EL ABUSO Y LA IGLESIA: RECONOCIMIENTO Y RESPUESTA
Autor: Danny Patterson
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Este artículo fue publicado inicialmente en The Messenger de marzo de 2023.
Durante el mes de enero, tuve el privilegio de impartir un curso intensivo sobre lo que suele denominarse abuso doméstico. Este curso exploró cómo definir, reconocer y prevenir el abuso físico (por ejemplo, asalto sexual, agresión, etc.) y no físico (por ejemplo, emocional, espiritual, etc.) principalmente dentro del hogar, pero también en otros entornos. Más concretamente, se centró en cómo la iglesia puede reconocer el abuso, atender a las víctimas y a los autores del abuso, y responder al abuso para crear una cultura eclesiástica que sea segura para las víctimas del abuso y segura frente a los que abusan.
Pero ¿por qué el Seminario Reformado Mid-America ofrece un curso sobre cómo reconocer y responder al abuso? La respuesta simple es que el abuso existe en la iglesia de Jesucristo y está directamente en oposición a su amor sacrificial. Aunque único debido a su obra expiatoria, la vida y el ministerio de Cristo también sirven como modelo de cómo debe ser el amor sacrificial en nuestras relaciones con los demás. Por eso Pablo puede pedir a los maridos que amen a sus esposas como «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef. 5:25, énfasis mío). Esta es también la razón por la que Pablo puede exhortar a los filipenses a «tener entre vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Fil. 2:5), y luego proceder a hablar del ministerio encarnado de Cristo como uno en el que su poder y autoridad no se utilizaron para su propio beneficio, sino para nuestro bien (Fil. 2:6ss).
A diferencia de la vida y el ministerio de Jesús, el abuso ocurre cuando una persona en una posición de poder e influencia utiliza sus capacidades y dones personales para disminuir las capacidades y dones personales de otra persona con el fin de controlarla y dominarla. ¹ Es de destacar que el problema aquí no es que alguien tenga poder e influencia. De hecho, Dios delegó poder a los seres humanos cuando los llamó a tener dominio sobre toda la tierra (Génesis 1:26) y establecer estructuras de autoridad en las esferas civil, eclesiástica y familiar. La distinción clave es que un individuo abusivo utiliza ese poder no en un servicio abnegado, sino para obtener un beneficio egoísta.
La anterior definición de abuso podría llevar a alguien a preguntarse: «Entonces, ¿no somos todos abusivos?». La respuesta es «Sí y No». Todos luchamos con el orgullo egoísta que estalla en acciones y palabras que causan daño a otros. Sin embargo, una persona abusiva es aquella que muestra un patrón de relación con los demás de formas destructivas y degradantes.
Por ejemplo, Darby Strickland, en su excelente libro Is It Abuse sostiene que el abuso se produce en el matrimonio «cuando uno de los cónyuges persigue sus propios intereses tratando de controlar y dominar al otro a través de un patrón de comportamientos coercitivos,
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¹ Véase When Home Hurts: A Guide for Responding Wisely to Domestic Abuse in your Church, de Jeremy Pierre y Greg Wilson, p. 39.
controladores y castigadores» (énfasis añadido), y no importa la forma que adopte dicho abuso, «su objetivo es el mismo: castigar y herir a la víctima para que el opresor consiga lo que quiere».²
Esta descripción nos ayuda a enfocarnos en la dinámica fundamental del abuso, que es la idolatría. Y si la idolatría es, como se dice a menudo, convertir algo bueno en algo supremo, podemos ver rápidamente cómo funciona. Tomemos como ejemplo la institución del matrimonio. Si un marido utiliza la posición que Dios le ha dado en el hogar para dominar y controlar a su mujer, en lugar de entregarse por ella, está haciendo un mal uso (es decir, abusando) de su papel de marido para satisfacer sus propios deseos personales. En su forma más obvia, esta dominación puede consistir en el uso de la fuerza física para controlar (abofetear, agarrar del brazo a su mujer, arrinconarla, negarse a dejarla salir de una habitación), o puede adoptar la forma de palabras denigrantes y degradantes, como llamarla inútil y atacar su valor como madre y esposa.
Es esta última forma de abuso, lo que a menudo se denomina abuso verbal o emocional, la que la Iglesia necesita tomar más en serio de lo que lo ha hecho en el pasado. A menudo, cuando pensamos en el abuso emocional, lo consideramos menos grave que el abuso físico, pero hacerlo sería un grave error. Jesús nos recuerda en el Sermón del Monte que la ira pecaminosa no es un pecado distinto del asesinato (Mt 5:21-26). Santiago describe la lengua como un veneno mortal (Stg 3:8). Proverbios 12:18 afirma: «Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada, mas la lengua de los sabios es medicina». Estos versículos ponen de relieve el importante daño que se inflige cuando se utilizan palabras para denigrar a alguien hecho a imagen de Dios.
Por lo tanto, es un error creer que las palabras duras sólo infligen daño a la parte inmaterial de una persona, y que la fuerza física sólo inflige daño a la parte material/corporal de una persona. ³ Por el
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² Ver Is it Abuse: A Biblical Guide to Identifying Domestic Abuse and Helping Victims por Darby Strickland, p. 24.
contrario, debemos darnos cuenta de que el maltrato, en cualquiera de sus formas, inflige daño a toda la persona. El maltrato físico no solo deja marcas físicas, sino que crea una dinámica relacional de miedo, intimidación y vergüenza. Del mismo modo, el maltrato emocional afecta a la salud física de la víctima. Las víctimas de abuso emocional informan con frecuencia de la existencia de síntomas físicos como trastornos autoinmunes, problemas digestivos, dolores de cabeza persistentes e insomnio. Una vez analizada la gravedad del maltrato, es importante preguntarse: ¿Cómo podemos convertirnos en iglesias que atiendan bien a las víctimas de maltrato? Tres cosas me vienen a la mente.
Primero, debemos reconocer que el abuso ocurre en la iglesia de Jesucristo y más específicamente en nuestras iglesias reformadas y presbiterianas. Es decir, debemos reconocer el abuso como algo que está ocurriendo entre nosotros, no simplemente en el mundo, o por ahí en otras denominaciones. Si no somos capaces de reconocerlo, no actuaremos para abordarlo de forma proactiva en nuestras iglesias y nos pillará desprevenidos cuando surjan casos de abusos domésticos y sexuales, y cuando eso ocurra, serán las víctimas las que más sufran.
Sabemos que el corazón de Dios está con el huérfano y la viuda (Santiago 1:27), que son las categorías bíblicas para las personas más vulnerables en la iglesia, y las víctimas de abuso son ciertamente algunas de las más vulnerables entre nosotros. El Salmo 82 dice: «Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al afligido y al necesitado; libradlo de mano de los impíos» (vv. 3-4). Esto comienza con el reconocimiento de que el abuso es un problema que está entre nosotros y necesita ser atendido.
En segundo lugar, no podemos limitarnos a reconocer que el abuso es un pecado que vive entre nosotros. Tenemos que crear conciencia de ello en nuestras congregaciones, en nuestras sesiones y consistorios; en nuestros presbiterios y classis. En nuestras congregaciones, cuando el pasaje lo requiera, debe predicarse sobre ello desde nuestros púlpitos. Llevar a cabo una clase de escuela dominical o un estudio en pequeños grupos sobre el abuso con los libros mencionados en este artículo es una forma particularmente útil de fomentar el debate y la comprensión sobre la dinámica del abuso. Y cuando creamos conciencia, no debemos sorprendernos cuando la gente comienza a compartir sus propias experiencias de abuso. Nunca queremos enviar el mensaje, aunque sea involuntariamente: «En esta iglesia no hablamos de eso». Una de las cosas más difíciles para una víctima de abusos es denunciar. Temen que no se les crea. Temen que se les culpe de los problemas de su matrimonio (porque eso es lo que su cónyuge les ha hecho). A veces temen ponerse a sí mismos y a sus hijos en mayor peligro. Por eso, cuando se presentan, ya sea ante un pastor, un anciano, un diácono o un miembro de la iglesia, necesitan tener la seguridad de que nuestras iglesias se toman en serio el abuso porque nuestro Dios lo hace. La sensibilización fomenta esa respuesta.
En tercer lugar, debemos actuar. Aunque esto pueda parecer una distinción sin diferencia con la sensibilización, el objetivo aquí es dar pasos concretos para hacer que nuestras iglesias sean seguras para las víctimas de abusos y para los abusadores.
Lleve a un grupo de personas interesadas, junto con algunos ancianos y diáconos, a un curso de formación sobre el abuso y cómo hacer de su iglesia un refugio para las víctimas de abusos. Becoming a Church That Cares Well for the Abused (Cómo ser una Iglesia que atiende bien a los maltratados) es un plan de estudios gratuito, basado en la web, cuyas lecciones están diseñadas por expertos para ayudar a los líderes de la iglesia y a los laicos a comprender y aplicar las mejores prácticas para manejar una variedad de problemas de abuso con los que se enfrentan las iglesias. En mi trabajo como defensor ante el maltrato doméstico, una de las cosas que he oído una y otra vez a las víctimas no es que su iglesia no se preocupe por ellas, ni siquiera que su iglesia no les crea. Es que su iglesia no estaba preparada para responder a su situación. No había ninguna política sobre el abuso doméstico, ni ningún procedimiento a seguir cuando se revelaban los maltratos. En su lugar, la iglesia se vio obligada a luchar para responder a un asunto en el que existen diversas perspectivas y soluciones. Una vez más, en situaciones como ésta, son las víctimas las que sufren.
Una política bien elaborada y teológicamente sólida sobre el maltrato doméstico y unos procedimientos claros sobre cómo responder a las revelaciones de abusos son herramientas importantes para ayudarnos a amar y ayudar a las víctimas. Nos ayudan a resolver cuestiones como qué hacer cuando alguien te revela que está en una relación abusiva, o cuando un padre dice a los líderes de la iglesia que su hijo ha sido acosado por un miembro de la familia o un voluntario de la iglesia. ¿Cuáles son nuestros primeros pasos? ¿En qué se diferencia una denuncia de maltrato doméstico de una denuncia de abuso sexual infantil y cuál es la responsabilidad de la iglesia en cada caso? Estas son cuestiones que abordamos en nuestra clase sobre abusos porque son esenciales para que la iglesia y sus líderes se tomen en serio la protección del rebaño que Dios les ha confiado (Hechos 20:28; 1Pedro 5:1-2).
Además de lo anterior, nuestras iglesias deberían animar a las mujeres a participar en este ministerio. Dado que la gran mayoría de las víctimas de abuso son mujeres, es difícil que se sientan cómodas trabajando sólo con el liderazgo masculino de la iglesia. Por lo tanto, reúna a un grupo de mujeres maduras y compasivas para que se pongan al lado de las víctimas y aboguen por ellas.
Por supuesto, nada de lo anterior garantiza que no se produzcan abusos en nuestras congregaciones. De hecho, uno de los elementos más insidiosos del abuso es que la mayoría de las veces ocurre en privado. Sin embargo, cuando la iglesia y sus líderes ordenados están capacitados para reconocer y responder al abuso, estamos preparados para honrar a Cristo, ministrar a las víctimas y dar testimonio al mundo de que tomamos este asunto con la mayor seriedad.
El Reverendo Danny Patterson fue Alumno del Seminario Reformado Mid-America (2002), es actualmente el Pastor de Second Parish Church en Portland, Maine.