EL DÍA CAMBIADO PERO EL SABBAT CONSERVADO
Autor: Archibald Alexander Hodge
Traductor: Valentín Alpuche
Diferentes naciones cristianas y diferentes denominaciones, y cada denominación en diferentes períodos de su historia, han albergado sentimientos muy diversos y seguido costumbres muy diversas con respecto a la observación del Sabbat semanal, así como con respecto a cualquier otra ordenanza cristiana y deber práctico. A pesar de este hecho, sin embargo, todo el mundo cristiano histórico, católico y evangélico, siempre ha estado de acuerdo en cuanto a la verdad de las siguientes proposiciones:
1. La institución del Sabbat descansa en la naturaleza física, moral y religiosa del hombre, tal como esa naturaleza existe bajo las condiciones de vida en este mundo.
2. De conformidad con este hecho, Dios instituyó el Sabbat en la creación del hombre, apartando el séptimo día para ese propósito, e impuso la observancia como una obligación universal sobre la raza humana.
3. Después de la resurrección de Cristo, en lugar de abrogar una institución antigua e introducir una nueva, Dios, a través de sus agentes inspirados, perpetuó el Sabbat, volviéndolo a imponer a los cristianos con mayores obligaciones, y cambiando el día del séptimo al primer día de la semana lo enriqueció con un significado nuevo y más alto.
Esta declaración de la fe histórica de toda la Iglesia contradice los siguientes puntos de vista falsos de los partidos pequeños y transitorios:
1. Que el Sabbat era simplemente una institución judía, temporal en su adaptación y diseño, y abrogado junto con todas las demás leyes especiales de esa economía preparatoria, sin dejar ningún sustituto divinamente designado en su lugar.
2. Que el día del Señor es una nueva institución cristiana establecida por los apóstoles y vinculante para los cristianos, pero en naturaleza y diseño, espíritu y obligación, es completamente diferente del antiguo Sabbat inaugurado en la creación y reordenado en el cuarto mandamiento.
3. Que la observancia del séptimo día de la semana es la esencia de la institución sabática, y que la sustitución del primer día en su lugar, que siempre ha prevalecido en la Iglesia, se hizo sin autoridad divina.
El objeto de este tratado es simplemente exponer los fundamentos sobre los cuales descansa la fe de la Iglesia universal cuando, en tanto que reconoce el cuarto mandamiento como parte integral de la ley moral suprema, universal e inalterable, afirma que el séptimo día ha sido sustituido por el primer día de la semana para este propósito, y por razones obvias, por la autoridad de los apóstoles inspirados, y, por lo tanto, por la autoridad de Cristo mismo.
1. Observe que el día particular de la semana en el que se debe guardar el Sabbat, aunque fijado por razones reveladas por la voluntad de Dios en la creación, nunca fue, o podría ser, esencial a la institución misma. El mandamiento de observar el Sabbat es esencialmente tan moral e inmutable como los mandamientos de abstenerse de robar, matar o adulterar. Tiene, al igual que ellos, su fundamento en la constitución universal y permanente de las relaciones de la naturaleza humana. Fue diseñado para satisfacer las necesidades físicas, morales, espirituales y sociales de los hombres; proporcionar un tiempo adecuado para la instrucción moral y religiosa pública del pueblo y el culto público y privado de Dios; y permitirse un período adecuado de descanso del desgaste del trabajo secular. Por lo tanto, es de la esencia misma de la institución que se designe una cierta proporción adecuada de tiempo, regularmente recurrente y observada en común por la comunidad del pueblo cristiano y de las naciones cristianas, y que su observancia se haga obligatoria por la autoridad divina. Estos elementos esenciales se encuentran sin cambios bajo ambas dispensaciones.
El Sabbat, como está divinamente ordenado en el Antiguo Testamento, es justo lo que todos los hombres necesitan hoy. Se ordenó que todos cesaran del trabajo mundano y santificaran el tiempo dedicándolo a la adoración de Dios y al bien de los hombres. Los servicios del templo se redoblaron, y después se introdujeron las instrucciones y el culto de la sinagoga. Fue concedido al pueblo, a sus siervos y bestias como un privilegio, y no como una carga. Deuteronomio 5:12-15. Siempre fue guardado por los judíos, y después de ellos por los primeros cristianos, como un festival, y no como un ayuno. [1]
En años posteriores fue –como todas las demás partes de la voluntad revelada de Dios– atiborrado con interpretaciones y adiciones carnales farisaicas y rabínicas. De todas estas, Cristo lo purgó como lo hizo con el resto de la ley. Él vino ‘para cumplir toda justicia’, y por lo tanto guardó el Sabbat religiosamente y enseñó a sus discípulos, sin tener en cuenta las glosas de los fariseos, a guardarlo en su sentido espiritual esencial según lo ordenado por Dios. Él declaró (Marcos 2:27) que “el sábado fue hecho por causa del hombre”, el género humano, y en consecuencia es obligatorio para todos los hombres para todos los tiempos y adaptado a la naturaleza y necesidades de todos los hombres bajo todas las condiciones históricas.
Por otra parte, es evidente que el día particular apartado no es en lo más mínimo de la esencia de la institución, y que debe depender de la voluntad positiva de Dios, que por supuesto puede sustituir un día en lugar de otro en ocasiones adecuadas por razones adecuadas.
2. La introducción de una nueva dispensación, en la que un sistema nacional preparatorio y particularista debe ser reemplazado por uno permanente y universal, que abarque a todas las naciones hasta el tiempo del fin, es ciertamente una ocasión muy adecuada. La ley moral, expresada en los diez mandamientos escritos por el dedo de Dios en piedra, y hecha el fundamento de su trono entre los querubines y la condición de su pacto, debe permanecer, mientras que los tipos, las leyes municipales especiales de los judíos, y todo lo que no es esencial en el Sabbat u otras instituciones permanentes, deben ser cambiados.
3. El extraordinario hecho de la resurrección del Señor Jesús el primer día de la semana constituye evidentemente una razón adecuada para designar que, en lugar del séptimo día, sea establecido como el Sabbat cristiano. El Antiguo Testamento se introduce con un relato de los orígenes del cielo y la tierra, y la antigua dispensación se basa primero en la relación de Dios como Creador del universo y del hombre. El Nuevo Testamento se introduce con un relato del origen de Jesucristo, y revela al Creador encarnado como nuestro campeón, victorioso sobre el pecado y la muerte. El reconocimiento de Dios como Creador es común a todo sistema teísta; el reconocimiento de la resurrección del Dios encarnado es peculiar al cristianismo. El reconocimiento de Dios como Creador está involucrado y conservado en el reconocimiento de la resurrección de Cristo, mientras que este último artículo de fe conlleva consigo mismo también todo el cuerpo de fe, esperanza y vida cristianas. El hecho de la resurrección consuma el proceso de redención en la medida en que es objetivo para la Iglesia. Es la razón de nuestra fe, el fundamento de nuestra esperanza, la prenda de nuestra salvación personal y del triunfo final de nuestro Señor como el Salvador del mundo. Es la piedra angular del cristianismo histórico y, en consecuencia, de todo teísmo viviente en el mundo civilizado.
La cualificación esencial de un apóstol consistía en que era un testigo ocular de la resurrección. Su doctrina fue resumida como una predicación de “Jesús y la resurrección”. Hechos 1:22; 4:2; 17:18; 23:6; 24:21.
4. Durante su vida, Jesús había afirmado que él era “Señor aun del día de reposo”. Marcos 2:28. Después de su resurrección, señaló el primer día de la semana, y no el séptimo, por su revelación. El día que resucitó, se apareció a sus discípulos en cinco ocasiones diferentes, y retirándose durante el intervalo reapareció el siguiente “primer día de la semana”, [2] reuniéndose sus discípulos y Tomás con ellos: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros”. Juan 20:19. El día de Pentecostés cayendo ese año en el “primer día de la semana”, se encuentra los discípulos nuevamente reunidos de común consentimiento: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos…Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4); y el don prometido del Espíritu Santo descendió sobre ellos. Después de muchos años, el Señor se apareció a Juan en Patmos y le concedió la gran Revelación final en el ‘día del Señor’: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta” (Apocalipsis 1:10); día que todos los primeros cristianos entendieron que se refería al festival semanal dedicado a la resurrección del Señor.
El registro también está lleno de evidencia de que los miembros de todas las iglesias apostólicas tenían la costumbre de reunirse en sus respectivos lugares en horarios regulares con el propósito de adorar en comunidad. 1 Corintios 11:17, 20; 14:23-26; Heb. 10:25. Que estas asambleas se celebraron el “primer día de la semana” es cierto por la acción de Pablo en Troas: “Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días. El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche” (Hechos 20:6-12). Así también sus órdenes a las iglesias de Corinto y Galacia: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas”. 1 Corintios 16:1–2. El cambio ciertamente se realizó en ese tiempo, como lo podemos rastrear por una cadena ininterrumpida y consistente de testimonios desde el tiempo de los apóstoles hasta el presente. Se sabe que los motivos para el cambio asignado por los primeros padres cristianos operaron sobre el fundamento de los apóstoles, y son perfectamente congruentes con todo lo que se registra de sus cualidades morales, vidas y doctrinas. El cambio, por lo tanto, tuvo la sanción de los apóstoles y, en consecuencia, la autoridad del mismo “Señor del sábado”.
5. Desde el tiempo de Juan, quien primero dio a la institución su mejor y más sagrado título, “día del Señor”, hay una cadena ininterrumpida y habitual de testimonios de que el “primer día de la semana” se observó como el día de adoración y descanso del cristiano. Durante mucho tiempo la palabra Sabbat continuó aplicándose exclusivamente al séptimo día. Por costumbre, y en conformidad con los sentimientos naturales de los judíos conversos, los primeros cristianos continuaron observando durante mucho tiempo ambos días. Guardaban cada séptimo día, excepto el Sabbat antes de Pascua, cuando el Señor estaba en la tumba, como lo hacían cada primer día, como un festival. Después, durante un tiempo, la Iglesia Romana, en oposición al judaísmo, lo mantuvo como un día de ayuno. Celebraban servicios religiosos públicos en él. Pero el día ya no se consideraba sagrado; el trabajo nunca fue suspendido ni legalmente prohibido. Por otro lado, cualquier tendencia a regresar a su antigua observancia como un día estrictamente santo, como en cualquier sentido sagrado, como se mantenía el primer día de la semana, fue descartada como un abandono de la libertad del evangelio y un retorno a las ceremonias de los judíos. Ignacio, Epístola a los Magnesianos, cap. 9, y Concilio de Laodicea, cánon 29, 49 y 101, 361 d. C. Ver Christian Antiquities de Bingham, vol. ii, b. 20, cap. 3.
Los primeros cristianos llamaron a su propio día, para el cual afirmaron la preeminencia y la obligación exclusiva, “el día del Señor”, “el primer día de la semana”, “el octavo día” y en su comunicación con los paganos llegaron a llamarlo, como lo hemos hecho, en correspondencia con el antiguo uso secular, jei tou Jeiliou Jeiméra, “dies solis”, “domingo”. Una comparación de los pasajes en los que estas designaciones son utilizadas por los primeros cristianos hace que sea absolutamente seguro que significan el mismo día, ya que todos se definen como aplicables al día después del Sabbat judío, o al día en que Cristo resucitó de entre los muertos.
Ignacio, un amigo cercano de los apóstoles, martirizado en Roma no más de quince años después de la muerte de Juan, en su Epístola a los Magnesianos, cap. 9, dice: “Aquellos que han llegado a tener una nueva esperanza, ya no observan el Sabbat (séptimo día), sino que viven en la observancia del día del Señor, en el que también nuestra vida ha brotado de nuevo, por él y por su muerte”. Él llama al día del Señor “la reina y la jefa de todos los días” (de la semana).
El autor de la Epístola de San Bernabé, escribiendo un poco antes, o al menos no mucho después de la muerte del apóstol Juan, dice, cap. 15: “Celebramos el octavo día con alegría, en el cual, también, Jesús resucitó de entre los muertos”.
Justino Mártir (140 d.C.), Apol. 1:67, dice: “En el día llamado domingo hay una asamblea de todos los que viven en las ciudades o en los distritos rurales, y se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, . . . porque es el primer día en que Dios disipó las tinieblas y el estado original de las cosas y formó el mundo, y porque Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos en este día” (Diálogo con Trifón). “Por lo tanto, sigue siendo el principal y el primero de los días”. El testimonio continúa uniforme e ininterrumpido; por ejemplo, véase Dionisio, obispo de Corinto, citado por Eusebio; Ireneo, obispo de Lyon (177); Clemente de Alejandría (192 d.C.).
Tertuliano, escribiendo a finales del siglo II, dice (Dc Orat, c. 23) que en el día del Señor los cristianos, en honor de la resurrección del Señor, . . . deben evitar todo lo que pueda causar ansiedad, y “aplazar todos los asuntos mundanos, para que no den lugar al diablo”.
Atanasio (296-373) dice explícitamente que “el Señor transfirió la observancia sagrada (del Sabbat) al día del Señor”. Hom. De Semente op., tom. 1, pág. 1060.
El autor de los sermones de Tempore (Aug. Hom. 251, De Temp., t. 10, p. 307) dice: “Los apóstoles transfirieron la observancia del Sabbat al día del Señor y, por lo tanto, desde la tarde del Sabbat hasta la noche del día del Señor, los hombres deben abstenerse de todo trabajo en el campo y asuntos seculares, y solo asistir al Servicio Divino.
En el año 321 d.C., cuatro años antes del Concilio de Nicea, Constantino, el primer emperador cristiano, publicó su famoso edicto ordenando que “todos los jueces, con la población cívica, junto con los talleres de artesanos, deben descansar en el venerable día del sol”, aunque permitiendo, en concesión a la población rural aún imperfectamente cristianizada, que se realice el trabajo agrícola. Las leyes civiles y eclesiásticas que preveían la santificación del día del Señor se hicieron cada vez más estrictas a medida que las comunidades europeas se volvían más cristianas. Los negocios seculares, a menos que fuera necesario, y todos los juegos y espectáculos públicos, estaban prohibidos por las leyes civiles. [3]
Los más altos oficiales cristianos, y los maestros cristianos más famosos y los concilios eclesiásticos [4], se unen para ordenar a todas las personas cristianas que asistan al culto público y se abstengan de todos los empleos y diversiones mundanas en el día del Señor. En las ciudades se celebraban servicios vespertinos y matutinos. Christ. Antiquities de Bingham, vol., 2, b. 20, cap. 2.
6. Con este punto de vista están de acuerdo el testimonio de todos los grandes reformadores y de todas las ramas históricas de la Iglesia cristiana moderna.
El catecismo del Concilio de Trento (pt. 3, cap. 4, preg. 7 y 14) afirma que el “Sabbat judío fue cambiado al día del Señor por los apóstoles”.
Pero los papistas se arrogan para su Iglesia la posesión a perpetuidad de toda la autoridad normal que poseen los apóstoles inspirados. Por lo tanto, afirman que como la Iglesia primitiva había alterado legítimamente incluso un mandamiento del Decálogo, la Iglesia existente tiene un poder ilimitado para imponer obligaciones a los cristianos, e incluso para alterar las leyes divinas. Para oponerse a esta fuente fértil de superstición, los reformadores fueron llevados a hablar descuidadamente de la terminación del Sabbat impuesto por el cuarto mandamiento por limitación divina.
Con referencia a estas declaraciones desprevenidas de los reformadores, que a menudo son citadas por los opositores del Sabbat, es suficiente para el presente propósito decir: (1) Los reformadores, por grandes y excelentes que fueran, no eran más que hombres falibles, y sus opiniones privadas no tienen autoridad vinculante sobre la Iglesia. (2) La maravilla es que bajo sus circunstancias alcanzaron puntos de vista tan claros del significado de la palabra de Dios como lo hicieron, y que cometieron tan pocos errores. (3) El sentido de sus varias declaraciones sobre este y sobre todos los demás puntos debe buscarse, por supuesto, teniendo debidamente en cuenta los errores papistas, teóricos y prácticos, a los que estaban antagonizando. (4) Sus declaraciones negativas deben interpretarse dentro de los límites de sus declaraciones positivas, mencionadas en el párrafo siguiente. (5) La historia de la observancia del Sabbat en la Europa continental y sus efectos sobre la religión espiritual, siendo jueces los propios cristianos continentales, refuta la solidez de sus puntos de vista, en la medida en que estos diferían en algún grado de los de los fundadores de las iglesias protestantes en Inglaterra y Escocia.
Por otro lado, es demostrable que sus principios esenciales y su práctica con respecto a la observancia del Sabbat son idénticos a los de las iglesias evangélicas modernas.
(1.) Lutero, Calvino y otros reformadores enseñaron que el Sabbat fue ordenado para toda la raza humana en la creación.
(2.) Que en sus características esenciales fue diseñado para ser de obligación universal y perpetua. Obras de Lutero tom. 5, pág. 22; Calvino, Génesis 2:3 y Éxodo 20:8; y sermón sobre Deuteronomio 5:
“Dios, por lo tanto, primero descansó, luego bendijo este descanso, para que en todas las épocas fuera sagrado entre los hombres. En otras palabras, consagró cada séptimo día para descansar para que su propio ejemplo pudiera ser una regla perpetua. El diseño de la institución debe ser siempre guardado en la memoria, porque Dios no ordenó a los hombres simplemente que guardaran vacaciones cada séptimo día, como si se deleitara en la indolencia de ellos, sino más bien que ellos, liberados de todos los demás asuntos, pudieran aplicar más fácilmente sus mentes al Creador del mundo, . . . El descanso espiritual es la mortificación de la carne, para que los hijos de Dios ya no vivan para sí mismos ni se entreguen a su propia inclinación. En la medida en que el Sabbat fue una figura de este descanso, digo, lo fue sólo por un tiempo; pero en la medida en que se ordenó a los hombres desde el principio para que pudieran emplearse en la adoración de Dios, es justo que continúe hasta el fin del mundo“. (Comm. Sobre Génesis 2:3)
(3.) Observaron (e insistieron en el deber de todos los cristianos que lo observaban) el día del Señor absteniéndose de todos los asuntos y diversiones mundanas, y dedicando el tiempo a la adoración de Dios y la edificación de los demás.
El sermón de Calvino sobre 24 Deuteronomio 5: “Cuando las ventanas de nuestros negocios están cerradas en el día del Señor, cuando no viajamos según el orden común y la moda de los hombres, es con el fin de que tengamos más libertad y tiempo libre para atender a lo que Dios manda”.
El sermón de Calvino sobre Deuteronomio 5: “Si empleamos el día del Señor para alegrarnos, para divertirnos, para ir a los juegos y pasatiempos, ¿será honrado Dios en esto? ¿No es una burla? ¿No es esto una profanación de su nombre?”
La opinión de John Knox se da en el primer Libro de Disciplina: “El Sabbat debe guardarse estrictamente”, etc. Ver también homilía “Of the Place and Time of Prayer”, Libro de homilías de la Iglesia de Inglaterra.
(4.) Refirieron el fundamento sobre el cual la obligación de guardar el sábado descansa a las ordenanzas originales de Dios en la creación y en el Monte Sinaí: “Pero si la razón por la cual el Señor designó un Sabbat para los judíos es igualmente aplicable a nosotros, nadie puede afirmar que es un asunto con el que no tenemos nada que ver. Nuestro padre más providente e indulgente se ha complacido en proveer para nuestras necesidades no menos que para las necesidades de los judíos”. “Sin embargo, no fue sin razón que los primeros cristianos sustituyeron el Sabbat por lo que llamamos el día del Señor”. Calvino, Institutes bk. 2, cap. 8, §§32 y 34.
Beza, el discípulo y sucesor de Calvino, dice en Comentario sobre Apoc. 1:10: “El séptimo día, habiéndose mantenido de pie desde la creación del mundo hasta la resurrección de Cristo, fue intercambiado por los apóstoles, sin duda por dictado del Espíritu Santo, por lo que fue el primer día del nuevo mundo”.
7. El cambio de día por parte de la Iglesia apostólica ha sido así demostrado por el testimonio histórico, al que se podría añadir mucho si el espacio lo permitiera, pero contra el cual no existe ninguna evidencia en contra. Esto, así como los pasajes citados anteriormente, prueban que el cambio fue efectuado por la autoridad de los apóstoles, y por lo tanto por la autoridad de Cristo. Con los apóstoles predicando a ‘Jesús y la resurrección’, y observando y designando el primer día de la semana para los servicios religiosos, Dios dio “[testimonio] juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”. Heb. 2:4. Desde el gran día pentecostal del Señor, este día ha sido observado por el verdadero pueblo de Dios y bendecido por el Espíritu Santo. Ha sido reconocido y generosamente utilizado como un medio esencial y preeminente para edificar el reino de Cristo y efectuar la salvación de su simiente. Y este reconocimiento divino ha sido en cada época y nación en proporción directa a la consagración fiel del día para su propósito espiritual. No es posible que ni una superstición voluntaria ni un concepto erróneo ignorante hayan sido coronados con sellos uniformes y discriminatorios de aprobación divina a través de mil ochocientos años.
Si alguien afirmara que, si bien hemos demostrado un día cristiano del Señor, instituido por los apóstoles y gentilmente poseído por Dios, sin embargo, no hemos probado que el Sabbat del cuarto mandamiento permanezca en vigor bajo un cambio de día, respondemos:
1. El cuarto mandamiento es un componente inseparable del Decálogo, que era el fundamento del trono de Dios y la base de su alianza con su Iglesia. Esta ley es totalmente moral (excepto el mero elemento del día particular en el cuarto mandamiento), y en lugar de ser abrogada fue ampliada y aplicada con nuevo énfasis por Cristo. Mateo 5:17. Y por un instinto, tan universal como verdadero, se ha incorporado a las confesiones, catecismos y liturgias de cada Iglesia histórica en la cristiandad.
2. La verdadera interpretación permanente de la ley del Sabbat se encuentra, no en las glosas de los fariseos y rabinos, sino en el ejemplo y la doctrina de Cristo, quien restauró la verdadera regla y el uso de la institución original para la instrucción de la Iglesia en todos los tiempos. Todos los reformadores están de acuerdo en que el día del Señor es de uso y obligación perpetuos en el sentido de la versión de Cristo del Sabbat.
3. Las razones del Sabbat original tenían su fundamento en la naturaleza y condición universal del hombre. Esas razones son idénticas a las razones para la institución apostólica del día del Señor. La función de este último en la Iglesia cristiana es idéntica a la del primero en la Iglesia judía. El gran Autor y Dispensador de los esquemas de providencia y gracia, durante ambas dispensaciones es el mismo Dios inmutable. Las dos dispensaciones forman sólo dos partes de un sistema armonioso. Parece evidente, por lo tanto, que una institución que tiene propósitos y relaciones sin cambios, promulgada en la creación, promulgada nuevamente con sacralidad añadida en el Sinaí y promulgada otra vez con asociaciones y obligaciones adicionales por los apóstoles, debe ser la misma institución, a pesar del mero cambio de día.
Notas
1. Antiquities de Bingham, vol. 2, bk. 20, cap. 3; Smith’s Dictionary of the Bible, Art. Sábado
2. “Mía Sabbáton”. La afirmación de los Sabatarios del Séptimo Día de que esta frase debería traducirse como “uno de los Sabbats” es absurda. Sabbáton es neutro y no puede estar de acuerdo [gramaticalmente] con la mia femenina.
3. La frase, tal como la interpreta la Iglesia desde los primeros tiempos, es perfectamente coherente con el idioma hebreo, de cuyo idioma fue importada al vocabulario de la comunidad cristiana por los judíos conversos. Ver Ejercicios hebreos y talmúdicos de Lightfoot sobre San Mateo, cap. 28:1. Teodosio I, (379-395) y Teodosio II (408-450) publicaron leyes que prohibían todos los juegos públicos y exhibiciones teatrales en el Día del Señor. Cod. Theod., lib. 15, tit.5; De Spectaculis, Leg. 2 y 5
4. El tercer Concilio de Orleans, cánon 27 (538 d.C.), decretó que “juzgamos que los hombres deben abstenerse de todo trabajo agrícola, . . . para que tengan más tiempo libre para venir a la iglesia y ofrecer oraciones a Dios”. El segundo Concilio de Mascón, Francia, cánon I (585 d.C.), prohíbe las demandas en el día del Señor. Los Concilios de Eliberis, cánon 21 (305 d.C.), y de Sárdica, cánon 11 (347 d. C.), y de Trullo, cánon 80 (692 d.C.), ordenó la excomunión de todos los cristianos que, sin causa, se ausentaran del culto público durante tres días del Señor.