NUESTRO PAN DE CADA DÍA
Día del Señor 50
NUESTRO PAN DE CADA DÍA
Andrew Kuyvenhoven
Traductor: Martín Bobadilla
P. ¿Qué significa la cuarta petición?
R. Danos hoy nuestro pan de cada día significa, ocúpate de todas nuestras necesidades físicas para que lleguemos a saber que Tú eres la única fuente de todo bien y que ni Tus dones ni nuestro trabajo ni preocupaciones pueden hacernos ningún bien sin Tu bendición. Ayúdanos así a renunciar a nuestra confianza en las criaturas y a confiar solamente en Ti.
—P & R 125
Contexto
En las tres primeras peticiones del Padrenuestro dijimos «Tu nombre», «Tu reino», «Tu voluntad». En la segunda serie de tres peticiones hablamos de «nuestro» y «nosotros»: «nuestro pan», «nuestras deudas» y «no nos dejes caer en la tentación». Del mismo modo que la primera tabla de la ley trata de nuestra relación vertical con Dios y la segunda de nuestra relación con el prójimo, el Padrenuestro habla primero del reino de Dios y después de nuestro mundo. Pero no debemos pensar que en las tres primeras peticiones Dios recibe lo que merece, tras lo cual pasamos a nuestras preocupaciones. Más bien, aprendemos a orar como seguidores de Cristo y como hijos del Padre celestial. El centro de nuestra oración y el impulso de nuestras vidas es el nuevo mundo del reino venidero. Y las oraciones sobre el pan, los pecados y las tentaciones piden las provisiones, la gracia y el apoyo del Padre mientras estemos entre el mundo del que nos ha llamado y el nuevo al que vamos.
El texto
La cuarta petición del Padrenuestro dice: «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (Mt 6:11), o «Danos cada día nuestro pan cotidiano»[1] (Lc 11:3). Pero durante siglos los cristianos occidentales oraron: «Danos hoy nuestro pan sobrenatural». Lo hacían porque su versión autorizada de la Biblia en latín (la Vulgata) decía Panis supersubtantialis («pan sobrenatural»). Los fieles entendían probablemente esta oración como una petición de los beneficios de la Eucaristía, el pan del cielo, Cristo mismo, recibido sacramentalmente en la Cena del Señor.
La palabra griega epiousios, traducida como «diariamente», es poco frecuente. No tenemos ninguna prueba clara de la aparición de esta palabra en ninguna parte fuera del Padre Nuestro. Epiousios parece ser una palabra griega acuñada específicamente para traducir la palabra aramea que Jesús utilizó para «diariamente».
Mientras prosiguen la búsqueda y el estudio eruditos, hay dos cosas seguras y ampliamente reconocidas por los cristianos de todas las tradiciones: en primer lugar, la oración que Jesús nos enseñó pide pan ordinario, no pan espiritual. En segundo lugar, al decir «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy», pedimos a nuestro Padre que nos proporcione nuestra ración para hoy. Esta petición coincide sustancialmente con la oración de Agur: «No me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario» (Pr 30:8).
Resumen
Jesús nos enseña tres cosas cuando pedimos a Dios por nuestras necesidades diarias: nos enseña modestia cuando no pedimos el suministro de un año, sino nuestra porción diaria. Nos enseña a preocuparnos por los demás cuando pedimos a nuestro Padre nuestro pan. Y nos enseña a orar con confianza cuando dirigimos nuestras peticiones a nuestro Padre celestial.
No sólo por el pan
La petición de pan sigue a la petición de obediencia. No queremos pan si nos va a costar nuestra obediencia a Dios. Sabemos cómo es la vida, la vida de verdad. Vivir no es tener algo que llevarse a la boca, como piensa la gente mundana. No tenemos vida si no oímos y obedecemos lo que Dios dice. «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Israel no aprendió esta verdad durante cuarenta años en el desierto (Dt 8:3). Los israelitas antepusieron la comida a la confianza. Pero Jesús pasó hambre durante cuarenta días en el desierto, negándose a comer el alimento de la desobediencia. Decidió anteponer a Dios: «No sólo de pan vivirá el hombre» (Mt 4:4), dijo al tentador, y permaneció obediente a la Palabra de su Padre hasta su muerte en la cruz.
También nosotros nos enfrentamos a la tentación de pensar que la comida diaria tiene la máxima prioridad. Pero Dios no puso la comida en el primer lugar de la lista de necesidades de la humanidad. Se puso a sí mismo y a su Palabra en primer lugar. Si sólo pudiéramos comer, si desobedeciéramos a nuestro Padre celestial, sería mejor pasar hambre. La lealtad a Dios, escuchar lo que sale de su boca; eso tiene la máxima prioridad.
Necesitamos alimento
Nada de comida a costa de la obediencia. Pero la comida y la bebida son esenciales para vivir. Si no comemos y bebemos, morimos. Y Dios lo sabe, porque nos hizo.
Bernardo de Claraval (1090-1153), el monje más famoso de la Edad Media, aconsejaba a los que entraban en su monasterio que dejasen el cuerpo fuera. Quería decir que debían renunciar a los deseos del cuerpo. El espiritualismo, el misticismo y el ascetismo tienden a despreciar la comida y el cuerpo. La versión latina del Padrenuestro encajaba bien con el estado de ánimo de los monjes: «Danos hoy nuestro pan sobrenatural».
Pero Jesús nos enseñó a orar por el pan ordinario, porque sabe que lo necesitamos.
Elías era un ardiente amante de Dios como Bernardo, y cuando su amor desesperado por Dios no encontró eco en Israel, huyó al monte Horeb, suplicando la muerte. Pero Dios le envió un ángel, que le ofreció una comida: «Levántate y come, porque largo camino te resta» (1R 19:7).
Incluso en nuestro mayor éxtasis terrenal, seguimos estando en la tierra. Cuando se produjo aquel milagro asombroso en casa de Jairo —la gente se caía de asombro y aquella madre abrazaba a su hija de doce años con gran alegría—, Jesús «dijo que se le diese de comer» (Mc 5:43).
Los primeros cristianos estaban tan gobernados por el Espíritu que se les podía acusar de estar borrachos. Sin embargo, partían «el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2:46).
Tengamos cuidado, sin embargo, cuando hablamos de Bernardo de Claraval. Quizá no comía bien, pero amaba a su Maestro. La mayoría de nosotros comemos bien, pero no está tan claro que amemos profundamente a Dios. Preferimos saltarnos un servicio de la iglesia que una comida.
Necesidades, no deseos
Jesús nos enseñó a pedir a nuestro Padre celestial nuestra porción diaria de «pan». No quiere que le pidamos un granero lleno o una nevera llena, sino únicamente el pan que necesitamos.
El catecismo dice que «pan» significa «todas nuestras necesidades físicas». Y parece una suposición justa. Sin duda, Pablo hablaba en el espíritu de esta oración cuando dijo: «Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1Ti 6:8). Evidentemente, «sustento y abrigo» son la suma total de nuestras «necesidades físicas», en lo que a Pablo se refiere. El resto sería equipaje extra, que pesaría innecesariamente sobre el peregrino. «Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar» (v. 7). Todo lo que recojamos por el camino entorpecerá nuestros movimientos y, finalmente, tendremos que dejarlo de todos modos. Las posesiones no son una verdadera «ganancia». «Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (v. 6).
Nuestra conciencia inquieta
El Padrenuestro data de una época en la que la mayoría de la gente dedicaba la mayor parte de sus días a actividades directamente relacionadas con la obtención y el mantenimiento de ropa suficiente, una vivienda adecuada y el suministro diario de alimentos. En ese contexto, la oración no pide más de lo que la mayoría de la gente podía esperar razonablemente. En numerosos países, incluso hoy en día, la mayoría de las preocupaciones de la gente se refieren a su «pan de cada día» o al arroz.
Pero en América del Norte, Europa Occidental y algunas zonas más, las provisiones que atañen a las preocupaciones cotidianas del resto del mundo son asuntos que se dan por descontados. Casi todos los lectores de esta página tienen en sus presupuestos mensuales partidas mucho más cuantiosas que el coste de los alimentos y la ropa que necesitan. Muchos de nosotros hemos visto en nuestras propias vidas cómo el lujo de ayer se convierte en la necesidad de hoy. Y lo que ahora se considera un lujo, mañana puede reclamarse como un «derecho» que todo el mundo debería disfrutar.
En realidad, muchas cosas caras simplemente no son lujos para la gente que tiene que vivir y trabajar en nuestra sociedad. En la mayoría de nuestras ciudades, la vivienda ordinaria de clase baja y media es cara. Para que una familia pueda pagar una casa, más de un miembro de la familia debe llevar un sueldo a casa. Y muy pocas personas pueden funcionar en nuestra sociedad sin un automóvil.
Muchos cristianos no consideran un lujo la educación de sus hijos en un colegio cristiano; para ellos es una necesidad. Y es una partida importante de su presupuesto.
La oración por el pan de cada día nos inquieta por nuestra confusión entre necesidades y deseos. Y quizá debería inquietarnos. Pero necesitamos traducir las «necesidades físicas» del catecismo a los términos de hoy.
Dios no es mezquino
En el mismo capítulo en el que Pablo nos recuerda que vinimos desnudos al mundo y que no podemos sacar nada de él y que debemos contentarnos con comida y ropa, también se dirige a «los que son ricos de este siglo» (vv. 17-19).
Evidentemente, los ricos eran miembros de la congregación de Timoteo. Pablo le dice a Timoteo que debe advertir a los ricos. (La Biblia casi nunca habla de las riquezas sin una palabra de advertencia). Pero Pablo continúa describiendo a Dios como aquel «que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (v. 17). Notemos dos cosas: Dios es generoso, y lo que da ¡es para que lo disfrutemos!
La imagen de un Dios que no nos da nada más que lo mínimo es tan antibíblica como el mensaje de que Dios quiere que todos seamos ricos.
Confiar en nuestro Padre
¿Por qué, entonces, si Dios es generoso y deberíamos sentirnos libres para disfrutar de las cosas materiales que nos proporciona, la Biblia es generalmente crítica con las riquezas y por qué nos advierte siempre de los peligros de la riqueza? ¿Por qué Dios nos ha dicho explícitamente que no busquemos las riquezas, sino que busquemos «la piedad con contentamiento»? Si Dios tiene que elegir entre ricos y pobres, la Biblia le muestra del lado de los pobres. Algunos cristianos han exagerado tanto este tema en la Biblia que creen que la pobreza está al lado de la piedad y que la riqueza es intrínsecamente perversa.
La verdadera razón por la que Dios siempre advierte a los ricos y por la que Jesús nos enseña a orar sólo por las necesidades es que debemos confiar en Dios como nuestro Padre y no en la falsa seguridad de nuestras posesiones. No podemos ser cristianos si perdemos nuestro sentido de dependencia infantil de Dios. El dinero tiende a robarnos ese ingrediente esencial. La Biblia no enseña que un pobre sea mejor que un rico. Pero el pobre se inclina antes a confiar en Dios y el rico confía naturalmente en sus propios recursos. Tener dinero nos da una sensación de independencia. Y nadie puede ser cristiano si no firma una declaración de dependencia: «No soy dueño de mí mismo…».
Puesto que no somos nuestros, no debemos vivir como si pudiéramos o tuviéramos que ocuparnos de nuestra propia vida. El catecismo quiere que oremos, «Padre, Tú eres la única fuente de todo bien, y.… ni nuestro trabajo ni nuestras preocupaciones [no, ni siquiera] ni Tus dones pueden hacernos ningún bien sin Tu bendición. Ayúdanos, pues, a renunciar a nuestra confianza en las criaturas [y en las cosas] y a ponerla sólo en Ti».
Día a día
La insistencia de Dios en que vivamos el día a día en completa dependencia de Él, incluso para los bocadillos y los sándwiches, tiene otra implicación para nuestro estilo de vida. Debemos evitar el despilfarro y considerar incluso la comida ordinaria como un don de Dios. Esto exige una cierta reflexión sobre los dones diarios de Dios, una virtud que no es fácil de cultivar en nuestra cultura. Tendemos a «picar algo» sobre la marcha, a recurrir a los servicios de comida rápida y a cenar en la TV. El desarrollo de un estilo de vida cristiano, en cambio, requiere disciplina.
Pensamiento comunitario
La religión cristiana es intensamente personal pero nunca individualista. Cada cristiano debe orar personalmente, pero todos deben orar a «nuestro» Padre y pedir «nuestro» pan. (La versión de Lucas del Padrenuestro no dice «Padre nuestro»[2] sino «Padre». Sí dice «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» [11:2-3]).
Tanto el empresario como el trabajador deben pedir a «nuestro» Padre «nuestro» pan. Nadie puede aislar sus necesidades y olvidarse de los demás. El egoísmo está fuera porque pertenecemos a una familia en la que uno se ha entregado por todos y ahora todos viven para el uno sirviéndose mutuamente. Cuando hemos pedido: «Danos nuestra ración diaria» y algunos recibimos más de lo que necesitamos, estamos obligados a compartir.
La Biblia considera que compartir la comida y la ropa es una prueba de fe. Considera la negativa a compartir estos dones como una clara señal de que la fe de una persona está muerta: «Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma» (Stg 2:15-17).
Pensamiento global
Jesucristo dio su vida por nosotros. El mismo tipo de amor de entrega hace que sus seguidores estén dispuestos a renunciar no sólo a lo que tienen, sino a la vida misma. Los que no están dispuestos a dar cosas materiales a personas necesitadas presentan pruebas de que son ajenos al amor de Dios, digan lo que digan. «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?». (1Jn 3:17).
Algunos cristianos siguen intentando escapar a este razonamiento bíblico señalando que el texto dice «hermano necesitado». Argumentan que un «hermano» es una persona que es un compañero creyente en Cristo. Sin embargo, el pasaje no está haciendo hincapié en el «hermano», sino en la imposibilidad de tener amor cristiano y carecer de compasión al mismo tiempo.
Incluso en el Antiguo Testamento, el «amor» no estaba reservado a los israelitas, sino que se extendía a los «extranjeros y forasteros». En el Nuevo Testamento, el amor cristiano revelado en Cristo es indiscriminado; se extiende «a buenos y malos». No amamos a las personas y regalamos bienes materiales porque hayamos encontrado a alguien digno de nuestro amor, sino porque el amor de Dios está en nosotros.
Y defender la limitación de las donaciones caritativas (personalmente y como iglesia) a los creyentes dentro de la comunidad cristiana es dar demasiada importancia a los textos «hermano o hermana». En la parábola de las ovejas y las cabras, por ejemplo, Jesús se identifica con el hambriento, el sediento, el forastero, el preso y el que necesita ropa. No está tan claro que se refiera solamente a los creyentes (véase Mt 25:31-46).
El amor no trata de encontrar un resquicio para justificar el quedarse con la comida y la ropa. Los que hemos comido el pan vivo oramos el Padrenuestro con todas sus implicaciones sociales y globales. Del mismo modo que uno no puede mantenerse al margen de la misión de la iglesia cuando ora por la gloria del nombre de Dios y por la venida del reino de Dios, también tiene que compartir la comida y la ropa cuando pide a nuestro Padre el pan de cada día.
Trabajar sin preocupación
Si oramos sinceramente por el honor del nombre de Dios y la venida de su reino, también trabajamos para dar gloria a Dios en nuestra vida diaria. Del mismo modo, no podemos pedir el pan únicamente con palabras: también debemos pedirlo con obras.
Dios se opone mucho a la pereza. «El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará» (Pr 20:4). «La mano negligente empobrece; más la mano de los diligentes enriquece» (10:4). Pablo le dijo al ladrón convertido de la congregación de Éfeso que «no robase más». Le ordenó que «trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad» (Ef 4:28).
La oración por el pan no elimina el trabajo por el pan sino que lo exige. Y si, a pesar de nuestro trabajo, no tenemos pan, Dios puede optar por alimentarnos con los dones de otros, del mismo modo que puede alimentar a otros con nuestros dones cuando nos ha bendecido. Ciertamente, «más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20:35). Pero nosotros, que vivimos de la gracia, no debemos ser demasiado orgullosos para recibir cuando Dios nos ha negado lo que dio a otros. Esta puede ser la manera que Dios elige para responder a nuestra oración por nuestras necesidades diarias.
Aunque esta oración no reemplaza el trabajo, sí quita la preocupación de nuestras labores diarias. Nuestras oraciones y nuestro estilo de vida muestran modestia y confianza: simplemente estamos pidiendo nuestra porción diaria como soldados en el ejército de Dios, como hijos en la casa de Dios, como personas que han sido alistadas al servicio de Cristo. Y del mismo modo que los padres terrenales no dan piedras a los hijos cuando piden pan, nuestro Padre celestial se encargará de satisfacer nuestras necesidades.
Trabajamos como todo el mundo. Pero trabajamos sin el miedo que atormenta a los que siempre se preocupan por el mañana y sin la codicia que a menudo hace que los trabajadores sean deshonestos. Trabajamos sin preocuparnos porque sabemos que no es «ni nuestro trabajo ni preocupación» ni el pan mismo lo que puede hacernos bien. Sino que buscamos Su favor y pedimos Su bendición cuando decimos: «Padre nuestro, danos hoy lo que necesitamos».
[1] La Reina Valera 1960 traduce exactamente igual Mateo 6:11 que Lucas 11:3 [N. del T.]
[2] Algunas variantes del texto dicen «Padre nuestro», así traduce la Reina Valera 1960 [N. del T.]