La era de la ansiedad
William R. Edwards
Traductor: Valentín Alpuche
Fuente: The Point of Contact
Las condiciones sociales y culturales
Nuestra era de ansiedad presenta tanto desafíos como oportunidades para el evangelismo. Sin embargo, es importante clarificar justo lo que deseo abordar. Quiero hablar de las características de nuestra era ansiosa en vez de enfocarme de una manera más detallada en las muchas formas ―a veces profundamente personales y debilitantes― que la ansiedad puede adquirir debido a varias circunstancias individuales. Todos estamos familiarizados con la designación «trastornos de ansiedad», incluyendo la separación por ansiedad, la ansiedad social, varias fobias, ataques de pánico o simplemente lo que se clasifica como trastorno de ansiedad generalizado. De hecho, el temor y la ansiedad son los diagnósticos psiquiátricos más comunes en nuestro día y, seguramente, muchos de nosotros hemos experimentado tales luchas, lo cual es importante admitir.
Sin embargo, lo que sigue no va a tratar detalladamente manifestaciones específicas de la ansiedad, aunque de ninguna manera quiero desestimar tales padecimientos preocupantes. Tampoco quiero sugerir que las reflexiones que vienen a continuación ofrezcan una solución simple a todas estas variadas manifestaciones de la ansiedad, como si la fe en Jesús hiciera que desaparezcan inmediatamente. Por supuesto, la Biblia habla del temor y la ansiedad que existe entre los seguidores de Cristo tanto con palabras de ánimo como de exhortación. Por ejemplo, encontramos esto en el Sermón del Monte donde Jesús exhorta: «no os afanéis por su vida» (Mt 6:25) y luego anima diciendo: «vuestro Padre celestial sabe qué tenéis necesidad de todas estas cosas» (Mt 6:32).
Existen muchos pasajes que podríamos considerar ―y consideraremos de manera general― de cómo la Biblia trata el tema de la ansiedad. Sin embargo, quiero enfocarme principalmente en las condiciones sociales y culturales de nuestra era ―interpretándolas bíblicamente― más que en instancias personales y psicológicas de la ansiedad, aunque, de hecho, están relacionadas. The Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales) observa que lo que se clasifica como trastorno de ansiedad generalizado es más común en individuos de países desarrollados que en aquellos individuos de países no desarrollados. Se admite una conexión entre ciertas formas de ansiedad y nuestro contexto social o cultural, o, dicho de otra manera, existe un tipo de ansiedad que se origina en, o al menos es agravado por, nuestro contexto social y cultural.
Pierce Taylor Hibbs, un colega en el Seminario Westminster de Filadelfia, ha escrito sobre la ansiedad, y admite que lucha con ella. Su libro Struck Down But Not Destroyed (Abatidos, mas no destruidos) es particularmente de ayuda para el cristiano que batalla con la ansiedad. Más recientemente, Hibbs contribuyó con un artículo en Westminster Magazine (Revista Westminster) titulado «Cardiac Rest» (Descanso cardiaco), en el que relaciona la actual crisis de salud mental con lo que él identifica como una crisis epistémica en nuestra cultura –una crisis de conocimiento, seguridad o confianza– donde «la ansiedad se encuentra con la duda, la depresión con el escepticismo, la angustia interna con las guerras culturales externas». Uno podría decir que esto es como la tormenta perfecta. De manera similar, en su reciente libro Pride (Orgullo), Matthew Roberts dice: «parece inevitable que el gran incremento en los problemas de la salud mental entre los jóvenes se puede atribuir, al menos parcialmente, al gran vacío o hueco que ellos sienten en el centro de su sentido de ego». La ansiedad que resulta de este gran vacío es de lo que me gustaría hablar.
De acuerdo con el psicólogo social Jonathan Haidt, «La ansiedad y sus trastornos asociados parece ser la enfermedad mental característica de los jóvenes hoy», principalmente de aquellos, dice, «que son agrupados en la categoría psiquiátrica que se conoce como trastornos internos». Las estadísticas actuales indican que más del 30% de los adolescentes en Estados Unidos están recibiendo tratamiento debido a un trastorno de ansiedad, y que el 15% de la juventud lucha con serios problemas de depresión.
Estudios recientes han tratado con los factores que contribuyen a este incremento. El libro de Karla Vermeulen del 2021 Generation Disaster (Generación desastre) analiza los factores estresantes desde los tiroteos escolares hasta el cambio climático, desastres que forman la psique de la generación más joven, creando incertidumbre y amplificando la ansiedad. El libro de Haidt publicado en 2024 que se llama The Anxious Generation (La generación ansiosa), se enfoca en la tecnología, el impacto de los medios sociales y la creación de un mundo virtual que nos centra mucho más en nosotros mismos, conduciendo a lo que él llama «la reconfiguración de la niñez».
¿Cómo hablamos el evangelio a una era tan ansiosa: una era de excesiva preocupación y miedo, llena de angustia por muchos poderes potenciales que roban todo el gozo, dejándonos con un sentimiento de vulnerabilidad y de ser expuestos, rodeados de una cacofonía de amenazas percibidas contra el bienestar personal que crea un caos interno? Este problema no es tanto de tener miedo, el cual puede identificar sus razones, sino de ansiedad y temor que surgen de un profundo sentido de incertidumbre en un mundo precario, en el que estamos dispersados como ovejas sin pastor. ¿Cómo llevamos el evangelio a una era como esta? ¿Cómo evangelizamos con compasión y claridad evangélica como los que tienen certeza y esperanza en Cristo Jesús?
Al considerar esta pregunta, primero examinaremos con más profundidad las condiciones culturales ―que también son espirituales― que han amplificado la ansiedad en nuestro día. Y, después, volveremos a prestar atención al diagnóstico de la Escritura sobre la ansiedad y el temor antes de considerar cómo debemos evangelizar en nuestra era ansiosa, hablando la verdad en amor a los que están dispersados como ovejas sin pastor.
La ansiedad amplificada
Primero, consideremos las condiciones culturales de esta actual era de ansiedad. Por supuesto, la ansiedad no es nada nuevo. La Biblia tiene mucho que decir sobre la ansiedad y el temor; hay más de trescientas referencias en la Biblia que hablan de tales experiencias.
Pero la pregunta es si existen razones identificables –condiciones culturales– del incremento dramático de la ansiedad en años recientes, que la convierten en el diagnóstico más común de los trastornos mentales en nuestro día, donde más del 30% de los adolescentes estadounidenses reciben tratamiento por la ansiedad, y donde el 15% experimentan síntomas de depresión más aguda. ¿Qué ha sucedido? Esta es una pregunta importante porque si fallamos en tratar con las condiciones culturales o sociales, estamos en peligro de tratar solamente los síntomas, aplicando algunos textos bíblicos que hablan directamente de la ansiedad mientras que fallaremos en considerar las causas más sustanciales detrás de los síntomas.
En el tiempo en que la ansiedad empezó a incrementarse dramáticamente, las condiciones culturales subyacentes ya estaban profundamente arraigadas. En 1966, el sociólogo estadounidense Philip Rieff, un antiguo profesor en la Universidad de Pensilvania, escribió The Triumph of the Therapeutic (El triunfo de lo terapéutico), que trataba con el contexto cultural en que podemos situar la ascendencia de la ansiedad.
Rieff describe el surgimiento de lo que identifica como «el hombre psicológico». En eras anteriores, argumenta, nuestra autocomprensión estaba orientada por un compromiso generalmente aceptado de la realidad externa, a la cual estábamos obligados a conformarnos individualmente. Sin embargo, afirma, siguiendo a Freud y el desarrollo del psicoanálisis y el campo más amplio de la psicología, el nuevo compromiso que centraba nuestra identidad en el mundo llegó a ser el ego mismo, dándole prioridad a los valores de la individualidad y libertad, y a la búsqueda del bienestar personal. Libre de las restricciones religiosas y sociales, podemos vivir libremente al fin como individuos autónomos con la meta de lo que Rieff llama «un Edén tecnológico». En esta búsqueda, la ciencia ahora funge como una ayuda indispensable con su supuesta posición neutral hacia la moralidad, proveyendo los medios materiales para desarrollar el bienestar personal, guiados por la psicología clínica y su «estrategia de autorrealización». Tal es la esperanza del «hombre psicológico».
Este es un resumen muy breve. Sin embargo, Rieff sostiene que esta es la trayectoria establecida por la psicología moderna. Y nuevamente, él escribe en 1966, hace casi sesenta años, y nosotros seguimos preguntando: ¿cuáles son los resultados de este así llamado triunfo de lo terapéutico? ¿Cuáles son los resultados de un movimiento que le da prioridad a lo que el sociólogo Robert Bellah llamó posteriormente «individualismo expresivo», dentro de lo que Charles Taylor ha llamado una «era de autenticidad», donde la norma directriz es ser veraz a ti mismo, con los valores máximos de individualidad, libertad y la búsqueda del bienestar personal?
Mientras que Rieff dice que «el hombre religioso [un hombre de una época anterior] nació para ser salvado; el hombre psicológico nació para ser complacido». ¿Cómo evangelizamos, en una cultura psicologizada, a aquellos que aceptan lo que Rieff llama un «evangelio de autorrealización», aquellos que son discípulos de nada más importante que sus deseos personales, que ya no tienen ninguna obligación con restricciones externas ―impuestas ya sea por creación o por la cultura― donde las categorías del pecado y la culpa son cada vez más incomprensibles? ¿Cómo hablamos sobre Jesús a aquellos que ponen su esperanza en la ciencia y la tecnología para satisfacer sus necesidades individuales, en una era donde el sentido personal de bienestar ha llegado a ser el fin principal del hombre?
El hombre psicológico reescribe el Salmo 1: «Bienaventurado el hombre que sigue libremente su propio camino, que no camina según los dictados de otros, que se mantiene firme en su sentido autocreado de identidad personal, que se aparta de cualquier supuesta norma trascendente impuesta sobre él y que se deleita en sus propios deseos». Tal es el hombre psicológico que busca solaz en nuestra cultura terapéutica.
Pero ¿cuáles son los resultados? Usando el lenguaje del Salmo 1, ¿cuál es el fruto? ¿El hombre psicológico ha prosperado en su camino? ¿Es verdaderamente «bienaventurado»: feliz, realizado, satisfecho y seguro? La gran ironía es que ha sucedido justo lo contrario. El así llamado Edén tecnológico ha probado ser escurridizo, y en vez de aliviar la ansiedad, este enfoque interno ha incrementado la ansiedad todavía más.
El libro reciente de Jonathan Haidt que se llama The Anxious Generation (La generación ansiosa) rastrea ciertos desarrollos tecnológicos y demuestra su directa correlación con el surgimiento dramático y otros trastornos interiorizados tales como el temor, tristeza y falta de esperanza, especialmente entre nuestra juventud. Haidt identifica particularmente la tecnología –―tal como los teléfonos inteligentes y las redes sociales― que nos permite sumergirnos en un mundo virtual que ha demostrado ser cualquier otra cosa menos un Edén tecnológico. Aunque proporciona un sentido mayor de libertad, ha llevado a incrementar el aislamiento, un mundo en que somos consumidos con la «autopresentación, marcas personales y posición social», lo cual Haidt dice que «está perfectamente diseñado para prevenir la autotrascendencia». No somos libres, sino que estamos cada vez más consumidos con nosotros mismos.
Haidt proporciona varias sugerencias prácticas, tales como limitar el acceso de los jóvenes a los teléfonos y las redes sociales, lo cual se ha empezado a implementar en algunas escuelas. Nos alegramos por eso, ¿pero este consejo trata con los problemas más profundos? No podemos simplemente culpar a la tecnología y a las redes sociales, sino que tenemos que considerar las condiciones preexistentes de aquellos que hacen uso de ellos. El contexto cultural más amplio en que se han dado estos avances tecnológicos ―una cultura que valora la individualidad y la autodeterminación, el individualismo expresivo en una época de autenticidad― crea el ambiente para esta tormenta perfecta, intensificando estos trastornos interiorizados. La ansiedad producida por las redes sociales está arraigada más profundamente en la adoración del ego, exigiendo un sacrificio continuo de alabanza en la forma de afirmación de parte de otros, constantemente compitiendo con otros egos que buscan lo mismo. Mientras que es bueno tratar con las causas secundarias de nuestra época de ansiedad, no debemos ignorar la fuente más profunda, que es el intento de orientar toda la realidad alrededor del ego.
Por supuesto, este intento de orientar la realidad alrededor del ego no es nuevo. Empieza con Adán y Eva al rechazar cualquier restricción externa en el huerto del Edén. Ellos rechazan la Palabra de Dios y escogen su propio camino. También hay otro ejemplo premoderno en la Escritura. Considera a Nabucodonosor. En Daniel 3 recordarás que construye una gran imagen de oro, levantándola en la llanura de Dura. La narración enfatiza repetidamente que esta es una imagen que «Nabucodonosor había levantado», es decir, era su imagen. Aunque el relato no lo dice explícitamente, tú entiendes el sentido de que esta, muy bien pudo haber sido, una imagen con la intención de representarlo a él mismo, requiriendo que todos se postraran delante de ella. En el capítulo siguiente, Daniel 4, Nabucodonosor contempla su ciudad «[…] la gran Babilonia que yo edifiqué […] con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad» (Dn 4:30). Esto no es sino la adoración del ego.
¿Y el resultado? Dios lo entregó al juicio al ser echado de entre los hombres, aislado, solitario, atrapado por lo que parece ser alguna forma de locura o inestabilidad mental, quedando sin razón hasta que reconoce al «Dios Altísimo» el «Rey del cielo», cuyos caminos son justos y humilla a los soberbios.
Esta es la forma que el juicio de Dios adopta en esta época, como Pablo describe en Romanos 1. Aquellos que adoran y sirven a la criatura (incluyendo el ego) en vez de al Creador, Dios los entrega a una mente reprobada (Rm 1:28). Hay un sentido en que todos somos Nabucodonosor ahora, animados a exaltarnos y se nos dan los medios para hacerlo. Y, como Pablo dice, recibimos en nosotros mismos la recompensa que conviene a nuestro error (Rm 1:27).
El triunfo de lo terapéutico parecer ser una victoria pírrica. Para los que no están familiarizados con la frase, una victoria pírrica se refiere a una batalla ganada por el rey Pirro de Epiro contra los romanos. Aunque ganó la batalla, dedicó tanto de sus recursos a esa única victoria que, al final, quedó indefenso y perdió la guerra. Una victoria pírrica es efímera, una que lleva inevitablemente a una derrota definitiva y devastadora, y así es el triunfo de lo terapéutico. El compromiso de vencer las restricciones externas y perseguir el bienestar personal como nuestro fin principal, guiado por nuestros propios deseos, conduce a nuestra derrota, evidente en parte por el surgimiento de estos trastornos interiorizados con la ansiedad como una de las expresiones principales.
Billie Eilish proporciona lo que puede ser uno de los himnos más conmovedores de nuestra época ansiosa en la canción que escribió para la película Barbie de 2023 titulada «What Was I Made For?» («¿Para qué fui hecha?»). su canción capta la inseguridad profunda que resulta del intento de vivir como gente plástica ―maleables para siempre― que intentan crear un mundo ideal para ellos mismos.
Solía flotar, ahora solo caigo.
Solía saber pero ahora no estoy segura
Para qué fui hecha.
¿Para qué fui hecha?
Dar una vuelta en mi carro, era mi ideal
Me veía tan viva, pero resulta que no soy real.
Era solo algo por lo que pagaste.
¿Para qué fui hecha?
Ella continúa:
No sé cómo sentirme…
No sé cómo sentirme.
En una entrevista con Apple Music sobre su canción, Eilish mira directamente a la cámara y dice: «Cada letra comunica cómo me siento. ¿Lo oyes? Exactamente cómo me siento». Ella dice: «Es sobre mi vida». Ciertamente, su canción expresa las vidas de muchos a quienes buscamos llevar las buenas nuevas de Jesucristo. Nuevamente, como dice Hibbs, la crisis de salud mental coincide con una crisis de la verdad, donde «la ansiedad se encuentra con la duda, la depresión con el escepticismo, la angustia interna con las guerras culturales externas. Lo interior hace guerra contra lo exterior».
El trasfondo bíblico más profundo
Sin embargo, nuestra situación actual requiere un análisis bíblico y teológico más profundo, lo que vamos a considerar a continuación. Las explicaciones culturales son insuficientes. En nuestra época de ansiedad, necesitamos una explicación bíblica más rica si vamos a hablar con claridad sobre la esperanza que es nuestra en Cristo.
Jonathan Haidt, quien se describe como ateo, reconoce esta necesidad. Nuevamente, señala los peligros de nuestra era tecnológica y las trampas de las redes sociales que «previenen la autotrascendencia». Dice: «Pienso que puedo comunicar de la mejor manera lo que nos sucede, usando una palabra usada raramente en las ciencias sociales: espiritualidad». Aunque ateo, dice: «Me percato que a veces necesito palabras y conceptos de la religión para entender la experiencia de la vida como ser humano. Esta es una de aquellas raras ocasiones». Haidt admite la inhabilidad de sus propias convicciones, expresadas en su cosmovisión, para justificar lo que él llama «un gran vacío de Dios». Y nosotros debemos estar preparados para dar una justificación de esto.
Debemos regresar al relato de la Escritura sobre la condición humana, no meramente proporcionando textos de prueba que hablan directamente de la ansiedad, sino también un relato bíblico convincente de nuestra condición de ansiedad. El surgimiento de la psicología empezó a finales del siglo XIX, y los teólogos reformados empezaron a hablar de esta nueva disciplina. El teólogo holandés, Herman Bavinck, escribió un libro en 1920 titulado Biblical and Religious Psychology (Psicología bíblica y religiosa). Bavinck señala Génesis 3 que él dice que «contiene varios detalles que no solamente tienen una importancia teológica, sino también tienen un gran valor psicológico», ya que proporcionan «discernimiento de la condición psíquica que cayó sobre el hombre por su transgresión del mandamiento de Dios y después de ella». Dice que esto incluye sentimientos de culpa y vergüenza. Piensa en Adán y Eva. Inmediatamente después de transgredir el mandamiento de Dios, ¿qué hacen? Se esconden y su cubren. Antes de que Dios incluso pronunciara las palabras de la maldición en Génesis 3 ―antes de la revelación especial más completa― esta experiencia interna, esta condición psíquica, que ahora es común a toda la humanidad, Dios la usa para revelar que algo está muy mal. Es una característica de lo que los teólogos llaman la revelación general.
Piensa en las luces de advertencia que aparecen en el tablero de tu carro. Si eres como yo, esperas que se apaguen por sí solas después de un tiempo, pero si siguen apareciendo, es mejor que investigues qué sucede. Tal vez ni siquiera sepas qué significa el símbolo de color amarillo o rojo. ¿Qué haces? Bueno, deberías consultar el manual del conductor o a un buen mecánico para que interprete la advertencia y trate con el problema, porque no se va a reparar por sí solo.
La culpa y la vergüenza son características de la revelación general de Dios, que se conocen incluso aparte de la Escritura; son luces de advertencia. Pero como se mencionó arriba, aunque la culpa y la vergüenza son experiencias inescapables fundamentalmente, las hemos descartado cada vez más, culpando a las restricciones ilegítimas de una época pasada por tales sentimientos dañinos, afirmando más bien la libertad personal y el valor de ser veraz para ti mismo en nuestra era de autenticidad. Como dice Rieff, con el triunfo de lo terapéutico, la categoría del pecado es cada vez más incomprensible.
Las experiencias de culpa y vergüenza son suprimidas, pero ¿qué de la ansiedad? No podemos escaparnos de la revelación general. Lo que suprimimos ―o para usar un término más psicológico― reprimimos se manifiesta inevitablemente en otra parte. Si ignoras las luces de advertencia, más luces aparecerán eventualmente.
Como Herman Bavinck dice: «cuando cometen una transgresión por cruzar los límites […] sus conciencias pagan el precio»; crea un conflicto interno, «y con ese conflicto», dice, «viene el descontento y la intranquilidad». Bavinck continúa: «ese temor puede escalar para convertirse en terror, angustia, ansiedad y temor, lo cual silencia toda deliberación racional y deja a la voluntad impotente».
El sobrino de Herman Bavinck, J. H. Bavinck, sirvió como misionero por un tiempo, lo cual le permitió observar la condición humana en varios contextos culturales. Dice: «En su esencia más profunda, la antropología bíblica reconoce que el hombre es pecador, rebelde»; sí, pero también dice: «el hombre es un exiliado, una persona desplazada». En otras palabras, no encaja, está con ansiedad. El Bavinck más joven atribuye estas experiencias a Dios; nuevamente, son características de la revelación general de Dios. Dice: «El hombre siempre busca un punto de descanso». Puede buscar refugio en la narrativa cultural o en una religión falsa, pero según J. H. Bavinck, «la ansiedad merodea detrás de ella». Como bien dijo Agustín: «nos hiciste para ti mismo, y nuestro corazón está intranquilo hasta que descansa en ti».
Esto es verdad debido a la realidad inescapable de que somos creados a la imagen de Dios, y, en efecto, para estar verdaderamente en paz contigo mismo, debes estar en paz con Dios. Como aquellos creados para reflejar a otro, requerimos de un punto de referencia para nuestra identidad. Esta es una característica intrínseca e imposible de erradicar de lo que significa ser humano, y es la razón de la prevalencia de la idolatría que hemos encontramos desafiada en toda la Escritura. Suprimir nuestra verdadera identidad en relación con Dios requiere que lo reemplacemos con alguien más, pero nunca funciona. Como dice Matthew Roberts: «Las identidades que los ídolos confieren no son más reales que los ídolos mismos». Y de este modo, inevitablemente conduce a la ansiedad, y esta ansiedad llega a ser mayor cuando el ídolo que proporciona el punto de referencia para tu identidad no es ni siquiera mayor que tú. Somos creados para reflejar a otro, pero en nuestro intento de ser completamente libres de este aspecto intrínseco e imposible de erradicar de la identidad humana, nos hemos hecho a nosotros mismos el punto de referencia final, mirando dentro de nosotros mismos para saber quiénes somos verdaderamente.
No importa cuán fuerte y por cuánto tiempo ellos griten en el anfiteatro de Éfeso «¡Grande es Diana de los efesios!», no importa cuán enfurecidos estén cuando sus ídolos son amenazados, la ansiedad merodea detrás de ello (Hch 19:28-34). No importa cuán vigorosamente yo afirme mi libertad en nuestra así llamada era de la autenticidad para determinar mi propia identidad, demandando que otros me afirmen al seguir mi propio camino, llevado por mis propios deseos, la ansiedad no solo merodea detrás de ello, sino que salta a primera vista como evidencia contra lo que proclamo tan fuertemente. Somos creados para reflejar a otro, para reflejar la gloria de Dios mismo, a nadie más. Como Hibbs dice: «Nunca encontraremos realización, satisfacción o paz aparte de la comunión con Dios. No existe tal cosa». «Nuestro corazón está intranquilo hasta que descansa en ti».
Evangelizar en esta era de ansiedad
Hemos examinado las condiciones culturales de nuestra era ansiosa y hemos proporcionado un análisis bíblico y teológico de la ansiedad. Finalmente, consideraremos cómo hemos de evangelizar a aquellos atrapados en esta era de ansiedad. Hay maneras en que el evangelismo es un reto mayor por causa de estas visiones antitéticas de lo que significa ser humano. Para muchos que personifican esta era de autenticidad y aceptan el individualismo expresivo, será insuficiente simplemente tratar con los patrones evidentes del pecado que demuestran su necesidad de un salvador, aprovechando su sentido de culpa y vergüenza. En vez de ello, debemos desafiar el centro mismo de su sentido del ego, exponiendo al ego como una fuente insuficiente de verdadera identidad, que es siempre frágil como se hace evidente en su sentido profundo de inseguridad y ansiedad.
En vista de lo que se ha dicho, puede que ayude hablar acerca de lo que no debemos hacer en el evangelismo. No debemos intentar ser terapistas, lo cual es una tentación en una era terapéutica. Rieff aborda esto: la tentación de la iglesia de llegar a ser una institución terapéutica más, con el clero sirviendo ante todo como consejeros, más preocupados con un sentido personal de bienestar del individuo que con su bienestar eterno en Cristo.
No debemos ser terapistas sino más bien apologistas, que expongan y analicen las causas más profundas de la ansiedad, para presentar la esperanza que tenemos en Cristo. Esto es lo que la Escritura nos llama a hacer: «sino santificad al Señor Dios en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia a todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pd 3:15).
No somos terapistas que primero apuntan a aliviar la ansiedad, sino apologistas que la examinan y explican para presentar a Cristo. Debemos estar preparados para hablar acerca de las razones más profundas de la ansiedad en ellos si hemos de presentar claramente la razón de la esperanza que hay en nosotros. Como Ed Welch dice de una expresión de ansiedad: «Tus ataques de pánico han expuesto el engaño de que la vida está bien ―que te las puedes arreglar por ti mismo― y son buenas nuevas una vez que los engaños quedan expuestos».
Como se dijo arriba, mi intención no es tratar con cada expresión de la ansiedad. La Escritura reconoce que la ansiedad es una experiencia común de nuestra condición caída. Nuevamente, mi objetivo es tratar con el aumento de la ansiedad que se origina en una era que exalta el ego como un ser autónomo y libre que puede determinar su propio camino. ¿Qué debemos hacer para evangelizar en una era así? No debemos intentar ser terapistas que acepten la esperanza de nuestra era, ansiosos de aliviar la experiencia de la ansiedad en aquellos que no conocen a Cristo. No seas un terapista-evangelista, sino sé un apologista-evangelista a causa de la esperanza que se encuentra solamente en Cristo.
El apologista-evangelista entiende que la ansiedad ―como la hemos descrito― es una característica de la revelación general de Dios. El apologista-evangelista identifica la ansiedad como una luz de advertencia, una evidencia interna de nuestra inhabilidad de descubrir la identidad auténtica dejados a nosotros mismos. Considera las maneras en que Dios habla palabras de consuelo a su pueblo en toda la Escritura. Génesis 26:24: «No temas, porque yo estoy contigo». Deuteronomio 31:6: «Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo […] Jehová tu Dios es el que va contigo». Mateo 28:20: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Filipenses 4:5-6: «El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos».
Aparte del Dios vivo y verdadero, estamos solos, lo cual es una buena razón para estar con ansiedad, dejados con nada mayor más que con nosotros mismos para orientar nuestra vida en el mundo, nada mayor que los deseos internos para dirigirnos, con una libertad que nos libera de cualquier fuente verdadera de significado y propósito. El apologista-evangelista amable y amorosamente presiona estas características de la revelación general de Dios que son evidentes en su experiencia de la ansiedad.
Y luego presentamos a Cristo como la razón de la esperanza que hay en nosotros: Cristo como está revelado en la Escritura; el Cristo completo, no meramente Cristo el Salvador sino Cristo el Hijo de Dios. Como Juan lo describe en los primeros versículos de su evangelio: la Palabra misma que es Dios, el logos, la razón de todas las cosas, el único por medio de quien todas las cosas son hechas, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que se encarnó y habitó entre nosotros (Jn 1:1-14). O como Pablo dice en Colosenses 1, el único que es antes de todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten; y podemos agregar, aparte de quien hay completo desorden y caos. Él es tanto el principio como el primogénito de los muertos, para que en todo sea el preeminente (Col 1:15-20).
Sólo puedes conocerte a ti mismo ―como uno que ha sido hecho formidable y maravillosamente― si lo conoces a Él. Como el Creador, es la fuente del significado personal verdadero, que proporciona importancia genuina a nuestras vidas, aparte de quien quedamos solos para investigar muchos esquemas. Y vino para buscar y salvar lo que se había perdido, cuando nos habíamos ―cada uno de nosotros― apartado por nuestros caminos (Is 53:6).
El apologista-evangelista presenta al Cristo completo, un Creador y Salvador personal, que llama a todos los que están trabajados y cargados a ir a Él para hallar descanso (Mt 11:28). Recuerda las palabras de esperanza de Pablo en Romanos 8:35, 37: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? […] Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó». El apologista-evangelista está preparado para presentar al Cristo completo en una era de ansiedad, al Creador y Redentor que asegura la salvación para todos los que vienen a Él.
Sin embargo, para ser evangelistas efectivos en esta era de ansiedad, nosotros mismos debemos vivir con esta esperanza. Pedro llama al cristiano para que presente «razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pd 3:15). Vale la pena notar que Pedro dirige su carta a una iglesia que tenía todas las razones de este mundo para estar con ansiedad. Vivían como exiliados sin sentido de pertenencia (1 Pd 1:1; 2:11): se hablaba mal de ellos, ultrajados y considerados extraños (1 Pd 2:12; 3:16; 4:4, 14). Sin embargo, Pedro los llama a vivir con una esperanza que suscitaría preguntas y proporcionaría oportunidades para hablar sobre Cristo. ¿Aquellos en nuestra era de ansiedad ven evidencia de esta esperanza dentro de nosotros?
B. B. Warfield cuenta la historia de un general en el ejército de los Estados Unidos que estaba estacionado en una ciudad en alguna parte del Oeste durante un tiempo de revueltas violentas. Warfield describe cómo «las calles eran tomadas diariamente por una turba peligrosa», pero un día, cuenta Warfield, este general «observó que un hombre se acercaba a él, un hombre con un comportamiento singularmente combinado de calma y firmeza, cuya postura misma inspiraba seguridad». Warfield continúa: «Estaba tan impresionado con su porte en medio de la agitación circundante que al haber pasado volteó a verlo únicamente para darse cuenta de que el extraño seguía con la misma apariencia». El extraño caminó hacia el general y «preguntó sin preámbulo, “¿Cuál es el fin principal del hombre?”». Warfield dice que al recibir la respuesta, «El fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre», el extraño exclamó: «¡Ajá, “sabía que eras un joven del Catecismo Menor por tu apariencia!”»; por su calma y seguridad en medio del caos que los circundaba. El general replicó: «Pero, eso era justamente lo que estaba pensando de usted».
Si en una era de ansiedad vamos a suscitar preguntas acerca de la esperanza que existe en nosotros, debemos vivir vidas de seguridad gozosa como aquellos que conocen su fin principal porque conocemos a nuestro Creador y Redentor, incluso en el caos que nos rodea. Luego, como Pablo dice, resplandeceremos como luminares en el mundo, reteniendo la palabra de vida, en medio de una generación torcida y perversa, y podríamos añadir, en medio de una generación con ansiedad, hablando de la esperanza que tenemos con otros (Fil 2:15).
Los evangelistas, después de todo, tienen este objetivo: mostrar que aparte de Cristo, nunca podemos tratar suficientemente con la condición humana, incluyendo la ansiedad. Mientras que se puede decir mucho más para dar consuelo y esperanza en las muchas variadas experiencias personales en nuestra era, nunca podemos hacer menos que predicar el evangelio de Jesucristo. Es en Él que llegamos a conocernos verdaderamente y así encontrar la paz que sobrepasa el entendimiento (Fil 4:7). Es esa paz que guardará tanto nuestros corazones como nuestros pensamientos en una era de ansiedad.