La paciencia, el juicio y la gracia de Dios
La paciencia, el juicio y la gracia de Dios
Génesis 6:1-8
Rev. Valentín Alpuche
Introducción
Una de las características principales de la Biblia es que no trata de ocultar la realidad de la humanidad que vive sin esperanza y sin Dios en el mundo (cf. Efesios 2:12). Es una realidad miserable y auto-destructiva, ya que el hombre pecador siempre busca lo mejor para sí mismo dañando, minimizando, despreciando, humillando o destruyendo a todo y todos los que se opongan en su camino. Desde los albores de la humanidad esa ha sido la dirección que la gente ha seguido al apartarse de Dios y de sus mandamientos. Ya lo vimos incluso antes de Génesis 6 cuando en Génesis 4 Caín asesinó a Abel, su propio hermano. Después de Abel encontramos a Lamec en la cumbre de su arrogancia, la cual incluye matar a todo aquel que se atreva a intervenir en sus planes. Pero el capítulo 5 no cambia en este sentido, sino que al darnos la lista de los descendientes de Adán encontramos que el destino de todo ser humano sin la gracia de Dios es la muerte. Por eso es que leemos una y otra vez en Génesis 5: “y murió”. ¿Cambiaron las cosas al entrar a Génesis 6? Eso nos gustaría decir, pero lamentablemente no. Al contrario, la humanidad en su totalidad se entregó a la maldad, a la depravación y la violencia.
Cuerpo del sermón
Génesis 6:1-2 comienza diciendo: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas”. Lo primero que notamos en estos dos versículos es que a pesar de toda la maldad que aumentaba en el mundo, a pesar de que la humanidad en masa se dedicaba a vivir como si no existiera Dios y haciendo cosas completamente desagradables delante de él, Dios todavía bendecía a la humanidad. Por eso dice Moisés, el autor de Génesis, que los hombres comenzaron “a multiplicarse sobre la faz de la tierra”. Estas palabras, de hecho, son consecuencia de la bendición de Dios en Génesis 1:28 donde dice: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos…” Es decir, que Dios había bendecido a la humanidad con muchos hijos e hijas, se habían multiplicado, muchas más personas habían nacido como resultado de la bendición de Dios.
Pero esta humanidad sumida en el pecado ya no veía ni le importaba la bendición de Dios ni tampoco vivir para Dios. Moisés continúa diciendo que los “hijos de Dios” vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. La expresión “los hijos de Dios” se refiere a los hijos o descendientes de Set, de quien se nos habla en Génesis 4:25-26 como el padre o representante de todos los temerosos de Dios que invocaban el nombre de Dios, es decir, que amaban a Dios y no querían vivir como el mundo sumido en el pecado. Pero con el paso de los años, los del pueblo de Dios empezaron a olvidarse de quiénes eran por la gracia de Dios, empezaron a despreciar a Dios mismo para vivir igual que los descendientes de Caín. Y una de las mejores armas que el diablo usa para empezar a destruir a la iglesia de Dios es que los cristianos se casen con incrédulos o paganos que no aman ni temen ni sirven a Dios. Si Satanás destruye la santidad del matrimonio, entonces empieza a causar un grave daño en el pueblo de Dios, ya que cuando una persona cristiana por su rebeldía se casa con un pagano, toda su descendencia corre el grave riesgo de apartarse de Dios, y así desarrollar un estilo de vida en contra de Dios.
Nuestro pasaje indica que los hijos de Dios empezaron a casarse con las hijas de los hombres, es decir, a casarse con paganas, y la forma en que lo describe es muy importante de entender. Dice que “vieron” que las hijas de los paganos eran hermosas. Una de las formas en que el pecado y Satanás nos atrapan es usando nuestros ojos, nuestra vista. Claro que una vez que el pecado ha dominado nuestro corazón, toda nuestra vida queda contaminada, incluyendo los ojos. Pero el pecado de la vista es un arma poderosa que el diablo usa para hacernos caer en toda clase de pecados, especialmente pecados sexuales. De hecho, este pecado visual que llevó al pecado sexual y a la degradación del matrimonio se parece al pecado de Eva en el paraíso cuando fue tentada por el diablo. Génesis 3:6 dice: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer…” Se parece a nuestro pasaje donde los que pertenecían a la línea de Set, al pueblo de Dios, también vieron a las mujeres paganas y procedieron a tomarlas.
Nuestro pasaje también indica entre líneas la degradación de la santidad del matrimonio, ya que dice que “tomaron para sí mujeres”. Es decir, el matrimonio entre un hombre y una mujer que Dios había ordenado en el huerto del Edén (Génesis 2:22-25) fue abandonado para practicar el matrimonio entre un hombre y muchas mujeres. Ya lo vimos con Lamec en Génesis 4:23-24 donde leemos que tenía dos esposas: Ada y Zila. Es decir, la monogamia instituida por Dios fue reemplazada por la poligamia, un hombre que tiene más de una mujer.
El pasaje también indica la motivación y la forma en que los descendientes de Set, el pueblo de Dios, escogieron a sus mujeres. Dice que se dejaron guiar solamente por la belleza de las mujeres paganas, y siendo ese su único criterio para casarse escogían entre todas las mujeres. Ya no había temor de Dios, así que solamente se dejaban llevar por la apariencia externa, aunque internamente esas mujeres odiaban a Dios y llevaban vidas inmorales. Lamentablemente los hijos de Dios olvidaron que debían casarse con mujeres cristianas también. Y como olvidaron y abandonaron el modelo de Dios, el matrimonio se degradó y con ello se abandonó al pueblo de Dios, a la iglesia y los mandamientos santos de Dios. El pueblo de Dios, de hecho, desapareció, excepto en una sola familia entre todas las familias del mundo: la familia de Noé.
¡Qué gran advertencia y enseñanza Moisés estaba transmitiendo a los israelitas mientras iban de camino a la tierra prometida! Moisés no quería que pasara lo mismo con el pueblo de Israel, no quería que empezaran a tomar mujeres paganas como esposas, porque eso, como veremos, iba a ser una causa principal de la destrucción de la nación. La misma advertencia y enseñanza se nos aplican a nosotros el día de hoy hermanos. Y no sólo de este pasaje, sino de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. 2 Corintios 6:14 es clarísimo: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la injusticia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” Hermanos, pidamos a Dios que nos dé un corazón humilde para someternos a su mandamiento; de otra manera, nosotros y nuestros hijos sufriremos las graves consecuencias de este pecado.
Considerada ya la degradación de la humanidad en su totalidad, y tristemente la degradación del pueblo mismo de Dios, ahora procedemos a analizar el veredicto de Dios acerca de la condición de la gente. En el versículo 3 leemos que dijo: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre”. El verbo contender tiene la idea de enfrentamiento, lucha, riña entre dos o más personas. Aquí no significa que el Espíritu de Dios luchaba o peleaba físicamente con los hombres, sino tiene la idea de que la obra del Espíritu Santo de convencer al mundo de su pecado, de justicia y de juicio era rechazada. Se habían endurecido, y Dios decidió retirar su Espíritu que no solamente ilumina a la gente perdida, sino que sustenta sus propias vidas. Pero también el verbo “contender” se puede traducir como “permanecer”, lo cual comunica una idea semejante, ya que si el Espíritu Santo no permanece en el hombre es porque Dios lo ha retirado y le ha quitado el sustento mismo de su vida, lo cual (como sabemos) finalmente los llevó a la destrucción. Esta idea de que el Espíritu Santo sustenta la vida la encontramos en diferentes partes de la Escritura. Génesis 1:2 ya nos informa que el Espíritu de Dios se movía o aleteaba sobre la superficie de las aguas. ¿Y qué hacía allí? Pues controlando, sosteniendo y manteniendo la vida de la creación antigua. El Salmo 33:6 nos indica que el Espíritu de Dios participó incluso en la obra de la creación al decir que Jehová creó “todo el ejército de los cielos por el aliento de su boca”, es decir, por su Espíritu. Pero luego en el Salmo 104:29-30 claramente nos dice que Dios y el Espíritu Santo crean y sostienen la vida de toda la creación. Por eso dice: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra”. ¿Y no fue Dios quien le dio vida al hombre cuando sopló en el aliento de vida, es decir, su Espíritu? (Génesis 2:7). Y esto es lo que Job 33:4 confirma: “El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”. Así pues, cuando Dios decide retirar su Espíritu de la humanidad sumida en la depravación equivale a decir que Jehová les estaba quitando el sustento de su vida.
Hermanos qué gran lección aprendemos aquí del Espíritu Santo. Como cristianos, como la iglesia de Cristo, nuestra vida proviene de la obra del Espíritu Santo en nosotros. Y por eso es que Pablo exhorta a los efesios, como también a nosotros, a no contristar o entristecer al Espíritu Santo de Dios con el cual fuimos sellados para el día de la redención (Efesios 4:30). ¿Y cómo lo entristecemos? Pues con nuestros pecados como muestra nuestro pasaje de Génesis y también el contexto de Efesios 4. Por eso cuando el cristiano peca, y por la obra del mismo Espíritu en su corazón se arrepiente se duele de ofender al Espíritu, y sabe que sin el Espíritu Santo en su vida no puede tener, no puede experimentar el gozo de la salvación. Y por eso el rey David después de sus graves pecado clama, ruega a Dios en el Salmo 51:11-2 así: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”.
Regresando a Génesis 6:3 leemos que Jehová declara también lo siguiente: “Porque ciertamente él (es decir, el hombre, la humanidad) es carne”. El hombre se rebela en contra de Dios pensando que puede vivir sin Dios, pero no se percata de que su alejamiento de Dios es su misma sentencia de muerte porque el hombre recibe su vida (no de él mismo) de Dios. Dios es la fuente de la vida. El hombre no es la fuente de la vida. El hombre sin la obra salvadora de Cristo está muerto. El hombre es simplemente carne, es decir, por naturaleza es débil y frágil, y pensar que puede vivir sin Dios es una locura. Todos somos carne, nuestra misma constitución nos recuerda que necesitamos a Dios quien es la vida misma y la fuente de nuestra existencia. Que el hombre es carne no significa que nuestros cuerpos sean malos (como enseñan otras religiones); no, sino que simplemente significa que el hombre no tiene la vida en sí mismo y necesariamente necesita de algo más que su carne para vivir, necesita de Dios.
Luego al final de Génesis 6:3 leemos: “mas serán sus días ciento veinte años”. Estas palabras son muy significativas dentro del contexto en que se encuentran, porque aunque Dios ha sentenciado el fin de la humanidad depravada al retirar su Espíritu Santo, con todo no los extermina inmediatamente, sino que les da un largo tiempo de vida para que se arrepientan: 120 años. Hermanos aquí encontramos, una vez más, el evangelio, la gracia y la misericordia de Dios porque no paga a la humanidad inmediatamente conforme a sus maldades sino que les da un larguísimo tiempo para que reaccionar, vuelvan en sí, se arrepientan y Dios los salve. La gran paciencia persistente y firme de Dios. Es a esta paciencia bendita a la que incluso el apóstol Pedro se refiere en 1 Pedro 3:20 cuando dice que el Cristo resucitado fue y predicó a los espíritus encarcelados “los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé mientras se preparaba el arca…” La paciencia de Dios que los estaba esperando a que se arrepintieran, pero nunca lo hicieron. Larga es, amados hermanos, la paciencia de Dios, pero él mismo lo pone un límite, y cuando esa paciencia divina se agota, no queda más remedio que el juicio y la destrucción. Ciertamente Jehová es misericordioso y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia y verdad; pero Dios mismo le pone un límite a su paciencia. No nos opongamos a la obra del Espíritu de Dios, no rechacemos su larga paciencia, sino reaccionemos y arrepintámonos de nuestros pecados para hallar su gracia y su auxilio.
Génesis 6:4 dice que en ese tiempo, en aquellos días “había gigantes en la tierra”. Aquí es muy importante observar que los gigantes existían en la tierra antes de que los hijos de Dios se casaran con la descendencia de los paganos, de los hijos de los hombres. Es decir, los gigantes no fueron resultado de la unión entre los descendientes de Set y los descendientes de Caín. Pero después Moisés dice inmediatamente que “también después que se juntaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres” existieron más gigantes. Debido a estas declaraciones de Moisés muchos han interpretado que la expresión “los hijos de Dios” se refiere a ángeles caídos, a demonios inmundos que bajaron a la tierra y se casaron con seres humanos. Apoyan esta idea en base a otros textos de la Escritura como Job 1:6 y 2:1 donde la expresión “los hijos de Dios” se refiere a ángeles. Asimismo se apoyan en 1 Pedro 3:18-22 que ya leímos, en 2 Pedro 2:4 y Judas 6. Ciertamente que en tales pasajes se hablan de ángeles, espíritus caídos que fueron aprisionados, reservados a la oscuridad eterna para ser juzgados en el día final. Y no dudamos de que los demonios y espíritus inmundos puedan ejercer tal influencia en la humanidad pecadora, ya que esto lo confirman una y otra vez los evangelios donde los demonios poseían a los hombres y los dominaban por completo. Pero una declaración de nuestro Señor Jesucristo en Mateo 22:30 y Marcos 12:25 nos prohíbe imaginar que los ángeles, que son seres espirituales por naturaleza y que no tienen un cuerpo como nosotros, puedan contraer matrimonio con seres humanos, y engendrar hijos e hijas. Jesús dice que los ángeles de Dios no se casan ni se dan en casamiento. Una vez más, no negamos que Dios mismo envió a ángeles en el Antiguo Testamento que tomaban forma humana, pero esas eran tareas específicas que Dios les encargaba para comunicar algún mensaje importante a su pueblo. Pero eso no nos permite afirmar que por naturaleza un ángel pueda encarnarse y unirse sexualmente a una mujer y procrear hijos.
Creo que en base al contexto de Génesis 6 sí podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los ángeles caídos y demonios y espíritus inmundos, controlaban de tal manera a la humanidad degenerada, al grado que vivían (por así decirlo) como poseídos por el diablo. Toda la humanidad estaba completamente gobernada por Satanás y sus huestes de maldad. Esto en el contexto de Génesis 6 encaja muy bien porque una vez que la humanidad en masa abandona y se opone abiertamente a Dios, no queda otro remedio que ser gobernados enteramente por el diablo y su ejército. Tanta fue la perversión de la humanidad que Dios tuvo que destruirlos. Observen la nota de pie al final del versículo 4 que dice: “Éstos fueron los valientes que desde la antigua fueron varones de renombre”. La gente degenerada miraba a estos gigantes como héroes, como gente digna de imitar, como los famosos que deben ser aplaudidos por sus maldades y depravación. ¿No es así la humanidad hoy en día también? A lo malo llaman bueno, y a lo bueno llaman malo. Si algún hombre o mujer por allá empieza a decir que es noble cambiar de sexo, ir en contra de tu naturaleza para experimentar algo nuevo en tu vida, si la gente empieza a decir que es bueno matar a los bebés en los vientres de sus madres, que las drogas son buenas, que matar a los más pobres y enfermos para que los demás tengan una mejor vida, aunque a nosotros nos parezca una monstruosidad, la humanidad que ha despreciado los aplaudirá y los tratará como héroes, como nobles, como gente de renombre. ¡Qué horrible y espantosa influencia puede tener el diablo sobre la humanidad!
Hermanos nosotros no somos diferente a la humanidad pecadora, nosotros también somos pecadores, que si Dios no tuviera misericordia de nosotros estuviéramos haciendo lo mismo que el mundo hace. ¿Saben? A veces pensamos que es mejor vivir sin Dios, que no vale la pena ir a la iglesia y confesar que somos cristianos. Eso es, hermanos, es jugar con fuego. ¿Realmente queremos vivir como paganos? ¿Realmente queremos que nuestros hijos e hijas crezcan sin ningún temor de Dios en sus vidas? Pues los israelitas en el desierto no quisieron hacer caso a esta seria advertencia, y con el tiempo la nación de Israel fue destruida por Dios por sus propias perversiones, y hasta el día de hoy no pueden tener completa paz. Oh, que nosotros seamos sabios para someternos a la voluntad de Dios.
Eva vio que el árbol era bueno para comer y comió, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y se casaron con ellas, pero ahora en Génesis 6:5 leemos que “Jehová vio que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. ¡En qué había terminado la buena creación de Dios! En Génesis 1:31leemos lo siguiente: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera…” Dios ve, contempla su creación y la declara buena en gran manera, pero ahora ve a la corona de su creación, a la humanidad y la ve mala en gran manera. La maldad, el pecado había dominado enteramente la naturaleza de la humanidad. Su depravación interna que se expresa con “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” se manifestó externamente porque “Jehová vio que la maldad de los hombres era mucha en la tierra”. Lo externo es resultado de lo interno, y cuando lo de adentro está contaminado lo de afuera también lo estará. No hay ningún rincón del ser humano que quede libre y exento de pecado. El hombre sin Dios no puede sino constantemente planear hacer el mal, el designio de sus pensamientos se refiere a que el hombre en interior, en su corazón planea, idea, se propone hacer el mal. Y por la pura gracia de Dios es que no vemos la maldad de la humanidad en su máxima expresión como en Génesis 6, pero para Dios todo, absolutamente todo lo que hacen es malo, porque no lo hacen para su gloria, sino siguiendo su naturaleza pecaminosa. Es en este sentido que la humanidad está depravada totalmente en el pecado. Todo lo que hace está manchado y contaminado por el pecado, incluso sus mejores obras.
Debido a esta honda depravación de la humanidad leemos algo que nos incomoda mucho en Génesis 6:6 cuando Moisés dice: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”. Así es, Jehová se arrepintió y tuvo mucho dolor en su corazón. Hermanos, estas palabras en vez de incomodarnos deberían hacer que nos postremos ante Dios por su gracia y misericordia hacia nosotros, porque es cosa terrible entristecerlo con nuestros pecados. Nosotros tenemos a un Dios con emociones, no emociones humanas, pecadoras e imperfectas, pero a un Dios con afectos y emociones perfectos, santísimos puros. El arrepentimiento de Dios, el dolor de Dios no denota frustración, no denota imperfección en él, sino que (aunque nos parezca imposible) Dios tiene emociones y se duele profundamente cuando ve a su iglesia viviendo en pecado. Nosotros sabemos por otras partes de la Escritura que Dios no se arrepiente como lo hace un hombre, que no miente como los hombres, que no es frustrado por nadie, que no es impotente ante nada. La maldad extrema en el tiempo de Noé no frustró a Dios, ni hizo que cambiara su plan de salvación; no. Simplemente significa que nuestro Dios no es como los dioses paganos que habita allá en las alturas sin interesarse en absoluto por la suerte de la humanidad en la tierra, no es Dios indiferente a nuestra maldad y perversidad, no es Dios lejano y distante, no es un Dios sin emociones. Todo lo contrario, es un Dios que se duele, que se regocija, que se compadece, que tiene misericordia, etcétera. No entristezcamos a Dios con nuestro pecado, porque su paciencia se puede agotar y entonces ya no queda otra alternativa más que su juicio eterno como dice Génesis 6:7:
“Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de hacerlos hecho”. Una vez agotada, por así decirlo, la paciencia de Dios, su juicio es inminente, es irretractable, es inaplazable. Nadie detendrá su poderosa mano para castigar el pecado. Es una declaración durísima del juicio de Dios, y observamos que su juicio es radical y total. El pecado ofende profundamente a Dios, y él no tolera el pecado, no lo puede ver porque es muy puro de ojos para ver el mal (Habacuc 1:13). Dios no juega con el pecado y castiga al pecador; Dios no es como a mucha gente le gusta decir: Dios odia al pecado, no al pecador. Así nos gustaría que fuese Dios, pero él no es así; Dios odia al pecador que no se arrepiente y que insiste en insultarlo en su propia cara, pero cuando lo castiga, su castigo es radical, total, entero, cabal. Lo destruye del todo. No deja residuos del pecado, nada sobrevive a su juicio destructor. Por eso dice que Dios “raerá”, es decir, destruirá completamente a la humanidad. Dios dice: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado”. Esta última expresión (a los hombres que he creado) es muy significativa a luz del contexto en que se encuentra. Generalmente pensamos en Dios como un ser sin sentimientos ni emociones, que cuando castiga lo hace sin inmutarse o conmoverse. Pero no hermanos. Dios recuerda que el hombre es su propia creación, y se “duele” al castigarlo, pero y esto es lo terrible del pecado: que aunque somos creación de Dios, si persistimos en nuestro pecado, en vivir en rebeldía contra el que nos creó, el pecado conlleva muerte inminente. El pecado nos separa de Dios y además acarrea un juicio inexorable. Sí, Dios se duele y lamenta, pero prosigue actuando conforme a su naturaleza, y su naturaleza es santísima que no puede tolerar el pecado, sino que tiene que destruirlo.
Tan grave es el pecado del hombre que no solamente afecta a él, sino a toda la creación de Dios. Por eso es que Jehová dice: “desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo”. ¡Cuánto se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre! No que salió mal su plan, sino que es la expresión divina de aborrecer el pecado y dolerse por el hundimiento del hombre en la desobediencia, en la inmoralidad, en la violencia, en la auto-destrucción. Nuevamente, nuestro Dios es perfecta y nada altera su plan de salvación, pero eso no quiere decir Dios sea un dios sin emociones ni sentimientos. No. Su arrepentimiento no es arrepentimiento humano y falible, es arrepentimiento divino perfecto que expresa su rechazo y odio contra el pecado. Creo que comprender esto es sumamente importante para entender cuánto nuestro pecado ofende y entristece a Dios. No sigamos en el pecado, no sea que Dios se arrepienta y nos castigue eternamente. Allí está la advertencia, ¿la acataremos? Dios no tolera el pecado, es paciente con el pecador, pero no lo dejará sin castigo, irremediablemente lo castigará, y de manera ejemplar.
Hermanos, en medio de una humanidad anegada en el pecado y en la violencia y en la maldad, ¿podía haber alguien que buscara a Dios? ¿Podía haber alguien que todo designio de los pensamientos de su corazón no fuese de continuo solamente el mal? Todos los seres humanos tenemos la misma naturaleza pecaminosa, y si es así, ¿quién en realidad puede controlar sus inclinaciones, sus pensamientos hacia el pecado? Nadie. Y debido a eso es que leemos, para terminar, que en Génesis 6:8 Dios encontró a Noé y le extendió su gracia transformadora y salvadora. Moisés lo dice así: “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”.
Lo primero que debemos notar aquí es Noé halló la gracia de Dios. La gracia es algo ajeno a nosotros, no reside dentro de nosotros, sino que viene de Dios hacia nosotros. Segundo, Noé no se ganó esa gracia de Dios, sino que la encontró ante los ojos de Jehová, es decir, Dios tuvo compasión de Noé y le extendió su gracia. Esta expresión se parece a una escena de un palacio de un rey en que una persona espera que el rey le conceda su favor. “Que halle gracia ante tus ojos” tiene la idea de “ten misericordia de mí”. Y eso fue lo que pasó con Noé: Dios lo encontró y por su pura bondad le extendió su cetro de gracia, su favor divino.
Es la primera vez que explícitamente se menciona la palabra gracia o favor de Dios en la Biblia. Claro que ya estaba presente desde antes, pero es la primera vez que se menciona aquí. ¿Qué es la gracia de Dios? Es su favor inmerecido, es su tierna misericordia y compasión extendida o dada a pecadores condenados por su pecado, los cuales no pueden ni tienen ninguna oportunidad de ser perdonados aparte del perdón de Dios. Nadie más los puede librar de su condenación, sino solamente la gracia de Dios. Eso fue lo que Noé encontró. Y al encontrarla, por obra del Espíritu Santo, la abrazó fuertemente, la aceptó con todo el corazón porque sabía que solamente por esa gracia divina podía salvarse del diluvio.
Dios, como veremos después, castiga a la humanidad pecadora, pero al mismo tiempo la salva en la familia de Noé. Dios no salvó a Noé meramente como un individuo sino además como representante de su familia y de toda la humanidad, porque con él y su familia Dios preservó a la humanidad de una destrucción radical.
Hermanos, este pasaje de Génesis nos ha dado grandes lecciones. Pero termina con la gracia de Dios. No podemos sobrevivir en un mundo anegado en la maldad sin la gracia de Dios. No podemos caminar en una sociedad saturada de maldad sin caer en la maldad, a menos que la gracia de Dios nos rescate de esa sociedad, a menos que Dios nos dé la mano y nos saque a flote. Al igual que Noé, nosotros no somos mejores que los demás pecadores, pero así como Noé encontró la gracia de Dios, nosotros también solo por la voluntad de Dios podemos encontrar y recibir su gracia en la persona y la obra de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Así como Dios encontró a Noé y le extendió su gracia, también el Señor Jesucristo ha venido a buscarnos, a dar su vida por nuestro rescate, a liberarnos de todo el poder diablo y del pecado, para sacarnos de las tinieblas a su luz admirable, del reino del pecado al reino de Dios. En nadie más podemos encontrar esa gracia salvadora de Dios más que en la persona de su Hijo Jesucristo. Amén.