Primero el Evangelio – 1
Primero el Evangelio
La misión en obras misioneras
Wayne Johnson
Un amigo me contó una vez que visitó su antiguo seminario en Filadelfia. Un profesor, ya jubilado, había contribuido a forjar su ministerio, y preguntó dónde podía encontrarle. Le indicaron cómo llegar a su casa, pero al girar la calle, se detuvo en seco. Allí, sentado en la acera, rodeado de niños del vecindario, estaba el venerable Cornelius Van Til, contando historias bíblicas sobre Jesús.
¿Qué tiene eso que ver con las misiones reformadas? Todo.
Lo digo porque las misiones tienen que ver con el Evangelio, y si no es así, fracasarán. De hecho, cuanto antes fracasen, mejor. Cuando el carcelero de Filipos le preguntó a Pablo, «¿Qué debo hacer para ser salvo?» (Hch 16:30), Pablo no le explicó la doctrina de la elección, ni entró en una discusión sobre cómo sus ideas sobre la iglesia eran superiores a las de algunas de aquellas personas de Jerusalén. Pablo no estaba allí para hacer prosélitos sectarios, estaba allí para llevar la buena nueva. «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa» (Hch 16:31).
Creo que la imagen del estimado profesor de Apologética, sentado en la acera hablando a los niños sobre Jesús, es un excelente recordatorio para permanecer en la misión. No puedo contar las veces que he fracasado estrepitosamente a la hora de presentar el Evangelio y, en cambio, me he desviado hacia la presentación de la superioridad de la teología y la práctica reformadas.
No me malinterpreten. La teología y la práctica reformadas son superiores. Puede y debe guiar nuestro discipulado de nuevos conversos, pero primero debe haber nuevos conversos. Con demasiada frecuencia, lo que llamamos misiones es simplemente un intento de atraer a personas ya convertidas y, preferiblemente, ya reformadas. Somos espigadores en el campo, no sembradores y segadores. Entonces, ¿cómo cambiamos esto? ¿Cómo atraemos a la gente, no sólo a una institución con normas y tradiciones, sino a Cristo? ¿Podemos realmente plantar iglesias reformadas de esta manera?
Podemos y debemos hacerlo. Empezando por poner el Evangelio en primer lugar. Eso significa que dejamos de intentar convertir a la gente a la iglesia y nos centramos, en cambio, en la conversión de los perdidos a Cristo. Habrá toda una vida de discipulado para ocuparse de todo lo demás. Además, a diferencia de los visitantes descontentos de la iglesia de la calle de abajo, la iglesia tendrá el interés del nuevo converso de someterse a la Palabra y a los Sacramentos.
Si queremos primero el evangelio, eso significa llevar la buena nueva a los inconversos. ¿Cómo cambiará esto el aspecto de nuestras obras misioneras? Obviamente, pasaremos menos tiempo tratando de encontrar a esa nueva familia reformada que acaba de mudarse a la ciudad, y mucho más tiempo hablando con todos los demás. Pero ¿cómo lo hacemos exactamente? Es obvio que no podemos enseñarnos a nosotros mismos lo que no sabemos, pero tenemos denominaciones hermanas que están teniendo éxito plantando nuevas iglesias. Tenemos que estudiar lo que están haciendo, asistir a sus conferencias misioneras y pedir al Señor que nos abra los ojos. Hablé con un director de misiones que me dijo que buscan oportunidades para plantar iglesias donde puedan construir una congregación de «trescientos a quinientos». Es más, «queremos que esa nueva iglesia tenga ADN de plantación de iglesias», lo que significa que esa iglesia plantaría otras. Es obvio que hay algo más en juego que simplemente reunir a los ya convertidos.
Pero, un momento, ¿no deberían nuestras iglesias existentes estar también a la vanguardia del Evangelio? ¿Acaso también solo estamos esperando a que nos encuentre esa nueva familia reformada de la ciudad? ¿Es así como «crecemos»? Se necesita un esfuerzo consciente para cambiar nuestra forma de pensar y reconocer que el único crecimiento real de la iglesia es cuando nuevas almas son ganadas para Cristo. Entonces, ¿cómo lo conseguimos?
Encuentros evangélicos. Simplemente diles lo que sabes.
«Oraré por ti» puede ser la promesa menos cumplida en la iglesia de hoy, pero cuando se trata de que nuestra iglesia local se convierta en una iglesia centrada en el evangelio, no va a suceder a menos que oremos, individual y colectivamente, para que Dios abra nuestros ojos, y libere nuestro tiempo. Significa que empezaremos a planear encuentros evangélicos con los inconversos. ¿Qué aspecto tiene eso? Dímelo tú. Creo que se puede empezar por hacer preguntas capciosas a los que Dios te pone delante cada día: el plomero, el peluquero, el compañero de trabajo. Haz una lista, y luego resuelve averiguar si esas personas son cristianas. (No esperes a llegar al cielo para averiguarlo, necesitas saberlo ahora).
Primero que nada, casi siempre cambiará tu relación con esa persona para lo mejor. Si resultan que son cristianos, diles lo que haces y pídeles que oren por ti al darles una lista de lo que haces.
Con demasiada frecuencia, lo que llamamos misiones es simplemente un intento de atraer a personas ya convertidas y, preferiblemente, ya reformadas. Somos espigadores en el campo, no sembradores y segadores. Entonces, ¿cómo cambiamos esto? ¿Cómo atraemos a la gente, no sólo a una institución con normas y tradiciones, sino a Cristo?
Mi pregunta inicial suele ser: «¿Creciste yendo a la iglesia?». Nunca he tenido a nadie que se oponga a esa pregunta, y suele dar lugar a una conversación productiva. Puede que acabes animando a un reincidente a volver a su iglesia, o puede que tengas la oportunidad de invitar a un creyente sin iglesia a visitar la tuya. Ah, pero ¿qué pasa con los demás, aquellos que no tienen antecedentes eclesiásticos, los que se han alejado de la iglesia, los no creyentes declarados o aquellos de otras religiones no cristianas?
He aquí la buena noticia al respecto. No tienes que ser un teólogo para la parte que sigue. No estás llamado a ser un niño prodigio de la teología, simplemente estás llamado a ser un testigo. Un testigo de un accidente de coche no tiene que explicar cómo funciona un motor de combustión interna, sólo tiene que contar lo que pasó. Y eso es todo lo que estás llamado a hacer. Contar lo que pasó.
La siguiente parte no trata de por qué su iglesia es diferente de la iglesia católica romana o de la bautista de la calle de al lado. De hecho, no se trata de la iglesia, en absoluto. Se trata de Jesús.
Ya sea que digas «No crecí siendo cristiano…» o «Fui criado cristiano…» el final de esa oración es «…pero un día Dios me convenció de lo terrible pecador que era. La idea de que algún día tendría que responder ante Dios por todas las cosas terribles que había dicho o hecho, me agobiaba. Pero entonces recordé algo que me habían dicho. Espero que no te importe que te lo diga. Recuerdo que toda la razón de la Navidad, la Pascua y todo eso era que Dios envió a su Hijo Jesús para nacer como una persona real, pero a diferencia de mí, Él viviría una vida completamente libre de pecado, y luego tomaría mi lugar, y mi castigo por todos mis pecados y pagaría por ellos muriendo en la cruz; que mis pecados son perdonados si sólo confío en Jesús. Parece increíble, ¿verdad?».
Y así es. Eso es primero el Evangelio. Jesús tomó mi lugar y murió por mis pecados. ¿No es asombroso? Y todo lo que hiciste fue ser testigo de lo que experimentaste. Como creyente, tuviste un corazón quebrantado y contrito por tu pecado, y Dios en su misericordia te predicó el evangelio de la reconciliación, ya sea en la iglesia, por un amigo, o en las rodillas de tu madre. Dios te dio gracia para responder en fe, y confiar en Cristo y Su obra expiatoria para la salvación de tu alma.
Lo que ocurra a continuación en esa conversación será, casi con toda seguridad, positivo. O bien tu conocido retomará la conversación en ese punto, o no. En cualquier caso, todo saldrá bien. ¿Por qué lo digo? Porque la Biblia dice que uno planta, otro riega, pero Dios da el crecimiento. Si tú estabas plantando o regando, no lo sabrás, pero es el Espíritu Santo el que debe obrar en el corazón del inconverso. Si tu conocido no parece interesado, dile: «Te agradezco que me escuches, y si alguna vez quieres hablar de ello, házmelo saber». Y sí, independientemente de cómo haya ido esa conversación, conviértala en un asunto de oración. Pídele al Señor que trabaje en su corazón, que les dé el don de la fe.
Ahora, imagina que todos en tu iglesia hicieran una lista de diez personas con las que ocasionalmente tienen contacto, pero que no saben si son creyentes. Veamos, una iglesia de unos cincuenta creyentes multiplicados por diez es igual a quinientas personas escuchando el evangelio de alguien que conocen. Imagina si eso sucediera en un periodo de uno a dos meses. Pasa tiempo como una familia de la iglesia orando para que Dios presente oportunidades de comunicar el evangelio directamenet con estas personas. Ahora, imagina una iglesia de cien o de ciento cincuenta haciendo eso.
Y ahora, imagina si lo haces solo. ¿Sería tan malo si dentro de un mes ves la gracia de Dios obrando en la vida de alguien, llamándolo al arrepentimiento y a la fe? La Biblia dice que hay regocijo en la presencia de los ángeles en el cielo por la conversión de un alma perdida. Eso debería ser suficiente audiencia para cualquiera de nosotros.