DAR EN SECRETO
Introducción
Amados hermanos, una de las características del Sermón del Monte (Mateo 5-7) es que el Señor Jesús nos da instrucciones para desarrollar y aplicar los principios bíblicos a diferentes áreas de la vida. El discípulo de Jesús debe saber que cada aspecto o área de su vida debe ser gobernada por la Palabra de Dios. Así como en las secciones precedentes, el Señor Jesús ha mostrado cómo los líderes religiosos de Israel habían distorsionado la ley de Dios, ahora procede a exponer cómo se había distorsionado un aspecto noble de la vida cristiana: la ayuda compasiva que brindamos a los pobres y necesitados. Es interesante que prácticamente cada mandamiento de Dios había sido torcido por las tradiciones y mandamientos humanos que los judíos habían inventado. Pero esa misma inclinación a torcer a conveniencia los mandamientos de Dios también existe el día de hoy. Cada uno de nosotros buscamos nuestros propios intereses y usamos los mandamientos de Dios para ese fin. Así que la enseñanza del pasaje de hoy es tan pertinente como todo lo demás que viene antes y después en este gran sermón del Señor Jesús.
El Señor instruye a su pueblo del Reino cómo hacer su justicia delante de los hombres, de manera particular cómo dar limosnas de una manera agradable a los hombres y a Dios.
Una advertencia (6:1)
El tema es un muy urgente y relevante porque Jesús empieza con una advertencia, lo cual implica que muchos en Israel estaban practicando su justicia, es decir, sus obras de justicia de una manera que no concordaba con la Ley de Dios. Dice: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres». «Guardaos» contiene la idea de: tengan mucho cuidado; atención, atención; presten mucha atención ya que lo voy a decir es muy importante. Si el Señor Jesús hace una advertencia, el pueblo de Dios debe prestar atención; debe estar muy atento para escuchar la enseñanza de su Maestro divino. Así, cuando leemos la Escritura no debemos ir tan rápido sino pausar y meditar en lo que nuestro Maestro dice, ya que su enseñanza, aunque se aplica en primer lugar a sus lectores originales también se aplica a nosotros.
¿De qué debemos guardarnos? «De hacer vuestra justicia». La palabra «justicia» en este contexto significa buenas obras, obras caritativas, obras de justicia. Esto significa que el pueblo de Dios es uno que debe vivir haciendo obras de justicia. No podemos decir que somos seguidores de Jesús e ignorar la necesidad del prójimo. Así como Dios nos ha ayudado en nuestra más profunda y urgente necesidad, nosotros también debemos estar dispuestos a ayudar a los demás según nuestros recursos. El discípulo de Cristo no debe cerrar su corazón a la necesidad de su prójimo. Ese prójimo puede ser otro hermano o hermana en la fe o alguien fuera de la comunidad cristiana. La verdadera fe es la que se demuestra por medio de obras que están conforme a la voluntad revelada de Dios. Por eso Santiago 2:26 dice: «Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta».
¿Cómo debemos hacer nuestra justicia, cómo debemos hacer buenas obras? El Señor Jesús nos dice cómo: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos». La clave para hacer nuestra justicia correctamente es no hacerla para ser vistos de ellos. Somos exhortados a hacer buenas obras, a ayudar al prójimo; esto es un hecho ineludible. Pero una buena obra se puede distorsionar y convertirla en una forma de ganar reputación o fama personal, de impresionar a los demás, de hacer buenas obras con la motivación equivocada. Aquí específicamente significa que muchos judíos, particularmente, los adinerados y líderes religiosos de Israel gustaban de hacer buenas obras solamente para ser vistos por los hombres. Esa era su motivación: en realidad no hacían sus obras de justicia para dar, sino para recibir. Es decir, ayudaban para recibir el reconocimiento de los demás. Así pues, ellos distorsionaban las obras de justicia. Pero esa es la inclinación de cada uno de nosotros, y debemos guardarnos de eso.
Quien hace sus obras de justicia de esa manera, solamente recibirá la recompensa que buscaban, es decir, ser vistos por los hombres, ser reconocidos como generosos, como dadivosos, como ayudadores de los demás. Sí, en efecto, esa es su recompensa, y la reciben. Reciben recompensa de los hombres. Pero Jesús advierte nuevamente: «de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos». Así es, las personas que así practican su justicia no recibirán recompensa del Padre celestial. La recompensa del Padre es la que vale la pena, pero es la que menos querían muchos judíos en tiempos de Jesús, y es la que muchos actualmente no quieren. Solo quieren la recompensa de los hombres.
Aclaración: Mateo 6:1 nos da el principio general de cómo deben hacerse las obras de justicia. De Mateo 6:2-18 menciona tres obras de justicia particulares: la limosna, la oración y el ayuno. A continuación, examinaremos cómo los hijos del Reino deben poner en práctica estas tres obras de justicia. Empecemos con la limosna.
Dar limosna sin hipocresía (Mateo 6:2)
El Señor Jesús dice: «Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados de los hombres». Dar limosna es un acto de piedad y compasión en que se ayuda al prójimo necesitado y empobrecido. Esta ayuda al prójimo necesitado era un mandamiento de Dios para su pueblo en el Antiguo Testamento. Veamos unos ejemplos:
Éxodo 23:10-11: «Seis años sembrarás tu tierra, y recogerás su cosecha; mas el séptimo año la dejarás libre, para que coman los pobres de tu pueblo».
Levítico 19:9-10: «Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios».
Tristemente, por lo que Jesús dice aquí en este pasaje hasta esta piadosa y encomiable obra caritativa de ayudar al pobre había sido torcida por los judíos religiosos. De algo bueno y requerido por Dios hicieron algo malo: en lugar de ayudar de corazón sin recibir nada a cambio, ellos por medio de las limosnas buscaban más bien recibir que dar; recibir gloria y alabanza para sí mismos en lugar de ayudar genuinamente al prójimo pobre y glorificar a Dios.
La forma particular en que distorsionaban el uso de la limosna era el exhibicionismo. Jesús dice «no hagas tocar trompeta delante de ti», es decir, no publiques a los cuatro vientos lo que vas a hacer para ayudar a tu hermano necesitado. Aunque es posible que estas palabras de Jesús no deban tomarse literalmente en el sentido de que los judíos hacían tocar trompetas, la idea detrás de la expresión es cierta: no tenemos que dejar saber a todo mundo que vamos a ayudar al pobre. Este exhibicionismo, este buscar recibir alabanza, esta egolatría queda reforzada porque Jesús dice después: «como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles». Sí, ayudar al pobre mediante limosnas buscando tu propia fama, alabanza y gloria era actuar hipócritamente. Un hipócrita es alguien que actúa representando un papel diferente a él mismo. Es decir, al dar limosna lo hace con la motivación equivocada y pecaminosa de que la gente se fije en él o ella para ser alabado por los hombres, y no para ayudar de corazón al necesitado. No es malo ayudar al prójimo; lo malo es hacerlo con la intención expresa «para ser alabados por los hombres».
Esta hipocresía exhibicionista queda reforzada cuando Jesús dice: «en las sinagogas y en las calles». Es decir, los hipócritas buscaban los lugares de concurrencia, donde la gente podía ver lo que hacían. Las sinagogas eran los templos judíos donde se congregaban para adorar a Dios. Así, los hipócritas aprovechaban la presencia de todos para dar sus limosnas, para que fueran vistos y alabados. La palabra «calles» hace referencia a un cruce de caminos, es decir, a una intersección donde la gente se juntaba y así muchos podían ver las limosnas que daban los hipócritas. ¿Ha cambiado esa motivación pecaminosa de dar limosnas en nuestro tiempo? Creo que no. Nosotros también podemos caer en esta trampa pecaminosa de dar limosnas, de ayudar al prójimo necesitado para ser vistos de los hombres y recibir alabanza. Si esa es nuestra motivación, Jesús nos dice que somos hipócritas que solamente estamos buscando nuestra propia gloria y reputación, y no la gloria de Dios y la ayuda del prójimo.
Jesús dice al final de Mateo 6:2: «De cierto os digo que ya tienen su recompensa». La expresión «de cierto os digo» que usa Jesús significa: «lo que voy a decir es importante y cierto; no hay duda alguna. Lo que voy a decir se cumplirá». En efecto, es seguro que los hipócritas ya tienen su recompensa. La idea que comunica la palabra recompensa es que los hipócritas reciben su salario completo, su paga completa. Y claro que ellos reciben completamente lo que buscan: la gente los veía, los admiraba, los reconocía y los alababan. Esa era su recompensa. Una recompensa humana, una recompensa de hombres, pero ninguna recompensa de Dios.
Las palabras de Jesús nos recuerdan una realidad lamentable y desesperante: la gente prefiere recibir una recompensa humana, al grado de rechazar la recompensa divina; y además la buscan desesperadamente, se esfuerzan en recibir la aprobación y alabanza de la gente. De hecho, el mundo no cristiano tiene como meta el reconocimiento de los hombres, y esta idea se ha metido tan adentro de la comunidad cristiana. Muchos cristianos buscan fama y reputación, buscan ser alabados de muchas maneras, y creo que ahora hay más formas de hacerlo que antes. Se busca la alabanza de los hombres por medio de obras caritativas que se anuncian en la televisión, en la radio, en el internet, en las redes sociales, etc. ¿Es malo ser reconocido y aprobado por los demás por buenas obras? No necesariamente, pero cuando eso que es secundario se torna en lo primario, cuando se vuelve nuestra meta al grado que despreciamos la recompensa de Dios, entonces es pecado y pecado grave.
Dar en secreto (Mateo 6:3-4)
A continuación, nuestro Maestro dice: «Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público». Las limosnas son acciones de piedad que brotan de un corazón compasivo al ver la necesidad del prójimo. El que da limosna, el que hace una obra caritativa siente la necesidad de dar; comprende que, así como Dios le da todo, y lo ha rescatado de su miseria más profunda, él o ella también debe ayudar sin esperar recompensa.
Por eso Jesús dice: «Mas cuando tú des limosna», es decir, nuestro Maestro no está en contra de ayudar al necesitado, no está en contra de las limosnas. Presupone que cada uno de nosotros será caritativo. Y esto hay que enfatizarlo: un verdadero creyente no es solo el que tiene mucho conocimiento, el que lee mucho, el que sabe debatir o criticar a los demás, sino es uno que también está deseoso de ayudar a los demás. Pero actualmente, así como muchos cristianos dan por una motivación equivocada, muchos cristianos nunca dan nada, nunca ayudan, nunca piensan en la necesidad de los demás. Así pues, no se nos debe escapar de nuestro pasaje que Jesús no solo reprende a los que dan por razones malas, sino también los que cierran su corazón y nunca ayudan al prójimo.
Pero Jesús también nos enseña la forma correcta de dar limosnas: «no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto». La forma correcta de ayudar al prójimo en su necesidad es hacerlo en secreto, discretamente, disimuladamente; al contrario de como lo hacían los líderes religiosos de Israel que hacían tocar trompeta delante de ellos, es decir, que lo hacían público, lo daban a conocer a todos y lo hacían en los lugares concurridos. Creo que la ilustración que usa el Señor Jesús sobre las manos tiene la idea que al ayudar al necesitado, en ese momento debemos olvidar que lo hicimos para que no empiecen a meterse ideas incorrectas en nuestro corazón. El cristiano debe ser prudente y humilde a la hora de dar; debe reconocer que lo que tiene, mucho o poco, lo ha recibido del Padre celestial; nada lo ha ganado con la fuerza de su brazo, sino que su Padre se lo regalado en su infinita misericordia.
Pero dar en secreto es una de las cosas más difíciles de hacer ya que por naturaleza queremos ser exhibicionistas, queremos ser vistos de los hombres, queremos ser alabados por los hombres, queremos recibir la recompensa de los hombres. Pero piensen en la vida y ministerio de nuestro Señor Jesucristo: nació en un lugar despreciable, tuvo que huir de noche por su vida a Egipto, no sabemos nada de lo que hicieron en Egipto, al regresar con sus padres a Israel se fue a vivir a una aldea completamente desconocida al grado que muchos pensaban que Nazaret en realidad nunca había existido. No nació ni creció en la gran Jerusalén, en medio del centro del país y de la religión judía, entre los escribas y fariseos, sino en una región montañosa despreciada. Su ministerio lo realizó en su mayor parte en Galilea, tierra de gentiles, de oscuridad y paganismo. A cuántos cristianos se les olvida ese hecho de la vida de Jesús. No busquemos ser vistos de los hombres, sino hagamos todo para Dios y no para los hombres (Gálatas 1:10).
Pero si damos nuestras limosnas u obras caritativas en secreto, ¿alguien lo notará? Claro que sí. Jesús dice: «y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público». De estas palabras aprendemos que Dios es nuestro Padre. Él es el Padre de todos los creyentes por medio del Señor Jesucristo. Y como buen Padre, el mejor de todos los padres, está siempre atento a todo lo que sus hijos hacen. Nunca pasa por alto una acción realizada por sus hijos (Salmo 35:15-17; 1Pedro 3:12).
Por otro lado, las palabras de Jesús nos recuerdan que Dios Padre es omnisciente, es decir, sabe todas las cosas. Lo que los hombres no pueden ver ni saber, Dios sí lo sabe. Como Padre celestial sabe lo que sus hijos hacen en todo el mundo, en cualquier en que se encuentre y a cualquier hora. Sabe lo que hacemos simultáneamente aquí en California y lo que hacen nuestros hermanos en Ecuador, Perú, China, etc.
El conocimiento de Dios no está limitado a lo que hacemos en público, Él ve «en lo secreto». El Padre conoce nuestros corazones, conoce cuáles son las intenciones del corazón (1Crónicas 28:9; Hebreos 4:13; 1Corintios 4:5). Esto nos alerta ante el hecho de que de Dios no podemos las verdaderas motivaciones de por qué hacemos las cosas. Podemos engañar a los hombres, pero no a Dios. Segundo, nos consuela saber que, aunque los hombres no valoren y ni siquiera tomen en cuenta lo que hacemos, hay uno que siempre lo toma en cuenta, y ese es nuestro Padre celestial. Él ve la intención del corazón y se deleita en nosotros por su gracia. Y es que en la vida también encontramos la mejor de las satisfacciones cuando nuestros padres toman en cuenta lo que hacemos, cuando nuestros hijos nos agradecen por lo que hacemos por ellos, cuando un verdadero amigo aprecia todo lo que haces por él o ella. La verdadera satisfacción proviene de aquellos que te aman y aprecian de corazón.
Pues, en esta línea, no hay nadie que nos ame más que nuestro Padre celestial, no hay nadie más cercano a nosotros que nuestro Padre celestial. Y además de ver lo que hacemos en secreto, sin publicarlo a los cuatro vientos, Él en su gracia nos recompensará. Sí, su recompensa que satisface el corazón, que satura nuestra vida de alegría. Tanto el dador hipócrita como el dador sincero reciben su recompensa. La diferencia radica en el tipo de recompensa que recibimos: una recompensa meramente humana o una recompensa divina. Recompensa de los hombres o recompensa del Padre celestial.
Y aquí es bueno aclarar que nuestros corazones nunca están libres de malos motivos completamente, siempre se esconde algún sentimiento de auto gratificación, de darnos palmaditas en el hombro como diciendo que somos buenos. En otras palabras, no somos recompensados porque nuestras acciones sean completamente puras, al grado de que pensemos que sean meritorias, sino que son recompensadas a pesar de no ser del todo puras y limpias. Nuestro Padre por medio de Cristo las ve como puras, santas y limpias.
Y la recompensa la podemos recibir ya en vida. Podemos disfrutar de la bendición de Dios al estar unidos en la familia, al pertenecer a una iglesia en la que recibimos enseñanza y predicación sana del Evangelio y disfrutamos de comunión con hermanos y hermanas en Cristo; el Padre nos recompensa al proveer para todas nuestras necesidades; pero, sobre todo, al saber que todos nuestros pecados han sido perdonados, que ya no estamos bajo condenación y que tenemos la garantía de la vida eterna por los méritos de nuestro Señor Jesucristo.
Aplicación
¿Cómo debemos hacer nuestra justicia? No para ser vistos de los hombres, no publicando a medio mundo que vamos a ayudar al prójimo, haciéndolo en secreto, con prudencia y humildad, y todo esto porque nuestro Padre celestial conoce nuestras verdaderas motivaciones, y nos recompensa por la obra de Cristo con bendiciones que disfrutamos ya en este mundo, pero que esperamos recibirlas plenamente en la eternidad. Amén.
[Esta predicación se dio en el servicio de adoración de la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 25 de diciembre del 2022. Todo el servicio se puede ver en el canal de YouTube.)