A favor o en contra
Reuben Bredenhof
Traductor: Juan Flavio de Sousa
O estás con nosotros o estás contra nosotros. Palabras duras: no hay término medio, no hay posibilidad de ser neutral. O estás totalmente comprometido o no lo estás. Jesús dice en Mateo 12: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (v. 30).
No siempre fue así. Cuando Dios creó el mundo, vio todo lo que había hecho, y era muy bueno. En aquel tiempo no existía el mal. No había ningún señor alternativo al que servir, ningún otro bando al que rendir lealtad.
Pero en Génesis 3, Satanás está tentando a Adán y Eva para que vayan contra Dios. Porque algo había sucedido: hubo rebelión en el cielo, y muchos ángeles se volvieron contra su Creador. Esto significa guerra. Dos señores compiten ahora por la lealtad y la adoración de la humanidad.
Desde entonces, este mundo permanece dividido en dos reinos. Es el conflicto entre «el príncipe de este mundo» (Juan 14:30) y el Señor a quien aclamamos como «el Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios» (1Ti 1:17). Esta es la guerra que se libra en nuestro tiempo, cada día y en cada lugar.
Y en cierto sentido, el reino de Satanás avanza fácilmente. Satanás solo necesita que la gente deje de escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Satanás solo necesita que dejemos de dar gloria a Cristo. Satanás solo necesita que los cristianos olvidemos en quienes nos hemos convertido, y nos conformemos al modelo de este mundo. Porque recuerden, no hay terreno neutral.
Incluso en la sociedad secular, la gente reconoce que realmente no se puede ser neutral. En política, negocios y relaciones no puedes sentarte en la valla. Tienes que comprometerte en un sentido o en otro. No puedes vacilar ni dudar interminablemente.
¿Estás a favor o en contra?
Decide sabiendo que tu elección tiene consecuencias. Lo que no es una opción es decir que no estarás en ninguno de los dos bandos.
Imagina que eliges la neutralidad en esta guerra entre dos reinos. Sin temer a ninguno de los dos bandos, bajarías la guardia ante los ataques. Sin amar a ninguno de los dos bandos, descuidarías la preparación espiritual. Y entonces aparece el enemigo, y no tienes ni idea de qué hacer, y te captura rápidamente.
En cambio, oramos (y trabajamos) para que venga el reino de Dios. Porque desde el tiempo de la Caída, el buen Rey ha estado trabajando para restaurar su buena creación. Por eso envió a Jesucristo.
Juan dice: «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1Jn 3:8). Vino a romper el poder del diablo. Y Cristo lo hizo cuando murió en la cruz y resucitó al tercer día.
La batalla decisiva ya es historia. Colosenses 1 dice que «nos ha librado Dios de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo» (vv. 13-14). Hoy, Dios sigue entronizado en las alturas. Hoy, el universo que Él creó sigue siendo su universo. El buen Rey sigue gobernando a su pueblo. Todavía hay miles y miles de ángeles santos que hacen su voluntad, todos los días.
Pero en nuestro tiempo no debemos subestimar la ira de Satanás, ni el poder de los que le son leales. Recordemos las serias advertencias de las Escrituras:
«Resistid al diablo» (Santiago 4:7).
«Ni deis lugar al diablo» (Efesios 4:27).
«Vuestro adversario el diablo como león rugiente anda» (1Pedro 5:8).
El único propósito de Satanás es destruir las obras de Dios, pero su poder simplemente no se puede comparar. Me encanta lo que escribe Juan: «Hijitos, vosotros sois de Dios y los habéis vencido porque mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo» (4:4). Tenemos a Dios en nosotros, y Él es más grande, mucho más grande que el que ahora mismo domina el mundo. Satanás teme el nombre de Cristo, le teme más que a nadie.
Esta es la manera en que podemos permanecer en esta guerra de dos reinos: solo cuando vas a Cristo para recibir su poder y su Espíritu.
El que está en ti es más grande que el que está en el mundo.
Una vez más, esto nos pone ante la decisión crucial. Hay que tomar partido. Y no podemos quedarnos sin decidir. La decisión de no ser devoto de Cristo significa la decisión de rechazarlo. Jesús dijo en Mateo 6:24: «Ninguno puede servir a dos señores; porque, o aborrecerá a uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará al otro».
Debemos darnos cuenta de que ya hemos sido alistados para estar del lado de Dios. Por nuestro bautismo, Dios ya nos ha elegido para sí. No entramos en esta vida como espectadores y observadores neutrales, sino que entramos del lado de Dios. Esto nos llama a asumir la vida para la que hemos sido apartados, a responder al llamado misericordioso de Dios.
Porque se acerca el día en que Dios castigará a Satanás para siempre. Ya ha sido abatido, y sólo queda arrojarlo «al lago de fuego y azufre…y será atormentado día y noche por los siglos de los siglos» (Ap 20:10). Así que no siempre habrá dos opciones o dos caminos que tomar. Un día no muy lejano, los dos destinos se sellarán herméticamente. Por eso Jesús dice: «Esforzaos a entrar por la puerta angosta» (Lucas 13:24).
Está claro a qué amo debes servir. Está claro para qué reino es mejor trabajar, por cuál merece la pena luchar. Un reino está condenado, mientras que el otro está destinado a la gloria. Porque en Cristo, el Señor Dios ya ha vencido. Su pueblo ya es más que vencedor por medio de aquel que nos amó.
¿Están todos a favor?