El Cristo resucitado proclama su victoria
El Cristo resucitado proclama su victoria
1 Pedro 3:18-22
Rev. Valentín Alpuche
Introducción
El poder del Espíritu Santo estuvo con Cristo Jesús desde su concepción virginal hasta su ascensión. Y el mismo Espíritu Santo es quien hoy día le da poder a su iglesia para proclamar el evangelio verdadero del Cristo triunfante. El apóstol Pedro les dice a los cristianos peregrinos sufrientes que Cristo ha derrotado a todos sus enemigos, y que incluso les ha proclamado su victoria. Y ahora Él está sentado a la diestra de Dios Padre, una posición de honor, honra y gloria. A ese Cristo victorioso los creyentes tenemos que mirar para no desmayar ante todos los sufrimientos que enfrentamos en el mundo.
Ya lo dijo Pedro en 1 Pedro 3:18: que Cristo también sufrió por nosotros; y su sufrimiento fue perfecto porque solamente sufrió una sola vez, y eso fue suficiente para reconciliarnos con Dios su Padre, por eso Pedro dice: “para llevarnos a Dios”.
Pero en nuestro pasaje de hoy, aprendemos que Cristo no solamente sufrió y pagó por todos nuestros pecados, y nos reconcilió con Dios, sino que resucitó poderosamente por el poder del Espíritu Santo. Así termina 1 Pedro 3:18: “siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”. Esto significa que por el poder del Espíritu Santo ahora Cristo tenía una nueva forma de existencia en que ya no experimentaría la muerte otra vez ni el sufrimiento. En ese modo de existencia espiritual efectuada por el Espíritu Santo, aprendemos que Cristo proclamó su victoria sobre todos sus enemigos y los ha sometido bajo sus pies. Veamos, pues, cómo se llevó a cabo esto en un pasaje difícil de entender, pero que tenía la intención de fortalecer y confortar a los cristianos peregrinos que sufrían a manos de sus enemigos.
Cuerpo del sermón
1 Pedro 3:19 dice: “en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados”. Pedro acaba de decir en el versículo 18 que Cristo fue “vivificado en espíritu”, lo cual indica que por el poder del Espíritu Santo Cristo Jesús ahora tiene un nuevo modo de existencia espiritual en que está por encima de la muerte y una nueva vida que no se puede comparar con la vida de este mundo. Es una vida poderosa y celestial que Cristo obtuvo por la obra del Espíritu. Por eso cuando Pedro dice “en el cual” se refiere a esa nueva vida de Cristo llena del poder del Espíritu Santo. En su nueva vida espiritual Cristo “también fue y predicó a los espíritus encarcelados”. Esta predicación del Cristo vivo se efectuó después de su resurrección. No predicó a esos espíritus entre su muerte y resurrección, sino entre su resurrección y ascensión al cielo.
Tan poderosa es la nueva existencia de nuestro Salvador que nada le impide predicar a esos espíritus encarcelados. Los cristianos que escuchaban la lectura y la explicación de esta carta enviada por Pedro seguramente se gozaban en saber que su Señor y Salvador había resucitado y que incluso era poderoso para predicar a esos espíritus. Ya nada podía limitar ni confinar al Señor Jesús.
Observemos que aquí no se dice qué les predicó Cristo a los espíritus encarcelados. Solamente se hace énfasis en que fue y les predicó. No se nos dice ni qué les predicó ni el resultado de esa predicación. Solo se nos dice que Cristo les predicó. Y esto es importante porque el verbo predicar también se puede traducir como proclamar triunfantemente, anunciar oficialmente algo a alguien. Y por el contexto, como veremos más adelante, este parece ser el significado de la predicación de Cristo; que estaba proclamando pública y oficialmente su gloriosa resurrección y con ella su victoria incluso sobre esos espíritus encarcelados.
Pero, ¿quiénes son esos espíritus encarcelados? De acuerdo a otros pasajes de la Biblia podemos decir que se refiere a ángeles rebeldes que finalmente fueron condenados y sometidos por el Cristo resucitado. Esto es lo que aprendemos de 2 Pedro 2:4 que dice: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio”. Note bien que estos ángeles porque pecaron y se rebelaron contra Dios, él los “entregó a prisiones de oscuridad”. Lo cual se parece mucho a 1 Pedro 3:19 que se refiere a “los espíritus encarcelados”. Leamos también Judas 6: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”. ¿Ya vieron? Aquí también se menciona que estos ángeles rebeldes fueron “guardados bajo oscuridad, en prisiones eternas”. Lo cual, una vez más, concuerda muy bien con 1 Pedro 3:19 que dice que esos espíritus son espíritus encarcelados. Esta es la misma idea que captamos de Apocalipsis 18:2 y 20:7.
En estos pasajes que hemos citado aprendemos que estos ángeles o espíritus encarcelados son ángeles rebeldes, perversos, que odian a Dios y todos sus planes. Aprendemos que también están aprisionados o encarcelados reservados para el juicio del gran día en que serán oficialmente sentenciados al infierno. Si nos damos cuenta, estos ángeles no tienen oportunidad de arrepentimiento, sino que solamente están esperando su condenación final. Por eso creemos que la predicación de Cristo se refiere a la proclamación de su victoria sobre esos ángeles. Les anunció que todo el poder le ha sido dado tanto en los cielos como en la tierra, y que nada ni nadie podrán destruir a su iglesia, porque la iglesia tiene en él mismo a su Señor y Salvador triunfante y poderoso.
1 Pedro 3:20 dice ahora: “los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la palabra de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”. Lo primero que observamos en este versículo es que se nos da más información de esos espíritus encarcelados. Se nos dice que en otro tiempo desobedecieron, se rebelaron. ¿Contra quién? Pues contra Dios mismo quien los creó para ser sus servidores a favor de los hijos de Dios. Así lo da a entender Hebreos 1:14 que dice: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” Para eso fueron creados, pero se rebelaron y abandonaron su morada en que Dios los había puesto (cf. Judas 6).
Estos ángeles caídos desobedecieron a Dios y durante la vida de Noé ejercieron una terrible influencia sobre la humanidad para que odiaran a Dios y a su siervo Noé, que les predicaba sobre la justicia de Dios (1 Pedro 2:5). No quisieron someterse a Dios por su propio pecado como también por la poderosa influencia que estos ángeles ejecutaban sobre ellos. La tierra, nos dice Génesis 6:11, “se corrompió delante de Dios, y estaba llena de violencia”. ¡Tan grande fue la desobediencia de estos ángeles y su influencia en la humanidad hundida en la maldad y la violencia! Por eso creemos que lo que Cristo les predicó a esos espíritus encarcelados fue su victoria, su triunfo, la victoria que obtuvo sobre el que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14).
Pedro dice también lo siguiente: “cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca”. Estas palabras se refieren a la naturaleza de Dios quien es paciente, lento para la ira y grande en misericordia (Éxodo 34:6). Su paciencia para con los hombres fue tan grande, pero la gente rebelde influenciada por demonios y ángeles rebeldes nunca quisieron escuchar. Pero esto es lo que sucede cuando la gente se aleja de Dios: su propio pecado los arruina y los ángeles caídos aprovechan la corrupción moral del hombre para influenciarlos todavía más al grado que sus vidas se hunden en la maldad, en la rebelión y en la violencia.
Durante ese tiempo, largo tiempo de la paciencia misericordiosa de Dios, solamente se salvaron “pocas personas, es decir, ocho que fueron salvadas por agua”. Sabemos que los que se salvaron fueron: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Pero es aquí donde lo que Pedro está diciendo es de mucho valor para los primeros cristianos que sufrían porque significa que aunque el mundo entero esté sumido en la iniquidad y la violencia, Dios siempre preserva a su remanente santo, y los preserva puros y santos delante de él. Segundo, que los verdaderos cristianos están protegidos en contra de la influencia destructora de esos ángeles rebeldes. No quiere decir que Satanás no nos ataque, como dice 1 Pedro 5:8, pero nunca podrá aprisionar nuestra vida en su poder e influencia porque Cristo lo ha derrotado. Tercero, de estas palabras de la paciencia de Dios y de las ocho personas que se salvaron, los primeros cristianos recibían consuelo y fortaleza porque sabían que ellos también serían salvados, ellos serían protegidos, como Dios lo hizo con Noé y su familia. Pero estas palabras eran también un llamado al arrepentimiento y una seria advertencia de juicio para los miembros de las iglesias que no tomaban en serio la vida cristiana. Dios tuvo mucha paciencia, pero al final destruyó tanto esos ángeles perversos como a la humanidad corrompida.
Dice Pedro, que esas pocas personas fueron salvadas “por agua”. Esta expresión tiene un doble significado: primero, significa que el agua fue un medio de destrucción para la humanidad pecadora que murió anegada y ahogada. Este es el sentido negativo, por así decirlo. Segundo, Dios usó misma agua para salvar a Noé y a su familia. Es decir, mediante el agua el arca flotó y así ellos no murieron ahogados junto con los pecadores. No fue el agua que los salvó sino el medio por el cual fueron salvados por Dios. Una vez más, los cristianos sabían también que Dios los salvaría, los protegería, especialmente, como veremos enseguida, porque el agua de Dios había descendido sobre ellos en el momento de su bautismo. El agua no salva, sino se refiere a la sangre de Cristo que salva a su pueblo.
Por eso Pedro dice ahora en 1 Pedro 3:21: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva”. Pedro está haciendo una comparación entre las aguas del diluvio que mataron a los pecadores pero que salvaron a Noé y a su familia con el bautismo cristiano. Pedro dice que el bautismo cristiano corresponde al agua del diluvio, las aguas que específicamente salvaron a Noé y a su familia. Se parecen, pero no son iguales. En otras palabras, el diluvio como medio de salvación apuntaba, se refería al bautismo cristiano y el bautismo era el cumplimiento o la realización de lo que anticipaba el diluvio. El diluvio apuntaba, una vez más, al bautismo en el sentido de que por medio del agua Dios salva a su pueblo. Pero lo que salva no es el agua en sí misma, para que no pensemos que solo por ser bautizados en agua ya somos salvos. Como dijimos, en el bautismo cristiano el agua se refiere a la sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado. El agua en y por sí misma no salva a nadie.
Esto es lo que aclara el apóstol Pedro cuando dice: “no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios”. Es decir, el agua del bautismo no tiene como propósito lavarnos de la suciedad del cuerpo. Se puede usar para eso, pero en el bautismo no se usa para eso, sino que, otra vez, apunta a la sangre de Cristo. El bautismo entonces no salva sólo porque nos echen o sumerjan en el agua, “sino”, dice el apóstol, “como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios”, es decir, el bautizado aspira, se compromete con buena conciencia con Dios, está consciente de lo que significa el bautismo y por ello se bautiza y asume la responsabilidad de su bautismo. No dice: ‘ya soy bautizado, ya soy salvo’. No. Más bien dice: ‘ya soy bautizado, ahora debo responder, actuar, comprometerme en vivir de acuerdo a lo que Dios ha hecho para salvarme y que está simbolizado en el bautismo’. El bautismo verdadero demanda un estilo de vida diferente al mundo, una vida a través del poder del Espíritu Santo que nos hace vivir diferente a la sociedad que nos rodea, la cual vive en su iniquidad. Toda nuestra vida tiene que estar orientada hacia Dios.
Que el agua del bautismo no salva a nadie por sí misma es lo que Pedro remata cuando dice al final del versículo 21: “por la resurrección de Jesucristo”. Exacto. Nadie puede salvarse aparte de la gloriosa resurrección de Cristo, ya que ella significa que en Cristo tenemos una nueva vida y vida eterna, indestructible como su vida que ahora ya no puede morir otra vez. Si al ser adultos y se nos bautiza sin entender qué es el bautismo, caemos en el grave riego de la iglesia romana de pensar que solo por la acción externa realizada, ya por eso somos salvos y podemos vivir como queramos. Pero no hermanos. El verdadero bautismo adquiere su poder y eficacia no del agua sino de la gloriosa resurrección del Señor Jesucristo. Así pues, los cristianos vivimos no por nuestra fuerza sino por la fuerza del Cristo resucitado. El bautismo sella una redención en cada cristiano que está anclada en la victoria de Cristo sobre la muerte, victoria que alcanzó mediante su gloriosa resurrección.
Finalmente Pedro dice en el versículo 22: “quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”. Este versículo nos habla de una manera rápida de la ascensión de Cristo, quien ahora está sentado a la derecha de Dios Padre, es decir, ha recibido un estado y una posición de poder, honor y gloria sobre todas las cosas. El Cristo resucitado reina para siempre. Los primeros cristianos sacaron fuerzas de estas palabras, porque sabían que ellos podían morir, pero que nadie podía arrebatarles su victoria en Cristo. Nadie en la tierra, pero tampoco nadie en el reino espiritual porque Pedro termina diciendo: “y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”. Cristo tiene poder y autoridad sobre los ángeles caídos y sobre los demonios y espíritus inmundos. Su gloriosa resurrección, su ascensión y estar sentado a la derecha del Padre nos garantizan eso. Pablo también lo dice en Efesios 1:20-22. En el versículo 21 dice que Cristo está “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero”. Amén, hermanos. Cristo ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra y gobierna sobre todos los poderes celestiales. Los ángeles rebeldes influenciaron a la humanidad en tiempos de Noé para morir en sus maldades, pero los cristianos que están en unión con el Cristo triunfante saben que el maligno no los toca (1 Juan 5:18).
Todo esto nos brinda seguridad y confianza, como lo hizo con los cristianos que vivían en Asia Menor cuando Pedro les envió esta carta; nos fortalece para vivir en medio de un mundo malo, en medio de una sociedad corrompida y pervertida; nos consuela y alienta para vivir nuestra fe, para evangelizar, para seguir proclamando el triunfo de Cristo, la victoria de Cristo. El poder de la iglesia no reside en nuestras palabras y obras, sino en el Señor Jesucristo que ha conquistado y destruido al diablo y ahora nos capacita para seguir viviendo como extranjeros y peregrinos en este mundo, extranjeros y peregrinos que confían plenamente en el Cristo resucitado y victorioso. Amén.