Orar las promesas para nuestros hijos del pacto
Matthew A. Figura
Traductor: Juan Flavio de Sousa
El pueblo de Dios debe deleitarse en el bautismo como el don de Dios para los niños del pacto. John Murray escribió en Christian Baptism (El bautismo cristiano) que «la ordenanza del bautismo infantil tiene por objeto alentar y confirmar la fe en la fidelidad pactual de Dios. El bautismo es la señal, la prenda y el sello de que la misericordia de Dios es desde la eternidad y para la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos» (89).
Deleitarse en el bautismo como el don de Dios para los hijos del pacto
El bautismo es un deleite para el pueblo de Dios precisamente porque es un signo y sello de las realidades espirituales más gloriosas y, como predicó Pedro el día de Pentecostés, «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos» (Hch 2:39). J. Gresham Machen en The Christian View of Man (La vision Cristiana del hombre) escribió:
En el bautismo, Dios recibe al niño en su familia pactual. Mediante el bautismo, nos asegura que nuestros hijos, al igual que nosotros, están incluidos en el pacto de gracia. Así pues, el bautismo se convierte en un ancla de seguridad, uniendo a nuestros hijos a Cristo y a su iglesia.
Si hemos de deleitarnos apropiadamente en el don de Dios del bautismo para nuestros hijos del pacto, nunca debemos perder de vista las gloriosas verdades significadas y selladas en el bautismo (ver Catecismo Mayor de Westminster P. 165) y siempre ponerlas delante de nuestros hijos mientras crecen en el pacto.
Primero, el bautismo es una imagen y prenda de la unión con Cristo. Todas las demás bendiciones y beneficios del pacto fluyen hacia nosotros a través de esta rica vena. Aquel para quien se cumpla esta promesa declarará con Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado… según nos escogió en él antes de la fundación del mundo» (véanse Gá 2:20; Ef 1:4).
En segundo lugar, el bautismo es una imagen y prenda del perdón de nuestros pecados. Como dice el viejo himno: «¿Qué me puede dar perdón? Sólo de Jesús la sangre». Ni toda la sangre de toros y machos cabríos puede quitar mi pecado, pero «donde hay remisión de estos [nuestros pecados y obras inicuas], no hay más ofrenda por el pecado» (Hb 10:18). «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Ef 1:7).
En tercer lugar, el bautismo es una imagen y prenda de la regeneración, o de recibir un nuevo corazón. Nuestros hijos no tienen esperanza aparte del don de gracia descrito en Efesios 2 simplemente como «os dio vida». En Juan 3, Jesús enseñó a Nicodemo su gran necesidad de nacer «de agua y del Espíritu» (v. 5), haciéndose eco de Ezequiel 36:25-27. El que recibe un nuevo corazón cree el Evangelio y adora al Dios trino ahora y siempre.
En cuarto lugar, el bautismo es una imagen y prenda de nuestra adopción en la familia de Dios. Él nos predestinó «para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo». El adoptado clama con el apóstol Juan: «¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios!» (1 Jn 3:1). J. I. Packer, en su clásico moderno Knowing God (Conocer a Dios), escribió: «La adopción [ser amado y cuidado por Dios Padre] es el privilegio más alto que ofrece el Evangelio» (206).
En quinto lugar, el bautismo es una imagen y una prenda de nuestra resurrección a la vida eterna. «Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección» (Rm 6:5). Nuestro bautismo nos señala el clímax escatológico de la historia redentora y nos hace anhelar ese día.
Orar por los hijos del pacto de Dios
¡Qué increíble privilegio poseemos: orar por los preciosos hijos del pacto de Dios!
Dado el alcance de lo que el bautismo significa y sella, junto con el hecho de que el bautizado entra en un «compromiso abierto y declarado de ser total y únicamente del Señor» (CMW, P. 165), tenemos una poderosa manera de orar: «Padre misericordioso, por favor obra por tu Espíritu para que nuestros hijos del pacto sean lo que deben al apartarlos del mundo. En tu soberana misericordia, únelos salvíficamente a Cristo, concédeles un corazón nuevo, perdona todos sus pecados, revístelos con la justicia justificadora de Cristo, confírmalos como verdaderos hijos e hijas del Rey, haz que «de todo corazón estén dispuestos y preparados a vivir desde ahora para Él» (Catecismo de Heidelberg, P. 1), y llévalos sanos y salvos a su herencia eterna en el cielo. Padre, por favor, haz que, por la fe, se aferren a todo lo que has significado y prometido en su bautismo».
También tenemos numerosos pasajes de las Escrituras para informar nuestras oraciones al orar por los preciosos pequeños de Dios. En Isaías 44, el Señor declara:
No temas, siervo mío Jacob, y tú Jesurún, a quien yo escogí. Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas. Este dirá: Yo soy de Jehová; el otro se llamará del nombre de Jacob, y otro escribirá con su mano: A Jehová, y se apellidará con el nombre de Israel (2-5, énfasis añadido).
Al considerar un texto tan alentador, clamemos en oración: «Dios nuestro, que haces y guardas tu pacto, bendecimos tu nombre por las promesas de tu pacto. Confesamos que nosotros y nuestros hijos merecemos tu juicio eterno, pero nos alegramos de que borres las transgresiones de tu pueblo. Confesamos también que tendemos a temer por el alma de nuestros hijos. Nuestra fe es débil, pero tú eres fuerte. Señor, derrama tu Espíritu y todas las bendiciones de tu pacto sobre nuestros hijos, según tu Palabra de promesa. Tú los formaste desde el seno materno, Señor; ¡ayúdales, por favor! Haz que broten y mencionen el nombre de Cristo y bendigan el nombre del Dios trino en el que fueron bautizados».
Y vendrá el Redentor a Sión, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob, dice Jehová. Y éste será mi pacto con ellos, dijo Jehová: El Espíritu mío que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo Jehová, desde ahora y para siempre (Is 59:20-21, énfasis añadido)
A partir de este texto podríamos suplicar: «Padre Santo, que tu Espíritu y tu Palabra no se aparten nunca de nosotros, ni de nuestros hijos, ni de los hijos de nuestros hijos, desde ahora y para siempre. Que sea haga según tu palabra misericordiosa y fiel, para alabanza de tu gloriosa gracia».
He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a los cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma (Jr 32:37-41, énfasis añadido)
Seguimos aprendiendo a orar mediante las promesas de Jeremías: «Oh Señor, nuestros hijos son propensos a extraviarse y abandonarían el pacto en un instante si no fuera por tu gracia. Gracias por tu promesa de ser nuestro Dios y de nuestros hijos después que nosotros ya no estemos aquí. Por favor, nunca dejes de hacerles el bien y haz que crezcan en tu temor piadoso todos sus días. Así como te alegras por ellos, haz que se aferren a todo el bien que les has prometido en su bautismo, para que nunca se aparten de ti».
Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre. Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo (Ez 37:24-27, énfasis añadido).
Finalmente, escuchemos la palabra de Dios de Ezequiel y oremos: «Padre celestial, establece la obra de tus manos con todos nuestros hijos del pacto. Únelos al Hijo mayor de tu siervo David, nuestro Señor Jesús. Haz que caminen según el Espíritu, que se vistan del Señor Jesucristo, que invoquen a su Padre que está en los cielos. Haz que sus corazones y sus vidas sean tu santa morada. Mora con ellos en gracia pactual para siempre, según tu promesa de ser su Dios y de que ellos sean tu pueblo».