Día del Señor 3
Estudios de doctrina cristiana basados en el Catecismo de Heidelberg
3/10/2016
Rev. Valentín Alpuche
Día del Señor 3
- ¿Creó pues Dios al hombre tan malo y perverso?
- No, sino que Dios creó al hombre bueno y a su imagen, es decir, en justicia y verdadera santidad, para que pudiera conocer correctamente a Dios su Creador, amarle de todo corazón, y vivir con Él en eterna bienaventuranza, para alabarle y glorificarle.
En el día del Señor 2 aprendimos que solamente la ley de Dios, la Palabra de Dios, nos da a conocer correctamente nuestro pecado. Cuando usamos la regla de la Palabra de Dios nos damos cuenta que no hemos amado a Dios ni a nuestro prójimo como Dios quiere. Y si no lo hemos hecho, entonces a los ojos de Dios estamos condenados. Nuestra conciencia y experiencia nos recuerdan que no podemos obedecer todos los mandamientos de Dios perfectamente porque por naturaleza estamos inclinados a odiar a Dios y a nuestro prójimo. La realidad que cada uno de nosotros experimentamos es que todos los seres humanos son pecadores, que todos (de una manera u otra) quebrantamos la ley santa de Dios. Por eso dice el apóstol Pablo en Romanos 3:10: Como está escrito: No hay justo, ni aun uno…
Pero el instructor de Heidelberg es muy cuidadoso al abordar este tema, porque en la pregunta 6 nos ayuda a evitar una conclusión incorrecta. Es decir, mucha gente (y tristemente muchos así llamados cristianos) llegan a creer que debido a que todos somos pecadores, entonces Dios nos creó pecadores. Así pues, mucha gente cree que somos pecadores por creación, porque Dios al crear al ser humano lo creó pecador. Esta conclusión va directamente en contra de la Biblia.
¿Creó pues Dios al hombre tan malo y perverso? ¿Es Dios el origen del pecado? ¿Es Dios el creador del pecado? ¿Es Dios la fuente del pecado? El catecismo dice rotundamente: ¡No! El catecismo niega que Dios haya creado al hombre tan malo y perverso porque la Biblia lo niega también. Leamos la conclusión del relato de la creación misma en Génesis 1:31: Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera…Dios mismo al concluir su obra creadora, se sienta (por así a decirlo) a contemplarla y con un profundo sentido de satisfacción personal exclama y dice: “en verdad, todo lo que he creado es bueno; es más, dice: es bueno en gran manera, es muy bueno; no hay nada malo en toda la creación, incluyendo al ser humano, hombre y mujer”. También leemos estas bellas palabras en Deuteronomio 32:4: Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto. Así es, toda la obra de Dios es perfecta, y esto abarca la obra de creación.
Por ello, el catecismo continúa diciendo: sino que Dios creó al hombre bueno y a su imagen, en justicia y verdadera santidad. Dios es bueno en sí mismo; Dios no tiene pecado; Dios es perfecto. Consecuentemente la creación de Dios también es perfecta. Nada imperfecto podía resultar de la obra de un Dios perfecto; nada pecaminoso podía salir de las manos de un Dios tres veces santo; nada torcido podía salir de un Dios justo y recto. Dios creó al hombre bueno, es decir, sin pecado. Por ello podemos afirmar que “por creación el hombre no es pecador”.
Pero el catecismo dice también que Dios creó al hombre a su imagen. Esto lo leemos en Génesis 1:26 que dice: Hagamos al hombre a nuestra imagen…Después en 1:27: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Cuando la Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen significa que el hombre se parece a Dios. Note bien: se parece a Dios; no es igual a Dios. Esto es impresionante porque Dios decidió crear al ser humano de una manera extraordinaria, de tal manera que reflejara algo de Él. Por eso el Salmo 8:5-8 hablando de la creación del hombre dice: Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar. En verdad que ser la imagen de Dios, reflejar a Dios, parecernos a Dios, es un sublime privilegio que ninguna otra criatura de Dios tiene, sino solo el ser humano.
Pero Génesis 1:27 dice que tanto el hombre como la mujer son imagen de Dios. Dice así: Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. La primera parte declara en términos generales que el ser humano es imagen de Dios por creación, pero al final explica (en parte) en qué consiste que el ser humano sea imagen de Dios, y aclara que tanto varón y hembra fueron creados a imagen de Dios. Ya desde el inicio de la creación del ser humano vemos que la Biblia, el Dios de la Biblia, y junto con Él, la religión cristiana bíblica, coloca al hombre y a la mujer en una alta posición. El Dios de la Biblia no minimiza a la mujer, no le otorga un rango inferior de ser humano, no la humilla diciendo que la mujer valga menos que el hombre, sino que a los dos los colma de la bendición de ser imagen de Dios.
Pero, ¿en qué consiste la imagen de Dios en el hombre? El catecismo dice: es decir, en justicia y verdadera santidad. El tema de la imagen de Dios es uno muy amplio, pero el catecismo nos da un resumen fiel del significado de la imagen de Dios. Dice que fuimos creados en justicia. Esto quiere decir que Dios es justo, Él siempre actúa de acuerdo a su santa voluntad, nunca se aparta de su santa ley, y de esa manera actúa siempre conforme a justicia, su propia justicia divina y perfecta. Si el hombre fue creado en justicia, eso quiere decir que el hombre también poseía la justicia de Dios, es decir, actuaba siempre conforme y perfectamente a la ley de Dios. No se desviaba ni a la derecha ni a la izquierda, sino que siempre vivía en la justicia de Dios. La ley de Dios estaba en su interior, en su propia naturaleza, y como no había pecado, el hombre vivía en perfecta armonía con la ley de Dios.
También el catecismo dice que el hombre fue creado en verdadera santidad. Es decir, así como Dios es santo, puro, y no hay ninguna mancha de pecado en Él, también el hombre fue creado por Dios santo, puro y sin pecado. Era santo en el sentido más sublime de la palabra. Ni un pensamiento pecaminoso cruzaba por su mente. Todos sus pensamientos y acciones lo encaminaban a contemplar y alabar la gloria de Dios. El hombre, pues, era justo y santo. ¡Imagínense vivir en un mundo donde reina solamente la justicia y la santidad! No habría temor de nada, y podríamos vivir en completa paz.
Esta justicia y santidad originales con que el hombre fue creado, las podemos deducir de Efesios 4:24 que dice: y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Así es, el nuevo hombre fue creado por Dios justo y santo verdaderamente.
Siendo creado el hombre a la imagen de Dios, es que podía, dice el catecismo: conocer correctamente a Dios su creador, amarle de todo corazón, y vivir con Él en eterna bienaventuranza, para alabarle y glorificarle. El hombre no tenía ninguna excusa para decir que no podía conocer correctamente a Dios; él sabía que Dios era su creador, y que todo lo que tenía, lo debía solo a Dios. Consecuentemente viviendo en tan grande estado de bendición, el hombre podía amar a Dios de todo corazón. Podemos decir que en el estado que fue creado el hombre podía cumplir la ley de Dios perfectamente; podía amar perfectamente a Dios y a su prójimo. En ese tiempo, tanto el hombre como la mujer, viviendo en matrimonio, viviendo en familia, ambos disfrutaban de las bendiciones de Dios, y vivían solamente para la alabanza y gloria de Dios.
- Entonces, ¿de dónde proviene esta naturaleza depravada del ser humano?
- De la caída y desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso, por lo cual nuestra naturaleza se corrompió tanto que todos somos concebidos y nacidos en pecado.
Ya que todos somos pecadores, ya que lo que sobresale más en el mundo no son las buenas, sino las malas noticias, ¿de dónde proviene el pecado? ¿Cómo es que el hombre llegó a depravarse tanto? El catecismo dice: de la caída y desobediencia de nuestros primero padres Adán y Eva, en el paraíso. Aquí es importante observar que nuestra naturaleza depravada por el pecado no proviene de Dios, sino de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ante todos los grandes beneficios que ellos disfrutaban, habiendo sido creados en justicia y verdadera santidad, en ningún momento pudieron haber culpado a Dios de su caída en el pecado.
Una vez, debemos recordar que Dios no es el creador del pecado, ya que Santiago 1:13-14 dice: Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie, sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Y esto fue precisamente lo que pasó con Adán y Eva en el paraíso. Ellos se olvidaron de su Creador, de sus bendiciones, y dando oído a una voz desconocida, prefirieron desobedecer a Dios para obedecer al diablo. Dice Eclesiastés 7:29: He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones.
Pero notemos bien que el catecismo no solamente habla de Adán y Eva como dos personas desconectadas del resto de la humanidad, sino habla de ellos como nuestros primeros padres. Aquí la palabra padres tiene el sentido de representantes, es decir, Adán y Eva, no actuaban solo para ellos, sino que representaban a toda la humanidad que iba a nacer de ellos. Ellos son nuestros representantes delante de Dios; todo lo que hacían afectaba a toda su posteridad. Esto implica que si desobedecían, su naturaleza pecaminosa, su corrupción y depravación por el pecado lo transmitirían a su descendencia. Pero sus descendientes no solamente nacerían con una naturaleza contaminada por el pecado, sino que además serían culpables delante de Dios. Contaminados y culpables por el pecado de nuestros primeros padres.
Esto es lo que leemos en Romanos 5:12: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Por un hombre entró el pecado al mundo, ese hombre era Adán, y ya que él representaba a toda su descendencia por eso dice que la muerte (como consecuencia del pecado) pasó a todos los hombres. El pecado de Adán no lo afectó solo a él, sino a todos los hombres porque los representaba. La última parte dice: por cuanto todos pecaron. ¿Por qué pecaron todos si el que pecó fue Adán? Porque Adán, como representante de toda la humanidad, arrastró a todos en el pecado, y en Adán todos los seres humanos hemos pecado.
Debido al carácter representativo de Adán y Eva es que todo ser humano que nace en este mundo nace siendo ya pecador. Así como todos somos la imagen y semejanza de Dios, también todos llevamos la imagen de nuestros primeros padres, es decir, así como Adán es pecador, nosotros (por provenir de él) también somos pecadores. Nadie se escapa a esta realidad del pecado y de la culpa del pecado. Esto el rey David lo sabía muy bien y por eso dice en el Salmo 51:5: He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. Desde el vientre de nuestra madre ya somos pecadores. Desde que somos concebidos poseemos ya el pecado original, que se refiere a nacer con una naturaleza contaminada por el pecado y a ser culpables por el pecado. Todos somos concebidos y nacidos con el pecado original: grandes y pequeños, adultos e infantes, pobres y ricos; no hay distinción alguna.
- Pero, ¿estamos tan depravados que somos completamente incapaces de hacer algún bien e inclinados a todo mal?
- Sí, a menos que por el Espíritu Santo nazcamos de nuevo.
Mucha gente, incluso en las iglesias, no cree que el hombre sea tan malo. Es malo, pero no tan malo. Creen que de alguna manera el ser humano nace siendo inocente y que las cosas malas que hace se deben a que las aprende de los demás alrededor de él. Peca o hace cosas malas por imitación, dice la gente. La realidad es que peque por imitación o no, todavía queda en el aire de dónde viene ese pecado o cosas malas que ve en los otros. La realidad es la que nos da la Palabra de Dios. Y en la Biblia encontramos que no hay justo ni siquiera uno; que todos estamos manchados desde los pies hasta la cabeza, y que debido a nuestros pecados, estamos condenados delante de Dios.
Así pues, para el cristiano el punto central es: ¿qué dice Dios, y no el hombre, de nuestra condición? Lo que Dios dice cuenta, no lo que el hombre dice. Y desde esta perspectiva, cada ser humano en la tierra están tan depravado que no podemos hacer ningún bien delante de Dios que valga para ser salvos. Cuando el catecismo dice que estamos tan depravados no quiere decir que cada persona cometa las acciones más perversas que pueda, sino que cada parte de nuestro ser está contaminado delante de Dios, y eso nos condena.
El bien que vemos en el mundo, incluso de parte de los que no son cristianos, es un bien externo solamente que no cuenta para nada para su salvación. Para Dios esas buenas acciones lo son solo externamente, ya que salen de corazones corrompidos por el pecado. No son bienes perfectos; no son acciones libres de pecado y de culpa. Sino que todo el corazón del hombre está minado, y en consecuencia, incluso sus mejores acciones externas, también están manchadas por el pecado.
Por eso es que el catecismo dice que no podemos hacer ningún bien delante de Dios para ser salvos, y que estamos inclinados a todo mal. Pero esto puede cambiar solamente cuando Dios viene a nuestras vidas y nos cambia. Nosotros no podemos cambiar nuestra vida; nosotros no podemos limpiar nuestro corazón de pecado, y presentarnos delante de Dios para decirle que ya estamos limpios y que nos tiene que salvar. No.
Si queremos cambiar y ser perdonados y salvados, entonces el hombre tiene que experimentar lo que la Biblia llama el nuevo nacimiento o regeneración, y esta es una obra efectuada solamente por el Espíritu Santo. El hombre no la puede producir, sino solamente Dios el Espíritu Santo. Esto es lo que Jesús le dijo, incluso a uno que pensaba que era muy religioso y que estaba bien con Dios: a Nicodemo, un líder del pueblo de Israel. Le dijo en Juan 3:5: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede ver el reino de Dios. Nadie puede ver el reino de Dios, es decir, ser salvo, entrar a la vida eterna, si no nace por la obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo tiene que hacerlo nacer de nuevo.
Algunas personas en la iglesia creen que nuestra condición no es tan seria, y que de hecho el hombre puede cooperar en su salvación, es decir, puede poner de su parte para que Dios lo salve como si la salvación fuese una obra compartida entre Dios y él. De hecho, si pensamos de esa manera, terminaremos creyendo que somos nuestros propios salvadores. Pero, entonces, ¿qué haremos con Efesios 2:1 que dice: Y él os dio vida cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados? El apóstol Pablo es bien claro cuando describe la condición de los efesios como muertos en sus delitos y pecados, es decir, sin Cristo somos cadáveres espirituales que no podemos darnos vida a nosotros mismos, sino que necesitamos que Cristo, quien es la vida, nos dé vida, una nueva vida.
Otro texto que apunta en la misma dirección de que la salvación, el nuevo nacimiento, es una obra de Dios es 2 Corintios 5:17: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Noten el vocabulario del apóstol Pablo: habla de que en Cristo somos nuevas criaturas; es decir, somos una nueva creación. Todas las cosas son hechas nuevas, es decir, somos recreados en Cristo. Y es que, hermanos, eso es lo que necesitamos: necesitamos que Dios haga la obra de creación espiritual en nuestras vidas para ser salvos y librados de la condenación. La regeneración o nuevo nacimiento, entonces, es una obra creadora de Dios, una obra de creación espiritual en la que su Espíritu Santo actúa en nuestros corazones muertos para darnos vida eterna.
Sin la obra del Espíritu Santo, no podemos nacer de nuevo. Gloria a Dios que Cristo Jesús al irse al cielo, dijo que enviaría al otro Consolador, que es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es quien nos redarguye de pecado, de juicio y de justicia; el Espíritu Santo es quien nos abre los corazones, como a Lidia, para ver a Cristo y refugiarnos en Él.
Sin Cristo, dice el bello himno, no tengo nada; sin Cristo no hay salvación. Y para que podemos ver a Cristo, necesitamos que el Espíritu Santo ilumine nuestros ojos para contemplar la gloria del Hijo de Dios.