El deseo por el martirio de Ignacio de Antioquía
Enero 16, 2023
Id. de artículo: JAF2441 | Por: Matthew M. Kennedy – Traductor: Valentín Alpuche
Este artículo apareció por primera vez en el Christian Research Journal, volumen 44, número 01 (2021). Para obtener más información o suscribirse al Christian Research Journal , haga clic aquí.
«De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará» (Juan 6:26-27).1 Jesús pronunció estas palabras ante una multitud de más de 5.000 personas delante de la cual el día anterior había tomado cinco panes y dos peces y había alimentado a toda la muchedumbre (Mateo 14:13-21). Comprensiblemente, en un mundo sin supermercados en el que la posibilidad de morir de hambre se cernía sobre la cosecha de cada año, el milagro de Jesús parecía una panacea. «Danos siempre este pan», exigieron (Juan 6:34). Debe haber parecido excepcionalmente cruel que Jesús, que podía alimentarlos con una palabra, se negara a hacerlo, dirigiéndolos, extrañamente, hacia sí mismo como el pan verdadero y duradero.
Como dijo C. S. Lewis, somos animales espirituales2 con apetitos bestiales por comida, bebida y sexo, pero con la eternidad puesta en nuestros corazones: un anhelo que las comidas terrenales no pueden saciar. Esta dualidad significa que siempre somos propensos a la confusión. El anhelo nos dice que nuestras almas inmortales requieren alimento eterno. Pero exigimos placeres terrenales, logros más altos, casas espaciosas y bolsas desbordantes, creyendo que esto nos saciará.
Incluso el cristiano cae en esta confusión. Existen ministerios enteros que se basan en la mentira de que, a usted, el cristiano, no le debe faltar nada. Dios nunca trae dolor, hambre, tristeza, enfermedad; solo prosperidad y salud. Sufrir es un fracaso espiritual debido a tu propia falta de fe. O, mas bien, no has dado lo suficiente. Aquellos que enseñan tales cosas niegan el uso que Dios hace de la necesidad y el sufrimiento para desligar el alma de este mundo y unirla a Su Hijo. Esta es una oscura verdad para los cristianos occidentales del siglo XXI para quienes la comodidad es la norma.
Mientras que los cristianos bautizados dentro de los primeros 300 años después de la muerte y resurrección de Jesús nacieron en una iglesia despreciada por el pueblo y perseguida por el estado. Cuando el desastre, el hambre o la plaga golpeaban, la gente culpaba a la obstinada negativa de los cristianos de honrar a los dioses, provocando así su ira. El hecho de que los cristianos rechazaran el culto al emperador divino indicaba una deslealtad traidora a los ojos de los funcionarios imperiales. Las olas de persecución que inundaron la Iglesia durante esos años variaron en ferocidad y extensión, pero el cristiano nunca estuvo a salvo.
Un testimonio de la era apostólica
Pocos mártires han contado, abrazado y realmente saboreado el alto costo del discipulado más que Ignacio de Antioquía. Ignacio nació en algún momento entre el año 35 y el 50 d.C. Las fechas sugeridas para su martirio varían de 108 a 140 d.C., aunque la datación precisa es imposible. La mayoría está de acuerdo, sin embargo, en que Ignacio estaba vivo durante la era apostólica. La tradición indica que él, junto con su contemporáneo más joven Policarpo, obispo de Esmirna, se sentó bajo la enseñanza del apóstol Juan.3 De Policarpo, Eusebio cita una carta de Ireneo de Lyon a Florino, ahora perdida: «Recuerdo los acontecimientos de ese tiempo más claramente que los de los últimos años … de modo que puedo describir el mismo lugar en el que el bienaventurado Policarpo se sentaba mientras hablaba, y sus salidas y sus venidas, y la manera de su vida, y su apariencia física, y sus discursos a la gente, y los relatos que dio de sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor».4
Suponiendo que la tradición es correcta, Ignacio conocía a hombres que habían visto a Jesús con sus ojos, lo habían escuchado con sus oídos y lo habían tocado con sus manos, hombres que fueron testigos oculares de la resurrección. La derrota de la muerte por Jesús no era un acontecimiento antiguo y remoto, sino el evento trascendental de ese tiempo.
Ignacio no solo aprendió de los apóstoles cara a cara, sino que su correspondencia admite el acceso al menos a algunos de los documentos del Nuevo Testamento. Ya los escritos apostólicos eran muy venerados por poseer una autoridad suprema junto con las Escrituras del Antiguo Testamento, y en sus cartas, Ignacio alude y/o cita tres de los cuatro Evangelios y varias de las epístolas de Pablo.5
Ignacio parece haberse convertido en obispo de Antioquía en la provincia romana de Siria, en algún momento alrededor del año 70 dC.6 Fue en Antioquía donde Pablo y Bernabé nutrieron a la primera congregación compuesta tanto de judíos como de gentiles. La iglesia de Antioquía sirvió como base para los viajes misioneros posteriores de Pablo a los gentiles. Eusebio afirma que Pedro sirvió como el primer obispo de Antioquía.7 Si es así, Ignacio parece haber seguido al sucesor inmediato de Pedro, Evodio.8
Persecución
Ignacio sirvió casi cuarenta años en relativa paz. Pero probablemente hacia el final de la primera década del siglo II, durante el reinado del emperador Trajano, Ignacio entró en conflicto con el Imperio. Las persecuciones bajo Trajano no fueron ni tan generalizadas ni tan brutales como las de los emperadores posteriores. Sin embargo, bajo Trajano, aquellos identificados creíblemente como cristianos debían renunciar a su fe ante un magistrado romano o enfrentar tortura y muerte. No tenemos ningún registro contemporáneo de los acontecimientos que condujeron al arresto de Ignacio. Lo más probable es que alguien lo identificara como cristiano ante los funcionarios imperiales. Lo arrestaron, lo examinaron y le exigieron que renunciara a su fe. Él se negó. Por lo tanto, fue atado con cadenas y enviado a Roma para su ejecución.
Los eruditos no están seguros de por qué Ignacio fue enviado a Roma en lugar de ser ejecutado en Siria. Tal vez Trajano quería matar a prominentes líderes cristianos en la ciudad capital como una advertencia pública y ejemplar. Stevan Davies sugiere que el gobernador de Siria estaba de viaje cuando Ignacio fue arrestado. Como solamente un gobernador o el emperador podían ordenar la sentencia de muerte, los magistrados locales lo enviaron a Roma.9 El medio de transporte más rápido y barato era por mar. Ignacio, sin embargo, por razones desconocidas, fue transportado por tierra, un viaje que duró varios meses. A lo largo de la ruta fue recibido por congregaciones cristianas que le deseaban lo mejor.
Aunque se refiere a sus captores como «leopardos… que solo empeoran cuanto mejor los tratas»,10 sin embargo, permitieron que Ignacio se reuniera y pasara mucho tiempo con visitantes y amigos. Sabemos de dos largas pausas en el viaje, la primera en Esmirna, donde Ignacio visitó a su amigo Policarpo, y la segunda en la ciudad portuaria de Troas, donde esperaban el transporte marítimo a través del mar Egeo a Grecia. Ignacio escribió cuatro de sus famosas siete cartas desde Esmirna y tres desde Troas. Seis fueron dirigidas a congregaciones, una a su amigo Policarpo. De las seis, cinco estaban dirigidas a iglesias que había visitado en su viaje. Una, su carta a Roma, escrita desde Troas, estaba dirigida a la iglesia en la ciudad donde esperaba ser martirizado.
«¡Dejadme solo!»
Imagina que has sido llevado a la fuerza en un largo y arduo viaje hacia una ciudad donde estás casi seguro de que serás entregado para ser devorado por bestias salvajes. ¿Cómo orarías? Si tuvieras amigos influyentes en la ciudad, ¿qué les pedirías? Ignacio escribe a la iglesia romana: «Las cosas han tenido un buen comienzo. ¡Que tenga la suerte de enfrentar mi destino sin interferencias! Lo que temo es su generosidad que puede resultar perjudicial para mí. Porque ustedes pueden hacer fácilmente lo que quieran, mientras que será difícil para mí llegar a Dios a menos que me dejen en paz».11
El propósito por el cual Ignacio escribe a Roma es para suplicar a sus amigos que no intervengan. Pueden hacer «fácilmente» lo que quieran, es decir, facilitar su liberación, pero si lo hacen, la oportunidad de Ignacio de «llegar a Dios» se verá frustrada. «Llegar a Dios» es una frase curiosa. Ignacio la usa a lo largo de su carta. Él por supuesto, está ya con Dios en el sentido de que el Espíritu mora dentro de él. Se refiere a sí mismo como «teóforo» o «portador de Dios».12 Pero Ignacio, con Pablo, sabe que estar ausente del cuerpo es estar presente con el Señor (2Corintios 5:8). Mientras tanto, tiene el anticipo del banquete, pero no la fiesta en sí. Él escribe: «Si me dejan en paz en silencio, la gente verá en mí la Palabra de Dios. Pero si están enamorados de mi mero cuerpo, yo, por el contrario, seré un ruido sin sentido».13 Ignacio parece tener en mente el principio que Pablo articula en 2Corintios 4:11, «Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal». Por su muerte en la arena, Ignacio confía en que Cristo la Palabra pueda manifestarse en su carne. Pero si hay disputas sobre su caso y se le niega su martirio, habrá ruido en lugar de discurso, confusión en lugar de gloria.
Por esa razón, suplica: «Dejadme ser alimento para las bestias salvajes, ya que así es como puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios y estoy siendo molido por los dientes de las bestias salvajes para hacer un pan puro para Cristo».14 Ignacio compara su terrible experiencia con el grano triturado bajo una piedra de molino. Las bestias lo molerán, separando el trigo de la paja. La arena, del mismo modo, se convierte en un horno donde emergerá «un pan puro para Cristo». Mientras sigue escribiendo, su lenguaje se vuelve aún más visceral:
¡Qué emoción tendré de las bestias salvajes que están listas para mí! Espero que terminen pronto conmigo. Las convenceré para que me coman de inmediato y no se detengan, como sucede a veces, porque tienen miedo. Y si son reacias, las obligaré a hacerlo… Que nada visto o no visto se interponga en mi camino hacia Jesucristo. Venga el fuego, la cruz, la lucha con bestias salvajes, el desgarro de los huesos, el destrozo de las extremidades, el aplastamiento de todo mi cuerpo, las crueles torturas del diablo, ¡solo dejadme llegar a Jesucristo!15
El lenguaje parece obsesivamente morboso al principio, como si Ignacio albergara una preocupación morbosa por su propio dolor. Pero no, el sufrimiento por sí solo no le da emoción. Reconoce el sufrimiento como el corredor por el que debe pasar para llegar a Cristo. En Su luz, la muerte se convierte en vida, el camino de la cruz es el camino de la gloria. Él escribe: «Prefiero morir y llegar a Jesucristo, que reinar sobre los confines de la tierra. Eso es lo que estoy buscando, Aquel que murió por nosotros. Eso es lo que quiero, Aquel que resucitó por nosotros. Estoy pasando por los dolores de parto».16 Para alguien ligado a Cristo y su resurrección, la agonía de la muerte se convierte en los dolores de parto.
Danos más pan, exigía la multitud. Jesús mismo se les ofreció en lugar de pan. La gente se negó. Muchos discípulos profesantes se alejaron. Solo quedaron los doce. «¿A dónde iremos?», le preguntó Pedro a Jesús, «tú tienes palabras de vida».17 Es posible que no hayan entendido todo lo que Jesús enseñó ese día. Pero sabían que debían tener a Jesús, que Él es el verdadero pan por quien estaban dispuestos a perder sus vidas.
Ignacio aprendió bien de los apóstoles. Hacia el final de la carta a los Romanos, concluye el asunto: «Mi deseo ha sido crucificado y no arde en mí ninguna pasión por las cosas materiales. Hay agua viva en mí, que habla y dice dentro de mí: ‘Ven al Padre’. No me deleito en la comida corruptible o en las delicias de esta vida. Lo que quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que nació del linaje de David; y para beber quiero su sangre, ¡una fiesta de amor inmortal!»18
Los cristianos no necesitan mirar a la muerte con tanto entusiasmo. La muerte es, de hecho, el gran enemigo, y donde se puede evitar fielmente, es bueno hacerlo. Pero tampoco debemos dejarnos engañar por lo que probamos, lo que tocamos, lo que disfrutamos o logramos. Estas cosas, incluso las buenas, no pueden perdurar y finalmente no satisfarán. No debemos desesperarnos cuando nos las quitan, ni temer a lo que viene. Con Ignacio, oro para que todos podamos decir: «Lo que quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo… y para beber quiero su sangre».
El Reverendo Matthew M. Kennedy (M.Div, VTS) es el rector de la Iglesia del Buen Pastor en Binghamton, Nueva York.
NOTAS
- A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras son de RV60.
- C. S. Lewis, The Screwtape Letters (San Francisco: Harper Collins Press, 2001), 37–38.
- B. O’Connor, “St. Ignatius of Antioch”, en The Catholic Encyclopedia, ed. Kevin Knight (Nueva York: Robert Appleton Company, 2020), http://www.newadvent.org/cathen/07644a.htm.
- Eusebio de Cesarea, “The Church History of Eusebius”, en Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, 1, 2nd series, eds. Philip Schaff y Henry Wace (Peabody, MA: Hendrickson Press, 1999), 238–39.
- Graham Harter, “Ignatius of Antioch’s New Testament”, etimasthe, 22 de noviembre de 2018, https://etimasthe.com/2018/11/22/ignatius-of-antiochsnew-testament/.
- “Patriarchs of Antioch”, Recursos ortodoxos sirios, última modificación el 21 de marzo de 2014, http://syriacorthodoxresources.org/Patriarchate/PatriarchsChronList.html.
- Eusebio, “Church History”, págs. 166–67.
- O’Connor, “Saint Ignatius of Antioch”.
- Stevan Davies, “The Predicament of Ignatius of Antioch,” Vigiliae Christianae 30, no. 3 (septiembre de 1976): 175–80.
- Ignacio de Antioquía, Letter to the Romans 5, trad. Cyril C. Richardson, Christian Classics Ethereal Library, https://ccel.org/ccel/richardson/fathers/fathers.vi.ii.iii.iv.html.
- Ignacio, Letter to the Romans
- Ignacio, Letter to the Romans
- Ignacio, Letter to the Romans
- Ignacio, Letter to the Romans
- Estoy parafraseando Juan 6:68.
- Ignacio, Letter to the Romans 7.