La pendiente resbaladiza de la ética progresista
Traductor: Valentín Alpuche
Uno de los enigmas más interesantes de nuestro tiempo es la noción de virtud y ética dentro de los círculos progresistas. La razón por la que digo esto es relativamente simple para cualquiera que haya observado lo que ha ocurrido en el transcurso de las últimas dos décadas. La ética progresista siempre está en constante cambio; siempre están buscando un nuevo y más profundo sentido de la moralidad que fluctúe con los caprichos ideológicos de la cultura en general. Lo que quiero decir con esto es simplemente que la única verdad absoluta con la que abordan el tema de la ética es que no hay una verdad absoluta. No hay un estado ideal o una comprensión de la moralidad, salvo que progresa con los tiempos, ni hay un punto en el que una comprensión histórica de la ética arroje luz sobre por qué hacemos las cosas que hacemos o creemos las cosas que creemos.
Esta es particularmente la razón por la que vemos a muchos devorar a los que están dentro de sus propios círculos de progresismo. Tomemos, por ejemplo, la noción popular de transgenerismo, en el sentido de que no es algo fundamentalmente malo en su esencia, porque el género es una construcción social. El género, en otras palabras, es lo que el individuo cree que puede ser. Es maleable. No es una realidad fija con la que uno debe concordar, sino más bien, algo a lo que el mundo debe adaptarse si un individuo cree que no está en armonía con el sexo en el que nació. El individuo cree que la verdad absoluta de su supuesta identidad de género dicta la naturaleza, en lugar de que la naturaleza dicte su verdadero género.
Aquellos que creen lo contrario, que el género no fluctúa, ni está sujeto a la fantasía de cómo se siente algún individuo en particular día a día, son aquellos con creencias anticuadas. No han progresado con los tiempos y, por lo tanto, son inmorales de acuerdo con el estándar de la época. Sin embargo, el dilema interesante en esto es que el mismo estándar arbitrario puede ser aplicado por las generaciones posteriores, y esto es precisamente lo que hemos visto cuando una feminista clásica está en desacuerdo con el hecho de que un hombre biológico está entrando en un espacio donde las mujeres deben reinar supremas. Los hombres pueden dar tutoriales de maquillaje y ponerse el traje de “Mujer del Año”, y de acuerdo con la ética progresista actual, esto es bueno. Los hombres pueden entrar en la arena de los deportes femeninos, Harry Styles puede usar ropa femenina, y así sucesivamente, y mientras esto sea moralmente aceptable dentro de la ética progresista en ese momento, debe ser aplaudido.
La feminista clásica está en desacuerdo con esto, pero ella también se ha aferrado a los vestigios de un sistema de creencias opresivo y anticuado que no ha progresado con los tiempos, a pesar de que una vez obtuvo una “total aprobación” por sus creencias feministas solo diez años antes. Sin embargo, ese mismo estándar será aplicable para aquellos que adopten la postura ética actual de los progresistas de hoy si no se mantienen en sintonía con el movimiento de la cultura. En otras palabras: hay que seguir progresando, porque no hay una postura ética o moral ideal a la que se pueda llegar. El problema inherente a esto es que presupone precisamente eso: no hay una postura ética ideal a la que se pueda llegar. No hay un punto terminal. No hay estándares o ideales reales que la gente pueda alcanzar. Lo único que pueden hacer es seguir avanzando con los tiempos porque la suposición fundamental es que las creencias pasadas son poco éticas, anticuadas o insuficientes de alguna manera.
La única virtud, entonces, es el progreso mismo, sea lo que sea. Yo diría que los que lideran el camino en este sistema de “virtud” de hecho tienen un estándar ideal por el que están trabajando, pero la deliciosa ironía de todo esto es que alguien más viene y establece un nuevo estándar ideal simplemente porque el ethos común es el progreso. La inmensa mayoría de la gente no piensa en estos temas en ningún sentido significativo, y eso puede decirse de todos los grupos a lo largo del espectro ideológico, pero lo que trato de decir es simplemente que, sin una comprensión de las verdades, principios e implicaciones morales y éticas trascendentes, lo mejor que puede conseguir una ética progresista es un caso severo de esnobismo cronológico.
Aquí es donde creo que los conservadores han dado en el clavo al denunciar la pendiente resbaladiza de la ética progresista, y los progresistas han fracasado posteriormente. En múltiples ocasiones, los conservadores han destacado correctamente las implicaciones de ciertas creencias judiciales y sociales, lo que significa que han identificado correctamente que estas ideas y las decisiones posteriores tomadas a la luz de ellas tienen consecuencias. A nivel anecdótico, reconocemos de forma innata que las ideas y la implementación de las ideas tienen consecuencias. Todos reconocerán que, si tengo la idea a medias de que puedo mentir, engañar y robar en mi empleo, eso naturalmente tendrá consecuencias punitivas, lo que probablemente resultará en mi desempleo y posiblemente incluso en la cárcel. Cuanto más perniciosas son mis creencias, más estrictas son las consecuencias naturales y judiciales para esas creencias.
Si no se controlan, las ideas malsanas e inmorales conducen a todo tipo de libertinaje, no solo a nivel personal, sino a nivel social. En otras palabras, el tan afirmado “si no te afecta personalmente, no debería importarte” es una flagrante incongruencia, porque estas prácticas e ideales dan forma al tejido de la sociedad. Sin embargo, los progresistas saben esto porque buscan trabajar dentro de los canales de nuestras instituciones (por ejemplo, la academia, el gobierno, etc.) para efectuar los cambios que quieren ver, y aquí es donde muchos conservadores han fracasado. Por naturaleza, el ideal de los conservadores es conservar, pero cuando se está constantemente a la defensiva contra el progreso continuo y subjetivo, lo único que se está conservando es lo que se considera conservador en ese momento en particular. Los límites del terreno cambian continuamente, se concede más terreno, y el resultado inevitable es que el conservador busca retener el nuevo terreno que se le ha impuesto.
Esta es la razón por la que también hemos visto que los conservadores de hoy en día carecen la mayoría de las veces de conservadurismo en el sentido original de la palabra. En cierto sentido, muchos conservadores de hoy son igualmente progresistas, debido al hecho de que ellos también han cambiado de un estándar moral y ético objetivo que informa sus prácticas, votaciones y más. El problema que estoy identificando entonces es que todas estas formas de ética progresista son una pendiente resbaladiza, incluso si la inclinación de la pendiente y la velocidad a la que la pelota rueda colina abajo es diferente a otra.
Lo que estoy argumentando entonces es que, si somos verdaderos conservadores, especialmente aquellos que desean ser fieles a las Escrituras y a la fe cristiana histórica, no podemos dejarnos llevar para aceptar una ética progresista que, aunque más conservadora que sus pares, no logra recuperar los cimientos del conservadurismo. Para los cristianos conservadores, esto se convierte en una realidad completamente diferente cuando consideramos los fundamentos de nuestra fe. Los cristianos tienen algo distinto y único entre todos los pueblos de la tierra: tenemos un conjunto genuino y trascendente de creencias y una cosmovisión que debe concordar con tales creencias, y en última instancia encontramos esto en las Escrituras. Por lo tanto, las Escrituras deben informar cómo vemos cosas como las estructuras sociales básicas, el gobierno, el lugar de trabajo, los lazos familiares, las empresas institucionales e incluso cosas como la educación de nuestros hijos.
Para decirlo de la manera más clara posible, tenemos una directiva completa, consistente y clara de las Escrituras que debe informar todas las facetas de la vida, y una gran parte del problema es que hemos bifurcado la vida como si realmente siguiera la división secular/sagrada que a nuestra cultura le gusta tanto elevar como una virtud en sí misma. Hemos abandonado, al menos en parte, una comprensión holística de cómo la fe cristiana debe impregnar cada detalle aparentemente insignificante de la vida tal como la conocemos. Además, creemos que esto es bueno, es decir, porque esta fe cristiana no solo es suficiente para abordar la difícil situación común de toda la humanidad (es decir, la salvación ante un Señor santo y justo), sino toda la vida.
Una vez habría dicho que sería fácil para muchos cristianos profesantes, especialmente los tradicionalmente conservadores, entender cómo los ideales progresistas están en desacuerdo con la fe histórica. Después de todo, es un nombre inapropiado sugerir que uno continúa “progresando” más allá de las verdades finitas y trascendentes que Dios mismo nos ha dado; esto es lo que hace que el cristianismo progresista sea un movimiento tan falso intelectual, moral y espiritualmente en muchos sentidos. Sin embargo, dadas las tendencias más recientes con los roles de género –Black Lives Matter, la interseccionalidad– cómo deberíamos navegar cosas como la reciente pandemia y todo lo que se ha desenredado, e incluso las costumbres perdidas de las iglesias en un esfuerzo por apaciguar a las personas más jóvenes y de mentalidad liberal, ya no estoy convencido de que este sea el caso. Estoy cada vez más convencido de que muchos han adoptado un marco de dos niveles a través del cual ven el mundo, donde se adopta la división secular/sagrada; sin embargo, todo el tiempo la gente ha confundido esto como si fuera realmente una cosmovisión bíblica integral.
Para dejar eso claro, estoy convencido de que muchos dentro de la iglesia en general han sido presionados para encajar en el molde de un sistema de pensamiento que la cultura más amplia adopta (es decir, el progresismo), y creo que la institución más importante a través de la cual esto se ha logrado es la educación escolarizada. Generaciones de niños han pasado por esta institución, que se basa en los ideales del secularismo y se integra en la sociedad sin pensar mucho en Dios mismo. Es esta característica “ignorancia” de Dios la que ha forjado lo que ahora vemos en nuestra cultura, y particularmente, lo que el apóstol Pablo nos informa que es una indicación clave de la ira de Dios que se derrama sobre la humanidad en Romanos 1. En la misma línea, entonces, lo que se perpetúa de generación en generación es un conjunto de ideales progresistas, donde los inventores del mal encuentran mucho espacio creativo para hacer precisamente eso.
Por lo tanto, la pregunta sigue siendo: ¿cómo resolvemos este dilema, incluso si muchos cristianos conservadores no entienden esta realidad? La respuesta es sorprendentemente simple y poco halagadora para el mundo, e incluso para muchos cristianos profesantes. Volvemos a la fidelidad a la Palabra de Dios. Nosotros, los protestantes, especialmente volvemos a nuestra confesión común de que la Escritura es la norma que regula todas las demás normas. Está muy de moda hoy en día, especialmente en los círculos cristianos más amplios (y aquí por “cristiano” me refiero a la tradición cristiana más amplia, en lugar de necesariamente a aquellos que tienen una fe genuina y salvadora) minimizar, empequeñecer o rechazar rotundamente la autoridad de las Escrituras.
Sin embargo, nuestros ideales no son conservar los terrenos que se nos puedan imponer, sino reclamar el territorio que siempre ha sido nuestro en Cristo. No somos conservadores en el sentido moderno, en el sentido de que cambiamos con las mareas de la cultura, ya sea la cultura secular más amplia o incluso la cultura cristiana más amplia. Más bien, simplemente proclamamos las excelencias de Cristo, y a este crucificado, y la fe histórica que fue transmitida a los santos de una vez por todas. A efectos prácticos, eso implica ser capaz de saber lo que realmente es esta fe histórica,pero más que esto, avanzar audazmente en el cumplimiento de los mandatos de este cuerpo de conocimiento, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. En otras palabras, vivimos consistentemente con el mensaje que proclamamos, desde las decisiones aparentemente mundanas que tomamos en el entretenimiento, hasta cómo gastamos nuestro dinero, criamos y enseñamos a nuestros hijos, participamos en la vida de la iglesia local y más.
En cierto sentido, volvemos a la ética puritana, que es simplemente el ethos del apóstol Pablo, donde toda la vida es vista como el proyecto a través del cual podemos glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre. El medio por el cual lo hacemos es simple: debemos saber quién es este Dios y cómo podemos disfrutarlo para siempre, lo cual solo se deriva de una sólida comprensión y aplicación de las Escrituras. Por lo tanto, cuando nos enfrentamos a cualquier ideal progresista que pueda introducirse, el principio es uno por el cual probamos todas las cosas de acuerdo con las Escrituras.