El sufrimiento del cristiano
El dueño de la iglesia, nuestro Señor Jesucristo, sufrió todo el tiempo, pero especialmente al final de su vida (Catecismo de Heidelberg, DS 15, p. 37). Los primeros cristianos en Jerusalén y en territorio gentil sufrieron asimismo por su fe en Jesús. El ministerio y apostolado de Pablo estuvo caracterizado por el sufrimiento; de hecho, él confirmaba los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe, diciéndoles: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22). Los primeros dos siglos de la iglesia antigua estuvieron marcados por el martirio, el sufrimiento, la persecución, a veces más y a veces menos. Nuestros hermanos reformados del siglo XVI fueron brutalmente perseguidos por los enemigos del evangelio y muchos sellaron su fe con el martirio.
El sufrimiento, contrario a lo que piensa nuestra sociedad actual, es parte de la vida de todos los seres humanos, pero lo es, particularmente de la vida cristiana. Bíblicamente hablando, el sufrimiento no es un accidente o algo extraño a los hijos de Dios, pero el sufrimiento no es un fin en sí mismo. El sufrimiento es un medio poderoso en las manos de Dios para santificarnos.
Hemos citado ya Hechos 14:22 donde el apóstol Pablo dice que las tribulaciones son necesarias para entrar en el reino de Dios. La expresión “es necesario” sugiere que los sufrimientos no los podemos evitar, por mucho que lo intentemos. Y si son necesarios es porque los necesitamos en la vida cristiana. ¿Necesitamos los sufrimientos? ¿En serio? Sí, aunque suene difícil de aceptar. Es más, si son necesarias las tribulaciones significan que son buenas para nosotros. Tal vez, frunza el ceño al leer que los sufrimientos son necesarios y buenos para nosotros.
Regresando a Hechos 14:22, Pablo dice que sin las tribulaciones, sin los sufrimientos no podemos entrar en el reino de Dios; así que, si quiere entrar en el reino de Dios, debe sufrir. Déjeme decirle que la madurez de un cristiano, hombre o mujer, se mide, entre otras cosas, por aceptar los sufrimientos que Dios envía a su vida. Por regla general, todos sufrimos, sea usted cristiano o no ya que vivimos en un mundo de pecado, y entre las muchas consecuencias del pecado se encuentran los sufrimientos.
Romanos 5:3 incluso sacude nuestra vida cómoda y reposada al decir que “nos gloriamos en las tribulaciones”. ¿Pensaba usted que ya era demasiado decir que los sufrimientos o tribulaciones son necesarios y útiles? Pues hay más: debemos gloriarnos en ellos, es decir, agradecer que Dios los envía a nuestras vidas. No nos gloriamos en las tribulaciones en sí mismas porque ellas son consecuencia del pecado, sino que nos gloriamos en ellas porque son un instrumento en las manos de Dios para aprender paciencia, para forjarse en nosotros un carácter probado, maduro y reavivar siempre en nosotros la esperanza de la vida eterna (Romanos 5:3-4).
Cristo, nuestro Señor, nos ha dejado ejemplo: consiguió nuestra salvación por medio de su sufrimiento; después de la humillación fue exaltado hasta lo sumo. No hay corona, sin cruz. ¿Nos creeremos mejores que Cristo? Si Él sufrió, ¿no debemos sufrir nosotros? No es que debemos salir a buscar sufrimiento, no; el sufrimiento sin Cristo en nosotros sólo nos hundirá en la desesperanza, pero con Cristo resultará en gran bendición. Si Dios nos regala tiempos de prosperidad, de salud, de bienestar, disfrutemos de ellos, pero nunca olvidemos que en este mundo de pecado Dios usa el sufrimiento para nuestro bien (Romanos 8:28) y para entrar en el reino de Dios.