La mano de Dios
Francis A. Schaeffer
Uno de los grandes himnos de la iglesia es «Jehová, sé nuestro guía», que comienza así:
Jehová, sé nuestro guía
Al lugar de promisión;
Siendo débiles, confiamos
En tu mano y tu don.
La frase «en tu mano y tu don» ha sido un gran consuelo y una bendición para el pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Pero me gustaría plantear dos preguntas al respecto: En primer lugar, ¿la palabra mano utilizada de esta manera muestra primitivismo en la Escritura? ¿Demuestra que la Biblia es, después de todo, un libro antiguo que, desde una perspectiva evolucionista, debería considerarse anticuado en un sentido muy básico? En segundo lugar, ¿es sólo romanticismo, una mera expresión poética que proporciona al pueblo de Dios solamente consuelo emocional?
Dios es Espíritu
La Biblia dice claramente que Dios es Espíritu puro y no tiene literalmente una mano. Que estemos hechos a imagen de Dios no significa que Dios tenga pies, ojos y manos como los nuestros.
Dios tampoco necesita una mano, porque en el mayor de todos los actos, la creación de todas las cosas de la nada, simplemente habló y fue (Sal 33:9), que es la frase corta más dinámica y desbordante de todo lenguaje. El Salmo 148 tiene una afirmación paralela: «Porque Él mandó, y fueron creados» (v. 5). Toda la Biblia deja claro que, en este titánico comienzo de todas las cosas, Dios, que es Espíritu, creó por fiat divino. Él quiso, habló y todas las cosas llegaron a existir.
Si Dios no tiene literalmente una mano, ¿por qué la Escritura utiliza esta expresión? La respuesta es sencilla. Dios quiere que lo conozcamos como un ser personal. Quiere comunicarnos en forma proposicional, verbalizada, la realidad de su personalidad actuando en la historia. ¿Y cómo puede hacerlo? Utilizando los enormes paralelismos que existen entre nosotros, hombres finitos, creados a imagen de Dios, y Dios mismo.
¿Qué significan las manos para nosotros los hombres? Las manos equivalen a acción. Las manos son la parte del hombre que produce algo en el mundo exterior. Nos movemos siempre desde nuestro mundo del pensamiento hacia el exterior. Como hombres, pensamos, tenemos emociones y tenemos voluntad. El artista que desea pintar un cuadro, el ingeniero que desea construir un puente, el ama de casa que desea hacer un pastel, cada uno debe hacer algo más que pensar y querer. La acción debe fluir desde el mundo del pensamiento del hombre interior hacia el mundo exterior al que se enfrenta, a través de sus manos.
Si hay que mecanografiar una carta de negocios, las manos sobre la máquina de escribir la producen. Si estamos cavando en nuestro jardín en primavera o en otoño, nuestras manos sostienen la pala. Si un poeta quiere escribir un poema, su mano guía la pluma. En la guerra, la mano sostiene la espada. En cada caso, el hombre proyecta la maravilla de su personalidad ―sus pensamientos, sus emociones y las determinaciones de su voluntad― en un mundo histórico, de espacio y tiempo, mediante el uso de su cuerpo y, especialmente, de sus manos.
Por eso, para comunicarnos que es un Dios personal que actúa en la historia espaciotemporal, Dios utiliza la imagen de «la mano de Dios». Es una frase familiar, fácil de entender. Pero esta forma de hablar no tiene nada de primitiva. Utiliza este término que conocemos para que comprendamos exactamente lo que dice. Tampoco utiliza Dios esta expresión de forma poética y romántica, simplemente para que nos sintamos mejor al pensar en ella. Más bien nos está diciendo una verdad abrumadora pero básica: que Él, sin manos físicas, puede igualar y superar en la historia espaciotemporal todo lo que nosotros los hombres podemos hacer con manos físicas.
Consideremos ahora varias formas en las que Dios usa su «mano».
La mano de Dios crea
Como ya hemos mencionado, Dios usa su mano para crear: «Óyeme, Jacob, y tú Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero. Mi mano fundó también la tierra, y mi mano derecha midió los cielos con el palmo; al llamarlos yo, comparecieron juntamente» (Is 48:12-13). En este tremendo cuadro, vemos que la mano de Dios no es cosa insignificante ni en el pasado en la creación, ni en el presente.
Tenemos en la breve declaración de Isaías casi toda una teología de Dios, todo un sistema sobre quién es Dios. En primer lugar, es trascendente. Porque es el Creador del mundo exterior, no está atrapado en él; está por encima de su creación. Esto contrasta con la teología moderna, con su pura inmanencia. Pero, en segundo lugar, no es trascendente en el sentido de ser el otro filosófico o el todo impersonal. También es verdaderamente inmanente.
Aunque es trascendente, puede actuar y actúa en el universo. Y es importante en una época como la nuestra comprender esta relación entre Dios y la máquina. El universo existe porque Dios lo hizo, y lo hizo para que funcionara sobre una base de causa y efecto. Pero no está controlado enteramente por la uniformidad de las causas naturales en un sistema cerrado. Dios ha hecho la máquina, pero puede intervenir en ella cuando quiera.
Por una parte, pues, las relaciones de causa y efecto existen. Sin ellas no habría ciencia, no podríamos saber nada. No son únicamente acciones arbitrarias de Dios las que hacen crecer el árbol, nevar o llover. Pero, al mismo tiempo, Dios no está atrapado en esas relaciones de causa y efecto. No forma parte de la máquina. Él la ha creado y puede actuar en ella cuando lo desee.
Esta teología de Dios y su relación con el mundo se destaca a menudo en Isaías. Por ejemplo, leemos en Isaías 45: «Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron, los cielos, y a todo su ejército mandé» (Is 45:12). Dios no ha hecho un universo pequeño. Ha hecho las grandes extensiones del espacio y ha puesto allí todas las huestes llameantes que vemos por la noche, todos los planetas, las estrellas y las galaxias. Vayamos donde vayamos, recordemos que Dios ha hecho todo lo que vemos.
No importa lo que el hombre descubra finalmente que es el universo, no importa cuánto contenga o cuán grande sea su extensión, este hombre debe saber que Dios lo hizo todo. Y no sólo que Dios lo hizo todo, sino que está presente para obrar en cualquier parte de él en cualquier momento que lo desee. No hay lugar en el vasto universo donde la mano de Dios no pueda obrar.
Todo el Antiguo Testamento proclama que Dios no es un Dios localizado, ni un Dios de una parte de la tierra, ni un Dios que habita solamente en el templo, ni un Dios que es transportado en la caja del arca. Es el Dios que habita en los cielos y hace lo que desea. «Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos», afirma el salmista (Sal 102:25).
La mano de Dios preserva
Además de declarar que Dios es el Creador de todo el universo, la Biblia también deja claro que no creó la tierra y luego se marchó. Su mano también actúa para preservar su creación, tanto la vida consciente como la inconsciente: «Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien» (Sal 104:28). Y de nuevo: «Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente» (Sal 145:15-16).
Nada vive en el vacío. Todo en el mundo es preservado por Dios a su propio nivel. Máquinas, plantas, animales, hombres, ángeles: Dios conserva a cada uno existencialmente, momento a momento, en su propio nivel. ¿Podemos utilizar nuestras manos para trabajar en el mundo exterior? Dios trabaja en el mundo exterior.
Una doxología antifonal en los salmos alaba a Dios por ser un trabajador en la creación que ha hecho:
Alabad a Jehová, porque él es bueno,
Porque para siempre es su misericordia.
Alabad al Dios de los dioses,
Porque para siempre es su misericordia.
Alabad al Señor de los señores,
Porque para siempre es su misericordia.
Al único que hace grandes maravillas,
Porque para siempre es su misericordia
(Sal 136:1-4)
Los versículos siguientes alaban a Dios por acciones concretas. Una es que Dios «sacó a Israel de en medio de ellos (los egipcios) […] con mano fuerte, y brazo extendido» (vv. 11-12). No se trata de una afirmación general sobre la preservación, sino de un acontecimiento concreto: la liberación de los judíos de Egipto. La alabanza se debe a que Dios trabaja en la creación que ha creado. Los judíos miraban siempre hacia atrás, a esta obra que Dios había realizado en el espacio y en el tiempo, y por eso estaban vinculados a algo que era lo suficientemente resistente como para soportar el peso de la vida, pues sabían que Dios no estaba lejos. Su afirmación no era sólo una expresión poética. Puesto que Dios había actuado en la historia pasada, el pueblo sabía que podía confiar en Él para el futuro.
Después de que Dios hubiera traído muchas plagas sobre Egipto, los hechiceros de la corte habían dicho al faraón: «Dedo de Dios es este» (Ex 8:19). Durante las primeras plagas, los magos sin duda habían pensado que podría tratarse de sucesos fortuitos o que, utilizando el poder de los demonios, ellos mismos podrían duplicar las plagas. Pero al observar el creciente horror de las plagas, estos hechiceros llegaron a otra conclusión: Esto es más que casualidad, o, para hablar en términos modernos, esto es más que la máquina, más que mera causa y efecto en un sistema cerrado. Llegaron a la conclusión de que había un Dios que actuaba en la historia. Admitieron: «Dedo de Dios es este».
La actuación de Dios en la historia también se retrata con fuerza en la entrega de los Diez Mandamientos poco después de que los judíos salieran de Egipto. La escena se describe de esta manera: «Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte de Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios» (Ex 31:18). Dios tomó dos tablas de piedra en blanco (no sabemos con certeza qué aspecto tenían; creemos saberlo por la forma en que los artistas las han pintado durante tantos siglos, pero en realidad no lo sabemos) y luego, de forma gradual o repentina, talló en ellas las palabras que quería que estuvieran allí.
Si Miguel Ángel hubiera querido cincelar palabras en esas tablas, las habría colocado en su estudio, las habría fijado correctamente, habría cogido su martillo y su cincel favoritos (que habría fabricado con sus propias manos, como hacían los escultores en aquella época) y se habría puesto manos a la obra. Con una mano sosteniendo el cincel y la otra el martillo, poco a poco habría producido palabras en la piedra, y estoy seguro de que las hubiera dejado bellamente talladas. De su propio mundo mental habría surgido lo que hubiera querido poner sobre las tablas: su personalidad habría fluido a través de sus dedos hacia el mundo exterior.
Y eso es exactamente lo que Dios hizo en el monte Sinaí. Cuando Moisés miró las tablas de piedra sin nada sobre ellas, aparecieron palabras. Pero Dios no necesitaba manos físicas ni un cincel. El que habló todas las cosas a la existencia solamente tenía que querer, y, en el mundo histórico espaciotemporal las palabras aparecieron en la piedra.
Dios habla a los hombres mediante la verbalización, utilizando la sintaxis y la gramática naturales, como cuando, en el camino de Damasco, Jesús habló a Pablo en lengua hebrea. No utilizó una «lengua celestial». Tanto en el camino de Damasco como en el monte Sinaí, Dios utilizó la verbalización regular, y la sintaxis era buena, estemos seguros. Y ambos acontecimientos afirman, subrayémoslo de nuevo, que Dios es capaz de trabajar en la máquina en cualquier momento que quiera.
He aquí la distinción que debemos ver entre la teología existencial, el pensamiento griego y el pensamiento judío. La teología existencial moderna dice: «La verdad está toda en tu cabeza. Debes dar un salto, completamente alejado de las cosas comunes de la vida». Los griegos eran más duros que esto, pues decían: «Si vas a tener la verdad, debe tener sentido». Si un hombre insistiera, como hace el hombre moderno, «creeré en estas cosas tengan sentido o no», el filósofo griego respondería: «Eso es una tontería. Un sistema que es internamente inconsistente es inaceptable». Así que los griegos eran mejores que el hombre moderno en su teología moderna.
Pero los judíos eran más fuertes aún. Los judíos dijeron: «Sí, la verdad debe encajar en un sistema que no sea contradictorio, pero debe hacer algo más. Debe estar enraizada en la materia espaciotemporal de la historia». Los judíos afirmaron a lo largo de su historia que la mano de Dios había hecho algo grande al liberarlos de Egipto. Por eso no se estremecieron en medio de la prueba, porque sabían lo que Dios podía hacer en el mundo exterior.
La mano de Dios castiga
Pero la acción de Dios en el mundo exterior puede ser aún más personal que cuando sacó a los judíos de Egipto. Los cristianos deberíamos estar agradecidos por ese acontecimiento, que, puesto que somos judíos espirituales, forma parte de nuestra historia. Debería ser nuestro entorno para contrarrestar el entorno de nuestros días, cuando los hombres son vistos únicamente como máquinas. Pero Dios puede ser aún más personal. Puede decir y dice: «Uso mi mano por ti».
Una forma en que Dios expresa su cuidado paternal por sus hijos es en el castigo amoroso. ¿Cómo azotan los padres a sus hijos? Usan su mano. Del mismo modo, cuando uno de sus hijos necesita un castigo, Dios usa su mano.
En el Salmo 32:4, por ejemplo, David dice: «Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano», o, en otras palabras: «Me has castigado». En el Salmo 39:10, David clama: «Aparta de mí tu plaga: estoy consumido bajo los golpes de tu mano».
Este castigo no era meramente psicológico, otra verdad importante que nuestra generación debe comprender. La mano de Dios no actúa en los pensamientos de los hombres, sino en el mundo exterior. Utiliza la palabra mano para que tengamos una comunicación perfecta: Lo que nosotros hacemos con nuestras manos, Él, que es un Dios personal, lo hace sin manos. Una de esas acciones es el castigo.
El castigo de David por su pecado con Betsabé no fue solamente psicológico. En éste y en otros cuadros de castigo de la Biblia, Dios no hizo algo dentro de las cabezas de los hombres. Más bien, en su amoroso cuidado por su pueblo, lo castigó a través de situaciones externas. Dios trabajó en la máquina no sólo para lograr el poderoso éxodo de Egipto, no únicamente para grabar su ley en la roca, sino también para mostrar amor a su pueblo castigándolo. Dios no está lejos, actuando sólo en los grandes momentos de la historia; actúa también en nuestra propia historia personal de manera amorosa.
La mano de Dios cuida de su pueblo
Dios no aplica su mano solamente para castigar. También la utiliza para cuidar de su pueblo. La mano humana tiene una cualidad asombrosa que no tiene ninguna otra cosa: una tremenda eficacia de fuerza y, sin embargo, una dulzura total. (Lo más parecido a ella, por cierto, es la trompa de un elefante, ¡pero se queda corta!). Una mano es extremadamente fuerte para su tamaño y, sin embargo, puede ser de lo más suave. No hay nada tan suave como la mano de un amante. Así, la mano de Dios puede sacudir el mundo, pero también puede expresar ternura y amor hacia cada uno de sus hijos.
A veces actuamos como si Dios fuera el otro filosófico o el todo impersonal, en definitiva, como si únicamente fuera una palabra. El salmista describe al malvado que realmente cree esto: «Dice en su corazón: Dios ha olvidado; ha encubierto su rostro; nunca lo verá» (Sal 10:11). Pero el salmista sigue esto con una declaración contrastante: «Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano» (Sal 10:12). Con estos imperativos, está diciendo a Dios: «Actúa en el mundo para mostrar a la gente que existes. Muéstrales que puedes actuar en la historia, que no estás lejos». Luego clama: «Alza tu mano: no te olvides de los pobres. ¿Por qué desprecia el malo a Dios? En su corazón ha dicho: Tú no lo inquirirás. Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano» (Sal 10:12-14). No olvidemos nunca que, en nuestro pobre mundo, todos somos huérfanos de padre, unos más que otros. Pero como Dios es inmanente, todos podemos clamar a Él.
Otro salmo juega con la palabra mano: «En tu mano están mis tiempos; líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores» (Sal 31:15). La primera cláusula de este versículo, «Mis tiempos están en tu mano», expresa la comprensión de la discusión teológica y filosófica de hoy y mañana, de que vivimos en un universo del que podemos hablar como personal, que no atrapa a Dios en su maquinaria.
La segunda cláusula compara la mano de Dios con la mano de los hombres. Los hombres pueden coger sus manos y abofetearme en la cara; pueden atarme y golpearme. «Oh Dios», pide el salmista, «a menudo caigo en manos de los hombres, pero, oh Dios, me pongo en tu mano en medio de la presente historia espaciotemporal».
El salmo 37 expresa la misma confianza en el cuidado de Dios: «Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano. Joven fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendiga pan» (Sal 37:24-25). El salmista ve, al repasar el pasado, que el Señor tiene a los suyos en su mano. No se trata sólo de una proyección psicológica, de un salto a ciegas en la oscuridad, de una experiencia en el piso superior que no se puede verificar. Es todo lo contrario. Podemos mirar al mundo y ver a Dios actuando a favor de cada uno de los suyos con la fuerza de su mano. Una hermosa perspectiva, que de repente cambia el mundo. En lugar de vivir en el consenso moderno, rodeado de lo impersonal, vivo en un entorno personal y soy algo más que una mota zarandeada de un lado a otro por el azar impersonal.
Pero ¿no les suele ir bien también a los malvados? ¿No se cuentan hoy por millones los malvados ricos? El salmista luchó con esto: «En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos» (Sal 73:2-3). Pero llegó a esta conclusión: «Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? […] mi porción es Dios para siempre» (Sal 73:22-26).
En la última cláusula de esta cita, vemos que el salmista sabe algo más sobre el cuidado de Dios por sus hijos: no termina con la muerte. Los lleva a un futuro más allá de la muerte. Los malvados opulentos perecerán, pero Dios actuará en favor de su hijo no sólo ahora, sino para siempre.
Y cuando levanto los ojos y miro el entorno que me rodea, me parece diferente. Vivo en un mundo personal, y Dios se ocupa de mí no durante unos pocos años, sino para siempre. Y puedo hacer juicios de valor diferentes al mirar el mundo porque comprendo que la realidad no existe solamente entre el nacimiento y la muerte. Un Dios personal actúa en una historia verdadera que dura para siempre.
Dios no sólo cuida de su pueblo a lo largo de todos los tiempos, sino que también puede expresarle su amor sin importar dónde se encuentre: «Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra» (Sal 139:9-10). Por el contrario, el hombre perdido no puede hacer su propio universo ni siquiera en el infierno, pues «si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás» (Sal 139:8). Y esto, supongo, es el centro de lo infernal del averno, que el rebelde no puede hacer su propio universo ni siquiera allí. Pero lo mismo vale para el pueblo de Dios. Como hijo de Dios, no puedo ir a ninguna parte donde Dios no esté presente para tomarme de la mano.
En el Salmo 143, David medita sobre la obra de Dios en la historia: «Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos» (Sal 143:5). Y ve que, a partir de la actividad pasada de Dios, él mismo puede hacer algo en el momento presente, existencial: «Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como la tierra sedienta» (Sal 143:6). David pinta aquí un cuadro maravilloso. Cuando una persona contempla las acciones de Dios en la historia y hace de ello su propio entorno, entonces puede tener una reacción positiva en este momento existencial: Como hijo de Dios, puede levantar las manos con confianza personal. Este es el camino del cristiano.
¿Por qué el niño que va de excursión con su padre extiende la mano cuando llegan a un lugar resbaladizo? Lo hace porque en el pasado su padre ha tomado fielmente su mano extendida, y han caminado juntos por senderos resbaladizos. Esto representa el camino cristiano con Dios, y la imagen es hermosa. Levanto mi mano a mi Padre en relación personal, y luego camino con Él de la mano.
La mano de Dios proporciona seguridad
Ahora podemos entender mejor por qué los salmos alaban a Dios:
Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza, aclamémosle con cánticos. Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de la tierra; y las alturas de los montes son suyas. Suyo también el mar, pues él lo hizo; y sus manos formaron la tierra seca. Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. (Salmo 95:1-7)
¡Las ovejas de su mano! ¿Es una expresión extraña? En absoluto. Al menos, no debería ser extraña a estas alturas. Es la mano del pastor la que guía a las ovejas, la mano del pastor la que toma el cayado para rescatar a la oveja tonta y la vara para protegerse del lobo que persigue a las ovejas. Y nosotros somos las ovejas de Dios por las que actúa en la historia.
Dios nos ha hecho una promesa: se compromete a actuar en la historia por nosotros, sus ovejas. Ser sus ovejas no es únicamente una ilusión, ni un salto mejor que otro salto, ni el alivio que obtenemos utilizando palabras evangélicas de Dios. Todo esto es una especie de blasfemia. Que seamos sus ovejas significa que Él actúa en el mundo exterior en nuestro favor.
Jesús utiliza la imagen de la mano del pastor exactamente de la misma manera: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10:27-28). Aquí vemos el tremendo hecho de que la segunda Persona de la Trinidad, por ser deidad y por su obra consumada en el Calvario, puede decir: «Cuando lleguéis a ser mis ovejas, os tendré en mi mano». La mano de la mansedumbre y del poder nos sostendrá con seguridad. Para dar a entender esta verdad con mayor fuerza, la repite, haciendo de ella una copla: «Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre» (Jn 10:29).
Así se nos informa de esta seguridad titánica de estar cogidos de la mano del Hijo y de la mano del Padre. Nada es capaz de arrancarnos, porque nuestro Padre es más grande que todo. Sin duda, cuando Jesús dijo esto no estaba utilizando simplemente una figura retórica, sino que estaba encajando su afirmación en toda la mentalidad judía de una realidad espaciotemporal basada en la expresión «la mano de Dios». El que es capaz y trabaja en la máquina del universo del mundo exterior nos ama y trabajará en el universo para protegernos, para castigarnos cuando lo necesitemos para nuestro cuidado. Nada es capaz de arrancarnos de la mano de Dios.
La mano de Dios invita
Los judíos entendían que todas estas afirmaciones sobre la mano de Dios se decían en contraste con todos los demás dioses que los hombres han fabricado. El salmista dice que estos otros dioses no son como el Dios vivo: «Manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta» (Sal 115:7). Ya sea que un dios esté hecho de piedra, madera, oro o plata, o que sea una proyección de la mente de los hombres modernos (que hacen sus dioses meramente en sus pensamientos), la Biblia dice que hay una gran distinción entre él y el Dios vivo. Tal dios (es decir, un ídolo hecho de piedra, madera, etc.) tiene una mano, pero no puede hacer nada con ella. Tiene pies, pero nunca da un paso; boca y garganta, pero nunca dice una palabra.
Pero el Dios verdadero no es así. No tiene literalmente manos, como un ídolo, pero es capaz de obrar en la historia en cualquier momento que quiera. No tiene pies, pero estará donde le necesitemos. Sin boca, puede hacer lo que los hombres hacen con la suya, es decir, comunicarse mediante la verbalización; y nos ha dado su comunicación proposicional en la Biblia.
Y a través de esa comunicación, la mano que crea, preserva, castiga, cuida de las personas y proporciona seguridad, hace algo más: invita. Dios dijo con respecto a los israelitas: «He extendido mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde, que camina por un camino que no es el bueno, según sus propios pensamientos» (Is 65:2). Dios invita, pero los rebeldes caminan según sus propios pensamientos en lugar de hacer caso a esta invitación.
Extender las manos en señal de invitación es un gesto natural. Si observas a cualquier orador natural, lo utilizará sin que nunca se lo hayan enseñado. Al hacer cualquier tipo de invitación, utilizará las manos. «Yo hago lo mismo», dice Dios. «Extiendo mis manos hacia ti. Os hago constantemente una dulce invitación, pero vosotros, hombres duros de corazón y rebeldes, no la escucháis».
Así que, si no eres cristiano, te diría: ¿Responderás a la invitación de las manos extendidas de Dios? ¿Te entregarás al Dios que está ahí, al Dios que ha actuado y está actuando en la historia? E insto también a los cristianos a que recuerden esta invitación. Muchas veces nosotros también somos personas rebeldes. ¿No nos avergonzamos de que, aunque Dios nos tiende la mano día tras día, tantas veces la rechazamos?
La invitación de Dios no es un gesto que se hace únicamente de vez en cuando. Mira todas las verificaciones de que las manos de Dios están actuando. Mira todas las obras de Dios en la historia. Aquellos de ustedes que son hijos de Dios, miren hacia atrás en su propia vida personal y vean lo que Dios ha hecho. Vayan más allá, al flujo de la historia. Y luego recuerden: Los actos de la mano de Dios son una invitación constante para que vengáis a Él, dejéis de ser rebeldes y lo tengáis como vuestro verdadero entorno.