Un resumen del Evangelio
Autor: Jeffrey C. Nesbitt
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Manuel Bento y Francisco Campos
Esto es una respuesta a la pregunta que a menudo suele plantearse: «¿Qué debemos incluir en nuestra presentación del Evangelio?» Lo siguiente un resumen con lo mínimo que debe incluirse de la totalidad del Evangelio. Creo que no es necesario, y muchas veces tampoco posible, presentar el evangelio en una sola sesión a todo el mundo. Debemos confiar en que el tiempo que Dios nos da para testificar de Cristo será utilizado para la edificación y la convicción deseada en cada persona.
1. DIOS es el Eterno Soberano Gobernante y Creador
Los tiempos en que hoy vivimos no tienen precedentes en toda la historia. Hay mucho interés en lo metafísico, pero muy poco conocimiento sobre las verdades espirituales. El Grande y Santo de la Biblia es virtualmente desconocido entre las diversas y miríadas de personas de la tierra. Y lo más trágico es la ignorancia del Dios de la Biblia entre aquellos que afirman ser hijos suyos o cristianos. Por lo tanto, debemos comenzar nuestra presentación del Evangelio con la presuposición de que nuestro oyente posee poco o ningún conocimiento del Verdadero Dios de la Biblia. Me encanta hablar de Dios a los demás describiéndolo en todos sus atributos: Su santidad, majestad, omnipotencia, amor, eternidad, aseidad (independencia de su creación), soberanía, inmutabilidad, fidelidad, bondad, paciencia, gracia, misericordia, ira, omnisciencia, omnipresencia, bondad amorosa (fidelidad al pacto), etc.
Este es un fundamento muy importante sobre el que edificar, porque damos a conocer al Dios Viviente en quien somos, nos movemos y existimos. Es a Él a quien debemos acudir en cuanto a todos nuestros deseos aquí en la tierra y en cuanto a nuestra esperanza para las edades venideras. Una comprensión errónea de Dios conducirá inevitablemente a una comprensión errónea de todo lo demás. Solo recuerde que Dios inspiró a los hombres para escribir los 39 libros del Antiguo Testamento y darse a conocer en toda su gloria. Luego tomó carne humana y se «ha dado a conocer» por completo (Juan 1:18). Finalmente, Dios agregó 27 «libros» más para completar su revelación de sí mismo. Por tanto, no debemos estar demasiado ansiosos en dejar atrás este primer aspecto del Evangelio.
Bien se ha dicho que «los cristianos han enseñado incorrectamente a los no cristianos diciendo que Dios es solo amor». Pero el concepto de amor del no cristiano está tan distorsionado hoy en día, que es casi totalmente inútil para entender el mensaje correctamente. Aparte de esto, la enseñanza de las Escrituras de que Dios es amor es solo para los cristianos que han recibido a Cristo y pueden apreciar lo que Él hizo por ellos siendo aún pecadores (Romanos 5:8). Además, el amor de Dios no está entre sus atributos más centrales. Para contrarrestar las nociones que los no cristianos tienen de Dios, el cristiano debe concentrarse en los atributos primarios de Dios, y tal vez no deben mencionar su amor en absoluto al principio. Además, la ira de Dios permanece ahora sobre aquellos que no creen en Cristo (Juan 3:36). Las Escrituras en ninguna parte dicen que Dios ama al pecador, y solo odia su pecado; Dios está enojado con el pecador continuamente (Salmos 5:5; 7:11; 10:3).
Muchas veces el no cristiano preguntará: «¿Cómo puede un Dios bueno permitir el mal?» O, «Si Dios es tan bueno, ¿por qué permite tanto sufrimiento?» Estas y otras preguntas similares brindan la oportunidad de hablar de Dios en su santidad majestuosa e inefable y el hecho de que todo el mal en la tierra se debe al hombre pecador y no a Dios. De hecho, las cosas serían mucho peores si Dios no restringiera la obra de las malvadas maquinaciones de los hombres. Sabemos que todas las cosas obran para bien de aquellos que aman a Dios y son llamados de acuerdo con su propósito (Romanos 8:28). Todas las cosas están de acuerdo con su plan eterno para darse gloria a sí mismo, y para salvación de todos los que creen en Cristo el Señor. Todos reciben lo que merecen. Claramente, Dios es paciente para con todos los hombres, porque Él ha reservado la aplicación de su perfecto juicio hasta el último día (2Pedro 3:9). Todos los días son una expresión de su benevolencia hacia nosotros para arrepentirnos y volvernos a Él con fe en Su Hijo (1Timoteo 2:4).
2. La santidad de Dios y el pecado y depravación del hombre
Aunque hemos dicho que el Evangelio es una «buena noticia» y que Dios se reconcilia con los hombres en Cristo, hay que señalar que fuera de Cristo todos los hombres están perdidos por naturaleza, sin afecto natural por Dios y sin la capacidad de siquiera buscarlo. Desde que nacemos, todos estamos bajo la justa condenación de Dios. De lo contrario, incluso después de presentar la obra de Cristo, muchos pensarán que puede haber otra manera de que Dios los acepte si hacen ciertas cosas y trabajan lo suficientemente duro en ello. La naturaleza del pecado y la depravación deben presentarse de tal manera que quede muy claro que esto no es posible y que su situación es completamente desesperada si están fuera de Cristo (Romanos 3:10-18; Efesios 2:2, 3; 4:17-19).
¿Cómo hacemos esto? Mostrando, en primer lugar, que Dios en el principio hizo al hombre a su imagen, con verdadero conocimiento (Colosenses 3:10), justicia y verdadera santidad (Efesios 4:24). Dado que el hombre está hecho a la imagen de Dios, puede recibir su revelación; y esto lo dice el libro de Romanos: «porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó» (Romanos 1:19). En otras palabras, el conocimiento de cómo es Dios es inherente a toda persona. Y luego dice: «Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1:20). Así, incluso la creación muestra que Dios es soberano. Pero los hombres, siendo pecadores, rechazan el testimonio de Dios acerca de sí mismo y sustituyen la verdad por una mentira: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido» (Romanos 1:21). Los hombres adoraron a la criatura en lugar de al Creador (Romanos 1:25). Por lo tanto, todos los hombres por naturaleza saben que Dios existe y Él es el Soberano, Gobernante y Creador de todas las cosas, pero estos mismos hombres rechazan el testimonio que está dentro de ellos y que se muestra claramente a su alrededor, y lo sustituyen por un «dios» a su gusto. El resultado es que todos los hombres son idólatras; se niegan a adorar al único Dios verdadero, al único digno de nuestra adoración, y adoran aquellas cosas que no son «dioses», por ejemplo, … dinero, sexo, trabajo, posesiones materiales, religión, etc. Bien se ha dicho que: «En el principio, Dios hizo al hombre a su propia imagen, y desde ese día, el hombre ha estado tratando de hacer a Dios a su imagen».
La caída del hombre fue realmente grande, ya que nuestro rechazo del Único Dios Verdadero dio como resultado el rechazo de Dios hacia nosotros. Por lo tanto, Dios nos ha dejado vivir nuestras vidas en una espiral descendente, cada vez más acelerada; viviendo de acuerdo con los dictados y la imaginación de nuestras mentes reprobadas, haciendo aquellas cosas que son abominables para Él. Ciertamente somos responsables de nuestras acciones y sufriremos el justo castigo por ellas. Nuestra naturaleza está corrompida; somos siervos de ella y nos encanta cumplir sus órdenes. Amamos las tinieblas y odiamos la luz (Juan 3:19). No hay nada bueno dentro de nosotros (Romanos 3:10-18), y si no fuera por la mano misericordiosa de Dios que nos restringe a todos y cada uno de nosotros, cometeríamos actos que incluso el más atroz de los individuos consideraría horribles. El mundo estaría en un estado de completo caos, y, con toda probabilidad nos aniquilaríamos unos a otros en muy poco tiempo.
La «mala noticia» es que a pesar de que los hombres saben que sus palabras, pensamientos y acciones no son aceptables incluso para sus propios estándares, son incapaces de cambiarse a sí mismos para hacer lo que es bueno y correcto. Nuestra condición es lamentable y desesperada, y Dios está furioso con nosotros porque nos negamos a hacer lo que Él ha ordenado, lo que ha demostrado que es bueno y correcto.
3. La provisión de Dios de la redención en Cristo
Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan14:6). Ahora bien, ¿cómo es posible que Jesús pueda ser el ÚNICO camino hacia Dios? Bueno, Jesús tendría derecho a decir esto si, incluso en su espíritu, viviera una vida que estuviera en perfecta conformidad con la ley de Dios, y por tanto estuviera libre de pecado. ¡Y esto es exactamente lo que la Biblia dice acerca de Él!, porque Él «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). Además, las Escrituras, mucho antes de Su nacimiento, profetizaron que Él vendría y sería el sustituto humano para pagar el castigo por el pecado. De esta manera, Él es el ÚNICO CAMINO por el cual los hombres pueden ir a Dios. Isaías escribió que Dios «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (Isaías 53:11).
Esto es lo que significa la muerte de Cristo. Pagó el castigo por los pecados al cargarlos Él mismo, a fin de que los pecadores pudieran ser hechos justos (2Corintios 5:21). Pero si Él no fuera más que un hombre finito, ¿cómo podría ser el sustituto de los hombres? Bien, aquí es donde explicamos la gloriosa verdad de que fue Dios mismo quien vino a la tierra y se hizo hombre en la persona única de Jesús de Nazaret (Juan 1:14; Filipenses 2:6-8; Colosenses 2:9). Jesús es el Cristo, el Salvador, Dios con nosotros que salvó a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Jesús, al ser el Dios Eterno, pudo ser sustituto de todos aquellos a quienes vino a salvar (Juan 6:37-39). Su muerte es infinitamente suficiente para salvar a todos los que vienen a Él con fe.
El gran abismo que existía entre el Dios Santo y el hombre pecador fue quitado a través de su sangre derramada (Romanos 5:8-10). En Cristo los hombres pueden regresar a Dios, porque la justicia de Él les es imputada, puesta a su cuenta. Y no sólo somos llevados cerca de Dios, sino que somos hechos hijos e hijas por adopción a través de la obra de Cristo por nosotros (Gálatas 4:4,5; Hebreos 2:10). Ahora podemos reinar con Cristo aquí mismo, en la tierra, y experimentar el amor y la comunión de Dios en Él. Además, se nos da el poder de vencer nuestra naturaleza pecaminosa y ese poder nos capacita para vivir vidas que son agradables a Dios; aunque sólo sea en principio, se produce un cambio dramático en nosotros (2Corintios 5:17; 2Pedro 1:4).
4. Los requisitos de Dios
Aquí reunimos todo lo que hemos dicho antes. ¿Cómo se aplica a nosotros esta reconciliación que Cristo ha logrado a través de su muerte? ¿Cómo se limpia a alguien de su pecado y cómo recibe el perdón de Dios y el poder de llevar una nueva vida? Las Escrituras son claras en cuanto a que una persona debe nacer de nuevo/nacer de lo alto. Dios debe iniciar una obra poderosa en ella. La naturaleza malvada e impía de esa persona debe ser cambiada o «no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3,5). Sin este nuevo nacimiento, esa persona nunca vendrá a Cristo (Juan 6:44, 65). Tenemos que dar a conocer este hecho. El hombre no tiene la capacidad en sí mismo de nacer de nuevo. No hay absolutamente nada que podamos hacer para iniciar esta obra sobrenatural dentro de nosotros. Sin embargo, es absolutamente necesario que suceda.
Entonces, ¿qué más les diremos aparte de esta verdad? Bueno, la Escritura es clara: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más» (Isaías 45:22). Y de nuevo las Escrituras dicen: «testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo» (Hechos 20:21). Todos los hombres, en todo lugar, deben arrepentirse y creer en Cristo. Deben confiar en Dios, quien promete salvar a todos los que vienen a Él con fe. Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6:47). Así tenemos los dos requisitos: el arrepentimiento, que es abandonar pecado y el mundo con todos sus caminos pecaminosos; odiando el pecado mismo dentro de nosotros y deseando aquellas cosas que Dios ha mandado; hacer lo que Dios manda con un corazón de alegría y agradecimiento –y fe, que es confiar en el Cristo de Dios y depender de su obra que hizo en nuestro lugar.
El nuevo nacimiento (regeneración) es una obra soberana y secreta de Dios el Espíritu Santo (Juan 3:3-8). Debido a que todos los hombres nacen espiritualmente muertos, necesitan ser «vivificados». Resucitar un cadáver requiere el poder de Dios. Y esto es exactamente lo que Él hace, de acuerdo con su propia voluntad y cuando Él quiere (Efesios 1:4-11; 2:1-10). La salvación es por gracia; un don de Dios. Ya que esto es cierto, los hombres dependen totalmente de la misericordia y la gracia de Dios. Sin embargo, Dios también nos ha instruido en su Palabra que, a pesar de nuestra incapacidad total para hacer cualquier cosa, incluso para iniciar nuestra salvación, somos responsables de arrepentirnos y creer en Cristo el Señor (Hechos 2:36,37; 3:19; 8:22; 17:29-31). El hecho es que, si alguien tiene el más mínimo deseo de buscar a Dios, es porque el Espíritu Santo ha hecho una obra en ellos. No debemos tratar de adivinar lo que Dios está haciendo, o lo que puede o no puede hacer. Somos responsables de arrepentirnos de nuestros pecados y volvernos al Señor Jesucristo, creyendo que todos los que vengan a Él serán recibidos cariñosamente (Mateo 11:27-28: Juan 6:37-40).
5. La consumación y el juicio
Sabemos que no todos aquellos con quienes hablamos sobre estas cosas profundas y maravillosas responderán positivamente. Muchos rechazarán abiertamente nuestras palabras como tontas y ofensivas. Y esto no debería sorprendernos: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (1 Corintios 1:18). No olvidemos nunca que «Muchos son llamados, y pocos escogidos». Sólo aquellos en quienes Dios ha obrado su maravilloso nuevo nacimiento creerán en Cristo (Juan 1:13). Y, sin embargo, esta es nuestra esperanza y alegría, sabiendo que hay un número definido; una multitud de personas en este mundo que Dios ha determinado llevar a su reino y que, en su tiempo perfecto, los lleva a la fe, usando vasijas rotas, simples hombres que fielmente llevan las «Buenas Nuevas» a las naciones (1Corintios 1:21).
¡Por lo tanto, nos corresponde contar el «resto de la historia»! Debemos ser abiertos y honestos con nuestros oyentes para contarles sobre el juicio venidero. Hay un precio que pagar por rechazar al Cristo de Dios, el único camino de regreso a Él. El hecho es que, si estamos fuera de Cristo, estamos ahora mismo bajo condenación (Juan 3:19; 5:24; Romanos 5:18). La paciencia y longanimidad de Dios hacia todos nosotros está destinada a llevarnos al arrepentimiento (2Pedro 3:9). Pero si nos negamos a prestar atención al llamado, el final será un día oscuro y ardiente, porque se acerca un día en que cada uno de nosotros debe estar delante de este Dios Santo y dar cuenta de cada pensamiento, palabra y obra. Todas las cosas se mostrarán y darán a conocer para que todos las vean, incluso los recovecos más profundos de nuestros corazones serán descubiertos ante todos. Y recibiremos el justo castigo por aquellas cosas que no estén en perfecta concordancia con los mandamientos de Dios. No serán pasadas por alto, sino que serán tratadas en estricta conformidad con su ley.
Dado que todos nuestros actos están en rebelión contra Dios, que es infinitamente Santo, el castigo debe ser y será eterno; un tormento eterno. Existe un lugar llamado Infierno, en el que se echará al Diablo y a todos los ángeles caídos con él. Y todos aquellos que se negaron a confiar en Cristo serán arrojados allí con ellos, por toda la eternidad (2Pedro 2:4-6; Apocalipsis 19:20; 20:10,14-15). Aquel que es capaz y está dispuesto a salvar a los que vienen a Él por fe es el mismo que juzgará a todos los que se nieguen a venir. ¡Porque toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es SEÑOR! (Romanos 14:11; Filipenses 2:10). ¡Jesús ES el Señor de la Gloria! Él es y será el Señor de todos; ya sea el Señor de tu salvación o el Señor de tu condenación; pero, de un modo u otro, ¡Jesús ES EL SEÑOR! Dios le ha otorgado este honor (Hechos 2:36), y no tiene necesidad de que lo coronemos Señor, ni podemos hacerlo Señor. Estamos obligados a inclinarnos ante Él como SEÑOR.
Así pues, estos encabezados pueden usarse como una guía para presentar el Evangelio a otros. Esperemos que ayuden a dar algo de estructura al hablar la «verdad en amor» a aquellos que están perdidos. De nuevo, los considero mínimos, solamente son una guía. Cada persona que conocemos es diferente y vive en diferentes circunstancias, por lo que nuestro enfoque variará. PERO nuestro mensaje debe ser el mismo. En todo caso, agregaremos a esta guía, pero nunca sustraeremos. También debe recordarse que la actitud de nuestros corazones es muy importante a medida que buscamos llevar el evangelio al mundo de pecadores necesitados. Estemos siempre en oración al buscar hablar a los demás. Debemos hablar con denuedo, reconociendo nuestra fragilidad, sin olvidar de dónde venimos; que todos fuimos en algún momento «hijos de la ira» lo mismo que los demás.