.
A medida que exploramos la ética cristiana, debemos enfrentarnos a este hecho fundamental: la autoridad de los principios morales se deriva de la persona que los ha dicho. ¿Por qué debemos someternos a la instrucción de las Escrituras? ¿Por qué las directrices morales de la fe cristiana tienen autoridad sobre nosotros? La respuesta es sencilla: Estas directrices tienen autoridad porque proceden de Dios, que tiene toda autoridad. Le obedecemos «porque Él lo ha dicho».
Esta es la segunda lección de nuestra serie Tomando Decisiones Bíblicas. En esta serie, nos estamos enfocando en el proceso que la Biblia nos enseña a seguir cuando tomamos decisiones éticas. Hemos titulado esta lección «La perspectiva normativa: Dios y su Palabra». Y en esta lección, comenzaremos a explorar la cuestión de la autoridad en la ética, o para ser más precisos, la autoridad de Dios y su Palabra en la ética.
En la lección anterior vimos que tomar decisiones éticas como cristianos requiere que consideremos tres asuntos básicos: la norma apropiada, la meta apropiada, y el motivo apropiado. También designamos estas consideraciones como las perspectivas normativa, situacional y existencial en la ética cristiana. Para tomar decisiones morales que agraden a Dios y conduzcan a sus bendiciones, debemos considerar los asuntos desde una perspectiva normativa, centrándonos en los estándares o normas relevantes. También debemos examinar los asuntos desde una perspectiva situacional, asegurándonos de que hemos evaluado responsablemente los hechos relevantes y los resultados de una situación. Y debemos analizar los asuntos desde una perspectiva existencial, asegurándonos de que tenemos los propósitos y motivos adecuados. En esta lección, echaremos un primer vistazo a la perspectiva normativa —las normas adecuadas para las decisiones éticas— centrándonos en las normas de Dios y su Palabra.
Nuestra lección se dividirá en dos partes principales. En primer lugar, veremos a Dios mismo como nuestra norma absoluta. Y, en segundo lugar, exploraremos cómo la Palabra de Dios sirve como nuestra norma o estándar ético revelado. Prestemos atención, en primer lugar, a Dios mismo como nuestra norma ética.
Dios como norma
Recordarán que en la primera lección de esta serie vimos que Dios mismo es nuestra norma ética absoluta. Las cosas que concuerdan con el carácter de Dios son «buenas» y «correctas», mientras que las que no concuerdan son «malas» y «erróneas». Dios es la norma ética absoluta porque no es responsable ante ninguna norma fuera o por encima de sí mismo. Él tiene autoridad moral absoluta. Nadie más que Dios tiene el derecho último de determinar lo que es bueno y lo que es malo, o de emitir juicios vinculantes y eternos basados en sus determinaciones.
Para comprender mejor estas ideas y sus implicaciones, examinaremos tres aspectos importantes de Dios como norma moral. En primer lugar, veremos a Dios en sí mismo como ley o norma moral absoluta. En segundo lugar, veremos que Dios es el juez moral absoluto que emitirá juicios vinculantes sobre cada individuo. Y, en tercer lugar, exploraremos algunas de las implicaciones de estas verdades para nuestras propias decisiones éticas. Veamos primero el propio carácter de Dios como norma moral absoluta.
Dios en sí mismo
Hay muchas cuestiones que podríamos abordar al pensar en Dios en sí mismo como la ley moral absoluta. Pero para nuestro propósito, tocaremos dos asuntos. En primer lugar, hablaremos de la bondad como atributo personal de Dios. Y, en segundo lugar, examinaremos el hecho de que la bondad de Dios es la norma última de toda bondad. En primer lugar, cuando hablamos de la bondad como atributo personal de Dios, queremos decir que Él mismo es la norma por la que se mide toda moralidad.
Atributo personal
A veces hablamos en abstracto de los conceptos de bondad y rectitud, y con frecuencia aplicamos términos como «bueno» y «recto» a objetos e ideas impersonales. Pero estos conceptos se derivan correctamente de algo mucho más fundamental: la bondad de la persona de Dios. Aparte del carácter de Dios, no puede existir la bondad o la rectitud. El valor ético sólo existe como reflejo de Dios. En un sentido muy real, Él no es sólo bueno y recto; Él es la bondad y la rectitud mismas.
Como vimos en nuestra primera lección, una forma en que las Escrituras ilustran que los atributos de Dios son la norma moral absoluta es a través de la metáfora de la luz. En 1 Juan 1:5-7 el apóstol Juan enseñó:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1Jn 1:5-7).
La metáfora de Dios como luz es ante todo una evaluación moral. La oscuridad se equipara con el pecado y la mentira, y la luz se asocia con la verdad y la pureza del pecado. Esencialmente, este pasaje explica que Dios está perfectamente libre de pecado al definir el pecado como aquello que es ajeno a la naturaleza de Dios. En otras palabras, asume que Dios mismo es la norma última de bondad y rectitud, de modo que cualquier cosa contraria a la naturaleza de Dios es pecado.
Dios no puede pecar porque no existe un marco de referencia moral o espiritual por encima o más allá de Dios con el que se puedan comparar las acciones, los pensamientos o la voluntad de Dios, de modo que se puedan medir sus acciones, pensamientos o voluntad en función de ese estándar. La voluntad de Dios es la norma para la acción correcta… Dios es la santidad trina que es la fuente y el fundamento de todas las cosas. Entonces, la voluntad de Dios es una expresión de su carácter. No es algo por encima y en contra de su carácter. Su voluntad es siempre una expresión de su carácter. Y puesto que no hay ninguna norma por la cual su carácter santo pueda ser juzgado, y su carácter santo es siempre la bondad misma, Dios no puede pecar.
— Dr. Steve Blakemore
Jesús expresó la misma idea cuando afirmó en Marcos 10:18:
Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios (Mc 10:18).
Al decir que sólo Dios cumplía la norma de la bondad, Jesús indicó que hablaba de la bondad perfecta y total, y no de la bondad relativa o derivada. Al fin y al cabo, la Biblia llama buenos a los demás, pero la bondad de Dios es diferente. A diferencia de cualquier otra bondad, es perfecta en calidad, absoluta en grado y exclusiva de las personas de la Trinidad. Encontramos declaraciones similares de la bondad suprema de Dios en toda la Escritura, como en el Salmo 5:4, donde David declaró:
El malo no habitará junto a ti (Sal 5:4).
Y en Daniel 4:37, incluso el rey gentil Nabucodonosor proclamó:
Todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos (Dn 4:37).
Tal vez el texto más sucinto que encarna esta idea sea Mateo 5:48, donde Jesús afirmó:
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt 5:48).
En todos estos pasajes, vemos a Dios presentado como la ley moral absoluta de dos maneras: Una, el Señor es presentado como la cúspide de la perfección. Es un ser totalmente sin defectos. Y dos, a nosotros, como lectores de las Escrituras, se nos anima a medir nuestra propia bondad con las acciones y el carácter de Dios.
Basándonos en estos y otros pasajes bíblicos, podemos afirmar con razón que la bondad y la rectitud deben considerarse, ante todo, atributos eternos de las personas de la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La bondad consiste, pues, en las actitudes, valores, motivos, deseos y metas que el Dios vivo tiene en su propio corazón. Así pues, para descubrir la norma correcta de la bondad, no debemos esforzarnos simplemente por aprender principios abstractos y éticos. Más bien, debemos esforzarnos por conocer el corazón de Dios mismo.
En segundo lugar, cuando hablamos de Dios en sí mismo como ley moral absoluta, queremos decir algo más que la bondad como atributo personal. También queremos decir que la bondad de Dios es la norma última de toda bondad.
Norma última
Por desgracia, muchas personas tienen la idea errónea de que existe una definición de «bueno» con la que Dios mismo debe medirse. Por ejemplo, algunas personas piensan que Dios no puede ser bueno si juzga a los seres humanos. Otros creen que un Dios bueno nunca permitiría el mal. Y basándose en estas suposiciones, concluyen erróneamente que el Dios de la Biblia no puede ser descrito correctamente como «bueno». Pero, aunque los cristianos rechazan la conclusión de que Dios no es bueno, algunos creyentes siguen aceptando erróneamente la noción de que existe una norma superior de bondad a la que incluso Dios mismo debe ajustarse.
Ahora bien, debemos admitir que a veces los propios escritores bíblicos parecen haber evaluado a Dios con criterios distintos de su propio carácter. En la mayoría de los casos, compararon a Dios con la Biblia. Por ejemplo, en el Salmo 119:65, 68, el salmista escribió:
Bien has hecho con tu siervo, oh Jehová, conforme a tu palabra… Bueno eres tú, y bienhechor; enséñame tus estatutos (Sal 119:65, 68).
En el versículo 65, el salmista reconoció que la Palabra de Dios era una norma de bondad. Incluso indicó que las propias acciones de Dios podían juzgarse buenas según esta norma. Y en el versículo 68, proclamó que Dios mismo era bueno y que sus acciones eran buenas, dando a entender que las acciones de Dios eran buenas porque Dios había actuado de acuerdo con su Palabra. Finalmente, el salmista cerró el versículo 68 expresando su deseo de aprender los estatutos de Dios —es decir, la ley de Dios— para poder conformarse a la bondad de Dios. En resumen, el salmista midió las acciones de Dios según el estándar de la Palabra de Dios —es decir, todo lo que Dios reveló sobre sí mismo— y encontró que las acciones de Dios eran buenas. Pero los escritores de las Escrituras también sabían que la ley no es externa a Dios, sino que es su autoexpresión.
No es posible juzgar las acciones o el carácter de Dios por ninguna norma externa a Él. Dios establece las reglas y la autoridad que hay, y es Él quien establece la norma para ello. Dios no va a decir: «Haz lo que yo digo; no hagas lo que yo hago». Sus normas son un reflejo de quién es Él, así que no va a haber nada externo que intente gobernar a Dios.
— Rev. Clete Hux
Consideremos, por ejemplo, que más adelante en el Salmo 119:137, 142, el salmista escribió:
Justo eres tú, oh Jehová, y rectos tus juicios…. Tu justicia es justicia eterna, y tu ley la verdad. (Sal 119:137, 142).
La ley de Dios es justa y buena porque procede de Dios, que es justo y bueno. Porque Él es justo, todo lo que hace y todo lo que expresa —incluidas sus leyes para nosotros— manifiesta su bondad.
Los autores de la Escritura nunca pretendieron enseñar que Dios estuviera sujeto a la ley como lo están los seres humanos. Tampoco creían que fuera posible que Dios contradijera las normas reveladas en la ley. La Biblia habla sistemáticamente de la propia bondad personal de Dios como la norma absoluta por la que deben evaluarse todas las cuestiones éticas.
Es muy común que los escépticos, e incluso a veces los creyentes sinceros, lean cosas sobre Dios en la Biblia y se pregunten si es realmente bueno. En un momento u otro, la mayoría de nosotros hemos pensado al menos: ¿cómo puede el Señor ser bueno y permitir el horrible sufrimiento que hay en el mundo? ¿Cómo puede ser bueno y ordenar a Josué que aniquile a los habitantes de Canaán? ¿Por qué un Dios santo maldeciría a toda la raza humana por lo que hizo un solo hombre, Adán? Estas son cuestiones reales a las que la gente se enfrenta todo el tiempo, y a veces pueden ser bastante desconcertantes. Los libros sapienciales de la Biblia, como Job y el Eclesiastés, así como algunos pasajes del Nuevo Testamento, como el libro de Santiago, nos ayudan a responder a este tipo de preguntas. Pero nunca debemos esperar que Dios cumpla una norma de bondad que esté por encima de Él. La fe bíblica descansa en la firme creencia de que todo lo que es verdad de Dios, todo lo que Dios hace, todo lo que Dios ordena es bueno porque Él es Dios. Él es la definición misma de la bondad. Él es la norma suprema de lo que es bueno. Y no hay ideal de bondad más elevado que Dios mismo.
— Dr. Richard L. Pratt, Jr.
Además de que Dios es la norma moral absoluta en sí mismo, veremos que también es el juez absoluto de la moralidad. Es decir, tiene la prerrogativa última de determinar si determinadas acciones, emociones y pensamientos cumplen o transgreden sus requisitos morales. Y tiene el derecho y el poder últimos de actuar de acuerdo con sus determinaciones.
Dios como juez
Ahora bien, es cierto que Dios delega en los seres humanos cierta responsabilidad a la hora de emitir juicios éticos. Por ejemplo, pasajes bíblicos como Romanos 13 enseñan que, según las Escrituras, los gobiernos humanos legítimos tienen la responsabilidad limitada de honrar el bien y castigar el mal. Pero la Biblia también enseña que nuestros juicios humanos sólo son correctos y válidos en la medida en que reflejen los juicios de Dios.
Jesús mismo dejó claro que, en el último día, Dios mismo juzgará a todas las personas por sus acciones. Y cuando lo haga, confirmará o condenará todos los juicios que los seres humanos hayan hecho alguna vez. En ese momento, maldecirá a aquellos cuyas obras sean malas, y bendecirá a aquellos cuyas obras sean buenas. Juan 5:27-30 recoge las palabras de Jesús al respecto:
Todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación… mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre (Jn 5:27-30).
Independientemente de las conclusiones éticas a las que lleguemos en esta vida, Dios mismo es el tribunal supremo del universo. Dios determinará en última instancia si hemos vivido moral o inmoralmente, y sus sentencias serán totalmente vinculantes. No hay ninguna base sobre la que alguien pueda desafiar la autoridad de Dios. Toda autoridad y todo poder le pertenecen, de modo que no hay forma de evitar sus juicios. Escucha las palabras de Dios a Job sobre este tema en Job 40:2-14:
¿Es sabiduría contender con el Omnipotente?… ¿Invalidarás tú también mi juicio? ¿Me condenarás a mí, para justificarte tú? ¿Tienes tú un brazo como el de Dios? ¿Y truenas con voz como la suya? Adórnate ahora de majestad y de alteza, y vístete de honra y de hermosura… yo también te confesaré que podrá salvarte tu diestra (Job 40:2-14).
Dios tiene derecho a juzgar porque tiene autoridad absoluta, y sus juicios son ineludibles porque tiene poder absoluto. Aunque las criaturas de Dios quieran escapar a su autoridad y poder, no pueden. En última instancia, sólo hay dos opciones: O nos sometemos a Él como juez, refugiándonos en su misericordia por medio de Cristo, o le desafiamos y sufrimos el castigo eterno. Y, por si tuviéramos la tentación de resentirnos con Dios y desconfiar de sus juicios, debemos apresurarnos a añadir que todas sus determinaciones son justas y correctas. No es caprichoso, sino que siempre juzga según la norma inmutable de su carácter. Como argumentó Eliú en Job 34:10-12:
Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad. Porque él pagará al hombre según su obra, y le retribuirá conforme a su camino. Sí, por cierto, Dios no hará injusticia, y el Omnipotente no pervertirá el derecho (Job 34:10-12).
Como juez absoluto de la moralidad, Dios aplica sistemáticamente la norma moral absoluta de su carácter en cada juicio que emite. Sus juicios son perfectos, exhiben una perspicacia y sabiduría impecables, una equidad infalible y una moralidad intachable.
Ahora que tenemos un entendimiento básico de Dios como la norma moral absoluta, tanto en sí mismo como en su calidad de juez absoluto de moralidad, volvamos nuestra atención a algunas de las implicaciones de estos asuntos para nuestras vidas.
Implicaciones
Cuando hablábamos de Dios como norma moral absoluta, nos referíamos principalmente a la existencia de Dios en sí mismo y por sí mismo. Y cuando hablamos de Dios como juez absoluto de moralidad, nos centramos principalmente en sus interacciones con su creación. En este punto, centraremos nuestra atención en el hecho de que el poder de Dios y su autoridad para juzgar obligan a sus criaturas a vivir de acuerdo con la norma de su carácter. Por ejemplo, en 1 Pedro 1:15-16, Pedro instruyó a sus lectores de esta manera:
Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo (1P 1:15-16).
En este pasaje, Pedro afirma que el carácter de Dios es la norma suprema para todo comportamiento humano. Pedro también aplicó esta idea insistiendo en que, puesto que Dios es la norma para todo comportamiento humano, la humanidad está obligada en consecuencia a obedecer e imitar a Dios. Debemos reflejar su carácter.
Por supuesto, es importante darse cuenta de que cuando hablamos de imitar a Dios, no estamos hablando de tratar de usurpar la autoridad de Dios. No debemos actuar como si fuéramos Dios y pudiéramos hacer todo lo que Dios hace en las Escrituras. Más bien, hemos de ser santos como criaturas suyas, como quienes se someten a las directrices de Dios sobre el modo en que los seres humanos han de ser santos. Por ejemplo, cuando Pedro escribió que debemos ser santos porque Dios es santo, quiso decir que el carácter de Dios dicta lo que es la santidad. Y porque Dios actúa según su santidad, nosotros también debemos actuar según su santidad. Debemos ser santos de la manera que Él nos ordena que seamos santos.
Pedro nos dice en su primera epístola en el capítulo 1 que la santidad de Dios debe afectar la forma en que vivimos en toda nuestra manera de vivir día a día. Pedro dice, «Como el que os llama es santo, también nosotros debemos ser santos en todo lo que hacemos», y cita el libro del Levítico para ilustrar que, como Dios es santo, nosotros debemos ser santos en todas nuestras acciones. Lo que esto significa, entonces, es que la santidad de Dios tiene ramificaciones muy prácticas en cómo vivimos nuestras vidas día a día como hijos obedientes, que siguen las enseñanzas de Cristo.
— Dr. Brandon D. Crowe
Encontramos un pensamiento similar en el Sermón de la Montaña. En Mateo 5:44-48, Jesús dijo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos… Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt 5:44-48).
Puesto que el comportamiento de Dios también es perfectamente bueno y moral, también es una norma moral vinculante. Por lo tanto, es obligación de toda persona obedecer a Dios ajustándose a la norma de sus acciones.
Ahora bien, para la mayoría de nosotros, esta aplicación probablemente parece obvia. Después de todo, si Dios es la autoridad absoluta que nos hace responsables ante una norma absoluta, entonces debe seguirse que estamos obligados a obedecer esa norma. En realidad, sin embargo, muchas personas que se enfrentan a la autoridad soberana y a la norma justa de Dios hacen caso omiso de los mandamientos de Dios e inventan sus propias reglas para sus vidas. Algunos creen que, aunque Dios tenga el poder de juzgarlos, no tiene el derecho. Incluso pueden creer que es honorable y bueno resistirse a Dios, a pesar de las consecuencias, del mismo modo que uno podría resistirse a un dictador humano malvado.
También vemos una forma de esta actitud en los círculos cristianos. Por ejemplo, muchos en la iglesia creen que, porque Jesús murió por nuestros pecados, Dios ya no requiere nuestra obediencia. Confunden el perdón con la licencia, imaginando erróneamente que, porque todos nuestros pecados son perdonados, podemos vivir como nos plazca. Sin embargo, la verdad es que incluso los creyentes deben vivir según las normas del carácter de Dios. Escucha cómo lo expresa Juan en 1 Juan 1:7:
Si andamos en luz, como él está en la luz… la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado (1Jn 1:7).
Juan señala al menos dos puntos en este pasaje que son directamente relevantes para nuestro debate. En primer lugar, al enseñar que todos debemos «andar en la luz, como Él está en la luz», Juan indicó que todos los creyentes están obligados a imitar a Dios. En segundo lugar, Juan dijo que nuestra obligación de obedecer la norma de Dios está relacionada con nuestro perdón en Cristo. Sólo si imitamos a Dios, la sangre de Cristo nos limpia del pecado. No podemos tener a Jesús como Salvador sin estar también obligados a obedecerle como Señor.
Habiendo examinado más de cerca la idea de que Dios mismo es la norma ética absoluta, ahora estamos en condiciones de pasar a nuestro segundo tema principal: la Palabra de Dios como nuestra norma ética revelada.
La Palabra como norma
Hemos examinado varias formas en que la Biblia demuestra que Dios mismo es nuestra norma ética absoluta. Pero lo cierto es que sólo sabemos cómo es Dios porque se nos ha revelado a través de su Palabra. Sin esta revelación, su carácter sería misterioso y desconocido, de modo que no podríamos cumplir con nuestra obligación de seguir su ejemplo. Afortunadamente, la revelación de Dios nos enseña muchas cosas sobre su carácter, lo que nos permite tomar decisiones éticas informadas que reflejen esta norma. Así pues, aunque insistimos en que Dios mismo es nuestra norma última, debemos confiar en su revelación o palabra como nuestra norma práctica.
Para explorar cómo la Palabra de Dios es nuestra norma ética revelada, trataremos tres cuestiones: En primer lugar, presentaremos las tres categorías de revelación; en segundo lugar, hablaremos del carácter normativo de estas tres categorías; y, en tercer lugar, exploraremos la unidad de estas tres categorías. En primer lugar, para avanzar en nuestra comprensión de la ética cristiana, debemos asumir el hecho de que Dios se ha revelado de tres maneras.
Tres categorías
Tradicionalmente, los teólogos han hablado de la revelación de Dios principalmente en dos categorías: revelación especial y revelación general. En la categoría de revelación especial han colocado más bien las comunicaciones directas de Dios, como las Escrituras, las profecías, los sueños y las visiones. La categoría de revelación general ha incluido cosas como la historia, el universo, el clima, las plantas, los animales y los seres humanos. En pocas palabras, la revelación general ha sido una categoría abarcante para todo lo que no se considera revelación especial.
Aunque este enfoque tradicional es útil en algunos aspectos, tiende a desviar nuestra atención de algunas dimensiones muy importantes de la revelación de Dios. Por eso, en esta lección hablaremos también de la revelación existencial —la revelación de Dios en las personas. Este tipo de revelación a menudo se agrupa con la revelación general, pero realmente merece ser tratada por separado.
Ahora bien, muchos teólogos a lo largo de la historia de la Iglesia han señalado que un elemento de la revelación general o natural destaca, sobresale de todo lo demás, y tiene que ver con nosotros como seres humanos, porque somos imagen y semejanza de Dios. Más que cualquier otro aspecto de la naturaleza, los seres humanos reflejan a Dios, y esto significa que podemos aprender mucho sobre Dios y su voluntad centrándonos no sólo en la naturaleza en general, sino también prestando especial atención a nosotros mismos y a los demás seres humanos como imagen y semejanza de Dios. Hablamos de ella como «existencial» porque tiene que ver con la existencia de los seres humanos y sus experiencias como imagen y semejanza de Dios. Y eso es crucial en la ética cristiana.
— Dr. Richard L. Pratt, Jr.
Con las tres categorías de revelación en mente, estamos en condiciones de explorar el carácter normativo de la revelación de Dios. Toda la revelación de Dios nos proporciona normas que revelan el carácter de Dios y nos guían a la hora de tomar decisiones éticas.
Carácter normativo
Examinaremos en primer lugar el carácter normativo de la Palabra de Dios en la revelación general; en segundo lugar, las normas de la revelación especial; y, en tercer lugar, la revelación existencial como norma revelada. Consideremos primero cómo la revelación general de Dios sirve de autoridad sobre nosotros.
Revelación general
Cuando hablamos de revelación general, nos referimos al modo en que la creación y la historia nos enseñan cosas verdaderas sobre Dios y sus exigencias morales para con nosotros.
La revelación general es lo que Dios nos revela sobre sí mismo o nos dice sobre sí mismo a través de la creación y de la providencia, es decir, a través de la naturaleza y también a través del curso de la historia. Es reveladora. Nos habla de Dios como vemos, por ejemplo, en el Salmo 19: «Los cielos cuentan la gloria de Dios». Así, contemplando los cielos, los cuerpos celestes, la tierra, el sol, la luna, las estrellas, etc., podemos contemplar que hay un Creador que es glorioso. Y en Romanos 1, también, Pablo habla de que podemos conocer a Dios, su poder y su sabiduría a través de lo que percibimos en la creación.
— Dr. Larry Trotter
Por supuesto, la revelación general no puede enseñarnos todo. Por ejemplo, el camino de la salvación por medio de Jesucristo sólo se enseña a través de la revelación especial, y otros aspectos de la voluntad de Dios nos llegan principalmente a través de la revelación existencial. Además, la Biblia subraya que cuando Adán y Eva cayeron en el pecado, el mundo creado cayó con ellos, de modo que la propia naturaleza se ha corrompido. En consecuencia, la creación y la historia son difíciles de interpretar. Ya no nos presentan una imagen perfectamente clara del carácter de Dios. Sin embargo, la Biblia nos asegura que la revelación general sigue siendo lo suficientemente clara como para enseñarnos cosas verdaderas sobre Dios. Revela la norma perfecta del carácter de Dios y, por lo tanto, sirve como una de las normas reveladas de Dios.
Hablaremos de dos características importantes de la revelación general en su aplicación a la ética cristiana: su complejidad y su importancia. En primer lugar, la revelación general es compleja.
Complejidad. Es común que los cristianos piensen en la revelación general en términos muy simples, como si todas las formas de revelación general fueran iguales. En realidad, sin embargo, hay diversos grados de generalidad y especialidad dentro de la categoría de revelación general. Algunos aspectos de la revelación general son comunes a todas las personas, mientras que otros están restringidos a grupos muy limitados de personas. Algunos aspectos tienen un significado más bien vago, mientras que otros son especialmente claros. Algunos aspectos siguen el orden natural con muy pocos indicios de la intervención activa y cotidiana de Dios, mientras que otros demuestran claramente la intervención sobrenatural de Dios.
Consideremos un ejemplo en el extremo más general del espectro —la revelación general del sol. Casi todo el mundo en la historia del mundo ha visto el sol y sus efectos. Y en el sol, han visto la autorrevelación de Dios. Este es quizás el tipo más general de revelación general imaginable. Pero consideremos también que, al ver el sol y sus efectos, todos los seres humanos están obligados a una respuesta ética específica. Jesús describió esta respuesta en Mateo 5:44-45 cuando dijo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos (Mt 5:44-45).
El hecho de que el sol salga sobre los malos, los caliente y haga crecer sus cosechas, y que haga llover tanto sobre los buenos como sobre los malos, demuestra que Dios es paciente y bondadoso, incluso con los pecadores que lo odian. Y puesto que todos los seres humanos somos responsables de imitar el carácter de Dios, todos somos responsables de amar y orar por nuestros enemigos.
En el otro extremo del espectro, consideremos un ejemplo que parece muy similar a la revelación especial —la historia de la vida, muerte y resurrección de Cristo. La mayoría de nosotros consideramos que los hechos de estos acontecimientos forman parte de la revelación especial. Pero, como ya hemos dicho, la historia forma parte de la revelación general. Cuando vemos qué acontecimientos permite Dios y cómo gobierna el mundo a lo largo del tiempo, aprendemos mucho sobre Él. Y la historia de la redención, en particular de la obra de Jesucristo, nos dice mucho sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre la salvación. Escucha la forma en que Pablo expuso la historia de la resurrección en Hechos 17:30-31:
Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos. (Hch 17:30-31).
Pablo argumentaba que el hecho histórico de la resurrección de Jesús era una prueba de que Dios había fijado un día en el que juzgaría al mundo entero. También sostenía que la llegada del día del juicio obliga a todos, en todas partes, a arrepentirse. En otras palabras, la revelación general de la resurrección histórica obliga a todas las personas a rendir cuentas.
Este tipo de revelación general es muy similar a la revelación especial porque es rara e inusual. No mucha gente vio a Jesús cuando vivió y murió. Su vida y su muerte fueron extraordinarias; no se parecían a ninguna otra vida o muerte humana. Su resurrección, a su vez, fue innegablemente milagrosa. Sin embargo, no alcanzan el nivel de revelación especial porque no comunican cómo debemos arrepentirnos ni lo que implica plenamente el compromiso total con Dios.
En segundo lugar, en la ética cristiana debemos afirmar no sólo la complejidad de la revelación general, sino también su importancia para tomar decisiones éticas. Dios hace responsable a toda la humanidad de reconocer y ajustarse a aquellos aspectos de su carácter que nos son revelados a través de la creación y la historia.
Importancia. Al principio, a muchos cristianos les puede parecer extraño que valoremos tan altamente lo que aprendemos sobre Dios a través de la creación y la historia. Al fin y al cabo, uno de los rasgos distintivos de la teología protestante es que damos más importancia a las Escrituras que a cualquier otro tipo de revelación. Pero lo cierto es que, aunque exaltemos con razón las Escrituras como la forma suprema de revelación en nuestros días, los protestantes siempre han afirmado la validez y la autoridad vinculante de la revelación general. Por ejemplo, la Confesión de Fe de Westminster comienza en el capítulo 1, sección 1 con estas palabras:
La luz de la naturaleza y las obras de creación y providencia manifiestan hasta tal punto la bondad, la sabiduría y el poder de Dios, que dejan a los hombres sin excusa; sin embargo, no son suficientes para dar el conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación.
Dios ha exhibido su carácter a través de lo que ha hecho, y a través de su continua interacción con lo que ha hecho. Y como Dios mismo es nuestra norma absoluta, estamos obligados a obedecer su autorrevelación que nos llega a través de la revelación general. Pablo expresó estas ideas en Romanos 1:18-20, donde escribió:
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (Ro 1:18-20).
La revelación general es un estándar o norma de creencia sobre Dios que es vinculante para todas las personas. Y como la revelación general es una norma vinculante, todo el que actúe en contra de lo que Dios ha revelado es culpable de pecado.
Pablo nos dice en Romanos 1 que Dios se da a conocer a través de la creación —su sabiduría, su poder y su bondad. Y también enseña que todo ser humano, por el hecho de estar hecho a imagen de Dios y vivir en el mundo de Dios, conoce a Dios a través de las cosas que están hechas. Lamentablemente, la respuesta del pecado a ese conocimiento es la ingratitud y la rebelión. Y así, cuando todas las personas comparezcan ante Dios el día del juicio, no lo harán ante alguien a quien no conocen, sino ante alguien que se ha dado a conocer a través de la creación y contra quien han elegido rebelarse.
— Dr. Guy Waters
Esta misma idea aparece con bastante claridad en Romanos 1:32, donde Pablo añade este comentario sobre los que rechazan a Dios tal como se revela en la creación:
Quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte (Ro 1:32).
Aquí Pablo llamó a la revelación general un «decreto», usando la palabra griega dikaiōma (δικαίωμα). Otras traducciones traducen esta palabra como «ordenanza» o «juicio». La idea básica, sin embargo, es clara: la revelación general es una norma revelada que es conocida hasta cierto punto por todos y que Dios ordena a todos obedecer.
Ahora bien, muchas personas no estarían de acuerdo con la afirmación de Pablo de que esta norma es obvia para todos. Algunos de nosotros sin duda pensamos que no hemos aprendido estas cosas de la creación, y que esta información es demasiado específica para ser recogida de la naturaleza y la historia. Lo mismo ocurría en la época de Pablo, por lo que el apóstol incluyó un análisis de por qué muchas personas no comprenden estos hechos a partir de la revelación general. En Romanos 1:21 explicó:
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido (Ro 1:21).
Pablo estaba diciendo que, aunque la revelación general nos habla claramente, rechazamos su significado obvio en favor de otros significados.
En lugar de reconocer a Dios en la creación, los antiguos incrédulos inventaron dioses falsos. Los incrédulos modernos suelen atribuir la creación al azar. E incluso muchos cristianos se han acostumbrado a mirar la creación a través de los ojos de la incredulidad moderna. Sin embargo, la revelación de Dios en la creación sigue siendo vinculante. Sigue siendo la norma revelada por Dios a la que debemos ajustarnos. Lo más probable es que Pablo se basara en el Salmo 19:1, donde David escribió:
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos (Sal 19:1).
A todas luces, los cielos y el resto del mundo creado son quizá el aspecto más general de la revelación general. La mayoría de las personas que han vivido han podido ver la inmensidad del cielo. Este tipo de conocimiento es extremadamente común. Y si incluso la revelación general más general es vinculante y autoritativa, ciertamente las formas más especiales de revelación general también son autoritativas.
Habiendo visto que la revelación general viene en muchas formas, y que todas sus formas revelan las normas de Dios, debemos considerar la revelación especial. Tanto si nos resulta fácil creer que la revelación general forma parte de la norma revelada de Dios como si no, todos los cristianos deberían reconocer fácilmente que la revelación especial es una norma que es vinculante en nuestras vidas.
Revelación especial
Cuando pensamos en términos de revelación general, todos los hombres pueden tener el conocimiento de la existencia del Señor, pero en términos de llegar a conocer a Cristo como Señor y Salvador personal, eso tiene que ver con la revelación especial… Así que incluso la capacidad de creer, de tener fe, de creer en Cristo como Señor y Salvador, eso nos lo tiene que dar Dios mismo. Y así, al final del día, cualquier capacidad de conocer al Señor en un nivel redentor, todo tiene que ver con el Dios trino revelándonoslo.
— Rev. Larry Cockrell
Al igual que hicimos con la revelación general, nos centraremos en la complejidad y la importancia de la revelación especial para la ética cristiana. En primer lugar, la revelación especial es compleja.
Complejidad. La revelación especial nos llega de diversas formas. La mayoría de estas formas se basan en la palabra hablada o escrita, pero en todas ellas Dios se comunica con las personas de un modo que trasciende el funcionamiento normal de la creación. Al examinar las Escrituras, encontramos muchos ejemplos diferentes de revelación especial. En algunos casos, Dios aparece visiblemente y habla en voz alta a grupos o individuos. En otros casos, se le oye, pero no se le ve. Otras veces, se comunica a través de un mediador, como un ángel que se aparece a su pueblo. Dios también suele ordenar a los que han recibido su revelación especial que escriban lo que se les ha revelado. Este registro escrito se considera Escritura, que es otra forma de revelación especial.
Ahora bien, por muy variados que sean estos diferentes tipos de revelación, todos son «especiales» en el sentido de que representan una comunicación extraordinaria o sobrenatural entre Dios y el hombre. Implican que Dios interrumpe, por así decirlo, el curso natural de los acontecimientos para comunicarse más directamente con su pueblo. Pero, aunque estos diversos tipos de revelación comparten este vínculo común, podemos distinguir entre ellos. Algunos tipos de revelación especial se producen a través de una mediación más distante. Son las menos especiales. Podemos incluso pensar que rozan la revelación general. Pero otras proceden más directamente de Dios, con menos mediación. Estos tipos de revelación son los más especiales.
En el extremo «más especial» del espectro, la Escritura nos dice que Moisés habló con Dios directa y personalmente. Como leemos en Éxodo 33:11:
hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero (Ex 33:11).
Hay varios niveles de revelación de Dios. A veces es a través de visiones y sueños. Pero cuando Dios habló a Moisés, fue cara a cara —o como podría traducirse, «boca a boca»… Esta revelación fue del más alto orden, una revelación infalible e inerrante. La revelación especial nunca contiene errores.
— Dr. Peter Chow, traducción
En el otro extremo del espectro de la revelación especial, encontramos cosas como los sueños. El significado de la revelación especial en los sueños no está en el hecho de que una persona sueñe. Más bien, está en el hecho de que Dios utiliza este fenómeno natural para comunicar la verdad a un individuo. Por ejemplo, en Génesis 41, encontramos el relato del sueño del Faraón en el que siete vacas flacas se comen a siete vacas gordas. Ciertamente, el Faraón sabía que el sueño era sobrenatural. Así lo demuestra el hecho de que pidiera a sus consejeros que se lo interpretaran. Pero ¿cómo supo el Faraón que su sueño era sobrenatural? Dios no se dirigió directamente a Faraón en el sueño. No envió a un ángel para que le hablara, como hizo más tarde con José en Mateo 1 en relación con el nacimiento de Jesús. De hecho, lo único especial del sueño del Faraón fue que Dios lo utilizó para comunicarse con él. Aparte del uso que Dios hizo del sueño, esta revelación era indistinguible de los sueños que ocurren como parte normal de la revelación general.
En resumen, algunas revelaciones especiales son fantásticas y obviamente sobrenaturales, como la presencia manifiesta de Dios con personas como Moisés. Pero otras revelaciones especiales se parecen mucho a la vida humana normal y natural. En nuestros días, la forma más común de revelación especial —y la única forma universalmente reconocida de revelación actual— es la Escritura. E incluso la propia Escritura tiene algunas partes que son muy especiales, y otras que son un poco más comunes. Por ejemplo, según Éxodo 31:18, Dios escribió directamente los Diez Mandamientos, que estaban contenidos en:
…tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (Ex 31:18).
Otros textos, sin embargo, fueron escritos originalmente por paganos, que habían interpretado la revelación general. En Hechos 17:28, Pablo dirigió estas palabras a su audiencia griega:
Como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos (Hch 17:28).
Aquí Pablo afirmó las conclusiones de algunos de los poetas griegos, y de este modo, las palabras de estos poetas paganos pasaron a formar parte de la revelación especial. Otros textos más comunes incluyen ciertos proverbios recogidos por escritores bíblicos y otras citas de poetas paganos. Y en Esdras 4, encontramos copias de las cartas entre el rey Artajerjes de Persia y sus siervos de la región del Trans-Éufrates.
La revelación especial es compleja y nos llega de diversas formas. La mayoría de esas formas se basan en la palabra hablada o escrita. Pero en todas ellas Dios se comunica con los hombres de un modo que trasciende el funcionamiento normal de la creación.
Además de la complejidad de la revelación especial, debemos considerar su importancia para la ética cristiana. Toda revelación especial es normativa para nosotros. Toda revelación especial es una norma a la que debemos atenernos.
Importancia. Consideremos, por ejemplo, Hechos 17:28-30. Después de citar a los poetas paganos Arato y Cleantes, Pablo extrae de sus palabras una aplicación vinculante para toda la humanidad.
Como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan (Hch 17:28-30).
A pesar del origen pagano de las palabras «porque linaje suyo somos», Pablo, como apóstol autorizado de Dios, convirtió esta cita en una revelación especial de Dios a la humanidad. Estas palabras se convirtieron en una norma vinculante, que obligaba a todos los pueblos del mundo a arrepentirse.
Si incluso las palabras de origen pagano pueden tener tal fuerza, ciertamente la revelación que es más especial nos obliga aún más. De hecho, vemos esta conclusión afirmada por la propia Escritura. Por ejemplo, escuchemos lo que Dios dijo a los habitantes de Jerusalén en Jeremías 25:8-9, después de que hubieran rechazado repetidamente a sus profetas:
Por cuanto no habéis oído mis palabras, he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del norte… y por Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y sus habitantes, y contra todas estas naciones circunvecinas. Los consagraré a la destrucción y los convertiré en horror, en silbido y en desolación eterna (Jeremías 25:8-9).
Debido a que el pueblo se había negado a escuchar a los profetas de Dios, Dios amenazó con un juicio extremo del pacto contra ellos. Les advirtió que los llevaría a la «desolación eterna» si no se arrepentían.
Cuando Dios revela la verdad a través de sus representantes autorizados, como los profetas bíblicos y los apóstoles, esta revelación especial es absolutamente vinculante. Por supuesto, en nuestros días, ya no tenemos apóstoles y profetas vivos y autorizados, pero tenemos la Biblia. La Escritura es la forma más relevante de revelación especial para nosotros hoy en día, y es vinculante para todas las personas en todo momento.
Una vez examinado el carácter normativo de la Palabra de Dios en la revelación general y especial, debemos centrar nuestra atención en la revelación existencial —la revelación de Dios a través de las personas humanas.
Revelación existencial
Aunque no ha sido habitual que los teólogos hablen de «revelación existencial», la idea de que Dios se revela en y a través de las personas siempre ha sido reconocida por la corriente principal de la teología protestante como parte de la revelación general. En otras palabras, no estamos defendiendo aquí un nuevo tipo de revelación, sino simplemente una forma diferente de categorizar la misma revelación que los teólogos han aceptado durante siglos. Por ejemplo, escuchen la Confesión de Fe de Westminster, Capítulo 1, sección 10:
El Juez supremo, por el cual todas las controversias de religión deben ser determinadas, y todos los decretos de concilios, opiniones de escritores antiguos, doctrinas de hombres, y espíritus privados, deben ser examinados, y en cuya sentencia debemos descansar, no puede ser otro sino el Espíritu Santo hablando en la Escritura.
La Confesión declara que el juez supremo en todas las controversias de religión es el Espíritu Santo, y que la guía más segura para los juicios del Espíritu Santo es la Escritura. Pero nótese que al apelar a la Escritura como la norma última revelada por la que se juzgan todas las demás, la Confesión no descarta simplemente estas otras como inútiles o inválidas. De hecho, la Confesión asume el valor de todas las demás fuentes que enumera. Dios usa «concilios… escritores antiguos, doctrinas de hombres y espíritus privados» para revelar su voluntad a su pueblo, aunque sus determinaciones deben estar sujetas a las Escrituras.
A lo largo de la historia, cuando la iglesia de Cristo se enfrentaba a desafíos, falsas enseñanzas, críticas o dificultades, los representantes de la iglesia terrenal de Cristo se reunían en un lugar determinado durante un período específico para pronunciar artículos que respondieran a estos desafíos. Tales artículos se basan en un estudio cuidadoso de la Biblia, basado en la Palabra de Dios. Y formularían una confesión… Estas declaraciones no son sólo expresiones de lo que está en la Escritura, sino también de lo que la iglesia ya ha sostenido. Pero ahora tienen una expresión formal. Estas declaraciones de fe son vitales para que los creyentes se aferren a ellas, ya que resumen lo que dice la Escritura sobre una cuestión determinada.
— Dr. Imad Shehadeh, traducción
Podemos llamar a estos juicios humanos formas de revelación existencial. Ninguno es una simple presentación de la historia o la creación, y ninguno es una comunicación sobrenatural directa de Dios. En cambio, cada una de ellas implica la revelación de Dios a través de los seres humanos, ya sea como conclusiones teológicas conjuntas a las que llegan grupos de personas, o como juicios de individuos, o como la guía interior y la iluminación del Espíritu Santo dentro de los creyentes.
La revelación existencial puede dividirse en dos categorías principales: lo que podríamos llamar los aspectos externos de la revelación existencial y los aspectos internos de la revelación existencial. Los aspectos externos de la revelación existencial incluyen cosas como la existencia humana, el juicio humano —tanto individual como corporativo— y el comportamiento humano.
Podemos considerar la existencia humana como una forma de revelación porque los seres humanos han sido creados a imagen de Dios. Es decir, en muchos sentidos, cada uno de nosotros es un representante de Dios en el mundo. Los seres humanos son las imágenes que reflejan la gloria y la dignidad de Dios. Y como reflejamos quién es Él, podemos aprender muchas cosas sobre Dios observando a las personas.
Además, el juicio humano individual y colectivo es una forma de revelación existencial que está estrechamente relacionada con nuestro ser creados a imagen de Dios. Escuche la forma en que Moisés registró la historia de la creación de la humanidad en Génesis 1:26:
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra (Gn 1:26).
Podemos deducir muchas cosas del hecho de que hayamos sido creados a imagen de Dios. Pero, cuando vemos por primera vez esta idea en las Escrituras, se asocia con la delegación de autoridad de Dios a los seres humanos para que gobiernen el mundo. Una de las implicaciones es que cuando los seres humanos ejercemos la autoridad, estamos revelando el carácter de Dios.
Otra forma de ver esta dinámica en acción es en Génesis 2:19, donde leemos estas palabras:
Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre (Gn 2:19).
Este es el primer ejemplo que encontramos en las Escrituras de una persona que ejerce la autoridad que Dios delegó en nosotros. Cuando Adán puso nombre a los animales, estaba pensando y ejerciendo un juicio. Por lo tanto, es justo decir que cuando los seres humanos pensamos y juzgamos como ejercicio de la autoridad divinamente delegada, estamos reflejando el carácter de Dios.
Este tipo de juicio humano es precisamente a lo que se refiere la Confesión de Fe de Westminster cuando habla de «concilios… escritores antiguos, doctrinas de hombres y espíritus privados». Por ejemplo, en Hechos 15, los líderes de la iglesia primitiva se reunieron en Jerusalén para emitir un juicio respecto a las prácticas de los gentiles que se convertían al cristianismo. El concilio, al que asistieron y apoyaron apóstoles como Pedro y Pablo, envió una carta explicando sus determinaciones a las diversas iglesias entonces existentes. En Hechos 15:28-29, Lucas registró que su carta incluía las siguientes palabras:
Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación (Hch 15:28-29).
Nótese que el concilio de Jerusalén afirmaba hablar por sí mismo y por el Espíritu Santo. Entendían que Dios podía utilizar sus deliberaciones conjuntas para determinar el curso de acción adecuado para la iglesia.
Tenemos que ser claros aquí: a diferencia de las Escrituras, los concilios eclesiásticos no son infalibles. Sin embargo, existe un precedente bíblico para creer que Dios utiliza a su pueblo reunido corporativamente para revelar la verdad. Esto es así tanto si la Iglesia se reúne en grandes concilios como en grupos más pequeños. Consideremos, por ejemplo, las palabras de Jesús en Mateo 18:16, 20:
Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra… Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18:16, 20).
Jesús enseñó que cuando dos o tres testigos cristianos confirman correctamente un asunto de disciplina eclesiástica, él apoya su ejercicio de autoridad —la autoridad que Él mismo ha delegado en la iglesia. Por lo tanto, es seguro concluir que incluso cuando los cristianos en grupos más pequeños se reúnen y emiten juicios en presencia de Cristo, Dios utiliza estos juicios para guiar a su pueblo hacia la verdad.
Las decisiones éticas en la fe cristiana no se toman aislados de los demás cristianos. Vivimos juntos para Cristo, y el Espíritu Santo nos une a los demás para que nos apoyemos unos en otros, confiemos unos en otros, trabajemos unos con otros. Y el Espíritu Santo ha dotado y llamado —imperfectos, pero dotados y llamados— a maestros y líderes, y los ha llamado a ejercer la sabiduría. Y nos ofrecen esa sabiduría para que podamos aprender cómo servir fielmente a Cristo. El cuerpo de Cristo, tanto en el pasado como en la actualidad, da testimonio de la voluntad de Dios y nos orienta.
— Dr. Richard L. Pratt, Jr.
Además de la existencia y el juicio humanos, Dios también utiliza el comportamiento humano como un tipo externo de revelación existencial. Lo vemos con frecuencia en las Escrituras, cuando los autores bíblicos animan a sus lectores a imitar el comportamiento de los demás. Por ejemplo, 1 Tesalonicenses 1:6-7 dice:
Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor… de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído (1Ts 1:6-7).
Pablo alabó a los creyentes tesalonicenses por seguir su ejemplo y por convertirse en un ejemplo a seguir para los demás. En la medida en que el comportamiento de Pablo y los tesalonicenses reflejaba el carácter de Dios, era una forma de revelación. En consecuencia, se convirtió en una norma o estándar de comportamiento ético.
Además de estos tipos externos de revelación existencial, también hay tipos internos de revelación existencial. Aunque podemos pensar en muchas formas en las que el Espíritu Santo actúa dentro de los seres humanos para revelar la verdad sobre Dios, nos centraremos en dos. En primer lugar, exploraremos lo que los teólogos han llamado tradicionalmente «iluminación». En segundo lugar, investigaremos la «guía interior» del Espíritu Santo que se manifiesta en cosas como la conciencia.
Cuando hablamos de la iluminación del Espíritu Santo, nos referimos a un don divino de entendimiento que Dios concede a los creyentes, e incluso a los no creyentes. Cuando el Espíritu Santo ilumina la mente de una persona, le da una capacidad o un conocimiento del que antes carecía. Uno de los ejemplos más claros de iluminación se encuentra en Mateo 16:15-17, donde leemos el siguiente relato:
Él [Jesús] les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16:15-17).
Simón Pedro no descubrió por sí mismo que Jesús era el Cristo, ni lo aprendió de otras personas. Dios se lo reveló directamente.
Por supuesto, Pedro fue confrontado con Jesús mismo. El conocimiento personal que Pedro tuvo de Jesús fue parte del proceso por el cual llegó a comprender que Jesús era el Cristo. Pero muchos otros que fueron confrontados con Jesús no llegaron a este entendimiento. La diferencia fue que el Espíritu Santo obró dentro de Pedro para llevarlo a esta comprensión. Pablo abordó el tema de la iluminación de los creyentes muy directamente en 1 Corintios 2:11-12, cuando escribió estas palabras:
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, (1Co 2:11-12).
Pablo quería decir que, aunque creyentes e incrédulos pueden comprender los mismos hechos, no lo hacen de la misma manera. Todas las personas tenemos dificultades para comprender la revelación porque somos seres creados y limitados. Pero el Espíritu Santo obra dentro de los creyentes para darnos una comprensión sobrenatural del Evangelio y de la verdad de Dios. Por lo menos, todos los creyentes tienen una creencia y confianza en Jesús como Salvador que viene directamente del Espíritu Santo. Escucha lo que Pablo escribió en Filipenses 1:29:
A vosotros os es concedido a causa de Cristo… que creáis en él (Flp 1:29).
La palabra griega aquí traducida «concedido» viene del verbo charizomai (χαρίζομαι), que significa «dado gratuitamente». El punto de Pablo no es que a los filipenses se les concedió la oportunidad de creer, sino más bien, que Dios les dio, como un don gratuito, su misma fe en Jesús.
Debido a lo que el pecado ha hecho al desordenar nuestras facultades espirituales, no somos capaces de discernir la realidad de Dios y su Palabra. El Nuevo Testamento dice pintorescamente, somos ciegos en ese punto, somos sordos en ese punto, nuestros corazones son duros en ese punto, de modo que la Palabra de Dios no hace ninguna impresión en nosotros en absoluto. Y entonces, el Nuevo Testamento dice que, «Dios» —estoy citando ahora de 2 Corintios 4— «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz» —eso es en la creación por supuesto— «ha resplandecido en nuestros corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo». Esa es la iluminación del Espíritu.
— Dr. J. I. Packer
Curiosamente, la Biblia también nos enseña que Dios ilumina incluso a los no creyentes. Ya hemos visto que Dios comunica la verdad a todos los incrédulos a través de la revelación general. Pero según Pablo, Dios también comunica la verdad a los incrédulos a través de la iluminación. Escucha las palabras de Pablo en Romanos 2:14-15:
Cuando los gentiles que no tienen ley hacen por naturaleza lo que es de la ley… mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones… acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Ro 2:14-15).
En otras palabras, Dios implanta en cada ser humano, incluso en los incrédulos, un conocimiento básico de su ley. Independientemente de nuestra exposición a la revelación general, todos sabemos instintivamente que ciertas cosas están bien y mal. Y nuestras conciencias dan testimonio de este hecho.
La ley de Dios no es sólo algo que ha comunicado a través de Moisés en tablas de piedra, sino que también ha escrito en el corazón y la mente del ser humano la comprensión de su existencia, su poder, su gloria, la lealtad que le debemos, así como aspectos de su ley moral. Y estamos completamente obligados a obedecerla.
— Rev. Kevin Labby
Más allá de esto, el Espíritu Santo también proporciona lo que a menudo se ha llamado «guía interior». La guía interior —a diferencia de la iluminación, que es principalmente cognitiva— tiende a ser más emotiva e intuitiva. Es una de las formas más comunes en las que el Espíritu Santo trabaja dentro de los individuos para revelar la verdad sobre el carácter de Dios. Vemos que la dirección interior se manifiesta claramente en cosas como nuestras conciencias individuales, así como en nuestros sentimientos, a menudo indescriptibles, de que Dios quiere que sigamos un determinado curso de acción. Pablo se refirió a esta inaprensible dirección interna en Filipenses 2:13.
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Flp 2:13).
Notemos que Pablo no habla aquí de lo que sabemos o creemos, sino de lo que queremos o deseamos, de lo que motiva nuestras acciones. También esto es una forma de revelación, porque nos comunica impresiones e intuiciones sobre el carácter de Dios. Y al igual que todas las formas de revelación existencial, por revelar el carácter de Dios, es una norma vinculante que debemos obedecer y a la que debemos ajustarnos.
El Espíritu es el que nos capacita para querer hacer las cosas que Dios ordena. Así pues, se trata de un fuerte énfasis en la acción de Dios, de que es Dios quien capacita al creyente para hacer su voluntad. Pero no es solo que Dios el Espíritu nos capacita para querer hacer estas cosas, Dios el Espíritu nos capacita para llevarlas a cabo. A esto se refiere Pablo cuando dice que el Espíritu actúa, o que Dios actúa en nosotros para que queramos y actuemos. Es el «tanto/como», de principio a fin, el Espíritu es la razón principal por la que realmente somos capaces de actuar.
— Dr. Uche Anizor
Hemos examinado las tres categorías de la revelación de Dios y hemos visto cómo toda la revelación de Dios nos proporciona normas que revelan el carácter de Dios. Ahora exploraremos brevemente la unidad de estas tres categorías.
Unidad
La revelación general, la especial y la existencial están íntimamente relacionadas. Todas revelan al mismo Dios y, por lo tanto, todas revelan la misma norma, y todas son vinculantes y autoritativas. Pero ¿qué significa esto para nosotros cuando intentamos tomar decisiones bíblicas? Como recordarán, nuestro modelo para la toma de decisiones bíblicas dice que el juicio ético implica:
La aplicación de la Palabra de Dios a una situación por parte de una persona.
A la luz de este modelo, la unidad de la revelación general, especial y existencial de Dios indica que debemos fundamentar todos nuestros juicios éticos en toda la revelación de que disponemos. Por supuesto, la Escritura es totalmente suficiente para instruirnos respecto a la ética cristiana. La revelación general y existencial no nos da nueva información sobre el carácter y la voluntad de Dios que no esté ya revelada en las Escrituras, explícita o implícitamente. Por eso, las Escrituras son plenamente suficientes para guiarnos en todos los ámbitos de la vida. Pero entenderemos mucho mejor lo que nos enseñan las Escrituras cuando las comparemos con el resto de la revelación de Dios. De hecho, sin la revelación general de los libros y el lenguaje, ni siquiera tendríamos acceso a la revelación especial de las Escrituras. Y, por supuesto, la iluminación del Espíritu Santo —revelación existencial— es crucial para que comprendamos el mensaje de la Escritura.
Ahora bien, como pueden imaginar, tenemos que ser muy cuidadosos en este punto. Reconocer la plena suficiencia y autoridad de la revelación especial de Dios en las Escrituras es siempre crucial cuando tratamos de tomar decisiones bíblicas. Por lo tanto, exploraremos las interconexiones entre la revelación especial, general y existencial con mucho más detalle en lecciones posteriores. Pero en este punto, es importante afirmar que prestar la debida atención a las tres formas de revelación de Dios es esencial para aplicar las Escrituras a nuestras vidas.
Conclusión
En esta lección hemos explorado dos aspectos de la perspectiva normativa en la ética cristiana. Hemos visto que Dios mismo es la norma última para todo comportamiento ético, y que su carácter obliga a todos los seres humanos a imitarlo. También hemos visto que Dios mismo es incognoscible aparte de su Palabra, o revelación, por lo que debemos recibir su revelación en todas sus formas como nuestra norma revelada o práctica.
Al tratar de desarrollar nuestras ideas de ética cristiana, debemos guiarnos siempre por el carácter de Dios tal como se revela en la naturaleza y en la historia, en las Escrituras y en los seres humanos. A medida que apliquemos estos conceptos a nuestra vida diaria, nos encontraremos mejor equipados para tomar decisiones éticas que agraden a Dios y que traigan bendiciones a su pueblo.
GLOSARIO
Charizomai — Verbo griego (transliteración) que significa «dar gratuitamente», «conceder», «perdonar».
Ética cristiana — Teología vista como un medio para determinar qué personas, actos y actitudes humanas reciben la bendición de Dios y cuáles no
Dikaiōma — Término griego (transliteración) que significa «decreto», «ordenanza», «juicio».
Ética — El estudio del bien y el mal morales; el estudio de lo que es bueno y lo que es malo.
Perspectiva existencial — Perspectiva ética que considera a la persona, los motivos y la guía interior del Espíritu Santo; una de las tres perspectivas sobre el conocimiento humano utilizadas por el teólogo John Frame en su Tri-Perspectivismo; se ocupa con la respuesta del corazón creyente a través de la emoción y el sentimiento.
Revelación existencial — revelación de Dios a través de personas humanas.
Revelación general — el uso que Dios hace del mundo natural y de su funcionamiento para dar a conocer su existencia, naturaleza, presencia, acciones y voluntad a toda la humanidad.
Iluminación — don divino de conocimiento o entendimiento, principalmente cognitivo, atribuido a la obra del Espíritu Santo
Guía interior — Don divino de conocimiento o entendimiento, principalmente emotivo o intuitivo, atribuido a la obra del Espíritu Santo.
Concilio de Jerusalén — Reunión en Jerusalén registrada en Hechos 15 donde los apóstoles y los líderes de la iglesia trataron las preocupaciones de la iglesia primitiva; en particular, si los gentiles debían o no seguir la ley mosaica para ser salvos.
Perspectiva normativa — Perspectiva ética que considera la Palabra de Dios como la norma o estándar para tomar decisiones éticas.
Perspectiva situacional — Enfoque de la ética con énfasis en la situación y cómo los detalles de nuestras circunstancias se relacionan con nuestras decisiones éticas
Revelación especial — revelaciones de Dios de sí mismo y su voluntad a un número selecto de personas a través de sueños, visiones, profetas, las Escrituras, y otros medios similares.
Confesión de Fe de Westminster — Resumen doctrinal ecuménico compuesto por la Asamblea de teólogos de Westminster y publicado en 1647.
Gracias por realizar este trabajo de traducción a beneficio de la Iglesia de Cristo en el engrandecimiento de su Gloria.