PAEDOBAUTISMO, SÍ, PAEDOCOMUNIÓN, NO
Paul J. Barth
Traductor: Martín Bobadilla
Revisión: Valentín Alpuche
Una objeción común contra el bautismo infantil por los credo-bautistas es que, si los niños deben ser bautizados, entonces, en aras de la consistencia, también deben ser admitidos a la Cena del Señor. En otras palabras, la conclusión lógica del bautismo infantil lleva necesariamente al absurdo de la comunión infantil; la paedocomunión es obviamente antibíblica y absurda, por lo tanto, el paedobautismo igualmente debe ser antibíblico.
De manera parecida, los defensores de la paedocomunión respaldan la misma lógica, pero en vez de negar tanto el bautismo de niños como la comunión de niños, afirman y practican ambos bajo la misma pretensión de consistencia (cf. Infant Communion? por Douglas Wilson). Ya que el paedobautismo es verdadero, la paedocomunión también lo es, y es inconsistente tratarlos de manera diferente dando un sacramento a los niños, pero no el otro.
Pero ¿es esta acusación de inconsistencia una crítica válida de la sacramentología reformada confesional?
Bautistas y paedocomunionistas sostienen la misma ingenua y superficial presuposición: «Ya que tanto el bautismo como la Cena del Señor son sacramentos, deben tener también las mismas cualificaciones para participar dignamente». Pero esta no es una conjetura sólida, es una analogía falsa. Al contrario, la teología reformada confesional afirma correctamente que el Señor Jesucristo define la forma en que se debe participar de cada sacramento, y lo hace en una consistencia armoniosa con la naturaleza, uso y fines que Él mismo instituyo para cada sacramento respectivamente.
Así que la pregunta que queda es: ¿por qué las iglesias reformadas confesionales bautizan niños, pero no los admiten a la mesa del Señor? Lo hacen así por las tres razones siguientes:
1) Estatus pactual y los requisitos para participar de cada sacramento.
Primero, debido a su estatus pactual, los actos personales de fe (como una profesión creíble) no son necesarios para que los niños sean bautizados, pero sí son necesarios para que participen de la Cena del Señor.
Se requiere una profesión de fe creíble, validada por los ancianos de la iglesia, de aquellos que están fuera de la iglesia visible para que se unan a la comunidad del pacto. Los convertidos al cristianismo deben ingresar primero a la comunidad del pacto, profesando su fe en Cristo, y luego pueden ser admitidos al sacramento del bautismo (Mc 16:15-16; Hch 8:37-38). Sin embargo, los niños de los creyentes ya son miembros de la comunidad del pacto y son santos a nivel federal (Gn 9:9; Gn 17:10; Hch 2:39; 1 Co 7:14; cf. WLC 166). Como miembros de la iglesia visible, los niños del pacto tienen derecho al sacramento de iniciación que es el bautismo. Por eso no se requiere una profesión de fe de los niños del pacto antes de recibir el bautismo.[1]
A diferencia de los requisitos para el bautismo de adultos, los requisitos para participar dignamente de la Cena del Señor no se dan a los incrédulos, sino a la comunidad del pacto. No existe un requisito doble similar para este sacramento como lo hay para el bautismo con respecto a los adultos incrédulos vs. los niños del pacto. Este sacramento es exclusivamente para miembros del pacto, no para personas ajenas al pacto, razón por la cual los requisitos previos para participar dignamente son los mismos para todos aquellos que ya son miembros del pacto. Estos prerrequisitos son recordar a Cristo (1Co 11:24-25), autoexamen (1Co 11:28; 2 Co 13:5), discernir el cuerpo y la sangre del Señor (1 Co 11:27, 29), tomar, comer y beber el pan y el vino (1Co 11:24-25), no solo físicamente, sino espiritualmente por fe (Jn 6:35; 1Co 11:26). Como escribió William Ames:
El bautismo debe ser administrado a todos aquellos que están en el pacto de gracia porque es el primer sello del pacto al que uno entra… Pero la Cena debe ser administrada solo a aquellos que son visiblemente capaces de nutrirse y crecer en la iglesia. Por lo tanto, no debe ser dado a los niños, sino solo a los adultos. (Marrow of Theology I.xl.11, 18, pp. 211&212).
El bautismo requiere la membresía del pacto, la cual se obtiene tanto por nacimiento como por profesión de fe. Los hijos del pacto no son una excepción a esta regla. La comunión no solo exige la membresía del pacto, sino también los múltiples ejercicios espirituales que no se requieren de ninguna de las partes en el bautismo. Juan Calvino escribe: «nada de eso es prescrito para el bautismo. Porque, hay una gran diferencia entre los dos signos [bautismo y comunión]». Continúa con una analogía de los sacramentos del antiguo pacto:
Esto también lo observamos en las señales similares bajo la antigua dispensación. La circuncisión, que, como es bien sabido, corresponde a nuestro bautismo, estaba destinada a los niños, pero la pascua, la cual es reemplazada por la Cena, no admitía indiscriminadamente a toda clase de invitados, sino que era debidamente comida solo por aquellos que eran de una edad suficiente para preguntar por su significado (Ex 12:26). (Institución de la Religión Cristiana IV.xvi.30)
Por tanto, es claro que los prerrequisitos para el bautismo no son comparables con aquellos para la Cena del Señor. El requisito para el bautismo es que uno debe ser miembro de la iglesia visible; sin embargo, uno puede llegar a ser miembro de la iglesia visible de dos maneras. Los individuos que no pertenecen al pacto y que están fuera de la iglesia deben profesar su fe en Cristo para unirse a la iglesia y ser bautizados; mientras que los miembros de la iglesia ya tienen derecho al bautismo. Sin embargo, los requisitos para la cena del Señor, discutidos arriba, no pueden cumplirse de múltiples formas
2) La forma de Participación
En segundo lugar, el recipiente es pasivo en el bautismo, pero activo en la comunión. Uno es bautizado por ser miembro del pacto y verter agua sobre la cabeza, mientras que en la comunión hay diversas acciones físicas y espirituales que deben tener lugar. El participante no se bautiza a sí mismo; pero en la comunión, el participante toma, come, bebe y recuerda.
Esta forma pasiva y activa de participación corresponde a los fines ordenados por Cristo de los dos sacramentos respectivamente. El bautismo representa la regeneración (Tit 3:5), que es un acto irresistible del Espíritu Santo sobre la persona pasiva (Jn 3:8), llevándolo a la vida espiritual (Ez 37:1-10; Ef 2:5) y dándole un corazón nuevo (Ez 36:26). Sin embargo, la comunión representa la fe activa (Jn 6:35; 1Co 11:26), que es un acto del creyente extendiéndose y aferrándose a Cristo para sí mismo para salvación (Jn 1:12; Hch 15:11; 16:31; Gal 2:20). Es importante recordar que la fe que justifica consta de tres componentes: el conocimiento del mensaje del evangelio (notitia), el asentimiento intelectual que reconoce la verdad del mensaje del evangelio (assensus) y la confianza voluntaria y la comprensión fiel de las promesas de Dios en Cristo para uno mismo (fiducia). Este conocimiento y asentimiento son acciones intelectuales, y la confianza fiduciaria es un acto de la voluntad[2] — estos tres componentes los niños en su etapa de desarrollo aún no son capaces de realizar (Is 7:16; Ro 10:17; 12:1).[3] Sin embargo, la regeneración, siendo el acto propio del Espíritu Santo, los niños son capaces de recibirla (Juan 3:8). Como escribió Robert Baillie (1602-1662):
[Los niños] no son capaces de todo el significado de la Cena del Señor porque lo que en ella se significa no es simplemente el cuerpo y la sangre del Señor, sino su cuerpo para ser comido y su sangre para ser bebida por la fe real de los comulgantes; los niños no son capaces de esta aplicación activa; pero en el bautismo no se requiere necesariamente ninguna acción de todos los que han de ser bautizados, porque así como el cuerpo puede ser lavado sin ninguna acción de la parte que es lavada, así la virtud de la muerte y vida de Cristo puede aplicarse en remisión y regeneración, por el solo acto de Dios al alma como un mero paciente sin ninguna acción de parte de él. (Anabaptism, the True Fountain of Independency, pp. 151-152).
Además, este «tomar», «comer» y «beber» en la cena no deben ser entendidos solo como acciones físicas, sino como acciones espirituales del sujeto. Como dijo Agustín: «¿Por qué preparas tus dientes y tu vientre? Cree y habrás comido». (Tratado 25). Matthew Henry comenta de manera similar:
Esto se exhibe aquí, o se expone, como el alimento de las almas. Y como el alimento, aunque sea muy saludable o rico, no producirá alimento sin ser comido, aquí los comulgantes deben tomar y comer, o recibir a Cristo y alimentarse de él, su gracia y beneficios, y por fe convertirlos en alimento para sus almas. (Comentario 1 Co 11:24).[4]
Por lo tanto, los niños aquí son capaces de participar física y espiritualmente en el bautismo (pasivamente), pero no son capaces de participar activamente en la Cena el Señor. Esto se volverá más evidente en nuestro siguiente punto.
3) Los niños se benefician del bautismo, pero no de la Cena.
En tercer lugar, considerando la eficacia de los sacramentos, los niños se benefician del bautismo exteriormente y pueden hacerlo interiormente, mientras que no pueden beneficiarse de la Cena en ninguna manera.
A) Externamente.
Los hijos del pacto se benefician externamente del bautismo en el sentido de que son públicamente admitidos en la iglesia visible (Hch 2:41; Gal 3:27; Ef 5:26) y dedicados a Cristo para caminar en vida nueva (Ro 6:3-4). En el bautismo «somos recibidos en la iglesia de Dios, y separados de todos los demás pueblos y religiones extrañas [Hch 2:39], para que seamos enteramente suyos, cuya insignia y estandarte llevamos, y que sirve de testimonio para nosotros de que Él será para siempre nuestro Dios y Padre misericordioso». (Confesión Belga, art. 34). Estas cosas se aplican a los hijos del pacto independientemente de su intención activa personal en el momento de la administración. Además, los niños bautizados están obligados por el pacto a cultivar su bautismo a medida que crecen mediante el uso diligente de los medios de gracia, a los que ahora tienen acceso como miembros bautizados de la iglesia visible. James Ussher lo explica bien al responder a la pregunta: «¿Cuál es entonces la ventaja o el beneficio del bautismo para un cristiano común?» él escribe:
Al igual que el beneficio de la circuncisión del judío era exteriormente (Ro 2:28; Ro 3:1-2), hay una gracia general del bautismo de la cual todos los bautizados participan como un favor común, y esa gracia consiste en su admisión al cuerpo visible de la iglesia, su matriculación e incorporación exterior al número de los adoradores de Dios por la comunión externa; y así como la circuncisión no era solo un sello de la justicia que es por fe, sino que Dios la dispuso como un excedente para que fuera como una pared de separación entre judíos y gentiles, así también el bautismo es una insignia de un miembro externo de la iglesia, una distinción de la masa común los paganos; y Dios por lo tanto sella un derecho sobre la parte bautizada en sus ordenanzas, para que pueda usarlas como sus privilegios, y esperar una bendición interna de ellas; sin embargo, esto no es más que el pórtico, la cáscara y el exterior; todos los que son externamente recibidos en la iglesia visible, no están injertados espiritualmente en el cuerpo místico de Cristo. El bautismo siempre es asistido por esa gracia general, pero no siempre con la gracia especial. (Body of Divinity, p. 375).
Los participantes meramente externos se benefician del bautismo en este aspecto, aunque están obligados a internalizar el significado de su estatus de bautizados y crecer en una fe personal y viva en Cristo a su debido tiempo. Aún así, no se puede decir eso de la Cena del Señor.
No hay un beneficio similar para el participante meramente externo de la Cena del Señor, porque no es un reconocimiento público único de un cambio de estado, sino más bien un ejercicio espiritual practicado a menudo. Los beneficios externos del bautismo discutidos antes se incluyen en la observancia de la Cena del Señor porque un requisito es que los participantes sean bautizados, pero se requieren muchos más requisitos además de este. El ejercicio espiritual repetido del bautismo cultiva el bautismo mismo, mientras que participar de la Cena del Señor es en sí mismo el ejercicio espiritual repetido. La teología reformada tradicional no espera que los niños sean capaces de participar en ninguno de los dos.[5]
Sin embargo, los niños sin la habilidad de tener fe activa no pueden beneficiarse de participar en la Cena del Señor. Aunque pueden o no ser regenerados, los niños todavía no son capaces de los actos de fe y, por lo tanto, no pueden nutrir y hacer crecer esta fe en el uso de la Cena del Señor. Ni pueden expresarla y hacerla verificar por los ancianos —que son los administradores de los misterios de Dios (1Co 4:1). No pueden recibir y alimentarse espiritualmente de Cristo, solo pueden participar externamente — lo que hace que el sacramento sea inútil para ellos hasta que puedan actuar con fe (conocimiento, asentimiento voluntario y confianza fiduciaria en Cristo).
Asumiendo que los paedocomunionistas no pretenden implicar un mecanismo ex opere operato de eficacia sacramental, el único beneficio percibido por admitir niños a la Mesa sería reconocer que son miembros objetivos (externos) de la comunidad del pacto. Sin embargo, este beneficio ya lo disfrutan los hijos del pacto en su bautismo. Por lo tanto, al desear ansiosamente enfatizar este beneficio, los paedocomunionistas sin darse cuenta socavan y disminuyen el significado del bautismo y lo tratan como si fuera insuficiente para este propósito ordenado por Cristo.
B) Interiormente.
Los niños de los creyentes también pueden beneficiarse del bautismo en principio, espiritualmente. Como dijimos, el bautismo significa nacimiento espiritual, o regeneración, mientras que la comunión representa el deleite continuo en Cristo por la fe y el crecimiento espiritual y el alimento que viene con Él (Jn 6:35; 1Co 11:26). En principio, la regeneración es posible antes o durante el bautismo, pero la fe activa no es posible para el niño en la comunión. En otras palabras, en el momento de la administración, los niños del pacto son capaces de la gracia que significa el bautismo (Jer 1:5; Lc 1:15; Jn 3:8), pero no la gracia que significa la comunión. Así, aunque confesamos que «la eficacia del bautismo no está ligada al momento del tiempo en que se administra» (CFW 28:6), el significado del bautismo, en principio, permanece antes y durante el tiempo de la administración. Este no es el caso con la Cena del Señor porque su significado requiere una fe activa y una profesión verificable de tal fe por parte de los ancianos (1Co 4:1; 5:11). Como escribió Stephen Marshall (1594-1655):
Estamos seguros de que los niños son capaces de la gracia del bautismo, pero no estamos seguros de que son capaces de la gracia firmada y sellada en el sacramento de la Cena del Señor. Porque, aunque ambos son sellos del nuevo pacto, sin embargo, hay una diferencia: el bautismo sella propiamente la entrada al pacto, la Cena del Señor propiamente [sella] el crecimiento, la nutrición y el aumento en el pacto. El bautismo para nuestro nacimiento, la Cena del Señor para nuestro alimento. Ahora bien, los niños pueden nacer de nuevo mientras que son niños, al perdonarse su pecado original, ser unidos a Cristo, y al tener su imagen estampada en ellos; pero respecto al ejercicio de estas gracias y el aumento de ellas en los niños, mientras que son niños, la Escritura guarda completo silencio (A sermon of the Baptizing of Infants, pp. 51-52).
Tiene sentido que los defensores de la paedocommunión malinterpreten esto, por dos razones: 1) porque, en general, denigran la religión experimental, y, 2) tipológicamente sostienen una perspectiva de membresía del pacto que, similar a la doctrina bautista, funde unívocamente la religión visible y la iglesia invisible, en lugar de una visión confesional (que los distingue correctamente). Para un examen crítico de estas cosas, véase Critique of the Teachings of Barach, Schlissel, Wilkins, and Wilson de Michael J. Ericson.[6]
Vale la pena enfatizar esto. La sacramentología equivocada de los paedocomunionistas se deriva directamente de su soteriología y eclesiología equivocadas. Los defensores de la paedocomunión funden indiscriminadamente y pasan por alto los grados por los cuales Dios obra la fe dentro de los hijos del pacto. En contraste, Petrus Van Mastricht resume la soteriología bíblica reformada pertinente a este tema de esta manera:
Primero, Dios obra la fe en la regeneración, por la cual confiere la semilla de la fe, para que por ella podamos creer en el tiempo apropiado, una vez que todas las cosas necesarias sean suplidas. Antes de esta regeneración, como dijimos, la persona está muerta a todo bien espiritual. En segundo lugar, Dios obra la fe en la conversión, por la cual la semilla de la fe echa brotes, de tal manera que realmente creemos, nos asimos de Cristo como nuestro único mediador, y habiendo sido atraídos a Él, venimos (Jn 6:44), corremos (Cnt 1,4), y nos apoyamos en Cristo (Cnt 8,5). Tercero, Dios obra la fe en la santificación, por la cual la fe pone en acción nuestra flor y fruto, y actúa por medio del amor (Gal 5:6). (Theoretical-Practical Theology I.ii.1.21, vol. 2, p. 14; cf. ibid., pp. 7 & 35).[7]
Debemos distinguir entre la «gracia de la fe» y los «actos principales de la fe» (CFW 14:1-2), también llamados la semilla o hábito de la fe (semen/habitus fidei) versus la operación actualizadora de la fe (actus fidei).[8] Esta semilla de fe es una disposición del alma después de la regeneración y la capacidad de tener fe; es un don irresistible del Espíritu Santo en los corazones de los elegidos. Mastricht define la fe seminal como «el poder de creer, que Dios, sin nuestro celo, confiere inmediatamente en virtud de la regeneración, haciéndonos vivir, quitándonos el corazón de piedra, etc.». Esta semilla de fe se contrasta con la fe real, «por la cual, una vez vivificados en la regeneración y habiendo obtenido la capacidad de creer, nos esforzamos para que, de hecho, podamos asirnos de Dios como nuestro fin supremo y de Cristo como el único Mediador». (ibid., p. 35; igualmente Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology XV.xiv, vol. 2, pp. 583-587). La Confesión de Westminster también establece: «Por esta fe, un cristiano cree que es verdadero todo lo que se revela en la Palabra… Pero los actos principales de la fe salvadora son aceptar, recibir y descansar solo en Cristo para justificación, santificación y vida eterna…». (14:2).
Mientras que la regeneración y la fe real en respuesta a la escucha del evangelio son ordinariamente simultáneos en los adultos, no es así en los niños elegidos regenerados en la niñez,[9] de quienes dice Mastricht: «creen en el tiempo apropiado, una vez que todas las cosas necesarias sean suplidas», como el mensaje del evangelio en el llamado externo.[10] Turretin explica además: «Aunque la edad no aporta nada a la fe como causa eficiente per se, sin embargo, se le exige como sujeto receptivo (porque una cosa se recibe a la manera del receptor)» (IET XV.xiv). .6). Y esto lo asume la Escritura que dice que hay un tiempo antes de que los hijos (incluso Cristo según su naturaleza humana) puedan «saber desechar el mal y escoger el bien» (Is 7:16), que «la fe viene por el oír» y por supuesto por el entendimiento (Ro 10:17), y que toda la religión es el «servicio racional» del cristiano (Ro 12:1).
En conclusión, una semilla de fe es insuficiente para participar de la Cena del Señor, más bien se necesita una fe activa. La misma razón que da Calvino para que los niños tengan un beneficio en el bautismo es la misma razón por la que ellos todavía no tienen un beneficio en la Cena del Señor. Escribe:
Si atendemos a la naturaleza peculiar del bautismo, es una especie de entrada, y por así decirlo una iniciación en la iglesia, por la cual somos clasificados entre el pueblo de Dios, un signo de nuestra regeneración espiritual, por la cual nacemos de nuevo para ser hijos de Dios; mientras que, por el contrario, la Cena está destinada a los de edad más madura, que, habiendo pasado el tierno período de la infancia, son aptos para recibir alimentos sólidos. Esta distinción está muy claramente señalada en las Escrituras. (Institución de la Religión Cristiana, 16.4.30).
Zacarias Ursino, de una manera más conmovedora dice:
«Los niños no son capaces de venir a la Cena del Señor porque no poseen fe en realidad, sino solo potencialmente y por inclinación [es decir, una semilla de fe]. Pero aquí se necesita la fe real, que incluye un conocimiento cierto de lo que Dios ha revelado, y una confianza segura en Cristo; también requiere el comienzo de una nueva obediencia, y propósito de vivir piadosamente, y también un examen de nosotros mismos, con una conmemoración de la muerte del Señor». (Commentary on the Heidelberg Catechism, p. 425).
Conclusión
Hemos visto que hay tres razones por las que el bautismo infantil no necesita lógicamente de la comunión de los niños. Y, además, estos mismos principios del bautismo infantil militan contra cualquier idea de la comunión de los niños. Primero, el requisito del bautismo es que uno sea miembro de la iglesia visible, entrando ya sea por profesión de fe o por relación federal. Sin embargo, los requisitos de la Cena del Señor son prescritos por Cristo para ser comúnmente aplicables a todos los comulgantes potenciales en la comunidad del pacto. Esto es debido a que los sacramentos fueron ordenados para sus propios usos particulares. En segundo lugar, la forma pasiva y activa de participación de cada uno, corresponde a los fines ordenados por Cristo de los dos sacramentos respectivamente. Combinar estos fines, o sus usos particulares, denigra el designio de Cristo, así como su autoridad y prerrogativa. Finalmente, los niños se benefician del bautismo 1) externamente, por su admisión pública en la iglesia visible y dedicación a Cristo para caminar en una vida nueva, e 2) internamente, por el significado, promesa y sello del nacimiento espiritual. Sin embargo, al mismo tiempo no pueden beneficiarse de la Cena de esta manera hasta que maduren en su fe y puedan participar activamente. Reuniendo los dos sacramentos, Cornelius Venema concluye:
Hay un camino directo desde la pila bautismal hasta la Cena del Señor, y es deber de la iglesia cristiana esforzarse en instruir a los hijos de padres creyentes en la fe cristiana para que puedan seguir este camino. Estos niños necesitan que se les recuerde constantemente los grandes privilegios y las correspondientes obligaciones de su membresía en la comunidad del pacto y de su bautismo. Cuando estos niños estén debidamente instruidos en la fe, la iglesia puede anticipar que profesarán esa fe como propia y serán admitidos a la mesa del Señor, donde su fe disfrutará de una maravillosa fiesta de acción de gracias y comunión con el Señor crucificado y resucitado. (Children at the Lord’s Table?, pp. 148-149).
[1] «Podría parecer que había una diferencia entre el bautismo de adultos y el de niños. Los adultos para ser bautizados con base a su fe, los niños, con base al pacto de Dios. No, el reformador [es decir, Calvino] declara que la única regla y el fundamento legal sobre el cual la iglesia puede administrar el bautismo es el pacto. Esto es cierto tanto en el caso de los adultos como en el caso de los niños. Que los primeros deban primero hacer una confesión de fe y conversión, se debe a que están fuera de la alianza. Para ser admitidos en la comunión de la alianza, primero deben aprender los requisitos de la alianza, y luego la fe y la conversión abren el camino a la alianza». (Louis Berkhof, Teología Sistemática, p. 640).
[2] Richard Muller, Dictionary of Latin & Greek Theological Terms, 2nd Ed. (2017), fides, p. 121. La fe que justifica «no sólo asiente a la verdad de la promesa del evangelio, sino que recibe y descansa en Cristo y su justicia allí manifestada» (Catecismo Mayor de Westminster 72).
[3] cf. Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology XV.xiv, vol. 2, pp. 583-587.
[4] Las acciones requeridas de los comulgantes de «tomar» y «comer» (1 Co 11:24) son violadas tanto por Roma al colocarlo en la boca de los comulgantes como por los paedococomunionistas que hacen lo mismo con los bebés.
[5] En este punto, el paedocomunionista podría entonces sugerir que la preparación y la recepción de la Cena del Señor no necesitan ser tan rigurosas como lo ha practicado la teología reformada tradicional, y podría ser tan simple como pedirle a un niño que diga «Amo a Jesús». Sin embargo, eso sería abandonar la postura central de la paedocommunión de que el estado del pacto es el único requisito, y conceder que la teología reformada confesional es correcta en principio. Lo que debería constituir específicamente el recuerdo de Cristo, el discernimiento del cuerpo del Señor, el autoexamen, etc. es la próxima discusión crucial, pero está fuera del alcance de este artículo. Cf. La Asamblea de Westminster sobre las condiciones para participar de la Cena del Señor.
[6] cf. Cornelius Venema, Review of Tim Gallant en Paedocommunion, Confessional Presbyterian Journal 3 (2007), p. 251.
[7] De manera similar, Edward Reynolds (1599-1676), «La fe puede estar en el corazón ya sea habitualmente como un actus primus, una forma, o semilla, o principio de acción, o bien en realidad como un actus secundus, una operación particular, y que, en el primer sentido, sólo dispone y ordena remotamente el alma a estas propiedades, pero, en el segundo, las produce más visible y distintamente». (Three Treatises of the Vanity of the Creature, pp. 507-8; citado en William Young, Reformed Thought, p. 123).
[8] Los teólogos usan múltiples términos para este concepto: fe seminal, semilla, raíz o principio de fe, hábito o disposición de fe (habitus fidei), gracia de la fe (CFW 14.1). Cf. Richard Muller, Dictionary of Latin & Greek Theological Terms, 2nd Ed. (2017), habitus fidei, p. 146, actus fidei, pp. 8-10.
[9] La cuestión de qué tan común es que los niños elegidos sean regenerados en la infancia ha sido un tema de debate. La mayoría de los teólogos reformados tienden a decir, a partir de las promesas de las Escrituras y el pacto de gracia, que los niños del pacto que mueren en la infancia sin duda son salvos (Dort 1:17); otros prefieren el lenguaje más cauteloso de «niños elegidos que mueren en la infancia» (CFW 10:3). Pero con respecto a los niños del pacto que sobreviven hasta la edad adulta, algunos creen que normalmente son regenerados desde el nacimiento; otros dicen que normalmente son regenerados más adelante en la vida cuando escuchan y entienden el evangelio; y otros prefieren no decir ni lo uno ni lo otro, ya que puede suceder en cualquier momento y no está claro en las Escrituras. Sin embargo, todos están de acuerdo en que la base del bautismo de niños es el mandato y la promesa de Dios, no debido a una supuesta regeneración. Para una discusión en profundidad de estas posiciones ver Herman Witsius, The Efficacy & Utility of Baptism in the Case of Elect Infants Whose Parents are Under the Covenant, MJT 17 (2006), 121-190.
[10] Más adelante, Mastricht escribe: «La regeneración transmite ese poder al alma, por el cual la persona que se va a salvar está capacitada para recibir la oferta. La conversión pone el poder recibido en acción, para que el alma reciba realmente los beneficios ofrecidos». (A Treatise on Regeneration, p. 17 (esto probablemente estará en el próximo volumen 5 de su Theoretical-Practical Theology traducido y publicado por Reformation Heritage Books); cf. CFW 10:2).