La Ira Sensata
Autor: Wes Bredenhof
Traductor: Eliézer Salazar
El desenlace de la Segunda Guerra Mundial se decidió probablemente en la noche del 24 de agosto de 1940. Diez bombarderos alemanes Heinkel He 111 se extraviaron sobre la Gran Bretaña, y accidentalmente dejaron caer sus bombas sobre Londres; la noche siguiente, ochenta bombarderos RAF atacaron a Berlín con acérrima venganza.
La Luftwaffe hasta este momento se había concentrado en ataques estratégicos contra estaciones de radar y estaciones en sectores. Las estaciones en los sectores tenían la responsabilidad de dirigir los aviones de combate a la batalla; esto fue un método tremendamente eficaz para arrancar los ojos, oídos y cerebros de la RAF.
Hitler estalló en ira después del bombardeo en Berlín, y declaró que destruiría ciudades británicas; la Luftwaffe ahora estaría a cargo de bombardear ciudades con fines de aterrorizar. Hitler creía que estos ataques destruirían la moral británica y diezmarían la producción de armamentos. No lograron hacer ninguna de las dos cosas; de hecho, fue todo lo opuesto.
Bevin Alexander llama a esto «el primer gran error de Hitler» en su libro How Hitler Could Have Won World War II (Cómo Hitler pudo haber ganado la Segunda Guerra Mundial). Él escribe lo siguiente:
Fue en este momento que Adolf Hitler cambió el rumbo de la batalla y de la guerra. Si le hubiera permitido a la Luftwaffe que continuara sus ataques a las estaciones en los sectores, Sea Lion [el plan para llevar a cabo una invasión terrestre] pudiera haberse llevado a cabo, y Hitler hubiera podido concluir la guerra con una victoria rápida y total. En cambio, cometió el primer gran error de su carrera, uno tan crucial que cambió el rumbo de todo el conflicto, y puso en marcha una serie de otros errores como consecuencia. (página 41)
Todo esto porque el disparatado enojo de Hitler dominaba su toma de decisiones. La Segunda Guerra Mundial pudo haber concluido de una manera muy diferente si tan solo se hubiera controlado; por el otro lado, ¡la Segunda Guerra Mundial tal vez nunca hubiera ocurrido si hubiera mantenido la calma!
La insensatez en la mayoría de nuestro enojo
Las Escrituras nos advierten repetidamente sobre la insensatez que a menudo acompaña nuestro enojo. Por ejemplo, Pr 14:17a dice, «El que fácilmente se enoja hará locuras…», y Pr 14:29 dice, «El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad». Este era uno de los defectos de carácter más grandes de Hitler, uno por el que podemos estar profundamente agradecidos.
En la Biblia también vemos a hombres y mujeres que ejemplifican este defecto; tenemos a Jonás, tal vez el profeta más enojadizo del Antiguo Testamento, quien odia a los asirios y se rehúsa a obedecer el mandamiento de Dios de ir a Nínive, y cuando finalmente va y predica, los ninivitas se arrepienten y Dios los libra de su juicio. El capítulo 4 comienza con estas deslumbrantes palabras, «Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó». Luego Dios confronta a Jonás sobre su enojo; Jonás considera que su enojo tiene justificación, «Mucho me enojo, hasta la muerte».
La Biblia no dice que el enojo en sí sea necesariamente pecaminoso; existe la ira justa (Ef 4:26). Después de todo, «Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal 7:11); el enojo no es en sí pecaminoso si el Dios santo puede enojarse. El problema es que el pecado es tan engañoso, y nosotros, como Jonás, justificamos nuestro enojo muy fácilmente. El enojo es algo que se racionaliza rápidamente: cuando estoy enojado, casi siempre es justo y rara vez es pecaminoso.
Solo ha habido un hombre cuyo enojo siempre fue justificado; aquel que era «más que Jonás» es el único ser humano quien siempre tuvo y tiene solamente una justa ira. Jesús purificó el templo, volcando las mesas de los cambistas, y lo hizo porque el celo e ira justa lo consumía. Cristo se encontró en Marcos 3 con el hombre con la mano seca en la sinagoga en el Sabbat; cuando vio la dureza de corazón de los judíos, los miró «con enojo» (Mr 3:5). La ira justificada de Cristo es también una realidad futura; en Apocalipsis 6:16, los impíos tratan de esconderse del juicio de Dios llamando a los montes y peñas, rogándoles que cayeran sobre ellos para esconderlos de «la ira del Cordero».
Lidiando con el enojo con más cuidado y sensatez
La Biblia nos enseña a tener cuidado al tratar con el enojo; a menudo se ha dicho que el enojo prontamente conlleva al peligro. Por lo tanto, ¿cómo podemos tener más cuidado con nuestro enojo? ¿Cómo podemos alejarnos del enojo injustificado y caracterizado por insensatez? A la vez, ¿cómo podemos asegurarnos que haya cabida para la ira justificada y sensata en nuestras vidas?
Hay mucho que se puede decir, pero permítanme elaborar una respuesta. En primer lugar, conforma tu identidad como un discípulo de Jesús; si eres un discípulo, tu deseo es ser como tu maestro; para ser como tu maestro, necesitas estudiar su carácter. Cuando hablamos del enojo, ¿qué tipo de cosas lo enojaban? ¿qué tipo de cosas te enojan a ti? ¿Ves algún contraste? En segundo lugar, apóyate en la gracia y ayuda de Dios para conformarte más y más a Cristo; la forma en la que expresas esa dependencia es por medio de la constante oración para recibir la gracia del Espíritu Santo. Gálatas 5:19 describe los «arranques de ira» como una de las obras de la carne; pero el fruto del Espíritu se manifiesta en cosas como la paz, paciencia, mansedumbre y templanza. Ora para que ese fruto se manifieste en mayores grados.
También deberías estar consciente de cómo el enojo puede indicar un síntoma de un problema de salud mental. La depresión clínica a menudo se expresa por medio del enojo, especialmente en hombres; tal vez deberías consultar con tu médico si a menudo pierdes el control a un nivel irracional; es posible que haya un problema médico para el cual haya tratamiento disponible.
Hay tanto de nuestro enojo que es insensato y pecaminoso, pero gracias sean dadas a Dios que el evangelio es suficiente para abordarlo. Tenemos un Salvador que siempre tuvo perfecto control sobre todas sus emociones, y esta obediencia es nuestra cuando creemos en Él; tenemos un Salvador quien, en la cruz, experimentó la justa ira de Dios contra todos nuestros pecados de ira injusta; ahora nuestro Salvador nos da abundantemente de su Espíritu Santo para que podamos reflejarlo más y más. Piensa en Jesús y su ira que siempre fue justa la próxima vez que sientas el enojo hirviendo dentro de ti.