La doctrina del pecado
Autor: G. H. Kersten
Traductor: Valentín Alpuche; Revisión: Martín Bobadilla
Pecado Original
Pecado Actual
Castigo del pecado
Pecado Original
Distinguimos entre el pecado original y el pecado actual. Este último lo cometemos con nuestros propios actos en pensamientos, palabras y hechos. El pecado original es el pecado que se nos imputa en Adán, y en el que toda la posteridad de Adán es concebida y nacida. “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie” (Job 14:4). “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Véase también Ro 5:12-19.
El pecado de Adán de quebrantar el pacto se imputa a toda su posteridad, de acuerdo con el justo juicio de Dios, ya que Adán los representaba a todos en el pacto de obras. Quien niega esta imputación también debe negar la imputación de la justicia de Cristo a los elegidos. Así como la imputación del pecado de Adán es por relación de pacto, también lo es la imputación de la justicia de Cristo a los elegidos, porque Él, como el segundo Adán, los representa en el pacto de gracia. La imputación del pecado de Adán no tiene lugar sólo porque es el padre de todos nosotros. Todos los hombres realmente provienen de Adán, pero si esa fuera la base de la imputación del pecado, entonces no sólo todos los pecados de Adán serían imputados a su posteridad, sino también los pecados de Eva, ya que ella es la madre de todos nosotros; de hecho, entonces todos los pecados de todos nuestros antepasados se convertirían en nuestros. Pablo enseña, sin embargo, que por un hombre y por un pecado la muerte ha venido al mundo. Por lo tanto, se imputa un pecado a sus descendientes, a saber, el que cometió como cabeza del pacto de obras. En ese pecado todos pecaron. Después de romper el pacto, Adán ya no actuó como el representante de su posteridad, aunque todavía era su padre.
Puesto que Adán era la cabeza del pacto, no pecó solo por sí mismo. Los menonitas y los arminianos, siguiendo los pasos de los pelagianos, enseñan que el hecho de que Adán comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal no afectó a su posteridad. Niegan el pacto de obras. Los modernistas se equivocan por igual en este asunto. No ven que el pecado se originó en la caída, y niegan que sea hereditario, sino que lo consideran como un defecto necesario que debe ser conquistado gradualmente.
La Palabra de Dios, sin embargo, enseña que todos han pecado en ese único pecado al quebrantar el pacto de obras. Esto también es evidente en sus consecuencias. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La muerte no es natural. Es el juicio de Dios sobre el pecado. Ahora bien, los niños pequeños también mueren, y por lo tanto deben tener pecado cuando aún no han hecho ningún bien o mal. En ese estado sólo tienen el pecado heredado de Adán, es decir, el pecado original. Esta ofensa viene sobre todos los hombres para condenación (Romanos 5:15-18). “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1Corintios 15:22).
Por lo tanto, el pecado original se imputa. Es en primer lugar culpa, es decir, ser responsable de castigo por el pecado de Adán.
Además, el pecado original es la contaminación, la corrupción inherente, que heredamos de nuestros padres, y que se extiende sobre todo el hombre. Esta contaminación del pecado se llama:
- Carne, “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Juan 3:6).
- El viejo hombre, “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22).
- Codicia: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7).
- Inmundicia: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu” (2Corintios 7:1).
- Estando muerto en delitos y pecados, “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).
- Un entendimiento entenebrecido, “teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Efesios 4:18). “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1Corintios 2:14)
- Carecen de la imagen de Dios, y que está destituido de la gloria de Dios, “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios” (Romanos 3:13). “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).
La contaminación del pecado se nos adhiere desde el momento de nuestra concepción. “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Génesis 5:3). “Y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). “Porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
Es la fuente vil de todas nuestras acciones:” Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
“¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” (Santiago 3:11).
Los pelagianos, semi-pelagianos, socinianos, muchos menonitas y los arminianos niegan el pecado original. También niegan que los niños entren al mundo completamente contaminados por el pecado. Los niños nacen en el mismo estado en el que Adán fue creado, según estos espíritus errantes, es decir, un estado de inocencia ignorante. El pecado se comete solo por imitación. Ya hemos demostrado que el pecado viene por imputación, y la contaminación del pecado es el resultado necesario. Hay que recalcar esto. La imputación del pecado no es mediata, sino inmediata. Aquellos que hablan de imputación mediata rechazan el pacto de obras y enseñan que la culpa es el resultado de la contaminación del pecado.
El hombre, sin embargo, no se vuelve culpable ante Dios debido a su corrupción innata, sino por el contrario, por la imputación del pecado de Adán; el hombre de quien Dios ha ocultado justamente su imagen nace en pecado. Quien quiera invertir este orden debe poner la justicia de Dios en un segundo plano, y negará la imputación de la culpa del pecado de Adán. El hombre no sólo es partícipe del pecado de Adán en la medida en que su pecado se transmite en su familia, sino que la Palabra de Dios nos enseña que todos hemos pecado en Adán, y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23).
Aquellos que enseñan la doctrina de la “herencia” no hablarán ni siquiera de la contaminación del pecado a fin de liberar al hombre de la culpa y la responsabilidad. Los hombres hablan de un ladrón por nacimiento, un asesino por nacimiento, etc., en quien las pasiones innatas encuentran expresión, ya que es un producto de sus antepasados. Esto no haría al hombre culpable, ni haría al hombre responsable de sus acciones y, por lo tanto, no exige castigo, sino más bien, mejora y entrenamiento en las instituciones. El hombre sería así un instrumento sin voluntad. Fundamentalmente esta doctrina de la herencia es pagana. Pero es notable que en ella veamos que el hombre puede rechazar la Palabra de Dios, pero la corrupción del pecado en la que nacen todos los hombres no puede ser negada.
Además, señalaríamos que todos los hombres tienen pecado original, incluyendo a María. Roma excluye a María del pecado original, y de esa manera quiere explicar el santo nacimiento de Cristo. Sin embargo, Roma no es capaz de explicar cómo María vino al mundo sin pecado original. Tampoco puede ser, porque María magnifica a Cristo como su Salvador, lo cual sería imposible si ella estuviera sin pecado. María también fue concebida y nacida en pecado. Su salvación estaba en aquel que nació de ella.
Solo Cristo estaba sin pecado, sin pecado original y sin pecado actual porque fue concebido por el Espíritu Santo, y así nació fuera del quebrantado pacto de obras. La culpa y la contaminación del pecado de Adán no fueron imputadas a Él, excepto como fiador. Tomó sobre sí la carne y la sangre de María. Y, aun así, Él era ese Santo que nació de María, que iba a ser llamado el Hijo de Dios (Lucas 1:35).
Por lo tanto, por el pecado original todos son culpables ante Dios, completamente corruptos, incapaces de hacer ningún bien e inclinados a toda maldad. “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23). El entendimiento del hombre caído está completamente oscurecido, y su voluntad se inclina solo al mal. “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:6, 7).
El hombre culpable se ha hundido en tal estado de miseria que es incapaz de no pecar. Él es odioso, uno odia al otro. “Viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3).
Por naturaleza somos propensos a odiar a Dios y a nuestro prójimo. Solo la gracia común todavía restringe a la raza de Adán de estallar en pecado por completo, de lo contrario el mundo no podría aguantar más. Y el mundo debe permanecer hasta que el último de los elegidos sea reunido (Confesión Belga Art. 15; Catecismo de Heidelberg P/R 5-8; Cánones de Dort III, IV).
Pecado Actual
El pecado actual es el fruto del pecado original. De una fuente amarga solo brota agua amarga. Del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, etc. (Marcos 7:21-23). “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, etc. (Gálatas 5:19-21).
Cometemos pecados en pensamientos, palabras y hechos. Aunque nuestros pensamientos no se expresan en palabras o hechos, todavía nos hacen culpables ante Dios. “El corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal” (Proverbios 6:18).
Incluso sin el permiso real y voluntario de la voluntad del hombre, el pecado hace que un hombre sea culpable ante Dios. El pecado de Lot con sus hijas fue el incesto, aunque lo cometió inconscientemente en su embriaguez, así como la persecución de Pablo al pueblo de Dios lo hizo reconocer que él era el primero de los pecadores, aunque lo había hecho en ignorancia. El apóstol también enseña que el pecado no sólo existe en las obras, sino que la codicia también es pecado. La iglesia romana niega esto, pero Pablo escribe en Romanos 7:7: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”.
La codicia es el vientre de las acciones pecaminosas. “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado” (Santiago 1:15).
Los pecados de ignorancia son muchos. “Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: “Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad” (Lucas 13:26, 27).
Y aunque la culpa del pecado es quitada en Cristo, todavía el pecado en el pueblo de Dios sigue siendo pecado. Es la transgresión de la ley (1 Juan 3:4). Incluso el hombre más santo nunca puede agradar a Dios en esta vida aparte de Cristo, porque sólo en Él todos los elegidos son perfeccionados.
En primer lugar, todo depende del estado del corazón del hombre. Ni Caín, ni su ofrenda fueron aceptados, porque el corazón de Caín era malo, mientras que Abel complació al Señor, y por lo tanto también su ofrenda.
La revelación del pecado es también en palabras, de las cuales Cristo habla en Mateo 12:36: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”.
La ley de Dios prohíbe las palabras pecaminosas en el tercer mandamiento, concerniente a la blasfemia del Nombre de Dios, y en el noveno mandamiento, concerniente a dar falso testimonio. “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño” (Salmo 34:13). “Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua” (Salmo 39:1). “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 142:3).
En tercer lugar, el hombre comete pecado con sus acciones, grandes y pequeñas. Hay cosas malas que se hacen (Rom. 1:28). Hay un guiño con los ojos, un hablar con los pies y una enseñanza con los dedos (Prov. 6:13). Un día Cristo dirá: “Apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23).
El pecado es pecado de omisión, o pecado de comisión. En esencia, no hace ninguna diferencia. El pecado es pecado, y todo pecado es condenable ante Dios. “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). Allí Santiago dice que el pecado de omisión también es pecado, y el pecado es condenable. “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
Sin embargo, hay una diferencia en cometer pecados. El Señor Jesús se refiere a eso cuando dice: “El que me entregó a ti tiene mayor pecado” (Juan 19:11). También el castigo del pecado diferirá, porque será justo. Pero no hay pecados perdonables en sí mismos. Roma enseña que hay pecados perdonables por los cuales los hombres no pierden la gracia, y pecados imperdonables por los cuales la gracia se pierde. Para probarlo, apelan a Mateo 5:22: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”. En estas palabras, sin embargo, el Señor Jesús no habla en absoluto de pecados perdonables. Por el contrario, Él enseña la grandeza de los pecados, también de aquellos que los hombres piensan que son pequeños. En sí mismo, cada pecado merece la muerte y es imperdonable. Solo sobre la base de la completa satisfacción de Cristo, Dios puede y perdona los pecados, exceptuando un pecado, el pecado contra el Espíritu Santo. Para el pecado contra el Espíritu Santo no hay perdón. Cristo habla de este pecado en Mateo 12:31-32: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; más la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero”.
También en Hebreos 6:4-6 Pablo habla del pecado imperdonable, diciendo: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.
En tercer lugar, Juan habla de esta abominación de injusticia en 1Juan 5:16b: “Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida”.
Dios a menudo permite que el diablo ataque al pueblo de Dios acusándolos de que han cometido este pecado. Al hacerlo, trata de llevarlos a la desesperación, porque sabe muy bien que la Palabra de Dios no arroja ninguna luz especial sobre este pecado, y que es más fácil decir lo que no es que lo que es.
El Señor Jesús habló de ello cuando en su odio satánico le reprocharon que Él echaba fuera demonios por Beelzebú, el príncipe de los demonios. Expresa e intencionalmente los fariseos hablaron su odiosa blasfemia contra el Espíritu Santo. Aunque tenían mejor conocimiento, aunque estaban iluminados (Hebreos 6:4-6), blasfemaron contra esta obra del Espíritu Santo como si fuera la obra del diablo. De este modo, ellos estaban haciendo la obra del diablo. Este pecado es una rendición a Satanás. No hay arrepentimiento. El dolor por el pecado está excluido. El hecho de que las almas atacadas se aflijan día y noche es una prueba de que no han cometido este pecado. Este pecado infernal debe distinguirse de entristecer y resistir al Espíritu Santo del cual Pablo habla en Efesios 4 y en 1Tesalonicenses 5, contra el cual amonesta a las iglesias. Sin embargo, el pecado contra el Espíritu Santo es imperdonable. La Palabra de Dios no dice esto porque la justicia de Cristo fuese insuficiente, sino porque este pecado causa el mayor endurecimiento, y no le ha complacido a Dios someter a sus elegidos a él, ni redimir a ninguno de los que lo han cometido. Quien peca contra el Espíritu Santo, peca hasta la muerte.
Dios no puede dejar que el pecado quede impune. Socinio puede afirmar que Dios no necesita castigar el pecado, y puede perdonar sin recibir satisfacción, pero eso solo muestra hasta dónde ha llegado la necedad de este hereje. Debido a su esencia perfectamente santa y justa, Dios necesariamente debe castigar el pecado. Dios no sería Dios si permitiera que el pecado quedara impune. Ahora bien, el castigo del pecado es la muerte, como Dios amenazó en Génesis 2:17: “más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Y así Pablo escribe en Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Véase también Ezequiel 18:20.
Ningún otro castigo puede haber para el pecado, porque el pecado es una separación de Dios. Si un árbol es cortado de sus raíces, debe morir. Cuánto más debe morir el hombre si se separa de Dios.
La muerte no es la destrucción del hombre que fue creado para la eternidad. En contraste con la vida en perfecta gloria eterna, la muerte es estar en eterna destrucción y perdición en espesa oscuridad, donde habrá llanto y crujir de dientes.
Dios no ejecutó inmediatamente este juicio por completo. Aunque la sentencia se pronuncia e inmediatamente se ejecuta en la muerte espiritual del hombre, sin embargo, Dios todavía concede una vida temporal, y la muerte eterna viene al alma solo cuando los hombres mueren, y tanto al cuerpo como al alma en el día del juicio. Esta manera de ejecutar el juicio de la muerte está de acuerdo con el beneplácito de Dios para que Adán tuviera una generación de la cual Dios pudiera sacar a los suyos a la vida eterna, y pudiera castigar a los réprobos de acuerdo con su justicia.
Así distinguimos tres tipos de muerte:
a. La muerte espiritual es la separación del favor de Dios, y el destierro de su comunión. Por naturaleza, el hombre está sin Dios en el mundo, es esclavo del pecado, y solo da fruto para muerte. Este estado espiritual de muerte no significa, como sostienen los luteranos, que los hombres se convirtieran en palos y piedras. El hombre siguió siendo también después de su caída un ser moral racional, pero con un entendimiento que fue oscurecido, y con una voluntad que era perversa, incapaz de cualquier bien e inclinada a todo mal. El hombre muerto obra, pero sólo para el mal, y para su propia destrucción. Así como la muerte obra hasta la completa destrucción y descomposición, así la muerte espiritual continúa hasta la perdición eterna. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).
Contra los pelagianos y semipelagianos, que atribuyen al hombre una voluntad libre o debilitada después de la caída, y sostienen que el pecado se comete sólo por imitación, y contra el sociniano, que niega por completo toda imputación del pecado de Adán, y la necesidad de castigo, la Palabra de Dios habla claramente del estado miserable del hombre, en el que ya se encuentra por la caída de Adán. Él está espiritualmente muerto, separado del favor de Dios, incapaz de cualquier bien, y propenso a todo mal. “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23).
La Palabra de Dios a menudo habla de este castigo del pecado. A esta muerte espiritual pertenece lo siguiente:
- El hombre perdió la imagen de Dios que sólo puede ser restaurada en los elegidos mediante la restauración de la gracia (Colosenses 3:10; Efesios 4:24).
- Como consecuencia del pecado, Adán y Eva sintieron que estaban desnudos (Génesis 3:7,10). Antes de la caída no se avergonzaban, pero después de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, su mala conciencia los llenó de vergüenza ante Dios y entre ellos, y les hizo ver su desnudez.
- Terror en la conciencia. En el glorioso estado de rectitud no había miedo ni terror. Incluso hablar de la serpiente no asustaba a Eva. Pero inmediatamente después de que el pecado entró en el corazón del hombre, se llenó de un temor servil a Dios. Su conciencia lo condenó; se escondió cuando escuchó la voz del Señor Dios caminando en el jardín en el fresco del día. “Oí tu voz”, dijo Adán, “y tuve miedo”. Estaba lleno de temor por el castigo, y miedo de encontrarse con Dios. Una conciencia acusadora es una consecuencia del pecado.
- Expulsión del Paraíso. “Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado”, nos dice Moisés en Génesis 3:23, y este ser sacado está relacionado con lo que leemos en el versículo 22: “He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre…”
En estas palabras, Dios representa al hombre en el estado en que este supuso que llegaría a estar cuando dio oído a la palabra del diablo: “como uno de nosotros”, conociendo el bien y el mal, su propio señor y maestro, separado e independiente de Dios. Es una descripción del profundo estado de miseria en el que el hombre se ha sumergido. Por lo tanto, no entendemos estas palabras como una burla, sino como una descripción de la terrible realidad del hombre caído. Además, el uso del árbol de la vida está bloqueado. En su terrible desafío, el hombre todavía se atrevería a tomar de ese árbol. Y ese árbol sellaba las promesas de la vida. Sin embargo, el árbol de la vida mismo no podía dar la vida eterna.
Ningún árbol, sino sólo Dios, puede dar vida eterna. Pero al sellar las promesas, el árbol de la vida ató a Dios para dar vida a aquel que usara la promesa correctamente. Sin embargo, ahora era imposible usar la promesa correctamente. La promesa de vida fue abrogada. Por lo tanto, Dios también destruyó el mal uso de la garantía de la promesa. Un ángel con una espada desenvainada guardaba el camino hacia el árbol de la vida. Así como los que usan la cena del Señor indignamente, comen y beben la condenación para sí mismos, así al hombre caído no se le permitió comer del árbol de la vida. Las palabras que Dios dijo: “que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre”, se refieren al significado sellador del árbol de la vida. El hombre caído ya no podía permanecer en un paraíso glorioso. En la tierra maldita soportaría los dolores del pecado a lo largo de toda su vida. Así se rompió el pacto de obras, se cerró el paraíso y al hombre se le negó el uso del sello divino.
A Satanás se le permitió entontecer al hombre y hacerle creer que comer del árbol de la vida le daría vida, pero Dios cortó el camino. La salvación no es por obras, sino por Cristo y por gracia. El pacto de obras quebrantado nos coloca bajo la maldición, que sólo puede ser removida por Cristo en el pacto de gracia. El Señor habló a Adán y Eva de ese pacto de gracia, prometiéndoles el mediador del pacto, quien, como la simiente de la mujer, heriría la cabeza de Satanás. Adán y Eva fueron salvos por la fe en el mediador. Adán dio testimonio de esa fe cuando llamó el nombre de su esposa Eva, es decir, la madre de todos los vivientes. Adán sólo podía llamarla así porque por fe vio que la simiente prometida vendría de ella. Y Eva se glorió en Cristo en el nacimiento de Caín, diciendo: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón”. Eva no se equivocó aquí. ¿Cómo podría serlo? ¿Puede haber errores en la fe? ¿Dónde está entonces el terreno firme de la fe? Nos parece que Eva no se glorió en la idea de que Caín era la simiente prometida de la mujer. Un error peor que este no era posible. Sino que Eva se glorió por la fe en Cristo por quien había dado a luz una simiente, de quien un día nacería el mediador prometido.
Tanto Adán como Eva serán salvos no por obras, sino por Cristo. El pacto de obras queda abolido en su poder para justificar a una persona ante Dios. La caída de Adán es la caída de toda la raza humana, es la caída desde la gloriosa altura en la que Dios creó al hombre y que pudo alcanzar en la eternidad, hasta la profundidad de una muerte triple.
Sin embargo, el hombre caído no se convirtió en un demonio. También en el pecador espiritualmente muerto hay algunos restos de la imagen de Dios en un sentido más amplio, de los cuales nuestra Confesión de Fe de los Países Bajos habla en el Artículo 14, como suficientes para dejar al hombre sin excusa, y consiste en el conocimiento innato de Dios. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). La conciencia es el vicerregente de los hombres caídos, y tiene conocimiento y es testigo de la justicia de Dios. “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, estos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Romanos 2:14, 15).
En consecuencia, la redención de los elegidos no es una creación completamente nueva, sino una recreación, una iluminación del entendimiento oscurecido y una renovación de la voluntad perversa para la vida eterna.
b. La muerte temporal es la separación del alma y el cuerpo. Por la unión de estos, el hombre se convirtió en un alma viviente (Génesis 2:7); en su separación la muerte entra en el cuerpo. La muerte es destructiva y hace que el cuerpo regrese al polvo, mientras que el alma va inmediatamente al lugar de los condenados. El hombre rico abrió los ojos en el infierno. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez (Hebreos 9:27). Ninguno puede redimir a otro de la muerte (Salmo 49). Esta muerte no es natural. En el estado de rectitud la muerte temporal no existía. Contrariamente a lo que enseñan los pelagianos, el hombre, con la imagen de Dios, era inmortal. Pablo habla muy enfáticamente en Romanos 6:23: “La paga del pecado es muerte”, y eso incluye también la muerte temporal.
En relación con el juicio de la muerte, todo tipo de aflicciones y enfermedades vienen sobre todos nosotros, castigos espirituales y físicos, personales y generales. “El mundo entero está bajo el maligno” (1Juan 5:19). En Gálatas 1:4 Pablo habla de “el presente siglo (mundo) malo”, el diablo es el príncipe de este mundo (Juan 12:31) y el dios de este mundo que ciega los ojos de los que no creen (2Corintios 4:4). Los asaltos de Satanás, sus estratagemas y manifestaciones se están volviendo más violentos. En el tiempo designado por Dios, Satanás se manifestará en el hombre de pecado, pero Cristo lo destruirá y lo aplastará bajo sus pies (2Tesalonicenses 4:8-11).
c. En ese tiempo el juicio será dictado por Dios en toda su extensión en la muerte eterna, es decir, sufriendo el castigo eterno en alma y cuerpo en el infierno, donde el fuego no se apaga y el gusano no muere. De este juicio eternamente interminable Cristo habló en Mateo 10:28: “temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. “ E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:46). Él colocó el castigo eterno en contraste con la vida eterna.
Tanto el viejo como el nuevo espíritu de error, que niegan el juicio eterno, son condenados por las declaraciones inconfundibles de las Escrituras. “Porque el hombre va a su morada eterna” (Eclesiastés 12). “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). El viejo sociniano no recibiría nada de castigo eterno, y las nuevas sectas, como los adventistas y los ruselistas, enseñan que habrá una aniquilación en lugar de un castigo eterno. Pero la Palabra de Dios habla repetidamente del dolor eterno, la perdición eterna, y el juicio eterno. Es cierto, la palabra eterno en las Escrituras no siempre significa interminable, pero el argumento derivado de esta objeción para oponerse a la doctrina de la muerte eterna no tiene sentido. Se habla de las instituciones del Antiguo Pacto como ordenanzas eternas o perpetuas, por ejemplo, la de la pascua en Éxodo 12:14-17, y también la del siervo cuyo oído debía ser perforado en el poste de la puerta de su amo, se dijo: “y será su siervo para siempre”. Este significado relativo de la palabra para siempre o eterno no se aplica al estado interminable del hombre. Si no hubiera fuego eterno, tampoco habría gloria eterna. De acuerdo con el justo juicio de Dios, el hombre es sentenciado a la muerte eterna. Ningún castigo menor puede haber al quebrantar el pacto de obras y perseverar en el pecado contra Dios. También en el infierno los condenados en compañía de los demonios continuarán sin cesar en su pecado y blasfemia contra Dios día y noche. Verdaderamente, Dios es justo al ejecutar sobre el hombre la sentencia de la triple muerte que es el castigo del pecado.